Capítulo 16: No tienes que fingir.

Esa noche hice exactamente lo mismo que la anterior: me arrojé en la cama y dormí hasta que la alarma volvió a despertarme. A rastras me incorporé para encaminar hacia el baño, donde me dejé atrapar por el agua caliente que alivió la tensión de mi cuerpo. Al terminar, me vestí lo mejor que pude teniendo en cuenta el cansancio que me corroía y me maquillé en busca de ocultar las bolsas bajo mis ojos. 

Hastiada me miré en el espejo y resoplé antes de dirigirme a la cocina. Necesitaba café. Una taza enorme de café con mucha azúcar. El mismo tardó poco en prepararse, así que tras servirlo me apoyé contra la mesada de cemento y me llevé la taza a los labios. El aroma a café recién hecho llegó a mis fosas nasales para hacerme olvidar la incomodidad.

Sonreí y di mi primer sorbo. Definitivamente me fascinaba el café, y estaba segura de que era la única droga de la que nunca podría abstenerme. 

Durante algunos minutos me centré solo en eso. En la dulzura del café empapando mi lengua y en el silencio de la mañana. Adoraba aquello. Adoraba sentir que por momentos todo podía estar bien. O eso creí, porque el ruidoso claxon de una motocicleta se escuchó muy cerca de mi casa para quebrar el esquema acogedor que estaba disfrutando. 

Molesta rodé los ojos e insulté a mis vecinos.

No obstante, cuando el claxon sonó una y otra vez más, decidí que saldría. Así que caminé hacia la puerta a grandes zancadas para abrirla con estrépito. Sin detenerme a ver quién era el responsable de mi rabia matutina, gruñí:

—¡Métete el ruidito por el...! —Sin embargo, las siguientes palabras se atoraron en mi garganta cuando mis ojos se encontraron con los suyos.

¿Por qué estaba allí? Mi mente colapsó  fija en sus iris grises y mi cuerpo se petrificó cuando el mundo se detuvo en él y en la sonrisa despreocupada que me dedicó al verme.

—¡Buenos días para ti también, Hada! —Su voz me hizo confirmar lo que era obvio, que era él, que quien estaba allí frente a mi casa era Matthew. 

Mi casa. Esas dos palabras crearon raíces en mi cabeza. Matthew estaba allí, en mi realidad. ¿Por qué?, me pregunté y la única respuesta me abofeteó con tanta violencia que tuve que retroceder. 

La perplejidad y la confusión desapareció arrasada por una holeada de cólera e impotencia que me consumió entera.

—¡Me seguiste! —le espeté sintiendo mi voz frágil sabiendo que todo había acabado—. ¡Esa noche me seguiste! 

Ante mis palabras, él me regaló una mirada dolida al tiempo que sus labios se posicionaba una mueca triste. ¿Con qué derecho reaccionaba así? Mis piernas temblaron bajo la rabia y el temor. 

—Quería asegurarme de que llegaras bien...—indicó en un tono de voz bajo. Tan bajo que si no fuera porque aún era temprano y la calle se encontraba vacía, no le hubiera escuchado.

—Hay unos aparatos llamados celulares. ¡Me hubieras llamado, imbécil!

—Yo...

—¡Tú nada! —le interrumpí. Quise avanzar y golpearle—. ¡No tenías por qué seguirme! 

—Lo siento —dijo y algo dentro de mí me gritó que era verdad—, pero después de verte llorando, Hada, tuve que...

—¡No estaba llorando! —chillé cerrando mis manos en dos puños y dando un golpe en la puerta. Mis dedos crujieron ante el impacto.

Todo había acabado, y lo había hecho de una forma tan inesperada que me costó asumirlo. Matthew me había descubierto y eso solo significaba el fin de la chica perfecta... Si él sabía que vivía en esa casa y en ese barrio, era lo suficientemente listo para darse cuenta de que yo no tenía dinero y de ahí era cuestión de tiempo para relacionarlo todo y asimilar la verdad.

La verdad de mi vida.

Durante un instante Matthew me miró como si fuese una niña pequeña, luego apagó la motocicleta, colocó el soporte principal, bajó y avanzó hacia mí. Al verle, intenté retroceder. Deseaba correr y encerrarme en mi habitación, pero él fue mucho más rápido que yo y sus manos me tomaron por los hombres y sus ojos... Sus ojos fueron como una caricia tranquilizadora que se coló en mí e inundó mis ojos de lágrimas. Y así, sin más, me estrechó entre sus brazos.

Cuando lo hizo, la confusión me invadió. Siempre había creído que si alguien descubría la verdad sobre mí, me aborrecería y se alejaría, pero Matthew no lo hizo, él estaba allí junto a mí. 

¿Por qué no me reclamaba? ¿Por qué no me preguntaba el motivo de tantas mentiras?, ¿no le importaba?

Pero todas esas preguntas se evaporaron entre sus brazos y en el momento en que él habló, sentí que no había nada más que nosotros. 

—Está bien, no tienes que fingir conmigo.

El tono comprensivo, seguro y dulce de su voz me impidió alejarle de mí y cerrarle la puerta en la cara.

No pude evitar quedarme junto a él.

No, eso no era cierto en lo absoluto.

No quería hacerlo.

No quería que él me dejara.

No quería estar sola otra vez.

Sentí un ardor nacer en mi garganta en el preciso segundo antes de que las lágrimas comenzaran a rodar calientes por mis mejillas. 

Me sentí frágil de ese modo. Era frágil, pero entre sus brazos me sentía segura, como si estuviera a salvo de todo.

No tenía que fingir con Matthew.

Él con solo mirarme a los ojos había sido capaz de ver a la chica que habitaba detrás de la máscara de perfección, y al conocerla no se había ido como el resto, él se había quedado. Así que levanté mis brazos que colgaban inmóviles a mis costados y le envolví con ellos, y cuando lo hice, un sentimiento que creía perdido afloró en mí. 

Cuánto duraría ese momento no lo sabía, pero si hubiera sido mío, habría sido eterno. 

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