53. Más allá del universo
Cuando abrí los ojos, me encontré nuevamente de pie, sobre aquella plataforma negra. Una poderosa aura energética me envolvía, más grande que cualquier otra. Los seis colores del universo me orbitaban, halos de luz que daban vida a mi aura energética. Mi cuerpo había desaparecido por completo, y mi existencia irradiaba tanta luz, tanta energía, que me percibía a mí misma como una silueta femenina blanca, destellante. A mi alrededor, se formaban furiosas ráfagas energéticas que se desprendían de mí causando gran destrucción y daban vida a vientos huracanados. Estaba descendiendo, poco a poco, debido a que la superficie que me sostenía, la umbrita creada por Kendra, era incapaz de soportar mi presencia. Se deshacía, igual que todo aquello que entraba en contacto conmigo.
Miré mis manos, sorprendida. Recordé la armadura de mi padre y la imaginé. En ese instante, todas las partes de una armadura dorada, de un material parecido a la umbrita, pero conformado de la energía primordial, comenzaron a rodearme, ajustándose a un cuerpo imaginario, conteniendo mi existencia. Lo único que quería, era parar toda la destrucción que generaba mi simple presencia.
Pieza a pieza, la armadura cubrió por completo mi forma etérea, sin dejar un solo espacio vacío. Sólo entonces, mi aura dejó de brillar, y el viento no arreció más. Caí de pie, sobre el pequeño cráter que se formaba sobre la alta torre negra y, por primera vez, miré a mi alrededor con los ojos de un ser que trascendía las leyes del universo. Al sentir toda esa energía fluyendo dentro de mí, conformándome por completo, entendía que no había otro ser más poderoso en todo el mundo, al menos, no en el mundo conocido.
Escuché voces, pero en ese momento, todo lo que acontecía junto a mí era irrelevante, todo, a excepción de una cosa.
Busqué con la mirada a Kan. Lo encontré de pie, lejos de los otros, protegiéndose con una barrera energética. Había quedado atrapado en un enfrentamiento entre deidades, sin posibilidades de escape. No iba a permitirlo, no iba a dejarlo morir otra vez.
Me acerqué a él, pero, al hacerlo, mi aura energética, aquella que aún alcanzaba a escapar por encima de la armadura, comenzó a desintegrar su protección. Me detuve a una distancia prudente. Él se quedó ahí, de pie, como si juzgara si era amiga, o enemiga.
—Vete, vuelve con Mateo y Killian, y esperen a mi regreso —hablé, sin embargo, mi voz no se escuchó como siempre, sino que sonó como si proviniese de todas partes, enviada directamente a él.
Kan, dubitativo, me miró con recelo por unos instantes. En su rostro podía ver esperanza, pero también, preocupación. Lo entendía, cualquiera que estuviera frente a alguien capaz de ostentar las seis energías universales, tendría miedo. Yo misma había experimentado esa sensación, y era aterradora, estremecía el alma.
—No permitas que se vaya, Ziri, es peligroso.
Escuché una voz llamarme. Esas palabras, de alguna forma, me causaban repulsión. Las había dicho, como si compartiese su visión, como si estuviese de su lado, como si fuese a apoyarlo.
Kan, quien estaba a punto de darme la espalda para marcharse, se detuvo, precautorio.
Me giré, para encarar a quien había hablado. Mi padre.
—¿Peligroso? —protesté, levantando la voz—. Dime, padre, ¿por qué es peligroso?
Keitor se encontraba a merced de Kendra. Para ellos, habrían pasado unos instantes desde que todo ocurrió. Había interrumpido el combate apenas comenzar, así que ambos se encontraban en excelentes condiciones, tanto así, que incluso las gafas que mi padre solía usar seguían intactas.
Entre la tensión causada por mi presencia, él se acercó a mí, hasta detenerse a unos cuantos metros de distancia. A pesar de que yo vestía la armadura universal, él seguía siendo mucho más alto que yo. Eso, y la forma en la que se paraba, hacían imposible no mirarlo hacia arriba.
—Qué belleza —afirmó, admirando en lo que me había convertido—. Eres... más de lo que habría esperado. Eres perfección, pero una perfección que deberá ser moldeada. Te ayudaré, y juntos, crearemos el mundo que siempre hemos deseado, en el que sólo habrá...
No pudo terminar esa frase, porque, en ese instante, un sonido vibrante y poderoso invadió toda el área.
Mi padre cayó al suelo, aplastado por una inmensa fuerza. Tanto Kendra, como Kan, también sucumbieron ante tal poder. Incluso yo, me vi obligada a arrodillarme.
Un poderoso rugido inundó el ambiente. Al levantar la cabeza, me encontré con Keliel, la serpiente emplumada, ejerciendo control sobre el Espacio, las fuerzas del universo nos aplastaban con toda su fuerza.
Puse ambos puños en el suelo, para evitar ser doblegada. Era impresionante, a pesar de que tenía el poder de las seis leyes universales, el control del Espacio de uno de Los Primeros me superaba por completo.
Luchando contra el efecto, levanté la vista, hacia el cielo, para encarar al dragón.
—Keliel, no tienes por qué temer. —Hice que mi voz lo alcanzara a través del Espacio, asegurándome de que nadie más escuchara—. No soy cómo él, así que, te pido, por favor, que me permitas darle, a mi propio padre, una lección que tuve que aprender sola.
Mi voz no pareció tomar por sorpresa al dragón, quien, por un momento, detuvo su vuelo circundante para observarme directo a la cara. Durante esos segundos, no le quité la vista de encima, la mantuve. Y así, tan rápido cómo llegó, aquella presión energética desapareció.
Todo volvió a la calma. Volví a ponerme de pie.
—Gracias, Keliel —respondí.
Recibí un rugido como respuesta. Era triste, le habían arrebatado el habla. Si todo salía bien, tenía pensado ayudarlo. Pero primero...
En cuanto pude moverme de nuevo, volví a mirar a mi padre, esta vez hacia abajo, aprovechando que aún no se levantaba.
—Pregunté, ¿por qué, alguien como Kan es peligroso, padre? —inquirí nuevamente.
Él, jadeando debido al último evento, buscó mirarme. Sus gafas habían caído al suelo y, por primera vez, veía algo en su mirada, algo que no había visto antes. Miedo. Al fin comenzaba a darse cuenta de que algo extraño ocurría. Debía estar cuestionándose, por qué no estaba de su lado.
—Porque es una creación fallida, y lo sabes —declaró, incapaz de contener la frustración en su voz—. El Proyecto V fue un error, sólo ha traído destrucción al mundo. No olvides lo que uno solo fue capaz de hacer.
—No, padre —rebatí, molesta—. Manipulas la información a tu conveniencia. Los valinianos no son peligrosos por sí mismos, ni ellos, ni los salvajes. Son sólo instrumentos, herramientas que alguien más ha usado para propósitos sucios, como Kalro, o como tú. Has usado a todos los que te rodean para conseguir ese mundo ideal que tanto anhelas, pero, en el camino, has dejado más muerte y destrucción de la que has evitado. ¿No te das cuenta? Erradicar a todos aquellos que no piensan como tú no es la solución.
Mis palabras se quedaron flotando en el aire, provocando un silencio incómodo entre todos los presentes. Keliel siguió orbitando el perímetro de la torre, tranquilo, en paz. Incluso Kendra, quien tan sólo observaba a la distancia, apoyándose con su espada contra el suelo, estaba callada. No había dicho nada nuevo para ellos, sin embargo, para Kan, quien había escuchado, tanto la dura opinión de mi padre contra los valinianos, y mi posterior respuesta, no pudo evitar lanzar un reproche.
—Desde la Gran Guerra, lo único que quisiste fue poder. —Dio un paso al frente, molesto—. Por eso creaste el proyecto V, y cuando no funcionó, lo tiraste a la basura y creaste a la UEE para limpiar tu desastre. —Me señaló—. Esta chica, era igual a los valinianos, ¿no es así? —Rio todavía con más fuerza—. Por ella fue que asesinaste a Krinala, ¿verdad? La obligaste a crear una nueva aliada que luchara a tu lado, pero al final, se ha volteado contra ti. ¡Qué ironía! Al final, tus acciones han cavado tu propia tumba, Keitor. Te mereces todo lo que te ocurra.
Con esas palabras, la ira brotó de mi padre. Se puso de pie, y extendió su mano, apuntando con la palma directo a Kan.
—Eres un simple experimento —objetó mi padre—, igual que Volken, igual que Kalro. Todos vosotros, sois simples creaciones, todas fallidas.
Kan rio.
—¿No te parece gracioso? Todas tus creaciones han terminado odiándote.
Eso ya lo había visto antes. Estaba a punto de matarlo.
—Dime una cosa, padre —interrumpí su conversación—. Antes, cuando hablamos, mencionaste que fui una creación, una niña de probeta, y que alguien trató de apartarme de ti. Ese alguien, fue Krinala, ¿cierto? La jefa del Área de Inteligencia, aquella que te ayudó con la investigación sobre el código energético, antigua miembro de tu unidad especial, la UEE.
Sin decir nada, simplemente asintió.
—Eso significa que yo también fui uno de esos experimentos —concluí—. ¿Lo mismo piensas de mí?
Me miró por un instante, pero luego devolvió la vista hacia Kan.
—No hay comparación. Tú eres éxito, hija, ya te lo he dicho, eres perfección. No te compares con seres inferiores. —Disparó su ataque energético—. Podemos crear un mundo mejor.
En la otra realidad, en esa en la que yo estaba indefensa y él era un ser que trascendía la existencia misma, me quedé estática, inmóvil en ese momento. Pero ahora, con un simple agitar de mano, el universo respondía, doblegándose ante mí.
El ataque de mi padre se desintegró, sin más, en pleno vuelo, sin alcanzar su objetivo.
—Y así será, pero no estarás ahí para presenciarlo —declaré con dureza.
Extendí una mano, apuntando hacia mi padre. Sabía que no podría usar la realidad contra él, y aún no comprendía del todo los otros tipos de energías, a excepción de otra más, así que hice fluir la energía negra hacia el exterior, hasta que rodeó al kiniano, enroscándose. La solidifiqué, convirtiéndola en umbrita del nivel más alto posible, dejándolo atrapado como Kendra había hecho conmigo hace unos momentos. Sería imposible para él romperla, sólo algo más fuerte que su creadora podría hacerlo, y ese algo no existía.
Caminé hasta posicionarme frente a él, evitando acercarme demasiado para no dañarlo. Me retiré el yelmo de la armadura dorada, para mirarlo a los ojos.
—Te ayudaré a reflexionar, como tú me ayudaste a mí. Sé que tus palabras son reales, sé que deseas con toda tu alma que haya paz en el mundo, pero asesinar a todos, destruir un mundo para lograrlo, no es la manera, padre.
Sin decir nada, desvió la mirada al suelo. No sé qué es lo que estaría pensando, pero ya no parecía tener ganas de seguir luchando. Se había rendido.
—Debes irte. —La voz de Kendra se oyó, fuerte, demandante—. Si de verdad quieres ayudar al mundo, debes desaparecer.
Al escucharla, busqué hacer contacto visual. Sus palabras no me sorprendieron. Esa mujer tenía otro tipo de obsesión, distinta a la de mi padre, pero igual de perturbadora.
—¿Y qué harás tú, madre? —pregunté, haciendo énfasis sarcástico en la última palabra—. ¿Piensas reparar este desastre?
Ella, mirándome con gran seriedad, movió la cabeza de forma negativa.
—No nos corresponde ese problema —estipuló—. Ya hemos interferido demasiado con el equilibrio del mundo. El daño ha sido enorme, como para que tú...
Iba a continuar discutiendo, cuando de pronto, todo comenzó a temblar. Todo, literalmente. La torre, el cielo, la realidad, el espacio, el tiempo, las dimensiones.
El mundo se distorsionaba.
Aterrada, Kendra me miró.
—¡¿Qué estás haciendo?! —cuestionó.
Pero no era yo. Estaba totalmente segura de que yo no hacía nada.
Por instinto, dirigí la mirada hacia donde estaba mi padre. Y al verlo, volví a presenciar algo inaudito.
No me equivocaba, él era la razón. Su energía comenzó a dispararse, como si estuviese totalmente fuera de control. Su biocontenedor se agitaba mientras él movía la cabeza en todas direcciones, gritando, enloquecido.
—¿P-Padre? —balbuceé, atónita, debido a la impresión que me causaba la escena.
—Pero qué... ¿Qué le sucede? —preguntó Kan.
—Dime algo, Katziri, ¿cómo es que sabías todo esto? —inquirió Kendra—. ¿Cómo es que lograste actuar antes que él?
Asustada, por ver lo que le ocurría a mi padre, y sin dejar de mirarlo, respondí la pregunta.
—Porque yo... yo... —Me llevé la mano al pecho, para tocar el reloj de arena, sin embargo, ya no estaba, había desaparecido, seguramente consumido por mi transformación—. Tuve una visión, vi todo esto antes.
En cuanto dije aquellas palabras, Kendra me miró con el terror plasmado en su rostro. Pasó los ojos de mí, hacia Keitor.
—Acaso él, en esa visión... ¿Él llegó a obtener el mismo poder que tú tienes ahora? —preguntó, incapaz de contener el temor en su voz.
Con la respiración cada vez más agitada, asentí, sin decir palabra alguna.
—No... —murmuró Kendra—. ¡No, no, no! ¡Esto no es bueno, nada bueno! ¡Keliel, vete, y llévate a ese de allá! ¡Fuera! ¡Marchaos ya!
Con un poderoso rugido, la serpiente emplumada liberó una inmensa onda expansiva de energía roja, que devoró a Kan. Desapareció junto con el dragón rojo, dejándonos a Kendra, a mí y a mi padre, cuya energía seguía creciendo, aumentando, produciendo un gran desgarre en el tejido universal a su alrededor. Sus gritos ya no se escuchaban como una voz humana, sino como un eco energético, proveniente de otra dimensión.
—¿Qué...? ¿Qué significa esto? —pregunté.
Kendra se posicionó a mi lado.
—Significa que, vosotros dos, habéis roto el equilibrio de la existencia misma, del universo. —Me miró, de forma sombría—. Las visiones del futuro no son posibles, al menos no para otro que no sea Krono. Si viste eso, es porque realmente ocurrió, y algo, o alguien, te trajo de vuelta. Si Keitor obtuvo el poder del Tiempo en cualquier otro punto de la historia... —Centró la mirada en el suceso dimensional que se presentaba ante nosotras—. Él también puede volver.
Tragué saliva.
—¿Y no hay nada que podamos hacer?
Negó con la cabeza.
—Ya es tarde para arreglarlo, y ahora, tendremos que enfrentar las consecuencias.
Me quedé sin palabras, observando el fenómeno que se desencadenaba delante de mí. Así que de verdad había ocurrido, no había sido una visión. Todos habían muerto y, Krono, me había dado otra oportunidad.
—N-No... —gritó, mi padre—. ¡Largo! ¡Este no es...! ¡No es tu mundo, no es tu realidad!
Su voz me provocó un escalofrío, parecía sufrir. Más se incrementó mi terror, cuando escuché otra voz por encima de la suya, un eco energético tenebroso.
—Mi poder trasciende realidades, mundos, universos —habló, riendo—. Deja de luchar, te daré aquello que siempre has buscado.
Los ojos de mi padre y los míos conectaron, por última vez, antes de que dejara de ser lo que era.
Sonrió con tristeza.
—Ya lo tengo —murmuró, mientras me miraba—. Sólo que no lo sabía.
Su cuerpo estaba desapareciendo, pero me pareció identificar una lágrima en sus ojos. El último movimiento de sus labios, marcó dos palabras que parecían decir, «lo siento».
Y así, de pronto, una nueva singularidad en el tejido universal se formó, rompiéndolo, desgarrándolo junto con el cuerpo de mi padre, dando origen, poco a poco, a un nuevo ser de luz, igual a mí.
—Está aquí —dijo Kendra.
No tuve qué preguntar quien, porque ahora era más que obvio, y aterrador. Frente a nosotras, en el lugar en el que había estado mi padre, atrapado por mi umbrita, hace tan sólo unos instantes, ahora comenzaba a materializarse un nuevo ser, uno con un aura blanca, tan intensa, que sólo podía ser contenida por las placas doradas de una armadura. Era él, no había duda, aquel del que había escapado, aquel que había destruido el mundo, acabado con toda la vida, tan sólo para ver cumplida su fantasía. Mi padre, con todos los poderes del universo.
—Así que también lo hiciste —reconoció, una vez que el viento y las energías dejaron de arreciar a nuestro alrededor.
Los seis colores de la energía orbitaban su presencia, como halos de luz divina.
—¿Cómo es que tú...?
El yelmo que protegía su rostro desapareció, desvaneciéndose en el aire como una simple creación energética, dejando a la vista su forma humana. Cabellera larga, negra, rostro de facciones duras y el bigote poblado. Lucía como él, pero ahora era un monstruo, un verdadero demonio sediento de poder.
—Parece que Krono tenía un último as bajo la manga, uno que se me escapó —confirmó—. No creí que esto fuera posible. Me tomó un tiempo comprenderlo, pero, al fin supe cómo atravesar el flujo del tiempo. Por alguna extraña razón, este era el único punto, en el que pude dar contigo.
Lo miré, incapaz de alejar el terror que me había provocado la primera vez al tenerlo delante.
—¿Por qué? ¿Cómo es posible? Yo evité que te convirtieras... en eso.
Rio.
—¿Evitarlo? No evitaste nada —respondió—. Lo único que Krono hizo, fue alejarte, crear una dimensión paralela, para que tú pudieras evitar lo inevitable. Lo que no esperaba, es que yo también podría hacer lo mismo.
Enfurecí.
—¡¿Y entonces para qué has venido?! —grité—. Si ya tenías lo que querías, si cumpliste tu deseo atroz, ¿por qué has vuelto para destruir este mundo de nuevo? ¡Vete por donde has venido, a crear ese futuro horrible que tanto deseas!
Suspiró.
—No funciona de esa manera —explicó—. Las dimensiones paralelas terminan luchando para volverse una misma, hija mía. Ninguna de las dos prevalecerá si son demasiado diferentes. Tengo que convertir esta, en aquello que deseo. Y tú, todavía estás a tiempo, mírate, eres la perfección absoluta, igual que yo. —Extendió los brazos—. Juntos, como padre e hija, podremos llevar este mundo a la redención. Traeremos paz, arreglaremos todo lo que ha sido destruido.
Lo miré, incrédula, mientras las lágrimas volvían a escurrir de mis ojos. Negué con la cabeza.
—Creí que podría ayudarte, que podría detenerte, que podría evitar que te convirtieras en este.... —Lo señalé—. Esta cosa que eres ahora. —Cerré mis ojos, me puse en guardia—. Pero has superado mis expectativas, padre, has ido más allá de aquello que creía posible. Estoy... Estoy decepcionada. Tú no eres el hombre que me ayudó cuando más lo necesitaba.
Cerró los ojos por un momento, y sólo los abrió hasta terminar de pronunciar sus siguientes palabras.
—¿Estás segura de lo que estás a punto de hacer, hija? —advirtió—. Aun no te acostumbras a tener el poder de seis energías universales. Incluso a mí, me cuesta algo acostumbrarme. He vivido por milenios, he visto civilizaciones nacer y morir, algunas incluso por mi propia mano, he luchado en innumerables guerras y participado en un sinfín de eventos. Por favor, no me obligues a hacer esto.
Mi rostro mostró una expresión de frialdad. Hice todavía más marcada mi guardia, demostrando mi decisión.
—Eso es porque... —Respiré profundo—, nunca te enfrentaste a alguien como tú. Ese fue tu error, padre, enseñarme todo lo que sabes, creyendo que iba a apoyar una idea tan tiránica como esta.
Suspiró, cerró los ojos.
—Aún estás a tiempo...
Moví una mano, haciendo una señal a Kendra para que se alejara.
—Vete de aquí, Kendra, este conflicto no te corresponde. —Volví a mirar a Keitor—. La misma pregunta va para ti, padre. ¿Estás seguro de querer seguir adelante?
Sonrió.
—Tienes razón, no voy a parar, y tú tampoco. Te conozco, te hice como yo, después de todo.
Kendra nos miró a ambos, suspiró y simplemente comenzó a retroceder. No se fue, como le ordené, pero sí nos dejó espacio para no interferir. No es que menospreciara la ayuda que pudiera ofrecer, sino que, quería ser yo la que me enfrentara a él, yo, su propia creación. Yo y nadie más.
—No, no soy igual que tú —respondí—. Voy a ser mejor.
Abrí la palma de mi mano derecha, y materialicé una espada negra. La imbuí con energía dorada.
Keitor negó con la cabeza, decepcionado.
—Al final resultaste ser igual a tu madre. Que así sea, hija mía.
Y tras esas palabras, la batalla final dio inicio cuando me lancé hacia él, provocando un estruendo hipersónico que rompió al menos la mitad de la plataforma negra que nos sostenía. El viento estalló a mi alrededor, y las dimensiones temblaron con el despliegue de poder. No iba a contenerme, no iba a parar. Por más que me doliera lastimar a mi propio padre, lo haría, si era la única forma de salvarlo.
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