Capítulo 25: Nosotros y una cena.
El taxi avanzaba suave por la ciudad mientras la suave brisa nocturna acariciaba mi mejilla. Habían pasado algunas horas desde que Matthew se había ido de casa y desde entonces me había sentido abrumada. Notaba un nudo en el estómago y una fea sensación en el pecho. ¿Qué me sucedía? Siempre había pensando que Matthew era un imbécil de primera, un tipo raro del que no podía escapar, sin embargo, esa tarde lo había visto como alguien completamente distinto. Lo había visto y había querido besarle; y no entendía por qué.
Aparté aquel momento como si fuese una parda de cuervos deseos de comerme y miré la hora. Faltaba poco para que el reloj marcara las ocho y por ende, tenía que calmarme. De tal forma, pensé en James, en el color de sus ojos y en sus adorables hoyuelos. Recordé lo feliz que estaba con su invitación y me aseguré de que fuese él mi único pensamiento de la noche. Nada de sonrisas encantadoras.
—Llegamos. —La voz del conductor me devolvió a la realidad. El vehículo se había detenido.
Sin perder tiempo, pagué la suma que me correspondía —la cual era más elevada de lo que hubiera imaginado— y bajé hacia la noche. Cuando el taxi desapareció más allá, volteé hacia la magnifica edificación que se alzaba, alta y presumida, frente a mí. Desde la distancia, parecía un hermoso palacio de antaño, tomado y reformado con elementos de la arquitectura moderna. Blanco, cristal y madera fue todo lo que distinguí en la fachada.
Con un suspiro, caminé por un ancho sendero que se unía a una serie de peldaños que me condujeron a la puerta principal. Allí, admiré los jardines a mi alrededor y las luces que centellaban en el paisaje. Maravillada encaminé hacia el hombre que estaba a un lado de la puerta.
—Buenas noches, señorita —me dijo en un tono formal que me recordó al de los mayordomos en las películas.
—Igual para usted —repliqué en lo que pareció un balbuceo patético; siendo los nervios que por dentro de mí corrían tangibles en mi voz.
El hombre de cortos cabellos negros y ojos claros, asintió con una sonrisa educada en sus labios, a la clara espera de que yo agregara algo y, eso hice:
—Yo... tengo una cita con James Wilson —aseguré y la palabra cita me hizo cosquillas en la lengua.
—¡Oh! El joven Wilson —exclamó sin deshacerse de su compostura calmada—. Usted debe de ser la señorita White, ¿no es así?
Asentí tímidamente a modo de respuesta y el hombre marcó algo en la tableta que llevaba consigo. Luego, apagó la misma y abrió la puerta a mi costado.
—Adelante —pronunció y acto seguido llamó con un ademan a una chica que se hallaba del otro lado.
La joven se aproximó a nosotros con pasos rápidos, pero elegantes y se detuvo junto a mí. Afable, me saludó y cuando lo hizo, observé que debía ser tan solo unos años mayor que yo. Sin intercambiar más que una mirada con el hombre que me había recibido, ella me indicó que la siguiera a través del gran vestíbulo. Sin distraerme, lo hice, esforzándome en mantener oculta mi admiración por la exuberante decoración del lugar.
Los pisos de caoba brillaban por la cera y las paredes blanquecinas se alzaban altas hacia la cúpula del techo. Del suelo escapaban tenues luces que daban formas encantadoras a las paredes cubiertas de decoraciones minimalistas. La larga fila de sillones negros se encontraba en un lado de la habitación mientras las mesas, redondas ocupaban un gran espacio acompañadas de sus sillas.
El negro, por supuesto, era el color predominante, sin embargo, el gris y el blanco, así como el plateado y el dorado formaban parte de la decoración. La joven junto a mí —de nombre Alicia— me guió hacia una ancha escalera de caracol. Desde allí, contemplé la infinidad de pequeñas luces que colgaban del techo y vislumbré que parecían las estrellas de un precioso cielo estrellado.
—Por aquí. —La voz de la mujer me arrebató de las garras de la admiración y con un asentimiento de mi parte continuamos.
La música del piano que se ubicaba por debajo de nosotras me embriagaba y mientras subía, no pude evitar deslizar mis dedos por la barandilla de la escalera, donde pequeños dibujos sin sentido habían sido tallados. Miré también a las personas que comían y me sentí humillada al observar la ropa cara que cada uno de ellos usaba.
Mirando el simple pero delicado vestido de coral que traía puesto, me sentí fuera de lugar. Yo no utilizaba ropa de sastre, siquiera tenía dinero para pagarme ropa de marca. Simplemente me las ingeniaba para conseguir ropa a un buen precio y ajustarla por mi cuenta en casa. Definitivamente, aquel mundo de copas de cristal y platillos exquisitos, no era mi mundo.
Sin darme cuenta, llegamos a un pasillo que tenía de vista la gran ciudad.
—Aquí —advirtió mi acompañante.
Nerviosa la observé abrir una puerta y dejarme pasar.
—Gracias —le dije.
La habitación que se abría ante mí era espaciosa, de lustrosos pisos grises y paredes de piedra que regalaban un toque rustico a tanta modernidad. Una mesa de cristal se hallaba frente a mí y detrás de ella estaba James, con una tierna sonrisa en sus labios y una expresión de total adulación.
James asintió a la joven junto a mí y yo me giré sorprendida cuando la puerta se cerró a mis espaldas. Al volver la mirada, me percaté que James se acercaba a mí. Sus mejillas, como de costumbres, se hallaban sonrojadas al tiempo que sus ojos despedían aquel dulce brillo que me fascinaba. El aroma de su colonia inundó mis fosas nasales cuando estuvo muy próximo a mí.
—Luces hermosa, Aylin —susurró y supe que no mentía.
Inevitable fue que sonriera ante su halago.
—Gracias, tú también te ves muy guapo, James —admití. James llevaba un elegante traje de color gris sobre una camisa blanca perfectamente planchada.
Con mi comentario su sonrisa se ensanchó y un leve rubor se apoderó de sus mejillas. Luego, sin decir más nada, se posicionó detrás de una silla y la corrió.
—Siéntate —me pidió y yo avancé hacía él sintiéndome en una de esas novelas románticas que Melody solía leer en clase de matemática.
—Gracias, James.
De repente me sentí un poco tonta al darme cuenta que lo único que estaba diciendo desde que había entrado era: gracias esto, gracias lo otro.
James sonrió por lo bajo.
—No tienes que agradecer todo lo que haga por ti —aseguró.
—Lo siento —me disculpé. Me sentía como un pez fuera del agua y no podía evitarlo—. Es..., estoy un poco nerviosa. Eso es todo.
—No tienes porqué estarlo —respondió con delicadeza, logrando que mi mirada se fijara en la suya rebosante de seguridad—. Solo estamos tú y yo aquí. No tenemos que seguir todos los protocolos de los adultos, Aylin.
—¿Ah, no?
Él negó.
—Claro que no —dijo—. Sé que debes estar acostumbrada a lujos como este, por eso decidí invitarte aquí, pero..., la verdad es que me gustaría que fuésemos nosotros y una cena, ¿sabes? Sin los protocolos o las etiquetas que deberíamos seguir de cenar frente a todos allí fuera.
De repente, cuando James habló, pareció como si nunca hubiese estado nerviosa. Aquello que él quería era exactamente lo que yo había estado queriendo escuchar, después de todo, no estaba realmente segura de saber comportarme como una chica adinerada frente a él. Mucho menos habría podido actuar con naturalidad frente a tantas personas de un nivel económico mucho más alto que el mío real.
—Me parece perfecto —contesté. Era verdad. James no tenía idea, pero me había salvado esa noche.
En ese momento la puerta fue tocada. James indicó un permiso y un hombre de mediana edad ingresó con una bandeja de plata que depositó sobre la mesa frente a mí. Con una elegancia digna de un hombre que trabajaba allí, elevó la tapa que cubría nuestra comida y sirvió los dos pequeños platos que allí habían con lo que él llamó Callo de Hacha.
Tanto James como yo agradecimos y el hombre se retiró.
—Se ve delicioso —dije.
—¿Verdad que sí? —él lució feliz—. Estuve pensando mucho el menú. No quería decepcionarte.
—No creo que seas capaz de decepcionarme jamás, James —aseguré con total seriedad—. Aunque debo admitir que si esta mañana me hubieran dicho que cenaría contigo, no lo hubiera creído. Pensé que..., no creí que quisieras estar conmigo.
Una sombra surcó su rostro y yo me arrepentí de mi comentario casi al instante.
—Lo siento mucho, Aylin —se disculpó—. Nunca fue mi intención hacerte pensar eso. En realidad, me hubiera gustado invitarte a cenar desde hace mucho tiempo, pero pasaron cosas, lo sabes, ¿verdad? Nos distanciamos y no me atreví a hablarte. Temía que me rechazaras —Se encogió de hombros y me miró, ¿por qué pensaba eso?—. Después de todo, tú eres la chica perfecta y yo soy solo el chico del fondo.
Al oír eso, me sentí fatal y no pude sostener su mirada. La chica perfecta, ¿eh? Eso era yo y sin embargo, me molestaba que me viera así. No sabía por qué, pero lo hacía...
O quizá de eso quise convencerme. La vieja yo había revivido de improvisto por culpa de una sonrisa encantadora y ahora ser ambas era sumamente confuso.
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