Capítulo 20: James.
Tras dejar a Matthew, me propuse perderme en algún rincón del instituto. No deseaba hablar con nadie, de hecho, únicamente buscaba estar sola con mis pensamientos. De tal forma, evitando alumnos y barullo, fue que llegué a la biblioteca.
La biblioteca era un sitio demasiado amplio para el uso que recibía por parte del alumnado, con unos lustrosos pisos de madera, paredes cubiertas por estantería cargadas de libros y unos altos ventanales que daban al patio principal. Al entrar, olí el olor del polvo y la humedad, y arrugué la nariz.
—Buenos días, Aylin.
Volteé para verle. Sentado en su escritorio, con uno libro antiguo en sus manos estaba Alberto —el bibliotecario—, un hombre delgado y de tez demasiado pálida, con oscuros cabellos castaños que tras sus gafas rectangulares ocultaba unos ojos pardos que me miraron curiosos.
—Buenos días para ti también, Alberto —contesté sonriente.
En un día normal, le habría preguntado qué tal estaba y cómo transcurría el trabajo, habría hablado de libros, autores y de Melody, sin embargo, en aquella oportunidad, no me sentía del mejor humor para entablar una conversación con él. No obstante, me quedé allí de pie cuando volvió a hablarme.
—¿Buscabas algo en particular? —preguntó acomodándose las gafas desde el puente de su nariz con el dedo índice.
—No, solo quería un poco de tranquilidad —confesé encogiéndome de hombros.
Él asintió condescendiente antes de agregar:
—Si necesitas algo me avisas, ¿de acuerdo? Seguiré con este libro.
—¡Claro!
Dicho eso, encaminé al fondo de la biblioteca y allí me dejé caer contra un estante. Con las piernas flexionadas encendí mi celular para encontrarme con cientos de notificaciones de mis redes sociales y algunos cuantos mensajes de texto que poco me importaban. De cualquier forma, estaba aburrida, así que deseando perder el tiempo, comencé a responder alguno de ellos que realizaban preguntas como: "¿Sabes que libro hay que llevar a la clase de matemáticas?", "¿Cuándo es la entrega del proyecto de inglés?", "¿Quieres salir conmigo?"
Ese último me llegaba más a menudo de lo que me gustaba admitir y siempre lo respondía de la misma manera: "Aprecio mucho tu petición, pero en este momento solo puedo concentrarme en mis estudios. Si quieres, podemos ser amigos." Y al final colocaba algún emoticón para que el mensaje no se sintiera tan cortante.
Con un suspiro apagué el aparato y apoyé la cabeza en la rodillas. ¡Qué mentirosa! Eso era lo que era. Sí quería salir con alguien, pero hacerlo significaría engañar a alguien más y no estaba segura de soportarlo, ni de que valiera la pena. Después de todo, todos ellos querían salir con la chica perfecta, no conmigo. Nadie podría amar a la verdadera Aylin White.
—¿Aylin? —me llamó una voz dulce que reconocí al instante.
Torpemente elevé la mirada para encontrarme con la de James y con la misma prisa fingí una sonrisa. No podía permitir que se percatara de que estaba triste.
—Hola, James —le saludé acomodándome en el suelo.
—Hola, ¿estás bien? —preguntó y no me sorprendió que lo hiciera dado el sitio en el que estaba—. ¿Esperas a alguien?
Fruncí el entrecejo al oír eso.
—No, ¿por qué?
—Porque nadie suele venir a esta sección de la biblioteca —se explicó con un encogimiento de hombros que ante mis ojos lució adorable—. Claro, a excepción de mí. A la gente en Adams no suelen gustarle los libros demasiado complejos.
—En realidad, no entiendo por qué —mentí—. Estos libros —dije dándome la vuelta para tomar con una de mis manos uno cualquiera—, son muy interesantes.
Siendo honesta, no tenía mucha idea de que clase de libros se ocultaban en aquellas estanterías. De hecho, no tenía demasiado tiempo para ir allí y hurgar entre títulos, sin embargo, no podían ser tan malos.
—¿Eso crees?
James se agachó a mi lado con un ligero rubor en sus mejillas con la intención de leer el título del libro que tenía entre manos. Al hacerlo, y sin que yo me lo esperara, él rió. Tenía una risa dulce y suave que me gustó, pero que interrumpió al darse cuenta de lo que había hecho.
—Lo siento —indicó apenado—. Solo que no esperaba que contarás con tales intereses.
A continuación, incliné el libro en mi dirección y leí lo que tanta gracia había provocado en mi compañero de clase. ¡Era un libro sobre el sadomasoquismo! La vergüenza trepó a mi rostro al tiempo que me sentí tonta. Había querido quedar bien frente a James después de tanto tiempo y esa era la idea que le daba de mí. Aunque, por otro lado, ¡¿por qué diablos habían esa clase de libros en un instituto?!
—¿Demasiado tarde para confesar que no vine a leer? —pregunté en voz baja, devolviendo el libro a su lugar.
Afable él se sentó a mi lado.
—No, en realidad, supuse que estabas improvisando —confesó y aparté la mirada de forma nerviosa—, pero, ¡ey! No te avergüences. No tienes qué darme explicaciones de por qué estás aquí, sólo tuve curiosidad.
—Lo sé, pero fue patético...—contesté.
—Un poco. —Él me sonrió—. Pero más patético fue ese día que quise tomarte una foto y la cámara tenía el flash encendido, ¿recuerdas?
Me reí al recordar. Aquello había sucedido la primer semana de clases del año anterior, cuando recién empezábamos a hablarnos. Recuerdo que me había sentido contenta de que él se hubiese fijado en mí. Me había hecho sentir , entre tanta oscuridad, un destello de luz.
—Todos se rieron —comenté—. Fue gracioso, pero gracias a ello empezamos a hablar más.
—Así es.
Durante un momento, ambos nos quedamos en silencio. Luego, yo hablé:
—De cualquier forma, ¿tú buscabas algo en particular aquí?
—No realmente —respondió—. A veces me gusta venir a pensar. Es un lugar muy callado y tranquilo. Los problemas mundanos parecen no atravesar estas estanterías.
Mundanos. Esa palabra la había escuchado millones de veces de los labios de Melody, sin embargo, ella la utilizaba para insultar, mientras que pronunciada por James sonaba mucho más profunda de lo que podía llegar a ser en realidad.
—Puede decirse que me siento cómodo aquí, y supongo que tú también lo estabas hasta antes de que yo llegará. Lo lamento —dijo e intentó ponerse de pie, no obstante, yo lo retuve tomándole por la mano.
En el momento en que mi mano tocó la suya, vi sus mejillas enrojecerse y su cuerpo tensarse debajo de sus ropas. Arrepentida de mi gesto tan brusco, le solté disculpándome.
—No me molestas, James —aclaré—. Me gusta estar contigo. Siempre me ha gustado. De verdad, ni siquiera estoy segura de por qué dejamos de hablar...
—También me gusta tu compañía, Aylin.
James sonrió y dos tiernos hoyuelos se formaron próximos a la comisura de sus labios. Luego, impidiendo que pudiera decir cualquier otra cosa, el timbre sonó.
—¿Regresamos a clases? —preguntó tendiendo su mano hacia mí de la misma forma que había hecho la primera vez que nos habíamos visto.
Ese recuerdo estableció en mí un agradable sentimiento que, por un momento, hizo que me olvidara de la razón que me había llevado allí en primer lugar.
Tomé su mano con delicadeza y respondí:
—Sí, James.
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