50. El verdadero fin del mundo
Estamos a 6 capítulos del final, ¿qué es lo que pasará?
El foco de energía que, hace unos segundos, había pertenecido al Cristal Supremo, ahora era nada más y nada menos que mi propio padre. Él, en una notoria consternación por el poder que había recibido, observaba sus manos, su existencia. A mis ojos, las seis leyes energéticas fluían por toda su forma etérea, ahora contenida en esa armadura dorada que él mismo había creado a su alrededor.
—Hiciste un buen trabajo —habló, con una voz que se escuchaba cual eco divino resonando en la energía misma—, ¿cómo es que lo has descubierto? Estuvo cerca.
Kalro apretaba puños y dientes, conteniendo la frustración.
—La pregunta es, ¿cómo lo supiste tú?
Escuchó la pregunta, pero no respondió, simplemente siguió de pie, observándose a sí mismo. El suceso nos dejó a todos impactados, sin saber qué hacer, o cómo reaccionar. A pesar de ello, al sentirme liberada del control de Kendra, lo único que se me ocurrió fue levantarme y correr hacia Kan. Sin embargo, en el momento en el que pasaba junto al aura energética de mi padre, algo me hizo trastabillar. Incapaz de mantener el equilibrio, caí al suelo de bruces. Había sido como si un campo gravitatorio me atrajera al estar cerca suyo.
Me incorporé tan rápido como pude. Miré mi brazo izquierdo, la parte externa de mi piel se había consumido. Levanté la vista, tratando de comprender la razón. A pesar de estar en calma, contenida, tan sólo estar cerca del aura de mi padre provocaba un daño atroz a mi cuerpo. De hecho, al prestar un poco más de atención, pude descubrir como el aire, el suelo, todo lo que estaba a su alrededor se vaporizaba al contacto con su energía.
—Esta armadura, más que un aditamento defensivo es uno de protección. No para mí, sino para vosotros. Aun no soy capaz de comprender del todo este poder, procura mantener tu distancia, o podrías morir de forma irremediable, y no quiero que eso suceda.
Horrorizada, simplemente asentí con la cabeza, mientras me arrastraba lejos de él, hasta alcanzar al único sobreviviente de la misión, una misión que había terminado siendo suicida. El antiguo general tenía heridas por todo el cuerpo, pero aún estaba de pie, apto para el combate. En sus manos, protegía con vehemencia el recipiente que contenía a Volken.
Me puse de pie, frente a él, pero ni siquiera me estaba mirando. Su atención se centraba en mi padre.
—Cada vez entiendo menos, Kan, no hay sentido a lo que está ocurriendo —declaré, preocupada—. ¿Qué va a pasar ahora?
Una risa tenebrosa se escuchó por detrás. Todos nos giramos para verla. Estaba junto a Kendra, ayudándola a levantarse. Fruncí el ceño. No podía ser verdad. Kendra y Kalro, ¿ayudándose una a la otra?
—¿Quieres saber qué es lo que está ocurriendo? —habló Kalro—. Yo te lo diré.
El ambiente se tornó tenso. Observé a mi padre, pero él estaba ahí, sin hacer nada, contemplando el poder que había obtenido, ajeno a lo que ocurría a su alrededor.
Kalro se acercó, mientras permitía que Kendra se apoyara en ella para recuperarse. Por un momento creí que lo hacía para hablar conmigo, sin embargo, pronto descubrí que no, sino que buscaba enfrentar a palabras al hombre que portaba la armadura dorada.
—Mírate —dijo—, al fin lo has conseguido. No es una casualidad, ¿verdad? Me utilizaste.
Mi padre miró a Kalro.
—Esto es... más de lo que esperaba.
Se notaba desconcertado, pero no arrepentido. Kalro, por otra parte, estaba furiosa.
—Te aprovechaste de la situación. Sabías que asesinando a los otros Primeros yo tomaría ventaja, y podrías culparme de tus actos, mientras tú me orillabas a salir de mi escondite. Eso es lo que querías, un mundo sin cristales. Fui una tonta por no darme cuenta antes, lo único que hice fue caer en tu juego.
—Lo suponía, pero no doy crédito —pronunció Kendra, levantando la vista para mirar a mi padre con horror.
—Lo único que él quería era borrarnos a todos del mapa, humanos, vampiros, valinianos. Deseaba el último Cristal Supremo para él. —Rio—. Pues ahí está, ahora lo tiene, y es el dios que siempre ha querido ser. Nadie está, ni estará, por encima de él. Estamos condenados, el mundo está condenado.
Un tétrico silencio se apoderó de la escena. Mi padre bajó las manos, para mirar a la mujer que lo acusaba de ser el responsable de toda catástrofe que azotaba a la humanidad. Eso era absurdo para mí. Keitor, mi padre, lo único que siempre había querido era justicia, un mundo en paz. Jamás haría algo como lo que Kalro pregonaba.
—¡Despierta ya, Keitor! —gritó Kendra—. No puedes hacerlo, no de esta manera. Un mundo creado a partir de la sangre, sólo podrá convertirse en sangre.
Mi padre miró a Kendra. Seguía en silencio, todavía no se atrevía a decir nada. ¿Por qué? ¿Por qué no negaba nada de lo que decían?
—Siempre fue así. —Escuché la voz de Kan, hablando detrás de mí—. Desde la Gran Guerra, lo único que quisiste fue poder, estar al frente. —Dio un paso al frente, furioso—. Por eso creaste el Proyecto V, y cuando no funcionó, lo tiraste a la basura y creaste a la UEE para limpiar tu desastre. —Me señaló—. Esta chica, es igual a los valinianos, ¿no es así? Tu siguiente paso, aquel que Krinala trató de evitar cuando huyo con los resultados de su trabajo, y tú la asesinaste por eso. —Todos me miraron—. Querías una aliada poderosa, que luchara a tu lado si las cosas se complicaban. —Negó con la cabeza—. Ni siquiera la necesitaste. No te importó que fueran tus propios discípulos, tus hermanos, colegas, o como quisieras llamarlos, los mataste a todos. Eres un desalmado, Keitor. —Lo miró con repudio—. Lo que le pase a este mundo lo tiene merecido por confiar en ti.
¿Otro más? ¿Qué tenían contra él? Las cosas estaban saliéndose de control. Me interpuse, furiosa, entre mi padre y el antiguo general de la guardia. Miré a Kan, sumamente enojada, sin embargo, él me miró a mí con el mismo odio que miraba al segundo.
—¿Qué vas a hacer? —me preguntó, de forma sarcástica—. ¿Vas a matarme, después de todo lo que hicimos?
Apreté mi puño con fuerza.
—Largo —pronuncié, conteniendo la ira—. Lárgate de aquí, Kan, y llévate a Volken.
Él me miró, primero a mí, luego a mi padre. Levantó la mano, abrió la boca, pero se tragó sus palabras. Simplemente se dio la vuelta, y comenzó a alejarse.
Sí, eso era. Mejor que se fuera. No iba a tolerar que hablaran mal de él, ni de mí, sin saber nada sobre nosotros. Mi padre podía ser muchas cosas, pero no era ni una pizca de lo que ellos decían. Él nunca...
Un sonido energético se escuchó, proveniente del ataque que pasó volando cerca de mi oreja derecha.
Boquiabierta, observé a Kan desapareciendo dentro del destello de la explosión, una explosión tan intensa que consumió todo en el rango de alcance, dejando en el aire furiosas ráfagas de energía como daño colateral.
—¡¿Qué estás haciendo?! —grité, desesperada, mientras me daba la vuelta, tan sólo para ver a mi padre, apuntando con la mano abierta hacia el sitio en el que, hace unos segundos, había estado Kan.
—Lo que debí haber hecho hace tiempo —respondió, sin más. Acto seguido, volvió a moverse, esta vez para apuntar a donde estaban Kalro y Kendra.
En ese momento, todo lo que creía se vino abajo. Ya no sabía quién era la persona que tenía frente a mí. La confianza que habíamos construido juntos se desmoronaba en ese momento. No quería creer esas crueles afirmaciones, pero las acciones de mi padre no hacían más que demostrar que eran verdad.
Así, sin ganas de pensar más, corrí para interponerme, esta vez entre él y las dos mujeres, con ambos brazos extendidos.
—¡No! ¡Para! ¡Este no eres tú, papá! ¡¿Qué te ha pasado?! ¿Es verdad todo lo que han dicho? ¡Dímelo! ¡Dime que no soy un simple experimento! ¡Dime que no fuiste tú quien asesinó a Kizara y Krono! ¡Dímelo ya!
Kalro dejó ir una risa burlona.
—¿Un experimento? Ahora lo entiendo, no, no querías una aliada —interrumpió Kalro, dirigiéndose a mi padre, haciendo alusión a las últimas palabras de Kan—. Lo que querías era comprobar lo mismo que yo, que más de una Ley energética podía converger en un mismo individuo. Y lo hiciste. —Me miró—. Te vi usar la Realidad y la Materia. La pregunta es, si tú también fuiste un experimento, exitoso, para variar, ¿por qué, este a quien llamas padre, esperó hasta hoy para hacer esto?
En ese momento bajé la mirada, recordando el momento en el que mi padre supo que también ostentaba el poder de la materia. Al caer en cuenta de ello, levanté la vista para fijarla en él.
—No lo sabías... —murmuré—. No lo sabías, por eso no lo hiciste antes... Tú... Lo que dicen es verdad.
Mi padre suspiró.
—Nunca te he mentido, Ziri, tú eres mi más grande logro —respondió, al tiempo que bajaba la mano y dirigía la mirada a quienes estaban detrás de mí—. ¿Veis lo que provocasteis? Ahora mi hija duda de mí. Sois escoria, y eso jamás os los perdonaré.
Kendra rio, sin escrúpulos.
—¿Lo que provocamos? Keitor, tú eres el único responsable de las acciones que has tomado.
—No tenéis ni idea —respondió él—, tan sólo bramáis palabras sin sentido, como si fueseis bestias. Habláis de justicia cuando no sabéis nada. Lo único que quiero es paz, un mundo sin dolor, sin caos, sin sufrimiento. Los kinianos somos los únicos listos para entrar a ese mundo, ni los humanos, ni los valinianos, ni tampoco seres repugnantes como quienes portan el vampirismo. —Puso una mano frente a su rostro, la abrió y la cerró varias veces—. Yo creía que eso era difícil de obtener, una utopía como esa parecía una simple fantasía. Pero ahora, con este poder, nada es imposible. Siento el universo fluyendo a través de mí, como si fuese capaz de doblegarlo a mi antojo. —Miró a Kalro y a Kendra—. Vosotras no estáis en ese destino, ni tampoco el resto de la humanidad. Nada quedará en este planeta, limpiaré cada rincón e iniciaré una nueva era, en la que los kinianos podremos coexistir con el resto de especies en paz y armonía.
Cuando mi padre terminó de hablar, no supe qué decir. Me quedé muda, sin palabras. No podía creer lo que había dicho. Esa... Esa utopía de la que me había hablado, aquella que siempre había deseado. ¿Era esto? ¿Asesinar a toda la humanidad, a todo el que era diferente, para volver a forjar una nueva civilización? ¡Era horrible!
—¡No digas eso! —grité, incapaz de contener las lágrimas—. ¡Ese no eres tú, papá! ¡Este no es el hombre que me enseñó que el más débil merece nuestra protección! ¡Este no es el hombre que me tendió la mano cuando la necesitaba, me puso de pie y me ayudó a caminar en un mundo duro, difícil, sin soltarme! ¡Despierta! ¡Despierta por favor, y dime que esto es una ilusión, que no es real!
Mi voz se me cortó un poco antes de llegar al final. No podía más. Mi corazón se rompía en mil pedazos al ver a mi padre de esa manera. Y él... Él simplemente me observaba, en silencio, detrás de esa armadura que me volvía incapaz de reconocer su expresión.
—Lo siento, hija, sé que lo comprenderás cuando llegue el momento. Ahora...
Un movimiento de la mano de mi padre fue suficiente. De pronto, una fuerza desconocida, inverosímil, se opuso a la mía. Me hizo a un lado, sin que yo pudiese hacer nada.
Atónita, miré cómo la energía que lo envolvía enloquecía, estallaba nuevamente, esta vez en una oleada energética que amenazaba con erradicar a Kalro y a Kendra.
Una pared de umbrita se levantó del suelo, protegiendo a ambas del ataque principal, pero insuficiente para desviar todo ese poder. Para ello, la neblina purpúrea que siempre envolvía a Kalro se extendió alrededor de las dos, invirtiendo la dirección del ataque de mi padre, repeliéndolo. Trabajaban juntas, no como aliadas, sino como dos entidades con un enemigo en común.
—Imposible —murmuré, para mí misma—. No podrán hacerlo, es demasiado poderoso.
Sin saber qué hacer, observaba como las cuerdas del universo luchaban entre sí. Era curioso. Aunque mi padre tenía control sobre las seis leyes, no estaba usándolas todas al mismo tiempo. No, se valía de las cuerdas azules, las de la Realidad. ¿Tal vez, porque no sabía usar el resto, aún? Era como yo, cuando descubrí que poseía el poder de la Materia, tampoco supe cómo usarla, hasta después de un tiempo. De ser así, tal vez, entre las tres, podríamos detenerlo.
Sin embargo... ¿Entre las tres?
Me detuve un momento, mirando el suelo, dejándome llevar por mis pensamientos. ¿De verdad iba a ponerme del lado de ellas, y no del de mi padre? Levanté la vista. No me sentía lista para tomar una decisión como esa.
Di un paso al frente, pero, antes de que consiguiera moverme, algo me atrapó por la cintura, devolviéndome a mi lugar. Al bajar la mirada, descubrí energía roja atada a mi cuerpo. Espacio, eso era la energía del espacio. No podía moverme.
Había sido una ilusa. Tal vez no controlara del todo las seis energías, pero al final, él era un sabio milenario, que había estudiado la energía desde el inicio de los tiempos. Naturalmente, aprendería rápido a usarlas. No quería que interfiriera, me había puesto grilletes para que me quedara atrás.
—¡Para ya, Keitor! ¡No hagas esto! —gritó Kendra, mientras su muro cedía ante el inmenso poder de su agresor.
—No lo hagas más difícil, Kendra, no quiero verte sufrir.
Mi padre avanzó. Con cada paso que daba, las dimensiones temblaban, la realidad se distorsionaba, la gravedad parecía cambiar a su alrededor, y el tiempo... el flujo del tiempo, el verde, era algo que no podía distinguir del todo en su aura. Hasta donde yo sabía, el Tiempo era la energía más difícil de controlar. Eso era algo bueno, no podía imaginar lo que podría hacer si también adquiría poder sobre el tiempo. Nada, ni nadie, podría detenerlo.
Las seis energías fluían a su alrededor, creando órbitas de color que aparecían y desaparecían, destellando en rayos, ráfagas de energía, adornando su poderosa aura dorada y blanca. Se detuvo un paso atrás del muro creado por Kendra. Lo tocó.
El muro se desintegró al instante, ante la mirada de sorpresa de las dos mujeres. Por reflejo, ambas se soltaron y dieron un salto atrás, separándose de él, y de ellas mismas. Mi padre sonrió. Y así, sin previo aviso, desapareció con un destello color carmesí, tan sólo para materializarse nuevamente detrás de Kalro.
Sostuvo a la mujer vampiro por la cabeza, y la levantó, mientras ella se retorcía con impotencia por el dolor que producía estar en contacto directo con su agresor. Su piel debería estar ardiendo como la mía hace unos momentos. La neblina color púrpura apareció de nuevo, envolviéndola, pero otra energía, del mismo color, la dispersó. Sus alas vampíricas aleteaban con fuerza, trataba de librarse, podía verlo. Estaba usando todo el poder de la Forma, sin embargo, era inútil. Mi padre también lo hacía, y aprendía rápido.
Con un estruendo, alguien apareció detrás del hombre de armadura dorada, pero él no se inmutó. Era Kendra, blandiendo su espada negra imbuida de energía. Lo hizo con tal fuerza, que el choque entre su filo y la armadura de su objetivo, provocaron un sonido tan atroz, que tuve que llevarme las manos a los oídos.
La onda de choque destruyó todo a nuestro alrededor, creando una oleada energética que se expandió cual esfera, en todas las direcciones posibles. Me cubrí, por reflejo, antes de que llegara a mí, pero no me dañó. Lo que sea que me mantuviera inmóvil, también repelía cualquier tipo de daño externo. Increíble que fuera incluso un padre sobreprotector en un momento como este.
Kendra siguió atacando, con todo lo que tenía. Nunca antes había visto tal muestra de poder. Con cada impacto entre las dos entidades, la realidad temblaba y, de alguna manera, sentía como si todo el planeta se estremeciera. Por desgracia, ni siquiera ese poder hacía daño a mi padre. Era intocable, no se movía, tampoco soltaba a Kalro, quien seguía agitándose, dando patadas, intentando escapar.
Desde mi perspectiva, a pesar de que ambas tenían el poder de diosas, parecían niñas pequeñas intentando hacer daño a una roca firme y sólida.
Lo único que podía hacer, era observar, impotente una vez más. Ahora estaba arrepentida, me arrepentía por haber ayudado a mi padre, por haber impedido que Kendra lo detuviera cuando tuvo la oportunidad. ¿Por qué? ¿Por qué lo había hecho? No podía dar crédito a ser parte de un plan tan elaborado, porque, de ser verdad, significaría que mi existencia sería sólo eso, un simple experimento, uno de tantos más. Al levantar la vista y verlo ahí, tan lleno y sediento de poder, no podía evitar pensar que ya había cumplido ese propósito: ayudarlo a convertirse en el monstruo que era ahora.
Una nueva melodía se escuchaba en mi mente, una sinfonía de horror, en el que cada uno de los ataques energéticos de Kendra, o cada grito de auxilio proferido por Kalro, añadían una nueva nota de discordia a aquello que daba sentido a mi vida, a mi razón de ser, de existir. Las lágrimas se apoderaban de mí al ver la imagen de mi padre, el hombre que admiraba, aquel que creía el mejor, desmoronándose ante mí.
Una nota aguda rompió la cruel armonía, cuando Keitor sostuvo a Kalro por las dos alas, y las arrancó de un solo movimiento, provocando que la mujer cayera al suelo, chillando con amargura. Kendra gritó algo, y se lanzó directo al cuello del inmortal dios de la justicia, tratando de suprimirlo, sin éxito alguno. Con horror, vi cómo la atrapó por el cabello para luego azotarla contra el suelo.
Sin dar oportunidad a que ninguna de las dos se recuperara, al fin ocurrió. Con un ataque energético, mi padre borró la existencia de Kalro por completo, acallando de una vez por todas sus penosos alaridos. Después, colocó su pie sobre Kendra y la aplastó por el abdomen, fracturando sus costillas. A pesar de ello, la Maestra de la Materia no se quejó. Se mantuvo firme, apretando los dientes, luchando para tratar de retirar el pie, sin éxito alguno. Su cuerpo se desintegraba al contacto con la energía universal, pero la diosa de la creación conseguía regenerarlo a la misma velocidad, usando el poder de la Materia.
—Muere ya, por favor, no alargues esto —dijo mi padre, suplicando.
Kendra rio.
—Lo alargaré el tiempo necesario, hasta que tú...
El pie que la aplastaba, pasó a su cuello. Le impidió hablar.
Cerré los ojos, incapaz de ver cómo la rompía. Sin embargo, en ese momento, la fuerza que me impedía moverme desapareció, y una nueva se apoderó del campo de batalla. Un sonido grave se hizo presente, volvía mi cuerpo pesado, muy pesado. Eso pareció tomar por sorpresa incluso a mi padre, quien, por más poderoso que fuera, se vio obligado a poner una rodilla en el suelo, aplastado por el fenómeno.
—Pero qué... —murmuró, buscando con la mirada el origen de la discordia.
Lo encontró, al mismo tiempo que yo.
El gran dragón, la serpiente emplumada, había ascendido de nuevo al cielo, y era el culpable de tal hazaña. Un poderoso rugido hizo que me estremeciera, al ver cómo la sierpe se lanzaba al ataque, directo al ser de aura suprema.
—¡Keliel, no! —gritó Kendra.
En ese momento me di cuenta de que Keliel era capaz de sobreponer su control del Espacio por encima del de mi padre, y ahora todos nos encontrábamos bajo el influjo de su poder.
Las fauces de la serpiente alcanzaron su objetivo, cerrándose con una fuerza que hizo temblar la existencia misma. Sin embargo, apenas lo hicieron, una lluvia de sangre me cubrió por completo, a mí, y a todo a nuestro alrededor. El dragón no sólo estalló, sino que se hizo polvo tras apenas entrar en contacto con el poseedor de las energías universales.
—¡Para ya, Keitor! ¡¿Cuánta sangre más tendrás en tus manos?!
Una risa ególatra se escuchó, proveniente de entre la neblina rosada en la que se había convertido la pobre serpiente. Ahí, yacía mi padre, intacto, con su armadura dorada ahora teñida de rojo.
—Es un poder sorprendente el tuyo, querida Kendra —declaró, al tiempo que alzaba ambas manos para dejar fluir la energía negra a borbotones.
El rostro de Kendra se horrorizó al ver dicha acción.
—No, no te atrevas, ¡no lo hagas!
Pero siguió riendo, enloquecido, embriagado de poder, mientras liberaba la energía sin parar, elevándola a lo alto del cielo. Era tanta energía, a tal cantidad, que pronto cubrió todo el horizonte con una gran sombra, y poco a poco, se fue alejando más y más.
Mi padre dejó de reír al bajar la cabeza y mirar a la mujer que yacía en el suelo.
—Tantos años, Kendra, milenios con este poder, y nunca lo usaste como era debido. Ahora te mostraré, cómo nacerá este nuevo mundo.
Con una de sus manos, atrajo el cuerpo agonizante de Kendra hacia él. La sostuvo por la nuca y la levantó para obligarla a mirar al cielo. Ella hizo un gesto de dolor. Yo también alcé la mirada, para ver aquello de lo que hablaba.
Y entonces lo comprendí.
Con horror, mis ojos se iluminaron con el reflejo del fuego. Pero no, no era una lluvia de fuego la que se aproximaba, descendiendo desde la negrura del cielo hacia la tierra misma. No, eran piedras, gigantescas y enormes piedras, meteoritos envueltos en llamas, tan grandes como montañas, que descendían con una aparente calma.
Incapaz de pronunciar palabra alguna, tan sólo observé la magnitud del acto que acababa de perpetrar mi padre. Lo miraba a él, y luego a la lluvia de meteoritos, incrédula. Mi corazón agitado estaba roto, cayendo a pedazos igual que esas rocas sobre la humanidad, igual que la imagen de mi héroe, que se convertía en el demonio más cruel que hubiese existido.
Y cuando el primer meteorito impactó, provocando el estruendo más grande que había escuchado, levantando una nube gigantesca de fuego y cenizas, mi alma terminó de romperse. Al fin supe que era verdad, que todo estaba pasando, que el mundo se extinguía frente a mis ojos.
—¡Noo! —grité, mientras comenzaba a moverme, más por reflejo que por razón.
Corrí, corrí hacia él, con las lágrimas escurriendo por mi rostro, igual que una niña tonta, llorando por su padre.
—¡No, no, no! —decía una y otra vez, aunque ni siquiera sabía qué era aquello que negaba. No a lo que ocurría, no a lo que veía, no a mis deseos, no a la realidad, porque me superaba.
Mi aura energética ardía con la misma intensidad que el dolor que sentía al ver a mi ídolo convertido en ese monstruo. No, ese no podía ser mi padre, y yo... yo tenía que borrarlo, borrarlo de la existencia, de esta realidad, para que él, de verdad, volviera a mirarme con amor.
Extendí mi puño, cargado de energía, y traté de golpearlo, justo en el momento en el que se daba la vuelta. Al ver que me acercaba, trató de evadirme, pero era tarde. La velocidad con la que arremetía, la potencia con la que lo atacaba, era imparable.
Mi puño impactó sobre el yelmo de su armadura, rompiéndolo. Sólo entonces, pude verlo, pude ver el rostro de mi padre, con una expresión de miedo absoluto marcada en sus ojos, en su mirada.
Por desgracia, mi poder no fue suficiente. Impotente y frustrada, vi cómo mi puño desaparecía antes siquiera de tocar la punta de su nariz. Sí, mi cuerpo desaparecía, junto con mi forma etérea. Estaba a punto de morir ante sus impactados ojos, mientras él extendía sus manos hacia mí, tratando de alcanzarme en un vano intento. En menos de un parpadeo el resto de mi brazo desapareció, igual que mi hombro, sin embargo, al llegar el turno de mi cuello, algo ocurrió.
Hubo un destello, un destello de luz verde y, durante un instante, el tiempo pareció detenerse. Noté con claridad la vista de mi padre, reparando en esa luz repentina, una que emanaba del colgante en forma de reloj de arena.
«Maldito seas, Krono», murmuró, justo en el momento en que su voz, su cuerpo, su presencia, desaparecían en la inmensidad de un espacio oscuro, negro totalmente.
Me encontraba sola, totalmente sola.
Asustada, miré a mi alrededor. No había nada, solo negrura total, oscuridad y... una hebra de energía verde. Acaso eso era, ¿una cuerda? Una cuerda del tiempo, conectada a mi forma etérea. Sin saber exactamente qué significaba eso, extendí unas inexistentes y temblorosas manos conformadas de energía pura. Sin embargo, antes de que siquiera pudiera tocarla, algo tiró de mí desde el otro extremo de la cuerda. El siguiente desplazamiento ocurrió tan rápido, tan repentino, tan potente, que me desmayé.
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