Capítulo 26

Pasó un tiempo considerable desde la última vez que Taehyung vio a Jimin, y la sensación de vacío no hizo más que intensificarse. La fachada de calma y profesionalismo que intentaba mantener se empezó a agrietar. No podía dejar de pensar en su omega, y sentía que no podría soportar mucho más en ese estado. Estaba al borde de quebrarse por los nervios y la tristeza.

Un día, después de una reunión especialmente agotadora, salió de la oficina y tomó su auto.

Sin un rumbo claro, condujo por las calles de la ciudad, con la mente abstraída, hasta que, casi sin darse cuenta, terminó en el camino hacia la casa de sus padres.

Al llegar, estacionó frente a la propiedad y se dejó envolver por el aire fresco del jardín, que le dio un breve respiro en medio de su confusión. Tocó el timbre, sabiendo que su madre estaría en casa. Aunque no la visitaba con frecuencia, en momentos como este, el calor familiar parecía lo único capaz de brindarle alivio.

Al abrirse la puerta, descubrió que Nayeon estaba de visita, algo poco habitual. Agradeció la oportunidad de verla. Siempre había sido un pilar en su vida, y aunque le costaba admitirlo, necesitaba el consejo de alguien.

Entró en la casa familiar, donde el aroma de la comida casera lo envolvió, ofreciéndole un confort que no había sentido en semanas.

Nayeon lo recibió con una cálida sonrisa.

—Taehyungie, ¿cómo estás? —preguntó, dándole un fuerte abrazo.

—He estado... mejor —respondió él, devolviéndole el gesto—. ¿Y mamá?

—Quedé en venir a verla, pero se olvidó de nuestra cita y está en el odontólogo. Me dijo que no tardará en volver.

Nayeon lo invitó a sentarse en el salón, ocupando dos sillones enfrentados. Su rostro mostraba una mezcla de ternura y preocupación, como si pudiera ver a través de la fachada de su hermano.

—Te noto decaído, hermanito. Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? —dijo, acomodándose en el respaldo.

Taehyung asintió, pero las palabras se le resistían. Sabía que su hermana entendería. Lo que no le resultaba fácil era admitir la magnitud de su dolor.

—Como sabes, Jimin se fue —comenzó, con esfuerzo—. Dijo que necesitaba tiempo para sí mismo, para reconectar con su lobo y... para sanar. Después de todo lo que ha pasado, no lo culpo. Lo entiendo, pero... no sé cómo seguir sin él.

Nayeon frunció los labios, reflexionando. Suspiró, compadeciéndose de su hermano.

—La realidad es que han pasado por mucho, ambos. Creo que Jimin tiene razón. Necesita tiempo, y tal vez tú también. No puedes seguir adelante sin procesar lo que te ha ocurrido.

Taehyung sacudió la cabeza.

—No es tan simple. Si me detengo a pensar, si bajo la guardia, no sé si podré mantenerme de pie. Hay días en los que siento que me estoy desmoronando.

Su hermana lo miró con tristeza.

No solo se trataba de la pérdida de los cachorros, sino de las tensiones que habían afectado la relación entre el alfa y el omega, las cuales no habían procesado ni asumido antes de seguir adelante.

—¿Has hablado con tu lobo? —le preguntó Nayeon.

Taehyung parpadeó, sorprendido.

—No podemos cambiar lo que sucedió, por más que hable con él todo el tiempo. Tae solo me pide que mantenga distancia con Jimin, diciendo que es lo mejor para él, y eso me frustra porque lo necesito en mi vida. Estaba tan acostumbrado a tenerlo cerca que ahora que no está, siento que he perdido mi propósito.

Nayeon lo entendía.

—Es tu instinto protector alfa el que habla. A veces, debes permitir que la persona que amas encuentre su propio camino. Sufrirás, porque tienen un vínculo, pero no puedes negarte la oportunidad de sanar. Tú también has perdido algo muy importante. Confía en que este proceso es necesario, tanto para él como para ti.

—¿Y cómo se supone que haga eso? —preguntó Taehyung, temeroso.

Nayeon lo observó en silencio antes de contestar:

—Permítete sentir, Taehyung. No puedes reprimirlo todo. Para sanar, debes enfrentarte a lo que te duele, por más que lo último que quieras sea revivirlo.

El silencio entre ellos se volvió pesado y, al mismo tiempo, liberador. Por primera vez en semanas, Taehyung sintió que alguien lo comprendía. Tenía permiso para no ser perfecto, para no tener todas las respuestas.

—Gracias —dijo finalmente, con la voz ronca por la emoción.

Nayeon le sonrió con calidez.

—Siempre estaré aquí para ti, hermanito. Y Jimin... él encontrará su camino de vuelta a ti. Solo tienes que confiar en él.

Esa noche, Taehyung regresó a casa con una nueva claridad. La conversación con Nayeon lo ayudó a ver algo que había estado ignorando: su propia necesidad de reconocer y aceptar las emociones que lo agobiaban, en lugar de reprimirlas. Sólo así podría procesarlas de manera saludable y liberar la carga emocional que arrastraba.

Todos esos sentimientos podían ser transformados, reconstruidos. Debía perdonarse por las malas decisiones, sintonizar con lo que realmente importaba y aprender a soltar lo que no le servía. Solo así encontraría la aceptación y la confianza que necesitaba, tanto en sí mismo como en Jimin.

Dejar ir a su omega no significaba perderlo para siempre, pero seguir ignorando su propio dolor solo lo alejaría de sí mismo.

Al entrar en su habitación, se permitió llorar por primera vez desde que Jimin se fue. Las lágrimas cayeron silenciosas.

Su lobo permaneció respetó su dolor. Parecía esperar a que Taehyung dejara salir todo aquello que había enterrado dentro de él.

Mientras las lágrimas fluían, una paz sutil comenzó a asentarse en su pecho. No era un alivio inmediato, sino un pequeño paso en la dirección correcta.

Jimin no estaba, pero existía la posibilidad de que algún día volviera, más fuerte, feliz y libre de arrepentimientos. Y si ese día llegaba, Taehyung también necesitaba estar preparado, no solo como su alfa, sino como su compañero, alguien con quien Jimin pudiera reconstruir lo que el destino había intentado destruir.

Esa noche, Taehyung se permitió descansar, abrazando su soledad en lugar de anhelar la presencia de otra persona.

Jimin había estado trabajando en sí mismo. Al principio, cada sesión con la psicóloga era una batalla contra sus emociones, luchando por no caer en el abismo. Hablar del vacío en su pecho y de la pérdida que lo perseguía era como desprenderse de pedazos de sí mismo. Poco a poco, descubrió que al hacerlo su interior se sentía más aliviado.

La psicóloga lo ayudó a encontrar las palabras, a poner en orden lo que por tanto tiempo había estado enterrado. Jimin siempre había cargado con sus problemas, creyéndose lo suficientemente fuerte como para soportarlo todo, por lo que le fue difícil asumir que esta vez no podía hacerlo solo. Necesitaba que alguien lo sostuviera.

Aunque las primeras sesiones fueron duras, pronto se dio cuenta de que estaba progresando.

Cada día, Jimin se tomaba un momento para reflexionar. A veces era algo tan simple como levantarse por la mañana sin el peso de la culpa. Otras veces, se trataba de cosas más grandes, como permitirse hacer nuevas amistades en la universidad.

El dolor seguía ahí, pero estaba aprendiendo a vivir con él.

Las técnicas de respiración y meditación que la psicóloga le enseñó se convirtieron en parte de su rutina diaria, descubriendo que esos pequeños momentos de paz le daban la fuerza para seguir adelante.

Regresó a la universidad y, poco a poco, sintió que recuperaba algo de normalidad. Le gustaba sentarse en las aulas, escuchar las voces de los profesores y el murmullo de los estudiantes. Era un ruido de fondo reconfortante, una señal de que la vida continuaba a pesar de todo.

Sin embargo, los avances a veces parecen frágiles ante los imprevistos.

Un día, como cualquier otro, su entereza fue puesta a prueba.

Jimin llegó a su departamento tras su última clase, decidido a dedicar la tarde a limpiar y organizarse. Era algo que hacía más a menudo desde que decidió retomar el control de su vida.

Mientras revisaba su armario, una caja polvorienta cayó del estante. Al verla, supo de inmediato lo que contenía.

Era la caja, el único recuerdo físico que tenía de los cachorros que nunca llegaron a nacer.

Con las manos temblorosas, levantó la tapa. Las pequeñas prendas seguían ahí: diminutos calcetines, gorritos de lana suave, zapatitos tan pequeños como su dedo meñique y el enterito con estampado de piñas que compró el día en que los perdió.

Después de su pérdida, fue su consuelo, su única conexión con los bebés que crecieron en su vientre. Abrirla ahora le llenaba de una sensación de incertidumbre y temor.

Se sentó en el suelo, sosteniendo las prendas, y las lágrimas empezaron a caer antes de que pudiera detenerlas. Al principio, descendieron silenciosas, mientras su cuerpo intentaba recordar cómo llorar después de tanto tiempo. El dolor lo envolvió con una fuerza abrumadora, como si todos los avances que había logrado se desvanecieran en un instante.

Sintió la misma desesperación, la misma angustia que lo consumió el día en que Minnie le comunicó que sus cachorros ya no estaban, que su vientre, que una vez albergó vida, ahora estaba vacío.

Por un momento, todo el esfuerzo que había invertido para sanar pareció inútil. El dolor seguía presente, tan intenso como siempre, y en su mente, el progreso que tanto le había costado se desmoronaba. "¿Acaso no he avanzado nada?", pensó con amargura, dejando que sus lágrimas empaparan las diminutas prendas. "¿Todo este trabajo, todo este esfuerzo... para qué?"

Entonces recordó las palabras de su psicóloga. La sanación no era lineal. Habría días en los que el dolor regresaría con fuerza, pero eso no significaba que no estuviera avanzando.

Respiró hondo, recordando las técnicas de respiración que tanto había practicado. Inspiró profundamente, cerró los ojos y dejó que el aire llenara sus pulmones. Exhaló lentamente, imaginando que con cada exhalación liberaba un poco del dolor que lo ahogaba. Repitió el proceso una y otra vez, hasta que las lágrimas cesaron y su respiración se volvió estable.

Abrió los ojos y observó las prendas con una nueva perspectiva. Ya no las veía como un símbolo de lo perdido, sino como un recuerdo de lo que tuvo.

Los cachorros que llevó en su vientre, aunque solo por un corto tiempo, habían sido suyos. Los amó, y aunque nunca los sostuvo en sus brazos, siempre los llevaría en su corazón.

"Dejar ir te permitirá crecer, aprender", le había dicho su psicóloga en una ocasión, y por fin comprendió el verdadero significado de esas palabras.

Dejar ir no era olvidar. No significaba que el dolor desapareciera o que los recuerdos se desvanecieran. Dejar ir era aceptar que el amor y la pérdida podían coexistir, que podía amar a esos cachorros y, al mismo tiempo, seguir adelante.

Acarició el enterito una última vez antes de colocarlo de nuevo en la caja. Ya no necesitaba aferrarse a esas prendas para recordar a sus cachorros. Ellos siempre estarían con él, en su corazón, en sus pensamientos, en esos pequeños momentos en los que se permitía recordar sin dolor.

Decidido, Jimin se levantó del suelo, cerró la caja con cuidado y salió del departamento. Caminó con pasos firmes hacia el lugar donde se depositaba la basura, pero su destino no era el cubo de desechos. Cerca de allí, había un sitio donde se dejaba ropa para donar.

Era el momento de despojarse de esas prendas. No porque no significaran nada, sino porque aferrarse a ellas lo mantenía anclado al pasado.

Llegó al lugar de donaciones, abrió la caja y, una a una, dejó caer las prendas dentro.

Lloró de nuevo, pero esta vez sus lágrimas no eran de tristeza. Eran de liberación, de alivio.

Quizá esas prendas podrían abrigar a otro cachorro, a alguien que las necesitara más que el polvo del estante de su armario.

Llevó una mano a su vientre, despidiéndose.

—Es hora de dejarlos y seguir adelante —murmuró para sí mismo, con el rostro mojado por las lágrimas—. Papá los amará siempre y los guardará en su corazón, donde nadie podrá hacerles daño jamás.

Estaba aprendiendo a crecer. Aceptaba el dolor, lo abrazaba y lo liberaba. Decidía no quedarse atrapado en lo que pudo ser, sino abrirse a lo que podría ser. Al futuro.

Jimin sonrió, sorbiéndose la nariz mientras se alejaba del lugar de donaciones.

Sus cachorros siempre formarían parte de él, pero ya no los retenía. Ahora, podía recordarlos con amor, con una sonrisa, sin la necesidad de aferrarse al pasado.

A veces, crecer significaba soltar. Y Jimin, finalmente, estaba listo para hacerlo.

Nuestros niños están sanando poco a poco No se preocupen que ya va a poder volver a reunirse, más pronto de lo que creen jiji 🤭

Les deseo una excelente semana, mis bellezas 🥰😘 Espero hayan disfrutado del capítulo, un poco corto pero con buena voluntad. Les prometo que el próximo va a ser más largo 💖💖 Y continuemos haciendo stream a nuestros chicos, que falta cada vez poco para que vuelvan y estén todos juntos 💜💜

-Neremet-

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