44. Vesperterra
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Después de dejar a Mateo y los otros a mitad del mar, viajé hasta el puerto de Alicante tan rápido como pude. Allí, esperé bajo un puente, de brazos cruzados, en el frío de la noche, vestida con un traje formal humano salido de mi anillo metamórfico. No pasó mucho tiempo hasta que mi contacto, citado a través de un mensaje, apareció. Vistiendo un traje elegante, igual al mío en su versión masculina, Kiva.
Había pactado verme con él en Ibiza, sin embargo, debido a que ya no existía esa isla, tuve que avisarle que el punto de encuentro se movía al lugar más cercano con un aeropuerto: Alicante. Por supuesto, omití la razón de ese pequeño detalle cuando se lo informé.
—Kat, ¿por qué el misterio? ¿Qué hacemos aquí? ¿Acaso...? —Me lanzó una mirada lasciva—. ¿Querías probar en la playa?
Llegó a buena hora, puntual, como siempre. No pude evitar soltar una risa boba, pero enseguida recuperé la compostura y lo miré con seriedad.
—Lo siento, Kiva, pero tengo que pedirte algo muy difícil, algo que quizás podría poner en juego incluso tu posición como General Supremo.
Me miró, frunciendo el ceño.
—Vaya, vaya, ¿qué cosa estás tramando? No sales de una para entrar en otra, ¿verdad? Venga dímelo ya, si pone en juego mi cargo lo haré encantado.
Volví a reír.
—Pues me alegro de que pienses así, porque pediré que ocultes información clave, muy delicada, de mi padre. Al menos por un día.
La reacción de Kiva, que al principio había sido juguetona, se tornó seria al instante.
—Así que, lo descubriste, ¿verdad? Todo sobre el Proyecto V.
Asentí, en silencio.
—Siento no habértelo dicho antes, era algo muy delicado. No quería interferir con la relación que tienes con tu padre. Puede que no esté de acuerdo con todas las decisiones que toma, así que quería que fueras tú misma la que sacara sus conclusiones.
—Gracias, Kiva, y eso hice. Me lo han dicho todo, y entiendo por qué lo guardabas tanto. —Puse una mano en su hombro—. De verdad lo entiendo, no te preocupes. Sé que querías contármelo.
Suspiró.
—Bueno, si ya lo sabes, eso facilitará las cosas. Los valinianos, presenciar lo que eran en carne propia... Era un estado de pureza tan profundo, que incluso te hacía dudar de tu propia existencia. Lo siento, Kat, yo... No pude continuar siendo el mismo después de eso. Si estás haciendo esto por ellos, estoy contigo.
Mientras hablaba, podía notar cómo la respiración de Kiva se agitaba. Aun sin que me lo pidiera, lo abracé.
—Tranquilo, lo sé, también tuve la oportunidad de presenciarlo. Es una experiencia única.
Él se quedó sorprendido con mi respuesta.
—Tú, ¿lo presenciaste? ¿Pero cómo?
—Vasyd —respondí—, historia complicada, para la cual no tenemos tiempo. Por eso necesito pedirte esto.
—Dime entonces, ¿qué clase de información tan crucial es?
Lo miré por un segundo a los ojos. Tomé aire.
—La localización de Kalro, y el último Cristal Supremo.
Silencio. Nadie dijo nada. El sonido de la solitaria avenida, por la cual transitaba de tanto en tanto un automóvil, era el único disturbio en la ciudad.
—No estás jugando, ¿cierto? —preguntó.
Asentí, primero en silencio, pero luego tuve que hablar.
—Sé que es una petición extraña, pero espero que puedas entender, ya que es algo relacionado con el Proyecto V. Tengo esta información, y quiero hacer algo por mi cuenta, pero mi padre nunca lo aprobaría. A pesar de eso, es de suma importancia que alguien más tenga esta información, además de aquellos que nos adentraremos en la boca del lobo. Si muero, o morimos, alguien tiene que hacer algo.
Kiva me tomó por ambos brazos y me miró con intensidad.
—Entonces iré contigo, si el Proyecto V está relacionado con esto, no hay forma de que no te acompañe.
Lo miré a los ojos y sonreí.
—Lo lamento, Kiva, pero no puedes. No puedes venir conmigo.
—¿Por qué no? —preguntó, confundido.
Tomé aire.
—Es otra petición difícil que debo hacerte. Eres el General Supremo de la Guardia, mi padre se comunica directo contigo si necesita algo, tu ausencia sólo lo haría percatarse más rápido de lo que pasa. Necesito que estés aquí, eres el único en quien confío para hacer esta labor. Recibirás mi llamado, así como la información del lugar en el que me encuentro, en el momento necesario. Cuando lo sepas, deberás comunicárselo a mi padre para que él se una a la batalla. Mis convicciones me impulsan a ir primero, para ayudar a aquellos a quienes mi padre ha dado la espalda.
Kiva me miró, primero obstinado, luego rendido.
—Está bien, Kat, si así lo deseas, haré tu voluntad.
—Hay otra cosa —dije, sacando un pequeño cristal del bolsillo de mi saco—. Este es el cristal de Galahad Kane. Cuídalo bien, por favor, no dejes que mi padre lo tenga. Tampoco lo liberes, hasta que vuelva, o hasta no vuelvas a saber nada de mí.
Kiva recibió el objeto y lo guardó.
—Así que incluso ayudas a los valinianos, Kat, no había conocido nunca a nadie como tú.
Reí un poco.
—¿Demasiado estúpida?
Él también rio.
—Yo diría valiente, pero si esa es tu forma de verlo, no discutiré.
Asentí, sonriendo, y extendí una mano para tocar la coronilla de su cabeza y bajarla por su mejilla como una caricia. Al hacerlo, desprendí algunas hebras de realidad, cuerdas relacionadas con la ubicación. Conecté mi existencia con la suya, así como había hecho con Mateo en otras ocasiones.
—Ya está, estoy conectada a ti. Cuando llegue el momento, sabrás exactamente en donde me encuentro.
Me miró, consternado.
—No... No siento nada, ¿cómo lo sabré?
Sonreí, acariciando su rostro.
—Sólo, lo sabrás. No es algo que se pueda explicar. Sé paciente, ¿de acuerdo? Gracias por tu ayuda, y por comprender.
Sostuvo mi mano y también sonrió.
—Ten cuidado, puede que seas fuerte, pero recuerda que ella también lo es. No trates de enfrentarla sola, espera a la llegada de Keitor.
—Gracias, Kiva, lo tendré en consideración.
—Éxito.
Tras esas palabras, me despedí de Kiva con un beso en la mejilla y me marché. Puede que estuviese enfadada con mi padre, por darle la espalda a sus propias creaciones, pero la información sobre el paradero de El Supremo era muy valiosa como para dejar que ese conflicto personal interfiriera con la seguridad mundial. Aun si moría en territorio enemigo, él debía saberlo para completar el trabajo que no fui capaz de concluir.
Me encontré más tarde con Mateo, Killian y Kan en el aeropuerto de Alicante, y juntos partimos en avión a Irak. Fue un vuelo de 13 horas, el cual usamos para trazar planes, estrategias y poner opciones en perspectiva. Mateo nos habló tanto como pudo sobre el mundo vampírico, y dio detalles a Kan para interpretar al Mikael que había conocido. Al aterrizar, era casi seguro que mi padre ya se habría dado cuenta de la ausencia de sus prisioneros, y la mía. Me estaría buscando, desesperado, así que por eso había usado un vuelo comercial humano. Los nombres y documentación falsa evitarían que nos rastreara, y Kiva le informaría sobre mi localización sólo en el momento preciso, para que se uniera a la batalla. Antes de eso, nosotros teníamos que liberar a Volken para que Kan y Mateo pudiesen escapar con él. Ocultarse, es lo que tendrían que hacer, al menos hasta que yo consiguiese convencer al mundo, y a mi padre, de darle una oportunidad a los valinianos.
Nos encontrábamos en las cloacas de la ciudad, debajo de las calles de Mosul, Irak. Usábamos traductores. Sabíamos que podría haber vampiros de cualquier parte del mundo. No podríamos hablar otro idioma, pero sí entenderlo.
Nuestra apariencia no era la misma, había usado ilusiones simples para modificar el color de cabello de Killian, así como el mío, pasando de ser blanco, a negro. Nuestras facciones habían sido ligeramente modificadas para hacernos lucir las delineadas figuras que generalizaban la casta vampírica. Vestíamos de traje, muy elegantes. El único cuya imagen seguía intacta, era Kan, quien portaba el biocontenedor de Mikael. Nosotros seríamos sus invitados.
—No olviden sus nombres, recuerden que son orgullosos nobles —dijo Mateo—. La sed de sangre es muy importante, habrá humanos, eso es seguro, así que traten de mantener la cordura, especialmente tú, Katziri.
Aunque él estaba muy familiarizado con el mundo vampírico, y podía moverse con cierta facilidad a través de este, había confesado que no sabía nada sobre Vesperterra y la verdadera forma de vida de los vampiros ancestrales. Nos había dado consejos sobre cómo comportarnos, según lo que conocía, y eso es lo que haríamos.
Inhalé profundo. Era muy consciente de lo que podía esperar ahí dentro, no por nada había sido yo la responsable de la destrucción de cientos de comedores por todo el mundo. Aun así, no podía evitar sentir aquellos escalofríos por saber que estaba a punto de entrar al origen de toda esa locura. Un mundo de perdición, placeres y otras parafilias incomprensibles, estaba a tan sólo unos pasos.
—No perdamos tiempo —habló Kan, apoderado del desbordante carisma y encanto que alguna vez tuvo Mikael.
—Es fácil para ti decirlo —replicó el armero—, tú eres el que está usando el cuerpo del vampiro, y no tienes que vestir este estúpido corbatín. Unas cuantas copas no harían daño, ¿sabes? Para poder sobrellevar el asunto.
—Ya lo hablamos Killian, sobrio hasta el final.
El armero refunfuñó, para luego exhalar con frustración.
—Vamos allá —dijo Mateo, acercándose al muro.
Con la información sobre el lugar exacto, obtenida de Vasyd, y la «invitación», que nos otorgaba el cuerpo de Mikael, podríamos entrar a Vesperterra sin ser notados. Esa era la única forma de liberar a Volken. Los que me acompañaban sabían que iba a ayudarlos, lo que no sabían, es que Kiva esperaba mis instrucciones para dar nuestra ubicación a mi padre. De esa forma, esperaba conseguir salvar al valiniano, y destruir a Kalro en un solo acto. Todo iba muy bien, no había razón para fallar.
Kan se acercó al muro y colocó una mano sobre la fría piedra. Un brillo dorado se desprendió como resultado. Se escuchó un crujido, y la roca comenzó a abrirse con un sonido pétreo. Un viento místico emanó de la abertura, dejando un oscuro pasaje a la vista.
—Entremos.
—¡Esperen! —atajé, poniendo una mano al frente para bloquear el paso, mientras observaba el umbral recién creado.
Hice pequeños los ojos, y analicé a profundidad lo que había delante. A simple vista, parecía un pasaje común y corriente, sin embargo, las cuerdas de la realidad se distorsionaban hasta perderse en el interior, desapareciendo por completo. En una ilusión era todo lo contrario, lo único que había eran cuerdas azules, pero, ahí dentro, no había nada, como si no existiese la realidad. Nunca había visto algo como eso, más que en...
—¿Qué pasa Kat? —preguntó Mateo.
Extendí una mano al frente, pasándola con cuidado a través de la entrada. Al hacerlo, una curiosa sensación acarició mi piel, iluminándola con un destello de luz rosada al cruzar al otro lado.
—Qué interesante —musité, para luego elevar la voz—. No estoy muy segura, pero, creo que esto es una entrada a una dimensión alternativa, o a otra realidad. No puedo explicarlo del todo, porque no termino de comprender. Debe ser una especie de mecanismo de defensa, una forma de ocultarse, incluso de mi padre. Tiene sentido, ya que nadie ha conseguido encontrar este lugar, hasta ahora. Kalro debió usar el Cristal Supremo para desaparecer de este mundo, literalmente.
—¿Quieres decir que esto está en otro mundo? —cuestionó Killian.
Fruncí el ceño, mientras analizaba la distorsión. Finalmente, negué con la cabeza.
—No, sigue estando en nuestro mundo, en nuestra realidad, pero esta se ha mezclado con energía dimensional, creando algo alternativo. Es decir, esto es una especie de barrera protectora, que lo oculta de nosotros. Jamás había visto algo así, pero me hablaron de ello en mi... —Hice una breve pausa, pero luego me di cuenta de que no comprenderían el hecho de que mi padre había pasado años entrenándome en la comprensión de las leyes energéticas—. No importa. Entremos, no debería causar problemas, sólo es un método de ocultamiento.
Atravesé el umbral primero, Kan me siguió. Killian y Mateo hicieron lo mismo. Al otro lado, lo primero que comprobé, es que las cuerdas de la realidad volviesen a hacerse presentes, ya que, si no estaban, mis habilidades estarían totalmente inutilizadas. Respiré con alivio al comprobar que mi teoría era cierta. Las cuerdas de la realidad volvían a la normalidad apenas cruzar el umbral. Lo sabía, tan sólo era una especie de camuflaje. Lo que me pareció curioso fue que, dentro de la barrera, podía sentir las cuerdas del universo vibrar ante la fuerza de un gran poder. El Cristal Supremo que Kalro guardaba, estaba ahí, en alguna parte.
Volví a mirar atrás y regresé al exterior para comprobar que no quedábamos atrapados tras entrar. Revisé también la comunicación, en ambos lados, con ayuda de Mateo. Todo estaba bien, parecía normal y seguro, así que seguimos adelante.
Avanzamos en silencio, a la luz de antorchas de pared, a través de un camino que descendía y se ensanchaba más y más con cada paso. Al culmen de aquel pasaje, los muros se apartaron para dejar a la vista la inmensidad de un mundo subterráneo, en el cual se alzaba una magnífica edificación que parecía estar hecha de oro puro. Luces, música y el bullicio de los ocupantes, inundaban el área. Una experiencia que erizaba la piel.
—Así que es este —meditó Mateo—, el hogar de El Supremo, mi destino final.
—Es enorme —opiné, al observar el inmenso tamaño de la construcción. Cuando lo vi a través de los pensamientos de Vasyd, no se podía apreciar la verdadera proporción de lo que ahora tenía delante.
La vía por la cual habíamos llegado, se unía a otras más. Incontables caminos provenientes de otras direcciones, desembocaban en un mismo destino: un largo puente. Al otro lado, una gigantesca muralla se divisaba, protegiendo las afueras de un palacio de arquitectura antigua, cuyo origen me era imposible identificar. Una torre inmensa se erigía en el centro, majestuosa y espectacular. Por detrás, al menos diez torres más pequeñas le seguían en altura, mientras que, por delante, se apreciaban edificaciones menores, del tamaño de catedrales, todas rodeando la gran estructura central.
—Vaya, al menos esa bruja tiene estilo —declaró Killian.
No pude evitar reír con su comentario, era una muy buena forma de resumir lo que yo también pensaba.
—¿Ya notaron que no estamos solos? —inquirió Mateo, señalando el movimiento que se podía apreciar a lo lejos. Personas, vampiros, mejor dicho, sobre el puente. Algunos caminaban, otros simplemente descansaban mirando al gran abismo de las orillas.
—¿Qué están haciendo? —pregunté.
—Es la gente que habita aquí —respondió Mateo—, a partir de ahora tendrán que entrar en su papel, o seremos descubiertos enseguida. Estaremos rodeados de vampiros, y llegar a lo más alto de esa torre dependerá de lo bien que actúen.
—¿Nosotros? —cuestionó Killian.
Los tres miramos a Mateo.
—Sí, ustedes —respondió—, yo no necesito actuar en este mundo, puesto que soy un vampiro entrenado y adiestrado para estar precisamente en este lugar.
—Pero nunca habías estado aquí antes —reclamé, sin ánimo de ofenderlo.
—Tal vez no, pero sé cómo se supone debe ser el comportamiento en este lugar. Fue parte de mi instrucción, cuando estuve bajo el cuidado de Velasco. Él era uno de los Ojos del Supremo, es decir, vampiros que son elegidos para formar un nexo entre esta sociedad, y la del exterior. No cualquier vampiro puede entrar, sólo la servidumbre, la nobleza y los elegidos. Todo aquel que forma parte de la Corte del Supremo, debió pasar diversas pruebas para probar su valía. Sólo entonces, se les permite entrar, formar parte de este mundo. Yo había cualificado todas, estuve a punto de ser uno de ellos. Ahora mismo podría estar ahí dentro, detrás de esa muralla.
Lo miré, levantando una ceja.
—Suenas arrepentido al decirlo —espeté, en tono herido, porque lo decía como si hubiese sido yo la que le quitó esa posibilidad.
Desvió la mirada. No lo negó, tampoco respondió. Por fortuna, para amenizar el momento incómodo, Killian lanzó una nueva cuestión al aire.
—Si de verdad tan pocos vampiros conocen a Kalro, entonces, ese culto extraño, los imbéciles que están creando caos allá afuera, ¿cuál es su motivación?
Mateo se encogió de hombros.
—No estoy seguro. El culto sólo son fanáticos que siempre han creído en El Supremo. Pienso que tal vez Kalro se aprovecha de eso y envía parte de su gente, como Mikael, para incentivarlos y así arrojar más leña al fuego. Ya saben, crear caos en su nombre. Soldados gratuitos que morirían por ella sin conocerla.
Kan frunció el ceño.
—Así que, este tal Mikael, era alguien conocido como Ala del Supremo, el más alto rango en la jerarquía de este lugar.
Mateo asintió.
—Por lo que investigué, después de la primera vez que me encontré con él, aquellos llamados Alas del Supremo, son los primeros vampiros creados por ella, en persona —explicó—. Se dice que los considera sus más fieles sirvientes. No lo sé con exactitud, pero debe haber al menos cuatro. Si es que hay más, no encontré datos sobre ellos. A Kalro no le gustan las multitudes, siempre mantuvo su círculo muy cerrado.
Todos escuchamos con atención, aunque ya nos lo había mencionado antes, en el avión, no estaba demás recordarlo antes de entrar en contacto directo con esa gente.
—No eres tan inútil como pensaba, ahora me alegro de no haberte matado —declaró Kan.
—Creí que eso ya había quedado claro desde hace tiempo. El único propósito de mi vida, es estar aquí, en este momento. Vamos.
Mateo comenzó a avanzar por delante, a lado de Kan. Killian y yo nos quedamos un poco rezagados, viéndolos por detrás.
—Si ese es su único propósito, siento pena por ese chico —aseveró Killian, ofreciéndome el brazo para que lo sostuviera.
Suspiré.
—Yo también, Killian, te entiendo perfectamente —respondí, aceptando la oferta.
Ambos comenzamos a movernos, entrando en nuestros papeles vampíricos. Se suponía que caracterizábamos a una pareja invitada por Mikael. Yo era Kera, y él Kor, mi esposo. Mateo era el lacayo de Kan, quien cumplía con el rol de Mikael.
El puente atravesaba un inmenso abismo de inapreciable fondo. Al verlo, era imposible no recordar el que se hallaba bajo el Templo de Quetzalcóatl, ese que tuve que atravesar para llegar a la fortaleza y destruir el Cristal Supremo. Ambos eran muy parecidos, con la diferencia de que, al acercarse a las orillas de este, podían escucharse murmullos sobrenaturales, alaridos, aleteos. Lo que sea que hubiese allá abajo, no parecía amigable.
Caminamos en grupo, con Kan por delante. Desde ahí, la perspectiva del palacio y el abismo, permitía apreciar de otra manera el imponente tamaño de las proporciones. A partir de ese punto, comenzamos a encontrarnos con otros vampiros, desde algunos con apariencia normal, hasta otros vestidos de forma rimbombante, dando aires de nobleza. Todos, sin excepción, al encontrarse con nosotros, se alejaban, temerosos de cruzar miradas con Kan. Ventajas de tener el cuerpo de una de las Alas del Supremo. De esa forma conseguimos llegar a la entrada del amurallado complejo sin tener que interactuar con nadie.
Las puertas estaban abiertas, sin ningún tipo de guardián o sistema de seguridad. Tal parece que a Kalro no le importaba demasiado quien accediera a sus dominios, pues daba por hecho que el lugar estaba tan oculto, que cualquiera que supiese su ubicación era, por ley, un allegado del clan. Eso, o también podría ser que consideraría estúpido al enemigo que atravesara dichas fronteras sin avisar. Pronto estábamos por descubrir de quién era el error.
Atravesamos la sala de bienvenida sin mayor problema, en donde algunos vampiros se detenían a dejar su vestimenta humana, colgada en innumerables perchas movidas por algún tipo de maquinaria antigua, pues podía escuchar los mecanismos con engranajes proporcionando movilidad al sistema.
Al adentrarnos en el palacio, pronto nos vimos sobrecogidos por la ostentosa decoración, con retratos de Kalro y otros personajes desconocidos, presumiblemente aliados cercanos, incluso logramos distinguir la imagen de Mikael en uno de ellos. El oro y las piedras preciosas relucían en cada parte de la estructura, contrastando con el oscuro oricalco que conformaba columnas.
En los pasillos, los vampiros se volvían más comunes. Debía haber cientos de ellos, distribuidos por todo el lugar. Hasta el momento, no había sentido presiones energéticas especialmente peligrosas, aunque no descartaba que se debiera al ambiente tétrico de relajación y bienestar que transmitía el lugar. Los ocupantes se sentían seguros, a salvo, confiados.
Mateo trataba de guiarnos según su instinto, pero ni siquiera él conocía el palacio. Por esta razón en cierto momento, terminamos en un sitio en el cual no se suponía deberíamos estar. Una escena en la cual había numerosos participantes, nos paralizó.
Las risas, conversaciones y otras fuentes de ruido se detuvieron en cuanto notaron nuestra presencia. Lo primero que llamó mi atención, fue escuchar un idioma diferente entre los ocupantes. Nuestros traductores servirían para descifrar sus palabras, pero comunicarnos sería imposible si ellos no portaban uno.
—Oh, diablos —murmuró Killian.
Le di un codazo suave para que hiciera silencio. Una mujer de alta alcurnia se acercó a nosotros a paso contoneado. Primero miró a Kan, luego a nosotros, con asco. Parecía ser alguien importante, para atreverse a mirar así a alguien como él.
—¡Ah! Servidumbre, ¿podría por favor ayudarnos? El humano aún se mueve, y mi hijo no puede consumirlo.
Habló en árabe.
Kan escuchó aquellas palabras, sin decir nada, y miró hacia la escena, igual que nosotros. Nos quedamos fríos al ver lo que ocurría. Eran al menos cuatro adultos y un niño, todos kinianos, con vampirismo por supuesto. Colgando boca abajo, de la pared, se encontraba un humano inconsciente, pero aún vivo.
Hubo un breve momento de tensión, en el cual sentí que mi presión energética comenzaba a elevarse. Esta vez fue Killian quien me dio un codazo, y tuvo que ser Kan el que respondiera.
—Mis disculpas —dijo, en tono cortés, hablando en ese idioma desconocido para mí, ofreciendo una reverencia a la dama—. Nos equivocamos de habitación, pero no se preocupe, enviaré a alguien tan pronto como sea posible.
Kan también hablaba el idioma, según nos había dicho en el avión, a lo largo de su vida había aprendido más de cuarenta lenguas.
La mujer realizó un gesto de molestia, pero no respondió, simplemente alzó la cabeza y se dio la vuelta, ignorándonos.
Mateo hizo lo mismo y nos empujó para volver por donde habíamos venido.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó en voz baja, mientras yo no podía dejar de ver a esa persona colgando boca abajo. La sangre me hervía, me sentía frustrada, impotente. Podía salvarla, y a la vez no.
—Sólo... sácanos de aquí, por favor, sácanos rápido de este lugar —respondí, conteniendo la furia en mi voz.
Salimos de aquella habitación y volvimos a adentrarnos en los pasillos. Ahora lo tenía más claro, el palacio era, al fin y al cabo, un lugar en el cual habitaban vampiros. Mateo me lo había advertido, dijo que habría presas, humanos desafortunados que habían caído en garras de esa gente.
—¿Cómo supiste lo que tenías que decir? —preguntó Killian, cuando estuvimos fuera de peligro.
Kan emprendió paso al frente, lucía molesto, casi tanto como yo.
—Parece que hay algunos invitados importantes por aquí, esa gente veía a Mikael como un anfitrión, y su mirada albergaba soberbia, altanería. Respondí como le habría gustado que le respondieran.
Suspiré, sin decir nada, al escuchar esas palabras. Volvimos a emprender la marcha. A pesar de que nos habíamos ido, no podía dejar de sentirme intranquila por lo que había visto. Ahora que era consciente de lo que ocurría a mi alrededor, con cada puerta que pasábamos, imaginaba que se estaría llevando a cabo una de esas horribles escenas.
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