14. La Caída del Cisne


La desesperación comenzó a invadirme otra vez, pero la tranquilidad de haber aceptado mi muerte hace unos momentos, me permitió pensar con mayor claridad. Ahora simplemente observaba con curiosidad, sin importar qué destino me esperase.

—Amo... Amo Velasco —pronunció Rica.

Ya no había duda, ese era el jefe de estas personas.

—Me puedes decir qué significa eso, ¿Rica?

Velasco señaló con la mirada el cuerpo de Néstor. Parecía molesto.

—Lo... Lo siento Amo Velasco, yo... yo intenté controlarme, pero el chico fue...

—Ya es suficiente —dijo el hombre, con calma, hablaba de forma educada—. No tenías razón para destruir una presa. Ya sabes lo caras que son.

Selene y Mateo estaban inmóviles, igual que yo, cada uno en un punto diferente del vestíbulo.

—Lo siento, Amo Velasco, no tengo excusa —dijo Rica, bajando la mirada.

Velasco seguía observándola. Suspiró después de unos segundos.

—Sal de aquí —dijo al fin—, sube. Ya decidiré tu castigo después.

Hizo una seña con la cabeza, apuntando a las escaleras por las que había llegado. Rica asintió sin levantar la mirada y se dirigió a paso veloz a donde le indicaba.

—Sullivan —dijo Velasco, después de que Rica saliese de su vista—. Lleva a esa niña de vuelta a su celda.

El hombre alto asintió con respeto.

Me exalté, mi corazón se puso a mil por hora. No iba a permitirlo, la muerte era mejor, ya lo había dicho. Me lancé hacia delante, a saltos, cojeando. Me paré frente a Selene y Mateo. Sullivan y Velasco se quedaron observándome en mi pobre intento de hacer cualquier cosa.

—¿Y a esta que le ha pasado? —cuestionó Velasco, al verme.

—Es la que trajimos, la chica del instituto que vieron en el bar. Ya sabe, la que buscaba kinianos.

—Ah sí, ya la recuerdo, la sensible que no toleró el ajuste de memoria, ¿no iban a llevársela hoy?

—Iban, pero ese sujeto lo jodió todo. —Señaló a voz grave con la cabeza— El Cocinero ha tenido que cancelar el festín de hoy por su incompetencia.

Sullivan me apartó con un fuerte empujón que me derribó y sostuvo a Selene por las vendas. Ella me miró con tristeza, pero no dijo nada. Estaba en calma, al igual que yo hace unos momentos, había aceptado su destino.

Velasco suspiró y negó con la cabeza.

—Aborrezco trabajar con humanos, pero es lo que hay, son baratos.

—Me encargaré de contratar a alguien mejor la próxima vez, amo.

El hombre de traje blanco asintió con un gruñido.

—Llévate a la que tienes —dijo él—. Y después vuelve por esta otra. Se quedará un poco más para sustituir al que mató Rica.

—Como diga, Amo Velasco —dijo Sullivan.

Sullivan se acercó a Selene y la sostuvo por ambos brazos. Ella ni siquiera rechistó, tan sólo me dirigió una mirada tranquila. «Adiós», alcancé a leer en sus labios partidos mientras se la llevaban. Y otra vez, la misma desesperación que sentí al ver morir a Néstor me invadió. Esa chica no se merecía eso, no podía haberla llenado de esperanzas para que ahora se las arrebataran así, sin más.

Me sentía mal, ofuscada, asediada por tantas y tantas luces y...

—¡Basta! —grité, atrayendo la atención de todos.

Grité, pero no para ellos, no para que Sullivan parase, o Velasco me notara, sino porque estaba harta. Otra vez las luces de la discordia llenaban mi visión, pero había algo extraño. Esta vez parecían adquirir consistencia, se aglomeraban. Nunca lo había considerado, pero, ¿y si mi visión no estaba mal? ¿Y si todas esas luces de colores no eran un problema de cansancio o locura?

Observé al hombre que sostenía a Selene, parecía que las luces doradas emanaran de él, acumulándose en su cercanía. Parecía un... ¡un aura! Era un aura dorada. Y entonces recordé a Melina, a esa pobre ancianita del psiquiátrico. No estaba loca. La gente de aura dorada de verdad existía.

—¿Otra vez? —habló Velasco, con tono cansino—. Parece que necesitas modales, niña. Sullivan, ¿qué estás esperando? Llévatela ya.

Observé a Velasco con odio, él también tenía esa aura dorada. ¿Qué significaría eso?

—¡Voy a sacarte! —grité a Selene, cuando Sullivan se la llevaba—. Voy a sacarte, lo prometo, sólo espera... resiste.

Le gritaba, pero ella sólo me sonreía, sin decir nada. Quería hacerla sentir mejor, pero su simple sonrisa me destruía. Aceptaba la verdad mejor que yo, y es que, seguro no podría hacer nada para ayudarla.

—Qué ruidosa eres, niña —habló Velasco.

Centró su mirada en mí y frunció el ceño. Se acercó a paso lento, hasta estar cara a cara conmigo. Su aura dorada brillaba con intensidad, igual que las motitas de luz que se revolvían a su alrededor.

—¿Puedes verlo? Lo has visto, ¿eh? —dijo el hombre, sonriendo con cierta curiosidad—. Eres sensible a la energía, después de todo.

Seguía atónita, sin saber qué decir.

—¿Qué? No lo sabes, ¿verdad? Pero apuesto a que ya lo intuyes —dijo Velasco, acercándose a mí—. ¿Qué es lo que ves? ¿Un resplandor? Algunos dicen que ven «luces doradas», otros «luciérnagas», otros un «aura dorada». Tú la ves, ¿no es cierto?

Como un autómata asentí con la cabeza. Velasco rio.

—Sí, sí, Sullivan me informó sobre esa sensibilidad tuya a la energía, cuando no funcionó la reescritura de memoria contigo. Qué pena, si tan solo hubieses olvidado todo, nunca hubieses tenido que pasar por todo esto. Eres una, ¿cómo les llaman los humanos? Ah, sí, médium. Detesto a los médiums, pero tienen un sabor exquisito y brindan una vitalidad enorme, son muy valiosos en el mercado negro.

—Qué... ¿Qué eres? —pregunté, sin contenerme.

Velasco me miró a los ojos.

—Un vampiro —dijo, pero al ver mi rostro de incredulidad, se echó a reír—. Miento, eso no existe. Bueno, no como los que tú conoces, pero dejémoslo así, no necesitas saber más.

—No eres... No eres humano.

—No, no lo soy. Es una lástima que nunca vayas a poder saciar tu curiosidad. No es algo que una humana pueda comprender. —La mirada de Velasco se plantó en Mateo—. Y tú, chico, eres el responsable de todo este desastre, ¿verdad? Vuelve a tu sitio, hablaremos más tarde.

Mateo pegó un salto, como si le tuviese terror al dueño de esas palabras.

En ese momento no lo noté, pero desearía haberme dado cuenta antes.

—Amo Velasco, señor —dijo Mateo, sin atreverse a mirarlo a los ojos—. ¿No podría sólo...?

—¡Calla y obedece! Entiende tu lugar.

Una llama se encendió en mí. No podía permitir que le hablase así. Mi vida ya no me importaba más. Si no iba a salir, entonces emplearía todo lo que me quedaba para intentar ayudar a Mateo.

Furiosa, pegué varios saltos para posicionarme en un punto intermedio entre ambos hombres. Extendí la única mano que me quedaba ilesa. No dejaría que lo tocara, ya era suficiente. Mateo nunca le había hecho daño a nadie, no dañaba ni a una mosca, incluso lloraba cuando su padre lo reprendía. La situación debía estarlo volviendo loco.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Velasco, mirando mi acción sin comprender.

Lo observé de frente, directo a los ojos.

—Protegiendo... a mi amigo...—murmuré.

Escuché un sollozo lastimero escapar de Mateo.

—Protegiendo... ¿Protegiendo a tu...? —Se echó a reír. Tardó un poco en contenerse antes de continuar—. ¿En serio? ¿Así que era por él? ¿Por eso buscabas a la gente de aura dorada? Qué curiosa confluencia de acontecimientos. —Rio con más fuerza—. Perdón, perdón, pero ese chico de ahí no necesita tu protección. Él es mío. Está a mi servicio.

No me sorprendió lo que dijo, se notaba a leguas. Ese traje de etiqueta, su habitación. Lo tenían como una especie de mayordomo, obviamente contra su voluntad.

—No me importa lo que está haciendo —dije, molesta—. No dejaré que se lo lleve. Tendrá que matarme para hacerlo. Y sé que no lo hará.

Velasco frunció el ceño.

—Bueno niña, eso puede arreglarse. —Alzó la mirada, tronó su cuello con un movimiento—. No te sientas tan importante. Ese cadáver... —Señaló a Néstor—, es al que debo sustituir. A ti ya te tenía reemplazada, lo sabías, ¿no? —Sonrió—. Vale más la reputación que el capital, no puedo dejar que una presa problemática como tú esté viva. Puede que seas valiosa, pero no tanto como mi negocio.

Tragué saliva. Estaba jugando, tratando de intimidarme. Lo sabía. Si hubiera querido matarme ya lo habría hecho. ¿Verdad?

—Kat, por favor para —dijo Mateo, en voz baja.

Le dirigí una mirada con el rabillo del ojo. Sólo por un momento, quería que se callara. Estaba tratando de ayudarlo, ¿acaso no lo entendía?

—No... No puede matarme —dije, casi de forma automática.

El hombre respiró hondo antes de responder.

—Tienes razón —dijo—. No voy a matarte.

Una parte de mí respiró aliviada, sin embargo, otra más se mantuvo alerta. De alguna manera no me había gustado la forma en la que lo había dicho.

—Será él quien lo haga. —Sus ojos se clavaron en los de Mateo—. Kesen, mátala.

—¿K-Kesen? —pregunté.

Velasco rio.

—Ah, ¿no lo sabes? Ma... Mateo, ¿no es así? Es su nombre humano. Tienes esa visión privilegiada y no te has dado cuenta, ¿por qué no lo miras?

Las palabras de Velasco se clavaron en mí como un pequeño alfiler molesto. Sí, la verdad es que, desde que vi las luces doradas había notado algo raro en Mateo, pero no lo entendí en ese entonces. No, tal vez es que no quise entenderlo.

Me di la vuelta, despacio, hasta quedar frente a él. Dorada, luz dorada, un aura emanaba de él, igual que de Velasco. Suspiré, así que era eso.

—Kat, lo siento, yo... yo no podía decirte —dijo Mateo, sin ser capaz de mirarme a los ojos.

No sabía cómo sentirme, pero si de algo estaba segura, es que aún confiaba en él.

—No... No te preocupes Mat —dije con un hilo de voz—. Sé... Sé que debe haber una buena razón para todo esto. Quiero ayudarte, por favor, déjame ayudarte.

Velasco se cruzó de brazos.

—Hazlo, Kesen, mátala.

Mateo levantó la vista y por fin, después de mucho tiempo, logré conectar con sus ojos. Tristeza, es todo lo que noté, una profunda tristeza y desesperación.

Tenía que hacer algo, pero ¿qué? ¿Cómo salir de esa encrucijada? Era claro que Mateo era uno de ellos, pero estaba en ese asqueroso sitio en contra de su voluntad. Un momento, ¿Rica sería también una persona de aura dorada? ¿Tendría Mateo también esos extraños poderes invisibles? Quizás si los usaba para atacar a Velasco, juntos podríamos intentar algo para escapar.

¡Sí! Ese era el plan, pero, ¿cómo se lo diría? Estaba frente a mí, cualquier palabra la escucharía el hombre a nuestro lado.

Busqué en su mirada algún atisbo de respuesta, una señal de comprensión, sin embargo, sólo veía miedo en él. Estaba aterrado. Quería ayudarlo, quería decirle que yo estaría dispuesta a arriesgar mi vida para salir juntos de ese infierno, sólo era cuestión de...

Y lo sentí. Algo afilado se había clavado en mi pecho. Mareo, perdía mis fuerzas. Unas intensas ganas de vomitar me invadían. Tosí y vi con horror como mi sangre salpicaba el rostro de Mateo. Él ya ni siquiera me miraba, de nuevo tenía la vista perdida en el horizonte.

Su mano sostenía un cuchillo, de los de la cocina, atravesando mi pecho, a la altura del corazón. Dolía, dolía mucho. Pero no era el filo hiriente lo que dolía, sino el pensar que era Mateo quien lo había hecho. Me había asesinado, siguiendo las órdenes de un maldito.

Mis rodillas perdieron fuerza, pero el afilado estoque no me dejó caer. Sentí como desgarraba mi interior por el peso de la caída. Todo me dio vueltas, iba a desfallecer. Traté de levantar mi mano hacia el cuchillo, para retirarlo, o intentar algo, cualquier cosa, pero no lo logré.

Mateo volvió a enfocar su mirada hacia mí. Me sostuvo con la mano que no tenía el cuchillo y me fue bajando, despacio, hasta el suelo. Mientras lo hacía, me susurró algo al oído.

—Vuela libre, Katziri.

Esas fueron sus palabras, plasmadas con una inmensa tristeza, al borde de las lágrimas. Y no supe cómo sentirme. Eso fue lo último que escuché antes de cerrar los ojos... para no abrirlos nunca más.

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