40. El nuevo Apestosito


Desperté con el brillo del sol en mi cara. No era sol matutino, sino uno que denotaba más de las tres. A mi lado, alguien sostenía mi mano con delicadeza. Era un joven rubio, cabello desarreglado, ojos caídos, rostro alegre.

—¿Koba? —pregunté, sin poder evitar la confusión.

Me llevé una mano a la cabeza, me sentía mareada. Una vía intravenosa conectada a mi brazo izquierdo, canalizaba solución kiniana curativa.

—Ese soy yo, me han dicho que la liaste parda, el Gran Sabio Keitor te trajo a mí prácticamente sin la piel de tu biocontenedor. A saber en qué lio te metiste para quedar así.

Reí, de forma incómoda.

—Ah... ¿Ah sí? Vaya...

—Tómatelo con calma, no había nuevos biocontenedores, así que Kendra tuvo que hacer otro especialmente para ti. Es exactamente igual al de antes, en apariencia, pero dijo que este te ayudaría a tener mejor control sobre tu poder.

—K-Kendra —balbuceé—. ¿Está aquí? ¿Qué pasó? ¿Dónde están todos?

Me sentía confundida, agobiada. Esperaba que no hubiese pasado días inconsciente, igual que la última vez.

—Calma, respira —dijo Koba—, Kendra no está aquí, de hecho, nadie sabe dónde está, desapareció después de enviarme contigo, para darte este cuerpo y sanar tus heridas. Dijo que era prioridad que te recuperaras pronto, porque la batalla final se acerca.

—Espera, ¿batalla final? ¿Qué pasó con Japón? ¿Dejaron sola a toda esa gente?

—En absoluto, después de que vencimos al kaiju, la Maestra Kendra levantó grandes murallas por todo Japón. Un enorme dragón descendió del cielo, y nos ayudó a transportar a la gente a zonas seguras. Todos están a salvo, al menos por ahora.

—Un... ¿dragón? ¿De verdad es esto real?

Koba se encogió de hombros.

—La línea entre lo real y la fantasía dejó de tener sentido hace tiempo, ¿no crees?

Ambos soltamos una risilla, haciendo sátira de la situación.

—Vaya, ¿y entonces has dicho que Kendra me quería recuperada, para luego desaparecer?

—No es sólo ella, el Maestro Keitor también me pidió que restaurara tu energía a tope. Hemos estado aquí toda la noche, ¿sabes? Nunca antes había tardado tanto en recuperar la energía de alguien. Eres asombrosamente poderosa.

De todo lo que Koba dijo, sólo una cosa me interesó.

—¿El Maestro Keitor también te lo pidió? —pregunté. Aún tenía miedo de encontrarme con mi padre, no lo había visto desde mi escapada. Seguro estaría molesto conmigo por todos los problemas que causé—. ¿Sabes que pasó con la gente que atacó la prisión?

Koba asintió.

—Es justo por eso, Kat, al fin saben cómo encontrar a El Supremo, sólo es cuestión de tiempo para que den con su ubicación.

Esa afirmación me tomó por sorpresa.

—¡Koba! ¡Debiste empezar por ahí! ¡¿Ya lo saben?! ¡¿Entonces qué estoy haciendo aquí?!

Hice impulso por levantarme, pero una oleada de mareo y debilidad volvió a derribarme. Atontada, volví a incorporarme sobre mi cama.

Koba rio.

—Te dije que te lo tomaras con calma. Tu nuevo biocontenedor está adaptándose a tu forma etérea, ya sabes cómo es el proceso. Tu energía está bien, mejor que nunca, de hecho, pero deberás esperar, al menos hasta mañana, para poder moverte como antes. No tiene caso que te presiones, ya que, de momento, los prisioneros no han soltado la información que se necesita para continuar.

Levanté mis manos para observarlas. Había algo diferente. Las tres energías primordiales confluían en mi aura. También me sentía diferente, mucho más fuerte que antes, como si estuviese al fin completa. Lo que me hubiera pasado, había desbloqueado nuevos límites para mí.

—E-Está bien, comprendo, gracias Koba. Por cierto, esos prisioneros, acaso son...

Asintió.

—Sí, los sujetos que asaltaron la torre, el ex general Kan y un vampiro menor. —Se levantó—. Bien, misión cumplida. Has despertado, y estás mejor que nunca. No te retires la solución kiniana hasta mañana, te ayudará a consolidar los canales energéticos de tu cuerpo.

Vaya, ahora todo tenía sentido. Mateo y su gente debían haber sido capturados, y ahora los estaban interrogando. Perfecto, merecido lo tenía. Y si pronto obtendrían información que nos llevaría a Kalro, mucho mejor. Si lo que Koba decía era cierto, para la noche ya me sentiría mejor, y lo primero que haría sería ir a verificar por mí misma las consecuencias de sus actos.

—Espera —dije, poniéndome de pie—, te acompaño a la salida.

Koba sonrió.

—Extrañas costumbres.

Me ayudó a incorporarme, me hice con la bolsa contenedora del suero y cargué con ella. Salimos juntos de mi habitación, estábamos en mi apartamento.

Un chillido y un fuerte aroma hediondo me recibieron apenas cerré la puerta detrás de mí.

—¡Eh! ¡Hola amigo! —exclamé, agachándome para cargar en brazos al erizo zombi que mantenía en casa.

—¿Hay razón para que guardes esa cosa aquí? —preguntó Koba, cubriendo su nariz.

Reí.

—El pobrecillo no tiene a donde ir, y eso me recuerda que... —Levanté a Apestosito por encima de mi cabeza para revisarlo. Olía realmente mal, la carne de su cuerpo parecía caerse a pedazos, y juraría que comenzaba a ver larvas en sus orificios excretores—. Koba, ¿sabes si Kirk se encuentra en su despacho? Creo que este pequeñín no puede esperar más.

—Debería estar en Torre Cepsa, ahí se encuentra el área de inteligencia temporal.

—Bien, creo que le haré una visita, aprovechando que estoy inválida, como siempre.

Bajé a Apestosito al suelo, y dejé que correteara entre mis pies descalzos. Caminé junto a Koba hacia la salida, y al pasar por la sala de estar, el sonido de la radio llamó mi atención.

«... de Jaisalmer ha brindado información con respecto a los conflictos rebeldes. Un vampiro de alto rango cayó en el desierto cercano. Fuentes fidedignas dicen que era alguien muy poderoso, al servicio de El Supremo, y su caída representa esperanza para todos...».

Fruncí el ceño, recordando al vampiro del desierto, ese que podía ocultar su presencia. ¿Había sido un alto rango? De haberlo sabido, lo habría capturado para interrogarlo. Por fortuna, ya no era necesario.

Un par de ronquidos llamaron mi atención. Sobre los sillones, entre tazas de café vacío, se encontraban Selene y mi madre, profundamente dormidas.

—Estuvieron despiertas toda la noche —dijo Koba, en voz baja—, parece que nunca te habían visto en mal estado, así que se preocuparon. Les dije que podían dormir, pero no me hicieron caso.

—Al menos ahora duermen a gusto —respondí en el mismo volumen—, me siento mal por haberlas preocupado, deberían estar acostumbradas.

Empujé a Apestosito con el pie, para evitar que me siguiera más de la cuenta. Él comprendió enseguida y corrió a los sillones, para acurrucarse junto a Selene.

—Algunas personas nunca se acostumbran a ver a los suyos morir. Me encuentro con gente así todo el tiempo, ya sabes, hay veces en que un médico no puede salvar a alguien.

Miré a Koba, sintiéndome culpable.

—Lo siento, no quise ser grosera.

—Oh, está bien, no me afecta en lo más mínimo.

Atravesamos el jardín interior, en donde me puse zapatos y tomé mi anillo metamórfico.

Pedí el ascensor, sin embargo, cuando las puertas se abrieron, un gran bostezo precedió la voz somnolienta de una chica.

—¡Despertaste! ¿A dónde vas? —preguntó Selene.

Vi a mi madre darse la vuelta en el sillón, sin despertar. Le hice una seña a Sely para que bajara la voz. Ella hizo un gesto de disculpa, pero no dejó de mirarme esperando respuesta.

—No tardo nada, descansa un poco —declaré, más como una gesticulación que como un mensaje sonoro.

Después de eso, me despedí de Selene con la mano y abordé el ascensor junto a Koba. Una vez dentro, me coloqué el anillo y quedé vestida con mi ropa formal del trabajo. No era lo que deseaba para un momento como ese, ya que tuve que rasgarla un poco para abrir paso a la solución intravenosa que llevaba conmigo, pero no quería perder tiempo en vestirme de la forma tradicional. Pereza, culpable por ello.

Me despedí de Koba en las afueras de Torre PwC. De alguna forma sentía que ese podría ser el último día a lado de mi familia, de Selene, de mamá, así que, si ocurría lo peor, al menos quería asegurarme de que estuviesen bien. Por supuesto, no pensaba mucho en ese panorama, ya que si la misión fallaba, si no conseguíamos vencer a Kalro, todo el mundo estaría condenado.

Entré en Torre Cepsa, la sede temporal del Área de Inteligencia. Ahí, busqué la oficina de Kirk. Cuando la hallé, entré como siempre, sin permiso.

—¿Krina...?

La voz de Kirk me recibió, como siempre.

—No soy Krinala —respondí, ahora sabía bastante más sobre esa mujer.

Kirk me miró de forma condescendiente.

Mi padre me lo había contado, ese día, durante mi rehabilitación. Era la directora del Área de Inteligencia, aquella que había ayudado a crearme y la que escapó con todos los datos de la investigación. ¿Sería una coincidencia que me pareciese a ella? No. Por lo que entendía, podría haber sido ella misma la que aportó su vientre para engendrarme. Aún no comprendía por qué había querido alejarme de mi padre, de este mundo, y era algo que algún día tendría que averiguar. Por desgracia, eso era imposible. Todo rastro de esa kiniana había quedado borrado por completo.

—Disculpa, Katziri —dijo—, ya sabes que es imposible no confundirte. De no ser por el cabello tú... ¿Estás bien?

La última pregunta la hizo señalando a la bolsa de solución kiniana que asomaba de uno de mis bolsillos del saco. Sonreí.

—No es nada. ¿Te gustaría hablarme de ella? Últimamente he escuchado muchas historias del pasado. Sé que fue directora, como tú.

Una sonrisa melancólica se formó en el rostro del kiniano.

—Ya lo creo, era una mujer fuerte, impresionante. Fue gran impulsora de la tecnología para los cristales de contención, investigadora en el campo del linaje energético. Me enseñó mucho, enalteció la cultura científica durante su estadía. Yo tan sólo trato de seguir su legado, aspiro a ser como ella.

Tenía sentido, después de lo que me había dicho mi padre, era fácil entender por qué la eligió para... para crearme.

—El caso que rodea su partida, es muy extraño, ¿no?

Asintió.

—Vaya que sí. Es muy raro que un ciudadano kiniano desaparezca, más aún alguien como ella. No era la más fuerte, pero al menos alcanzaba el Nivel 2 de la Clase S. No sólo eso, sino que se llevó toda la información que pudiese dar oportunidad a ser encontrada. A donde quiera que haya ido, realmente quería desaparecer, sin dejar rastro alguno de su existencia.

Suspiré. Yo sabía un poco más sobre esa historia, pero me era imposible decirle a Kirk. ¿Cómo explicarle, que probablemente hubiese muerto por algo relacionado a mi creación? Sabía que desapareció sin que mi padre supiese de mi existencia, así que yo debí nacer después de eso. Si estaba muerta, tal vez alguien no quería que existiera. ¿Habría sido El Supremo? ¿Algún enemigo de mi padre? ¿O tal vez alguno de Los Primeros, como Keliel? Era imposible saberlo.

Extendí mis manos para sostener las de Kirk. Lo miré a los ojos.

—Cuando todo esto termine, te ayudaré a descubrir qué pasó. También me resulta intrigante.

Me sonrió.

—Lo agradezco, Katziri, pero ya se ha hecho todo lo posible los últimos 25 años. Aprecio el gesto, pero deberías olvidarlo. Quien sea que lo haya hecho, ocultó bien las pruebas. —Carraspeó. Nos soltamos las manos—. Ahora, seguro que vienes por ese biocontenedor, ¿cierto?

—Justo eso, ¿está listo?

—Dame un momento.

Se puso de pie, rodeó el escritorio y salió de la oficina. Minutos después, regresó con una cápsula del tamaño de una sandía.

Observé el objeto, emocionada.

—¡Sí que lo tienes! ¡Creí que estarías ocupado con el problema del algoritmo!

Kirk balanceó la cabeza de un lado a otro.

—Un poco de esto y aquello. Creo que has probado que ese salvaje es dócil y pienso que merece una oportunidad. El biocontenedor estaba listo antes de que el cristal de Madrid fuese destruido. Se requerían hacer algunas simulaciones antes de dar el visto bueno, pero, en vista de la situación, creo que no podrán realizarse. Tendrás que probarlo directamente en el salvaje, si quieres.

—Pero, ¿funcionará?

—Opino que debería funcionar. Aunque siempre prefiero hacer pruebas, mi trabajo es impoluto.

Recibí la cápsula.

—Muchas gracias, Kirk, en verdad.

Estreché su mano.

—Gracias a ti, Katziri, apenas has llegado a este mundo y ya haces más por nosotros que la mitad de la población. Sigue así, que llegarás lejos.

Sonreí, y moví la cabeza como asentimiento. Después me marché de vuelta a mi apartamento.

Cuando subía por el ascensor de Torre PwC, estaba ansiosa. Levantaba la cápsula frente a mí, como si fuese un bebé. Quería ver lo que había en su interior, pero estaba guardándolo para abrirlo frente a Selene, a mi madre y, por supuesto, Apestosito. Sería una sorpresa para todos.

Las puertas se abrieron y salí al pequeño jardín artificial. Al instante, el susodicho apareció ante mí, corriendo desde la sala de estar, saltando desde el piso de madera para encontrarse conmigo y juguetear entre mis pies. Había pasado tanto tiempo en ese cuerpo, que el comportamiento de un erizo se había hecho parte de él, seguramente gracias a la forma en la que el cerebro y los músculos de la criatura estaban desarrollados.

—Parece que la clave ha sido tu estancia en este cadáver. Ya sé lo que tengo que hacer con los otros salvajes, llevará tiempo, pero es un inicio.

Me retiré la solución kiniana, estrujé la bolsa vacía y la guardé. El contenido se había agotado.

Me agaché para cargar al erizo en brazos y caminé al interior del apartamento con Apestosito de un lado y la cápsula del otro. Me encontré con Selene y mi madre. La primera esperaba en el sillón, sentada, viendo televisión humana; la segunda ponía comida sobre la chimenea, junto a mi cactus, Tomás, alejándola del alcance de Apestosito. A mamá le había costado un poco de trabajo acostumbrarse a nuestro estilo de vida, sin mesas, comedores o cocinas, pero tampoco le molestaba vivir de comida comprada, siempre que esa fuera saludable.

—¡¿Eso es lo que creo que es?! —exclamó Selene, levantándose y corriendo hacia la cápsula que Apestosito olisqueaba con curiosidad.

Mi madre alzó la cabeza, desde la distancia, incapaz de acercarse al erizo muerto.

—Qué bueno que vuelves, hija, pero para la próxima avísanos antes de salir. Nos tenías preocupadas.

La miré con cierto reproche.

—Estaban dormidas, no quería molestarlas.

Mamá hizo un gesto desaprobatorio, pero no volvió a reclamar.

—¡Ábrelo ya, qué esperas!

Selene estaba ansiosa, y yo también, así que me puse en cuclillas, frente a ella y presioné el botón de apertura de la cápsula.

Un sonido hermético se escuchó, y una nube de vapor criogénico se extendió a nuestro alrededor. Apestosito se ocultó detrás de Selene, mientras quedaba a la vista el que sería su nuevo cuerpo. Las dos nos asomamos como un par de niñas abriendo un regalo de navidad, hasta que lo vimos. Ahí, dentro de la cápsula, yacía el cuerpo de un adorable erizo. Parecía que dormía.

—¡Es hermoso! —dijo Selene—. ¡Vamos Apestosito usa tu nuevo cuerpo!

Mi amiga levantó al salvaje en sus manos y lo acercó al nuevo biocontenedor. La criatura, en lugar de alegrarse, comenzó a patalear, aterrado, tratando de escapar.

Lo miré, negando con la cabeza, y le di un golpecillo cargado de energía con sólo dos dedos. El cadáver quedó, por fin, sin vida, al tiempo que la forma etérea del salvaje era expulsada hacia el exterior. Era curioso, al estar fuera, la pequeña nube energética que conformaba a Apestosito, aún mantenía la forma de un erizo, como si esta hubiese adquirido la figura de su contenedor.

Con un suave movimiento de mano, empujé la energía hacia el interior del biocontenedor, el cual la recibió como un aliento de vida.

Fruncí el ceño al ver que el erizo no se movía. Por un momento creí que no había funcionado, pero, tras unos instantes, en los que la forma etérea debió adaptarse a los canales energéticos de un biocontenedor, el pequeño animal despertó con un sobresalto y trató de huir, corriendo despavorido.

Lo alcancé en el aire, tras un salto, e impedí que escapara. Apestosito siguió retorciéndose en mis manos, esta vez emitiendo chillidos iguales a los de un erizo común.

—¡Funciona! —dijo Selene, pidiéndome con los brazos al salvaje.

Sonriente, se lo entregué. Al recibirlo, la vi luchar contra las fuerzas del animal, para tratar de calmarlo, hasta que poco a poco Apestosito comenzó a respirar con más tranquilidad. Parecía un roedor nervioso, mas no peligroso.

—Sí que funciona —declaré.

—¡Al fin! —exclamó mi madre, acercándose con cierto temor—. Ya no tendremos esa peste por la casa. ¿Puedo deshacerme del cadáver?

Selene y yo nos miramos, la una a la otra, para luego pasar nuestra mirada al cuerpo en putrefacción que hasta hace poco había ocupado el salvaje.

—Creo que lo enterraremos en el jardín —respondí, solicitando la aprobación de Selene.

—Sí, vamos a hacerlo.

Selene dejó a Apestosito en el suelo, quien comenzó a experimentar con el movimiento de sus patas, como si estuviese en un lugar nuevo, y ambas nos pusimos de pie.

Me hice con el cadáver animal y juntas lo llevamos al jardín. Ahí, Selene abrió un hoyo en la tierra, con sus manos, cerca del ascensor, y yo deposité el cuerpo en el interior. Juntas lo cubrimos, hasta dejar un pequeño montículo.

—Espera, tengo algo para él —hablé, al tiempo que levantaba una mano y dejaba fluir un poco de energía negra.

Cerré mis ojos, concentrándome en usar el poder de la materia. En mi mente, imaginé unas palabras, y cuando la energía emanó hacia el exterior, solidificándose, estas aparecieron grabadas en la umbrita.

«Aquí yace el cuerpo que dio esperanza a un amigo».

Sonreí, poco a poco comprendía mejor cómo funcionaba ese tipo de habilidad.

—¡¿Ahora puedes crear rocas?! —clamó Sely, impresionada.

Reí.

—Creo que sí —repliqué, colocando la roca sobre el montículo de tierra.

Juntas nos pusimos de pie y volvimos a la sala de estar. Comenzamos a charlar sobre lo ocurrido. Conté a Mamá y Selene cómo me sentí cuando Mateo me mordió, traicionándome de nuevo, e incluso mencioné mis preocupaciones sobre el porvenir. Estaba muy enojada con Mateo por lo que había hecho, tenía miedo de que mi padre estuviese molesto conmigo por mi forma de actuar, y no sabía cómo enfrentarme a todo eso. Ellas me ayudaron a calmar mis miedos, a tranquilizar mi mente dentro de lo posible. Me sentía a gusto de poder compartir mis temores con amigas de confianza.

Acariciaba a Apestosito, cuando mi E-Nex vibró. Era un mensaje de voz, Kiva el remitente. Lo reproduje en altavoz.

«Me alegra que estés bien. Sólo quería decirte que, si quieres ver a los prisioneros, este es el momento adecuado».

Presioné la tecla de voz, para responder de la misma forma al mensaje.

«Voy de inmediato, haré hablar a ese idiota con gusto».

—¿Qué palabras son esas jovencita? —dijo mi madre.

La miré con cara de «¿en serio?», y no respondí. En ese momento, llegó la contestación de Kiva.

«Sobre lo otro, pasa a verme antes, porque quiero contarte todo por mí mismo. Con lo que pasó, he tenido que revivirlo, y quiero que lo sepas».

Sonreí y envié la respuesta.

«Te veo pronto».

Guardé el E-Nex para prestar atención a Selene, quien me sostenía por el brazo, dando tironcitos a mi camisa para llamar la atención.

—¿Vas a hablar con Mateo? No seas tan dura con él, ¿quieres? —dijo.

Incrédula, la miré boquiabierta.

—¿Qué no sea...? ¿Yo?

Selene asintió.

—Puede que haya actuado mal, pero recuerda cómo era el dolor, sentirte abrumada por el mundo, por el miedo y la impotencia de no poder escapar. Él no es malo, es tonto, sí, pero sólo está sufriendo. No digo que lo perdones, sólo que lo entiendas.

Escuché las palabras de Sely, e inhalé muy profundo.

—No puedo creer que vaya a decirlo, pero, tienes razón. —Exhalé despacio—. Bien, tendré compasión por ese esperpento de ser humano, a menos de que él me obligue a faltarle al respeto. ¿Estás bien con eso?

Sonrió.

—Es suficiente, ten cuidado.

Acaricié su mejilla.

—Tú también. Ya quiero ver ese nuevo rostro tuyo, estoy ansiosa.

Mi madre tan sólo nos observaba, en silencio, comprensiva.

—¡Oh! Espera un segundo. —Selene salió corriendo en dirección a mi habitación, y regresó un instante después con algo entre manos—. No olvides tu amuleto de buena suerte.

Observé el objeto que me entregaba, curiosa. Extendía sus manos hacia mí, mostrando un colgante con la figura de un reloj de arena, con un cisne en su interior. Reí, y agaché la cabeza para que me lo pusiera.

—Gracias, Sely, ¿por qué te has acordado de esto ahora mismo?

Dio un golpecito al dije, que ahora colgaba sobre mi pecho.

—Me dijiste que no te dejara salir sin él.

—¿Ah sí? No lo recuerdo, pero si eso dije, gracias por recordármelo. ¿Qué le habrá pasado al polluelo? Recuerdo que se movía.

Dirigí una última mirada a mi madre. Ella me sonrió, aun sin decir nada. Hice lo mismo. Dejé al nuevo Apestosito en manos de Selene, y me marché en dirección a Torre Espacio. Podía sentirlo, el momento se acercaba. Muy pronto, el futuro del mundo se decidiría a las sombras de la sociedad humana.


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