Wally vs la Swablugirl
El sol terminaba de ocultarse en la ladera de la ruta 120, y la penumbra reclamaba el cielo. Era una ruta muy verde, con el camino cubierto de árboles y demarcado por pequeños bosques que obligaban a los viajeros a dar varias vueltas para atravesar el camino hasta la ruta 121, al pie de la ladera.
En ese momento, un muchacho corría desesperadamente por su vida, descendiendo a través de uno de los bosques a la mayor velocidad que su cuerpo podía ofrecerle. Sus pulmones ardían, sus piernas pedían a gritos un descanso, pero Wally no podía parar. Oía detrás de él los pasos de la Swablugirl, acortando las distancias, acechándolo, torturándolo con su mirada clavada en su verde nuca. De pronto se escuchaba por la derecha, de repente por la izquierda, pero Wally no se atrevía a mirar. No podía.
Corrió y corrió, y de pronto advirtió un hueco entre los árboles. El hueco se hizo más grande hasta que abarcó toda su vista; Wally había atravesado el bosque completo para llegar al valle.
El cielo había estado nublado todo el día en esa zona, y cuando Wally salió del bosque, la primera gota le calló justo en la nariz ¿Quizás un mal augurio? Cayeron más y más gotas, hasta que la lluvia cubrió todo el lugar y sus alrededores. Wally entonces se vio corriendo con la ropa mojada y salpicando charcos en el piso. Sus pies se embarraron, sus pulmones se llenaron de aire frío y su visión se nubló. Tanta carga para su delicado cuerpo resultó demasiada, por lo que de pronto cayó, impotente, junto a un árbol solitario a un lado del camino.
El muchacho, más débil que un pedazo de papel, de alguna forma logró reunir las fuerzas suficientes para apoyar sus manos en el pasto mojado. Su tos regresó con ánimos, y le cobró de inmediato todo el esfuerzo que había hecho. Wally tosió y tosió, tan fuerte que le pareció que iba a toser hasta sus vísceras. La lluvia era fría y se colaba por su ropa hasta su piel, pronto comenzó a tiritar de frío.
Sin embargo lo peor estaba por venir, y él lo sabía bien. Oyó aproximarse a Swablugirl, salpicando en el agua. Caminaba tranquilamente, ambos sabían que ya todo se había terminado. Wally supo que iba a morir en ese momento, y maldijo al destino por terminar su vida ahí, en ese frío y solitario camino. Ni siquiera se atrevió a mirar a su ejecutora, solo quiso que terminara rápido con todo.
Mas ella se tomó su tiempo; lo rodeó lentamente, luego dejó caer la cabeza del mazo frente a sus ojos, en el pasto. Wally pudo ver de cerca aquel líquido rojo que manchaba el acero, y no pudo evitar preguntarse a qué parte de su cuerpo sería la primera en ser destrozada.
Swablugirl entonces se agachó frente a él y le tomó el mentón con dos dedos para mirarla. Wally ya no tenía fuerzas para nada, estaba completamente a su merced. Su tos no paraba. Si Swablugirl no lo mataba pronto, sus pulmones lo harían. Wally se vio examinado nuevamente por aquellos ojos azules, imparciales.
Entonces, para su sorpresa, ella le metió algo a la boca. En un instante el sonido del spray junto con el sabor amargo de la medicina en la parte trasera de su lengua lo hicieron reaccionar. Wally respiró la medicina del inhalador que le proporcionaba Swablugirl, y después de unos momentos desagradables, comenzó a respirar con normalidad nuevamente.
Consternado, levantó la mirada hacia Swablugirl. Esta no le quitaba los ojos de encima, muy abiertos.
—¿Tú me ayudaste?— alegó Wally, sin poder creer lo que había ocurrido.
Swablugirl le mostró el inhalador que le había puesto en la boca hace un momento. Wally lo examinó, aunque con tan solo un vistazo confirmó que era el suyo.
—Tú no me perseguías para matarme— comprendió al fin— Pero entonces... ¿Por qué me seguías? ¿Por qué mataste a ese niño? ¿Qué quieres de mí?
Sin embargo ella negó con la cabeza.
—Yo no he matado a nadie, no soy una asesina— reclamó.
Wally advirtió que su voz era levemente apagada, aunque aguda como el de una jovencita. Era extraño oír una voz tan liviana saliendo de una amenazadora máscara como la que llevaba.
—¿Y esa sangre...— Wally apuntó a su martillo.
—El niño al que perseguí tenía unas bayas— explicó ella— Me las arrojó para defenderse. Yo las intercepté todas con mi martillo.
Wally se imaginó al muchacho arrojándole frutas, tan amedrentado como había estado él hasta hace unos momentos. Entonces se imaginó a Swablugirl interceptando todas esas frutas en el aire con tamaña herramienta, y se sorprendió. Para lograr mover algo tan pesado de esa forma, se necesitaba de mucha fuerza. Wally tragó saliva, si bien la muchacha que tenía adelante no parecía querer matarlo, sí era alguien de temer.
—Entones... ¿No me vas a hacer nada?
—Soy una justiciera— explicó ella— Vengo a liberar a tus pokemon.
—¡¿Qué?!— exclamó él— Entonces sí eres una ladrona de pokemon.
—No. Soy una justiciera— le corrigió ella.
—¡Pero si quieres robarme a mis pokemon!— reclamó él.
—No los quiero para mí, ni para nadie. Quiero quitarles sus cadenas y otorgarles libertad.
Wally pensó por un momento. Swablugirl parecía ser alguien razonable, mas no iba a ceder su posición muy fácil. Tenía el poder de matarlo, sin embargo no pensaba hacerlo. Evaluó sus opciones, y decidió tentar a su suerte.
—¿Y si me rehúso?— inquirió él.
Swablugirl lo miró por un momento antes de contestar, como si la hubiera tomado desprevenida. Era de esperar, no muchos debiluchos como él se atreverían a enfrentarla.
—No es algo que puedas decidir tú.
Zafiro alargó su mano hacia una de las pokebolas de Wally, con lo que él insistió.
—¡Por favor, no me los quites! ¡He esperado toda mi vida para convertirme en un entrenador! ¡Tuve que escapar de casa porque mis padres no me dejaban ni ir a jugar afuera con los otros niños! ¡Por favor, no lo hagas!
Swablugirl se detuvo, y lo miró nuevamente. Sus ojos fríos y amenazantes, y al mismo tiempo desprovistos de emoción, o al menos eso parecía a través de la máscara.
—Si tus padres son el problema, entonces captúralos a ellos y sal a jugar con los otros niños— contestó ella, sin inmutarse— Los pokemon no tienen la culpa de tus penas.
Sin admitir más protestas, Zafiro le quitó la primera pokebola a Wally, le desbloqueó el seguro y liberó al pokemon adentro. De la cápsula apareció un ser humanoide, de cabello y torso verdes, y un blanco vestido que cubría sus piernas. En el centro de su pecho se apreciaba una gema rosa, como si fuese su corazón.
Ambos muchachos se quedaron mirando al pokemon mientras este salía de la pokebola. Luego el Gardevoir les devolvió la mirada, serio. Parecía estar al tanto de lo que había ocurrido y de qué debía hacer.
—Eres libre— le espetó Zafiro— Así como tus compañeros, ya no estás encadenado a las órdenes de este...
—Sé qué significa ser libre, señorita— contestó el Gardevoir con una voz suave, aunque masculina— Y concuerdo con usted; soy un pokemon libre.
Zafiro frunció el seño. Esa respuesta serena y meditada no era la reacción que se esperaba de un pokemon librado de su esclavitud. El Gardevoir miró a su entrenador, el cual no le quitaba la mirada. Entonces, con cariño, posó una mano sobre su hombro y con la otra le sujetó el brazo para ayudarlo a ponerse de pie. Wally le obedeció, y se incorporó. Aún tenía frío, la lluvia no había cesado, pero algo parecía haberse calmado en el corazón de los tres presentes.
—Como iba diciendo— continuó el Gardevoir— Soy un pokemon libre. Le agradezco el gesto, señorita justiciera, pero quisiera pedirle que no siguiera atormentando a mi maestro.
Zafiro suspiró.
—Debí haberlo imaginado. Un puto Gardevoir nunca se separa de su entrenador. Lo que sientes no es amor, es mero instinto. A todos los Gardevoir les pasa lo mismo con su entrenador ¿Sabías? Yo podría capturar treinta de los tuyos para que se alimentaran del barro de mis botas por el resto de sus vidas, y aun así me amarían tanto como tú a tu "maestro".
Wally abrió mucho los ojos, sorprendido. Seguidamente miró a su pokemon junto a él, mas este desvió la mirada para encarar a Swablugirl.
—Quizás lo que dices es cierto, señorita justiciera— contestó sin cohibirse— quizás lo que siento es mero instinto, pero entonces no hay nada qué hacer. Amo a mi maestro por sobre todas las cosas, y no dejaré que le hagas más daño. Es mi decisión estar con él, lo quieras o no.
Esta vez fue el turno de Zafiro de sorprenderse. No era la primera vez que se enfrentaba a un pokemon que no quería separarse de su entrenador, en las palabras de Gardevoir residía la sombra de su querido Sumpex, en ese entonces un Marshtomp. Contrariada, examinó al pokemon de Wally por varios segundos.
—¿Tus compañeros también se sienten así?
El Gardevoir se cruzó de brazos, impaciente, sin embargo entendía el punto de Zafiro. Él no era el único con derecho a libertad, por lo que él mismo tomó las pokebolas del cinturón de su entrenador para liberar a los otros pokemon: Delcatty, Magnamite, Swablu y Roselia. Zafiro les preguntó a cada uno, y todos contestaron afirmativamente. Por decisión unánime, Wally conservaba sus pokemon.
Luego de comprender que todos los pokemon preferían a su entrenador que vivir por su cuenta, Zafiro esbozó una pequeña sonrisa, oculta bajo la máscara, y posó una mano sobre la cabeza del muchacho para acariciar su pelo mojado.
—Yo... admito mi derrota, por ahora. Tus pokemon te quieren con ánimo, eso habla muy bien de ti— entonces dejó de acariciarlo para posar un dedo sobre su boca— pero no te confíes. No será la última vez que me veas ¿Cuál es tu nombre, chiquillo?
Le sacó el dedo de la boca para que pudiera hablar. Wally no supo si debía despreciarla o agradecerle, pero al final decidió contestar todo lo que quisiera saber.
—Wally— dijo, a secas.
—Muy bien, Wally— Zafiro se quitó la máscara y le dio la mano— Yo soy Zafiro, la Swablugirl.
—¿Por qué me muestras tu cara?— inquirió Wally, preocupado.
—Porque confío en los sentimientos de los pokemon, y confío a quien ellos elijan por líder. Tú tienes varios ojos mirándote hacia arriba, no los decepciones.
Sin más, Zafiro se puso la máscara y se marchó hacia el bosque. Wally la siguió con la mirada hasta que desapareció, y en ese momento sintió que un gran peso se le despegaba de los hombros. De verdad esperaba no volver a encontrarse con la Swablugirl nunca más.
Pero por otro lado, saber más sobre los sentimientos de sus pokemon le agradaba. Los miró a todos, contento.
—¿Es cierto lo que piensan de mí?— les preguntó.
Todos asintieron, todos sentían lo mismo.
Ese día llovía en la ruta 120, pero en el corazón de Wally y sus pokemon, el sol no podía estar más brillante.
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