43. El Ala del Supremo
Dedicado a FranciscoMendez384, Xirdka, ladyherodale y tera16, gracias por seguir la publicación día a día.
Espero que disfruten el tramo final, que estará lleno de vampiros, destrucción y, claro, descubrimiento. ¿Al fin veremos a Katziri desatar el máximo de su potencial?
(No olvides poner el acompañamiento musical para esta historia)
Pista de audio recomendada: 1 Hour of Dark Music | Magic / Vampiric / Orchestral
Arribamos a la mansión aun de noche, usando una nave de la guardia con energía suficiente para el traslado. Killian, Kan, Katziri y yo. Era extraño, la última vez que había visitado esa isla, había sido en compañía de mi fallecido maestro. En aquel entonces, una gran fiesta se celebraba y no supe el porqué, hasta poco después. Festejaban la caída de la sociedad kiniana, seguro que ya tenían todo preparado para desatar el caos a través de los cristales supremos.
«Si teníais invitación, ¿qué os detiene?». Esas palabras pronunciadas por Mikael, no las entendí en ese momento, pero ahora tenían sentido. «Invitación». Él se refería a una invitación a Vesperterra, la llave de acceso a donde Kalro se encontraba, una llave, que no era otra cosa, sino él. Ahora necesitábamos esa invitación, y estábamos dispuestos a tomarla por la fuerza.
Mikael jugó con nosotros ese día, se burló, a sabiendas de que todo aquel que se quedase fuera estaría en peligro de muerte. Por eso nos dejó ir, porque, a su forma de verlo, de cualquier forma íbamos a morir. Hasta cierto punto tuvo razón. Uno de nosotros murió, sin embargo, esta vez las cosas serían diferentes.
Accedimos a los jardines de la antes majestuosa edificación, que yacía en ruinas debido a la última crisis. El murmullo de los árboles cercanos, sin hojas, acompasaba el oleaje del mar. Era una noche silenciosa, tranquila, demasiado tranquila. No hacía falta decir que algo raro pasaba. Desde que llegamos al puerto, hasta que entramos en la mansión, algo nos había causado conmoción. No habíamos encontrado una sola alma, nadie, ni siquiera un perro.
La isla estaba desierta. Calles y edificios contaban la historia de una desgracia súbita, que se llevó a los habitantes en medio del caos. Prendas sueltas por la calle, automóviles encendidos, casas con puertas abiertas. Lo que sea que hubiese pasado, exterminó la población del lugar.
El rechinar lejano de una puerta metálica movida por el viento, nos causó un sobresalto. Estábamos en alerta.
—Maldición, esto parece una película de terror —dijo Killian, agitando los hombros para alejar un escalofrío.
—Te entiendo —respondí—. Recordaba este lugar un poco más... festivo. ¿Qué pudo haber pasado?
—Lo que sea que haya pasado, acabó con todo—respondió Katziri—. No puedo sentir la presencia de vida por ninguna parte, a excepción, claro, de lo que está ahí.
Mi ex novia levantó la mano para señalar algo. Era más un comentario, que una revelación, porque todos podíamos verlo.
Frente a nosotros se alzaba el edificio principal de una mansión que, en conjunto con el desolado paisaje, parecía muerta, abandonada. Cortinas raídas volaban con el viento, escapando a través de ventanas rotas. Los muros partidos dejaban a la vista un maltrecho interior, cuyos detalles se perdían en las sombras de la profundidad. Cualquiera hubiese pensado que estaba vacía de no ser por una extraña presión energética que provenía de la única habitación iluminada, en la parte alta.
—¿Creéis que sea él? —cuestionó Killian.
Fruncí el ceño. Era una pregunta legítima. Con la isla en completa soledad, parecía mentira que Mikael siguiera en la mansión.
—La única forma de saberlo es entrando —habló Katziri.
—Espera, no lo hagas —pronuncié, sosteniéndola por un brazo para evitar que saltara al interior.
—Te había dicho que no me tocaras —reclamó, soltándose, para luego lanzar una pregunta—. ¿Por qué no?
—No deberíamos llamar la atención. Si ese sujeto de verdad es uno de los vampiros más fuertes bajo el mando de El Supremo, debes evitar elevar tu energía. Keitor podría encontrarnos y... todo habría sido en vano.
Suspiró.
—No lo creo, Mat. Ya estamos lejos de Madrid, y él debe estar centrado en otros asuntos. Cuando se sumerge en sus proyectos, en algo que le interesa, se desconecta del mundo. A eso, suma que debe haber conflictos de grandes magnitudes en muchas partes, en este mismo momento. Aunque una bomba nuclear estallase en esta isla, mi padre la ignoraría.
Torcí la boca en un gesto de inconformidad. ¿Cómo podía decir algo así? Confiaba mucho en ese anciano. Teníamos qué hacer lo posible por evitar el conflicto. Tomarlo por sorpresa, tenderle una trampa o una emboscada. Algo que no llamara demasiado la atención.
—Lo haré yo.
Una voz sobrenatural apareció. Todos miramos al origen. Killian metió la mano a su bolsillo y sacó el cristal que contenía a Kan. El objeto romboide titilaba al ritmo de cada palabra.
—¿Qué es exactamente lo que harás? —cuestioné.
—La dama tiene razón —declaró Kan—. Keitor no se fijará en lo que ocurra en esta isla. Gran ejemplo el que nadie se haya percatado siquiera de que todo habitante ha desaparecido. Unas cuantas explosiones aquí y allá, no importarán. Sin embargo, seré yo el que lo haga. Por si no lo habéis notado, necesito un cuerpo. No me agrada estar aquí dentro cual mascota del grupo, y ese tal Mikael servirá para ese propósito.
—Pero yo...
Katziri intentó hablar, pero un gruñido de Killian no se lo permitió.
—Por si no te has dado cuenta, eres un simple peo energético, frágil y efímero —dijo el hombre—. ¿Cómo piensas quitarle el cuerpo a un Amo Vampiro?
—Gracias, Killian, por eso usaré tu cuerpo.
—¡Jamás! —exclamó el armero, arrojando el cristal al suelo—. Lo destruirás seguro, como haces con todo, y no quiero perderlo. Me ha costado conseguir un balance perfecto en los efectos del alcohol.
—Tonterías, te compraré uno mejor si eso pasa. Pero no pasará, así que calla y cambia conmigo.
Comenzaron a discutir como viejos amigos, sin llegar a un acuerdo.
—Eh... Yo podría...
Katziri seguía tratando de hablar, pero los otros dos la ignoraban. Al final desistió y simplemente se quedó cruzada de brazos, enfurruñada.
—De acuerdo, te lo daré, pero si le pasa algo no sólo tendrás que comprarme uno nuevo, sino que quiero al menos dos bodegas llenas de vodka ruso de la mejor calidad, ¿entendiste?
—Como digas, Killian, ahora ven aquí, entra al cristal.
El armero soltó un bufido de mala gana, pero hizo lo que se le pedía.
Tras una exhalación, la forma etérea de Killian salió de su cuerpo, provocando que este se precipitara, inerte, aunque jamás tocó suelo. La figura fantasmal de Kan brotó, al mismo tiempo, del cristal de contención y se apoderó de él.
Todo ocurrió en un breve instante. El biocontenedor de Killian volvió a cobrar vida al ser ocupado por Kan, quien sostuvo en el aire el cristal en el cual se refugió el armero.
—Ah, ¿qué es este olor? —habló Kan, apenas entró en el cuerpo de su amigo. Movió las manos como si buscase algo hediondo entre la vestimenta de Killian.
—¿Te metes en mi cuerpo y aun así lo insultas? —refunfuñó Killian, con voz etérea, desde el cristal—. Si me hubieses dado un mejor lugar para ocultarme, quizás me habría duchado, pero no, tuve que usar las alcantarillas.
Kan suspiró. Extendió el cristal hacia mí, ofreciéndolo. Yo lo recibí y lo guardé en el bolsillo de mis prendas.
—Lo tendrás de vuelta más pronto que tarde.
—¿Podrás usar todo tu potencial energético con el cuerpo de alguien más? —pregunté, con cierto recelo, recordando cómo Katziri había terminado destruyendo su propio cuerpo en diversas ocasiones.
Kan me miró de forma condescendiente.
—La verdadera fuerza radica en la forma etérea. Incluso el biocontenedor más débil podría resistir todo el poder energético si lo canalizas correctamente y lo usas para reforzar la materia física. Si pierdes el control, bueno, sí que puede hacerse trizas, pero no pasará. Puedo controlar mi poder mejor que nunca gracias a las habilidades de Vornar.
«Más te vale», se escuchó una vocecilla proveniente de mis prendas.
—Como sea, ahora vamos, entremos.
Otro gran suspiro se escuchó, esta vez proveniente de Katziri.
—¡Hombres! —espetó, y dio un gran salto que la llevó directo a la parte alta de la mansión, lugar de donde provenía esa luz solitaria.
—¿Qué esperamos? —añadió Kan—. Vamos con ella.
Él también saltó hacia el interior, y yo hice lo mismo. Entramos a la mansión a través de un gran boquete en el último piso.
Caí sobre madera, que crujió al recibirme. La habitación estaba oscura, y la única luz que había, proveniente de un candelabro de escritorio, con cuatro velas encendidas, no alcanzaba a iluminar por completo la habitación.
Katziri estaba de pie, al frente, observando un punto fijo en la oscuridad. Había un sonido chirriante, como si algo se meciera sobre la madera. Allí, en ese punto, se alcanzaba a divisar un sutil brillo energético, perteneciente a un aura dorada. Los ojos de esa presencia brillaban, destellando un color rojo sangre.
—¿A qué debo esta agradable visita?
Una voz joven, con una extraña tonalidad gutural, fue la primera en hablar.
Estaba sentado, meciéndose en una silla, en la oscuridad. No se veía nada, además del brillo de su aura y un par de ojos rojos resplandecientes.
—Es una isla muy grande, para estar desierta, ¿no lo crees? —inquirió Katziri—. ¿Qué le ocurrió a toda la gente?
Una risa tranquila se escuchó, esparciéndose hacia los profundos pasillos de la desolada mansión.
—Los devoré, a todos y cada uno. No eran suficientes, jamás serán suficientes.
Noté que el puño de Katziri se ponía tenso, sin embargo, fue Kan el que dio un paso frente a ella.
—Si no queda nada para ti, ¿por qué sigues en este lugar?
El vampiro tomó aire para responder.
—No me gusta que me vean así en Palacio, es... denigrante. —El sonido de la silla meciéndose se detuvo—. Tan solo esperaba a que pasaran los efectos, aunque eso podría tardar años. Y estáis molestando mi reposo.
De pronto, toda la estructura comenzó a temblar. El aura energética de aquel que estaba frente a nosotros, aumentó en intensidad, hasta convertirse en una imponente presencia. Ahora podía verse con claridad. Él era, sin lugar a dudas, Mikael Daca. Sin embargo, su apariencia había cambiado un poco, no era igual a la de antes.
—Te recordaba un poco más... humano —declaré, al mirar las grandes alas negras que se extendieron a su espalda cuando se puso de pie.
El joven, que aún ostentaba ese rostro de belleza envidiable, vestía prendas oscuras antiguas, muy lujosas, que recordaban a la nobleza medieval. Tenía una copa en la mano, aun con un poco de líquido dentro. La agitaba con suavidad, sosteniéndola con elegancia. Antes de responderme, dio el último trago y desintegró por completo el objeto en su mano.
—Es mi naturaleza, descontrol, voracidad. Mientras más me alimento, más pierdo el control de mí mismo, y me convierto en... esto.
Mikael se mostró a sí mismo. Su figura ya no era del todo humana. Sus ojos brillaban rojo, y su cabello se había erizado como un felino. Sus colmillos se habían agrandado, y le habían crecido garras en las manos. El par de alas a su espalda, eran iguales a las de un murciélago, o un demonio, según se viese.
—Tu cuerpo, es algo que me interesa —declaró Kan, sin tapujos—, ¿se quedará así para siempre?
El vampiro vio al kiniano con incredulidad, antes de soltar una risa engreída.
—¿Que quieres mi...? —Rio con más fuerza—. Jamás podrías, no hay ser que supere la fuerza de las Alas del Supremo, nadie.
—Sí, entiendo, pero, suponiendo que lo hubiese, ¿sería posible?
Mikael suspiró.
—Mi cuerpo responde a mi forma etérea, a mi naturaleza vampírica, así que, sí, volvería a la normalidad.
Kan sonrió.
—Perfecto, es todo lo que necesitaba escuchar.
Tras esas palabras, se quitó la gabardina y comenzó a calentar los músculos en su sitio. A diferencia del cuerpo original de Kan, el de Killian era un poco más robusto. Me resultaba un poco extraño ver al armero comportándose de esa manera, pocas veces un kiniano compartía su biocontenedor con otros, era algo muy personal, mucho más que una prenda interior.
—¿De verdad quieres hacer esto? Su presión energética es enorme, más alta que cualquier Clase S al que me haya enfrentado antes —dijo Katziri, en voz baja.
—Bueno, no soy precisamente un kiniano común y corriente. Ahora ostento el poder combinado de Vornar y de Kan. ¿Clase S? Probablemente necesitaremos un nuevo nombre para esto.
Katziri puso mala cara y se cruzó de brazos, mas no volvió a responder. Su rostro lucía molesto, aunque en calma. Así era siempre, desde hace tiempo. La joven impulsiva que alguna vez conocí, se había convertido en una mujer muy madura y responsable.
—No sabéis lo que estáis haciendo —clamó Mikael—, no debisteis haber venido.
Kan terminó de calentar, tronando el cuello y aflojando las muñecas. Se puso en la guardia característica del Etherius, estilo de combate de Los Primeros.
—¿Eso crees, Mikael? Vamos a comprobarlo.
El vampiro sonrió, pero no se movió. Tan sólo extendió una mano y la agitó de forma pendenciera, llamando a Kan a que lo atacara.
Un estallido supersónico marcó el inicio de la batalla. Kan apareció justo delante del vampiro, preparado para propinarle un golpe etéreo, directo al estómago. No alcanzó su objetivo, Mikael lo recibió con la mano abierta, produciendo una onda de choque destructiva que se extendió a lo largo y ancho de todo el lugar.
Una barrera de energía se levantó a nuestro alrededor, obra de Katziri, justo a tiempo para evitar que los escombros de la mansión cayeran sobre nosotros. Así, en lugar de caer al suelo con el resto de la construcción, simplemente descendimos despacio, hasta posarnos con suavidad sobre tierra firme a unos pasos del derrumbe.
Una tolvanera inmensa se alzó hacia el cielo, de entre la cual, dos figuras salieron disparadas, una detrás de la otra.
Desde nuestra posición, en los jardines de la derruida mansión, observamos la batalla. Kan y Mikael se movían a una velocidad vertiginosa. El primero era muy rápido, pero el segundo lo era todavía más. El vampiro tenía algo extraño, sus movimientos eran salvajes e intensos, mientras que los de Kan eran precisos y seguros.
—¿Cuál es el poder de Kan? —preguntó Katziri, mientras los veíamos tratar de matarse el uno al otro.
Fruncí el ceño, observando cómo Mikael era arrojado contra una casa cercana, destruyéndola por completo con el impacto.
—Sobrepasa las mil KU por mucho. No sé exactamente cuánto, pero es un monstruo, logró derribar a Kiva y a tres Espectros él solo, sin sudar una sola gota. Debe ser igual o más fuerte que Mikael. De alguna forma adquirió todo el poder de Vornar.
Katziri hizo un gesto de asentimiento.
—Es impresionante —declaró—, no sabía que existieran kinianos tan fuertes. El hecho de que no estén categorizados, debe ser porque son muy escasos.
Asentí con la cabeza.
—No mientas, tú eres una de ellos.
Sonrió.
—No es verdad, mi poder sí que tiene categoría —respondió, con confianza.
La miré, ladeando la cabeza. No comprendí lo que decía.
—Eres mala mintiendo —repliqué.
—No miento —dijo—, pero míralos, no te distraigas. Ese tal Mikael tampoco se queda atrás. Su aura energética es siniestra, no deberíamos orillarlo a la desesperación, o será problemático.
Me llevé una mano a la frente y negué con la cabeza. Katziri no tenía remedio, casi nunca hablaba de su potencial energético. No sé si le avergonzaba, o su padre se lo había prohibido. De cualquier forma, era bien sabido que ella era extremadamente poderosa. Nadie sabía exactamente su límite, pero era temida entre la guardia, y famosa en el mundo kiniano. Muchos la admiraban.
Fijé la vista en la pelea una vez más. Las ráfagas energéticas llovían sobre Mikael, quien había quedado cubierto en una nube de polvo, hasta que una intensa explosión dorada obligó al atacante a cubrirse.
—Maldición, ese idiota está dañando mi cuerpo, ¿cierto? —habló Killian, desde mi bolsillo.
—Lo siento Killian, no puedes ver esto.
El etéreo gruñó, mientras los dos kinianos elevaban el nivel de la batalla. Ambos se lanzaban intensas ráfagas que hacían pedazos todo lo que tocaran en una distancia de cientos de metros. Al moverse parecían destellos que, cuando chocaban el uno con el otro, producían ondas de choque que agitaban viento y marea.
Era imposible decir cuál de los dos ganaría. Se movían muy a la par.
—Nada mal, creí que sería más fácil —pronunció Kan, en un breve cese al fuego.
Mikael observaba a nuestro compañero, jadeando como si fuese un animal salvaje. No dijo nada, tan sólo agitó sus alas y se elevó en el aire. Kan intentó saltar, para alcanzarlo, pero el vampiro descendió en picada y lo devolvió a suelo con una patada. Enseguida, se lanzó sobre él con fiereza, blandiendo sus garras sin dar cuartel.
—¡Kan! —grité, al ver como la sangre comenzaba a salpicar los alrededores.
—Calma —dijo Katziri—, está bien, son heridas superficiales.
Forcé mi vista, y logré darme cuenta de que mi amiga estaba en lo correcto. La sangre que salpicaba había desaparecido, y ahora una barrera de energía recubría por completo las extremidades de Kan. Se había reforzado a sí mismo, una adaptación ágil a la diferencia de fuerza física.
Tras unos segundos más, una poderosa patada arrojó al vampiro hacia las alturas. Mikael aleteó para nivelarse. Se quedó ahí, flotando por unos instantes, observando a Kan, juzgando opciones. El kiniano que lo retaba lo observaba desde el suelo, sin intimidarse.
Kan respiró profundo y, con tranquilidad, volvió a colocarse en posición de batalla. Esta vez fue él quien extendió la mano, llamando al vampiro con los dedos a manera de provocación.
Mikael cada vez lucía más como una bestia salvaje, que como un humano. Gritaba al moverse, su voz se volvía gutural, como la de un monstruo. A pesar de que su apariencia no había cambiado, se le notaba enardecido, obsesionado, como si algo más se apoderase de él. Estaba iracundo, enloquecido, y tenía un poder abrumador.
Descendió desde el cielo, con ambos puños en forma de flecha, cargados de energía. Kan tuvo que esquivar el ataque para no morir, porque, cuando tocó suelo, se produjo una gran explosión que levantó la tierra, erosionó el terreno y destruyó todo lo que había a nuestro alrededor.
Katziri tuvo que alejarnos del punto de caída, incluyendo a Kan, quien ahora, estaba dentro de nuestra barrera protectora. El ataque había sido tan poderoso, que ahora, la cumbre paradisíaca de la mansión de Mikael parecía un árido terreno volcánico, cuyas grietas en el suelo dejaban a la vista delgadas hileras de magma.
—In... Increíble —dijo Kan—, su poder está aumentando con esa rabia.
—Debe ser su habilidad —respondí.
Katziri abrió la boca para decir algo, pero sus palabras se atragantaron y tuvieron que cambiarse a la mitad de la frase debido a lo que ocurrió.
—¡Cuidado! —clamó, en el momento en el que su barrera se rompió frente a nuestras atónitas miradas.
Todos quedamos boquiabiertos. Mikael había aparecido frente a nosotros, con una diabólica sonrisa en el rostro. Había roto la barrera de Katziri con un zarpazo cargado de energía, como si fuera simple cristal y, moviéndose tan rápido como el rayo, realizó tres ataques que impactaron en cada uno de nosotros.
Kan salió disparado en una dirección, Katziri hacia otra, y yo también. La cabeza me dio vueltas al recibir el poder de su ataque. Sentí que mi alma se agitaba dentro de mi cuerpo. El aire se me escapó, me quedé sin aliento, mi visión se nubló. Nunca, nunca antes había recibido un ataque tan fuerte, al menos no en mi estado natural, sin tener una potenciación extra de poder.
Caí dando tumbos, tratando de recuperar la estabilidad, sosteniéndome con una mano, sin embargo, cuando al fin lo conseguí y levanté la mirada, vi con terror los ojos de Mikael. Estaba volando sobre mí, observándome.
—Pequeño vampiro traidor e insolente —pronunció, sin quitar esa sonrisa de la cara—. ¿Os creías más listos? No sabéis a quien estáis enfrentando. Mi poder va más allá del de cualquiera de vosotros.
Traté de moverme, pero estaba paralizado por la impresión. Mikael agitó sus alas para impulsarse y atacarme con el filo de sus garras, sin embargo, en ese momento, alguien más apareció y golpeó al vampiro de lleno en la cara, lanzándolo a volar muy lejos.
—¡Cuidado!
Alcancé a escuchar la voz de Kan, quien volvía a lanzarse al ataque para contener al vampiro.
—Eso estuvo cerca, ¿por qué no te moviste, niño? Incluso yo sentí el peligro —dijo Killian, desde mi bolsillo.
—Calla, es fácil para ti decirlo estando ahí oculto.
Eso dije, pero pensaba lo mismo que él. Me había quedado inmóvil, mis reflejos fallaron. Era vergonzoso, no podía tener un error así otra vez.
Una poderosa presencia apareció detrás de mí. Asustado, di un salto para alejarme, pero, al girarme, descubrí que tan sólo se trataba de Katziri. Respiré aliviado.
—No creí que pudiera romper mi barrera, ese vampiro es muy poderoso —dijo, con seriedad.
Su aura energética brillaba con más intensidad, parece que el último ataque la había obligado a defenderse de verdad.
—Debe ser su habilidad —repetí, volviendo a su lado—, por eso está actuando así.
—¿Su habilidad vampírica?
Asentí con la cabeza. Ella también lo sabía, el hecho de que cada vampiro poseía una habilidad distinta con su mordida.
—Mencionó que eso lo hacía actuar así, y que no le gustaba, pero intuyo que también le da más poder. La mía, por ejemplo, me permite asimilar las mismas habilidades de mi presa. Si la de él, es medianamente parecida, podría estar sufriendo los efectos de haber devorado a todas las personas de esta isla.
Katziri frunció el ceño.
Mientras hablábamos, el sonido estruendoso de un ataque energético llamó nuestra atención. El cuerpo de Kan salió disparado hacia nosotros. Katziri lo atrapó en el aire y fue obligada a retroceder, derrapando en el suelo para minimizar el impacto.
Corrí tras ellos para acortar distancias, y cuando llegué a su lado, los escuché hablando.
—¿Aun no quieres ayuda? —preguntaba Katziri.
Kan, malherido, reía. Tenía la cara llena de sangre y heridas de garras, así como los antebrazos y las piernas.
—Tal vez, no me vendría mal —dijo, entre toses.
Iba a decir algo, pero otro sonido acaparó el espacio auditivo. Todos levantamos la cabeza al cielo. Ahí estaba, la poderosa aura de Mikael se incrementaba más y más. El vampiro alimentaba un poderoso ataque energético que preparaba con ambas manos. Apuntaba hacia nosotros.
—¡Oh, no! ¿Qué está haciendo?
Lancé la pregunta al aire.
—Mateo, ¿cuántos habitantes tiene Ibiza? —cuestionó Katziri.
Aun con incredulidad, abrí la boca para dar el número.
—Casi... casi 150 000, eso creo, ¿por qué?
Ella alzaba la vista hacia el ataque energético.
—Eso es demasiado, si realmente ese vampiro incrementó su poder con la gente de la isla, podría terminar destruyendo al menos la mitad de la península ibérica. Eso no sería nada bueno, sin mencionar que llamaría la atención de mi padre, terminando de forma automática con nuestra misión.
—¡Es un monstruo! —habló Killian, desde mi bolsillo.
—Tengo que pararlo, antes de que eso pase —recalcó Katziri.
—¡¿Estás loca?! Ni siquiera tú... ¡Katziri! ¡Katziri qué...!
Grité, pero no pude hacer nada. Mi amiga dio un giro para tomar potencia y lanzar a Kan muy lejos. Apenas tuve tiempo de reaccionar, porque apareció a mi lado, e hizo exactamente lo mismo. Enseguida sentí la fuerza centrífuga de su lanzamiento, y el campo de batalla comenzó a alejarse mientras yo volaba directo al mar.
Desde la distancia, dirigí la mirada hacia el punto en el que se encontraba Mikael. No me equivocaba, Katziri apareció justo detrás de él, en pleno vuelo. La chica realizó un potente golpe etéreo que, al impactar en su objetivo, liberó una poderosa onda expansiva. El ataque que preparaba el vampiro cesó cuando su forma etérea fue arrancada de su cuerpo. En ese instante, y sin perder un solo segundo, Katziri hizo algo inaudito.
Me quedé boquiabierto, mientras caía al mar. Se escuchó un gran estruendo y hubo un destello de luz tan grande, que me cegó por unos instantes. Al abrir los ojos de nuevo, y justo antes de caer al agua, pude ver una inmensa ráfaga de energía emanando a borbotones desde manos de Katziri, engullendo por completo la forma etérea de Mikael, junto con toda la isla de Ibiza.
El ataque energético fue impresionante, pero sus efectos lo fueron todavía más. La fuerza con la que Ziri me arrojó al mar me hizo hundirme, y cuando intenté salir a la superficie, una gigantesca ola me recibió y volvió a sumergirme. Tuve que usar todas mis fuerzas para salir de las agitadas aguas, que se removían ante la potencia destructiva de ese ataque.
Pasaron unos momentos, hasta que todo volvió a estabilizarse. Cuando eso pasó, pude mantenerme a flote. Desde mi posición, observé los alrededores. Primero traté de orientarme, buscando tierra, pero cuando me di cuenta de lo que ocurría, me quedé estupefacto.
No estaba. La isla de Ibiza había desaparecido por completo, dejando atrás una inmensa nube de polvo apenas visible en la oscuridad y el sonido de pequeñas rocas cayendo al mar.
Al levantar la vista, una figura femenina, rodeada de un aura dorada, se acercaba a mi posición.
—¿Estás...? ¿Estás bien? —preguntó Katziri.
Al verla, me di cuenta de que sostenía el cuerpo inerte de Mikael, tan sólo eso, el cuerpo, el biocontenedor.
—Lo... Lo hiciste trizas de un solo ataque —balbuceé—. ¿Cuánto poder tienes?
Desvió la mirada, avergonzada.
—No... No lo comprenderías.
—Pruébame.
—La última vez que mi padre lo midió, era de alrededor de 1 Terra Force. P-Pero, cuando robaste mis poderes, aquel día, en la torre, algo me pasó. Creo que... volví a superar esos límites, por mucho.
Desvié la mirada, al recordar ese fatídico momento. Aún estaba fresco.
—L-Lo siento, yo...
Negó con la cabeza.
—No importa ya, tenías un motivo, y de cualquier forma, no pienso perdonártelo, así que estamos bien.
Suspiré, de alguna forma, eso me tranquilizaba. Merecía su repudio, y lo aceptaría sin reclamo.
—Terra Force —dije, volviendo al tema—. ¿Qué significa eso?
Me miró.
—Es diferente, no puede medirse con la misma clasificación que los KU. Los Terra Force, son la unidad que sirve para medir el poder de Los Primeros. Cada una de esas unidades, equivale al poder necesario para destruir un planeta entero.
—Pero... Para algo así, se requeriría más de un millón de KU.
Asintió.
—S-Son monstruos. ¡¿Y Kalro también tiene este poder?!
Esta vez Katziri lo negó, para luego mirarme de una forma sombría.
—Sé que mi padre ostenta al menos 3 Terra Force y el poder de Kalro, según él, era igual al de Kizara en sus mejores momentos. Algo así como 2.5 Terra Force, por eso, incluso para él no es una presa fácil. Un enfrentamiento entre dos entidades de ese nivel, podría poner en peligro toda la vida en la tierra.
—Im... Imposible. No podremos vencerla —declaré.
En ese momento, alguien llegaba nadando a nuestro lado. Era Kan.
—No en un enfrentamiento directo, pero hay otras formas de asesinar a alguien más fuerte —dijo—. Dejad de hablar de eso y vamos a lo importante. —Miró el biocontenedor que Katziri sostenía—. Gracias, ¿puedo?
Katziri miró a Kan, aun apenada por lo que había hecho, y arrojó el cuerpo de Mikael al agua, el cual se sumergió para luego salir a flote boca abajo. Ahora que no era poseído por un vampiro, volvía a tener forma humana común.
En ese instante, el cuerpo que ocupaba Kan pasó a quedar inerte, mientras su forma etérea se traspasaba al del vampiro. Sentí una presencia energética emanar del cristal que llevaba en el bolsillo, para ocupar, enseguida, el biocontenedor vacío.
Killian, con su biocontenedor de vuelta, salió a flote.
—¡Lo sabía! ¡Mira esto, me debes un cuerpo, Kan!
Kan, ahora en el cuerpo de Mikael, respondió con una nueva voz varonil.
—Son sólo unas cuantas cicatrices, estarás bien.
—Eh, ustedes, no quiero presionar, pero se me pasó un poco la mano con esto, así que será mejor que salgamos de aquí cuanto antes.
La voz de Katziri atrajo nuestra atención, quien flotaba unos centímetros por encima de nosotros.
—De acuerdo, ¿qué vamos a hacer ahora? —cuestionó Killian, sin dejar de mirar a Kan con recelo.
—Ya tenemos lo que venimos a buscar, así que el siguiente paso es entrar en Vesperterra. Veo algunos barcos por allá, subid a uno y volved al continente. —Katziri invocó la pantalla de su E-Nex y comenzó a teclear. Unos instantes después, volvió a mirar a los hombres—. Acabo de solicitar un vuelo a Irak, enviaré la información al E-Nex de Mateo. Los veré ahí en una hora, hay algo que tengo que hacer antes.
Katziri miró en dirección a donde debía estar el continente y comenzó a alejarse. Lo hacía bajo, seguro para no utilizar demasiada energía y llamar la atención de su padre.
—¡Espera! ¡Kat! ¿Qué quieres que hagamos? —pregunté
Se detuvo un momento, para responder.
—No lo sé, lo que quieran, me basta con que estén listos para partir.
Sin más que agregar, se alejó, volando a ras del agua a buena velocidad.
—Qué mujer, Mateo —dijo Killian, quien flotaba a mi lado—. Y la dejaste ir, qué idiota eres.
—Vamos, Killian, deja al chico —replicó Kan—, jamás entenderás los problemas del corazón.
—No necesito esas estupideces. Una buena botella de vodka y pa' lante. No olvidaré esto, Kan, no lo haré.
Los dos volvieron a discutir, mientras yo veía como, aquella que alguna vez había sido la mujer de mi vida, se alejaba. La quería, pero, a la vez, necesitaba cumplir mi destino. Ella no se merecía eso, y yo nunca iba a detenerme. Las cosas eran, tal y como tenían que ser.
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