Capítulo 7

Durante la mayor parte del día, Jeon intentó sobornar al lobo de Jimin para que ingiriera sus supresores. Se quejaba continuamente de calambres, mareos y fiebre, pero era obstinado y prefería el sufrimiento antes de ceder y tomar algo que bajara el rendimiento de su celo.

El pequeño malcriado no perdía las esperanzas con su alfa, y se escudaba en que pronto su aroma haría la magia. Por desgracia para él, eso implicaba que Jungkook permaneciera apartado de él, dejándolo en soledad para que reflexionara sobre su encaprichamiento.

Entonces Minnie tuvo un ataque de llanto por quinta vez, mientras el crepúsculo se reflejaba en las pálidas paredes de la alcoba del alfa.

Suspirando cansinamente al escuchar un nuevo berrinche, Jungkook dejó su lugar en el sofá de la sala, donde simulaba leer para distraer su mente. Subió las escaleras y asomó su rostro por la abertura de la puerta, espiando dentro.

Encontró a su omega quejándose de dolor sobre su cama, con los ojos empapados y las mejillas ardiendo. Estaba en una posición comprometedora, con el cuerpo desnudo –a excepción del collar en su cuello– y su culo empinado. No dejaba de frotarse insistentemente sobre un montón de ropa de su alfa, la cual dispuso a su alrededor con la forma de un nido.

Jungkook le permitió hacerse con aquellas prendas. Pensó que de esa forma su aroma podría acompañar a Minnie, ya que no aceptaba sus condiciones. La postura de mantenerse alejado era firme, sobre todo sabiendo que en los primeros días las feromonas eran más potentes.

–¿Vas a tomar la pastilla? –inquirió con tono dulce, volviendo a tentar al omega cubierto con sus ropas.

Verle sometido al padecimiento de aguantar un celo sin sexo hacía que Kook se irritara. No podía imaginar lo duro que sería estar solo, encerrado, sin poder ser aliviado. Sus diminutos deditos ni siquiera eran suficientes para llenar su estrechez, y le escuchaba quejarse por ello.

Ni siquiera comía para recuperar energías. El plato con su almuerzo servido continuaba enfriándose junto a la puerta.

–Vamos, Minnie. Tómala, por favor. Sólo así puedo acercarme a ti.

Minnie alzó los ojos en su dirección, llamándole a través de un vínculo inexistente. Le rogó que se acercara, con una expresión deformada en angustia y un quejido lastimero. Usó su chillido omega como opción desesperada. No era capaz de mantenerse consciente con el calor de la fiebre llevándose sus fuerzas.

El corazón de Jungkook palpitó desbocado, ansioso por corresponder al llamado.

Tenía a su destinado sumido en la peor de las torturas, consumiéndose en el ardor de su libido. Hincó las garras en la puerta, astillando la madera, sin encontrar una solución que no implicara los malditos supresores.

Sus instintos carnales bullían a través de su sangre con la concentración de feromonas dominando el aire. Eran más fuertes que en la mañana, eso seguro.

En poco tiempo más, sería imposible asomarse a la puerta sin perder la razón. Si no se apuraba, tendría que abandonar el departamento y conseguir a algún omega de confianza que pudiera acompañar a Minnie.

Le aterraba lo cabreado que eso lo ponía. No deseaba a nadie más cerca de su pequeño durante el momento en que más vulnerable se encontraba. Era su obligación asumir esa responsabilidad. Su lobo no le perdonaría abandonar a su destinado, lo despreciaría por ser un mal alfa.

–Por favor, Minnie –volvió a pedir.

–No... Mis cachorros, alfa –lloriqueó el pelirrosa, retorciéndose en la cama, aferrando su pancita.

–Entiende que ahora no puedo dártelos. Más adelante, cuando Jimin y yo estemos juntos, te prometo que formaremos la familia que mereces.

–¡No! ¡Esa cosa me quitará a mis cachorros!

Jungkook parpadeó, desconcertado.

Estaba seguro de haber visto muchos condones usados en la habitación. Él mismo se encargó de ponerlos en la basura cuando ordenó el cuarto para Minnie. Entonces no había forma de que lo hubieran hecho sin protección, ¿o sí? ¿Kook era capaz de ir tan lejos como para pasar por encima de la orden de Jimin?

–Minnie... –llamó al omega, tragando saliva. Necesitaba asegurarse de que esa probabilidad estaba fuera de discusión, de lo contrario, Jimin lo despellejaría vivo por semejante descuido–. Minnie, cariño, debo preguntarte algo muy importante.

El interpelado se envolvió con las sábanas para cubrirse y se sentó en medio del nido con un pucherito dando forma a sus labios rechonchos. Le demostró que, a pesar de su estado, le escucharía con atención. Su respiración era agitada y no dejaba de sudar y Jungkook dedujo que requería con urgencia un baño frío.

–¿Kook lo hizo contigo sin condón?

El omega se encogió de hombros, intuyendo por dónde iba la cosa.

Si confesaba la verdad, Jungkook y Jimin le arrebatarían su mayor anhelo. No estaba dispuesto a sacrificar a los cachorros concebidos en su vientre sólo porque su lado humano no los deseaba todavía. De ninguna manera.

–Minnie, debes decirme.

Un gruñido molesto vino desde la cama. Minnie le dio la espalda, dando por terminada la charla. Estaba excitado, nervioso, temeroso y necesitaba a su alfa. Jamás se sintió más incomprendido en su existencia.

Si su destinado estuviera ahí, no permitiría que Jungkook lo despreciara ni que fuera una amenaza para su futura camada. Kook intervendría para protegerlo y cuidarlo. Llenaría el nido con su aroma y calmaría su calor haciéndole el amor.

–Los supresores no te harán daño –siguió diciendo Jungkook, impacientándose–. Si los tomas y estás embarazado, no dañarán a los cachorros y podré estar junto a ti. Hará que tus feromonas se apacigüen, así no podré lastimarte.

En realidad, no estaba seguro de que las pastillas fueran inofensivas para un omega en estado de gestación. No leyó el prospecto dentro de la caja, así que desconocía si contenía algún compuesto anticonceptivo que lo afectara.

–¿Lo prometes, alfa? –Minnie se giró a mirarlo, con la esperanza de poder ser consentido si aceptaba brillando en su semblante.

–Yo...

Jungkook titubeó. No sería tan estúpido como para abrir la caja y ponerse a leer lo que decía el instructivo delante del omega; tampoco admitiría su duda.

–Lo prometo –dijo suavemente.

–Entonces está bien. Tomaré una.

Minnie esbozó una tímida sonrisa y se acurrucó contra el respaldo de la cama, palmeando a su lado, concediéndole su permiso para ingresar al nido. Al millonario se le estrujó el alma.

El omega confiaba en él. Por más que tuviera cierto recelo por las pastillas, si su alfa le decía que estaría bien para sus cachorros, estaba dispuesto a aceptar. Haría cualquier cosa por tenerlo a su lado, por recibir su afecto y no sentirse tan vacío y solo.

Tomando la bandeja de comida junto a la puerta, Jungkook entró en la habitación.

Contuvo la respiración al principio, y fue dosificando su inspiración para acostumbrarse a la intensidad de las feromonas que le azotaron con violencia. Un escalofrío placentero recorrió su espalda, y su nudo se tensionó dentro de sus pantalones.

Se acercó al nido con precaución, bajo el atento escrutinio del omega, que se cubrió mejor con las mantas e hizo un gesto de sumisión ladeando la cabeza. Aprobaba su presencia dentro de su territorio.

Tan pronto como se sentó al borde de la cama y depositó la bandeja con comida a un lado, Minnie saltó a su regazo. Se restregó en su cuello y ronroneó, satisfecho con poder sentir la calidez contra su piel.

El rubio hizo lo que pudo por contenerse, disfrutando también del contacto. Cualquier oportunidad de sentir a Jimin entre sus brazos le despertaba una especie de electricidad en el cuerpo.

Permitiéndose un momento para acostumbrarse a las feromonas del celo, respiró hondo para imprimarlas a fuego en su interior. Tal vez si las olía de golpe podía llegar a saturarse de ellas.

–Alfa –susurró Minnie sobre sus labios, satisfecho. Tenía una sonrisa tan arrasadora que iluminaba el cuarto entero, aun cuando se estaba sumiendo en las tinieblas de la llegada de anochecer.

Jungkook quiso jugar con eso, y preparó su mejor actuación.

–No quisiste comer lo que preparé para ti –se quejó, simulando una expresión dolida y acariciando con un dedo el borde del plato donde estaban las papas fritas cortadas en rodajas y la pechuga gratinada.

Había invertido tiempo en cocinar, por más que no le gustara, con el objetivo de que su omega valorara su esfuerzo y se sintiera especial.

Con eso también quería demostrarle que era capaz de encargarse de otras tareas en el hogar. No permitiría que las responsabilidades cayeran enteramente en el eslabón más débil de la pareja por el simple título de omega. Estaba dispuesto a compartir labores y lo haría con mucho gusto por Jimin si con eso minimizaba su carga de mantener un hogar en condiciones.

Minnie parpadeó confuso, descubriendo el manjar que se había perdido por culpa de su malestar. Se sintió culpable por poner triste a su destinado, por lo que atrajo el plato y robó un par de papitas con la mano, sin importarle que ya estuvieran frías.

Las llevó a su boca y, sosteniéndole la mirada a Jungkook, masticó la dureza crocante de las papas con suavidad. Ronroneó de gusto al tragar. Estaba rico.

Se inclinó y robó un trozo de la pechuga, que deshizo con las manitas. Iba a llevárselo a la boca cuando Jungkook le detuvo, sujetando su muñeca.

–Puedo ir a calentarlo. No hace falta que lo comas frío.

El omega negó.

Ahora que tenía a su alfa, no iba a dejarlo ir tan fácil. Le costó casi todo el día que respondiera a su llamado. Sería un estúpido si le permitía la distancia suficiente como para que sus feromonas dejaran de aturdirle. Darle espacio para pensar haría que volviera a dejarlo solo.

–No me importa –respondió, tomando otro puñado de papitas.

–Espera. Vas a ensuciar el nido si sigues comiendo así –le reprendió el rubio, previendo que podría hacer un enchastre en la cama.

Tan pronto como hizo el amago de apartarlo de su regazo, Minnie chilló como si lo hubieran golpeado y enroscó las manos sucias en su cuello.

Enternecido, Jungkook acarició las despeinadas hebras rosadas. Hizo un suave masaje en su cuero cabelludo para calmarlo y lograr que relajase la presión en su cuello, que empezaba a asfixiarle.

Era normal que los omegas se volvieran dependientes, al punto de requerir constantemente los mimos y arrullos de su alfa. Algunos, como Minnie, se comportaban de forma aniñada, caprichosa, territorial y explosiva cuando no conseguían al objeto de su deseo.

El alfa deslizó sus anchas manos por la nuca ajena, bajando por la suavidad de los hombros pequeños y explorando la porción de piel descubierta de la espalda. Poco a poco, el agarre de Minnie se ablandó.

–Es hora de tomar los supresores.

Con un asentimiento de cabeza, el pelirrosa impuso distancia entre ellos.

Sacando la caja del bolsillo trasero de su pantalón, Jungkook extrajo una tableta. Las pastillas tenían forma de cápsula de un color rojizo. Se hizo con una y la dio vuelta entre sus dedos.

Se sentía inseguro sobre si dársela.

Podría afectar el ciclo hormonal de Jimin. Si estaba en estado, podría arriesgarse a que sus cachorros fueran abortados. ¿Cómo afectaría eso a su lobo? Minnie estaba cegado con conseguir sus propios bebés. Si los estaba gestando y se enteraba de que los había perdido por su culpa, quedaría destrozado y jamás lo aceptaría como alfa.

Estaba tan perdido en sus miedos, que cuando Minnie tomó el vaso con agua de la bandeja y quiso quitarle la cápsula de la mano, le gruñó sin querer.

Se disculpó enseguida, pero eso causó cierta sospecha en el omega.

–¿Estás seguro de que eso es bueno para mí? –inquirió Minnie. Su instinto agudizado le decía que no la tomara, que había algo malo.

Sometido a la mirada más dulce en la tierra, Jungkook no pudo mentirle.

–No lo sé. Pero lo voy a averiguar.

Al alfa se le acrecentaba la sensación de que Kook tuvo un descuido. El semen potente de un alfa dominante y el celo de un omega no eran un buena combinación. Tenía que asumir lo peor y creer que era posible que Minnie hubiera concebido sus cachorros.

De ser así, no los lastimaría. No haría nada que pusiera en peligro tanto al omega como a sus bebés.

Guardó la cápsula en el bolsillo de su pantalón y enfrentó a su destinado:

–Cariño, tengo que hacer una llamada. ¿Me permites un segundo?

–¿Pastilla mala?

–Quiero descartarlo.

Besó a Minnie en la coronilla y lo arropó en la cama. Le pidió que lo esperase, porque no se tardaría mucho.

Abandonó la habitación a paso rápido y se encerró en su estudio, donde buscó el teléfono fijo. Utilizó el marcado rápido y aguardó en la línea.

Estaba inquieto, yendo y viniendo de un extremo al otro. Si no le daba a Minnie supresores pronto, las cosas se complicarían. No podía arriesgarse con los que tenía, así como tampoco podía exponerlo a algo que le hiciera daño. Para comprar, debía saber cuál sería el adecuado, para darle instrucciones a Namjoon.

El pitido en el teléfono fue interrumpido, seguido de una voz femenina nada contenta:

–Más te vale que estés llamando para algo importante, maldito desgraciado. Tengo un parto que atender ahora mismo.

–Nayeon, gracias a la Luna te encuentro –boqueó Jungkook, siendo invadido por un alivio repentino–. Es muy importante. Se trata de mi omega destinado. Creo que lo embaracé.

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