4. Destino Colombia


Las puertas del ascensor se cerraron detrás de mí, separándome al fin de mi querida Ziri. Esa chica era lo mejor que tenía en mi vida, lo único bueno que había quedado después de perderlo todo. Los últimos años habían sido mejores que un sueño, tanto, que incluso mi deseo de erradicar a El Supremo se había aplacado un poco, sólo un poco. Y aunque teníamos diferencias, la espera por encontrar al primer vampiro era mucho más amena con el amor de alguien como ella a mi lado.

Avancé por el pasillo de acceso al cuartel de la GIV sin mirar atrás. Así como los comedores de Velasco, en el mundo existían diferentes tipos de núcleos vampíricos, cada uno con características potencialmente únicas. No quise decirlo antes, porque no quería preocuparla, pero la verdad era que estaba aterrado. La travesía que me esperaba prometía ser una de las más complicadas en toda mi carrera.

Caminaba como un sonámbulo, sumido en mis preocupaciones. Ni siquiera prestaba demasiada atención a los nuevos reclutas, quienes se detenían a saludarme con respeto cuando me topaba con ellos. En la GIV no había rangos, como en la guardia kiniana, todos éramos agentes, lo que labraba nuestra reputación era la experiencia y el número de misiones en el que habíamos participado. A pesar de que llevaba menos de cinco años en el campo, había participado en más de novecientas misiones, y todo gracias a mi condición. No muchos vampiros, y mucho menos uno con una habilidad tan útil como la mía, se unían a la GIV. Traidor, me llamaban los de mi propia condición. Por mí que se pudrieran, todos ellos, especialmente El Supremo.

Me detuve frente a la puerta deslizable que daba a la sala de conferencias en la que me reuniría con los otros agentes asignados a la operación. Coloqué la palma de mi mano en el sensor. Se abrió. Había sido el primero en llegar, como siempre. Me senté en una de las cinco sillas giratorias que rodeaban una mesa circular, me recliné un poco en el asiento y comencé a repasar mentalmente la misión. Media hora después, cuando faltaban cinco minutos para las ocho, comenzaron a llegar los otros, hasta que todos los lugares fueron ocupados.

Éramos cinco, los que solíamos realizar misiones juntos, habitualmente. Todos tenían... teníamos un sobrenombre, el cual nos habíamos ganado durante los años de servicio.

—¿Habéis estudiado el itinerario?

Un hombre de mediana edad rompió el silencio. Sus facciones eran duras, con cicatrices en el rostro. Su nombre era desconocido, porque aquí todos le decíamos Verdugo, uno de los miembros más experimentados de la GIV, con más de cinco mil misiones realizadas. No sabía su edad exacta, pero debía tener más de cien.

—Al derecho y al revés, basura, ¿tengo que explicártelo? —respondió una mujer más o menos de la misma edad corporal que el primero.

Ella era Broza, nombrada así por su especial forma de hablar. Era una mujer fuerte, aguerrida... y muy malhablada.

—Lo tengo todo aprendido —declaré, sin embargo, los otros dos miembros no dijeron palabra alguna.

A mi lado, se sentaba Pelusa, una chica medio-humana, como yo, que no paraba de mirarme siempre que tenía la oportunidad. Era una verdadera acosadora, pero su sobrenombre lo había recibido precisamente por la ternura de su personalidad. Parecía que no dañaba a nadie, pero a mí me aterraba su penetrante mirada.

El otro miembro restante era conocido como Babuino. Siendo sincero, no me agradaba. Era un joven callado, que se la pasaba hurgando en su nariz. Según entendía estaba en su segunda vida, así que debía sobrepasar los sesenta o setenta años de edad.

—Mas os vale que sí, porque no lo repetiré dos veces —aseveró Verdugo—. En un par de horas estaremos en Nariño, Colombia. Nos uniremos a los equipos de Norteamérica, Sudamérica y África, para formar parte del operativo número seis relacionado con uno de los Ojos del Supremo. Entiendo que ya todos sabéis la importancia de este evento, y espero que ninguno de vosotros actúe por su cuenta. Aunque no os llevéis bien en el día a día, hoy sois un equipo y cuidaréis la espalda de vuestros colegas.

A pesar del individualismo de cada uno, todos asentimos en silencio ante las indicaciones. Lo sabíamos, estábamos a punto de emprender un operativo de gran importancia. Tal y como había dicho Verdugo, era el sexto de este tipo, es decir, habíamos sido capaces de encontrar a seis Ojos del Supremo operando núcleos vampíricos ilegales, pero ninguno nos había dado información sobre su objetivo. En adición los vampiros del submundo seguían aumentando sus números, por cada uno destruido, surgían dos más. Ahora que el mito se había vuelto tan popular, siempre había locos dispuestos a dar su vida por el primer vampiro, aun sin conocerla.

—¿Estás listo Eater? —preguntó Pelusa, repegándose a mi brazo izquierdo.

Me hice a un lado al escuchar mi sobrenombre, alejando a la chica molesta. Eater, me llamaban, debido a mi poder vampírico, ese que me permitía devorar los poderes y habilidades de una presa.

—Lo estoy, Pelusa, gracias. Ahora, si no te molesta, me gustaría mantener mi espacio personal.

La chica rio de forma boba, pero no me soltó, al contrario, presionó mi brazo con más fuerza y frotó su mejilla contra este. Suspiré de forma cansina y preferí ignorarla.

—Toda la operación dependerá de ti, palurdo, si la jodes, te destrozo, ¿entendiste? —amenazó Broza, mirándome de soslayo.

—Si la jodo, creo que todos estaríamos muertos, así que por tu bien espero que no ocurra eso, ¿entendido? —repliqué, oponiéndome a su agravio. Esa era la forma de tratar con Broza, hablándole con la misma dureza que ella lo hacía.

La mujer sonrió sin más y volvió a guardar silencio. Después de eso, Verdugo retomó la palabra y comenzó a repasar la táctica que estaríamos a punto de llevar a cabo.

Tal y como habían dicho mis camaradas, la base de la misión era yo. Al ser de los pocos miembros con vampirismo en la GIV, casi siempre era utilizado como doble agente. Me infiltraba en los núcleos vampíricos para obtener información antes de destruirlos, y eso era justo lo que haríamos.

El núcleo que atacaríamos se encontraba en Colombia, territorio de Kizara, Maestra de la Forma. Era un nido de vampiros especialmente peligroso debido a las presencias energéticas que lo resguardaban. Al menos un kiniano de Clase S estaba confirmado, y el tamaño del núcleo prometía que habría más.

—Vale, si ya está todo claro, espero que os hayáis despedido de vuestras familias, porque quizás no volváis a verlas nunca más. ¡En marcha!

Una risa temerosa recorrió la sala cuando nos levantamos. La preocupación era algo normal en casos como ese. En el último ataque a uno de los Ojos del Supremo, perdimos a tres agentes, y esperábamos no ser los próximos.

***

En el cañón del río Guáitara, una gran edificación de estilo gótico atraía la mirada por su peculiar estructura. Construida a la mitad del abismo, parecía una versión pequeña de la catedral de Notre Dame. Aunque a esas horas la zona se encontraba desierta, miles de peregrinos humanos visitaban el sitio. Sin importar que el número se hubiese reducido en los últimos años debido a la crisis que azotaba el mundo, seguía siendo el sitio perfecto para ocultar un nido vampírico en el cual obtener presas y realizar rituales exóticos sin levantar demasiadas sospechas.

El silencio era abrumador, pero la noche era apacible. El suave murmullo de una cascada oculta en las sombras me mantenía cuerdo. Estaba de pie, ante los tres grandes arcos que dibujaban la entrada. Los hermosos vitrales que resplandecían por la iluminación nocturna de coloridas farolas, me transportaban a una época diferente.

Vestía un traje elegante, bajo una túnica blanca de sacerdote. Podía parecer que estaba solo, pero no era así. Los cuatro equipos estaban preparados para actuar. La misión era simple, pero no por eso sencilla. Yo sería el centro de todo, tendría que entrar en el recinto vampírico, fingiendo ser un miembro de la secta, llegar a lo más profundo para hacer un mapeo de la zona y obtener cualquier tipo de información que nos llevara a El Supremo. Podría sonar difícil, pero esa era la parte más sencilla. Una vez obtenida la información, o descartado la existencia de la misma, tendríamos que destruir por completo el núcleo vampírico. Para hacerlo, participaríamos en conjunto con los agentes de todo el mundo.

Cuatro equipos, cada uno de los Primeros había enviado uno para apoyar con el trabajo. De Sudamérica, gracias a Kizara, toda la zona se encontraba custodiada por la Guardia Kiniana de Colombia, con equipo pesado que se encargaría de erradicar a cualquiera que intentase escapar por el exterior. Venidos de Norteamérica, por parte de Keliel, el equipo de Estados Unidos apoyaría directamente al nuestro, el europeo, en la extracción y limpieza del núcleo. Finalmente, el Maestro Krono había enviado un equipo africano para apoyar vía remota, con el cual ya me encontraba en contacto.

«Cuando quieras, Eater, estaré detrás de ti», escuché la voz de Pelusa a través del comunicador oculto que portaba detrás de mi oreja izquierda.

«Por alguna razón eso suena espeluznante», repliqué en voz muy baja, pero sólo recibí una risa tétrica como respuesta.

«¿Que no tienes novia, Eater? Eres un cerdo asqueroso, se lo diré cuando volvamos», declaró Broza.

«Centraros en vuestros propios asuntos, concentraos en la misión. Adelante, Eater, suerte».

La voz de Verdugo acalló los comentarios, y lo agradecía. Aunque mis compañeros eran divertidos, no era el momento para juegos. Al menos ayudaban a relajarme, necesitaría estar tranquilo para enfrentar lo que viniese.

Tras una larga inhalación, empujé con seguridad las grandes puertas de madera que conformaban la entrada principal. Caminé al interior sin titubear, a paso rápido. La alfombra roja que atravesaba el recinto me llevaba a donde quería. Sólo una persona custodiaba la gótica iglesia. Una mujer que yacía de pie, junto al altar. Nuestra información era clara, para acceder al núcleo vampírico, los integrantes de la secta pasaban por un filtro. Sólo la huella energética de los miembros reales superaría la prueba, y es por eso que mis habilidades únicas eran requeridas.

—Gloria a los oscuros —pronuncié, en voz baja, mientras realizaba una sutil reverencia ante la mujer.

Ella me miró con recelo.

—Huella —pronunció, sin demasiado optimismo.

Extendí la mano con seguridad para colocarla sobre el lector digital que me mostraba. La pantalla escaneó mi marca energética y dio un resultado.

—Adelante, hermano Kurlov. Llegas tarde, la ceremonia ya ha comenzado.

Mi única respuesta fue un movimiento de cabeza. La prueba había sido superada satisfactoriamente. La guardia colombiana había capturado a Kurlov, un vampiro que formaba parte de la asociación, unos momentos antes de la reunión. Bebí la sangre del desdichado para adquirir su esencia de forma temporal, tan sólo lo necesario para que mi huella energética diese positivo al acceso. Así lo hacía siempre, la forma más fácil de infiltrarse.

Me adentré en la puerta trasera que estaba adornada con dos antorchas, en donde la alfombra roja se perdía de vista hacia la oscuridad. Una inmensa escalera cuadrangular de piedra que parecía llevar a las profundidades de la tierra me recibió. La edificación era inmensa, usada para ritos humanos y vampíricos. Cada nivel se ramificaba a través de puertas que llevaban a sitios diferentes. No perdería el tiempo mirando en cada una, en mi experiencia, los ritos siempre se llevaban más abajo incluso que el abismo.

Avancé por el solitario pasaje, bajando más y más pisos. La oscuridad hubiese sido absoluta de no ser por mi aura y la luz del fuego. No había una sola alma en el sitio, pero conforme más bajaba, el sonido de un lejano bullicio se volvía más pronunciado.

La base aparente de la estructura gótica se encontraba construida a nivel del río Guáitara. Varios metros sobre este, los muros del cañón se conectaban con un puente de piedra, el cual ostentaba la iglesia por la que había entrado. A pesar de su gran altura, la cantidad de niveles que había recorrido significaba que ya me encontraba incluso por debajo del nivel del río, en el subsuelo.

«Sigo con ustedes, equipo verde», hablé en voz muy baja.

«Recibido», escuché una voz traducida de algún idioma extranjero.

Era uno de los miembros del equipo africano. En mi muñeca portaba un dispositivo que enviaba información directa de mi entorno, una especie de sonar energético que permitía al receptor traducirla y convertirla en un mapa a tiempo real de los alrededores. Parte de mi tarea, además de recolectar información clave, era ayudar a mapear el interior del complejo para que los demás actuaran en el momento debido.

Cuando las escaleras terminaron, me encontré con una división de cuatro caminos. El sonido lejano de voces y música venía de uno de ellos. Lo seguí, adentrándome en una tétrica catacumba.

Hacía calor, se respiraba humedad, y aun así, el escenario que me rodeaba podría haber causado escalofríos a cualquiera. Jaulas, decenas de jaulas vacías, cuyas estructuras adornadas de cráneos y huesos de esqueletos humanos, resplandecían a la luz del fuego. Era repulsivo, un sitio que se había quedado atrapado en la lejana edad media. Se notaba que acababan de ser abiertas, algunas puertas aún se mantenían en movimiento, chirriando al mecerse con suavidad. Imaginaba en dónde se encontrarían los ocupantes de aquellos huecos, pero sus vidas ya estaban comprometidas. No había salvación para ellos, pero sí evitaríamos que otros padeciesen lo mismo.

«Es horrible», «malnacidos», «no puedo esperar para acribillarlos». Las voces de mis camaradas resonaban en mis oídos, uniéndose a las exclamaciones en idiomas distintos de parte de los otros equipos. Todos estaban recibiendo la información que el equipo africano traducía, estaban conmigo, tan sólo diciendo lo que yo pensaba en voz alta.

Conforme más me adentraba en las profundidades del recinto, comenzaba a notarse un ambiente más festivo. Además de la música estimulante, la empedrada estructura gótica poco a poco era sustituida por adornos de piedras preciosas o elegantes telares colgando de los muros. Típico de aquellos cercanos a El Supremo, como Velasco, o el Cocinero. Querían demostrar su grandeza a través de la fineza de su gusto y delicado estilo, pero lo único que conseguían, al menos en mí, era convertir el arte en una repugnante agonía.

Atravesé varias salas con la misma esencia, hasta que di con el evento principal. Un gigantesco portal de madera fina, que me recordaba mucho a las puertas del antiguo comedor destruido por Katziri, en la Ciudad de México, era lo único que bloqueaba el sonoro espectáculo al otro lado. Sin dudar, me despojé de la túnica blanca para dejar a la vista el traje negro formal que se requería para este tipo de festividades. La dejé colgada en el perchero que ocupaba en su totalidad uno de los muros, junto a otras decenas de las mismas. Ajusté mi corbata, me arremangué un poco la camisa, y entré.

El origen de la música y el bullicio, provenían directo de un inmenso salón repleto de gente. El espacio era tan amplio como la cámara principal de la iglesia, decenas de pisos por encima. Altos pilares de piedra sostenían un lejano techo adornado con frescos de aspecto arcaico. En el centro del salón, la multitud se reunía alrededor de una fosa. Gritaban, bebían, maldecían. Los adultos se divertían observando a jóvenes vampiros cazar su primera presa.

Inhalé profundo y exhalé con naturalidad. No era de mi interés mirar el aberrante acto, ni tampoco detenerlo. Era duro escuchar los gritos de horror de los pobres incautos que, dentro de unos momentos, serían sacrificados para alimentar la sed de vida de los de mi especie, sin embargo, si algo bueno había venido de todo lo que aprendí de Velasco y Sullivan, mi antiguo maestro, era a mantener la cordura en situaciones como esa. La muerte humana no me causaba desasosiego o descontrol alguno, a pesar de que detestaba ser un vampiro, tampoco podía negar mi procedencia. Mi naturaleza seguía siendo oscura, igual que la de todos los asistentes a esta reunión.

La ceremonia continuó con normalidad a pesar de mi entrada. Nadie dudaba de mi presencia, ni se mostraba interesado en mí. Era momento de poner en marcha la parte que me correspondía, no podía fallar. Mezclado entre la multitud, caminé hasta la mesa de bebidas. Observé con recelo lo que servían. Niebla Etérea, Daiquiris energizados, Margaritas cargadas. Tomé una de las tantas copas de cristal disponibles previamente servidas.

Ah, une boisson exquise —pronunció un vampiro francés, junto a mí, que había probado la Niebla Etérea.

Oui Monsieur —respondí, con una media sonrisa, levantando la copa para brindar con él. Saber algunos idiomas era parte de mi trabajo.

Bebí.

No era un mal coctel, pero para mi paladar refinado, instruido para servir nada más y nada menos que a El Supremo, la bebida no estaba hecha más que por un principiante. Le faltaba volumen, la carga energética no estaba en su punto, y quizás, sólo quizás, una pizca de entusiasmo podría haber hecho la diferencia. Una lástima.

Dejé la copa con la mitad de su contenido sobre la mesa y me alejé de la barra.

«Agente Eater, continúa más por el fondo, aún no encontramos a nadie de Clase S».

El equipo africano seguía mapeando mi recorrido, haciendo un conteo del número de kinianos presentes, así como sus capacidades energéticas. Mi vista no era suficiente para descubrir a los más fuertes, y la mayoría ocultaba su presión energética debido al gozo del momento, así que la única forma de saber quiénes eran los peligrosos y quienes no, era a través del análisis de mis colegas.

Acaté la solicitud y me moví hacia el fondo del salón, tratando de identificar por mí mismo algo sospechoso. Sin embargo, todo parecía bastante burdo y normal. En el mundo vampírico, El Supremo era un mito. Sólo aquellos que realmente lo conocían, quienes servían a su causa, recibían el honor de ser llamados Ojos del Supremo. Por mucho tiempo, algunos pobres incautos usurparon ese título para ganar fama o poder, sin realmente conocer a El Supremo, pero los falsos profetas no duraban mucho bajo el yugo de los verdaderos, quienes se encargaban de erradicar a los farsantes.

Desde que los rumores sobre el avistamiento de El Supremo en Monterrey, hace cinco años, los falsos profetas se habían multiplicado, lo cual volvió una tarea mucho más complicada encontrar a los verdaderos, casi tanto como dar con el mismo Supremo.

Por eso esta misión era tan importante como valiosa para nosotros. Si de verdad había uno de los Ojos del Supremo en este sitio, tenía que ser uno verdadero. Al menos ese era el supuesto, pero lo que veía no me parecía digno de alguien que ostentara ese nombre. Los festines que organizaba El Cocinero, por órdenes de Velasco, tenían una mejor organización que el ritual de iniciación que presenciaba. Debía encontrarlo, interrogarlo y buscar una conexión que nos llevar a Kalro, antes de destruir ese lugar. Lo hacíamos así, en ese orden, porque de hacer lo contrario, la información se perdía por completo. Las sectas de vampiros se habían vuelto tan fanáticas, que incluso preferían suicidarse antes de revelar cualquier dato que pudiese dar información verídica sobre la mujer que consideraban su diosa.

«Lo tenemos, agente Eater», escuché la voz en mi comunicador. «Un kiniano de Clase S aproximadamente a dos metros de ti, a las cinco y cuarto, posiblemente haya más, así que toma tus precauciones. A tus nueve en punto, debería haber un acceso oculto, detrás de un objeto grande. Puede que guarden algo importante en ese punto».

Mi corazón dio un vuelco al recibir la información del equipo de inteligencia. Podía verlo, el kiniano de Clase S era un hombre que destacaba poco del resto. Era delgado, de piel canela y cabello negro, un lugareño. Vestía un atuendo muy lujoso, de la época renacentista, pero, por lo demás, se veía muy normal. Una vez fijado mi blanco, alcancé a ver de reojo en dirección al acceso oculto que mencionaban. Una gran vitrina presumía vajillas finas. Si había un acceso oculto, estaba detrás de eso.

Colarme por el pasadizo sería mucho más fácil cuando el momento de....

—Damas y caballeros, queridos hermanos, reúnanse aquí, por favor.

Perfecto, justo a tiempo.

La muchedumbre que rodeaba la fosa se aglomeraba en el área pactada. Los jóvenes vampiros, enloquecidos por beber sangre, estaban siendo llevados, algunos a la fuerza a la misma zona que el resto. Por supuesto, yo también lo hice.

Nos reunimos alrededor de un altar, sobre el cual había un enorme cáliz.

—Esta noche, hermanos, beberán de la sangre del gran creador. La sangre que El Supremo nos ha otorgado, llegará hasta a ustedes para volver a hacerlos uno con el primero, dador de vida. Acérquense hermanos, llenen su copa y deléitense, hagan que sus muchachos la beban, crean y sientan el amor del creador. Conviértanlos en los nuevos hermanos que cuidarán sus espaldas, y se unirán a nuestras filas como transmisores de la verdad.

La muchedumbre estalló en vítores que incluso sobrepasaron el volumen de la música. Levanté una ceja, incrédulo. ¿Sangre de El Supremo? ¿En serio? Las cosas comenzaban a oler muy extraño por aquí.

Tomé una copa e hice fila para recibir la sangre del supuesto creador. Mi turno no tardó demasiado y una hermosa joven llenó mi copa hasta la mitad. La verdad era que no parecía sangre común, sino que despedía un brillo etéreo, una esencia. Los vampiros no bebíamos sangre, sino esencia, la vida de otros. Era imposible que El Supremo hubiese dado su sangre para saciar a vampiros como estos, de costumbres tan mediocres, sin embargo, algo raro había en ese líquido, de eso no tenía duda.

Mientras el resto seguía obsesionado con la sangre de El Supremo, incluyendo al kiniano de Clase S, me fui acercando cuidadosamente hacia la vitrina con la vajilla fina.

Fingí que bebía de la copa, mientras con la otra mano buscaba por detrás del mueble. Encontré algo, una cavidad.

—Pero qué hermosos frescos —hablé a la nada. Palabra clave que fue recibida alto y claro a través del comunicador.

Como resultado, un repentino sonido agudo inundó la sala por un instante. Los presentes gritaron por el susto y se llevaron las manos a los oídos. Aproveché el estruendo para empujar la vitrina y forzar el muro que había detrás. La entrada secreta se abrió y empujé de vuelta la vitrina. Todo quedó en silencio por un momento. Ya estaba. Había solicitado una distracción y el éxito era rotundo.

Al menos eso creía.

—¿Se podría saber, muchacho, qué es lo que estás haciendo aquí?

La voz de un anciano llamó mi atención. Su tonalidad ronca y apagada provocó que se me erizaran los vellos de la nuca. No me habían informado sobre un ocupante en el pasaje secreto. El equipo africano no podría haber cometido un error así, y eso sólo podía significar una cosa. No era posible detectarlo.

Me giré despacio para ver al dueño de aquella voz. El lugar secreto era nada más y nada menos que una habitación. Iluminado por una luz tenue proveniente de antorchas en los muros, recostado sobre una cama de cortinas aterciopeladas, un anciano decrépito me observaba. Sus ojos hundidos eran iguales a los de un muerto, y su piel arrugada era más digna de un cadáver que de un vivo.

Su presencia no era común. No despedía ningún tipo de presión energética, sin embargo, estar frente a él me transmitía una gran ansiedad. Nunca, en mis novecientas misiones de experiencia tratando con vampiros, me había sentido igual. Era una sensación aterradora, como si estuviese parado frente a mi propia muerte.

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