Crímenes por Doquier


*Polerón: Sudadera

...

Era de noche en el hospital de ciudad Malvalona. Robin entró por la puerta del frente, sus elegantes ropas cubiertas por un abrigo gastado de color café para pasar desapercibida. Había mucha gente esperando turno, las enfermeras ocupadas en atender a los pacientes. La muchacha miró por todos lados, hasta que encontró los ascensores. Caminó hacia ellos, pero en vez de esperarlos abrió la puerta de las escaleras y se marchó por ahí.

Corrió hacia arriba, apresurada. No sabía hasta qué punto Cops estaría pisándole los talones, y en verdad no quería quedarse a averiguarlo.

En diez segundos llegó al quinto piso, se recostó contra la puerta y contuvo la respiración un momento para oír lo que se encontraba al otro lado. Transcurrieron varios latidos sin que escuchara nada, por lo que abrió.

El pasillo se encontraba iluminado. Justo frente a ella, una enfermera la miraba sorprendida, quizás se había asustado por sentir que alguien abría la puerta de las escaleras en el preciso instante en que ella pasaba por ahí.

—¿La... ¿La puedo ayudar en algo?— le preguntó la enfermera.

Robin sintió que se le caía el corazón. No había preparado una mentira, y las horas de visita ya se habían acabado. No tenía razón para estar ahí, y mientras más se demorara, la enfermera más sospecharía de ella. El peor escenario ocurriría cuando aquella enfermera se diera cuenta de que una de las dos no debía estar ahí y comenzara a gritar.

—Si quiero evitar eso, tengo dos opciones— pensó Robin— La primera es decirle una mentira, pero dudo que pueda inventar una convincente ahora mismo. La segunda opción es...

Miró hacia ambos lados del pasillo. Había poca gente, solo un par de enfermeros conversando a varios metros. Podía oír a otras dos mujeres también enfrascadas en una discusión, pero desde donde estaba no podía verlas.

Rápidamente estiró un brazo hacia la enfermera que tenía en frente, la agarró del cuello y la tiró hacia las escaleras, fuera de la vista de los dos hombres. La enfermera, asustada, intentó gritar, pero en ese momento Robin le tapó la boca con una mano, se paró detrás de ella y le giró el cuello en un ángulo imposible de sobrevivir.

Luego la depositó en el suelo con cuidado, sin hacer ruido, y prosiguió a desvestirla para ponerse su ropa. Le quedó un poco holgada, dado que la mujer era más alta y ancha que ella.

Volvió a abrir la puerta, esta vez un poco más despacio que antes. Al parecer nadie había notado la ausencia de la enfermera que había matado. Sin perder tiempo, recuperó el aliento para no parecer sospechosa y comenzó a caminar por el pasillo.

Tuvo que pasar bajo el rango de vista de la secretaria en el recibidor y el de las enfermeras hablando al lado, pero ninguna pareció notarla. Nerviosa, llegó a la otra parte del pasillo, desde donde podían verse los números de algunas habitaciones. Luego giró en una esquina, el pasillo continuaba hacia su derecha. Desde ahí logró ver la habitación a la que necesitaba entrar, pero también advirtió que un guardia se encontraba en la puerta. No parecía realmente peligroso, solo una formalidad, dada la importancia del paciente de aquella habitación.

Robin sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no se mostró más que calmada. Tenía que introducirse en su personaje. Decidida, avanzó hacia el guardia.

—Déjeme pasar, por favor.

El guardia era anciano y un poco obeso. La miró detenidamente por un momento, pero no le tomó mucho hacerse un lado.

—¿El señor Stone está tan mal?— inquirió, mientras Robin agarraba la perilla de la puerta.

—¿Ah? No, no es eso.

—Pero si vinieron a hacerle un chequeo recién.

—Sí, pero midieron mal unos cuantos números. A veces sucede.

—Ah, ya veo.

Robin entró, cerró la puerta tras de sí con pestillo y la bloqueó con un sillón que se encontraba en la sala. Nadie ni nada iba a interrumpirle ese momento.

Ansiosa, avanzó hacia el catre. Ahí se encontraba el presidente de Devon S.A., descansando de una complicada operación. Era viejo, mucho más viejo de lo que ella recordaba. Robin sacó su chuchillo y lo levantó en el aire amenazadoramente, pero entonces el anciano gruñó algo indescriptible en sueños, y comenzó a toser. Su tos se agravó tanto que de pronto se despertó.

Entonces se sentó, con lo que logró calmarse. Luego se fijó en la muchacha junto a él, y se sorprendió al verla. Robin se encontraba sentada a su lado, el cuchillo oculto en su falda. Le sonreía como la linda y tierna niña que era.

—Pero si eres... Robin...— la reconoció el señor Stone.

—Hola, papá.

—Robin— repitió el viejo, sin poder creer lo que veía— En verdad eres Robin...

Estiró sus débiles brazos para tocar su cara, sentirla, comprobar que no era un sueño. Ella se lo permitió calma e imperturbable.

—Después todos estos años, pensé que no volvería a verte— confesó el anciano— Robin, yo... lo siento tanto— de la nada comenzó a llorar— Yo no debí haberte dicho esas cosas. Fui un insensato, un necio.

La sonrisa de Robin se borró de su cara. No negó las acusaciones del viejo, pero al menos tuvo la decencia de no afirmarlas.

—Podemos ser una familia otra vez— se esperanzó él— Tú y yo, y Steven

Mas Robin no podía seguirle el juego. Los sueños del anciano no podían hacerse realidad.

—No, papá.

Les siguió un profundo silencio, mientras Robin dejaba que su padre comprendiera a qué se refería. Mientras lo hacía, advirtió las ropas de su hija.

—¿Y ese traje de enfermera?

—Lo tomé para llegar a esta habitación— contestó con honestidad— No tardarán mucho en darse cuenta de lo que hice.

—¿Y tú desde cuándo haces ese tipo de cosas?— preguntó el anciano, con media sonrisa en su cara.

—He aprendido mucho en mi... "viaje"

—Ya veo... ¿Y ella sufrió mucho?

—Ella no.

El señor Stone hizo otra pausa mientras se tragaba la respuesta de su hija.

—¿Tienes algún hogar?

—Puedo dormir donde quiera.

—Me refiero a si tienes alguien que te reciba, alguien que te cuide, que te quiera.

—Hay mucha gente que me debe grandes favores.

—Robin...

La muchacha apretó los dientes. No pensó que iba a llevarse una última reprimenda de parte de su padre.

—Hay un chico— miró a su padre, esperando que con eso se contentara, pero su mirada inquisitiva le pedía más— Y... es lindo, y me quiere, y... supongo que daría su vida por la mía, si fuera necesario.

—Ya veo— el señor Stone sonrió— Cuida de tu hermano, por favor.

—Sabes que no puedo hacer eso.

—No. Tú no sabes que puedes, pero yo sí. Al menos esa es la única certeza que me llevaré a la tumba.

Robin suspiró, sonriente. Si lo hubiese conocido en ese momento, el señor Stone le habría parecido un simpático ancianito, digno de cierto respeto. Pero ese no era el caso, y no había ido a evaluarlo. Solo tenía un objetivo en mente, y no se iría de ahí sin cumplirlo.

De un movimiento levantó el cuchillo que tenía escondido, se lo clavó en la garganta a su padre hasta la empuñadura y le rajó el cuello.

Mientras la sangre brotaba de la garganta del presidente de Devon S.A., Robin limpió su chuchillo con las sábanas.

—Adiós, papá.

Justo como se lo esperaba, alguien comenzó a tocar la puerta. Era hora de irse. Los golpes en la puerta comenzaron a crecer en fuerza y frecuencia, mientras alguien gritaba cada vez más desesperado desde el otro lado. Robin rodeó la cama, abrió la ventana y saltó.

—/—/—/—/—/—

Por la ruta 110, en la zona de hierba alta debajo de la ciclovía, una persona de sexo indefinido caminaba a paso lento. Llevaba un polerón celeste con una pequeña capa blanca de algodón cosida a los hombros, y una máscara que le cubría toda la cara a excepción de los ojos azules. En su hombro izquierdo llevaba estampada la imagen de un Swablu para identificarse con aquel pokemon. Una brillante pokebola llamaba la atención de otros entrenadores desde su cinturón, mientras que un macizo martillo de dos manos amarrado a su espalda alertaba a la gente sensata de no hablarle.

La gente a su alrededor se lo quedaba mirando por un rato, extrañada de encontrarse a alguien vistiendo tan raro. El sujeto miraba a todos lados, siempre alerta, aunque aparentemente cansado.

Más o menos a la mitad del camino se encontraba un hombre con nada más que una guitarra para cubrirle su abdomen. Él se dio cuenta del sujeto vestido de celeste, pero más que eso de la pokebola en su cinturón. Listo para un combate, se le plantó en frente y sacó su pokebola para mostrarle que lo desafiaba.

—¡Te reto a un combate pokemon!— exclamó, seguro de su destreza como entrenador.

La persona en el traje celeste se detuvo y lo miró con curiosidad.

—Libera a tus pokemon y no te haré daño— le aseguró.

El guitarrista pudo observar que, por su tono de voz, era una mujer. Más importante aun, aquel comentario le pareció peligroso.

—¿Qué te pasa?— alegó, guardándose las pokebolas— ¿Sabes? Ya no quiero pelear contigo, mejor dejémoslo.

—Ah, no. Ya es muy tarde.

La muchacha vestida de celeste le arrojó la pokebola a la cara. El guitarrista, por reacción, se cubrió la cara. Entonces la muchacha aprovechó para sacar el martillo de su espalda, acercarse corriendo al hombre y darle con toda su fuerza en las costillas.

El guitarrista cayó al suelo, gritando de dolor. La muchacha levantó el martillo para finiquitarlo, pero entonces él levantó las manos.

—¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Libero a mis pokemon, pero no me hagas daño!

La muchacha lo contempló por unos segundos, indecisa. Finalmente decidió no hacerle nada. Se agachó sobre él para quitarle sus pokebolas, se volvió a parar y se marchó a paso veloz, dejando al guitarrista adolorido en el suelo.

—/—/—/—/—/—

Se presentaron tan rápido que nadie tuvo tiempo de reaccionar. De repente aparecieron desde el sur, tres pokemon sin dueño. El más grande y macizo parecía estar hecho de roca, el que caminaba al otro lado era tan helado que el aire a su alrededor se cristalizaba, y el del medio, aunque de apariencia mucho más humana que sus compañeros, llevaba fuego en su espalda como si se tratara de una noble capa. Los tres pokemon pusieron pie en ciudad Férrica, contemplaron por un momento la calle principal frente a ellos, con sus gentes viviendo en relativa tranquilidad, sus cielos azules y sus altos edificios.

El pokemon de fuego miró todo esto y decidió que no estaba bien, que algo debía hacerse.

—Regirock, Regice— llamó a sus compañeros.

—Esperando órdenes— contestaron ambos de inmediato.

—Destruyan todas las edificaciones que estén dentro de un rango de cien metros a lo ancho de esta calle, y continúen hasta llegar hasta la otra entrada de la ciudad. Ahí nos reuniremos. Pero eviten que los pokemon reciban daño de cualquier forma ¿Sí?

—Comandos aceptados— respondieron a coro— Iniciando secuencia de ataque.

Sin preguntar más, ambos regis salieron corriendo en direcciones opuestas, demoliendo todo a su paso. Sunny, por su parte, corrió hacia una fuente de gran estatura y se encaramó a ella para llamar la atención de las personas.

—¡Damas y caballeros!— gritó.

Poca gente se encontraba en la plaza, y solo unos cuantos se dieron la molestia de girar sus cuellos hacia él, sin embargo no le molestó. No necesitaba muchos testigos para esas palabras.

—Mis compañeros y yo somos los Ubers, y en estos momentos hemos comenzado el asedio contra vuestra ciudad. Por favor, mueran sin oponer resistencia.

Dicho y hecho, Sunny saltó desde la punta de la fuente y aterrizó contra un anciano para matarlo con un Puño de Fuego. El aire hirviendo viajó a tal velocidad a través de su brazo que causó una explosión e impulsó a las personas en el área.

Niños y mujeres echaron a gritar, mientras que los hombres miraron horrorizados el cadáver casi irreconocible del anciano que aquel agresivo pokemon había atacado. Horrorizados, todos echaron a correr en distintas direcciones. Sunny, calmado, se puso de pie, se limpió las ropas y se dirigió a la calle principal. Planeaba caminar en línea recta y no iba a dejar que nadie se interpusiera.

Hileras de autos lo llenaron a bocinazos cuando vieron a aquel pokemon cruzándose en su camino. Sunny, esperando esto, contempló a los vehículos deteniéndose frente a sí, luego abrió su boca y los calcinó a todos con su poderoso Lanzallamas. El metal de las carcasas y el caucho de los neumáticos se derritieron en cuestión de segundos, y pronto la gasolina dentro de los estanques explotó.

Sunny advirtió que ya toda la gente en su campo visual corría de él, y supuso que estaba bien. Que le temieran como él les había temido años antes. Contento, echó a andar en línea recta por la misma calle.

—/—/—/—/—/—

Flannery pensó en quitarse la ropa, pero pronto recordó que estaba trabajando, no podía permitirse holgazanear como cuando era líder de gimnasio. Hacía mucho calor, probablemente porque se encontraban dentro de una cueva en un volcán. Se encontraban tan profundo en la tierra que podía ver la lava a poco más de diez metros bajo sus pies.

Caminó rodeando la gran laguna de magma ardiente hasta el extremo sur, en donde su jefe solía pararse a meditar. Lo encontró en la misma posición de todos los días, tan concentrado en el movimiento del magma que no advirtió su presencia hasta que la tuvo al lado.

—Jefe— lo llamó Flannery, aunque no pareció que sus palabras produjeran reacción alguna— Oye... Magno.

El aludido, un hombre entrando en la mediana edad, de pelo rojizo, constitución delgada y piel pálida, la miró sorprendido.

—Vaya. Hola, comandante Flannery.

—Buenos días, jefe— y sin esperar más, le pasó una tabla con hojas llenas de datos y gráficos— Aquí está el reporte que pidió ayer.

—¿Ayer? Creí haberlo pedido esta mañana— apuntó mientras echaba una hojeada.

—No, fue ayer en la mañana ¿Siquiera ha salido a tomar aire?

—Vaya, parece que me desvelé otro día sin darme cuenta— se llevó una mano a la cabeza para peinarse el pelo hacia atrás, un gesto que realizaba inconscientemente a modo de disculpa, o al menos eso sospechaba Flannery.

—Venga, vamos a comer algo. Tiene que respirar más a menudo.

Flannery lo agarró del brazo para arrastrarlo a la salida.

—Espera, justo ahora estaba...

—¡No me importa!— lo cortó ella— No podrá revivir a Groudon si está muy débil incluso para sostener una pokebola. Vamos, no dejaré que el equipo Magma se caiga a pedazos por malos hábitos alimenticios.

De esa forma, sin que se lo esperara, Magno terminó sentado en una de las mesas del comedor frente a Flannery. Ese lugar tenía mejor ventilación que la sala de máquinas en donde había pasado tantas horas, y tal y como su comandante le decía, comenzaba a sentirse más relajado. Se dispuso a comer el menú de la cafetería mientras leía el informe, pero la mujer se lo quitó antes de poder terminar la primera línea.

—No, nada de trabajo en la mesa, jefe.

—Pero tengo que leerlo.

—¡Entonces cómase la comida!

—S... si.

Impotente ante la personalidad ardiente de su segunda al mando, Magno se dedicó a comer. El almuerzo en sí transcurrió casi completamente en silencio, hasta que el líder del equipo Magma terminó y se fijó en la persona que tenía adelante. Flannery comía animadamente, aunque había pedido el doble que él, por lo que se iba a demorar un poco más. Luego Magno pasó la mirada por las mesas circundantes, curioso de cómo se sentían sus reclutas durante el almuerzo. Para su sorpresa, advirtió muchas miradas de reojo que se escabullían apenas él posaba sus ojos sobre ellos.

—Qué raro— pensó— Es como si estuvieran molestos. Es la primera vez que mis soldados se comportan así.

—Cálmese— le susurró Flannery, sin levantar la mirada de su plato.

—¿Ah?

—Cálmese, jefe. Está muy nervioso. Tiene que inspirar confianza a sus subalternos.

—Bueno, admito que no soy el hombre más carismático del mundo, pero...

—Se está mostrando nervioso— masticó por unos segundos— Por eso le digo que se calme.

—Pero...— miró una última vez a algunas de las mesas en donde más había percibido hostilidad. Nuevamente pilló a unos cuantos mirándolo con desconfianza. Aunque Flannery le dijera que se calmara, algo lo ponía muy nervioso al respecto.

—No lo miran a usted, me miran a mí— le aseguró ella, adivinando lo que pasaba por la cabeza de Magno.

—¿Qué?

Flannery se limpió la boca con una servilleta, luego de terminar de comer.

—Sienten desconfianza hacia mí.

—¿Pero por qué desc...

—Porque hace muy poco usted tomó a una novata y la promovió a segunda al mando, y resulta que ese recluta es una mujer joven y atractiva que no le molesta ir por ahí mostrando el ombligo.

—¿En serio? ¿Yo hice eso?— Magno se llevó una mano al mentón para meditar— ¿Pero quién es esa mujer?

Flannery se lo quedó mirando con una cara inexpresiva. Entonces Magno se acordó que ella era la única mujer que había promovido a comandante.

—¿Te refieres a ti?

—¿A quién más?

—¿Tú vas por ahí mostrando el ombligo?

—No me digas que no te habías dado cuenta.

Flannery se golpeó la cara con su palma.

—Creí que era obvio que te promoví porque antes eras una líder de gimnasio, y por tu inmediata dedicación al equipo Magma. No entiendo cómo...

—No todos ven esas cosas, jefe. Los humanos son mucho más imprecisos que la temperatura de la lava o la velocidad de las placas tectónicas.

—Sí, en eso estoy de acuerdo... aunque esto no está bien. Eres la comandante, los demás soldados deberían respetarte y obedecer tus órdenes.

—Y eso harán, jefe— Flannery sonrió malévolamente— Usted no se preocupe por meros detalles.

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Wally recibió la medalla Equilibrio de parte del reemplazante de líder de gimnasio en ciudad Petalia.

—Bien hecho, chico. Usaste muy sabiamente a tus pokemon— lo felicitó el reemplazante.

—Gracias— le sonrió Wally.

—Recuerda que ahora puedes usar la Máquina Oculta: Surf. Los venden por allá, en el puesto cerca del Centro Pokemon, por si quieres una.

—Me encantaría. Muchas gracias, señor.

Inmediatamente se marchó de la cancha de batallas para dirigirse hacia el Centro Pokemon y curar a sus compañeros. Una vez listos, liberó a su Kirlia para darle una recompensa por el buen trabajo que había hecho. Fue él quien derrotó a dos de los tres pokemon del reemplazante, asegurando la victoria.

Seguidamente ambos se dirigieron a la calle frente a las ruinas del gimnasio de ciudad Petalia, y compraron un helado para tomarlo mientras contemplaban lo que había quedado del palacio de Norman.

—Es increíble cómo todo esto se quemó con el señor Norman adentro— comentó Wally.

—Pero era lógico ¿No?— supuso el Kirlia— Ese Ruby ha ido incendiando todo a su paso

—¡No hables así de Ruby!— exclamó Wally.

Su pokemon se asustó tanto que botó su helado. Wally le sostuvo la mirada, enojado, por lo que el Kirlia agachó la cabeza y pidió disculpas con su postura.

—Lo siento. Te quería felicitar y termino gritándote— Wally le pasó su helado, sin ganas de tomárselo— Es que es difícil ver a tu amigo con un precio por su cabeza en las noticias. Ruby es un buen tipo, el mejor hombre que conozco. No entiendo qué le pasó de repente. Robar pokemon, incendiar edificios, matar gente inocente... y ahora también a su propio padre. Si él mismo no me lo hubiera confesado en persona, no me lo creería.

El Kirlia sintió la tristeza de su amo. Preocupado, pensó rápido en otro tema.

—Ya tienes cinco medallas ¿Cierto, maestro Wally?

—Sí— Wally sonrió, también dispuesto a sacudirse la tristeza, y sacó su estuche para contemplar las medallas. Nunca se cansaba de hacerlo— Aunque todas estas medallas fueron ganadas contra reemplazantes y no contra auténticos líderes de gimnasio. Me habría gustado pelear con ellos cuando aún podían.

—¿Pero qué diferencia hay entre un reemplazante y un líder? Los dos son, en esencia, entrenadores pokemon ¿O no?

—Sí, pero un reemplazante no es más que un trabajo a medio tiempo. Claro, pelean y entregan medallas a los retadores, pero no son tan dedicados a las batallas pokemon como los verdaderos líderes. Tampoco tienen cargos administrativos, así que no se sienten como verdaderos jefes. No son más que simples entrenadores.

—¿Entonces es algo así como la emoción que se siente al pelear con ellos?

—Claro, algo así.

—Ya veo. Pues me alegra que el gobierno contratara a estos reemplazantes, o si no, este viaje contigo habría terminado muy rápido.

—Por supuesto que iban a pensar en algo como eso— contestó con una sonrisa— Es lógico.

Wally se preparó para marchar, pero antes de dar un paso le dedicó una última mirada a lo que quedaba del gimnasio de ciudad Petalia. Norman no había sido el mejor de los padres para Ruby, pero con Wally siempre se había mostrado respetuoso y amable. Incluso cuando todos le decían que no debía jugar afuera por su delicada condición física, Norman lo sacaba con Ruby a sesiones de entrenamiento y lo trataba como a un niño más.

—Nunca lo olvidaré, señor Norman. Juro que haré que Ruby vuelva a la normalidad, sin importar lo que cueste.

—/—/—/—/—/—

Sunny levantó la mirada desde la fogata que había hecho para contemplar la ciudad que dejaba detrás. A pesar de haber pasado varias horas, aún podía ver la iluminación de su fuego reflejada en el cielo nocturno.

—¿Todavía no pueden apagar el incendio?— se preguntó.

Casi lograba sentir pena por los humanos, por su debilidad e impotencia, sin embargo pronto se sacudió aquellos pensamientos de la cabeza y extendió el mapa sobre sus rodillas para verificar la ubicación del último regi. Primero buscó dónde se encontraba él, y luego pasó el dedo a través del papel, por el camino y las rutas que debían seguir, hasta la cueva marcada con una cruz.

—Bien. Aún nos queda bastante— comentó.

Levantó la mirada, y se encontró con Regirock y Regice al otro lado de la fogata. Ambos descansaban tan quietos que parecían murallas milenarias. Sunny se preguntó, como ya se había preguntado varias veces en el pasado, si aquellos pokemon tendrían sentimientos.

[...]

Lejos de ahí, escondidos entre los árboles, dos pokemon los vigilaban con atención.

No puedo creer que alguien sea capaz de matar a tantas personas con sus propias manos—opinó uno de voz masculina.

Pero tiene una razón más que suficiente ¿No te parece?— argumentó el otro, con voz femenina.

¿Qué razón puede justificar el genocidio?

Pareciera como si quisieras detenerlo.

Pareciera como si tú quisieras unírtele.

Papá dijo que no podíamos...

Sé lo que papá dijo. Ven, no nos convendría juntarnos con este sujeto.

—/—/—/—/—/—

Cops miraba un mapa, en la habitación de su hotel. Con un marcador en su mano trazaba el recorrido que habían hecho Robin y él persiguiéndola, y aunque le daba mil vueltas, seguía sin una pista. Robin no parecía tener un objetivo en particular, además de deshacerse de él por estar persiguiéndola. El último punto en donde la habían visto había sido en ciudad Malvalona, donde él mismo se encontraba en ese momento ¿Pero y qué? No había nada específicamente en ciudad Malvalona que le pudiera interesar a una chiquilla.

Volvió a sacar la fotografía que le había pasado Steven y se sentó a examinarla por largo rato, como hacía cada noche. Se había encontrado con ella un par de veces después de lo ocurrido en ciudad Petalia y ciertamente ya no tenía necesidad de recurrir a la foto para reconocer su cara, sin embargo tenía tan pocos datos para realizar su misión que se le había hecho imposible.

—¿Quizás debería comenzar por Ruby?— se preguntó, sin embargo tampoco sabía dónde se podría encontrar Ruby en ese momento.

De pronto su Pokenav comenzó a sonar. En dos segundos lo sacó de su abrigo y contestó.

—Aquí Cops.

—¡Stefan! ¡¿Dónde estás?!

Era su jefe de la policía.

—En ciudad Malvalona ¿Por qué?

—¡Te necesitamos para el caso que surgió anoche!

—¿Anoche? ¿Qué ocurrió anoche?

—¡¿Aún no lo sabes?! Enciende la televisión y verás.

Sin pensarlo dos veces, Cops agarró el control remoto y encendió la televisión. En la pantalla se mostraba una animación; una niña de unos seis años y su Vigoroth frente a un Vulpix con un antifaz en su cara. Parecía como que el Vulpix tenía algo que les pertenecía.

—¡Oh, no!— dijo la niña— ¡Vulpix se está robando el reloj! ¿Qué debemos decirle a Vulpix para que no se lleve el reloj?— la niña esperó varios segundos mirando a la pantalla.

—Vaya, qué ladrón más amable— pensó Cops— Solo se queda ahí, esperando a que lo detengan.

—¡Así es!— exclamó la niña, como saliendo de un trance. Luego frunció el seño y miró al Vulpix con antifaz, y luego ella y su Vigoroth exclamaron a coro.

—¡Vulpix, no te lo lleves! ¡Vulpix, no te lo lleves! ¡Vulpix, no te lo lleves!

—¡Oh, rayos!— maldijo el Vulpix. Acto seguido dejó caer el reloj y se marchó corriendo.

Cops sonrió.

—Ojalá fuera tan simple.

—¿Qué sucede? ¿Ya lo viste?— le preguntó su jefe, desde el otro lado de la línea.

—¿Ah? ¿Qué?— por un momento el agente se olvidó que estaba hablando por Pokenav— Claro, sí. Me parece muy interesante este episodio de Dora la Pokeexploradora.

—¿Dora? ¡No! ¡No, eso no! ¡Me refiero a las noticias!

—Claro, claro.

Cops cambió canales hasta que encontró las noticias, pero solo estaban hablando de deportes.

—Mira— le dijo Cops a su jefe— Estoy muy ocupado ahora, no creo que sea el mejor momento para hablar de fútbol.

—¡No, tampoco es eso, maldición!— gritó su jefe— ¡El presidente de Devon S.A., el padre del campeón pokemon fue asesinado en su habitación en el hospital!

—¡¿Qué?! ¡¿En serio?!

—¡Sí, ayer por la noche!

Cops se reclinó en su asiento

—¿Y qué quieres que haga con eso?

—¡Ven y ayúdanos a encontrar al asesino, con un demonio! ¡No podemos hacer esto sin ti!

—Ya te dije que estoy ocupado con una misión que el mismísimo campeón me dio. No puedo ir y comenzar investigaciones que me tomarán semanas.

—Pero nadie tiene idea de quién es el asesino. Ni siquiera tenemos una mísera pista.

Cops suspiró. No era la primera vez que parecía que él era el único que podía resolver un caso de asesinato en todo Hoenn. No sabía si sentirse halagado por ser superior o sentirse triste por la pobre preparación del resto de sus colegas.

Pero entonces los engranajes dentro de su cabeza comenzaron a girar ¿Quién querría asesinar al anciano y ya moribundo presidente de Devon S.A.? Es más ¿Quién querría hacerse enemigo del campeón al matar a su padre? El primer nombre que vino a su mente fue Ruby, pero lo descartó casi de inmediato. Ruby no se ocultaba en las sombras ni escondía sus huellas, por lo general hacía todo lo contrario. Si la policía no había podido identificar al asesino en el primer día, entonces definitivamente no era él ¿Pero entonces quién?

Una idea loca cruzó por su cabeza. Sacó la fotografía para verla de nuevo.

—No, no creo— se dijo— Pero tanto ella como el presidente de Devon tienen un lazo con el campeón. Es poco probable, pero quizás encuentre algo que me sirva.

Sin esperar ni un momento más, se dirigió a su jefe.

—Voy en camino— y colgó.

Inmediatamente se paró, agarró sus cosas, metió su pokebola en su estuche y se marchó hacia el hospital.

Manejó media hora hacia el hospital. Estacionó, se bajó, cruzó el jardín como una bala y llegó a la sala de estar, donde el hombre con el que había hablado lo esperaba con un par de enfermeras.

—¡Por fin estás aquí!— exclamó su jefe, un viejo bigotudo.

—¿Qué datos han recopilado sobre el asesino?— inquirió Cops, saltándose las formalidades.

—Ah, ya hemos tomado los testimonios de todos en el hospital— señaló con su cabeza a las enfermeras detrás de él— Estas dos damas estuvieron en el mismo piso en que ocurrió el homicidio, en el momento en que ocurrió. Dicen haber visto algo raro, pero eso es todo lo que tenemos. El asesino no dejó ni siquiera una mísera huella en todo el edificio.

—¿Y ustedes qué vieron?— le preguntó Cops a las enfermeras.

—No mucho, señor— confesó una, avergonzada— Estábamos conversando entre nosotras cuando noté a una muchacha con traje de enfermera. No la reconocí, pero creí que era una nueva o algo por el estilo.

—¿Viste su rostro?

—Sí, pero no lo recuerdo. Fue solo un vistazo.

—¿Y si lo ves otra vez podrías recordarlo?

La enfermera pareció sorprenderse.

—Yo... supongo, señor.

Cops, sin vacilar más, extrajo la fotografía de Robin y se la mostró. La enfermera abrió los ojos de par en par.

—¡Sí, era ella!— exclamó— ¡Definitivamente!

Cops se giró hacia su jefe, el cual lo miraba boquiabierto. Nadie había podido encontrar ni una mísera pista en un día, y Cops llegaba y resolvía el caso en dos minutos. En un gesto rápido le pasó la fotografía.

—Voy tras ella. La necesito para el caso en el que estoy trabajando. No te hagas esperanzas de atraparla, quizás "ya sabes quién" no lo permita.

Luego se giró hacia las enfermeras.

—¿La vieron cuando huía?

Ambas negaron con la cabeza.

—Sobre eso, algunos dicen que vieron algo irse volando hacia el este— afirmó el jefe.

—Me imagino que ya habrá agentes buscándola por allá— supuso Cops.

—Exactamente.

—Bien, yo también iré. Esta vez no se me escapará.

—/—/—/—/—/—

Debajo del camino de bicicletas, donde nadie podía ver, la muchacha con el disfraz de Swablu amenazaba a otro entrenador con su martillo. Él se había caído de poto de la impresión, y temblaba de miedo. Era obeso y nunca había participado en una pelea, eso se notaba. Lo que ella hacía era cruel, aunque no por eso le pareció que debía detenerse.

—Por favor, no me hagas daño— le pidió el hombre.

—Aún ocultas unos cuantos pokemon de mí— contestó la chica disfrazada de Swablu— Dámelos todos.

—¡Te dije que son todos! ¡Solo tengo dos! ¡Por favor, déjame en paz!

—Déjalo— ladró una tercera voz, detrás de la muchacha.

Ella se dio la vuelta, con lo que el gordito vio la oportunidad de huir. La muchacha contempló a un hombre joven, de aspecto roquero; su pelo era verde y en puntas, y varios anillos de metal le colgaban de la cara. Junto a él, cuatro sujetos de apariencia semejante. Reconoció a uno de ellos, era el mismo al que le había roto las costillas ese mismo día.

—Mi amigo Fredi me contó que había una loca enmascarada atacando a la gente con un martillo— comentó el tipo de pelo verde. Parecía ser el líder de su grupo— Y eso me desagrada.

La muchacha Swablu los miró a todos detenidamente.

—Liberen a sus pokemon y no les haré daño.

Los guitarristas se sorprendieron de tal amenaza, pero no se acobardaron.

—Oye, no dejamos que los ladrones nos amenacen. No importa que seas una mujer, no puedes ir golpeando a la gente. Si no puedes entender eso por la razón, mis amigos y yo tendremos que enseñártelo por la fuerza ¿No, chicos?

Sus amigos respondieron sacando sus pokemon a la batalla. La muchacha los contempló a todos; un Electrike, un Voltorb, un Magnamite, un Plusle y un Minum. Todos pokemon eléctricos, típico de ciudad Malvalona. Ella se fijó en el mango de su martillo de dos manos, y confirmó que era de madera. De esa forma no tenía que preocuparse de recibir descargas si los atacaba, sin embargo arremeter contra los pokemon solo era su última opción.

—Cinco contra uno. Me parece bien.

La chica Swablu se lanzó contra el líder roquero, pero antes de alcanzarlo fue impactada por una Onda Trueno del Minum. Cayó al suelo, paralizada. Sus músculos apenas le respondían.

—Maldición— se dijo. Intentó moverse, pero solo logró que un intenso dolor le recorriera los nervios— No puede ser.

—¿Qué sucede, ladrona? ¿No te gustaba tanto pelear?— le reclamó el tipo de pelo verde.

Otro hombre agarró el martillo de la chica Swablu para evitar que los atacara por sorpresa, y se alejó unos cuantos pasos. De pronto ella sintió otro choque eléctrico, esta vez un Impactrueno del Magnamite. El dolor de la electricidad recorriendo su sistema nervioso la hizo gemir. Al verse a sí misma, derrotada y humillada antes de siquiera comenzar una pelea, la muchacha se rió para sus adentros.

—Qué estúpida fui. No sé pelear ni puedo defenderme a mí misma. La única razón por la que había salido victoriosa antes, fue porque atacaba por sorpresa con mi martillo a la gente.

Intentó ponerse de pie, pero entonces dos de los hombres la tomaron cada uno de un brazo, y la obligaron a pararse.

—Aprenderás a no ir por ahí golpeando a la gente— aseguró el líder roquero.

Victorioso, les hizo un gesto de cabeza a sus amigos para que lo siguieran. Luego se dio la vuelta para dirigirse hacia la ciudad, pero entonces chocó contra algo que no había visto antes.

Consternado, miró hacia abajo, donde encontró a un pokemon que le llegaba hasta las costillas, pero lo bastante robusto para considerarse de peso mediano entre los pokemon. Su piel era azul y presentaba unas graciosas membranas en su cabeza.

—Disculpa, no te vi— le espetó el roquero.

Se dispuso a rodear al pokemon, cuando este le bloqueó el paso con una mano.

—No puedo permitirles llevársela— le espetó el pokemon.

El roquero se alejó inmediatamente unos pasos del Marshtomp.

—Así que ella tenía un pokemon— exclamó— ¡Magnamite, Impactrueno!

Su pokemon de un ojo flotó hacia su entrenador para protegerlo, y sin dudar un momento, desató una poderosa descarga eléctrica. Sin embargo, al entrar en contacto con la piel de su contrincante, la electricidad se disipó alrededor de su cuerpo sin dañarlo ni un poco.

—¡¿Qué?!— saltó el hombre de pelo verde.

—¡Alex, ese es un Marshtomp! ¡Es de tipo Agua y Tierra!— indicó uno de sus amigos.

—¡¿Qué?! ¡Rayos!— repitió el tal Alex.

Pero sin dejarlos reaccionar, el Marshtomp saltó sobre Alex y lo derribó de un combo. El Magnamite intentó ayudar a su amo, pero fue derribado en el acto por un Disparo Lodo.

—Rayos ¡Electrike, usa...— iba a ordenar el roquero con las costillas rotas, pero antes de poder terminar, el Marshtomp le dio un golpe en el estómago y lo derribó con una Pistola Agua.

—¡Minum, Ataque Rápido!— exclamó uno de los que agarraban a la chica Swablu.

El Minum espabiló casi al instante; echó a correr como un rayo hacia el Marshtomp y lo embistió con todo el momentum que su ligero cuerpo pudo alcanzar, mas su contrincante ni se movió. El Minum, aterrado, no pudo hacer nada cuando el Marshtomp lo agarró con sus manos por la cabeza y lo arrojó contra uno de los pilares que soportaban la pista de bicicletas.

Inmediatamente echó a correr hacia los sujetos que agarraban a la muchacha de los brazos, pero estos la soltaron y retrocedieron con premura.

—Viejo, lo sentimos. Déjanos ir— le pidió uno de los roqueros.

Sin embargo el Marshtomp continuó su carrera hacia ellos, saltó sobre uno y le golpeó el abdomen con tanta fuerza que lo hizo agacharse sobre sí mismo por el dolor. Los dos que quedaban, aterrados, echaron a correr al instante.

El pokemon y la muchacha guardaron silencio durante un buen rato, mientras él miraba hacia todos lados por si los roqueros se atrevían a regresar.

—Gusto en verte de nuevo, Zafiro— la saludó Marshtomp, con cara de pocos amigos.

Ella no contestó inmediatamente. Permaneció sentada sobre el pasto, donde la habían dejado los roqueros.

—¿Desde cuándo me estás vigilando?— le preguntó al final— ¿Cuándo me encontraste?

—Nunca te tuve que buscar.

Zafiro apretó los dientes.

—¡Maldición! ¡¿Cómo puedes ser tan... tan...

Pero entonces su mirada se encontró con la del Marshtomp, y se quedó muda. Se sentía enojada por necesitar que alguien la salvara, mucho más él.

—¿Por qué tenías que aparecer?

—¿Y tú por qué te tienes que vestir así? ¿Por qué andas robando los pokemon de la gente?

—No los robo, los libero.

—¿Quieres ser como Ruby? ¿Es eso?

—¡No! ¡No quiero ser como él!

—¿Entonces por qué intentas imitarlo?

Zafiro apretó los dientes, furiosa. Sin poder decir nada por la rabia que sentía, se puso de pie y comenzó a marchar hacia la salida, sin embargo Marshtomp se le adelantó, la agarró de una pierna y la arrojó hacia el lado contrario con fuerza.

—¡Aaaaaaaah!— chilló Zafiro de la impresión.

Cuando recobró el equilibrio, miró consternada al que antes había sido su pokemon.

—¡¿Qué te pasa?!— alegó.

—No te dejaré ir a que te maten o te metan en la cárcel— le advirtió.

—¡No puedes detenerme!

—¡Pruébamelo!

Marshtomp se cruzó de brazos, bastante seguro de su fuerza. Zafiro, a punto de estallar, echó a correr hacia uno de los lados del pokemon para intentar rodearlo, pero este le dio un golpe en las costillas para detenerla, y luego la impulsó de regreso a la zona segura con su brazo.

—¡¿Qué te importa lo que yo haga?!— le gritó ella.

—¡¿Qué te importa a TI lo que YO haga?! ¡Soy un pokemon libre! ¿Recuerdas?

Zafiro corrió hacia él de nuevo. Esta vez intentó evadirlo con una finta; le hizo pensar que correría hacia un lado, pero en medio de la carrera se detuvo y se dirigió hacia el otro lado del pokemon. Marshtomp no logró alcanzarla con sus brazos, sin embargo apuntó a ella con su boca y le disparó en medio del vuelo varias balas de lodo, lo cual la derribó. Sin perder tiempo, él la agarró de la cintura y después de tomar impulso la arrojó nuevamente hacia adentro.

—¡Maldición! ¡Eso es trampa!— chilló Zafiro, limpiándose el lodo de la cara.

—Esto es la vida real. No hay reglas.

Zafiro se puso de pie, colérica.

—¡¿Por qué me acosas?! ¡¿Estabas esperando la oportunidad de vengarte de mí?!

Marshtomp la miró por largo rato en silencio, su mirada cansina y seria, casi inexpresiva.

—Yo nunca me vengaría de ti, porque no hay nada que vengar— contestó al final— No fuiste la mejor entrenadora del mundo, claro, pero de todas formas te necesito, Zafiro.

La muchacha abrió la boca ante la sorpresa de oírlo hablar así, aún siendo libre.

—Pero yo... yo te di la libertad ¡Te dije que fueras libre!

—¡Y libre yo soy!— aseguró— No dije que te necesitaba a ti como mi entrenadora; dije que te necesitaba a ti. Y si eso implica salvarte de ti misma, pues bien. Y si tengo que golpearte una y otra vez para evitar que hagas algo estúpido como ir a robarle a la gente sin más que un martillo y una máscara, pues bien.

Cuando terminó de hablar, Marshtomp adoptó una posición de combate para indicarle a Zafiro que podía intentar escapar cuantas veces quisiera. Sin embargo ella no volvió a intentarlo. En vez de eso se lo quedó mirando con los ojos bien abiertos, contrariada. Vio su mirada segura, su espíritu indomable, su determinación sin límites. De pronto una idea cruzó su mente.

—Tú... tú nunca me seguiste porque te sentías obligado— observó Zafiro— Tú podrías haber escapado durante los primeros días. Tuviste cientos de oportunidades, pero nunca lo hiciste ¿Pero por qué?

El Marshtomp bajó los brazos.

—¿Tengo que decirlo?

Zafiro dejó escapar el aire que los nervios le habían hecho inspirar.

—O sea que tú... tú siempre quisiste estar a mi lado. Nunca fuiste un esclavo como los demás, sino un pokemon que estaba haciendo exactamente lo que quería hacer... tú eras libre... y me usaste.

Marshtomp sonrió.

—Claro que te usé. Te usé egoístamente para sacarme de ese laboratorio a recorrer el mundo. No sabes lo feliz que estaba. No me importó el entrenamiento, ni ver sufrir a mis compañeros. Todo eso lo compensaba la emoción de servirle a un entrenador, de luchar batallas por medallas, de derrotar a otros entrenadores y a sus pokemon por los caminos— y de pronto la sonrisa se borró de su cara— Como dije antes: Te necesito. Viva. Y no dejaré que vayas sola a cometer tales estupideces.

Zafiro sonrió.

—¿Es eso un impedimento o una invitación?

—Eso depende de ti.

Ella desvió la mirada, un poco avergonzada. Avanzó un par de pasos hacia él, y luego le tendió la mano. Marshtomp se fijó en la importancia de aquel gesto. Significaba que toda la historia que llevaban el uno con el otro pasaba a significar nada, pues desde ese momento eran iguales.

El pokemon levantó su mano y estrechó la de Zafiro, terminando el pacto.

—¿Entonces... compañeros?— sugirió ella.

—¡Compañeros!— exclamó Marshtomp, alegre.

En ese momento, Marshtomp fue envuelto por un brillo enceguecedor. Zafiro sintió el impulso de alejarse por miedo, pero se contuvo y sostuvo la mano de su amigo por todo el proceso. Marshtomp creció, tanto que se volvió más alto que ella. Las membranas en su cabeza se alargaron, así como su cola y sus extremidades.

Finalmente la luz se apagó. Ambos se miraban a los ojos, ensimismados, contentos. Sin soltarse de las manos, Zafiro le indicó que lo siguiera.

—¿A dónde vamos?— inquirió él.

—A comprarte ropa. No puedes seguir vistiendo harapos tan desgastados como esos. Algo que se pueda mojar, de preferencia.

Swampert se la quedó mirando un poco, lo cual ella advirtió.

—¿Qué?

—Nada, es que... ¿Y esa máscara?

—¿Te gusta? Es mi disfraz de Swablugirl

—¿De quién?

—¡Swablugirl! O sea que soy una súper heroína.

Swampert intentó ocultar su risa, pero no pudo, y pronto se le escapó.

—No te rías, es en serio.

—Sí, te creo... ¡JAJAJAJAJAJAJA!

Zafiro no pudo evitar reír también. Se sentía mejor.

—/—/—/—/—/—

Flannery se dirigió hacia la oficina de Magno con un paquete de documentos bajo el brazo. Ya se estaba haciendo de noche y pensaba sacarlo de su trabajo para evitar que se desvelara nuevamente. Mientras caminaba por una de las salas de lagunas de magma, lo divisó a la distancia, dirigiéndose también hacia su oficina.

—Está muy lejos para llamarlo— calculó ella— Tendré que ir y dejárselo yo misma.

Continuó, resignada, con el fajo de documentos bajo el brazo. Desde donde estaba, lo miró cerrar la puerta de su oficina tras de sí

—Se ve concentrado— pensó— Seguro que no tiene idea de la hora que es y piensa desvelarse trabajando, de nuevo. Rayos ¿Cuándo me convertí en su niñera?

Sin tocar, abrió la puerta y entró.

—Jefe, tiene que firmar...— pero entonces se dio cuenta que no había nadie en la oficina— ¿Pero qué onda? Si yo lo vi entrar.

Buscó con la mirada por todos lados. La oficina de Magno era cuadrada y no precisamente espaciosa, por lo que no había muchos huecos en dónde esconderse. Flannery miró debajo de las mesitas y entre las montañas de papeles, mas no lo encontró.

—Qué raro— se dijo— Muy raro.

Advirtió el escritorio, el único lugar que le quedaba por buscar. Se sentó en la silla y miró hacia abajo, hacia el hueco del escritorio para meter las piernas, pero tampoco encontró al jefe.

—No, no puede desvanecerse— se dijo.

Curiosa, cerró la puerta y comenzó a pensar ¿Cómo un hombre podía entrar a una habitación con una sola salida y luego desaparecer sin pasar por esa misma salida?

—No puede— concluyó Flannery— Debería seguir en esa habitación... pero el jefe ya no está acá.

Se volvió a formular la pregunta. La repitió en su cabeza una y otra vez, mirando en todas direcciones, hasta que sus ojos captaron un detalle que se le había escapado todas las veces anteriores que había entrado a esa oficina; la librería de Magno. Cierto día el mismo jefe le había confesado a Flannery que, aunque le encantaban los libros que tenía, apenas tenía tiempo para echarles una mirada, por lo que pasaban llenos de polvo. Sin embargo, al extremo derecho de la tercera fila había un libro bastante más limpio que los demás.

—Una pista— musitó Flannery, emocionada.

Agarró el libro para ver su interior, pero algo le impidió sacarlo del todo, como si estuviera atorado. Al mismo tiempo un chasquido llamó su atención desde el suelo. Cuando Flannery bajó la mirada, se encontró con que una zona cuadrada del suelo, justo debajo del escritorio de Magno, se había levantado ligeramente. Lo suficiente para agarrarla con los dedos y descubrir unas escaleras que descendían por un estrecho túnel oscuro.

—¡Una guarida secreta dentro de la guarida secreta!— exclamó en susurros, cada vez más emocionada.

Sin pensarlo dos veces, bajó por las escaleras hasta que sus pies tocaron el piso. De pronto se vio en un túnel un poco más alto que ella, decorado con escasas luces mortecinas en las paredes. Por las marcas en las paredes de roca, supuso que había sido un pokemon quien escarbara ese túnel.

Seguidamente se movió sigilosa hacia la única dirección disponible. Caminó en silencio por un par de minutos, hasta que oyó la voz de Magno.

—Sí, sí. Esta semana hemos tenido uno que otro encuentro con el equipo Aqua, pero además de eso, nuestros números solo van hacia arriba.

—Excelente ¿Y cómo vas con el orbe?— preguntó una voz misteriosa. Flannery notó de inmediato que esa voz era muy aguda, seguramente estaba siendo alterada para ocultar su verdadero timbre.

Continuó caminando hasta que, detrás de una curva, advirtió a su jefe frente a una gran pantalla, hablándole a una persona proyectada ahí. La cueva terminaba donde él estaba parado. En ese extremo la iluminación era decente, por lo que Flannery pudo ver que el hombre en la pantalla llevaba una máscara de Jirachi, el pokemon mítico que concede deseos. Además de eso vestía un terno elegante. Todo lo demás en la pantalla no era más que un fondo blanco.

—Aún no hemos podido dar con su localización, señor Jirachi.

—Ya veo. Muy bien, señor Magno. Creo que no tengo más preguntas por hoy.

—Entonces me...

—¡Ah, espere! Sí, sí tengo una pregunta más.

—Soy todo oídos.

El sujeto con la máscara de Jirachi levantó su dedo índice, como para indicar la importancia del tema.

—He escuchado que reclutó a una nueva comandante, y que es muy bonita.

—¿Se refiere a la señorita Flannery? Le aseguro que mis razones para...

—No dudo de sus razones, señor Magno, ni de su eficiencia— lo interrumpió Jirachi, antes de que Magno se hiperventilara— Sin embargo, no puedo dejar de preocuparme por los riesgos que conlleva contratar a un líder de gimnasio.

—La señorita Flannery ya no pertenece al gobierno, ni es una líder de gimnasio.

—Claro, esa es la verdad... oficialmente

—Le agradecería que se dejara de rodeos, señor Jirachi.

—¡Claro, claro!— levantó las manos a modo de disculpa— Solo le pido que la traiga para hacerle unas preguntas, eso es todo.

—¿Traerla? ¿Aquí?— Magno pareció sorprenderse— Pero dijiste que no querías que nadie se enterara de tu existencia.

—Recuerdo bien lo que dije, señor Magno, pero improvisar también tiene sus méritos. Solo deme una oportunidad para entrevistarla. Me interesa que usted escuche lo que ella responda.

—¿Acaso quieres echarla? Acordamos que no te entrometerías en mi gestión.

—Y no lo haré. Repito: Recuerdo bien lo que dije. Solo usted puede manejar a sus empleados. No es una regla que me interese romper.

—Ya veo... disculpe mi rudeza, señor Jirachi.

—Todo bien, señor Magno. Hasta la próxima reunión.

—Hasta la próxima— se despidió Magno.

La pantalla se apagó, con lo cual Magno dio media vuelta y echó a caminar hacia la salida. En ese momento Flannery se dio cuenta de que no tenía un plan para pasar desapercibida. En el túnel no había objetos grandes ni lugares donde esconderse, no había hoyos ni pasadizos, y el tramo hacia las escaleras era demasiado largo para correrlo en silencio antes de que Magno girara en la curva y la notara.

—No hay de otra— se dijo Flannery— Tengo que hacerlo.

Inmediatamente echó a correr como alma que lleva el diablo, pero no logró dar ni tres pasos cuando su jefe la llamó por atrás.

—¡Flannery!— oyó, y se detuvo al instante— ¡¿Desde cuándo estás aquí?!

Ella suspiró, dio media vuelta y lo miró, avergonzada.

—Lo siento, jefe. No quise espiarlo, pero me ganó la curiosidad.

Magno meditó un momento.

—Pues lo que hiciste no está bien, pero de todas formas ibas a tener que venir, como supongo que habrás oído ¿No? Vamos, acompáñame a la salida.

Flannery se sintió repentinamente aliviada. Dio gracias de que su jefe fuera un hombre calmado y pasivo.

—Supongo que te preguntarás quién era ese hombre en la pantalla— le espetó Magno, mientras caminaban hacia la salida.

—Sí, la verdad sí.

—Me gustaría decirte su nombre, pero ni yo lo sé— la muchacha lo miró un tanto sorprendida— Solo lo he visto a través de la pantalla, y siempre usa esa máscara de Jirachi y altera su voz. Podría ser cualquier hombre adulto en Hoenn, quizás incluso una mujer que sabe esconder muy bien su constitución física.

—¿Y qué es él?

—Es... bueno. Es nuestro patrocinador. Él nos da el dinero que necesitamos para administrar todas nuestras operaciones.

—Ya veo...

Flannery se cruzó de brazos, pensativa. Ciertamente no se había puesto a meditar cómo el equipo Magma generaba ingresos. Se preguntó si este nuevo sujeto anónimo sería un problema para sus planes, pero tenía muy pocos datos para llegar a una conclusión. Ciertamente esa "entrevista" era una buena oportunidad para evaluarlo.

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"Soy Steven Stone, tengo 24 años y soy el rey de Hoenn"

Se levantó de su escritorio para dirigirse al balcón. Su gran oficina tenía una hermosa vista hacia el resto de la región. Era una mañana hermosa y silenciosa, casi le pareció que podía respirar la paz en el aire. Sentado a un lado, un enorme pokemon de impenetrable piel pasaba el rato leyendo un libro.

"Cuando derroté al campeón anterior y me coronaron como rey, yo tenía diez años. Desde entonces he gobernado esta región como a mí me place.

>>>>En verdad nunca he entendido esto de que el campeón gobierne la región. La manera en que un niño crea una estrategia para una batalla con sus mascotas terminará decidiendo si la educación se vuelve gratuita o se privatiza, si los hospitales reciben tanto presupuesto al año en vez de lo que tenían el año anterior, relaciones exteriores, leyes ¿A quién se le ocurrió un sistema tan estúpido? Aunque supongo que no es su culpa por haberlo intentado, sino la culpa de los demás por haberle seguido la corriente... y mi culpa por no instaurar un gobierno representativo cuando tengo la oportunidad.

>>>>Pero el poder corrompe a los hombres, y yo no soy la excepción... ¿O quizás es algo distinto? Sí, definitivamente. Yo ya era corrupto cuando niño, era muy corrupto, solo que no me di cuenta. El poder no me corrompió, fui yo quien corrompió al poder.

De pronto la puerta se abrió, y entró un fornido anciano de blanco bigote. Vestía una chaqueta larga y rasgada en los bordes, y un sombrero de marinero.

—Señor campeón— lo saludó.

—Hola, Dracón— lo saludó Steven— ¿Qué te trae por aquí?

—Le traigo los informes sobre calamidades que han ido surgiendo por Hoenn, señor— depositó un fajo de papeles sobre su escritorio— Me temo que últimamente estos incidentes son demasiado catastróficos para ignorarlos, y ocurren con demasiada frecuencia. Es como si de pronto todo Hoenn fuera a explotar.

—¿Es Ruby otra vez?

—Ojalá fuera solo Ruby. Primero ciudad Férrica es arrasada por las llamas de ese pokemon desconocido, luego Ruby incendia el gimnasio Azuliza. Además aparecieron dos... organizaciones científicas muy activas; por un lado el equipo Magma en la tierra y el equipo Aqua en el mar. Ambos bandos se dedican a robar información y maquinaria dedicada al estudio del clima, principalmente, aunque también hurtaron un helicóptero y un submarino, respectivamente. Además, hemos recibido notificaciones de varias pugnas entre ambos bandos, como si fueran Mightyena y Delcatty

—¿En serio?— Steven pareció interesarse— ¿Un grupo de científicos criminales? Es la primera vez que oigo algo así ¿Eso es todo?

—Pues... también la policía ha recibido varios reportes de cierta... muchachita...

—Pareces incómodo, Dracón ¿Qué ocurre con esa muchachita?

El anciano se rascó la cabeza, cansado.

—Es una ladrona de pokemon. Lleva una máscara, por lo que no se ha podido confirmar su identidad, y no ha hecho más que robarle los pokemon a quien se cruza en su camino, amenazándolos con su martillo y sus propios pokemon, sin embargo no puedo evitar pensar que tiene cierto parecido con este chiquillo Ruby.

Steven rió un momento.

—¿Dices que terminará convirtiéndose en un Ruby punto 2?

—Es una posibilidad, sí.

—Es posible— Steven se rascó la barbilla— Sí, es posible. Sin embargo, aunque sea cierto, no podemos concentrarnos en una simple ladrona por ahora. Arregla lo de ciudad Férrica. Llévate a Sixto, Fátima y Nívea contigo.

—¿Pero y los equipos Magma y Aqua? ¿Y Ruby?

—Ya tengo a alguien tras de Ruby, y esas organizaciones científicas pueden esperar. Yo iré tras ese tal pokemon misterioso.

—Señor ¿Y qué ocurrirá con el gimnasio de ciudad Petalia?

—Ah, cierto. Mataron al líder de ese gimnasio ¿Cierto? Pues... pásenle la organización de la población a alguien que pueda ejercer el cargo temporalmente, y también nombren a un grupo de reemplazantes para los retadores. Así hicimos con los otros gimnasios ¿No?

—¿Pero por qué no nombras a nuevos líderes de gimnasio? ¿No es lo más obvio?

—¿Para qué? ¿Para que Ruby vaya de nuevo y mate a esos líderes? No. Primero hay que encontrarlo y atacarlo. Una guerra defensiva no nos dará ningún resultado esta vez.

Dracón asintió.

—Como siempre, un buen plan, señor campeón.

—Sí, sí. Ahora ve, tienes trabajo qué hacer.

Dracón inclinó su cabeza ligeramente, y seguidamente se marchó. Steven se dio la vuelta para regresar al balcón, pero entonces advirtió que su Metagross lo miraba desde uno de los sillones, un libro firme en su mano.

—¿Qué?— inquirió el campeón.

El Metagross, con su cuerpo grande y su mirada natural que muchos confundían con una mirada asesina, guardó un momento de silencio antes de contestar.

—¿Ese hombre se habrá creído la mentira que le dijiste?

Steven se rió con soberbia.

—Nah. Dracón es un viejo pirata con mundo. Conoce de la vida y de las personas, y seguramente puede ver a través de mí con facilidad.

—¿Y no te pone nervioso?

—No. Confío en que no me traicionará. No le teme a la muerte, pero tampoco quiere morir porque sí. Con esa clase de sujetos me puedo relajar. Son racionales y tranquilos, como el acero y la roca.

—¿Y entonces qué vas a hacer? Él tenía razón, están ocurriendo muchas catástrofes en Hoenn y todas casi al mismo tiempo.

—¿Y tú desde cuándo te preocupas tanto por Hoenn?— le reclamó Steven— Vamos, entra a tu pokebola. Nos vamos.

El Metagross asintió, e inmediatamente se elevó en el aire para seguir a su amo.

"Hoenn está en crisis, eso es innegable, pero ¿Debería importarme? Soy Steven Stone, tengo 24 años y me gusta ser el rey de Hoenn"

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Seee. Bien. Con este capítulo me di cuenta de lo salido de personaje que está Flannery (y prácticamente todos los que tienen un personaje en el juego). Supongo que está mal, aunque en lo personal nunca me interesé mucho por este aspecto en los juegos de Pokemon, pero de todas formas les pregunto ¿A ustedes les molesta que los personajes en este fic sean tan OoC?

...

Swampert, el pokemon Pez Lodo:

—Peso: 81,9 kg

—Altura: 1,5 m (pareciera que esta es su altura en cuatro patas, por lo que para efectos de la historia lo haré un poquito más alto)

—Observaciones:

-  Su vista está tan desarrollada que puede ver a través de aguas cenagosas

- Con sus aletas puede predecir los cambios en las corrientes acuáticas.

- Puede nadar tan rápido como una moto acuática (de 70 a 110 km/h)

- Puede arrastrar un barco grande nadando.

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