4. El Legado

31 de Octubre de 2026

Paris, Francia

Antoine y Anette comenzaron a correr. Trataban de ocultarse del demonio que comenzó el juego. Ambos se escondieron en el área del sótano, mientras el conteo de sangre en aquella pared continuaba.

—¿De quién nos escondemos, Anette? —preguntó Antoine.

—De un demonio. Es el responsable de la desaparición de mi hermano... y de Adrien.

—¿Ese chico que apareció allá era Adrien?

—No estoy segura.

—Tú dijiste su nombre.

—Se parecía mucho a él.

Mientras se ocultaban, escuchaban pasos afuera del lugar. De pronto, percibieron una repulsiva voz.

Solo uno saldrá de aquí con vida...

—Es ese maldito.

—Anette...

—Has silencio.

El conteo en la pared de la estancia continuaba su curso. Había llegado al No. 18.

Luego, esa misma voz se escuchó detrás de ellos. Pero esta vez, dijo algo más.

El tiempo corre...

Ambos se espantaron, y salieron del sótano. Pasaron por el corredor, hasta llegar nuevamente al área principal. Subieron las escaleras con ímpetu, y así avanzaron al tercer piso. De pronto, mientras corrían por el largo pasillo, el horrible demonio se mostró ante ellos. Inmediatamente, unas huellas de muchas manos, comenzaron a recorrer las paredes en sus extremos.

—¿Qué es eso, Anette?

—Es él...

Luego, el tablero de la Ouija volvió a aparecer. Estaba apegado al techo, mientras el triángulo giraba descontroladamente.

Anette; tu sobreviviste. Ahora, el destino te trajo nuevamente a mí —dijo el demonio.

—Déjanos salir de aquí —dijo Anette.

Las reglas del juego son claras, Anette. Solo uno saldrá de aquí con...

—Sí, ya lo sé, maldito. Solo uno sale con vida. Pero debe terminar. No pienso pasar toda la vida huyendo de esto, ni recordando lo que sucedió hace años.

De pronto, el tiempo se detuvo justo en el número 2. Inmediatamente, el tablero comenzó a descender.

¿Harás lo que yo te diga para acabar con esto?

Anette miró a su prometido y respondió:

—Sí, estoy dispuesta a hacerlo. Fueron muchos años de sufrimiento. De tener este maldito juego en mi cabeza.

El tablero comenzó a flotar hacia Anette. Su prometido observaba todo lo que estaba sucediendo, con miedo y desesperación.

Toca el tablero.

—¿Qué ocurrirá si lo hago?

—No lo hagas, Anette —dijo Antoine.

Tendrás un acuerdo conmigo.

—¿Qué clase de acuerdo?

Tu prometido se irá; pero tú continuarás el juego. El día que alguien entre nuevamente en mi territorio, trasferirás tu maldición. En ese momento regresarás a la vida, y el juego llegará a su fin.

—Pueden pasar años para que eso suceda.

Es tu única alternativa.

—¿Cómo sé que cumplirás tu palabra?

El demonio sonrió.

Tienes que confiar. De lo contrario, todo seguirá igual.

—Anette; no hagas nada de lo que dice. Nadie con sentido común hace tratos con un demonio.

—Quiero que esto termine, Antoine —dijo Anette, volteando a verlo—. Una vez, alguien que me amaba me salvó, y jamás regresó. Ahora yo quiero salvarte, porque te amo.

—Pero no te volveré a ver.

—No por ahora. Pero si hago esto, tendré oportunidad de regresar. De lo contrario, uno de los dos deberá irse para siempre.

—No quiero perderte, Anette.

—Prometo que cuando regrese, seremos felices juntos. Te amo, Antoine.

Anette le dio un gran beso a su prometido, y se volteó rápidamente para tocar el tablero. Luego, su cuerpo se transformó. El color de su piel cambió a un tono negro fúnebre, y una radiante luz envolvió el lugar.

La sangre que mantenía el conteo se resbaló por la pared hasta llegar al suelo. Todo había desaparecido. Solo quedaba Antoine sobre el piso, tratando de reponerse.

El joven se levantó y caminó hacia la escalera. Todo estaba tan silencioso, que podía escuchar su respiración con claridad. Pronto llegó a la entrada del edificio, y volteó una última vez antes de abandonar el lugar.

—Te amo, Anette. Voy a esperarte el tiempo que sea necesario.

Así, Antoine salió del Edificio Hálène, y abordó su vehículo para regresar a Floriane. Jamás olvidaría lo ocurrido. Dejaría eternamente una huella en su memoria.

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