36. Volando alto

Pista de audio recomendada: War of hearts//1 hour (acoustic version)



—Buenos días.

Desperté con el murmullo de su voz. Abrí los ojos, pero la luz del sol me hizo cerrarlos de nuevo. Bostecé. Hacía tanto que no dormía así de bien.

—Buenos días —respondí, empujando mi cuerpo contra el suyo.

Podía sentir el calor de su piel a mi espalda, mientras me acariciaba el muslo con la yema de sus dedos.

No sabía qué es lo que había surgido entre nosotros la noche anterior, pero tampoco quería indagar mucho en ello. Para mí, un momento mágico entre tantos problemas. No necesitaba saber más, y tampoco quería preguntar. Aún tenía a Mateo en mente, pero, era cierto que ya no sentía lo mismo por él. Desde aquella rabieta suya, no podía más que verlo como amigo, igual que antes. En los últimos años nuestra relación se había vuelto común, monótona, aburrida. Estaba bien sin él, me sentía libre.

—Tienes una fuerza descomunal, creí que la cama no resistiría.

Reí. Me di la vuelta y lo miré de frente. Pequeñas puntas de su barba comenzaban a crecer, tenía el cabello revuelto y una expresión de relajación que pocas veces se veía en esas duras facciones. Sonreía, mientras acariciaba mi cabello.

—Yo diría que tienes una cama muy resistente, ¿dirás que la usas mucho? —cuestioné, de forma pícara.

En realidad, la vida sexual de Kiva me tenía sin cuidado. Era tan guapo, que no me extrañaría que tuviese mucha actividad.

Soltó una carcajada.

—¿Es eso sarcasmo? No querrás decir que lo hice mal, ¿verdad? ¿Se nota la falta de práctica?

Le di un golpe en el pecho, suave.

—Ahora que lo mencionas...

No completé la frase, sino que lo miré con cara de bromista. Ambos reímos.

—Bueno, bueno, pero yo no escatimaré en detalles. Jamás creí que podría vivirse una experiencia de ese tipo con una persona capaz de dominar la realidad. Las sensaciones multiplicadas, el ambiente, ¿no te cuesta trabajo concentrarte a la vez que haces todo eso?

Ladeé la cabeza, sin dejar de sonreír.

—Para nada, es algo natural. A veces incluso la realidad se moldea a mis emociones, sin que me dé cuenta. —Mi rostro se tornó serio—. Oye, Kiva, hay algo de lo que me gustaría hablarte, si no te molesta que cambie de tema.

Me miró, con la misma seriedad.

—Adelante, sabes que puedes confiar en mí.

Asentí.

—Es sobre aquel día, en la bóveda del cristal, cuando casi perdemos la vida. —Me erguí sobre la cama, abrazando la sábana para cubrir mi torso—. Aquello que nos salvó, creo que... se debió a que yo...

Él también se sentó. Buscó hacer contacto visual conmigo, pero no lo logró.

—¿Qué pasa? ¿Es algo que no debes decir?

Asentí. Quería contarle sobre la energía negra, pero, eso era información que aun no dominaba del todo. El hecho de saber que Kendra era mi madre, y no poder contarlo debido a lo delicado que era, me causaba gran frustración.

Kiva suspiró. Me tendió la mano.

—No lo digas. Sé fuerte —declaró—. A veces hay cosas con las que tenemos que vivir, secretos que hemos de llevarnos a la tumba. Si sabes algo que amerite ser guardado, es porque tienes la capacidad para lidiar con ello por ti misma. Tan sólo necesitas valor, decisión, y fortaleza. En mi opinión, tienes las tres cosas, así que... —Sonrió—. Estarás bien.

Le devolví la sonrisa y sostuve su mano. Tiró de ella para sacarme de las sábanas. Grité por la sorpresa, y traté de cubrirme. No sabía por qué, nunca antes me había sentido avergonzada al estar con él.

—¿Vienes? —preguntó.

Se levantó de la cama. En cuanto lo hizo, su desnudez quedó al descubierto, provocando que me sonrojara. Buscó su toalla y entró a la ducha, no sin antes hacerme una señal para que lo acompañase.

Negué con la cabeza, sonriente. Encendí la radio, en una estación de música lenta. Me levanté, y caminé hacia él sin una sola prenda encima. Lo alcancé dentro, justo cuando tocaba el agua que caía en forma de cascada, brotando directamente del techo.

Lo atrapé en un abrazo. Él correspondió, y comenzó a besar mi cuello.

Nos duchamos juntos, sin mayores pretensiones que las de anoche. Disfrutamos de un agradable momento que no duró más de veinte minutos.

Antes de terminar, Kiva me tomó por sorpresa, dándome un abrazo por la espalda. Comenzó a hablar, muy cerca de mi oído.

—Eres maravillosa, y vas a hacer grandes cosas. Sea cual sea tu destino, estoy seguro de que eres lo suficientemente fuerte como para enfrentarte a él.

Sostuve sus manos mientras sonreía, y ambos nos quedamos ahí, meciéndonos despacio, hasta que el agua dejó de caer.

Los dos suspiramos. Nos soltamos. Kiva me prestó su toalla y salió desnudo. Cuando pasó frente a mí no pude resistirme a darle una palmada en el trasero que resonó por todo el cuarto de baño. El acto le causó risa, pero no le importó.

Apenas abrió la puerta, el sonido de la radio nos recibió.

«... el departamento de relaciones humanas ha estado sobrecargado de trabajo en los últimos días, en lo que podría ser el momento de acercamiento más peligroso desde el desastre de la edad media. Nuestros embajadores están haciendo todo lo posible por mantener la paz, ante una claramente asustada humanidad. La respuesta del Gran Sabio Keitor no se hizo esperar, y hace unas horas ha emitido un comunicado a los líderes del mundo, pidiendo paciencia y prudencia, para sobrellevar una transición adecuada. Preguntas como, ¿qué somos y de dónde venimos? Han estado en boca de los humanos, día y noche, desde aquel desastre. Aún se mantienen algunos frentes abiertos, principalmente en medio oriente, en donde nuestras valientes fuerzas de choque están colaborando con la humanidad para detener el avance de fuerzas rebeldes...».

—Esto es una locura —dije, secándome el cabello—. El mundo se sigue cayendo a pedazos y nosotros estamos aquí, ¿dándonos una ducha?

Apagué la radio. Kiva se me acercó por detrás para masajear mis hombros.

—Relájate —habló—. Sé que es duro, pero no hay nada que podamos hacer en este momento. La diplomacia es lenta y encontrar a Kalro no es sencillo. Lo que nos compete es reponer fuerzas, porque, cuando el momento llegue, seremos nosotros los que estaremos en el frente final.

Inhalé y exhalé con profundidad, moviendo mi cuello despacio, disfrutando de la acción de relajación.

—Lo siento, me genera mucha frustración el no poder hacer nada.

Kiva me dio la vuelta, me miró a los ojos.

—Escucha bien, ya has hecho suficiente. Puedes tomarte un descanso.

Traté de sonreír, pero terminé desviando la mirada, apenada.

—S-Sí, lo intentaré.

Me dio una palmadita, le devolví su toalla, pero la rechazó con una sonrisa. Elevó el poder de su aura energética y evaporó toda el agua que cubría su cuerpo en un santiamén. Sonriente, se encogió de hombros y procedió a vestirse.

—Tengo que estar en Torre Espacio, administrando las labores de la zona —dijo—, pero quédate el tiempo que quieras. Tu padre se ha ido a la estación espacial marroquí, con Kady, para poner en marcha el satélite y me ha dejado a cargo.

Lo vi ponerse la ropa interior, camisa y pantalón. Casi olvidaba que había pasado la noche con el nuevo General Supremo de la guardia kiniana. A diferencia mía, él tenía muchas cosas por hacer.

—De acuerdo, gracias.

Cuando terminó de vestirse, me dio un beso en la mejilla y se fue. Por un momento, me quedé ahí, sola y desnuda.

Una risa tonta me invadió. ¿Qué seguía ahora? ¿Esperarlo a que volviese y tener preparada la cena?

Con una sonrisa boba busqué mi ropa. Incluso Kiva estaba haciendo algo, en este desastre. Todos hacían algo. Los miembros de la UEE, mi padre, Kendra, la guardia kiniana, hasta Mateo, si es que seguía vivo. ¿Y yo? Tenía que quedarme a descansar para recuperar fuerzas.

Terminé de vestirme, hice la cama y me senté. Tomé aire, mientras pensaba en todo lo que había ocurrido. Aún tenía mucho qué asimilar. Observaba mis manos y pensaba en la energía oscura. A diferencia de la Realidad, no era capaz de percibir la Materia. Me gustaría hablar con Kendra al respecto, sin embargo, no podía hacerlo, no sabía cómo reaccionaría. Y ella sospechaba algo, estaba segura. Desde el primer momento en que la vi, sentí una extraña conexión, algo que, con toda seguridad, ella también percibió. Debía evitarla, por lo menos hasta que todo el asunto de los vampiros terminase. Tanto tiempo pasé admirándola, para que ahora, tuviese miedo de su presencia.

Me levanté y me senté sobre la cama en al menos tres ocasiones, indecisa ante lo que debía hacer. Cada segundo sin hacer nada alimentaba mi ansiedad. Lo peor vino cuando comencé a surfear la red en mi E-Nex. Las noticias sobre los frentes estaban por encima de todas las demás, sólo por debajo de aquellas relacionadas con el departamento de Relaciones Humanas. India y Japón, eran los más ajetreados.

Mordía mi labio mientras leía. Jaisalmer, una ciudad al noreste de Rajastán, India, parecía tener problemas con al menos un kiniano de Nivel 5 difícil de encontrar. Kuwich y Kurio habían sido asignados a esa zona, y mantenían un perímetro seguro. Ese era problema fácil, en comparación con lo que se vivía en Japón. Tokio era una de las urbes con mayor concentración de kinianos, sin mencionar que se trataba de uno de los principales lugares de desarrollo y tecnología. Koba había sido enviado ahí como apoyo de la Maestra Kendra. El pobrecillo debía estar aterrado, seguía siendo un niño.

Nerviosa, comencé a tronarme los dedos, dejando escapar de vez en cuando algún chispazo energético. Me detuve después de cinco minutos, tomé aire. Observé la habitación de Kiva. Era minimalista, de colores fríos predominantes, con sólo los objetos necesarios para vivir. No tenía fotografías, no había otra decoración además de la básica. Junto al armario, un mueble que presumía guardar equipo útil de trabajo. Me atreví a buscar entre los cajones, hasta que encontré lo que deseaba. Pequeño, arrumbado entre otros artefactos comunes en nuestra labor: un traductor. Yo misma almacenaba varios pares en mi apartamento, era fácil olvidarlos tras algunas misiones.

Coloqué el traductor en mi oído izquierdo y miré la puerta con decisión. Dejé la habitación, subí hasta el último piso, y salí al roof garden. Era un bonito edificio, incluso tenía piscina. Rodeé los bordes del cuerpo de agua artificial, hasta llegar a la baranda que delimitaba la estructura.

Observé la ciudad desde lo alto. Si bien, no se encontraba en tan mal estado en comparación con México, se notaban las huellas de la destrucción dejada por el episodio de locura causado por Kalro.

Miré al cielo, sentí el viento en mi rostro, disfruté del momento. Quería verlo con mis propios ojos, aportar algo, estar presente. Los transportes kinianos eran muy escasos, y los medios humanos eran lentos. La idea que rondaba por mi mente era atrevida, y no podía reprimirla. No, la verdad es que no deseaba hacerlo. Nunca antes había tenido la oportunidad de explorar los límites de mis habilidades. Los entrenamientos con mi padre, habían sido sólo eso, entrenamientos. Me enseñó a volar, a alcanzar altas velocidades, pero jamás pude poner en práctica ese aprendizaje. Los lugares aislados de la civilización, que me habían servido de práctica, eran pequeños en comparación con el mundo y los límites de mi poder.

Me sentía mal por pensarlo, pero, sin Los Primeros presentes, sólo tenía que ocultar mi presencia de Kendra, y ella, en estos momentos estaba muy lejos.

Quería experimentarlo, y lo haría.

Con la vista en alto, comencé a elevarme en el aire, adornando mi ascenso con suaves giros en espiral, disfrutando de la sensación de libertad. Subí, alto, arriba. Atravesar la primera capa de nubes fue como un rocío frío, ligero y suave. Las corrientes de viento mecían mi cuerpo, pero me mantenía firme, elevándome. No podía decir que era una experta volando, pero podía defenderme. Mi padre me había enseñado bien, el verdadero maestro era él. A pesar de eso, tan sólo dominaba las velocidades básicas, aquellas que rozaban hasta cinco veces la velocidad del sonido. Mach 5, lo llamaban.

Ese no era el límite, sabía que podía llegar a más, sin embargo, mi padre siempre me dijo que no lo hiciera, porque el resto de ancianos notaría mi presencia. Ahora, con todo lo que ocurría, nada de eso importaba. Con mi poder actual, que ascendía por encima del millón, podía romper la barrera hipersónica, una velocidad que me permitiría moverme por el planeta y llegar a cualquier parte en cuestión de minutos. Era el mejor momento para intentarlo, tal vez no tendría otra oportunidad.

Sabía la teoría, no era complicada, pero requería mucha concentración y cálculos físicos. Levanté la mano para sentir el viento, era imprescindible para no fallar la ecuación. Apunté hacia el noreste, a 6879 kilómetros en esa dirección, los grados exactos, no más ni menos. La fricción del viento elevaría mi temperatura. Mi biocontenedor, reforzado con energía, era capaz de soportar una explosión nuclear, por lo que no debería tener problemas. A pesar de ello, me cubrí con una delgada barrera de energía que brilló sobre mí como una segunda piel etérea. No sabía qué velocidad alcanzaría, eso era precisamente lo que quería averiguar, así que daría todo en el impulso, liberaría mi energía de golpe.

Cerré los ojos y sentí las cuerdas de la realidad, los abrí de nuevo para visualizarlas. Ahí estaba, la red universal, el tejido que sostenía la existencia. Cuerdas de los seis colores, conectadas entre sí, de las cuales, las azules eran mías. Comencé a tensar una sección de dicha red, más y más, mucho más. Acumulé energía, sin dejarla escapar, estaba sobrecargándome. La sentía, era inmensa. Cien mil, doscientos mil, quinientos, novecientos, un millón, millón y medio de KU. Ahora que sabía que era hija de dos de Los Primeros, al fin entendía el verdadero potencial que tenía y algo me decía que todavía me faltaba mucho camino por recorrer para alcanzar mi verdadero límite. Eso sólo me emocionaba.

Estaba lista. Todo estaba en orden. Era hora de intentarlo.

Liberé toda mi energía en un instante, en dirección contraria a mi objetivo, a la vez que soltaba la tensión de las cuerdas de la realidad.

Hubo una tremenda explosión sónica, acompañada de una onda expansiva que borró toda nube a la redonda. De un instante a otro, mi visión se volvió borrosa. La ciudad de Madrid desapareció en un parpadeo, igual que todo aquello a nivel del suelo. Montañas, ciudades, cuerpos de agua, todo. Me encontraba volando a una velocidad vertiginosa, tanta, que si me movía tan sólo un milímetro de mi eje, podría perder el control y terminar en algún lugar desconocido del planeta. Nubes, lluvia, tormentas, tifones y ventiscas, pasaban a mi alrededor como si fuesen simples adornos. No sentía calor, tampoco frío, ni siquiera el viento. Había sido inteligente cubrirme con la barrera, o podría haber sido golpeada por un rayo a medio camino. Escuchaba sonidos, pero viajaba tan rápido, que apenas podía distinguirlos. La fricción del viento, la atmósfera vaporizándose contra mi barrera, truenos que se quedaban atrás en un santiamén.

En tan sólo unos segundos, el continente quedó atrás. Volé por encima del Mar Balear, pasé Italia y el Mar Adriático, o al menos eso es lo que creí, porque pronto volví a encontrarme sobre un terreno árido, desértico que debía ser Turquía. No necesitaba saber exactamente en dónde estaba, porque había marcado mi destino usando las cuerdas veinte a la veintisiete. Cuando estuviese ahí, simplemente lo sabría.

No me equivocaba, porque más pronto que tarde la energía azul vibró acorde a lo pactado. Sobrevolaba una zona arenosa cuando me detuve de golpe, produciendo otro estruendo. Había llegado. Miré mi E-Nex. Nueve minutos, es lo que había tardado. Apenas sentí el tiempo. Una experiencia casi mágica, hermosa y aterradora a partes iguales. No me arrepentía de haberlo hecho.

Retiré la barrera energética, miré arriba. Estaba sorprendida, había ido tan rápido, que incluso superé la rotación terrestre. Al dejar Madrid, eran poco menos de las ocho de la mañana. Ahora el sol se veía alto en el firmamento, era medio día en Rajastán, India.

Por debajo, una ciudad dorada se vislumbraba, entre la cual destacaba un fuerte en lo alto de una colina. Descendí despacio, verificando el territorio antes de hacer un aterrizaje total. Dentro del fuerte se observaba movimiento, especialmente en los límites de las murallas. Había gente reunida en las afueras, gritando cosas ininteligibles. El interior se llenaba de pequeñas motitas de luz dorada. Auras, la guardia kiniana estaba dentro.

A pesar de ser sólo un fuerte, el lugar era muy grande. Aun con la peligrosa situación, la vista era hermosa. Había callejuelas, casas y edificaciones más grandes. Todo el fuerte ostentaba una arquitectura muy antigua, en la que grandes bloques arcillosos constataban casi el cien por cien de lo que había dentro. Una de esas edificaciones llamaba especialmente la atención, de la cual, precisamente, emanaba una presión energética conocida para mí. Me dirigí directo a ese lugar, y posé mis pies sobre el techo de la construcción más alta. Parecía un pequeño palacio.

Bajé a nivel del suelo y me posicioné frente a la puerta. Había tanto movimiento, que nadie notó especialmente mi presencia. Entré en palacio, maravillada por las increíbles columnas o los detalles característicos de la cultura originaria. Seguí la presencia energética, hasta que di con ella, en una sala poco concurrida. Sentado a una mesa, con la mano en la barbilla, pensativo, estaba Kurwich.

—¿Va todo bien? —pregunté, carraspeando.

Mi presencia lo asustó. El hombre clavó su mirada en mí.

—Katziri, ¿pero qué estás haciendo aquí? —respondió, sin levantarse de su lugar.

Vestía el uniforme blanco de la UEE, claramente, desde que el caos se había desatado, el secretismo de nuestra sociedad había pasado a segundo plano. Él también tenía un traductor.

—Supe que necesitabas ayuda con un kiniano molesto, y decidí venir. ¿Cómo va todo?

Gruñó.

—Es un vampiro, se está escondiendo. Tiene que ver con esas ridículas habilidades con las que nacen. Es capaz de ocultar su presión energética por completo. Ha emboscado dos pelotones de exploración, sin que nadie pudiese notarlo. Kurio estaba en uno de ellos, ahora está herido, se recupera en el centro de rehabilitación etéreo.

Me crucé de brazos, la situación era complicada, tal y como lo había imaginado.

—El vampiro no es el único problema, ¿cierto?

Asintió.

—Nuestra presencia tampoco es grata para los residentes de esta localidad. Lo habrás visto al llegar, ¿cómo has entrado, por cierto? Las murallas están atestadas de humanos furiosos. Nos tienen miedo, en todo el mundo, no es la primera vez que recibimos amenazas de bombardeo. La gente de relaciones humanas está dando su mejor esfuerzo para mantener una transición estable. Son más héroes que ninguno de nosotros en estos momentos.

Liberé una exhalación.

—Comprendo, ¿qué hay de los rebeldes?

—Solucionado, por fortuna. Eso ha resultado ser lo más fácil. Mis tropas han conseguido capturar a todos los rebeldes de la región.

Me acerqué a Kurwich, por detrás.

—Eso es muy bueno, pero veo los ánimos muy bajos. ¿Está todo bien?

Tras unos segundos silenciosos, giró ligeramente el rostro para mirarme.

—Esta catástrofe nos tomó a todos por sorpresa, muchos aún no se recuperan de haber perdido amigos, o peor aún, de haberlos matado con sus propias manos. Jamás había visto tanto dolor en los ojos de otros kinianos.

—Nunca te lo he dicho, Kurwich, pero, eres sorprendente. ¿No te preguntas qué es lo que has hecho en otras vidas?

La enfermedad que Kurwich tenía era muy peculiar. Lo convertía en un kiniano que sólo podía recordar su vida actual. Kiva mataría por sufrirla, pero estaba segura de que eso no le gustaba al que tenía delante.

Un gran suspiro confirmó esa respuesta.

—Me aterra y me asombra a partes iguales, Katziri. No sé si es una bendición, o una maldición, esta enfermedad. Jamás podré acumular tanta experiencia como lo haréis vosotros, pero tampoco terminaré loco, como otros viejos. Pienso que, cada una de mis vidas, es una nueva oportunidad para mí. A veces me gustaría poder recordar, para evitar cometer errores pasados, pero una mente sana y libre, me ha ayudado mucho en otras ocasiones. Vivir el hoy, es lo que hago.

—A mí me pareces alguien con mucho experiencia, al menos mucha más que yo —dije con total seriedad—. Tus enseñanzas, tus palabras, son las de alguien más cuerdo que muchos kinianos más viejos. Es curioso cómo funciona la edad, el paso del tiempo. A algunos los puede volver sabios y experimentados, pero, a otros, los lleva a la locura.

Sonrió.

—Puede que tengas razón, pero también, cuando este biocontenedor muera, esta vida se irá con él. ¿Qué punto hay en seguir con esto? La vida es misteriosa, Katziri, muy misteriosa.

Puse la mano en su hombro.

—Tranquilo, Kurwich. ¿Tienes información sobre ese vampiro? Su última ubicación, el último avistamiento, lo que sea.

Kurwich hizo un movimiento lento, presumiblemente para retirar mi mano de su hombro, pero no lo concluyó. Retiró su mano con un suspiro.

—Siempre he visto algo en tus ojos, algo que me recuerda a aquellos que han presenciado el sufrimiento de más de mil guerras. A veces la juventud mira las respuestas del mundo más fácil que los viejos, ¿no es así? Gracias, joven Katziri, a pesar de tu corta edad, tu madurez es digna de elogio.

Se me escapó una sonrisa triste.

—Eso puede que sea verdad, Kurwich, y no es algo de lo que esté orgullosa. He aprendido mucho, a la fuerza, y trato de hacer lo correcto obedeciendo el aprendizaje que la vida me ha dado.

—Haces bien, jovencita, haces bien.

Retiré la mano del hombro de Kurwich.

—¿Qué hay del vampiro?

—El vampiro, sí, sí —replicó, mostrando su E-Nex y proyectando un mapa de la zona—. Aquí, ¿lo ves? Ahí apareció la última vez. Derribó a todo un escuadrón con elementos de Clase A y S por sí mismo.

—¿Enviaste a más elementos a buscarlo?

—Salió un nuevo grupo hace un par de horas, cinco kinianos de Clase S. Si no pueden con él, al menos deberían conseguir implantar un rastroclip, para poder ubicarlo. Me encargaré del problema en persona.

—¿Podrías compartir en mi E-Nex la ubicación de tu grupo actual?

Frunció el ceño, mientras hacía lo que le pedía.

—¿Para qué te servirá? No tenemos transporte para llevarte ahí, tardarías más en llegar que lo que ellos en encontrar cualquier cosa.

—Lo sé, pero creo que hay algo que puedo hacer, confía en mí.

Kurwich me miró de forma escéptica, pero terminó de compartir la información conmigo sin más preguntas.

—Ya está. Si sabes algo, es mejor que me lo digas, juntos podríamos generar algún tipo de alternativa.

Le dirigí una sonrisa culpable.

—Seguro —mentí—, pero antes necesito hacer unas pruebas. Apenas tenga algo de información volveré a buscarte para trazar un plan.

Asintió, satisfecho.

—Te lo agradezco, Katziri, esto es algo que...

No terminé de escuchar sus palabras, porque ya me había ido antes de que terminara de hablar. Tenía pensado algo que no podía compartirle, pero que, al menos, sería de ayuda. Esa era la única forma que se me ocurría para tomar cartas en toda esta problemática. No me tomaría mucho tiempo y, para cuando Kurwich se diera cuenta, yo estaría lejos.

Salí del palacio y me alejé entre calles tan angostas que apenas cabría un par de personas. Me elevé en el aire y fijé destino a la ubicación que ahora parpadeaba en mi E-Nex. No era lejos, me tomaría unos minutos llegar sin necesidad de ocupar la velocidad hipersónica.

Con una ligera tensión de las cuerdas universales, me impulsé en la dirección adecuada a gran velocidad. Sobrevolé el árido desierto, hacia el oeste. No tardé en encontrarme entre amarillentas dunas. Seguí el rastro del escuadrón, hasta alcanzar el punto exacto.

Bajé la mirada, pero no había nada. Ni una sola presencia energética.

Algo andaba mal.

Bajé a tierra, hasta posarme sobre la blanda arena. Busqué en los alrededores, mientras observaba el E-Nex. Me encontraba justo encima de la señal, pero no veía a nadie. Lo único que se me ocurría era...

Tomé aire, un aire caliente y seco, acorde al calor que emanaba del suelo. Acumulé energía en mi cuerpo, y la liberé de golpe. Una onda expansiva ligera se extendió a lo largo y ancho, levantando una tolvanera de proporciones descomunales, fácilmente confundible con una tormenta de arena.

Despejé la visión con otra oleada de energía. Y ahí los vi. Cinco cuerpos, desperdigados no precisamente uno cerca del otro. Era el escuadrón enviado por Kurwich. Sin perder tiempo, recolecté a los elementos para colocarlos en un mismo sitio. Quién sabe cuánto tiempo habían estado bajo la arena, pero sus fosas nasales y oídos estaban totalmente taponeados. Sólo uno estaba vivo, pero inconsciente. Su forma etérea se aferraba a la vida, dentro del cadáver inerte.

Esta vez estaba preparada, llevaba conmigo suficientes cristales de contención, así que saqué uno de prisa y guardé el alma del caído.

—Soldado sin nombre, tú serás el portavoz de lo que ocurra en este lugar —hablé al cristal, aunque el ser que yacía en su interior, resguardado, no pudiese escucharme.

Coloqué el cristal en uno de los bolsillos del cuerpo que había ocupado y dirigí mi atención al desierto. Tenía que estar cerca, el perpetrador del acto.

Si lo que Kurwich decía era verdad, no podría detectar su presión energética. Sin embargo, nada, ni nadie, podía ocultarse de las cuerdas de la realidad.

Cerré los ojos, me concentré. Hice visible los tejidos de la red universal, los cuales se presentaron ante mí tras un parpadeo. Si estaba cerca, sentiría el movimiento, así que esperé. Esperé y esperé a mi presa, resguardando la red como la viuda negra. Cualquier vibración, cualquier movimiento...

¡Ahí! Se había movido. Una cuerda que conectaba al este. Había una presencia cercana.

Seguí el movimiento con un desplante veloz, certero y letal. Alcancé el objetivo en menos de un segundo. Traté de golpearlo, pero esquivó mi ataque, sorprendido, pero con gran agilidad.

Paré en seco, di la media vuelta, derrapando en las dunas del desierto. Y lo vi.

Un hombre de mediana edad me observaba, perplejo, en guardia, preparado para responder cualquier tipo de ataque. Vestía ropa antigua, de alta costura, muy característica de los vampiros.

—¿Cómo has llegado aquí? —preguntó.

Sonreí ante aquella cuestión. Su sorpresa sólo confirmaba que era él a quien buscaba.

—¿Fuiste tú el responsable de la matanza de por allá? —dije, señalando en la dirección de la cual había venido.

Miró hacia el punto que le mostraba, soltó una risa burlona y volvió a mirarme.

—¿Quién lo pregunta?

Le devolví la mirada, alzando una ceja.

—¿La pared con la que vas a estrellarte?

Se rio a carcajadas.

—Error, lo pregunta un muerto.

Se abalanzó sobre mí. Y si algo tenía claro, era que esa habilidad suya para ocultar su poder lo hacía realmente indetectable. Si era fuerte, era imposible saberlo. Pero tampoco es que me importase.

Esquivé su ataque sin contratiempos, algo que le causó un desconcierto instantáneo. Por desgracia, no tuve tiempo de disfrutar su reacción, porque respondí con un golpe etéreo tan potente y tan concentrado, que le destruyó por completo la caja torácica.

Explotó, literalmente. Las entrañas del vampiro se esparcieron por todas partes en una neblina rosada, dejándole un agujero en el pecho y devolviéndolo en la dirección contraria a gran velocidad.

Salió disparado, lejos, muy lejos, partiendo las dunas en dos a su paso, hasta que la arena lo frenó por completo.

Con un suspiro, floté sobre la arena para llegar hasta él. Me arrodillé a su lado y lo levanté por la coronilla de la cabeza. Aún vivía, pero se veía incapaz de pronunciar palabra alguna. Me observaba, aterrado, como si estuviese viendo al mismo diablo.

—¡¿Q-Q-Qué...?! —murmuró, con gran esfuerzo. Acerqué mi oído, haciendo señal de que no le oía—. ¡¿Qué eres?!

Le dirigí una sonrisa. Apunté a su cara con la mano que no lo sostenía.

—Ah, nunca me cansaré de escuchar esa pregunta. Me hubiese gustado jugar más contigo, pero me encuentras en un mal momento. Tengo algo de prisa. Es una pena para ti. —Lo pensé un poco—. No, la verdad es que no siento pena.

Descargué por completo el ataque energético que retenía, borrando de su cara aquella expresión de terror. Su aura dorada se apagó por completo. La parte baja de su cuerpo cayó, inerte, sobre la arena. La carne cauterizada delimitaba los restos en los que, hace unos segundos, había estado su cabeza y una parte de su torso.

Suspiré. Levanté el cadáver y volé de regreso a donde yacían los cuerpos del escuadrón de Kurwich. Solté los restos del vampiro, me hice con el E-Nex del guardia que había sobrevivido y envié una señal a la gente de Jaisalmer solicitando rescate.

Ya estaba, dentro de poco llegaría un equipo y encontraría la escena. Honrarían a los muertos y enaltecerían al superviviente, quien se llevaría el crédito por haber eliminado al objetivo. Era la coartada perfecta, y Kurwich nunca lo sabría.

Dejé todo preparado y volví a elevarme en el cielo, alto, por encima de las nubes. Busqué la nueva ubicación que visitaría en el E-Nex, 6500 kilómetros al noreste. Respiré profundo, troné mi cuello y salí disparada, dejando atrás un nuevo estruendo hipersónico. Sí, así estaba mejor. No había mejor manera de pasar el día, que purgando a los individuos podridos del mundo.


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