Capítulo 23: Ir o no ir, esa es la cuestión.
No tardé en regresar a casa, pues el ómnibus pasó tan pronto como hube llegado a la parada. Al entrar me deshice del vestido y de las botas que llevaba, y también me solté el cabello. Hecho esto encaminé al cuarto en busca de una holgada y vieja camiseta de fútbol que tiempo atrás había pertenecido a mi padre.
Siendo honesta no estaba segura de porqué aún la conservaba. Había quemado todo lo que le pertenecía: fotos, ropa que no había querido llevarse y regalos que me había hecho. Sin embargo, lo único que no había podido tirar a la hoguera había sido su camiseta favorita. A pesar de todo lo que había hecho, las remembranzas del padre dulce y protector aún estaban conmigo..., y creo que de cierta manera, aquella prenda me hacía recordar ese amor que nunca más iba a tener.
De cualquier forma intenté no pensar en ello y me dirigí a la cocina. La misma era pequeña en todos los aspectos: una mesa para dos personas de hierro y sus sillas correspondientes, una heladera con marcas de oxido, pero que funcionaba muy bien, una corta fila de estantes de madera y una pequeña mesada.
Con hambre, rebusqué comida en la nevera, pero allí no había nada más que un par de vegetales, una jarra de leche y dos naranjas. No pensaba hacer nada con ello, así que di un par de pasos y tomé del estante una caja de cereales de chocolate. La caja estaba abierta, así que cuando vertí los cereales en un tazón no cayeron muchos. Con una mueca los mezclé con un poco de leche fría y regresé a la sala para arrojarme en el sillón a ver televisión.
Un hombre asesinado.
Cambié.
Un incendio.
Cambié.
Un robo a mano armada.
Cambié.
¿Acaso el mundo ya no era seguro?
Apagué el televisor y suspiré. No tener televisión por cable o Internet era un fastidio. De cualquier forma, di una probada al cereal y mientras tomaba mi celular mi mente se llenó de interrogantes sin respuestas. Había aceptado ir a cenar con James, no obstante no sabía cómo haría para justificarme en el trabajo.
Bien era cierto que no podía perder un día de trabajo, pues evidentemente el mismo me sería descontado a final de mes, sin embargo tampoco podía dejar de lado mi vida social. La gente sospecharía si lo hiciera. Además, no podía ocultar que estaba emocionada, después de todo, era la primera vez que saldría en una cita tras haber roto con Liam: mi ex novio, hace dos años.
Me sentí mal al recordar cómo el muy sinvergüenza había decidido terminar conmigo días después de la muerte de mi madre, justo cuando empezaron a tratarme de rara y conflictiva. Al parecer no quería dañar su imagen saliendo conmigo, y al igual que todos, se alejó de mí. En aquel entonces admito que me había hecho mucho daño, sin embargo, hoy le entendía. Después de todo, hasta yo misma me había abandonado de haber podido.
De todas formas, luego de Liam sí había estado con otros chicos, había tenido sexo y había consumido algunos tipos de drogas con ellos, pero nunca había tenido una cita. Me avergonzaba pensar en ello, pero era parte de una pequeña época de mi vida que no había tenido sentido.
Dejando eso de lado, pensé en mi trabajo. ¿Qué excusa inventaría para no ir?
Mordisqueando mi labio inferior, tomé mi celular y marqué el número de Cora.
Es ahora o nunca.
—¿Si? —Las voz de mi jefa se escuchó del otro lado con un falso tono amable.
—Buenas tardes Cora, soy Aylin —contesté levemente sorprendida por su tonalidad.
—Ah. —¡Adiós tono amable! Su voz se volvió fría y levemente irritada—. Eres tú, niña. ¿Qué quieres?
¿Tan desagradable era para ella hablar conmigo?... A regañadientes me tragué el orgullo y pensé una respuesta. Me sentí tonta por no pensarla antes de marcarle.
—Amm... Bueno... Veras...
—¡Ve al punto! —me gruñó, y no era necesario verla para saber que tenía el entrecejo fruncido—. Tengo cosas más importantes que hacer que hablar contigo.
¿Cómo qué?, ¿pintarte las uñas?, ¿colocarte cinco capaz de maquillaje?... ¡Oh, sí! Eso debe llevar tiempo. Contesté para mí misma.
—¡No puedo ir! —solté sin más. Listo, lo había dicho.
Cora tardó unos segundos en contestar.
—¿Escuché bien? —inquirió con cierto asombro en su voz—. ¿No puedes?
—Sí, no puedo ir hoy. Lo siento. —En realidad, no lo sentía, pasar una noche sin ver el rostro de esa víbora era una de las mejores cosas que me podían pasar.
—¿Por qué? —preguntó. Estaba frustrada.
Antes de poder dar un brinco de alegría por haber causado ese sentimiento en ella, recordé que no tenía un motivo.
¡Mierda!
—Porque...
Piensa rápido Aylin. Me ordené.
—¿Y? —insistió prepotente.
—Me doble el tobillo durante la clase de educación física —mentí. Las clases de deporte aún no habían comenzado, pero había sido lo mejor que se me ocurrió bajo presión—. Apenas puedo caminar —agregué para darle más credibilidad a mi mentira—. ¡No sabe lo doloroso que fue! Estaba corriendo y...
—Calla —me interrumpió crispada—. No me interesa en lo absoluto lo que te haya pasado, niña.
Me la veía venir de su parte. Pensé mientras esperaba que ella terminara de bufar del otro lado, y continuara.
—No sé cómo le harás, pero necesito una persona que ocupe tu lugar esta noche. Si no la consigues, estás despedida.
—Pero...
—Adiós —dijo y colgó, dejándome sola con mis replicas.
—¡Perra! —gruñí como si ella pudiera oírme y lancé el celular sobre el sofá con fastidio.
Luego, me dejé caer yo sobre el sofá otra vez y analizaba lo que acababa de hacer. Le había mentido a mi jefa sobre mi situación, lo que me impedía ratificarme así como así e ir al trabajo ese día, ni... ¿Cuánto tiempo demoraba en curarse una torcedura de tobillo? ¿Semanas? ¡Diablos! No tenía semanas. Además, ni siquiera tenía un certificado médico...
Tomé mi rostro entre mis manos y ahogué un grito histérico en ellas. Odiaba ser tan impulsiva en algunas aspectos de mi vida. A pesar de eso, lo podría solucionar. Algo se me ocurriría para justificar esa llamada con ella, pero ahora lo que debía hacer era llamar a James y cancelarle. Aunque me doliera, tenía que decirle para que no perdiera más de su tiempo organizando una cita a la que no iría.
Tardé un momento en marcarle, de verdad quería cenar con James después del tiempo que estuvimos distanciados. Cuando me digné a hacerlo, el aparato comenzó a vibrar y a emitir una estrepitosa melodía: me estaban llamando.
James. Leí en la pantalla y atendí.
—¿Aylin? —Su voz insegura llegó a mí y un sentimiento de ternura nubló lo que estaba pensando tiempo atrás.
—Hola, James —contesté con naturalidad.
—¡Que alivio! Creí que podrías haber cambiado de número, o algo así —comentó con una inocente emoción, pero luego de un silencio supe que había pensado en voz alta—. En fin..., ¿te interrumpo?
—No, no, para nada.
—Genial —dijo, y algo dentro de mí me dijo que sonreía—. Te llamaba para hacerte una pregunta boba la verdad...
—Dime —repliqué sintiéndome peculiarmente incomoda. James emanaba una ilusión con cada una de sus palabras y yo me veía forzada a destruirla.
—Me preguntaba si te gustaba el marisco.
—Yo...
Mis labios se sellaron por la duda. Él lo estaba organizando todo de una manera perfecta para salir conmigo y parecía realmente feliz, y yo debía decirle que se olvidara de todo porque no había tenido en cuenta las consecuencias de aceptar su invitación. No podía ser así con él, pero necesitaba ese trabajo y no podía arriesgarme a perderlo.
—¿Sucede algo, Aylin? —La pregunta de James me trajo de vuelta a la Tierra—. ¿Estás bien?
—¿Eh?, ¡sí! —respondí en un balbuceo nervioso—. Solo que...
Unos golpes retumbaron en el silencio de la sala captando mi atención. Estaban tocando la puerta y no tenía ninguna intención de abrir y recibir visitas indeseadas. Y con visitas me refería a la vecina de ochenta años de la casa de al lado a la que le encantaba cotillear sobre otros vecinos, o a la niña pequeña que insistía en que yo había robado su muñeca Susy.
Molesta las ignoré.
—¿Aylin?
—Lo siento, me distraje —expliqué rápidamente.
Los golpes aumentaron su intensada. Quien quiera que fuese no se detendría hasta que le abrieran o hasta tirar la puerta abajo. No me gustaba ninguna de las dos opciones, pero pagar una puerta nueva no entraba en mis planes. Así que encaminé a la puerta sintiéndome bastante molesta con la persona que estuviera tras ella. Cómo si la situación con James no fuera lo suficientemente incomoda y tensa, para sumarle el rítmico ruido de los golpes en la madera.
—Entonces...
—¡Te llamo luego, James! —dije y colgué con brusquedad.
De la misma manera abrí la puerta. La luz del inicio de la tarde me golpeó en el rostro. Sin esperar a ver quién era, espeté:
— ¡¿Qué?!
—Hola, Hada —contestó una voz encantadora.
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