55. El nuevo equilibrio


La existencia se agitaba mientras mi esencia traspasaba fronteras inimaginables para cualquiera. Abrí los ojos, titubeante. Era de noche, estaba en mi apartamento. Me puse de pie de un salto y corrí a mirarme al espejo. Cabello blanco, vestía ropa holgada, como cuando estaba en casa. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Me sentía desorientada, mi memoria estaba difusa.

Movida por una extraña motivación, di la vuelta y observé un objeto arrumbado en el buró, junto a la cama. Era un reloj de arena, el reloj de arena que Krono me había dado antes de morir. Curiosa, lo sostuve entre mis manos y lo analicé. En el interior se apreciaba la imagen de un polluelo naciendo del huevo, para luego convertirse en cisne.

—¿Un sueño? —musité.

—No es un sueño, has llegado aquí por tus propios medios, a través de la corriente universal.

Di un salto, asustada, al escuchar la voz de un hombre. Al darme la vuelta, quedé sorprendida con lo que vi. Vestido con una túnica de mago, un hombre de mediana edad que reconocía sólo por libros. Ese era... Krono, un Krono joven.

—No puedo creerlo, ¿cómo es que...?

Detuve mis palabras, al ver que su existencia estaba, y no estaba presente a la vez. Parecía un fantasma de energía verde.

—¿Vivo? No, no estoy vivo —respondió, con tranquilidad—. Al menos no en este tiempo. Soy un visitante, como tú, y he venido a encontrarme contigo. ¿No es maravilloso el poder del Tiempo? Tan misterioso, fantástico e indescriptible, pero también peligroso. Ahora tú también lo tienes, Katziri, aunque creo que ya eres consciente de eso.

Bajé el colgante, dándome la vuelta para encarar al Maestro del Tiempo. Me crucé de brazos.

—¿Podrías explicarme qué está pasando aquí?

Sonrió.

—Un momento en el tiempo, en otro universo, muy importante para ayudar a otra como tú. —Caminó hasta llegar a mi lado—. Ahora no lo sabes, pero, pronto, tú también podrás hacer esto. Ir, venir, viajar.

—Yo no... ¿qué significa esto?

—Es el final del bucle. Tienes que cerrar el ciclo dando un obsequio que alguien más te dio a ti. —Su existencia titilaba en el plano energético—. Sé que es pronto para que lo comprendas, pero el día de hoy recibirás una lección muy importante y, aunque no apruebas la intervención en tu propia vida, ambos coincidimos en que este es un momento especial en el tiempo y las dimensiones, Katziri. Uno que diverge y converge en la gran espiral dimensional que mantiene el equilibrio de tu existencia.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo que esta lección? ¿Ambos? ¿Y cómo que no apruebo la intervención en mi propia vida? No entiendo nada.

El semblante de Krono se tornó serio.

—No tienes que entender, tranquila. Para eso estás aquí, para dar un respiro a tu esencia, y aprender algo útil.

Con un movimiento de mano, Krono sostuvo el colgante. Y entonces comprendí, o al menos eso creí. Poco a poco las memorias volvían, mi mente se estabilizaba. El bucle temporal, la batalla, el cristal, mi padre...

—No me digas que... el colgante. ¿Has sido tú?

Creí que al fin descubría el secreto que guardaba el misterioso objeto, sin embargo, Krono negó con la cabeza.

—El colgante era común cuando te fue entregado, Katziri, o Keitor lo habría descubierto todo. El poder que salvó tu universo, se lo daremos juntos, aquí y ahora. Tú y yo.

Parpadeé, confundida.

—¿Yo? ¿Cómo podría?

—Con mi ayuda, así que presta atención, porque después estarás sola, tal y como tú querías.

Tragué saliva. Esa afirmación sonaba aterradora.

—¿Antes puedo preguntar algo? —atajé—. Has dicho que estamos en otro universo, yo no...

El hombre extendió su mano para hacer visibles las cuerdas verdes del universo.

—Cada universo está atado a su propia línea temporal, contenido por la energía dimensional. Retroceder en la misma línea para cambiar el suceso principal que, en un principio, te hizo retroceder, es imposible. Una paradoja.

Apenas lo mencionó, pude notarlo. Las cuerdas rosas se unían fuertemente a las verdes, conteniéndolas en todo momento.

Tragué saliva. Krono suspiró al darse cuenta de que me encontraba confundida. Siguió con su explicación.

—Para evitar las paradojas es necesario usar un universo alterno, cruzar las fronteras dimensionales para viajar en el tiempo. De esa forma es posible interferir en un pasado, sin crear demasiado caos en el proceso. Este universo es uno igual al tuyo, mas no el mismo. Forma parte de un gran conglomerado, una espiral que contiene un conjunto de universos iguales, y mantienen el equilibrio de este suceso. Lo que harás aquí, ayudará a otra Katziri que deberá enfrentar lo mismo que tú enfrentaste. Alguien más ya lo hizo contigo antes, y ahora es tu turno.

¿Un conglomerado? ¿Equilibrio? ¡Era demasiado! Agité la cabeza, tratando de asimilar la información.

—P-Pero, bajo esa lógica, la Katziri que creó el bucle temporal para mí, tendría que haber venido de otra línea, otra dimensión, para poder interferir en la mía. Y eso significa que... que... eso tuvo que comenzar en algún momento. Y si es así... entonces... debió existir una primera... una primera Katziri que...

El hombre asintió.

—Ella creó esta espiral robusta para ti, alguien que vivió experiencias muy diferentes a las tuyas. —Suspiró—. Sacrificios se han hecho para poder salvar universos. No menosprecies los obsequios que se te han dado, úsalos para bien.

Cerré los ojos por un momento. Inhalé profundo. Me daba la razón. Acaso... ¿Acaso la primera yo que inició este bucle, aquella que creó la dichosa espiral, habría venido del universo destruido por mi padre? Imaginarlo me provocaba escalofríos, porque significaría que existía un mundo que no logró escapar de ese desdichado destino.

No tenía caso profundizar más en ello, porque, de alguna forma, sentía que era algo que tendría que descubrir yo sola. Así, tras unos instantes, simplemente asentí con decisión.

—Por favor, enséñame, para que pueda honrar ese legado.

Con una expresión paternal, Krono tomó mis manos y las puso sobre el objeto, con las suyas por encima.

—Concéntrate, siente las cuerdas verdes y crea un tejido temporal alrededor del objeto. Un ciclo que termina justo donde empieza. Después, imprímelo en su existencia.

Asentí, sin más, y me concentré en hacer lo que me pedía. Un brillo verdoso comenzó a emanar, provocando que la figura del centro quedara estática, en la forma del cisne. El tejido universal respondía a mi tacto, a mis deseos. Él me guiaba, por supuesto. Sin Krono, habría sido imposible siquiera imaginar algo como eso.

—Felicidades —pronunció tras unos minutos—, has creado tu primera Regla Temporal.

Miré asombrada mi hazaña. Lo había comprendido mejor de lo que esperaba, tal vez gracias a las enseñanzas de mi padre, en los campos de las seis leyes energéticas.

—Al ser destruido hará retroceder a su portador una hora en su propia línea —dije, como un murmullo.

No sólo sabía el funcionamiento de esa regla, sino que también conocía el efecto que provocaría. Dos nuevos universos nacerían, para luego colisionar el uno con el otro hasta volver a unirse.

Tragué saliva al terminar.

—Es hora de despedirnos, Katziri.

Krono me miró con el mismo cariño que un abuelo.

—¡Espera! —atajé—. Aún no me has dicho cómo es que estoy aquí. Además, ¿siempre lo supiste? Es decir, no entiendo, ¿cómo alguien como tú, podría morir?

Sonrió con melancolía.

—¿Cuándo estoy muerto, cuándo estoy vivo? Tal vez te estoy hablando desde un momento en el que sigo vivo, o tal vez no puedo morir, sino que vivo en todos los tiempos a la vez, ¿tú que crees? —Suspiró—. Te aconsejaré algo, un regalo de despedida. —Me miró con una expresión que denotaba sufrimiento—. Algún día tú también podrás hacer esto, y más, mucho más. Sin embargo, no subestimes el poder del tiempo. Jamás mires más allá de lo que deseas ver, porque te arrepentirás. Yo lo hice, innumerables veces, y muchas cosas perdieron sentido. ¿Cuál es la verdad, y cuál la fantasía? Nunca llegues a eso, Katziri, respeta el tiempo, y él te respetará a ti. Vuélvete mejor, como siempre lo has deseado.

Al escuchar sus palabras, no pude hacer otra cosa, sino sonreírle.

—Gracias, Krono, por todo. ¿Nos volveremos a ver?

Asintió con solemnidad.

—Necesitarás descubrir los misterios del tiempo, asimilarlos, y después, cuando estés lista, serás tú la que venga a buscarme. —Se dio la vuelta—. Una cosa más, Katziri.

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, y una joven con el rostro lleno de cicatrices apareció.

—Kat, ¿no estabas fuera? Juraría que te vi salir.

Me quedé paralizada. Era Selene.

—Tranquila, no puede verme ni oírme —informó Krono.

Miré a la recién llegada y le dirigí la mejor sonrisa que pude para un momento como ese.

—Volví, pero tengo que irme de nuevo —repliqué.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó, observando el objeto en mi mano.

—¿Esto? Oh, es mi colgante, lo estaba observando. —Al pronunciar esas palabras, caí en cuenta de algo más—. Oye, ¿te puedo pedir una cosa?

—Lo que sea.

—Cuando me vaya a una misión importante, no me dejes salir sin él, ¿de acuerdo? Esto me dará la fuerza que necesito para que nadie me venza.

La sonrisa de Selene fue tan radiante que opacó cualquier rasgo de su doloroso pasado.

—Puedo hacerlo, no lo olvidaré.

Sonreí y le di un golpecillo en el brazo.

—Te lo agradezco, ahora ve con Apestosito. Te veré más tarde.

Asintió y salió de la habitación a toda prisa. Tras un suspiro, volví a dirigirme a Krono.

—Así que eso completa el ciclo —hablé, más para mí, que para otro—. ¿Qué era eso último que ibas a decirme?

La mirada del Maestro del Tiempo me estremeció.

—Kizara —pronunció—, ella no debe pagar por las desventuras causadas por la intolerancia al tiempo. Búscala, está viva. Me perdonará, lo sé, será mejor así.

Parpadeé, anonadada.

—Seguro —repliqué, casi de forma automática—. ¿En dónde está?

Sonrió, al momento que abría un vórtice temporal tan perfecto, que ni siquiera se podía sentir una deformación en el tejido cercano.

—Sellada, en un cristal de estasis, en alguna parte del océano pacífico. Ahora, es momento de volver, Katziri. Considera esto, una pequeña prueba de lo que algún día podrás hacer.

Con esas palabras y un movimiento de mano, me empujó hacia la singularidad, la cual me absorbió con una fuerza tal, que me hizo perder la consciencia.

***

Abrí los ojos, agitada. Las seis energías del universo estaban orbitando a mi alrededor. Mi armadura seguía intacta, igual que yo, pero no podía decir lo mismo del mar en el cual había caído. Un cráter gigantesco se había formado, y yo me encontraba en lo más profundo. El agua caía hacia el interior, formando gigantescas cascadas que desembocaban en un valle de perdición. Vapor era lo que emanaba, cuando entraban en contacto con mi presencia, vapor que se elevaba hacia el cielo, perdiéndose de vista ante mí.

Océano... Océano... ¿Kizara? ¿Krono? ¿El colgante? «Kizara sigue viva». Recuerdos difusos de una visión llegaban a mi mente. Estaba mareada. Todo era muy confuso.

Inhalé, o al menos realicé la acción de inhalar. No respiraba aire, no lo necesitaba. Extendí una luminosa mano hacia arriba, tratando de alcanzar el vapor. ¿Qué es lo que era? ¿En qué me había convertido? Tenía forma sólo por culpa de mi mente humana, pero era energía pura, no tenía un cuerpo, y no lo necesitaba. Mi existencia se sentía como parte de la red universal, como un todo que a su vez me pertenecía.

Me incorporé, despacio. Aquella extraña visión se sentía cada vez más lejana. Poco a poco, mi memoria, mi ser, mi existencia, volvían a estabilizarse.

Los recuerdos de la última batalla se hicieron presentes. Liberé un gran suspiro.

A pesar de lo que había ocurrido, estaba tranquila. La última acción de mi padre había sido lo que necesitaba para comprender mi posición en la vida, en el mundo, en el universo. Levanté la mirada hacia el cielo estrellado, y sonreí con ligereza.

«No te decepcionaré», expuse, a la nada.

Comencé a elevarme en el aire, despacio, poco a poco. Conforme lo hacía, el agua del mar caía sobre el cráter, llenándolo, hasta que no quedó vestigio alguno de mi presencia. Tenía un destino en mente, pero antes, debía enfrentarme a alguien.

Dos gigantescas presencias energéticas me esperaban a la altura de las nubes. Una pertenecía a la imponente serpiente emplumada, la otra, a la diosa de la creación, quien yacía de pie, sobre la cabeza del primero.

No esperaba un cálido recibimiento, tampoco la mirada severa de la mujer de aura negra. En sus ojos, podía ver una mezcla de furia, alegría y... miedo.

—¿Se acabó? —preguntó.

Al escuchar esas palabras, no sentí ganas de responder. Desvié la mirada, y simplemente asentí con la cabeza.

Kendra levantó la vista al cielo, sin decir nada. El viento agitaba su cabello, en el mismo vaivén suave de las plumas del dragón en el que se apoyaba. Las auras de ambos transmitían calma. También la mía. Sin mi padre, lo único que quedaba, al final, era un tangible sentimiento de paz.

—¿Dónde están los otros? —pregunté.

—Keliel los llevó a Madrid, están a salvo, pero tú... debes irte —dijo, sin bajar la mirada—. No puedes volver.

Confundida, fijé la vista en ella. No podía creer lo que decía. Bueno, la verdad es que sí podía, pero no pensaba aceptar esa estupidez.

—¿Irme? —repliqué, sin ocultar mi molestia—. ¿Cómo tú? ¿Para qué? ¿Para que vuelva a existir alguien más como mi padre? No, Kendra, tengo otros planes. —Levanté mis manos, llenas de poder—. Pienso usar esto, usarlo como ninguno de ustedes lo ha hecho.

Me miró, sin perder la calma.

—No sabes lo que dices, no tienes experiencia alguna. Eres peligrosa.

Reí un poco, no por sonar altanera, sino porque de verdad me provocó risa lo que dijo.

—Precisamente porque no tengo experiencia, es la razón por la cual puedo hacerlo. Mi vida ha sido corta, y eso me da la fuerza de la que ustedes carecen. El papel de dioses al que han jugado por tanto tiempo, ha sido errado. No debemos estar al margen, debemos formar parte de ellos. La humanidad y los kinianos necesitan apoyo, y yo pienso darlo. Voy a darles todo aquello que mi padre me dio, quiero que sientan el amor que él sintió por mí, y el deseo que tenía de proteger este mundo.

La diosa de la creación escuchaba mis palabras en silencio, y no fue sino hasta después de unos segundos, que decidió continuar la conversación.

—El equilibrio es delicado —reafirmó—. No jugamos a ser dioses, nuestra presencia puede traer más muerte y dolor que salvación.

—Puedes pensar lo que quieras —dije, sin retractarme—. No voy a ceñirme a tus reglas, porque no nací ni crecí de la misma forma, ni en la misma era que tú, o los tuyos. Para bien o mal, soy diferente. Nací como humana, viví y sufrí como una. Soy tanto de un mundo, como del otro. Para mí, sólo existe uno, y pienso interferir en él tanto cómo yo considere prudente. Por fortuna, crecí con valores, rodeada de bondad y amor. Sufrí, odié y lloré. Pasé por muchas cosas que me enseñaron a apreciar la vida, y conocí a personas que han dejado su huella en mí. No soy como tú, Kendra, ni tampoco como mi padre. Yo pienso ser mejor, y si no estás de acuerdo, entonces intenta detenerme.

Kendra suspiró.

—Como quieras, pero sólo el tiempo dirá si eres esa ambrosía, que de forma tan soberbia pregonas ser, o si tan sólo eres otra absurda versión de Keitor, que cree que su forma de pensar es la única que ha de prevalecer. El poder corrompe, jovencita, hasta el sabio más experimentado.

—Entonces me arriesgaré. Si el problema es el equilibrio, yo traeré equilibrio, no importa cuánto me tome, o cuánto tarde. Si me equivoco, bueno, entonces podrán juzgarme, hasta entonces... —Extendí mi mano hacia ella—. ¿Me ayudarás? No quiero dejarte sola, como él estuvo durante tanto tiempo.

Kendra bajó la mirada, sostuvo su brazo con la mano contraria, y sonrió con discreción. Nunca antes había visto una verdadera sonrisa en ella, no una tan real y hermosa como esa.

—No se me daría bien la maternidad, y tengo muchos otros proyectos entre manos. —Levantó la cara y me miró a los ojos—. Pero si algún día necesitas ayuda, estaré ahí para orientarte. Para empezar, necesitas un nuevo cuerpo que soporte toda esa energía. ¿Cuánto es? ¿Seis, siete Terra Force? Debes tener la fuerza suficiente para destruir todo el sistema solar, si no tienes cuidado todos estaremos muertos en un abrir y cerrar de ojos.

—La verdad es que no lo sé.

Dio un salto al vacío. Levitó en el aire, gracias al poder de Keliel. Extendió la mano, haciéndome una seña para que me acercara. Observé el gesto, dubitativa, y no me moví.

—Ven aquí, no puedes hacerme daño, el poder de la Materia me regenera, a pesar de que tu existencia me desintegre. Nunca habías usado la Materia, ¿no es así? Es complicado, tienes que imaginarlo, cada estructura, cada átomo, cada enlace. Deberás estudiar mucho, pero si lo consigues, podrás crear lo que sea.

Con un movimiento de mano, hizo aparecer una lluvia de pétalos de cerezo, los cuales cayeron al mar en una agradable lluvia.

Bajaba la mirada, para observarlos caer, cuando, al alzarla, me encontré con la palma de la Maestra de la Materia a centímetros de mi rostro. La energía negra emanó de ella, y me envolvió por completo.

Pude sentirlo, lo que había dicho. Era un sentimiento agradable. Noté las células conformando mi cuerpo, una a una. Órganos artificiales, tejido óseo y muscular, piel. Tenía cuerpo físico otra vez, un nuevo biocontenedor, igual a mi forma humana anterior.

—Ya aprenderás a hacerlo tú misma. He hecho el trabajo difícil por ti, pero necesitarás reforzarlo, no tengo poder suficiente para contener tu nuevo poder.

Con una sonrisa, asentí, al tiempo que tomaba una gran bocanada de aire para llenar mis nuevos pulmones.

—Gracias —respondí, sin más.

También asintió.

Con una nueva existencia física, deseché la armadura universal, y apliqué el mismo concepto a mi cuerpo, para que fuese este el que contuviera mi energía. Tendría que mejorarlo con el tiempo, porque aún escapaba un poco de aquella aura asesina hacia el exterior, en forma de una delgada luz blanca recubriendo mi piel.

Observé la hermosa armadura que vestía Kendra. Con una sonrisa en el rostro, extendí mis manos para que la materia creara una nueva.

—Espero que no te moleste si...

Negros como la noche, inspirándome en aquella que había vestido la primera vez, creé un par de guanteletes que cubrieron mis manos hasta el codo, seguidos de unas botas que me llegaron a los muslos. Brazales de oro se enroscaron como una serpiente hasta cubrir mis hombros desnudos. El diseño, en los aditamentos, correspondía a las escamas de un dragón. Para terminar, añadí un pequeño peto que me cubrió, desde el cuello, hasta el pecho, abierto por espalda y escote, tan sensual como su vestimenta.

Como respuesta a mi acto, Kendra movió su mano con suavidad, aportando, bajo mi cintura, una falda corta con dos filamentos largos de umbrita que parecían delgadas espinas dorsales cayendo a los lados. Después, simulando una larga cola, creó un par de complementos de una tela que jamás había visto. Y por último, adicionó adornos al conjunto, acordes al estilo seleccionado, uno que ella comprendía muy bien, pues estaba inspirado en el suyo. Un conjunto atrevido, sensual y aguerrido.

—Siempre me gustaron las armaduras negras —concluí—. Aunque un poco de dorado, tampoco está mal.

Sonrió.

—Si algo puedo decir bueno de Keitor, es que tenía estilo — declaró—, esas gafas negras no tenían ninguna otra utilidad, más que hacerlo lucir bien, según sus propias palabras, ¿puedes creerlo?

Enarqué una ceja, se me escapó una risilla.

—Jamás se lo pregunté, creí que servían para suprimir sus grandes poderes o algo por el estilo.

Kendra soltó una carcajada.

—Si pudiera escucharte, le habrías dado un impulso a su ego. —Hizo silencio con un suspiro—. No era un mal kiniano, sólo estaba obsesionado. No dejo de pensar en que, si no me hubiese alejado, tal vez esto no hubiera terminado así. —Volvió a suspirar—. Tal vez tengas razón. Los viejos ya no estamos en condiciones de entender este mundo.

Asentí con la cabeza.

—En algún momento también seré vieja —añadí—, espero que cuando ese momento llegue, alguien como yo aparezca para decir lo mismo.

Sin decir más, ambas nos miramos, y conectamos como nunca antes. Por eso mismo, supimos que era momento de despedirnos.

Miré a Keliel una vez más.

—Sigues sin caerme bien, ¿sabes? —mentí, a manera de broma—. Ven aquí, quiero intentar algo.

Hice una seña al dragón para que se acercara.

Una parte de la esencia de Keliel había sido sellada, volviéndolo incapaz de hablar o de salir de ese biocontenedor. Sabía, sin duda, que era obra de mi padre. Las cuerdas de la Realidad habían sido tejidas de una forma que creaba un sello sobre él. La única forma de romperlo, sin lastimarlo, era desdoblando las hebras, una a una. Por fortuna, yo también sabía manipular las cuerdas a ese nivel de detalle. Podía hacerlo.

—Cierra los ojos, Keliel, despeja tu mente, permíteme, por favor.

Él accedió, acercándose a mí en un lento y suave planeo. En esa forma me recordaba a un salvaje inocente, casi que lo prefería así. Pensar que en realidad se trataba del viejo Maestro del Espacio, ese, que alguna vez había buscado encerrarme en un cristal por 200 años, por miedo a lo que era.

Puse su mano sobre la punta de su nariz. Era tan grande, que fácilmente podría montar sobre su cabeza. Con paciencia, removí el sello colocado por mi padre. Un destello de luz azul fue la prueba de que la tarea estuvo completada, y sólo entonces, retiré mi mano del dragón.

Abrió los ojos, y me miró con arrepentimiento.

—Gracias —habló, con una voz tranquila, sin decir nada más.

Moví la cabeza de forma comprensiva, y luego dirigí la mirada de vuelta a Kendra.

—¿Qué pasará con Kalro?

La mujer de aura negra volvió a montar sobre la cabeza de la serpiente, dando unos golpecillos sobre la coronilla de su colega.

—Está prisionera en las entrañas de Keliel. Tu prisión de umbrita sirvió bien, pero he creado una más duradera para que no escape. La llevaremos con nosotros para que no cause más problemas. No estaría segura en ninguna prisión. Confío en que, con el tiempo, entenderá su posición.

Fruncí el ceño.

—Me gustaría hablar con ella, alguna vez, ¿será eso posible? Tengo asuntos importantes que zanjar con respecto a los vampiros.

Levantó su mano izquierda, en la cual se materializó un brazalete forjado en oricalco puro. Un E-Nex.

—Llevaré esto conmigo, búscame cuando lo creas oportuno.

En ese momento, otro E-Nex, igual de llamativo y espectacular que el de ella, apareció sobre mi muñeca.

—Gracias. La dejo en tus manos, por el momento.

Nos miramos por una última vez, y ella sonrió.

—Por el momento —reafirmó—. Al fin llegó la hora de que las nuevas generaciones mantengan el equilibrio del mundo.

También sonreí.

—Los vampiros son parte de ese equilibrio. Y los valinianos también. Tengo planes para ambos. Ya se verá si funciona, o se vuelve peor.

Kendra asintió, en silencio. Yo hice lo mismo. Nos despedimos sin agregar nada más, y así, finalmente partió sobre el dragón, volando hacia un destino incierto, serpenteando, hasta perderse en las nubes lejanas.

—Adiós, madre —musité, devolviendo la mirada al frente, elevando mi energía para poner rumbo hacia el siguiente objetivo.

«Muy bien, aquí vamos. Valor, Katziri. Nuevo mundo, nuevos retos», me dije a mí misma, mientras comenzaba a ascender, lento, constante.

Fui arriba, alto, muy alto, disfrutando, por vez primera, la calma y la paz que me traían las seis energías universales orbitando mi presencia. A diferencia de otras ocasiones, ahora no me sentía embriagada de poder, irónicamente. Por el contrario, después de conocer la inmensidad de las cuerdas del universo, tras haberme convertido en parte de un todo, sólo me sentía pequeña, insignificante en comparación con lo desconocido. Podía ser portadora del poder más grande jamás visto, pero había mucho por aprender, tantas cosas que ni siquiera mi padre tuvo tiempo de comprender.

Sobrepasé la estratósfera, atravesando la tormentosa capa de valinianos. Etéreos violáceos en grandes cantidades, probablemente tan numerosos como los humanos mismos, flotando como un cúmulo de seres incapaces de sentir cualquier tipo de emoción o deseo. Tenía asuntos pendientes con ellos, pero, por el momento, mi objetivo era otro.

Sin detenerme, aceleré de golpe para vencer la fuerza de atracción terrestre, una que, para mí, era visible en el tejido rojo del universo. De un momento a otro, todo sonido desapareció. Cuando conseguí escapar de la fuerza gravitatoria, también dejé atrás la atmósfera terrestre. Sin el aire, o ningún otro tipo de materia, el único medio de transmisión sonoro, era mi propio biocontenedor.

La negrura del vacío me recibió, mas no aquella que solía observar en el entramado de las cuerdas universales, sino el vacío material, aquel capaz de ser percibido por el ojo humano. Ahí estaba, flotando en la inmensidad, alejándome poco a poco del planeta que me vio nacer.

Paré, me detuve a la distancia en la que pude tener el globo terráqueo al completo, en mi campo de visión. La luz del sol brindaba día en una parte, mientras las sombras llevaban la noche a otra. La delgada capa de la atmósfera parecía un manto acogedor que protegía a todos los seres vivos del interior. Desde esa perspectiva era posible, para mí, apreciar el movimiento y trayectoria de los cuerpos celestes. Todo estaba en constante cambio, avanzando, moviéndose, formando parte de una compleja estructura que no paraba de crecer, cambiar.

Sin poder contenerme, sonreí. Era hermoso, y al estar ahí, la decisión parecía más fácil. Me convertiría en la nueva guardiana de ese mundo, y lo ayudaría a trascender, a moverse como un todo, igual que el universo.

Sin embargo, el camino no sería sencillo, eso podía saberlo. Mi poder, aunado a mi inexperiencia, era contraproducente. Tendría que ser cauta, a la vez que valiente.

Extendí la mano hacia el frente. Mis cinco dedos, adornados con los guanteletes negros, alcanzaban a cubrir la esfera terrestre, como si fuese una pelota. Cerré el puño. Con esa acción atrapé cuerdas. Repetí el proceso con mi otra mano. Comencé a usar mis habilidades como nunca antes. Conecté con las hebras que envolvían todo el planeta, las hice mías, las uní a mí. Millones y millones de hebras sirvieron como unión entre mi existencia, y el resto de kinianos del mundo. Los había conectado, a todos, a mi pensamiento, para que pudieran presenciar algo especial.

Liberé una cantidad inmensa de energía azul, la cual se expandió hacia el planeta a través de las cuerdas, generando un brillo energético que convirtió a la esfera en un punto todavía más llamativo en el espacio. Esa energía azul contenía vivencias, recuerdos, una ilusión masiva que mostraba nada más y nada menos que la realidad misma. Todos merecían saberlo, verlo, juzgarlo por sí mismos. Aquella visión contenía información precisa sobre lo ocurrido, sobre los deseos de mi padre, sobre los últimos eventos, sobre mí, sobre Kendra y Keliel, sobre los valinianos, los salvajes, y los vampiros. Lo que había acontecido en las últimas horas, se volvería de dominio público, sólo la realidad, la verdad, porque quería que ese momento marcara un nuevo inicio, un mundo nacido de la verdad, y no de la mentira. Esa era mi nueva meta, conseguir unidad, y tenía pensado lograrlo.

Después de que estuve segura de que mi mensaje había sido recibido, solté las cuerdas del mundo. La energía azul se dispersó tras un estallido planetario, alejándose igual que un anillo hacia la inmensidad del infinito. Sonreí una vez más, observando la belleza de la Tierra, y me dispuse a volver a ingresar en su atmósfera.

Estaba pensando en usar la velocidad hipersónica, preguntándome qué tan rápido podría ir ahora. Mi poder era inconmensurable, era incapaz siquiera de dar un aproximado. Superaba con creces al de mi padre, o el de Kendra. Sin embargo, al recordar a Keliel, se me ocurrió algo nuevo.

Fijé la vista en los halos de luz que me orbitaban, no era agradable tenerlos delante todo el tiempo, tendría que descubrir una forma de ocultarlos. Entre esos colores, el rojo llamaba mi atención. La energía del Espacio permitía torcer las distancias, convertirlas en nada, el principio usado en los portales de teletransporte. Esfumarse de un sitio, para aparecer en otro.

Traté de usar mi visión para aislar sólo las cuerdas rojas que conformaban el tejido universal. Se extendían en todas direcciones, como una red tridimensional. Antes también las veía, con el poder de la Realidad, sin embargo, ahora, al tocarlas, podía deformarlas y, al hacerlo, sentía cómo el universo temblaba a mi alrededor.

Esa sensación me sacó otra sonrisa. Extendí mi mano al frente y calculé la distancia a Madrid. Al estar conectada a la red universal, sabía exactamente en dónde se encontraba, así que podría hacerlo. Con eso en mente, tensé las cuerdas y me atrevía a doblegar el espacio a mi voluntad, por primera vez.


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