1._Primordial


Viajar es menos complicado de lo que parece si estás dispuesto a pasar un poco de hambre e incomodidades. Mary estaba dispuesta a eso y un poco más con tal de conocer un nuevo lugar. Ese verano ella y dos amigos más se aventuraron en un viaje que los llevo muy lejos al sur, hacia las montañas boscosas. Todo iba bien hasta que tuvieron un pequeño problema entre ellos. Fue una discusión bastante fuerte. Incluso hubieron unos golpes. Por esta razón Mary decidió apartarse de sus amigos y volver sola a casa, pero la suerte no la acompaño.

Como si de una maldición de sus amigos se hubiera tratado, desde que se alejó de ellos todo le empezó a salir mal. Perdió su mochila con su ropa, en una parada de autobuses la asaltaron robándole el teléfono celular y el poco dinero que le quedaba. La peor parte es que unas horas después volvieron a asaltarla, pero como no tenía algo de valor le quitaron los zapatos y la chaqueta a prueba de agua, dejándola sola, descalza y en medio de una lluvia torrencial que la obligó a buscar refugio en una parada de autobuses en medio de la nada. La construcción era precaria, vieja también. Mary no sabía si llovía más debajo o fuera de ese montón de hojalatas y madera, mas ahí estaba. En cluquillas y calentando sus manos con su aliento, que era visible cual humo de tetera. Tenía frío. Pocas veces tuvo tanto frío como en ese momento. Sus dientes se estrellaban entre si con tal violencia que para evitar algún accidente, terminó por meterse un pedazo de tela que se arrancó de la camiseta en la boca.

Una vez leyó que morir de hipotermia era una de las formas más pacíficas de morir. No era verdad, aunque era posible que ella todavía no llegara a ese estado. Aún no experimentaba la desorientación. Al contrario. Estaba demasiado conciente de todo lo que estaba sucediendo. No sentía sus pies. Sus manos temblaban de una manera incontrolable y se lamentaba por haber despreciado tantas comidas calientes solo porque no le gustaban. En ese momento hubiera dado su brazo izquierdo por una sopa de verduras.

-¿Voy a morir?- se pregunto y se sonrió con desprecio por los acontecimientos que la llevaron hasta ahí. Era ridículo terminar tan mal por un discusión insignificante.

La muerte nos abraza en cualquier momento y rara vez lo hace de manera solemne. La muerte de Mary se asemejaría a la de un perro callejero que sucumbe ante el clima. Al pensar en ello miró al cielo. La lluvia no parecía iba a terminar pronto. No había nada ni nadie a kilómetros. Y no estaba en condiciones de caminar, pero necia como una mula y así cada paso fuera doloroso iba a andar hacia el pueblo que, según un cartel varios minutos atrás, estaba a doce millas. Se levantó abrazándose con fuerza. Sus piernas parecían tener cristales de hielo en la piel. Hasta creyó oír un crujido cuando al fin pudo enderezarse.

Mientras caminaba por la orilla del camino iba haciéndose esas promesas típicas de situaciones adversas. Que si sorteaba todo ese lío no iba a volver a viajar jamás. Se quedaría segura en casa y se olvidaría para siempre de conocer nuevos lugares. También intentaría ser mejor persona y otro montón de cosas por las cuales acabo riendo. No iba a poder cumplir nada de eso. Un vehículo paso a su costado a toda velocidad. Todo lo que hizo el chófer fue tocar la bocina asustandola. Quien haya sido no se detuvo a ayudarla. Mary maldijo al conductor e intentó avanzar, pero sabía no llegaría lejos. Cuando vio a un pariente muerto del otro lado de la calle supo que estaba alucinando y se rindió. Cayó sobre sus rodillas recordando un abrigo de lana horrible que le habían dado para su cumpleaños. Como le hubiera gustado poder tener esa prenda en esos momentos en que iba hacia una fuerte luz, adelante, en el camino.

Mary abrió los ojos de golpe. Estaba oscuro y eso la hizo sentarse hayandose en un sofá bastante grande, en lo que parecía un estudio. Pasaron varios segundos antes de que los ojos de Mary se adaptarán a la escasa luminosidad y consiguiera ver un poco más. Había una chimenea. El fuego en ella casi se había extinguido. Detrás del sofá había una ventana por la que se podía ver la luna asomarse entre las nubes. Cuando se miro descubrió tenía puesto un pijama de pantalón y camisa que le quedaba bastante grandes. Sus pies tenían vendas, lo mismo sus manos. Ambos dolían un poco. Eso era bueno. Estaba viva.

Se puso de pie despacio, mas al dar el primer paso sintió un fuerte malestar. Se tomó un tiempo para reponerse e ir hacia la puerta. Había avanzado un metro cuando la luz se encendió dejando ante a ella a un tipo muy alto de cabello blanco peinado hacia atrás, con la piel azul y elegantemente vestido. Llevaba una bandeja en la mano derecha y una bolsa de papel en la otra.

-¿Qué hace?- le preguntó a Mary como si verla de pie fuera la cosa más insólita- Vuelva al sofá. Las heridas en sus pies pueden infectarse.

Mary no se movió. No sabía dónde estaba o quién era ese sujeto que le hablaba con autoridad ¿El dueño de la casa? No. Algo le dijo que no era él quién la rescató. Por sensatez volvió a sentarse. Lo hizo sin dar la espalda a aquel individuo que avanzó hacia ella viéndola con cierto desdén. Como si ante él hubiera una criatura miserable a la que por amor propio debía respetar. Una amabilidad forzada, casi insultante que Mary tolero en silencio.

-¿Cuál es su nombre?- le preguntó el sujeto. Ella no contestó- ¿No puede hablar o no quiere hacerlo?

-Mary- contestó la muchacha viendo fijamente al individuo.

-¿Qué hacia sola y en tan desfavorable condición en esa carretera?

-Robaron mis cosas y luego comenzó a llover- contestó Mary con sus ojos quietos en los de él- ¿Fuiste tú quien me trajo aquí?

-Sí. Mi señor me lo ordeno- contestó aquel individuo ofreciéndole la bolsa de papel- Son ropas nuevas. Su atuendo estaba demasiado sucio como para lavarlo. Tuve que tirarlo a la basura.

Al oír eso Mary arqueó una ceja y pegó la espalda al respaldo. Era obvio que el que la desvistió fue él. Pero dadas las circunstancias era lógico que le quitará la ropa empapada. No podía exaltarse por una posibilidad de lo que no parecía haber ningún indicio. Fuera del dolor en sus manos y sobretodo en sus pies, se sentía perfectamente.

-Solo me tomé el atrevimiento de cambiar su vestimenta- aclaro ante esa duda que era obvio en la mujer.

Mary estiró las manos y recibió la bolsa. La puso en su regazo para dar una mirada en su interior. Había unas prendas de un color celeste ceniza.

-Mi nombre es Korn y estoy a su servicio- le dijo al inclinarse hacia ella para acercarle la bandeja- Una comida caliente le vendrá bien.

Mary apartó la bolsa y tomó la bandeja. Había en ella un plato con sopa, una pieza de pan y ensalada.

-Gracias- contestó y si bien no se oyó hostil, tampoco parecía estar muy cómoda.

-El señor vendrá a verla en un rato. Ahora se encuentra un poco ocupado.

-¿Cuál es su nombre?- preguntó Mary.

-Korn.

-Me refiero al de mi anfitrión.

-Liquir- contestó el sujeto poniendo las manos en su espalda- ¿Desea alguna cosa?

-Respuestas- pensó Mary- No- contestó.

-Con su permiso- exclamó Korn y se dió la vuelta para retirarse.

Mary dejó la comida a un lado y se le quedó viendo. No comía desde el día anterior. Tenía un fuego en las entrañas que reclamaba algo con que alimentarse, pero no estaba segura de si debía o no comer. Con la mirada examinó aquel estudio. Estaba en una casa antigua. Posiblemente una mansión o un chale. Todo estaba muy bien cuidado. El mobiliario, la decoración y hasta el aroma que reinaba en esa habitación hablaba de que el dueño no sólo era un tipo elegante sino también sofisticado. Además de todo bastante estricto, pues nada allí estaba fuera de lugar. A Mary se le hacia difícil imaginar que una persona de gusto tan exquisito pudiera simplemente haberse apiadado de ella. Quizá era un prejuicio, mas algo allí la inquietaba.

Después de unos minutos de reflexión decidió comer. Tenía hambre y considero que de haberle querido hacer algo bien podrían haberse aprovechado de ella mientras dormía. Si preferían hacerlo estando ella despierta...no tenía mejores opciones de resistencia.  Había al menos dos hombres en esa casa. Ella estaba sola y lastimada como para luchar demasiado. No entendía porque de pronto se encontraba evaluando posibilidades como de una película de acción, cuando la verdad podía ser tan simple como que ese tal Liquir solo le tuvo compasión y una vez apareciera le pediría que se marchara. Sonriendo comió la sopa. Estaba muy buena. Realmente buena.

Después de comer se cambió. En la bolsa habían un pantalón y una camisa, además de unas pantuflas. Eso último llamó bastante su atención. Se vistió rápido. No tenía brasier, pero al menos le prestaron ropa interior para la parte de abajo. Posiblemente ahí no había mujeres. Ni siquiera una empleada. Korn le dijo que el señor de la casa iría a verla en un rato, pero había pasado más de una hora (calculaba Mary) y ese sujeto no aparecía.

La noche se había nublado otra vez y comenzó a llover con más fuerza. Incluso había relámpagos. Mary podía verlos por medio de la enorme ventana. Se abrazo a sus piernas y se quedó ahí, esperando. No tenía a dónde ir ni como pedir ayuda. Por eso ese tenedor de ensalada lo dejo cerca. El tiempo pasaba, la habitación se iba enfriando y Mary empezaba a sucumbir al cansancio. Cuando estaba apunto de perder  la batalla, una sombra proyectada sobre la pared la sobresalto. Parecía la silueta de un hombre lobo espectral, que avanzaba hacia ella desde el exterior. Al principio lo pensó una alucinación de la vigilia previa al sueño, pero no. Era real. Estaba ahí y a cada segundo parecía aproximarse más, pero al mismo tiempo se iba encogiendo.

El sonido de la ventana corrediza hizo que Mary brincara del sofá, cayera de bruces a la alfombra y luego se arrastrará un poco intentando apartarse de lo que fuera que estuviera ahí. Pronto ante sus ojos quedó una criatura singular, menos aterradora que lo que su sombra hizo creer a la mujer, pero igual de amenazante. Era casi como un hombre, pero estaba cubierto de pelo amarillo un tanto anaranjado y tenía la cabeza de un zorro. Llevaba puesto un pantalón escarlata y una capa a franjas como la de un faraón. Su aspecto era extraño, pero lo que atrapó a Mary fue que tenía el hocico manchado con algo rojo que escurría por los pelos de su barbilla y sostenía algo en su mano que goteaba de la misma forma y con el mismo color. Él la miraba con una expresión indefinible. Ella simplemente le sostenía los ojos con los suyos, pero solo porque la estupefacción de la que era víctima no la dejaba mover un músculo. Por un instante, cuando el mordió lo que sostenía, Mary pensó que se estaba comiendo un corazón. Al ver con atención descubrió que en realidad era una granada.

-Buenas noches- le dijo él. Su voz sonó como la de un hombre elegante y que se sabe superior, pero mantiene una cuota de cercanía gentil.

-Hola- contestó Mary sintiendo bastante tonta por haber reaccionado como lo hizo.

-Lamento haberte asustado- le dijo él y caminó hacia la chimenea que se había apagado por completo. Sobre ella habían algunas decoraciones y una campanilla que tomó con ademán elegante y agitó una vez.

Mary lo vigilo con la mirada. Él se quedó de espaldas a ella un rato, por lo que creyó podía acercar el tenedor a su mano, pero en ese momento, cuando estiró la mano hacia el objeto, él se giró a ella congelando su acción. Pareció sonreír y avanzó hacia ella poniendo las manos tras su espalda.

-Tranquila no me ofendes- le dijo inclinándose un poco hacia ella cuando se le paró enfrente. Estaba empapado y unas gotas de agua cayeron sobre las piernas de Mary- No hay nada más satisfactorio que poder observar el miedo en los humanos. No me malinterpretes. No me refiero al vulgar temor de los cobardes...sino a este. Al primordial.

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