3. El dolor y la verdad

Adrien estaba preocupado. Se hallaba en el exterior del edificio tratando de encontrar una manera de entrar. Observaba hacia el área superior, y solo notaba algunas ventanas rotas. Luego, rodeó el edificio; pero no hallaba una entrada visible. De pronto, en la parte inferior de una pared, observó una ventanilla abierta.

El joven tenía miedo. Sentía que el corazón se le aceleraba con tan solo pensar, que podía encontrarse en el interior. Pero debía llenarse de valor. Salvar a Anette, y a su amigo, era la mayor prioridad.

Lentamente entró por la ventanilla, descendió por una pared, y cayó sobre una pila de periódicos viejos. En el interior se sentía un frío protervo. Las piernas le temblaban, y tenía la sensación de que perdía la noción del tiempo.

Comenzó a avanzar apegado de una pared a su derecha, y palpaba toda el área tratando de encontrar un interruptor. De pronto, una bombilla se encendió. Era la luminaria en el centro del lugar.

El sitio en el que se encontraba era un sótano. Había muchos objetos antiguos que rebosaban todo el lugar. Entre estos, muchas botellas sobre una mesa de metal, con pequeños barcos en su interior. Al fondo, se hallaba una escalera con peldaños de madera, y una puerta desgastada en la parte superior.

Adrien comenzó a subir las escaleras con cautela. Cada peldaño rechinaba como si alcanzaban su punto de quiebre. El joven estaba asustado; pero las imágenes de Annete revoloteando en su memoria, lo colmaban de valor.

Situó la mano sobre el antiguo pomo de la puerta, y lo giró a su derecha. Luego, se topó con un pasillo corto, decorado con dibujos de rosas en sus paredes, y algunas lámparas redondas en el techo. Este corredor terminaba en una puerta de metal y vidrio. De pronto, las luces del pasillo comenzaron a encenderse, y la puerta del fondo se abrió.

—¡Demonios! —exclamó.

Adrien caminó y se persignó un par de veces. Las luces comenzaron a parpadear y, mientras lo hacían, una figura luctuosa se manifestó a sus espaldas. Este ser era horrible. Su rostro tenía un enorme orificio que goteaba sangre lentamente. El joven sintió la presencia, y sus ojos se expandieron enormemente. Así que decidió voltear; pero este ente había desaparecido repentinamente.

Luego de fijar su mirada hacia la puerta del sótano, unas gotas de sangre comenzaron a caer al piso. Adrien retrocedió con miedo, y volteó hacia arriba. El goteo parecía provenir del piso superior. De pronto, un pozo de sangre se formó frente a él, y empezó a moverse como si una criatura estaba en su interior.

El funesto charco comenzó a esparcirse, y rápidamente formó el número 50.

—¡Es imposible! —exclamó Adrien.

Luego, una voz terrorífica se escuchó, retumbando en todo el lugar.

Solo uno saldrá de aquí con vida...

...

En el primer piso del Edificio, se encontraban Anette y Travis aún abrazados. Esperaban que ante ellos se presentara la oportunidad de salir. Sin embargo, se toparon con algo mucho peor. Las luces del corredor se encendieron rápidamente, y al final de este, estaban todos los habitantes del Edificio Hálène, con la cabeza declinada. De pronto, la levantaron lentamente, mientras el techo y las paredes comenzaban a impregnarse de sangre.

—¿Qué está pasando, Travis? —preguntó Anette.

—Esto es algo demoníaco —expresó Travis.

—Tengo miedo, hermano...

—No veas, Anette —dijo Travis, presionando la cabeza de su hermana de nuevo contra su pecho.

La sangre empezó a correr por las paredes hasta llegar al suelo. Así se formó ese macabro número 50. Luego, un ser espectral de vestidura negra apareció frente a ambos. Sus ojos relucían con un inclemente color blanco, y sus pies se veían como los de un demonio, aferrados al piso.

Solo uno saldrá de aquí con vida... —dijo este macabro ser.

De pronto, la sangre comenzó a cambiar, mostrando los números en cuenta regresiva.

—¡Vamos, Anette! Debemos correr —dijo Travis, alejando a su hermana del pecho, y tomándola de la mano. Ambos bajaron la escalera rápidamente. Mientras veían en ambas direcciones, tratando de encontrar un sitio a donde esconderse, se toparon frente a frente con Adrien.

—¡DIOS! Por favor, no me hagan daño —dijo Adrien, cubriéndose el rostro con su brazo.

—¿Adrien? —preguntó Travis.

—¿Travis...? ¿Eres tú?

—Sí, amigo. No sabes cuánto me alegra verte.

Anette se separó de Travis, y se abalanzó sobre Adrien con una gran emoción. Mientras esto pasaba, Travis lo observaba, mostrando una sonrisa de costado.

—Qué bueno que estás aquí —dijo Anette.

—A mí también me da gusto verlos.

—¿Cómo lograste entrar? —preguntó Anette, apartándose de él por un momento.

—No hay tiempo de dar explicaciones. Hay un conteo. Me parece que va a suceder algo muy malo.

¡El tiempo corre! —exclamó una voz macabra.

—Es el Escondido. Está jugando con nosotros —dijo Travis.

—¿Quién? —preguntó Anette.

—El demonio que liberó Nathan.

—¿Nathan liberó a un demonio?

—¡Sí! Es una historia larga, Adrien.

—¡Bien! Vamos a regresar por aquí abajo. Yo logré entrar por una ventanilla. Tal vez podamos escapar por ahí.

—¿Y qué esperamos? Tenemos que ir —dijo Travis.

Los tres corrieron en dirección al sótano. Mientras se dirigían al sitio, pudieron ver la sangre en el piso, mostrando el número 19.

—Solo nos quedan 19 segundos —dijo Travis.

De pronto, mientras bajaban las escaleras al sótano, Anette salió expulsada en retroceso. Algo la atraía de nuevo hacia el área principal del edificio.

—¡Anette! —exclamó Adrien.

El joven corrió detrás de ella, tratando de evitar la sangre. Anette gritaba sin parar.

—¡ANETTE! —gritó Travis.

Adrien alcanzó a la joven de un salto, y la tomó de los tobillos. Se inclinó hacia atrás, tratando de halarla; pero la fuerza que la atraía hacia el otro extremo, era mucho mayor.

Finalmente el conteo terminó. Todo quedó en un silencio fúnebre; y las luces se apagaron completamente. Anette cayó al piso. Lo que sea que estaba sujetándola, la soltó repentinamente.

—Adrien, Anette; ¿se encuentran bien? No veo nada —dijo Travis.

—¡Sí!, estamos bien... Eso creo.

—¡Vengan! Tenemos que tratar de...

Una fuerza extraña arrastró a Travis hacia el interior del sótano, interrumpiendo sus palabras. Luego, la puerta se cerró muy fuerte.

—¡Travis! ¿Me oyes? —preguntó Adrien. Pero nadie contestó.

—Adrien... —dijo Anette.

—No te muevas, Anette.

—Todo está muy oscuro.

Unos pasos inclementes se escucharon. Parecía que alguien se acercaba a ellos.

—No hagas ruido, Anette —dijo Adrien.

Luego, todo se encendió de nuevo, y Anette comenzó a levitar.

—¿Qué me sucede, Adrien?

—Tranquila, Anette. Voy a ayudarte.

De pronto, el macabro ente de negro apareció frente a Adrien, mientras el cuerpo de Anette se apegaba al techo.

Ella no tiene salvación. Su alma me pertenece.

—¿Quién eres?

Un demonio que ha regresado del infierno, gracias a uno de tus amigos.

—Nathan no es mi amigo. ¡Déjala ir!

Solo uno saldrá de aquí con vida. Parece que eres el afortunado. Entraste solo, te vas solo.

—¡No! Ella y Travis deben irse.

Hablas de él.

El ser señaló en dirección a la puerta del sótano. Ahí vio el cuerpo de su amigo colgado del techo, con una soga atada al cuello.

—No... Travis. Tú no —dijo Adrien, arrodillándose.

El ente desapareció repentinamente, mientras las luces comenzaban a parpadear. Anette empezó a descender lentamente, hasta llegar al suelo. Luego, salió del trance en el que se encontraba.

—Adrien... ¿qué sucedió? —preguntó Anette.

—¡Nada! Tenemos que salir de aquí. ¡Vamos! —dijo Adrien, cubriéndole los ojos.

No quería que contemplara el cuerpo sin vida de su hermano.

—¿Dónde está Travis?

—Estará bien —respondió Adrien, volteando parcialmente hacia atrás.

Ambos corrieron hacia la entrada principal del edificio. De pronto, una risa comenzó a percibirse, mientras los espectros malignos de los habitantes, se postraban en las escaleras con unas pútridas calabazas negras en sus manos.

Por un momento, Anette se alegró. La puerta había aparecido nuevamente, y sentía que las esperanzas emergían para ellos. Adrien la abrió con fuerza; pero cuando intentó salir, el cuerpo de Anette parecía detenerse. Él halaba muy fuerte de su brazo, sin ningún resultado favorable. De pronto, se escuchó aquella macabra y lúgubre voz.

Solo uno podrá irse.

—¡DÉJANOS IR! SOLO SOMOS UNOS JÓVENES. NO MERECEMOS ESTO —gritó Adrien.

Estas son las reglas del juego. ¡MIS REGLAS!

—Adrien... —dijo Anette, viéndolo con tristeza.

—Todo va a estar bien, Anette —dijo Adrien, mientras soltaba una lágrima.

Adrien entró al edificio muy rápido, e intercambió su lugar con Anette. Luego, la empujó hacia la calle.

—¡ADRIEN!

—Te amo, Anette.

Las puertas se cerraron. Anette quedó en el suelo, confundida, y con su mirada perdida. No tenía sentido todo lo que había sucedido.

Un auto policial se estacionó justo detrás de ella, y uno de los oficiales bajó a socorrerla.

—¡Oye, niña! ¿Te encuentras bien?

—Mi hermano... y Adrien...

—¿Qué sucede con ellos?

Anette señaló hacia la puerta del edificio.

—¿Están adentro?

La joven asintió.

—¿Te asustaron?

—¡No...! Desaparecieron.

El oficial levantó a Anette del suelo, abrió la puerta de la patrulla, y la sentó con cuidado en la parte trasera.

—Quédate aquí. Estarás a salvo.

—¿Qué sucede? —preguntó el compañero del oficial, mientras comía un emparedado.

—¡Ya deja de comer y baja del auto! —dijo el oficial Curie.

—Siempre me tocan estos compañeros malhumorados —dijo el oficial Barraud, volteando a ver a Anette.

La mirada de Anette se perdía en la nada. Era como si no tenía alma.

El oficial se bajó del vehículo tratando de no quitar su vista de la jovencita. Luego, llegó al sitio donde se encontraba Paul Curie.

—Esa chica tiene una mirada extraña —dijo Matthieu Barraud.

—Está asustada. Dice que su hermano, y un tal Adrien, se encuentran adentro del Hálène.

—Pero ese edificio está clausurado.

—Sabes cómo son los chicos de hoy en día. Las fiestas de Halloween los corrompen. Supongo que lo usaron como una especie de casa del terror. Echemos un vistazo.

Ambos sacaron sus armas, y ubicaron las linternas en el antebrazo. El oficial Curie abrió la puerta con sumo cuidado, y comenzó a iluminar el interior, mientras Matthieu lo cubría.

—¿Hay alguien aquí? Responda... es la policía.

Ambos registraron todo el edificio en búsqueda de alguno de los chicos que mencionó la joven; pero no hallaron nada. Luego, salieron del lugar observando con recelo hacia el vehículo.

—Esa chica te mintió —dijo Barraud.

—No creo que haya inventado eso. Estaba muy asustada.

Paul se acercó al vehículo y abrió la puerta trasera.

—Registramos todo el edificio. No hay nadie.

Anette no decía una sola palabra.

—¿Cómo te llamas?

—...

—¡Bien! Te llevaré a la Estación hasta que nos digas algo. Es necesario ubicar a tus padres.

El Oficial Paul volteó, e hizo una señal a su compañero para que abordara el auto.

—¿Te dijo algo? —preguntó Matthieu.

—No. Al parecer no quiere hablar. Pero es muy extraño que justo señalara ese edificio.

—Fue horrible lo que sucedió en ese lugar. Era solo un niño cuando... —dijo Barraud.

—Cuando ocurrió la tragedia. Yo también. Tenía apenas 13 años. Vi como sacaban a los cadáveres del lugar. Esa imagen jamás se borró de mi memoria.

Barraud volteó a ver a Anette. Ella no parpadeaba.

—Vamos a la estación —dijo Barraud.

Mientras el auto avanzaba, Anette volteó para ver en dirección al Edificio. De pronto, mientras contemplaba una de sus ventanas, observó como una luz se encendía, y una figura postraba sus manos sobre el cristal. En ese momento, sus ojos se expandieron y se desmayó sobre el asiento. Los oficiales escucharon el ruido, y comenzaron a hablarle tratando de reanimarla; pero Anette no respondía al llamado.

...

Semanas después, Anette despertó en el Hospital Galèn. Su madre le sujetaba la mano, mientras mantenía su cabeza sobre el regazo de la jovencita.

—¿Dónde estoy? —preguntó Anette.

Su madre levantó la cabeza, y la abrazó muy fuerte.

—¡Hija de mi vida! —exclamó—. Pensé que no volvería a escuchar tu voz.

—Mamá; ¿dónde está Travis?

Eva se levantó y se alejó de la cama.

—Él y Adrien están desaparecidos. Tu padre lleva días buscándolo. Los padres de Adrien están sin consuelo.

Ella se acercó a su hija y la tomó cuidadosamente del rostro.

—¿Qué pasó con ellos, Anette?

—¿Qué día es hoy?

—NO ME RESPONDAS CON OTRA PREGUNTA, ANETTE. NO SABES LO QUE HEMOS TENIDO QUE VIVIR ESTOS DÍAS.

—¡EVA, YA FUE SUFICIENTE! —dijo Tom Chevalier, mientras la separaba de Anette—. ¿QUÉ CREES QUE HACES?

Eva observó a ambos, y salió corriendo de la habitación.

—¡Papá!

—Anette; que alegría verte despierta —dijo su padre, abrazándola muy fuerte.

—No entiendo que sucede. Hablas como si llevo días dormida.

—En realidad... han pasado tres semanas, Anette.

—¿QUÉ? —gritó Anette.

—Tranquilízate, hija —dijo Tom, tomándola de la mano—. No quiero presionarte; pero necesito saber que sucedió. No hay rastros de Travis, ni de Adrien. También está desaparecido ese chico que te gusta... Nathan. Su madre está muy preocupada.

—Él nos llevó al interior de ese edificio, Papá. Nos tendió una trampa.

—¿De qué hablas?

—Nos dijo que éramos almas para el sujeto que mató a todas las personas que vivían en ese lugar.

—¿Alexandre? —preguntó Tom.

—¡Sí! Creo que así se llamaba.

Tom se sentó al lado de su cama, y bajó la cabeza.

—Tengo que confesarte algo, hija. Yo sé que sucedió en ese edificio hace años. Lo sé todo.

—¿Cómo lo sabes?

Tom se levantó y colocó las manos sobre su cabeza.

—Alexandre Bernard, era mi hermano mayor.

—Eso no es posible.

—Lamentablemente lo es. Mi hermano estuvo bajo medicación durante años. Jamás permití que se acercara a ustedes. Era inestable emocionalmente.

—Pero no tienen el mismo apellido.

—Yo cambié mi apellido para alejarme de todo. Quería dejar ese episodio atrás —dijo Tom—. Cuando murió nuestro hermano, Alexandre enloqueció. Me aparté de todo y llegué a Batís, siendo aún un adolescente. Años después, Alexandre llegó a París clamando por mi ayuda. De alguna manera dio con mi paradero, así que tuve que ayudarlo. Le encontré ese apartamento en arriendo, y un empleo; pero su comportamiento provocó que lo despidieran. Luego de eso, cometió esa barbarie.

—Los mató a todos.

—Sí... —respondió Tom.

—¿El que murió, es el tío de quien nos hablabas tanto...? ¿Ese accidente fatal?

—No fue un accidente. Discúlpame, hija; pero no es momento de hablar de eso. Lo importante ahora es encontrar a tu hermano, y a Adrien.

—¿Y si no los encontramos? Era un demonio quién estaba en esa casa. Travis desapareció, y Adrien arriesgó su vida para sacarme de ahí. No tienes idea de lo que vivimos en ese lugar. Fueron pocas horas que se transformaron en una eternidad. Alguien con una voz horrible, decía una y otra vez, que solo uno saldría con vida.

Luego del comentario de Anette, llegó un recuerdo a la memoria de Tom; donde solo se escuchaban esas palabras, acompañadas de un eco abrumador.

—¡Papá! ¿Sucede algo? —preguntó Anette, mientras veía como a su padre se le perdía la mirada.

—Esas eran sus palabras... —dijo Tom.

—¿De quién?

—De Alexandre. Éramos tres hermanos, y jugábamos todas las noches de Halloween al Escondido. Su lema antes de buscarnos era ese... "Solo uno saldrá de aquí con vida".

—¿Por qué decía eso?

—Era una manera de expresarse por la noche de Halloween. Una extraña forma de iniciar el juego.

—No es un juego invocar a la muerte.

—Tu madre jamás supo esto. Se hubiera aterrado —dijo Tom, dirigiéndose a la puerta de la habitación—. Te prometo que voy a encontrarlos. No me detendré. Si realmente se convirtió en un demonio, debo enfrentarlo.

—No quiero perderte a ti también.

—Jamás te dejaré, mi pequeña. Te amo.

—Y yo a ti, papá.

Tom salió de la habitación y se dirigió nuevamente al Edificio Hálène. No perdía la esperanza de encontrar a su hijo, y a su mejor amigo.

...

El tiempo pasó. La vida para los padres de Adrien jamás sería la misma. La desaparición de su único hijo aquella noche de Halloween, dejó una horrible e indeleble marca. El día de cumpleaños del joven, justo en esa fecha, generaba una tristeza absoluta para Babette y Jerome. Ambos situaban una vela junto a su retrato, para conmemorar un aniversario vacío y amargo, mientras se abrazaban en el sofá, con la memoria llena de recuerdos.

El padre de Travis y Anette, jamás abandonó su búsqueda. Todos los años en Halloween, se sentaba a las afueras del edificio, esperando que algo sucediera. Pero nada ocurrió.

Eva falleció a tres años del suceso. Jamás se recuperó de la pérdida de su hijo mayor. Su última voluntad, fue ser sepultada con una foto de Travis en su pecho. Tal vez así, lograría encontrarlo en el más allá.

Anette se sentía vacía. La pérdida de su madre era otro duro golpe de la vida. Todos los días se acercaba a metros del edificio, solo para observar sus ventanas. Tenía en su memoria, aquella silueta que vio por última vez, antes de desmallarse en la patrulla policial. Estaba segura que era Adrien.

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