(CAPÍTULO 1) Un Juego de Muerte
Esconderse de un ser vivo es risible. De un demonio... es un tormento
31 de Octubre de 2018
Paris, Francia
Adrien Allard era un niño encantador. Caucásico, de ojos azules y muy alto para su edad. Estaba cumpliendo su décimo cuarto aniversario de vida. Le encantaba celebrarlo, debido a que coincidía perfectamente con las fiestas de Halloween.
El jovencito vivía con sus padres en Batís, un hermoso pueblo de Paris, donde el Halloween era bienvenido para una enorme parte de la población; pero para otra, era el pecado más grande.
Adrien se preparaba para salir a divertirse como todos los años con su grupo de amigos. Su madre: Babette Daniau, afinaba los últimos detalles de su terrorífico maquillaje, que seguramente sorprendería a muchos.
Su padre: Jerome Allard, se hallaba afuera de su hogar, reemplazando las calabazas del jardín. Estas habían sido destruidas por unos chicos rebeldes que iban al colegio de su hijo.
—¡Estos jóvenes! No comprendo cuál es su problema —dijo Jerome, mientras marcaba una de las calabazas.
—¿Hablando solo, querido? —preguntó Babette.
—Hola, cariño. Es solo que no entiendo por qué hacen esto todos los años. Nuestro jardín es uno de los más representativos.
Babette se acercó a él y lo tomó con ambas manos de su rostro.
—No pienses en eso. Nuestro hijo está listo para salir. En cuanto se vaya, debemos organizar el resto de su fiesta.
—Babette; sabes que a nuestros vecinos del frente no le gustan estas celebraciones. No necesito más problemas.
—Es el cumpleaños de nuestro hijo, Jerome —dijo Babette, soltando a su esposo.
—Estaba pensando... ¿qué tal si vamos a comer a algún sitio? Llevamos el pastel, y a sus amigos.
—¡La tradición es en la casa! No pienso cambiar los planes solo por el capricho de unos vecinos supersticiosos.
—Está bien, cariño. Preparemos todo para cuando regrese Adrien.
—¡Papá! ¿Cómo me veo? —preguntó Adrien, saliendo de su casa muy alegre.
—¡OHHH! Que susto me diste, hijo... —dijo—. De verdad que te sobrepasaste con el maquillaje, Babette —expresó al oído de su esposa.
—Esa era la idea... —dijo Babette.
—¡Bien!, me voy. Los chicos me están esperando en su casa —dijo Adrien.
—Está bien, cariño. Feliz cumpleaños, y terrorífica noche. Te esperamos —dijo Babette.
Adrien tomó su bicicleta y recorrió las decoradas calles de su vecindario, con el rostro totalmente cubierto de ese horrible maquillaje. Parte de su cara, estaba completamente ensangrentada, mientras su boca mostraba facciones de quiebre.
Anette Chevalier vivía a dos calles de su casa. Ella y su hermano Travis, estaban disfrazados de una versión de Hansel y Gretel muy macabra. Sus brazos mostraban enormes rupturas y muchas mordidas ubicadas en partes específicas de su rostro.
Adrien estacionó su bicicleta sobre el césped de la casa de Anette, apoyándola en un viejo árbol.
—Buenas noches, Sra. Cloutier. Buenas noches, Sr. Chevalier —dijo Adrien, al momento de entrar a la casa de Anette.
—Buenas noches, Adrien. ¡Feliz cumpleaños! —dijo Eva Cloutier. Ella estaba disfrazada de una gran calabaza.
—Supongo que tienes muchos planes para esta noche, Adrien —dijo Tom Chevalier, mientras le daba unas palmadas al chico en la espalda.
—Desde luego. Mi cumpleaños nunca pasa por alto.
Luego de saludar, se dirigió a una enorme mesa que contenía muchos aperitivos con formas grotescas.
—Esto está delicioso —dijo, mientras tomaba un ojo de carne de un tazón que decoraba el centro de la mesa.
—Eso es mala educación, Adrien —dijo Travis, bajando las escaleras—. Los ojos humanos no se comen así...
—A ver, enséñame...
—Solo observa —dijo Travis señalándolo.
Travis introdujo el rostro en el tazón y tomó cinco ojos de carne con su boca.
—¡Wow! Eso sí que es tener estilo.
—¡Son unos inmaduros! —dijo Anette, quien salía de la cocina con un par de calabazas en sus manos.
—Anette; te ves... terrorífica —dijo Adrien.
—¡Gracias! —dijo la jovencita, sonriendo.
—¿Dónde está tu calabaza, Adrien? —preguntó Travis luego de tragar todos los ojos.
—Ya estoy muy grande para recoger dulces...
—¡Ohhh! Ya se siente un hombre —dijo Travis, abrazándolo y dándole coscorrones—. Supongo que ya estás en edad para decirle la verdad a mi hermana —le susurró al oído.
Adrien se separó con fuerza y lo observó con los ojos entrecerrados.
—Ya vámonos, se hace tarde. Hoy haremos algo diferente —dijo Anette.
—¿Algo diferente? —preguntó Adrien.
—¡Sí! Nathan está...
—¿Ese idiota irá con nosotros? —preguntó Travis en tono cortante.
—No veo el problema, Travis —contestó Anette acercándose a su hermano de manera desafiante.
—Nathan es algo arrogante; pero yo no tengo problema —dijo Adrien.
—¿Ves? Al cumpleañero no le importa.
Anette se dirigió a sus padres, le dio un beso a ambos, y salió de la casa.
—Cuídense, chicos. Recuerden llegar a tiempo para la cena de Cumple-ween en casa de Adrien —dijo Eva.
—¡Por supuesto, mamá! —dijo Anette.
—Claro, claro. Como todos los años, Madre. Adiós a ambos —dijo Travis.
—Adiós —dijo Adrien.
Los tres salieron de la casa y se dirigieron a sus respectivas bicicletas. De pronto, Travis le dio un golpe en la espalda a Adrien.
—¡Ouch! ¿Qué te pasa, Travis?
—"Yo no tengo problema". ¿Me puedes explicar por qué dijiste eso? —expresó Travis.
—Fue lo que se me ocurrió.
—Si el idiota de Nathan se liga a mi hermana, tú no tendrás oportunidad.
—Lo sé..., pero aún no me atrevo a decirle la verdad.
—No entiendo cómo alguien que nació en Halloween puede ser tan cobarde —dijo Travis.
Adrien agachó la cabeza.
—¿Se van a quedar ahí toda la noche? —preguntó Anette, quien ya había abordado su bicicleta.
—¡Ya vamos! —dijo Travis
Ambos montaron sus bicicletas y siguieron a Anette. Así, los tres recorrieron las decoradas calles de Batís. Muchos niños transitaban de casa en casa, pidiendo dulces, mientras lucían sus alegóricos disfraces.
Annette iba más rápido de lo normal. En ocasiones, soltaba el manubrio y extendía sus brazos, para sentir la brisa de la noche.
—¡ESTÁN CONDUCIENDO LENTO! —expresó ella.
—NO ENTIENDO CUÁL ES LA PRISA. ¡TEN CUIDADO, PUEDES ARROLLAR A UN NIÑO!
—RELÁJATE, TRAVIS.
En ese instante, un pequeño infante cruzó la calle. Tenía una sábana blanca sobre él, con dos agujeros en el área de los ojos. Transitaba alegremente, oscilando su calabaza de atrás hacia adelante.
—¡CUIDADO! —exclamó Travis, señalando en dirección al niño.
Annette iba directo hacia él. Intentó frenar, pero no pudo hacerlo. Para no arrollarlo, se desvió algunos centímetros; logrando arrancarle la calabaza de manera brusca de la mano. Esta cayó al suelo, y los dulces quedaron esparcidos por toda la calle. El niño solo quedó en el medio de la vía, viendo a los tres, con miedo.
Travis alcanzó a su hermana, y la miró con un gesto de enfado.
—¡LO SIENTO! —exclamó Annete.
Ellos siguieron el camino, hasta que finalmente cruzaron en una calle contigua. Del lado derecho, sobre el césped, se hallaba un letrero en deterioro que mostraba el siguiente escrito:
"CALLE ALBANE A 100 METROS"
...
Los tres llegaron a un sitio solitario. Le denominaban la Calle Albane. Era un lugar de pocos habitantes, y de muchas tiendas de abarrotes. En una esquina, se hallaba un edificio abandonado, acordonado con muchas cintas de precaución.
—¡Bien! Llegamos —dijo Anette.
—¿Para qué nos trajiste a este lugar, Anette? —preguntó Travis—, estamos lejos de casa.
—No te angusties, será solo por un rato —dijo Anette, mientras bajaba de su bicicleta.
De pronto, un chico robusto con una cabellera rubia y ojos verdes, llegó al lugar caminando. Su nombre era Nathan Dubois.
—Tenía un buen rato esperándolos —dijo Nathan.
—Discúlpanos, Nathan. Lo bueno se hace esperar... —dijo Anette, mostrándole una sonrisa de costado.
—Supongo que sí —expresó Nathan, acercándose a la joven y dándole un beso en su mejilla.
—No me hagan ver eso otra vez —dijo Travis.
Adrien volteó a un lado.
—No voy a hacerles perder más tiempo —dijo Nathan—. Este Halloween quiero hacer algo diferente.
—¿Y por qué no lo haces tú solo? —preguntó Travis.
—Travis, por favor... No seas aguafiestas —dijo Anette.
—Déjalo, Anette. Travis tiene razón, puedo hacerlo solo. No creo que tengan el valor.
Travis se acercó a Nathan de manera desafiante.
—A ver... ¿qué tienes en mente, Nathan?
—¡Un juego! Se llama El Escondido.
—¿Para eso nos trajiste aquí? —preguntó Travis.
—¡Sí! Pero... lo jugaremos de otra manera —dijo Nathan—. El edificio que está detrás de nosotros, es un lugar abandonado. Su historia es muy terrorífica. Hace diecinueve años, un hombre mató a todos los habitantes, debido a un ataque de demencia. Desde ese día ha estado clausurado. Dicen los pobladores que está embrujado.
—¿Y qué tiene que ver eso con El Escondido? —preguntó Travis.
—Esa es la parte interesante... Jugaremos en el interior —dijo Nathan.
—Eso suena peligroso —dijo Anette.
—¿Cuál sería el peligro? —preguntó Nathan.
—El deterioro. Podemos hacernos daño corriendo, o escondiéndonos en algún sitio.
—Eso no pasará. Se los aseguro. Es un edificio antiguo, pero construido con materiales muy fuertes.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de eso? —preguntó Travis.
—Les mostraré algo —dijo Nathan, mientras sacaba una revista de la bolsa de sus pantalones—. Este era el edificio cuando se construyó; hace más de 45 años. Antes de que pregunten de dónde saqué la revista..., era de un arquitecto. El hermano de mi padre. Murió hace años.
—Tu tío... Así se le dice a los hermanos de nuestros padres —dijo Adrien.
Anette y Travis rieron.
—No has dicho una sola palabra, y hablas solo para tratar de humillarme.
—Solo dije lo que creí correcto.
—Bien, Adrien —dijo Nathan, dando la espalda a Adrien y caminando hacia la puerta del edificio—. Tú serás quien nos busque...
—Eso es trampa. Debemos elegir... —dijo Travis.
—No hay problema, Travis. Yo iniciaré. De todos modos es mi cumpleaños —dijo Adrien, interrumpiendo a Travis.
—¡WOW! Entonces es perfecto. Feliz cumpleaños, Adrien —dijo Nathan, sonriendo irónicamente—. Por cierto..., tu maquillaje es fantástico.
Anette se acercó a Adrien y lo tomó de sus manos.
—No tienes que hacer esto, Adrien. Podemos irnos ahora.
—No, Anette. Eso solo le demostrará que soy un cobarde —dijo Adrien.
—Eso no importa, Adr...
—¡Ya dije que lo haré! ¿Cuáles son las reglas, Nathan? —preguntó Adrien, soltando las manos de Anette.
—Los tres ingresaremos al edificio. Contarás hasta 50 mientras nos escondemos. Luego entras por nosotros.
—Me parece una idea estúpida desperdiciar el Halloween en esto —dijo Travis.
—No, Travis; esto es Hallowen..., hacer cosas terroríficas.
—¡Bien! Entren. —dijo Adrien.
Nathan rompió las cintas de precaución y entró al sitio. Anette ingresó lentamente, mientras miraba hacia atrás en dirección a Adrien.
—¡Bien, amigo! Vas a ganar algunos puntos con mi hermana. Realmente espero que así sea, para que no se le acerque más ese idiota.
—¡Ve, amigo! Ya nos vemos... —dijo Adrien, sonriendo.
Travis le devolvió el gesto y entró al edificio.
...
El interior del edificio era escalofriante. Sus paredes estaban agrietadas. Frente a ellos tenían una puerta de madera en estado de deterioro. A su diestra, una escalera que llevaba a los pisos superiores. Del lado izquierdo, se hallaba una vitrina con pliegos ya deteriorados y con escasa tinta. Este lugar carecía de luminaria. Solo podían apreciar el entorno con pequeñas ventanillas que decoraban el techo, mientras eran golpeadas con la flamante luz de la luna.
—Esta no es una buena idea, Nathan —dijo Anette, aferrándose al brazo de su hermano.
—No hay nada que temer. Te prometo que jugaremos solo un rato y luego nos iremos.
—Nos estamos perdiendo de muchas cosas por estar aquí. El Escondido es un juego para niños, Nathan.
—¡Pero no en un lugar como este!
—Sigue siendo un juego infantil —dijo Travis—. Vamos, Anette. Hay un Cumple-weeen que celebrar. Juega tú solo, Nathan.
Anette observó a Nathan con facciones de pena. Ella caminó sin soltar a su hermano hasta la puerta. De pronto, notaron algo aterrador.
—¿Dónde está la Puerta? —dijo Travis.
El joven apartó las manos de su hermana, y comenzó a palpar una pared que se hallaba donde debería encontrarse la puerta de la entrada.
—¡Maldición! La puerta estaba aquí —dijo Travis—. Acabamos de entrar.
—No puede ser... —dijo Anette.
—¿Qué hiciste, maldito? —preguntó Travis.
—¡No hice nada, Travis! No aquí adentro...
Nathan sacó de un bolso que tenía colgado, un tablero de la Ouija muy deteriorado.
—¿Qué rayos es eso? —preguntó Travis.
—Es mi salida del juego... —dijo Nathan—. Jugué este maldito juego hace unos días. El espíritu que intentaba contactar era el de mi hermana; pero atraje el de Alexandre Bernard. «El asesino».
Luego, Nathan caminó unos pasos hacia las escaleras.
—No se quiso ir, así que me pidió que trajera el tablero hasta aquí, con nuevas almas.
—¿Nos trajiste aquí porque un muerto te lo pidió? —dijo Travis—. ¡YO TE VOY A MATAR!
Travis se abalanzó sobre él y comenzó a darle de golpes. El tablero cayó al suelo, al lado de una vela negra proveniente de su bolso.
—Haz lo que quieras... —dijo Nathan, escupiendo sangre al piso—. Jamás saldrán de aquí.
—¡MALDICIÓN! —exclamó Travis.
Nathan se levantó del suelo.
—Ese hombre mató a todas las personas que vivían aquí, gracias al Escondido.
—¿De qué hablas, imbécil? —preguntó Travis.
...
Mientras los tres se encontraban en el interior del edificio, y sin salida alguna, Adrien terminaba su conteo.
—Bien, 50... Terminé. Todo lo que hago para conquistar a Anette.
Adrien se dirigió a la entrada, abrió la puerta, y se encontró con una pared detrás de esta.
—¿Qué es esto? ¿A dónde se fueron?
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