Epílogo II
Ruby se levantó de su escritorio para ir a buscar a Brainy, pues necesitaba unos papeles que le había pedido fotocopiar. Buscó en su escritorio, pero ella no estaba ahí.
Extrañado, fue a buscarla a otro lado. Pasó por la zona de entrenamiento que Smoky frecuentaba, pero solo se encontraban sus alumnos. Le preguntó dónde estaba el Blaziken, pero estos contestaron que no lo habían visto en toda la mañana.
Así también fue con los demás; todo el personal del castillo estaba donde solía estar, excepto sus pokemon. Ruby comenzó a preocuparse.
...
—Gentileza llameante—
Smoky había tomado la responsabilidad de entrenar a unos cuantos cientos de soldados del equipo libertad, para estar preparados por si quienes se oponían al gobierno decidían enviar un ataque sorpresa o algo por el estilo.
Para entrenarlos, los dispuso en varias filas y los hizo seguir una serie de movimientos de lucha básicos. Luego a correr, a realizar ejercicios para tonificar los músculos, combatir entre ellos y mucho más, hasta que sus aprendices no pudieron seguir.
Luego de eso, en el descanso, Smoky se sentó junto a un grupo de soldados para conversar y conocerlos mejor. No se habría imaginado que todos ellos lo admiraban como a un héroe, ni que lo abordarían con preguntas por todo el descanso.
—Me contaron que usted derrotó al Metagross de Steven por su cuenta— aseguró un pequeño Slugma— ¿Es verdad?
—Bueno, más o menos— admitió Smoky— Aunque después se recuperó y volvió en una forma más fuerte. Entonces necesité de la ayuda de mis amigos.
—¿Y qué hizo?— preguntó un Torchic muy interesado.
Smoky se extrañó de verlo a él, pues su especie no era muy común.
—¡Lo mandé a volar con una Patada Ígnea!— aseveró con orgullo.
Los jóvenes pokemon se sorprendieron.
—¡Qué increíble!— exclamó un Numel— Me gustaría poder hacer algo así.
—Tú ni siquiera puedes correr más de un kilómetro sin agotarte— se burló una Ponyta.
—Es verdad— recordó el Numel.
Los demás pokemon se rieron. Smoky los vio desde arriba, y se preguntó si así se habrían visto él y sus amigos en sus viajes, tan tranquilos, riendo por cualquier cosa.
—¿Qué ocurre, señor Smoky?— le preguntó el Torchic.
—Je. Nada, solo recordaba... he recorrido un largo camino desde que Ruby me sacó de ese laboratorio.
—¿Laboratorio?— se extrañaron los pokemon.
—Sí ¿No lo sabían? Yo solía ser un sujeto de pruebas. Servía a un profesor pokemon llamado Birch. Nunca me alejé mucho de casa, y nunca pensé que tendría una vida afuera, pero cierto día apareció este entrenador. Él me liberó y por primera vez en mi vida, tuve la oportunidad de elegir mi camino. En ese momento sentí mucho miedo, de cuáles serían las consecuencias si me volvían a atrapar, de qué me depararía más allá del bosque, de cuáles eran las verdaderas intenciones de aquel muchacho. Pero cuando lo recuerdo, siento que mi corazón se llena de calor.
Al terminar su relato, se dio cuenta que los jóvenes pokemon lo miraban en silencio, impresionados. Él se extrañó, y por un momento pensó que había dicho algo malo, pero luego los pokemon le sonrieron.
—No sabía que su historia fuese tan bonita— aseguró el Slugma.
Smoky sintió que una lagrimita comenzaba a formarse en uno de sus ojos, por lo que se paró para cambiar de tema.
—Muy bien, ya han tenido suficiente descanso
—¿Tan pronto?— alegó el Numel.
—No siempre tendrán este lujo ¡Vamos, de pie! ¡Todos!
...
—Colmillos iracundos—
Fiercy se aburría en el castillo, por lo que se unió a la nueva policía, incluso con todo el enredo organizativo que tenían, para perseguir y capturar a los ahora criminales que poblaban la región de Hoenn. Aunque la nueva justicia se trataba sobre igualdad, la realidad de la isla obligaba a la policía a tomar muchas más medidas contra los humanos que abusaban pokemon que con los pokemon que atacaban humanos.
Una de sus primeras noches, ella y Eris tuvieron que entrar a una casa en donde los dueños se habían negado rotundamente a liberar a sus pokemon. Fue un encuentro violento, pues el dueño obligó a su Dustox y a su Beautifly a atacarlos, pero después de unos momentos de tensión, Fiercy y Eris lograron someter a los esclavos y al dueño, y terminaron arrestándolo. Pero todo eso era de esperarse, así había sido con las demás casas que se rehusaban, también. Lo que no se esperaron fue lo que ocurrió después.
Pusieron al hombre en la patrulla para llevarlo a la comisaría. Las luces rojas titilando molestaban a la vista, pero Fiercy se sentía bien luego de ver las caras de alivio de los pokemon; "Pokemon Gijinka existe de verdad", exclamó uno, mientras se metía a otra patrulla para ir a declarar, también a la comisaría.
Ella se encontraba junto con Eris en el jardín de la casa, esperando que los demás acordonaran el perímetro y tomaran fotografías de la zona en donde se produjo la pelea.
—¿Sabes? Creo que me gusta este trabajo— admitió Fiercy.
—¿En serio? Vaya...— Eris asumió una pose pensativa— Creí que te enamorarías perdidamente de mí y me acompañarías a las montañas.
—¡¿Podrías parar con eso?! ¡Eres enfermante! – con su dedo apuntó directamente a su cara oscura— ¡No me gustas! ¡Nunca me gustarás!
Eris se encogió de hombros y abrió la boca para hacer un comentario que la enojara más, pero entonces un sonido detrás de ella los alertó, y cuando se voltearon, un cuchillo de cocina atravesó el antebrazo de la Mightyena.
Fiercy quiso gritar del dolor, pero se contuvo las ganas con sus fuertes mandíbulas, como una explosión en un espacio cerrado. Inmediatamente levantó la vista hacia su atacante: un niño de no más de diez años, asustado y confundido por la sangre que brotaba tan rápidamente frente a él.
Eris se preparó para lanzarse sobre el muchacho, pero Fiercy lo vio venir, y con el otro brazo lo detuvo. El Absol se mostró confundido, mas ella lo miró con ojos vivos, haciéndole entender que le dejara manejar el asunto. Luego encaró al niño. Tuvo ganas de arrancarse el cuchillo del brazo y apuñalarlo en las clavículas, pero entonces el chiquillo la miró, y el recuerdo de un doloroso día apareció ante ella como un fantasma.
Fiercy comprendió que frente a sí tenía a un niño enojado por lo que había ocurrido, dolido y asustado. No era su culpa que su padre quisiera conservar a sus sirvientes, él solo sabía que se lo estaban quitando y que ya no tenía a nadie que lo defendiera. Ella había estado en esa misma situación antes, pero desde el lado del niño.
Recordó aquella vez cuando mordió el brazo de Ruby, poco después de que este comenzara su viaje. Recordó la compasión del entrenador hacia ella a pesar de que sus dientes habían llegado al hueso.
—Estás enojado ¿Cierto?— le preguntó al muchacho.
Este levantó la mirada hacia ella, sorprendido. Parecía querer retroceder, pero sus piernas temblaban tanto que no se lo permitían. Finalmente cayó de poto. Fiercy se agachó para hablar a su altura.
—Estás enojado ¿Cierto?
Estiró una mano hacia el chiquillo. Este cerró los ojos, aterrado, pero luego ella comenzó a acariciarle la cabeza. El niño abrió los ojos y miró a Fiercy, confundido.
—Yo también estuve enojada, hace mucho tiempo— reveló— Está bien enojarse y desquitarse, pero debes tener cuidado en elegir hacia qué o quién diriges tu ira. Tu papá hizo algo que el nuevo gobierno considera malo, pero no significa que te lo quitaremos. Ya verás que dentro de poco podrás verlo.
El niño no aguantó más, y se echó a llorar en su pecho. Fiercy lo apretó fuerte con el brazo que tenía bueno, mientras un equipo de médicos se apresuraba a tratarle la herida. Mientras consolaba al chiquillo, la Mightyena no pudo evitar recordar aquel primer día en que conoció a Ruby.
Su madre había estado muerta por más de un día, ella no sabía qué iba a hacer. Se sentía desolada, pues era la única persona que había conocido hasta el momento, al menos la única a la que había amado.
—Ahora te entiendo mejor— pensó
...
—Sabiduría melosa—
Cuando se enteró, Brainy casi se cayó de poto. Se imaginaba que algunos serían así, pero tras hacer una rápida encuesta, se dio cuenta que una enorme mayoría de los pokemon salvajes que formaban parte del ejército de Ruby no sabía leer, escribir o realizar operaciones matemáticas básicas.
Inmediatamente usó su poder como uno de los pokemon campeones para separar a los pokemon por clases y repartirlos a profesores asignados: distintos humanos del equipo Libertad con las ganas y la vocación de enseñar.
Y así comenzó su ardua labor de educar a sus soldados, una gran tarea además de la carga enorme que tenía como asistente del rey.
Un día, mientras repasaba el alfabeto con su primera clase, uno de sus estudiantes levantó una mano.
—¿Sí?— ella le cedió la palabra.
—Profe ¿Dónde aprendió usted todo esto?— inquirió el muchacho.
Brainy abrió la boca para responder aquella pregunta tan fácil, pero entonces se dio cuenta que no era tan fácil de responder ¿Dónde había aprendido lo que les estaba enseñando? Pues no estaba segura.
Comenzó a recordar, y lentamente las memorias fueron presentándose como copos de nieve que caían lentamente.
—Yo tampoco sabía nada cuando Ruby me acogió— recordó al fin, en voz alta— Tenía la sospecha de que existiría alguna forma de agrupar las cosas y codificar el lenguaje, había visto letras y números cuando me acercaba a la ciudad, pero en verdad no sabía nada. Durante mi viaje, Ruby comenzó a enseñarme, poco a poco, con cariño y paciencia.
[...]
Recuerdo mi primer día con ellos. Nos encontrábamos en ciudad Petalia. Smoky era un polluelo miedoso, Fiercy era un cachorro insoportable y Ruby nos sonreía y nos daba órdenes simples "acérquense", "caminen a este lado", "crucemos la calle ahora", pero yo vi que estaba nervioso. En ese entonces no comprendía, pero seguramente se trataba de la presencia de su padre en la ciudad.
Sin embargo, cuando yo me detuve un momento frente a la vitrina de una librería, él me miró, y se fijó en lo que me llamaba la atención. Solo fue un momento, yo no pretendía pedirle nada ni detenerlo, pero él paró todo y entró a la librería para comprarme aquel libro.
Yo no lo podía creer, era la primera vez que un humano me daba algo ¡Y más encima un libro! ¡Nunca había tenido uno en mis manos! Recuerdo que era un tomo sobre especies de plantas. Yo no sabía leer, pero me enamoré del pasar de las páginas, del olor a nuevo, de la textura fresca y lisa de las hojas de plástico.
Luego, a la mañana siguiente, Ruby se pilló pasando las páginas muy rápido, y se dio cuenta de que yo no sabía leer. Entonces, de nuevo sin yo pedirle nada, él se sentó junto a un árbol, me apoyó sobre sus piernas y comenzó a enseñarme lo que significaba cada letra y cómo se pronunciaba.
Sus manos eran enormes comparadas con las mías, su voz resonaba en su pecho y su estómago, y me hacía cosquillas en la espalda. Me gustaba que me enseñara, pero más que eso me gustaba estar ahí, rodeada de él.
De esa forma fui aprendiendo. Letras, matemáticas, física, cada vez entendía más sobre el mundo, y cada vez entendía mejor cuán poco sabía.
[...]
Brainy miró a sus alumnos, los cuales la escuchaban atentos. Un largo silencio apareció en toda la sala, con lo que ella se dio cuenta que se había dejado llevar, quizás un poco demasiado. Las niñas suspiraban con admiración y los niños la miraban contrariados. Pronto su rostro se volvió de un rojo intenso, y solo para no darles la cara a sus alumnos, se giró y se tomó un buen rato en borrar la pizarra.
...
—Orgullo alado—
Birdy aterrizó en el monte Pírico, allá donde la niebla cubría el terreno y hacía difícil ver tres pasos al frente. Con tranquilidad buscó los puntos de referencia que recordaba, hasta que logró establecer su posición y suponer hacia dónde ir.
Caminó lentamente por la pendiente, eludiendo lápidas hasta encontrarse con la que le pertenecía a Cloudy. Después de un rápido trámite, Ruby había conseguido comprarle una para ella sola, aunque nunca encontraron su cuerpo.
Birdy quitó las flores secas y marchitas, y las cambió por las que había comprado esa mañana. Luego sacó un paño húmedo y lo usó para limpiar la piedra y aclarar el nombre con letras plateadas.
—Hola, Cloudy— la saludó, cuando hubo acabado— Ya ha pasado un buen tiempo desde la última vez.
Se quedó un momento en silencio, preguntándose si valía la pena continuar hablando solo. No creía que su espíritu se hubiese ido a ningún lado o que ella pudiera oírlo. Luego recordó su sonrisa, y se sacudió la tristeza. No, la lógica no le servía, tenía que continuar.
—He estado pensando en hacerme líder de gimnasio ¿Sabías? ¿Cómo me vería entregando medallas? Ja, pero no será fácil derrotarme. Me he vuelto súper fuerte, y a Smoky le cuesta admitirlo, pero lo puedo vencer en una carrera sin siquiera levantar vuelo ¡Deberías haber visto su cara cuando lo derroté!
Birdy se echó a reír, aunque su risa no duró mucho. Pronto volvió a quedarse callado, y entonces se dio cuenta que él no era mucho del tipo que hablaba. Si ella hubiera estado con él, se habría protegido con su voz y sus ideas, y se habría sentido bien aportando únicamente con su presencia y un par de bromas.
—No creo que pueda simplemente olvidarte, olvidar que ya no podré estar contigo— admitió— Pero Cloudy, me he dado cuenta de algo muy importante en este viaje: Mi vida no gira en torno a ti, y cuando te mataron, yo no morí. Así que, si te parece bien, voy a seguir avanzando. Voy a reír y a llorar sin ti, y después moriré, pero para eso queda un buen tiempo.
Birdy miró a la lápida. Intentó imaginarse cómo habría respondido Cloudy ¿Se habría puesto contenta? ¿Se lo habría tomado mal?
Volvió a sacudirse la cabeza. Cloudy ya no estaba, tan simple como eso. Esa tumba era un pedazo de piedra en una montaña. Eran sus recuerdos lo que la mantenían con él, y nada más.
—¡Birdy!— oyó una voz cerca.
El Swellow se giró, sorprendido, justo cuando Aria aterrizaba a unos metros de él. Ella le sonrió, contenta de haberlo encontrado ahí, pero luego vio su cara, sus ojos llorosos, su vergüenza, su debilidad. Sin pensar, acortó la distancia que los separaba, tomó su cabeza entre sus manos y presionó contra su pecho.
Birdy la rodeó con sus brazos. No lloró, pero sintió que la pena se le derramaba por los músculos, por la garganta y la frente.
—Lo siento...— musitó de pronto.
—Estoy aquí para ti— aseguró Aria.
Ambos se quedaron así por un buen rato, hasta que Birdy se calmó. Entonces se despidieron de Cloudy, y echaron a caminar para despejarse, sin rumbo.
—¿Estás bien?— le preguntó Aria, luego de unos minutos.
Birdy asintió.
—No sé qué haría sin ti, Aria.
Esta lo tomó de la mano y le sonrió.
—No necesitas hacerlo.
Birdy también sonrió, y entonces se le ocurrió una idea.
—¿Has ido alguna vez a la ruta 114?— inquirió con renovados ánimos.
—No ¿Por qué?
—Te llevaré para allá. Te espera una sorpresa.
Sin decir más, Birdy echó a volar.
—¿Qué es, Birdy?— inquirió Aria, mientras se elevaba tras él.
—No te lo diré— canturreó.
—¿No deberíamos avisarles a los demás?— alegó ella.
—Los demás pueden aguantar un día o dos sin nosotros ¡Vamos!
Quería llevarla a ver a la tribu de Swablus, la misma de donde había aparecido Cloudy. Quería mostrarle el mundo y estar a su lado en todo momento. Quizás fuera infantil protegerse en ella de su pena, pero mientras Aria sonriera junto con él, no veía el problema.
...
—Ojos audaces—
Kitten había ido a ciudad Malvalona para hablar ciertas cosas con el alcalde, al menos el que había reemplazado a Wattson luego de que este fuera derrotado. Por supuesto que la gente de Malvalona en su mayoría se oponía al nuevo gobierno, al menos la mayoría de los humanos, pero eso no descartaba la posibilidad de negociaciones.
Sin embargo, cuando Kitten abrió la puerta de la oficina del pronto a despedir alcalde, nunca se imaginó que se encontraría con uno de los viejos que frecuentaba el bar—prostíbulo a donde la llevaban de niña.
El hombre regordete se la quedó mirando desde su escritorio, con una mirada seria, sin reconocerla. Claro, ella había cambiado mucho desde aquel entonces, pero él no.
Entonces ella se giró hacia sus acompañantes, un puñado de soldados del equipo Libertad.
—Yo puedo ocuparme de las negociaciones por mi cuenta— les informó— ¿Me harían el favor de esperar afuera? Solo tomará un momento.
Los soldados asintieron y retrocedieron sin rechistar. Quizás las palabras de aquella Delcatty sonaban sospechosas, pero era una de las heroínas de Pokemon Gijinka, no iban a cuestionarla.
Kitten cerró las puertas de la oficina y avanzó hacia el alcalde con parsimonia. Este se mostró extrañado, mas no sorprendido.
—Tú debes ser la negociadora de la que hablaron los terroristas— comentó con desagrado— Escucha bien, pokemon: no me importa qué piensen tus entrenadores, en mi ciudad no pienso admitir la derrota tan solo empezar a negociar. Así que me traes a una persona de verdad, o no aceptaré nada.
Kitten se subió a su escritorio y se sentó con gráciles movimientos.
—Tú de verdad no te acuerdas de mí ¿O sí?— le preguntó
El hombre la miró extrañado. Kitten se encogió de hombros, ya esperando aquella reacción.
—¿Recuerdas cuando me agarrabas de la cola y me abrías las piernas a la fuerza? Creo que eras de los más brutos de todo el bar, era horrible. Recuerdo que te gustaba tomarte fotos con mis genitales ¿Aún las tienes guardadas, por ahí?
La cara del alcalde cambió de duda a enfado.
—¿Vienes a amenazarme, pokemon?— se puso de pie, apoyándose con las manos en su escritorio— Si dices una sola palabra, me aseguraré que tú y tus amiguitos la pasen muy mal.
Pero entonces Kitten, en un movimiento que duró medio segundo, tomó la pluma en el bolsillo del alcalde y se la enterró en la mano derecha, incrustándola en el escritorio. El hombre quiso gritar, pero Kitten le tapó la boca con una mano.
—No te he dado permiso para gritar, alcalde— le explicó, saboreando su cara enrojecida por el dolor, su expresión de sorpresa y desesperación— Ah, pero duele ¿Cierto? Sí, duele, pero ya pasará ¿No? ¿Eso es lo que te dices? ¿Ya pasará? Un mal rato y listo, te podrás olvidar de todo este asunto... pero esto no es un rato, alcalde. Así será el resto de tu vida.
El alcalde la miró, desesperado. Intentó golpearla en la cabeza, pero ella previó el movimiento de su mano libre sin siquiera voltearse a mirar, y se la bloqueó a medio camino.
—Te daré permiso para gritar, pero solo eso. Grita todo lo que quieras, pues ese era mi único derecho cuando era una esclava. Grita, fuerte y claro ¿No te gustaban los gritos de dolor? ¡Pues qué bien! Ahora harás muchos gritos de dolor y podrás oírlos todos, todos.
—¡Bien, bien!— exclamó el alcalde— ¡Me rindo! ¡Tú ganas! ¡Toma lo que quieras, mi dinero, mi cargo, te lo doy todo! ¡Solo sácame este lápiz de la mano!
Kitten arqueó una ceja, extrañada. Luego miró al lápiz atravesando la mano peluda del viejo por el medio. Con sus delicados dedos sujetó la punta del lápiz y volvió a mirar al alcalde para ver su expresión. Este parecía aliviado, pero en vez de removerlo, Kitten comenzó a girarlo lentamente, a retorcerlo, a sacarlo y volver a meterlo, intensificando el dolor.
—Creo que no me entendiste— se explicó ella— Las negociaciones terminaron la noche en que me forzaste por primera vez. Ahora solo te queda pagar.
[...]
Después de un par de horas de tortura, el alcalde se desmayó. Kitten llamó a sus soldados para que atendieran sus heridas sin enviarlo al hospital. Nunca había tenido la intención de cazar a los pokéfilos que atendían a ese bar, después de todo Fiercy parecía entretenerse bastante, y Kitten había tenido suficiente vida nocturna. Sin embargo pronto comenzó a recordar malos momentos, todo lo que había experimentado antes de que Ruby entrara tan bruscamente en su vida y le diera un giro.
Kitten sonrió, mientras se limpiaba la sangre de las manos, en la oficina del ex alcalde. De no ser por él, ella no habría salido de aquella vida de porquería.
—Eres un buen chico, Ruby— pensó.
¿Pero qué sería de ella? ¿Tendría que lamentarse por el resto de sus días sobre lo que había ocurrido? No había pasado más de un año, pero esos recuerdos comenzaban a desvanecerse con rapidez. Ahora tenía personas con las que podía ir y acurrucarse hasta que la tristeza se le pasara, un hogar...
¿Pero era la única?
Kitten recordó a sus compañeros y compañeras en el burdel, y se dio cuenta que no todos eran tan afortunados como ella ¿Un hogar? ¿Una familia? ¿Una vida tranquila? Esos eran lujos.
Y en ese momento, se dio cuenta de cuál era su misión en la vida. Por eso mismo partió de inmediato hacia las afueras de ciudad Malvalona, por el lado oeste, en la ruta 117. Entre los verdes prados se escondía una gran casona abandonada, junto al camino, con un jardín interior que se podía ver desde afuera. El pasto había crecido mucho, las puertas y ventanas estaban rotas, y algunas de las paredes estaban rayadas con pintura. Esa era la antigua guardería pokemon, cerrada desde que los ancianos murieran a manos de Ruby, el pirómano, y Kitten, su linda Skitty.
Kitten la exploró por completo sin encontrar a nadie. Pronto llegó a la zona del patio en donde había conocido a Ruby. Recordó su primera conversación, él muy animado y ella gruñona, ignorándolo por completo. Entonces él se pasó un buen rato conversando de tonterías, solo para ver si conseguía una reacción.
—Eres un tonto, Ruby— comentó Kitten con una sonrisa en su cara.
Luego salió de la casona, pero se prometió a sí misma que volvería. Demolería todo lo que estaba ahí y construiría una casa nueva, mucho más grande, donde acogería a todos los huérfanos de Hoenn para protegerlos del cruel mundo de los adultos. Un orfanato, ese era su nuevo sueño, y uno que estaba decidida a conseguir cuanto antes.
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