Escapando de los Dragones
Dracón extrajo una pokebola de su cinturón y la arrojó al suelo, liberando a un pokemon de escamas azules y orejas membranosas.
—Kingdra, encárgate de este salvaje y tráeme a la pokemon roja— le ordenó el marinero.
Sunny frunció el seño. Latias lo miró, preocupada. No conocía todas las especies de pokemon habidas y por haber, pero sabía lo suficiente para reconocer a ese Kingdra como un pokemon de agua y a Sunny como un pokemon de fuego, y hasta una salvaje como ella sabía que el tipo Agua era fuerte contra el tipo Fuego.
—Tengo que ayudarlo— pensó.
Su ala estaba rota, pero de todas formas podía atacarlos desde la distancia. Eso pensó, hasta que Sunny se plantó frente a ella, tapando su vista del enemigo.
—No dejaré que te lleves a nada ni a nadie, maldito anciano.
Y para darle énfasis a sus palabras, el Typhlosion adoptó una posición de combate bastante rústica, con sus puños muy lejos de su cara, sus piernas muy juntas y tiesas como para partir rápidamente hacia cualquier lado, y sus ojos fijos en los ojos de su rival en vez de sus manos o sus pies. Dracón no pudo soportarlo más.
—¡Usa Surf y termina con esto de una vez por todas!— exclamó el marinero.
El Kingdra inspiró hondo para luego apuntar hacia Sunny y arrojarle una enorme cantidad de agua, tan grande como una ola de dos pisos con una potencia amenazante. Dracón sonrió, orgulloso del poder de sus pokemon, sin embargo grande fue su sorpresa cuando vio que la ola, en vez de estrellarse fuertemente contra el pokemon de fuego y Latias, se convirtió en una explosión de vapor en lo que dura un parpadeo. De pronto había surgido una nube enorme y tremendamente densa, tanto que no se podía ver a través de ella.
—¿Pero qué...— bramó Dracón.
Súbitamente, desde la nube surgió un cuerpo a toda velocidad, directamente hacia ellos. Fue tan rápido que apenas lograron seguirlo con la mirada. Sin dejarlo reaccionar, Sunny golpeó al Kingdra con tanta fuerza que lo disparó contra un árbol, le rompió el tronco en el vuelo y continuó más allá, hasta perderse en la penumbra. Dracón observó atónito a Sunny, parado frente a sí, su puño aún liberando chispas como estelas del movimiento efectuado. Supo que no podía darse el lujo de jugar con él.
Instantáneamente saltó hacia atrás, liberando al mismo tiempo al resto de sus pokemon. De sus pokebolas aparecieron una Altaria, un Flygon y un Salamance, todos dispuestos a defender a su entrenador con garras y dientes.
—¡Liquídenlo!— exclamó Dracón.
Los tres dragones no se hicieron de rogar, simplemente volaron directamente hacia Sunny al mismo tiempo y lo atacaron por distintos flancos, el Salamance con una potente Garra Dragón, mientras que la Altaria y el Flygon por ambos lados con Dragoaliento. Sunny no logró evitar las llamaradas azules, sin embargo bloqueó las garras del Salamance, y para su sorpresa, contraatacó con un poderoso combo a la mandíbula que arrojó al pokemon alado varios metros por el aire.
Seguidamente se giró hacia la Altaria, la cual se asustó de tener su atención, pero luego se sacudió el miedo y comenzó a correr hacia él. Sunny hizo lo mismo, preparando carga eléctrica en su mano derecha para atacarla. Ella saltó en el aire para impactarlo con un Golpe aéreo, sin embargo él hizo lo mismo que con el Salamance: Bloqueó su golpe al último momento con sus antebrazos, y a continuación la contraatacó con un poderoso combo que la mandó contra las copas de los árboles, varios metros más atrás.
De pronto, sin poder preverlo, la tierra bajo sus pies fue destrozada. Las piernas de Sunny fueron atrapadas por grietas que surgieron de las capas, y luego aplastadas con bastante fuerza. El Typhlosion gritó de dolor antes de lograr salir del agujero. Entonces miró hacia atrás, donde se encontraba el Flygon preparándose para realizar otro Terremoto con sus poderes de tierra.
—¡Te mataré!— rugió Sunny.
Tuvo la intención de apresurarse hacia él para lastimarlo como no se imaginaba, pero las piernas no le contestaron de inmediato, debilitadas por el ataque. Entonces Sunny calculó que no lograría llegar hasta su rival antes que este realizara otro ataque, lo cual lo pondría en desventaja. Por un instante todos los músculos de su cuerpo se endurecieron, atónito ante la posibilidad de ser derrotado, sin embargo en ese momento una llamarada azul surgió desde la sombra de un árbol hacia el Flygon, detrás de él, envolviéndolo en fuego.
Cuando se dio cuenta de lo que ocurría, el Flygon se arrojó al suelo para revolcarse, mientras gritaba de dolor. Sunny entonces advirtió a Latias en la sombra del árbol, mirándolo con complicidad.
Sin embargo no había tiempo de retomar el aliento. Sunny se giró hacia Dracón, mas al hacerlo advirtió que el resto de sus pokemon; la Altaria, el Kingdra y el Salamance, se habían recuperado y habían vuelto para proteger a su entrenador.
Sunny apretó los dientes y los puños. Luego se puso de pie, listo para golpear a quien tuviera que ser para llegar a ese pirata y quitarle la última pokebola que llevaba consigo, pero entonces oyó una voz en su mente.
—Soy yo— escuchó la voz de Latias, no desde el árbol bajo el cual la había visto.
La escuchaba tan claro como si se encontrara dentro de su cabeza. Quiso voltearse a mirarla, pero ella lo detuvo.
—¡No mires hacia acá!— le rogó.
Sunny alcanzó a girar su cabeza unos cinco grados antes de regresarla a su posición original. Los dragones del pirata del alto mando comenzaron a caminar, lentamente. Uno por la derecha, otro por la izquierda, incluso el Flygon parecía querer pararse a seguir peleando.
—Tengo un plan, necesito que los distraigas por un rato— le reveló ella.
—Entretenerlos, entendido... espera ¿De qué hablas?
Pero Latias no le contestó, ni Sunny podía girarse a verla. En ese momento decidió depositar toda su confianza en ella y esperar que su plan fuera de pucha madre. Los pokemon de Dracón atacaron, y él, orgulloso, se defendió de los cuatro a la vez.
Mientras tanto, Latias se volvió invisible apenas advertir que Dracón le quitaba la vista de encima. Luego se hundió en los árboles y arbustos que tenía detrás y rodeó el claro con extremo sigilo, como solo los de su especie podían hacerlo.
Mientras caminaba lo más rápido que podía sin hacer ruido, examinaba la pelea en el claro del bosque. Sunny esquivaba varios de los ataques de sus enemigos, e incluso les devolvía algunos con el doble de fuerza, pero a pesar de su resistencia al dolor y su agilidad para esquivar golpes, no parecía que podría durar por varios minutos contra cuatro a la vez.
Pronto Latias se encontró justo detrás de Dracón, el cual estaba demasiado concentrado en la pelea para prestarle atención. Ladraba órdenes y despotricaba palabrotas contra Sunny, con una voz potente, acostumbrada a hacerse oír de una punta del barco a la otra incluso en la peor de las tormentas.
Latias se acercó en silencio, cuidando el ruido que producían sus pies al pisar el pasto. Aunque fuera invisible, aquel viejo capitán era extremadamente peligroso, y no le habría extrañado si de pronto se volteaba y la atrapaba con sus curtidas manos.
Pensando en esto y en todos los horrores que acontecerían si fallaba, Latias examinó la cintura del anciano para asegurarse de atacar al lugar correcto. Tal y como sospechaba, ahí se encontraba la última pokebola, su hermano. Sin perder más tiempo, estiró su mano invisible hacia el cinturón de Dracón, sujetó la pokebola y la tiró, sin embargo no logró sacarla, estaba encadenada al cinturón. Dracón no pensaba liberar a Latios hasta que pudiera entrenarlo y lavarle el cerebro en sus propios aposentos.
Latias se asustó, por un momento pensó que Dracón se habría dado cuenta de su presencia al sentir el tironeo, pero al mirar hacia arriba solo encontró su nuca pensativa. Tragó saliva, solo quería que se terminara.
—¡El seguro!— exclamó una voz en su cabeza, que ella reconoció de inmediato.
—¿Qué?— preguntó ella.
—Debes quitar el seguro de mi pokebola. Así podré salir sin problemas.
Latias vio un pequeño botón en el centro de la Ultraball, donde la zona negra y la blanca se unían. Decidida, lo oprimió con fuerza, sin importarle si Dracón se daba cuenta de ella. Entonces la pokebola se abrió, dejando escapar a una figura azul que salió disparada en el aire. Al mismo tiempo, el marinero se volteó, asombrado, y su mirada se cruzó con la de Latias.
—¡¿Pero qué... ¡¿Tú?!— exclamó, atónito.
Mantuvo su mirada con la de Latias por largos segundos, hasta que ella se dio cuenta del peligro en el que se encontraba. Aterrada, intentó saltar hacia un lado, pero entonces él la agarró de los brazos y la izo hacia sí.
—¡¿Qué has hecho, maldita desgraciada?!— le gritó con fuerza, mientras la zamarreaba— ¡Tú, miserable ladrona! ¡Te abriré el estómago en dos y te arrojaré a las aguas infestadas de Sharpedos, put...
Pero en ese momento su cabeza se sacudió violentamente. Dracón pegó un grito de dolor, al mismo tiempo que se llevó las manos a la frente. Latias, viéndose libre, se alejó de él a toda velocidad. Estaba tan asustada que no vio por donde iba, y luego de un par de pasos chocó contra algo duro. Latias cayó al suelo, hiperventilada. Miró hacia arriba, y se encontró al Flygon de Dracón, el cual la examinaba con hostilidad. Latias no supo cómo reaccionar, vio cómo el pokemon comenzaba a preparar llamas azules desde su boca y pensó que estaba perdida. Sin embargo, en ese momento el Flygon fue impactado por otro pokemon con tanta fuerza que fue disparado contra los árboles.
Entonces Latias se fijó en Sunny, quien había empujado al Flygon con su hombro. A la luz de la luna pudo ver los raspones, los cortes y las heridas que se había hecho en la pelea, y por un momento sintió pena, mas este, ignorando todo, la miró y le extendió una mano.
Latias la tomó sin pensarlo dos veces, pero en ese instante el mundo pareció detenerse. Se vio a sí misma aceptando la mano de un pokemon extraño, que apenas conocía, mas en su cabeza no decía "sácame de aquí" con la desesperación del momento, sino que deseaba algo mucho más duradero. Se sorprendió a sí misma deseando secretamente que esa mano le fuera ofrecida una vez más. Sin racionalizar ni planificar, solo ver esa mano esperándola nuevamente.
Y apenas sujetar su mano, Sunny la agarró con fuerza y la tiró de la muñeca para levantarla del suelo como una muñeca de trapo.
—Tenemos que irnos ahora— indicó él.
Latias apenas logró poner una cara de confusión, aún atontada por todo lo que había ocurrido, cuando Sunny se agachó y se la echó al hombro como un costal de papas.
—Espera ¡Espera! ¡¿Qué haces?!— exclamó ella.
—Tu ala está rota— contestó, como si fuera lo más normal del mundo.
Sin darle tiempo para protestar más, Sunny partió como una bala de cañón y se perdió rápido entre los árboles. Latias alcanzó a ver una llamarada azul intentando alcanzarlos desde un costado, y también oyó la voz de Dracón despotricando órdenes a diestra y siniestra. Pero todo eso se apagó rápidamente, a medida que Sunny avanzaba por el bosque. Pronto no se oyó más que le sonido de su respiración, sus fuertes pisadas en la tierra y el murmullo del viento al que ella estaba tan acostumbrada. Ya se habían perdido en la oscuridad.
Latias se concentró, preocupada, y desplazó su mente hacia donde ya estaba tan acostumbrada a ir. Vio copas de árboles muy por debajo, el cielo sobre ella y el mar por un lado. El suelo se encontraba muy por debajo, muy distante.
—"Estoy bien"— le dijo la voz de su hermano.
Latias sonrió, aliviada. La misión había sido un éxito.
—/—/—/—/—/—
Wally solo había escuchado de ella por historias, meras leyendas urbanas que uno nunca espera ver en la realidad. Sin embargo, ahí estaba, con su máscara de hockey cubriendo su cara y su pesado mazo en sus delicadas manos. Swablugirl lo miraba con sus ojos azules brillantes, como si pudiera robarle el alma con ellos. Wally tragó saliva, no sabía cómo salir de esa.
La ruta 120 era una larga ladera verde, más fría que su hermana del otro lado de ciudad Arborada, la ruta 119. La ruta 120 serpenteaba de un lado para otro, descendiendo hasta llegar a la boca de la ruta 121. Esa noche el cielo estaba nublado, mas no caían gotas de ningún tipo. El viento soplaba con suaves brisas frías y hacía cantar a las hojas de los árboles junto al camino en su lenguaje de susurros.
Swablugirl dio un paso hacia él ¿De dónde había aparecido? Wally no tenía idea. El niño contra el que había estado peleando echó a correr despavorido.
—¡Es ella! ¡Es ella!— gritó mientras corría.
Entonces Swablugirl echó a andar hacia ellos. Wally tampoco quiso probar su suerte, por lo que guardó a su Magnamite en su pokebola y partió hacia los árboles, esperando perderla con eso. Mientras huía, oyó los pasos de la Swablugirl corriendo detrás del otro niño.
—Me salvé— pensó, más calmado, mientras se escabullía entre los troncos y se perdía en medio del bosque. No era un entrenador débil, pero ese martillo y esa mirada asesina no lo tentaban para nada.
De pronto sus pulmones no resistieron más, y lo obligaron a detenerse. Como si tuviera un parásito dentro, Wally comenzó a toser con fuerza.
—¡Rayos, no ahora!— pensó.
Se quitó la mochila y buscó su inhalador mientras tosía, pero no lo encontró. La tos comenzó a terminar en un ruido seco y alargado que hacía vibrar toda su tráquea con una picazón desagradable. Un dolor maldito surgió con cada pulsación. Wally estaba casi en su límite cuando se metió el inhalador a la boca y apretó el botón para rociar la medicina en su garganta. Respiró hondo, la tos se volvió más violenta por un momento... pero luego se desvaneció. Necesitó un buen rato para respirar adecuadamente.
Por un momento recordó la voz de su padre pidiéndole no irse de casa en una aventura pokemon, pero pronto se sacudió estos recuerdos de la cabeza y se levantó.
—Tengo que seguir— se dijo.
Sin embargo, en ese instante Wally oyó un crepitar detrás de su espalda. Asustado, se giró tan rápido como su debilitado cuerpo le permitió, solo para encontrar a Swablugirl, a escasos metros de él. Ella sostenía su martillo manchado con rojo. Pero Wally recordó de inmediato que ese martillo había estado limpio hasta hace un momento ¿Entonces qué había ocurrido con el otro niño?
Desesperado, pescó su mochila y se marchó corriendo. El pecho le dolía como los mil demonios, pero se lo aguantó. De pronto, al intentar meter el inhalador en la mochila mientras corría, este se le deslizó de la mano y cayó al piso. Wally supo que no llegaría muy lejos sin él, pero no pudo hacer nada, pues pronto Swablugirl comenzó a perseguirlo tranquilamente, con un suave caminar. Wally solo pudo correr, correr y correr.
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