Los Tres Reyes


Steven surgió desde la superficie del agua, empapado. Se quitó el filtro de la boca para respirar el aire con sus propios pulmones, y examinó con detenimiento la cueva ante sí. Tal y como había sospechado, la luz de la cueva no se debía a que esta tuviera alguna conexión con la superficie, sino a unas cuantas rocas luminiscentes incrustadas en el cielo.

Wallace apareció detrás de él, regresando a su Relicanth a su pokebola.

—¡Jaja! ¿Qué te dije?— cantó Steven, victorioso.

—De acuerdo, tenías razón. Es solo que me extraña que un lugar tan mítico como este aún siga en pie.

—Vamos, el tiempo apremia.

Ambos comenzaron a caminar a través de la cueva. A medida que avanzaban, advirtieron varias paredes puestas a modo de estanterías. Todas tenían las mismas escrituras en braille que habían visto bajo el agua.

Finalmente llegaron hasta el final, donde se encontraba un texto en el mismo lenguaje, pero más apartado que el resto.

—¿Qué dice?— inquirió Wallace.

—¿Cómo quieres que sepa?

Wallace se descolocó.

—¿No sabes leerlo?

—No.

—¡Pero creí que lo había investigado todo!

—Sin duda he investigado mucho, pero nadie me dijo que iba a tener que aprender braille.

—Oh, no... ¿Y ahora qué haremos?

—Vamos, Wallace. Tú no eres de los que se desaniman tan rápido

—No, pero después de todo lo que hemos pasado para llegar a esta maldita cueva...

—A mí me pareció divertido

—Lo dices porque tú no tuviste que navegar, ni hacer nada.

Steven rió para quitarle importancia.

—Vamos, sabes que te estoy agradecido...— y entonces su cara se iluminó —¡Oh! Ahoa me acuerdo, algo que leí por ahí. Esta cueva no debería acabar aquí. Se supone que hay dos habitaciones, y nosotros solo hemos encontrado una ¿Por qué?

Wallace se quedó pensando, pero su amigo no le dio tiempo. De un salto se echó hacia atrás, y lanzó una pokebola contra la pared.

—¡Aggron, usa Excavar!

De la cápsula apareció un enorme pokemon, de grandes músculos y una armadura natural de acero. El pokemon introdujo sus dedos en la roca como si se tratara de un biscocho, y extrajo unas cuantas toneladas de un solo tirón. Así continuó hasta que en menos de un minuto salió por el otro lado del túnel. Al terminar, Steven lo regresó a su puesto y se lo guardó en el cinturón.

—¿Acaso vi un nuevo collar en tu Aggron?— inquirió Wallace.

—¿Te fijaste? Se lo di como premio.

—Ja. Conscientes demasiado a tus pokemon.

—Sí, bueno. Después de todo, son los pokemon más fuertes de Hoenn. Se merecen un regalo de cuándo en cuándo.

Wallace omitió el comentario de que los pokemon de roca eran débiles contra los de agua. Era un dato demasiado obvio, y que al fin y al cabo Steven había probado irrelevante tras varios enfrentamientos entre los dos.

Llegaron a una sala distinta. Era de más o menos el mismo tamaño y presentaba la misma iluminación que la anterior, pero no había pasillos de roca con textos en braille. Solo una sola inscripción al final, nada más. Steven y Wallace se pararon frente a ella y la examinaron con detenimiento. Pero por más que la miraran, no cambiarían el hecho de que era un simple pedazo de roca con puntos hundidos y otros sobresalientes. Wallace comenzó a pensar que en ese momento ya no podrían avanzar, pero entonces Steven sacó una nota de su bolsillo.

—Esto es. Es el mismo escrito que decía en el libro.

Sin esperar más, se la mostró a Wallace para que comparara ambos textos. Uno sobre el papel y el otro sobre la roca. Idénticos.

—¿Y eso qué significa?

—Que llegó la hora de usar a tu Wailord y a tu Relicanth

—Ah, entonces por eso insististe tanto en que los trajera.

Inmediatamente Wallace sacó a sus pokemon, sin extraerlos de las pokebolas, y se los dio a su amigo. Este los miró un rato antes de comenzar.

—A ver, el orden es la clave. Primero el Wailord.

Steven, sin saber muy bien lo que estaba haciendo, contrapuso la pokebola en la que se encontraba el Wailord contra la pared. De pronto, para la sorpresa de ambos hombres, la pared se lo tragó.

Fue un instante, tan rápido que apenas lo alcanzaron a ver. Literalmente surgieron dedos o labios del centro del texto en braille, rodearon la pokebola, se la tragaron y se cerraron sin dejar huella. Steven se vio de un momento a otro sin nada en la mano.

—¡¿Pero qué...?! ¡Mi Wailord!— exclamó Wallace— ¡¿Qué le hiciste a mi Wailord?!

Steven lo detuvo con un gesto de la mano.

—No hemos terminado todavía.

—No vas a matar a mi Relicanth también ¿O sí?

Steven le lanzó una mirada puntiaguda a Wallace.

—Te prometí a uno de los tres reyes si me ayudabas ¿O no? ¿Qué son un par de pokemon comunes frente a un rey?

Wallace se encogió de hombros. Ruby se habría indignado con tal atrocidad, pero para una persona común y corriente, y mucho más para un entrenador de élite como Wallace, no había forma de perderse. Tenía unos cuantos Wailords más, y podía capturar un Relicanth cuando se le diera la gana.

—Okey, pero más te vale que uno de esos reyes sea de tipo agua.

Steven sonrió, y a continuación contrapuso la pokebola del Relicanth en el mismo lugar en donde había dejado al Wailord. Nuevamente, la tierra se abrió para llevarse al pokemon.

Después de eso esperaron un momento. No mucho, solo bastó un minuto para que la tierra comenzara a temblar con vehemencia. Las continuas sacudidas los botaron al suelo y los dejaron ahí por un rato.

Entonces un estruendo tan profundo como el mismo mar los atacó por todas las direcciones, hasta que todo acabó cinco segundos después.

Steven y Wallace se pusieron de pie, consternados.

—¿Oíste eso?— inquirió Wallace

—Sí. Se oyó como si una puerta se hubiera abierto en algún lugar lejano.

—¿Eso crees?

—¿Y qué te pareció a ti?

Wallace se encogió de hombros. No había podido distinguir el estruendo.

—Mejor vámonos de aquí— apremió el campeón— Comienza la cacería de reyes.

—/—/—/—/—/—

—Quizás deba cambiar mi estilo. Debería darle una oportunidad a la gente. Sí, eso sería más amable de mi parte— se dijo Ruby, a medida que se aproximaba al hombre en el desierto.

Las ráfagas de viento soplaban tan fuerte que a ratos le asustaba salir volando para nunca más tocar tierra con vida. No cabía duda, ese duro lugar era ideal para forjar templanza.

Lo que no había previsto era que un solo par de antiparras no serviría para un grupo de siete individuos, por lo cual había tenido que guardar a sus pokemon en sus pokebolas.

Tampoco había previsto que hubiera más gente entrenando ahí ¿O acaso habían ido a otra cosa?

En esto pensaba cuando se plantó frente al montañero, el cual lo miró extrañado.

—Hola, niño ¿Tú también viniste por los rumores?— le preguntó el hombre.

—¿Qué rumores?— inquirió Ruby.

—Los rumores de la Torre, la Torre Espejismo— explicó el montañero como si fuera lo más obvio del mundo— No me digas que nunca has oído hablar de la Torre Espejismo.

—Creo que algo he escuchado. Pero no mucho más que el nombre ¿Me imagino que tiene algo especial?

—Nadie lo sabe— se encogió de hombros— Dicen que aparece ante las personas que se pierden en el desierto, como un espejismo. De ahí su nombre.

—Vaya, suena entretenido... Y dime ¿Sabes si puedo entrenar en esa torre?

—¿Entrenar? Ah, ya veo. Eres un entrenador pokemon. Pues en ese caso...— el montañero sacó unas cuantas pokebolas con una sola mano y se las mostró— ¿Te interesa una batalla pokemon? Mis mascotas necesitan algo de ejercicio.

El ojo derecho de Ruby tembló por menos de un segundo al oír "mascotas", pero entre las antiparras y la tormenta de arena, no se notó.

—No, gracias. No participo en batallas pokemon.

—Oh, vamos ¿No conoces el dicho? Si miras a un entrenador a los ojos, debes batallar con él.

—Ah, sí. He oído algo por el estilo, pero no creo que quieras tener una batalla contra mí.

—Eso me suena a reto. Te demostraré de lo que soy capaz, ya lo verás.

—¿En serio?

Ruby sonrió de alivio. Se sentía aliviado de que el montañero le diera una excusa para darle su merecido. Evitar peleas con gente desagradable siempre le dejaba un mal sabor de boca.

Sin darle tiempo a prepararse, el muchacho extrajo su cuchillo y se lo enterró en el hombro. El montañero gritó, alarmado, pero entonces el muchacho saltó sobre él para darle una ráfaga de combos, hasta que ambos cayeron. Lo había noqueado sin darse cuenta.

—¡Knock Out!— gritó Cloudy desde su pokebola

—Waw...— musitó Fiercy— Rayos, eres una bomba.

Sin perder tiempo, tomó las pokebolas del montañero y liberó a sus pokemon, los cuales huyeron confundidos y aterrados.

Seguidamente el muchacho buscó en la mochila del hombre. Encontró poco dinero, pero sí cosas útiles, como otro par de antiparras y un poco de agua y carne seca.

Luego liberó a Smoky y a Kitten, y les pasó las antiparras para que pudieran sobrellevar la arena. Para su sorpresa, Smoky se tomó la molestia de vendar el hombro del montañero y cubrir su cara con su sobrero, para que el sol no le afectara mucho mientras dormía.

—¿Está bien que tomes la carne?— inquirió Smoky, luego de tratar al hombre.

—Por supuesto— contestó Kitten, junto a él.

—Cuando sea campeón, pienso prohibir la carne como alimento— explicó Ruby— Pero ahora mismo no podemos dejar que los restos de un pokemon se desperdicien. Significaría que su muerte ha sido en vano, que sufrió por nada. No es que quiera, sino que es nuestro deber comernos su carne.

Smoky asintió, un poco triste, un poco asqueado, pero al fin y al cabo Ruby tenía razón.

—¿Cómo sienten la arena en su piel?— les preguntó su entrenador

—Duele un poco— admitió el Combusken— ¿Cómo has soportado tres horas caminando así?

—Para eso vinimos ¿O no?

—¿Y cuándo me va a tocar a mí?— alegó Fiercy desde su pokebola

—¡Sí! Hace horas que no siento el contacto de tu piel, Ruby— secundó Brainy.

—Tranquilas, todos tendrán su turno— entonces se dirigió a Smoky y Kitten— Aunque esto es un entrenamiento, no se sobreexijan ¿Okey? Si sienten que ya no pueden soportar la arena, los puedo regresar a sus pokebolas.

Ambos asintieron, no muy convencidos. Les gustaba que Ruby se preocupara por ellos, pero su orgullo no les iba a dejar quejarse ni una vez hasta desfallecer.

—Muy bien, todos— Ruby apuntó con un dedo hacia el cielo— En busca de esa famosa Torre de los Espejos

—Torre Espejismo— lo corrigió Kitten

—Lo que sea.

Al principio pensaron en adentrarse en el desierto y de ahí buscar una cueva o refugio de la tormenta de arena incesante, donde pudieran ir a descansar después de un largo día de entrenar. Sin embargo, después de ver al montañero pasar, se les ocurrió una idea distinta. En vez de entrenar entre ellos mismos, como siempre hacían, podían ir en busca de otros entrenadores que se encontraran por la zona. Ruby decía que combatir con nuevas personas y tener nuevas experiencias era una forma excelente de subir de nivel, por lo que priorizaron eso.

Más temprano de lo que esperaban, se encontraron con otra entrenadora. Parecía una niña scout, con un uniforme verde y medallas.

—¡Oye, te desafío a una...

—No— la interrumpió Ruby.

—¿Qué? ¡Pero si no he terminado!

—De todas formas no. Eres muy joven.

—¡Tú no pareces mucho más grande que yo!

—¿Cuántos años tienes?

—Catorce

—Eres una pendeja. No me hagas hacerte daño.

—¡Eso es grosero! Ahora tengo que pelear contigo por mi honor.

La muchacha sacó de su pokebola a un Sandshrew, el cual se plantó frente a Ruby en posición de batalla.

—A ver. Creo que con un golpe debería bastar— musitó el muchacho.

Antes de darle tiempo a la niña de dar cualquier orden, Ruby echó a correr. Esquivó al Sandrhrew, se acercó a ella y le mandó una patada en el punto preciso debajo de las costillas. La niña voló por los aires un par de metros antes de caer, y ahí se quedó un buen rato, sin poder respirar. Luego Ruby se giró hacia el pokemon, y con su sola mirada aterradora le advirtió que se alejara para nunca volver.

Cuando el Sandshrew se alejó lo suficiente, el muchacho comenzó a hurgar en la mochila de la niña, aunque no logró encontrar antiparras adicionales. Pensó en quitarle las que tenía, pero se deshizo de la idea rápidamente. Una niña sola en medio del desierto no podría encontrar refugio si no podía ver hacia dónde iba. Quitarle las únicas antiparras que tenía significaría otorgarle una muerte lenta y dolorosa.

En vez de eso se agachó junto a ella para dedicarle unas cuantas palabras. Le tiró el pelo para que levantara la cabeza y lo mirara a los ojos.

—Cuida a tu pokemon. Trátalo como tu amigo y como tu igual, o tendré que venir de nuevo, y la próxima vez no seré tan bondadoso.

Sin más la dejó. Ella no pudo contestar nada, pues los músculos de su tórax se encontraban paralizados y no le dejaban inhalar.

—/—/—/—/—/—

Caminaron y caminaron, empujados a un lado y a otro por los fuertes vientos. A cada paso, Ruby pensaba más y más que había sido una mala idea no buscar una brújula en alguna tienda antes de entrar en el desierto.

Al menos eso pensó hasta que vio unas tiendas a lo lejos.

—¿Qué es eso?— inquirió Smoky

—Gente— contestó Ruby— Ese puede ser nuestro refugio ¿Qué dicen, niños?

—No me gusta— alegó Smoky— Si hay gente ahí, tendríamos que expulsarlas para usar el refugio.

—Pues sí. Más o menos.

—¡Vamos, no te contentas con nada!— alegó Fiercy, desde su pokebola

—Tu punto es bastante válido, Smoky— admitió Kitten— pero me extraña que ahora te empieces a quejar de hacerle daño a la gente. Eso es prácticamente lo que hemos estado haciendo desde que yo me uní al grupo, y me imagino que desde antes.

—¡Sí, eso!— reclamó Cloudy— ¡Aplastar!

—Es que...— pateó la arena bajo sus pies— Estuve pensando con lo que ocurrió en el gimnasio de Lavacalda. Si nosotros somos los héroes del nuevo mundo, los mensajeros de la justicia, no deberíamos usar métodos tan extremos para lograr nuestra causa.

Smoky miró a Ruby, buscando signos de desaprobación. Mas este comprendió totalmente lo que su compañero reclamaba.

—El fin no justifica los medios. Sí, tienes razón. Sin embargo debes saber que nunca he matado a nadie que, según mi criterio, no debiera morir. Aun así, si crees que estoy siendo muy cruel o que mis actos no están debidamente justificados, házmelo saber— posó una mano en su hombro— Confío en ti, y sé que puedo equivocarme. No tengas miedo de detenerme cuando lo veas necesario... eso va para todos ustedes.

Smoky le agradeció asintiendo con una sonrisa. Kitten y los demás golpearon su palma con su puño sin más.

—Entonces vamos a ese campamento y... preguntaremos si han visto alguna cueva o algo por el estilo en donde podamos refugiarnos— anunció Ruby.

—¡Sí!— contestaron sus amigos.

—/—/—/—/—/—

Al llegar al campamento, el muchacho gritó al aire para anunciarse.

—¿Hola?— dejó oír su voz. Así nadie se asustaría ni pensaría que era un bandido.

Pronto, de una de las carpas apareció un hombre de mediana edad, con un sombrero de ala ancha y un atuendo de erudito en terreno. Ruby se le acercó para hablar, pero inmediatamente el hombre lo arrastró hacia adentro de la carpa. Ahí la tormenta de arena se oía como algo lejano, inalcanzable.

—¿Estás bien, chico? ¿Cómo es que estabas ahí solo con tus pokemon, en medio de la tormenta de arena?— alegó el hombre.

—Es parte de nuestro entrenamiento.

—¿Nuestro entrenamiento?— repitió el hombre, un tanto consternado— ¿Hay más contigo?

—Ellos— Ruby apuntó a sus pokemon con la cabeza, los cuales asintieron a modo de saludo.

—Ah... claro— el hombre se ajustó los lentes. Luego hizo un gesto con las manos para dar a entender que requería más información— ¿Estás bien? ¿Necesitas algo? Tengo muchas provisiones. Si estás lastimado o enfermo...

—Estoy bien, muchas gracias— contestó con una sonrisa agradecida— Por favor, solo quería preguntarle si sabía sobre el paradero de alguna cueva cercana o algo parecido. Me gustaría tener un lugar para refugiarme de la arena.

—¡Jaja! Ya veo, solo un muchacho preguntando indicaciones.

Seguidamente lo invitó a sentarse. Su tienda estaba llena de máquinas que medían quién sabe qué cosas, y también contaba con un escritorio de aluminio que podía desarmarse. Sobre este se encontraban varios papeles, planos y escuadras. Claramente era un campamento científico.

—Pues sé sobre una cueva. Es precisamente la cueva que estamos buscando con mis amigos— aclaró el hombre.

A continuación invitó al chico a sentarse junto a él, en un par de sillas. Smoky y Kitten esperaron de pie, consientes de que llevar ropa y antiparras ya era un lujo ostentoso para un pokemon. Ruby también buscó con la mirada por más asientos, en vano. La situación parecía un tanto incómoda, pero no iba a armar un revuelo por un detalle como ese. No después de lo que habían acordado con Smoky.

—Mira—continuó— se supone que es información confidencial, pero qué rayos. No le hará daño a la gente saber ¿Tú conoces la leyenda de los tres reyes?

—¿Los tres reyes?— repitió esta vez Ruby— Nop. Nunca había oído hablar de eso.

—No me extraña, no es una leyenda muy famosa. Dicen que en tiempos antiguos, muy antiguos para tener registros, existía un poderoso rey con una fuerza tremenda, tan grande como para mover continentes. Este rey, con sus propias manos, creó a tres hijos desde la tierra. Luego, estos hijos usaron el poder de los minerales para guiar al ser humano con su conocimiento. Una vez dejaron a la gente encaminada, se retiraron a descansar. Desde entonces duermen cada uno en una cueva distinta, esperando el momento en que sean necesitados nuevamente.

Se formó una pausa respetuosa cuando terminó.

—Vaya— fue todo lo que pudo decir Ruby— Tres reyes místicos. Suena increíble.

—Lo sé ¿No te emociona?— el chico se fijó en la pasión del hombre por su trabajo, y tuvo que darle mérito por ello— Y estamos aquí hoy en día porque tras años de investigaciones, por fin hemos dado con la pista de uno de esos reyes.

—¿O sea que se encuentra aquí, en el desierto?— saltó Ruby.

—Eso espero, chico... ¡Oh, pero mira mis modales! Lo siento, tú querías indicaciones y yo te aburro con mis historias.

—Jaja. Está bien. Me agrada escuchar una buena leyenda de vez en cuando.

—Mira, yo no conozco muy bien el lugar, me dedico a estudiar manuscritos antiguos y esas cosas. Pero conozco de alguien que sí podría indicarte por dónde ir. Sígueme.

Sin esperar más, Ruby y sus pokemon salieron de la tienda junto con el científico. Se fijaron en que todas las tiendas eran altas, y habían varias de ellas. Quien quiera que quisiera encontrar al famoso rey, tenía mucho dinero y recursos a su favor.

Pronto llegaron a otra carpa, parecida a la del científico, pero con decoraciones distintas. Lo primero que vio Ruby fue un hombre trabajando en un escritorio, de espaldas a él. Luego desvió la mirada hacia unos percheros en las esquinas, donde se encontraban colgadas pieles de Sandshrew y pedazos de cadáveres de otros pokemon que no reconocía. Poco a poco, sintió la tensión en sus músculos, la aceleración de sus latidos y el incremento de la necesidad de aire en sus pulmones.

—Hola ¿Tienes un momento?— inquirió el científico con toda confianza.

El hombre, musculoso y de cabeza afeitada, se giró para ver a sus visitantes. Tenía las manos ensangrentadas, por lo que no se las tendió para estrecharlas. Entonces el chico pudo ver que lo que tenía en el escritorio era una un pokemon naranjo con una gran mandíbula y pequeñas extremidades. Estaba muerto, el hombre trabajaba intentando quitarle la mandíbula, recortándola de la piel.

—Claro— dijo el hombre con toda alegría, tras escuchar la petición de su compañero— ¿Quieres saber dónde está la cueva, chiquillo? Mira, tienes que...

—Ya no será necesario— lo interrumpió Ruby.

Los dos hombres lo miraron extrañados ¿Quería saber o no quería saber? Ruby quizás necesitara esa información, pero la rabia dentro de él lo presionaba de tal forma que le era imposible simplemente quedarse parado y sonreír. Pero antes de hacer nada, miró a Smoky para buscar su aprobación. Sintió un poco de felicidad al verlo tan enrabiado como él, pero no dio rienda suelta a su ira inmediatamente. Él tenía que dar el ejemplo, tenía que ser noble y cortés, incluso con sus enemigos.

—Mi nombre es Ruby, el pirómano. Soy el líder de Pokemon Gijinka.

—¿Quién era Ruby el...— iba a preguntar el calvo, cuando el científico lo interrumpió.

—¿El terrorista?— aventuró, con un leve temblor en la voz— ¿Por qué nos dices quién eres?... ¿Qué quieres de nosotros?

Inmediatamente el calvo sacó un cuchillo de su chaqueta y se puso de pie, pero Ruby no parecía muy dispuesto a luchar.

—Vaya ¿La gente común ni siquiera sabe por qué lucho? Tendré que arreglar eso. Escúchenme bien. Les daré una oportunidad para...

Pero entonces el calvo se abalanzó sobre Ruby, y antes de que cualquiera pudiera hacer nada, lo arrastró hacia afuera y lo agarró por detrás para que no escapara.

—¡OIGAN TODOS!— les gritó a sus compañeros— ¡SALGAN TODOS! ¡TENGO AL TERRORISTA! ¡ATRAPÉ AL TERRORISTA!

—Suéltame, maníaco. Te iba a dar una oportunidad de huir— alegó Ruby, intentando desasirse, pero el hombre no lo oyó con sus propios gritos.

—¡SALGAN TODOS! ¡EL TERRORISTA ESTÁ JUSTO AQUÍ, RÁPIDO!

Los demás científicos e investigadores comenzaron a salir, unos de ellos ya armados, gracias a las palabras del calvo. En total aparecieron no menos de veinte, y se acercaron justo para ver cómo Kitten se arrojaba sobre el cuello del calvo para rajarlo con sus garras.

—¡Niños, ataquen!— gritó Ruby.

En ese momento los pokemon que quedaban salieron de sus pokebolas para atacar a sus enemigos. Smoky salió de la carpa junto con el científico, y cuando se dio cuenta de lo que ocurría, le dio un codazo en la nariz para inmovilizarlo y huir hacia donde se encontraban sus amigos. Los investigadores y los pocos guardaespaldas que iban con ellos sacaron a sus pokemon para pelear, mayormente pokemon de ese mismo desierto. Ruby sacó su cuchillo, corrió hacia uno de los científicos que intentaba atacar a Birdy por la espalda, saltó sobre él y de pronto un estruendo lo botó al suelo, junto con todo el resto.

—¡RUUUUUUUUUUUUUUUUUUUBYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY!— se oyó a alguien gritar con la potencia de un volcán en erupción, a lo lejos. No se podía ver desde donde estaban, pues las altas carpas les tapaban la vista.

Smoky se puso de pie, consternado. A pesar de que lo había visto por poco tiempo, reconocía esa voz con facilidad. Inmediatamente se giró hacia su entrenador, el cual le lanzó la misma mirada de terror.

No había duda, tenían que irse de ahí. Rápido.

Todos sus pokemon dejaron de hacer lo que estaban haciendo, y se deslizaron entre la gente hacia Ruby, el cual los devolvió a todos a sus pokebolas y echó a correr a toda marcha en la otra dirección ¿Cómo lo había encontrado?

Los investigadores solo vieron al terrorista en retirada como un cobarde, por lo que supusieron inmediatamente que ellos habían sido los héroes que habían logrado repelerlo. A pesar de sus compañeros perdidos, se aliviaron de no haber muerto ellos. Al menos por un momento, hasta que una cadena de explosiones desde el otro lado les obligó a desviar su atención.

Desde el fuego que se esparcía por las carpas, surgió un pokemon con varias cicatrices en el cuerpo. Habría pasado por un muchacho humano, de no ser por sus orejas peludas sobre su cabeza y la capa de llamas que se expelía de su espalda.

—¡¿Quién te crees que eres, imbécil?!— le gritó uno de los investigadores, embrutecido por la adrenalina del combate.

Sunny lo miró con curiosidad, preguntándose si valía la pena molestarse en matarlo. Al final llegó a la conclusión de que sus actos no debían depender de lo que a él le diera la gana, sino a lo que él entendía por justicia. Por eso se disparó hacia el tipo, le dio un combo en la cara, y todo el aire detrás del hombre en un radio de cinco metros explotó al instante.

Luego Sunny se paró a buscar a Ruby con la mirada. Lo había olido en el aire, había oído el murmullo de su voz. Sabía que estaba cerca ¿Pero dónde?

Hasta que, no mucho después, encontró un punto a la distancia alejándose con un esfuerzo lamentable y, por supuesto, en vano. Sunny sonrió al ver que alrededor de Ruby no había paredes, no había casas ni subterráneos, ni calles ni gente. No había nada, se encontraba en medio de un desierto en donde nadie ni nada podría salvarlo de recibir la justicia que se merecía ¿Cómo era el dicho? Puedes correr, pero no esconderte.

—/—/—/—/—/—

Ruby oyó una última explosión a lo lejos, justo detrás de él. Se atrevió a mirar hacia atrás, y lo encontró corriendo hacia él, a toda marcha. Miró en todas direcciones, no había lugar para esconderse. Realmente lo había tomado por sorpresa.

¿Y si usaba a Birdy para huir?

No. Eso pondría en grave peligro a Birdy. Sunny tendría alrededor de un 40% de posibilidades de saltar y alcanzarlo de un golpe, y no iba a arriesgar a nadie de esa forma.

Pero no había más posibilidades. Miró nuevamente en otras direcciones. No había otra salida, simplemente no había. Se detuvo, desesperado.

—Ruby— lo llamó Brainy, a la vez que todos salían de sus pokebolas— Huye, nosotros lo detendremos.

—No les dejaré hacer eso.

—Birdy— lo llamó Smoky— Llévate a Ruby como la última vez. Nos vemos en pueblo Lavacalda.

Kitten apuntó a Ruby con una pokebola, tal y como habían hecho en el Monte Cenizo, sin embargo él lo vio venir, y le pateó la mano para impedirlo.

—¡Pero Ruby!— alegó ella.

Birdy saltó sobre él y lo agarró de los hombros para intentar levantar vuelo, sin embargo el muchacho lo mandó al suelo de un tirón.

—¡No hay tiempo, debes irte!— le gritó Smoky

—¡No los dejaré solos!

Entonces, de la nada, el viento dejó de soplar con tanta fuerza sobre sus cabezas, y la temperatura descendió varios grados. Todos los pokemon miraron hacia arriba, detrás de la espalda del chico, con lo que este se giró también para mirar. Una altísima torre hecha de arena se alzaba majestuosa.

—Pero si hace un segundo no estaba aquí— pensó Ruby.

Pero no había tiempo para el por qué, el dónde, el cuándo ni el cómo. Ruby agarró a Birdy y a Fiercy, que se encontraban en el suelo, y los cargó a toda prisa junto con el resto de su grupo hacia la entrada a la torre.

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