47. Noche Eterna
Pista de audio recomendada: Peter Gundry - Salem's Secret Extended
(La música es hermosa, no se la pierdan)
«Muerde, que nadie te vea, y no hagas tonterías», susurró a mi oído, ofreciéndome su cuello.
Al escuchar esas palabras, no supe qué hacer. Sentí un nudo en la garganta. Ahí estaba, otra vez, dándome su confianza, después de todos los actos horribles que había cometido contra ella. No la merecía, en definitiva, no merecía el trato que me daba.
No pensaba hacerlo. No iba a volver a morderla, lo había prometido. Intenté dar un paso atrás, pero me lo impidió.
«Hazlo ya, usa bien la oportunidad».
Cerré los ojos con fuerza. Sequé una lágrima escurridiza, en el hombro de Katziri, y mordí, pero no tragué. Aunque no quería, esa era la única oportunidad que tendría para salir con vida de ese lugar. Ella lo sabía. Lo hacía por mí.
Sin decir más, nos soltamos. Se despidió de mí con un gesto de mano, y yo me adentré en la torre, siguiendo las órdenes de Mordem, a toda prisa. A pesar de que mantenía la esencia de Katziri en mi boca, su poder ya comenzaba a volverse parte de mí, poco a poco.
Cerré las puertas a tiempo. Tragué la esencia, para, segundos después, caer debido al acoplamiento. Puse todo mi esfuerzo para controlar el pico de energía principal, ese que siempre escapaba al absorber el poder. No quería que nos descubrieran por una estupidez así.
Respiré hondo, controlé las exhalaciones. Lo conseguí. Tras unos instantes, me puse de pie, con calma. Reacomodé mis prendas y miré a mi alrededor. Era un complejo muy grande con habitaciones. Escaleras circulares ascendían hacia lo alto, siguiendo el perímetro de la edificación.
Si quería llegar a la parte más alta, tenía que comenzar a subir.
Era extraño, la presión energética de Mordem, aunque era poderosa, no tenía comparación con la de Katziri, incluso con Kan. Hasta el momento, no había encontrado nada que no pudiéramos vencer entre todos. Además, estaba lo de las granjas, y ese comportamiento de los vampiros de Vesperterra. Era diferente a como lo había imaginado, aunque, de alguna manera, me recordaba a algo.
De entre todos los nidos vampíricos que destruí a lo largo de mi carrera, sólo aquellos pertenecientes a vampiros antiguos, guardaban cierta similitud a lo que se observaba dentro de este palacio. No había festines, sino rituales. Era imposible no recordar a aquel murciélago etéreo de Colombia, quien, a pesar de no conocer a Kalro, parecía conservar tradiciones vampíricas mucho más cercanas al origen en comparación con gente como Velasco o Cheaton.
Suspiré. Desconocía mucho sobre los vampiros, jamás dejaba de aprender sobre mis raíces.
Subí los escalones en una tétrica oscuridad sólo atenuada por antorchas y mi aura. No sé cuántos pisos fueron, pero, más pronto que tarde, me encontré con un hombre grande, musculoso y de aspecto duro. Lo supe apenas verlo, ese debía ser Meredor, otra de las Alas del Supremo.
Realicé una inclinación apenas verlo.
—Eres muy osado al tratar de ir más allá de este punto.
Habló en rumano y, aunque mi traductor funcionó a la perfección, podía comprenderlo. Una de las cosas que me habían enseñado durante mi entrenamiento, era el idioma original del vampiro más antiguo.
—Mis disculpas, estoy aquí por órdenes de Mordem y Mikael.
El vampiro me miró con suspicacia.
—En ese caso, te llevaré yo mismo.
Hizo una seña con la cabeza para que lo siguiera. Sin demora me encaminé tras él. Recorrimos juntos el resto de las escaleras, hasta que, varios pisos más arriba, nos encontramos frente a un par de ostentosas puertas en la parte más alta de la torre. No cabía duda de que, si en algún sitio estaban los aposentos de Kalro, tenía que ser ese.
Esperé a que Meredor abriera las puertas. Entramos.
Era una sala grande, presuntuosa, ocupada por mueblería fina. Se notaba que a Kalro le gustaban las joyas, el arte y las reliquias. Todo el lugar estaba decorado con frescos dignos de Miguel Ángel. En las paredes salían a relucir retratos de una hermosa mujer de cabello negro, vistiendo diferentes conjuntos, acompañada de diversas personas y pintada en distintas épocas.
Seguimos adelante, dejando atrás el recibidor, para hallar un salón espacioso, lleno de armaduras medievales, muchas de ellas, así como armas de todo tipo, desde espadas gigantes, hasta hachas y cuchillos.
Atravesamos el lugar, hacia un área iluminada por una tenue luz anaranjada. Pasando el umbral arribamos al bar más lujoso que jamás hubiera visto en mi vida. No pude evitar sentir una emoción inexplicable al ver la enorme cantidad de botellas que ahí guardaban. La barra era de aspecto antiguo, lujoso, sin asientos delante. Todas las herramientas eran de oro, brillantes y llamativas. Copas colgaban de la parte alta, otorgando un brillo armonioso a las paredes negras, que hacían juego con un impoluto piso de mármol.
—Sorprendente —murmuré.
En ese momento, escuché pasos, momentos antes de que una puerta se abriera. Me sobresalté, sin embargo, al dueño de los pasos le ocurrió lo mismo, al verme acompañado de Meredor. Llevaba una copa con un líquido rojo, adornado con una cereza e imbuido de energía. Con la frente en alto, cabello largo y canoso, un hombre que vestía un traje de mayordomo excesivamente elegante, nos observaba confundido. Me recordaba un poco al Cocinero.
—Vete ya, Koprovich —ordenó Meredor, en ruso.
El hombre recibió el mandato con cara de indignación, pasando su mirada de Meredor hacia mí. Dejó la bebida sobre la barra y se marchó enfurecido.
Al principio no comprendí, hasta que la siguiente acción se desencadenó.
—Prepara algo a su majestad —solicitó, y tras esas palabras, así, tan seco y cortante como me había recibido, se marchó.
En ese momento, mi perspectiva cambió. Ahí estaba, solo, en los aposentos de El Supremo, tal y como lo había querido. No sólo eso, sino que estaba cargado con el poder de Katziri, y eso era más, más que cualquiera de las posibilidades que nunca podría tener. Mi respiración se volvía cada vez más agitada, mientras dirigía la vista hacia la siguiente entrada, una cuyo fondo no se alcanzaba apreciar. Ahí, tan cerca, estaba mi destino final.
Tragué saliva. Cerré los ojos con fuerza. Respiré muy profundo, y exhalé despacio. Traté de calmarme, de apaciguar mi corazón. Sabía que nos encontrábamos en una situación delicada, y no quería arruinar las cosas. Ya no, ya no más. Había hecho tanto daño en mi vida, que ahora, aunque fuera por una única vez, quería hacerlo bien.
Miré el bar que tenía delante. La bebida dejada por el último barista seguía allí. Un Vișinată încărcat, no era una bebida digna. Cerré los ojos por un momento. Al captar el aroma del alcohol, me tranquilicé. Calma, paz, es lo que necesitaba. Ser impulsivo me había causado innumerables conflictos, necesitaba pensar con claridad para poder hacer bien el trabajo. No quería ser una carga para los que me rodeaban, no después de todo lo que habían hecho por mí. Quizás... quizás al final comenzaba a entender a Katziri. Y me sentía como un idiota, como siempre, por todas aquellas veces que la había hecho sufrir.
Clavé la vista en las botellas del fondo y comencé a caminar hacia ellas, como un zombi. Había trabajado tan duro para llegar a ese lugar, preparado por el Cocinero, un viejo que presumía de haber formado parte de esa corte. ¿Haría daño si realmente usaba esos utensilios para preparar una bebida?
Con un suspiro, decidí retrasar más mi destino. No sabía exactamente la razón, tampoco por qué dudaba en un momento como ese. Lo único que sabía, era que, de alguna forma, desde que había llegado a Vesperterra, mi perspectiva había cambiado. En lugar de sentirme motivado, lleno, completo, me sentía vacío. Era como si mi vida hubiese perdido el sentido, como si asesinar a Kalro no fuera suficiente para sanar el dolor de mi alma.
Levanté la vista, con cierta melancolía, sin embargo, el sentimiento se atenuó al ser sustituido por una breve emoción al descubrir una botella negra. Subí a una escalera móvil y la tomé con rapidez. Leí la etiqueta. «Licor de café». No podía creer lo que veía. Ese licor, no era uno común. Era una marca kiniana de gran renombre, y además de la cosecha rumana en la época de oro. ¡Era increíble! Vaya que eran afortunados aquellos que gozaban de esas bebidas.
Bajé la escalera de un salto, abrazando la botella, y miré hacia el resto del inventario. Quedé boquiabierto. Malibú jamaiquino, Licor francés de cereza, Curaçao holandés, Mangaroca brasileño, había de todo, lo mejor de todo el mundo, tanto humano, como kiniano. Era un paraíso.
Sin pensar en razones, simplemente me dejé llevar. Coloqué el licor de café sobre la barra y busqué la mejor botella de brandy. Me hice con una de cosecha similar, y la llevé junto a la otra. Llené una hielera del frigobar, bajé un par de copas y encontré un compartimiento bajo la barra lleno de adicionales, escorpiones, protoenergía en estasis, fragmento de cristal, umbrita pura.
Abrí las botellas, permitiendo que el suave aroma inundara mis sentidos, y dejé que la magia fluyera. Vertí brandy y licor en una coctelera de oro. Agité con cuidado, tiempo exacto. Medí cantidad exacta de vodka ruso, y lo agité con una carga energética exacta. La dejé reposar por unos instantes, y volví a agitar, transmitiendo una carga diferente, en dirección contraria.
Obtuve un líquido negro, el cual vertí en dos copas preparadas previamente con hielo. Esparcí polvos de umbrita y cristal, de tal manera que quedaran suspendidos sobre la parte superior de la bebida. El resultado, fue un coctel tan oscuro como una noche profunda, con numerosos destellos que simulaban estrellas. En conjunto, la bebida desprendía un brillo etéreo capaz de encandilar con solo mirarlo.
Nox aeternum, mi más grande creación.
No pude resistirme, y bebí de la primera copa. El efecto fue inmediato. Fue como ser transportado a otra realidad, oscura, y tranquila. El dulce sabor del licor, mezclado con el vodka y el brandy daban una sensación agradable al paladar, y al tragar, la energía se desbordaba hacia el resto del cuerpo, provocando un escalofrío en la espina dorsal, que se extendía hacia todos los nervios. Los pequeños cristales se quedaban en la lengua y crujían al morderse, produciendo un cosquilleo final que dejaba con ganas de más.
Después de ese trago, mi vida adquirió un nuevo sentido. Ya fuese por el efecto embriagante, o por los acontecimientos recientes, me sentía diferente. Miré las copas, y luego aquel umbral cercano, profundo. Sonreí. No, mi destino no aguardaba detrás de ese umbral. Mi destino lo había alcanzado ya hace tiempo, y tan sólo estaba perdido, en una vida que no reconocía como mía. La muerte de toda mi familia se llevó una parte de mí y, en lugar de aceptarlo, me había aferrado a algo que no existía. Katziri había tratado de decírmelo, de ayudarme, pero yo nunca entendí. No estaba listo, pero ahora sí.
Bebí de la copa hasta el fondo, y la dejé sobre la barra. Levanté la otra, con delicadeza, y caminé con decisión hacia donde debía estar Kalro.
Dejé atrás el bar.
El camino se estrechó hasta convertirse en un pasaje de aspecto medieval con muchas puertas, en el cual la luz se reducía a un brillo tenue y cálido, para desembocar en una habitación tétrica.
Entré.
La última habitación, en la cual me encontraba en ese momento, estaba sumida en las sombras. La única luz emanaba del suelo, dejando a la vista un pedestal de piedra. Una pesada neblina púrpura se extendía por la parte baja, acariciando mis pies. Fuera de eso. No había nada.
Me acerqué al pedestal. Había espacio para una copa. Dejé el Nox aeternum encima y di un paso atrás.
—Băutura ta, doamna mea —pronuncié, ofreciendo la bebida en rumano, de forma cordial.
Esperé, aunque no sabía exactamente qué. Podía sentir una extraña presión energética provenir de toda la habitación, pero era imposible ver a través de tan densa oscuridad. Ni siquiera el brillo de mi aura podía iluminarla. Si Kalro estaba ahí, no podría verla.
—Mulțumesc.
En ese momento, mi corazón se agitó de forma inexplicable. Esa voz, había venido de todas partes. La voz de una mujer. De pronto, el ambiente se volvió pesado, muy pesado. Todo quedó en silencio, un silencio abrumador y aplastante que permitía incluso escuchar los latidos de mi corazón, incrementando su ritmo poco a poco. La neblina púrpura que invadía la habitación comenzaba a arremolinarse en el centro. Adquiría forma, se acumulaba, envolviendo la copa del pedestal, hasta que una mano humana se materializó para sostenerla. Mientras la levantaba en el aire, el resto del cuerpo de una hermosa mujer, arropada con el vestido negro más largo y ostentoso que jamás hubiera visto, se hacía visible.
—Así que, eres el regalo de Mikael, ¿no? —inquirió Kalro, El Supremo, empleando un acento extraño.
La voz de Kalro era angelical, embelesaba con sólo escucharla, igual que aquella mirada seductora que parecía atraparte con sólo conectar con ella. A su alrededor, su aura mística, dorada y púrpura, hacía levitar su cabello, así como la cola de su vestido, dando la impresión de estar delante de una aparición fantasmal.
Ahí estaba, al fin, a solas, frente a ella. Y por más extraño que pareciese, no me importaba.
Realicé una inclinación sofisticada.
—Nox aeternum, creación propia —respondí, confiado.
Ella levantó una ceja, se llevó la copa a los labios, y bebió.
Dio un trago, y se detuvo. Me miró por un momento. Pude percibir un escalofrío. Cerró los ojos, y siguió bebiendo, no se detuvo hasta que la copa estuvo vacía.
—Esto es... —La bajó, sorprendida. Su mano temblaba—. Nunca había probado algo como esto. Tu pase es instantáneo. Hagamos el pacto de inmediato.
Kalro se arremangó la chalina que utilizaba, muy parecida a la de Mordem, con la diferencia que esta tenía un forro de plumas negras. Extendió su antebrazo hacia mí.
—¿El pacto? —pregunté—. Lo siento, nunca había escuchado sobre eso.
Sonrió.
—Es un contrato. Tú bebes de mi esencia, y yo te acepto como mi fiel sirviente. Es el mayor honor que puedo otorgar en mi corte. ¿Acaso no lo quieres?
Con esas palabras, mi corazón dio un vuelco total. Si no pude ocultar el impacto que me causó, es algo que quedó fuera de mi conocimiento, porque, en ese momento, sólo pude pensar en una cosa.
Miré la piel de Kalro, suave, tersa, perfecta. No podía creerlo, estaba invitando a que la mordiera. Si lo hacía, podría adquirir todo su poder y sus habilidades. ¿Podrían combinarse con las de Katziri? Jamás había hecho algo así, pero era demasiado tentador. Si conseguía el poder de Kalro, habríamos ganado, sin cuestión alguna.
No. Mi voz interior, aquella que pensaba con claridad, me decía que estaba equivocado. Ya había pasado en otra ocasión. Cuando mordí a Katziri no pude vencerla con su propio poder. La experiencia superaba a la fuerza bruta, y Kalro debía tener milenios de experiencia.
Cerré los ojos por un instante, y suspiré. No podría. Esa no era la forma. Tenía que ser paciente, volver con los otros y compartir la información. Juntos, tal vez podríamos hacerlo. Solo, no tendría oportunidad.
—¿Qué esperas? —presionó Kalro, acercándose a mí.
La miré, y me miró. Podía sentir la energía que me había prestado Katziri disminuyendo, comenzaba a desaparecer.
—Yo no... No podría aceptar tal honor —repliqué.
Kalro me miró, con decepción, pero no retiró su antebrazo.
—Bebe —reiteró.
Fruncí el ceño. Algo no estaba bien. ¿Por qué presionarme tanto para ello? Tenía que ser una trampa.
—No —dije, sin más.
Suspiró.
—Es curioso, la confluencia de tu energía me dice que eres algo más de lo que aparentas. —Kalro movió la otra mano, aquella que no me mostraba, y cuerdas púrpuras brotaron de ella. Al notarlo, traté de evadirlas, pero me dieron alcance sin que pudiera hacer nada.
—¡¿Pero qué...?!
—Vaya, vaya —agregó la mujer—, ¿puedes verlas? Qué interesante.
En ese instante, la ilusión que me protegía comenzó a desvanecerse, a dispersarse igual que una brisa cristalina. Las cuerdas de la realidad a mi alrededor recuperaban su forma original, se escapaban de mis manos, atraídas por una fuerza desconocida para mí. Era como si el mismo universo reclamase lo que era suyo, me arrebataba el control, las arrancaba de mis dedos para devolverlas a lo que eran antes de que fuesen deformadas. En un abrir y cerrar de ojos me encontraba totalmente al descubierto, frente a Kalro.
—Cómo... ¿Cómo es que lo sabes? —pregunté, aterrado.
—¿Cómo es que lo sé? Este es mi palacio, tengo ojos en todas partes. Vaya, que incluso os agradezco por el festín sangriento que habéis dejado en el ala de bienvenida, estaba arrepentida de haber invitado a esos fanáticos. Mordem me contó todo. —La mujer movió la mano, atrayendo las cuerdas de la Forma para crear una neblina púrpura a su alrededor—. La verdadera pregunta aquí es, ¿cómo lograsteis llegar tan lejos? Tenéis puntos por eso, ningún invasor había pisado Palacio en los últimos 100 años. Supongo que debió haber sido por Mika.
Tragué saliva. Eso no estaba bien. Lo sabía. ¡Lo sabía todo! Entonces Katziri, Kan, Killian... Si estaban con Mordem, seguro los estaría llevando a algún tipo de trampa. Tenía que salir pronto, y avisarles.
—Si lo sabías, ¿por qué...?
Me sentía perdido, simplemente probaba opciones.
—¿Por qué? Porque ahí estabas tú, Kesen —respondió, con una gran sonrisa—. Mi querido y preciado Kesen. Has venido a mí, directo a mí, y me has ofrecido el regalo más grande, uno que ahora creía imposible, aquel que busqué por tantos años.
Se acercó a mí, extendiendo su mano como si fuese un tesoro preciado, pero al final se detuvo. Abrí la boca para responder, pero me ganó la palabra. Volvió a mostrarme el antebrazo.
—Muerde.
Observé la oferta, con gran curiosidad. ¿Por qué quería que lo hiciera? Si sabía quién era, entonces sabía la habilidad de mi mordida.
—¿Para qué me necesitas? Tenías a mi madre, pudiste tener a mi hermano. ¿Qué me hizo tan importante para ti?
Kalro se cruzó de brazos, dio la media vuelta y comenzó a tamborilear con los dedos, impaciente.
—Era una fiel sirviente, hija de Colmillos, descendiente de Mikael. Tu madre tenía una rara habilidad, capaz de copiar a otros, una habilidad que nunca pudo explotar, pero que tú, has llevado al límite. Tu hermano era impulsivo, pero eso no fue lo que le costó la vida, sino el desprecio hacia los nuestros, el repudio que le causaba su naturaleza, aquello de lo cual nos enorgullecemos. Puedo ver ese mismo desprecio en tus ojos, y eso me dice, que la dirección de tu futuro será la misma que la de ese pobre chico.
Suspiré.
—Te equivocas —respondí—, no cometeré los mismos errores que antes. No iba a hacerlo, pero no me dejas opción. Si sabes que estamos aquí, no tiene caso ocultarnos más.
Sonrió.
—Te lo diré una última vez. —Me mostró su antebrazo—. Muerde, si no quieres que haga estallar el último Cristal Supremo, junto contigo y tus amigos.
La miré, con suspicacia.
—No te atreverías —declaré—, es la única fuente de energía que queda en el mundo. Sin ella, los kin...
En ese momento callé. Ella sonrió.
—Te diste cuenta, ¿eh? Los vampiros no necesitamos un Cristal Supremo para vivir por la eternidad. Tan sólo necesitamos beber esencia, y mientras existan humanos para alimentarnos, viviremos por siempre.
Apreté puños y dientes. Sabía que Kalro me estaba orillando a una trampa, pero, si hacía lo que me pedía, entonces quizás podría tener una pequeña oportunidad de evitar ese drástico final. No sabía lo que ocurriría, pero si era capaz de combinar el poder de Kalro y el de Katziri, portar los dos a la vez, entonces sería invencible. Ni siquiera ella podría detenerme.
—Bien —dije al fin.
La sonrisa de Kalro se hizo más amplia. La miré, primero su rostro, luego su brazo. Lo sostuve con ambas manos, lo llevé a mi boca, y mordí. Mis colmillos perforaron su piel con suavidad, y la sangre fluyó hacia mi garganta. Bebí, cayendo presa de mi propia sed. Bebí y seguí bebiendo, hasta que algo se activó en mi interior.
La solté. Me alejé, trastabillando. Un fuerte mareo me invadió. Y entonces, sentí el poder de Kalro fluir por mis propias venas. Incapaz de contener la impresión, caí de rodillas. No es que fuera mucho más que el de Katziri, sino que se estaba mezclando con este. Las dos esencias se unían dentro de mí.
—¡Sí! ¡Sí! —gritaba Kalro—. ¡Puedo verlo!
Me encontré jadeando, en el suelo, atónito por el poder que estaba obteniendo. Levanté la vista, maravillado y aterrado con lo que veía. Azul, negro y púrpura. Los colores llameantes estaban ardiendo junto con mi aura dorada.
Miré a Kalro rebosante de energía, la mujer que había hecho eso posible.
—Esta habilidad será tu perdición —pronuncié, aun temblando—. No quería, pero, tampoco tengo motivos para no hacerlo después de lo que has hecho. ¿Tienes algo que decir, Kalro?
Rio, satisfecha.
—Gracias por probarme que, lo que tanto anhelaba, realmente es posible. —Extendió sus brazos hacia mí, llamándome—. Ven aquí, y obedece mis deseos.
Los ojos de Kalro destellaron con un brillo rojizo hipnótico. En ese momento, me sentí mareado, muy mareado. Su voz me atraía, seducía.
Tragué saliva. Me llevé una mano a la cabeza. Di un paso atrás. Mi aura energética comenzó a descontrolarse. Podía sentir el poder de la Realidad y la Materia, reaccionando con la Forma. Y entonces, cuando creí que perdería la razón, los muros de la habitación estallaron, abriendo paso al intenso brillo de otra aura, tan poderosa como la mía. Katziri.
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