6. Un ser milenario
Bastaron unos segundos para que el vampiro dejara de gritar, y el cuerpo usurpado de nuestro camarada volviese a quedar inmóvil, entre mis brazos. Estaba ardiendo debido a la resonancia y los ataques energéticos, una masa de carne y hueso, que se desintegraba más y más a cada segundo, hasta convertirse en cenizas. No quedó nada de la forma etérea, había sido totalmente erradicada.
Yo me encontraba bien, con tan sólo quemaduras y una revoltura de estómago terrible. Sin embargo, el poder del vampiro anciano comenzaba a abandonarme, pronto volvería a tener mis sencillas 150 KU.
Caí de espalda al suelo, respirando agitado. Había más silencio de lo que esperaba.
—¡Eater! ¿Estás bien?
Pelusa fue la primera en llegar a mí, me sostuvo en sus brazos y comenzó a liberar energía sanadora. Broza y Verdugo llegaron a auxiliarme un momento después.
—Increíble, basura, lograste salir vivo de esa. Estás loco.
Reí.
—He estado peor —respondí—. ¿Qué hay del otro vampiro? ¿Lo tienen?
Verdugo desvió la mirada un poco.
—Lo tienen, no necesitaron de nosotros, esos güiris no lo hacen nada mal.
—Vaya, qué misión. —Resoplé—. Y pensar que por un momento creí que iba a ser fácil. Pobre de Babuino, no se lo merecía.
Intenté levantarme, pero Pelusa me lo impidió.
—Eh, no te muevas, esto tomará un poco de tiempo.
Iba a decir que no importaba sanarme, porque ya todo había terminado, sin embargo, un repentino estruendo seguido de una aterradora visión, acaparó la atención de todos nosotros.
Un poco más allá, en el otro extremo del derruido salón, el potente chillido del murciélago etéreo hacía coro al sonido magnético de un titánico desprendimiento energético. La red que lo aprisionaba se rompió y el equipo estadounidense salió disparado en todas direcciones. Una, dos tres, cuatro ráfagas fulminantes alcanzaron los cuerpos de los desdichados antes de que siquiera tocasen el suelo. El vampiro anciano no estaba derrotado, y había exterminado en un abrir y cerrar de ojos a sus captores.
—¡Corred! —gritó Verdugo, agitando las manos, señalándonos la salida del salón que estaba por derrumbarse.
Nadie refutó la orden, ni pensamos dos veces en salir corriendo. Mis heridas podían esperar. El ente etéreo estaba enfurecido, la energía que desprendía era descomunal. Sin duda alguna ese era uno de los kinianos más poderosos a los que me había enfrentado en toda mi vida. Las cosas no se veían bien, para nada bien.
Corrimos a ocultarnos, mientras el salón de la ceremonia se derrumbaba con nosotros. Avanzamos por oscuros pasillos, guiados únicamente por la luz de nuestra energía.
En algún punto del camino nos separamos, perdí de vista a Broza y Verdugo, pero Pelusa seguía conmigo. Encontramos refugio en una habitación pequeña, llena de cereales y otras legumbres empacadas en costales. Nuestras respiraciones estaban agitadas, pero intentamos acallarlas. Nadie nos perseguía, el vampiro anciano debía estar detrás del resto del equipo.
—¡¿Qué...?! ¡¿Qué carajo está pasando?! ¡Eso es un monstruo, Kesen, un monstruo!
Pelusa temblaba, sin contener los nervios. Me había llamado por mi nombre, algo que sólo hacía cuando estaba asustada.
—Kero, contrólate —dije, tomándola por ambos brazos para calmarla.
Ella tomó aire, una, dos veces.
—Lo siento, Eater, no sé qué me pasó, pero no ocurrirá de nuevo —afirmó.
—Es normal, yo también estoy asustado, eso de ahí es un monstruo. Debe ser un kiniano de Clase S, probablemente de nivel 4, o incluso 5.
Ella asintió con la cabeza, en silencio, sin dejar de respirar profundo. Dentro de la Clase S, una clasificación adicional se volvía necesaria para diferenciar el potencial energético. Ascendían por niveles, el Nivel 1 se refería a quienes ostentaban entre 500 y 600 KU. A partir de ahí, cada nivel adicionaba 100 KU a dicho límite. En el mundo entero, los kinianos más fuertes jamás conocidos, sólo alcanzaban el nivel 5, es decir, podían llegar a los 1000 KU, una cantidad aberrante y abrumadora, inimaginable, capaces de destruir naciones enteras por sí solos.
—¿Qué haremos? —preguntó Pelusa.
—Nuestra única opción es escapar. No podríamos hacerle frente a una cosa así, está fuera de nuestro alcance. Sólo uno de Los Primeros podría pararlo, necesitamos informar a la Gran Sabia Kizara, de inmediato.
—Los comunicadores no sirven, la onda de choque del etéreo debió romper los canales, porque tampoco puedo contactar con Verdugo o Broza.
Me crucé de brazos.
—Me lo esperaba, ese bicho puede hacer cosas extrañas.
—¡Si escapa será un gran problema! Fue muy complicado encontrarlo, para empezar. Y si se une a El Supremo, será todavía peor.
Negué con la cabeza.
—Al menos sé que nunca se unirá a El Supremo. Él la repudia, quiere arrebatarle el trono.
—¡Entonces dejemos que lo haga!
Reí.
—Aunque me gustaría, no lo conseguirá. El Supremo está en una liga totalmente distinta. Este espécimen no podría siquiera tocarle un pelo. Dejarlo libre sólo causaría más problemas.
Pelusa se cruzó de brazos, con un claro conflicto mental. Si no estuviese emparejado con Katziri, incluso podría parecerme una chica linda.
—¿Es posible que puedas beber su esencia otra vez? —preguntó.
—Por desgracia, no. Su sangre se derramó durante el conflicto, y me es imposible beber de una forma etérea.
—Y si... Si tú... ¿Si bebes de mí?
Un silencio incómodo se apoderó del ambiente. La poca luz que había me permitía distinguir el color rojo de sus mejillas.
—Kero... Ya sabes que tu potencial y habilidades no harían la diferencia.
Ella desvió la mirada, indignada.
—Ya lo sé, pero no perdía nada intentando.
Casi me hace reír, algo difícil en un momento tan delicado.
—Mira, concentrémonos en salir de este lugar primero. Ya es una tarea demasiado complicada por sí misma.
Ambos asentimos y nos dispusimos a salir. Todo el equipo que funcionaba a base de energía parecía estar inutilizado. Todavía me encontraba cansado y, aunque Pelusa se había encargado de sanar mis heridas, no había forma de que sobreviviéramos a otro enfrentamiento.
Nos movimos por las catacumbas abandonadas hasta encontrar las escaleras de piedra que subían interminables pisos hasta llevar al exterior. Comenzamos a ascender, en silencio.
No quedaba una sola antorcha encendida, así que la oscuridad era absoluta. Pelusa me sostuvo de la mano, permitiéndome guiar el paso. Subimos más de diez pisos sin conflicto alguno, y luego diez más. Nada, no había nada. Todo parecía muy extraño.
Alcanzamos la cima de las escaleras, el exterior estaba tan sólo a unos pasos, pero apenas cruzamos el umbral que llevaba al recinto principal, la iglesia que estaba en pleno puente sobre el río, nos encontramos con la razón de la ausencia de caos.
El gigantesco murciélago esperaba, flotando con tranquilidad sobre las filas de bancas, con dos cuerpos debajo.
—¡Verdugo! ¡Broza! —gritó Pelusa, apretando mi brazo con fuerza.
Miré los cuerpos inertes de los desafortunados. No cabía duda, eran ellos, y su aura no destellaba más. Nuestros compañeros habían caído.
«Aquí equipo azul, equipo verde, informen de la situación», intenté entablar comunicación con el exterior. Sin embargo, no obtuve respuesta. Toda nuestra tecnología había sido freída con el último pulso energético liberado por el etéreo.
—¿Problemas de la era moderna? —preguntó el ente, con sorna.
Le dirigí una mirada fulminante.
—Te veo muy confiado —respondí—, pero no conseguirás salir de aquí. Lo sabes, ¿o no? Allá afuera hay decenas de guardias. Han venido de todo el mundo, sólo para cazarte.
—Es halagador —replicó el vampiro—. ¿No te sientes identificado, joven criatura? Estás destinado a morir a la sombra de otros, sin conseguir tu objetivo, igual que yo.
Sus palabras se clavaron como un cuchillo en mi pecho.
—No estoy preparado para morir, al menos no hoy —respondí, cargando un ataque energético en mi mano.
El ente rio, a sabiendas de que cualquier cosa que hiciera, sería inútil contra él.
«¿Qué vamos a hacer, Kesen?», murmuró Pelusa, repagándose todavía más a mi cuerpo.
«Lo distraeré tanto como pueda, te conseguiré una abertura y tú saldrás. Consigue ayuda tan pronto como puedas, avisa a la Maestra Kizara y, con suerte, sobreviviré para tu regreso».
Ella me miró, llena de preocupación.
—¿Están murmurando? —inquirió el etéreo—. No hay plan que valga, todos aquí estamos acabados. Nadie saldrá vivo.
Apreté los dientes.
—¡Ya lo veremos! —grité, al tiempo que me abalanzaba contra el murciélago, esperando a que Pelusa hiciera lo suyo. Si se daba prisa, y conseguía salir, tenía la esperanza de que alguien consiguiese llegar a tiempo para salvarme.
Qué patético, poniendo mi vida en las manos de alguien más.
Planeaba atacar al vampiro anciano para que me persiguiera, sin embargo, a pesar de que me acercaba a él, no se movía. Ni siquiera me prestaba atención. Era extraño, como si estuviese esperando a que yo...
—¡Kesen, cuidado!
Fue por tan sólo un segundo, pero lo vi muy despacio. La verde cabellera de Kero se agitó frente a mí, cuando ella me empujó y recibió el poderoso impacto. Su armadura acolchada no soportó el daño, se rompió. Su cuerpo se tensó en el aire, se dobló y salió disparado en dirección contraria, tan sólo para incrustarse en uno de los muros de roca, provocando que toda la iglesia trepidara.
—¡Kerooo! —grité, mientras corría hacia ella, sin comprender exactamente qué había pasado.
No tenía sentido, no había visto ningún ataque. El murciélago ni siquiera se movió. No había forma de que... De pronto la aterradora verdad me aplastó.
Fijé la vista en el acceso a las escaleras. Allí, una silueta oscura se divisaba. Una imponente presencia se percibía, la abrumadora presión energética de un kiniano de Clase S.
—Impo... Imposible —murmuré, deteniendo mi paso antes de llegar al cuerpo de mi compañera.
—¿Imposible? No, sólo descuidado de su parte, agente de la GIV.
Las palabras de un hombre adulto salieron de entre las sombras. Un hombre que nadie había notado hasta ese momento. Había estado en la fiesta, sin duda alguna, lo recordaba, pero su presión energética había sido tan despreciable, que nadie lo había tomado en cuenta. Había otro más, otro de Clase S.
—¿No te preguntaste por qué no pudiste sentir mi presión energética desde un principio? —habló el ente etéreo.
Estupefacto, mi vista recorrió la gran cámara principal, desde el recién llegado, hasta el vampiro anciano.
—Mi señor, es lamentable que la situación haya terminado así —comentó el hombre, acercándose al murciélago.
—No pasa nada, Kregor, tus servicios han sido más que útiles. Ocultar las presiones energéticas nos servirá para salir de este embrollo.
No podía creer lo que escuchaba. Ese kiniano, Kregor, había sido el culpable de que no pudiésemos detectar todas las presiones energéticas poderosas. Y si eso era cierto, podrían encontrar la manera de salir sin que nadie los descubriese en el exterior.
Comencé a reír.
—Vaya, ¿ya has enloquecido? —preguntó alguien.
Caí de rodillas. Ni siquiera me esforcé en alcanzar a Kero. No tenía sentido, yo también iba a morir en ese lugar, de una forma tan estúpida. Habíamos sido engañados, timados por unos simples vampiros. ¿Y así queríamos hacer frente a El Supremo? Éramos unos niños, en pañales, que estábamos jugando con fuego. Ni la GIV, ni la guardia, ni yo, ni nadie. Nadie podría hacer nada, porque estos seres estaban totalmente fuera de nuestro alcance. Tal vez, sólo tal vez una persona podría hacer la diferencia, pero ahora, ella... ella estaría muy lejos, ayudando a pobres salvajes a encontrar el camino a casa.
Reí, y seguí riendo, mientras esperaba mi absurdo destino.
—¿Me deshago de él, señor? —solicitó el hombre que aún poseía un cuerpo.
No escuché la respuesta, pero sí logré divisar un poderoso ataque dirigiéndose directo a mí. Ya estaba, ese era el fin. Si ya era complicado sobrevivir a uno de ellos, ya era totalmente imposible hacerlo con dos. Suspiré. Al menos me hubiese gustado verla una vez más, besarla... abrazarla.
Levanté la cabeza, esperando mi fin. Y entonces, como si hubiese rogado por ayuda divina, lo vi. ¿Un ángel? No, un demonio, un demonio vestido de negro descendió desde lo más alto, destruyendo el techo de la iglesia con un gran estruendo. Se paró frente a mí, y desvió con facilidad el ataque energético que estaba por terminar con mi vida.
Hubo una gran explosión, las columnas de piedra se derrumbaron, junto con el resto de la estructura, pero no recibí ningún daño. Una esfera energética me protegía. La infinita nube de polvo que se levantaba impedía que la viese con detenimiento, pero lo sabía, no había duda.
—No te duermas, pequeño, esto apenas comienza.
Una sonrisa se me escapó. Estaba allí, era ella. Ziri.
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