35. Cascada de emociones
Me levanté de golpe, con un repentino dolor de cabeza.
—¡Kiva! —grité, sin embargo, me encontré en un lugar diferente, una sala de tratamiento etéreo.
—¡Despertó! —exclamó alguien, a mi lado.
Giré la vista para ver a la dueña de la voz.
—Se... ¿Sely? ¿Mamá? —pregunté, al ver a las dos sentadas junto a mí.
—Nos tenías muy preocupadas —dijo mi madre—, tardaste dos días enteros en despertar.
—Dos... ¿Dos días?
Me llevé la mano a la cabeza, tratando de asimilar lo que ocurría. ¿Por qué seguía viva? ¿Cómo había llegado hasta Madrid? Y más importante aún, ¿en dónde estaba Kiva?
La puerta deslizable de la habitación se abrió, y alguien entró corriendo. La gabardina negra de mi padre se vislumbró ondeando, mientras llegaba a toda prisa a los pies de mi cama.
—Ziri, ¡qué alegría! ¡Has despertado!
Se retiró las gafas negras para limpiar sus ojos llorosos. Sin embargo, yo no estaba muy contenta con los resultados.
—Lo siento yo... he fallado.
Un silencio se formó en la habitación.
—Apreciables damas, ¿serían tan amables de darme unos momentos con ella?
—Por supuesto —respondió Selene—, mejórate pronto, Kat, Apestosito te necesita.
—Ya sabes dónde encontrarnos, hija, nos alegra mucho que estés bien. Ten más cuidado, por favor. No eres indestructible.
—S-Sí, de acuerdo —balbuceé.
«No eres indestructible», esas palabras resonaron en mi cabeza más que cualquiera de las demás.
—Ziri, discúlpame, por favor —habló mi padre, en tono sincero, una vez que Selene y mi madre salieron de la habitación—. Todo es culpa mía, no debí enviarte a una misión tan peligrosa como esa...
—¿Estás dudando de mi capacidad, padre? —pregunté, molesta.
Desvió la mirada, apenado.
—N-No es lo que quise decir, es sólo que... pensar que estuve tan cerca de perderte. No permitiré que vuelva a ocurrir.
Me incorporé, sobre la cama.
—Tendrías que encerrarme para que eso suceda. No es momento para cuidar de mí como si fuese una niña. Lo que pasó allá fue culpa mía, y de nadie más. No supe manejar la situación, me faltó experiencia. —Tomé aire—. Pero no volverá a pasar.
Mi padre hizo silencio por un momento.
—Has madurado mucho, pequeña —dijo, al cabo de unos momentos—. Tienes razón, no volveré a decir algo así. Dudar de mi sangre, es igual a dudar de mí. Lo menos que necesitamos en estos momentos, son dudas.
Asentí con decisión ante las palabras de mi padre.
—¿Qué pasó? —cuestioné—. ¿Cómo llegué aquí? Yo... Kiva...
—Él está bien —respondió.
Al escuchar esas palabras, me sentí llena de vida otra vez.
—¡¿Qué?! ¡¿De verdad está bien?! ¿En dónde está?
—Está lejos, en el campo de batalla.
De pronto, esa felicidad se esfumó.
—¿En el campo de batalla? Entonces tengo que ir de prisa.
Mi padre extendió la mano en señal de alto.
—Con calma, por favor —dijo—. Si eres lo suficientemente madura para decirme que no te detenga, entonces también lo eres para entender que, si vas allí en estos momentos, sólo serás una carga.
Tragué saliva. Mi padre estaba hablando con seriedad, sabía que esta vez iba en serio.
—¿Una carga? Yo... No lo entiendo.
Entrelazó ambas manos a su espalda.
—Estás débil, Kat, no débil de cuerpo, sino de energía. Usaste demasiada, y tardarás un poco en recuperarte. Cuando Kiva te trajo aquí, ambos agonizaban. Él se recuperó más rápido, porque tiene un potencial energético mucho menor al tuyo. A ti te tomará unos días más para volver a tus condiciones normales.
La noticia me cayó como una bofetada. Días... No podía darme el lujo de esperar días, mientras todos estaban muriendo allá afuera. Un momento, si mi padre hablaba de esperar días, significaba que eso era «posible».
—¿Qué pasó mientras estaba inconsciente? ¿Podrías actualizarme un poco, por favor? —pregunté, tratando de tranquilizarme.
Mi padre tomó aire, y comenzó a hablar.
—Kiva te trajo en un Bio-C distinto al tuyo. No sé exactamente qué ocurrió allá, pero me alegro de que ambos estéis vivos. Os tratamos, a ambos, y Kendra fabricó para vosotros dos nuevos biocontenedores. Logramos destruir el cristal de Australia, pero Kalro sigue un paso por delante. Ella sabía que destruiríamos los cristales, y ahora posee el último en todo el mundo.
Fruncí el ceño.
—Eso es una buena noticia, si lo usa, sabremos en dónde está, ¿no es así?
—En efecto, el problema es que no lo está usando. No lo necesita, porque la locura que creó ha sido suficiente para dejar al mundo kiniano convertido en un caos. Hay levantamientos vampíricos en muchas partes, sin mencionar que los humanos se están cuestionando nuestra existencia. He estado demasiado ocupado con reuniones diplomáticas, con diversos líderes para evitar una guerra, sin embargo, si Kalro decide actuar, poco se podrá hacer. Debe estar esperando a que bajemos la guardia, a que los frentes caigan para terminar lo que comenzó. Y si lo hace, podríamos caer ante su ataque. Hemos concentrado nuestras fuerzas que aún nos quedan en parar las revueltas, pero el desconcierto general se está convirtiendo en una burbuja que amenaza con reventar en cualquier momento.
—Pero, eso significa que hay cosas por hacer. No puedo... No puedo simplemente quedarme aquí.
Mi padre se sentó a mi lado.
—Yo también estoy aquí, hija, ¿no te das cuenta? Ni siquiera el poder de uno de Los Primeros puede hacer algo, la fuerza, en estos momentos, no sirve para nada. Paciencia es lo que requerimos, estrategia, actuar con cuidado para evitar dañar el equilibrio, la paz. Los vampiros rebeldes son un problema menor que nuestras fuerzas pueden manejar. Hay pequeños grupos dispersos por todo el mundo, encargándose de ello, incluso algunos miembros de la UEE tienen tropas a sus órdenes, y están posicionados en lugares estratégicos. Cuando te recuperes, podrás ir allí tu misma si así lo deseas, pero descubrirás que no hay muchas formas de ayudar.
Bajé la mirada. Si lo que mi padre decía era cierto, entonces no tenía sentido. Tal y como él decía, mi presencia sólo estorbaría. No era precisamente la mejor diplomática.
—C-Comprendo —dije al fin. Sin embargo, en ese momento, otra duda asaltó mi pensamiento—. Padre, sobre la pregunta que quería hacerte, creo que ya no puede esperar más.
Las cejas del Maestro de la Realidad se alzaron un poco por encima de sus gafas.
—¿Qué pregunta, Ziri?
Comencé a jugar con mis manos, nerviosa. No sabía exactamente cómo abordarlo, así que lancé la cuestión, sin más.
—K-Kendra. ¿Ella es mi verdadera madre?
Un incómodo silencio se formó entre mi padre y yo. Me miraba, y yo a él. Ambos sabíamos que las siguientes palabras que salieran de su boca, serían definitivas. Una prueba de la verdad.
Tomó aire. Habló.
—Sabía que este momento llegaría —replicó, dándome la espalda—. Sí y no. Esa es la respuesta.
Parpadeé, anonadada. ¿Qué clase de respuesta era esa?
—No... No entiendo. ¿Cómo es eso posible?
—¿Estás segura de que quieres saberlo, Ziri? Estaba esperando el momento adecuado, pero...
—Sí, estoy totalmente segura —lo interrumpí—. No hay mejor momento que este, porque yo... yo...
Levanté ambas manos, para ver mi energía. ¡No estaba! La energía negra se había ido, no formaba parte de mi aura. Tan sólo había dorado y azul, igual que siempre.
—Porqué tú... —inquirió mi padre.
Agité la cabeza, atontada.
—No lo entiendo, estaba allí.
Mi padre levantó una ceja.
—¿El qué, hija?
—La energía negra. Yo... la usé, la usé para intentar contener el cristal, pero ya no está.
Mi padre se acercó a mí a toda prisa, en un movimiento ágil que me asustó. Tomó mi mano y la levantó para analizarla, muy cerca de su rostro.
—¿Es verdad lo que dices? No hay mentira en tus palabras, ¿cierto? —preguntó, agitado.
Tragué saliva, y asentí.
—Lo juro. Estaba allí, pude usarla, pero se ha ido.
Mi padre respiró aliviado. Me soltó.
—Interesante, muy interesante. Es un alivio.
—¿Qué es... interesante? ¿Qué es un alivio?
Mi padre tomó aire, se giró para darme la espalda una vez más.
—Es un alivio porque, de lo contrario, Kendra podría percibir esa energía negra, y lo sabría todo. No es que esa energía se haya ido, sino que aún no aprendes a controlarla. No puedo creerlo, es asombroso, así que al final ha nacido un ser capaz de controlar dos de las seis energías universales. Ziri, eres única.
—Por qué... ¿Por qué lo dices como si no lo supieras? Si sabías que Kendra era mi madre, ¿no era natural pensar que podría utilizar ambas? ¿Por qué no me lo dijiste antes?
Negó con la cabeza.
—Porque yo tampoco lo sabía. Ziri, nunca había existido alguien como tú, eres muy especial. Cuando te vi por primera vez, supe que eras mi hija. Naturalmente, sabía que también compartías linaje con Kendra, pero, al no encontrar rastros de la energía negra en ti, supuse que no era posible heredar más de un tipo de energía. Esto demuestra que estaba equivocado. Eres la prueba de que más de un tipo de energía puede confluir en un mismo ser. —Se llevó la mano a la barbilla—. Aunque, al parecer, es más complicado manifestar las dos. O tal vez una energía sea más complicada que la otra.
—Yo no... No lo sé. Esperaba que tú pudieras darme respuestas.
Mi padre me sostuvo por los hombros. Se quitó las gafas. Su mirada denotaba una gran emoción.
—Lo descubriremos juntos, hija. Kendra se enfadará cuando lo sepa, así que debemos...
—Ella se... ¿se enfadará? ¿Es que no lo sabe? ¿Cómo puede una madre no saber que tiene una hija? Padre, ¿qué me estás ocultando? Puedes confiar en mí.
Ahí lo tomé por sorpresa. Parece que había dicho algo de lo cual no se había dado cuenta.
—Tienes razón, estás en tu derecho de saberlo —respondió, con un suspiro. Se dio la vuelta y volvió a colocarse los lentes oscuros—. Al final, sí que es este el momento que había estado esperando. Hija, es hora de que sepas la verdad sobre tu origen.
¡Ahí estaba! ¡Al fin! ¡Al fin iba a saberlo! De dónde venía, por qué existía. Llevaba años preguntándomelo. Estaba tan ansiosa por saberlo, que mi respiración comenzó a agitarse, y mis manos se volvieron sudorosas.
—Por favor, quiero saberlo todo —dije, tratando de contener el temblor en mis palabras.
Asintió.
—Kendra no sabe que es tu madre, porque ella no fue quien te concibió —declaró mi padre. Yo estaba tan impactada, que no pude decir nada, tan sólo lo dejé hablar—. Aunque yo sabía que no era posible, siempre quise tener descendencia. Envidiaba a los humanos, a aquellos capaces de procrear. Así que comencé a estudiar maneras, formas de transmitir mi linaje. Trabajé por siglos en ese proyecto, hasta que apareció alguien con los dotes y conocimientos para volver realidad mi sueño. Trabajé arduamente con esa persona, hasta que dimos con la clave. Así como los humanos poseen un código genético, nosotros, los kinianos, tenemos un código energético. Una combinación única que nos conforma, capaz de heredarse, de replicarse. Como resultado final, traté de llevar a cabo el proceso, usando mi código energético y el de Kendra, sin su permiso.
Hizo una breve pausa.
—¿Por qué? —Me atreví a preguntar—. Es decir, ¿por qué ella?
Mi padre desvió la mirada, avergonzado.
—Fue atrevido, lo admito, pero dentro de mí, sabía que quería crear a alguien mejor que yo, una combinación perfecta de dos de los seres más poderosos del mundo. Kendra era la pareja perfecta, pero jamás lo habría aprobado. Así que actué a sus espaldas. Nunca supo de ti, ni yo tampoco...
—Es verdad, recuerdo que dijiste algo como eso, que nunca supiste de mi existencia.
Volvió a asentir. Eso es lo que me había dicho la primera vez que nos vimos, en ese café cerca de Bellas Artes.
—Justo así sucedió. Poco antes de saber los resultados de la investigación, la entonces directora del área de inteligencia desapareció. Ese es un gran misterio sin resolver en nuestro mundo. Nadie sabe lo que ocurrió con ella, simplemente desapareció, llevándose consigo todo mi trabajo y empeño. Nunca supe si tuve éxito, pero no me atreví a reproducirlo. Cuando te creé, lo hice con un cariño especial, uno que tenía miedo de recrear. Para mí, habías existido y te había perdido antes de siquiera conocerte.
—E-Entiendo —dije, titubeando—. Hacías algo prohibido, después de todo. ¿Qué pasó después?
Suspiró.
—Me rendí, dejé atrás esos pensamientos y seguí adelante. Hasta hace cinco años, cuando tu energía apareció en el firmamento, tirando con fuerza de las cuerdas de la Realidad. Estabas ahí, desamparada, gritando por ayuda, en un mundo que se había burlado de ti. —Tomó aire—. Y así, llegamos a este día, en el que estás preguntándome qué eres. No sabes cuánto temí este momento, no quería que tú... que tú pensaras que soy un monstruo.
Miré a mi padre con cariño, y reí. Levanté su rostro, cabizbajo, sosteniéndolo por la mejilla. Le quité las gafas una vez más, lo miré a los ojos.
—Cómo podría pensar que eres un monstruo, si tú me diste la vida. —Lágrimas se acumulaban en mis ojos—. Sea como sea, como haya ocurrido, existo gracias a ti. Y gracias a eso puedo disfrutar de esta vida, cruel y maravillosa, así como de las personas que me rodean. Puede que haya pasado malos momentos, y que haya deseado morir en un sinfín de ocasiones, pero ya todo está bien, y quiero seguir viviendo, como nunca. No cambiaría un solo momento de mi vida, si tuviera la oportunidad. Gracias por contarme esto, no tenías nada qué temer, aquí estoy, me encontraste, y no me iré.
Mi padre sostuvo mi mano, incrédulo. Una lágrima escurrió por su rostro.
—Gracias, hija, de verdad no sabes cuan feliz me hace escuchar esto. Juntos crearemos un mundo nuevo, en el que al fin habrá paz.
—Así será.
Sin resistirme, lo abracé. Él correspondió el gesto y juntos, nos quedamos así por un largo rato. Ahora por fin lo sabía, mi origen, la razón de mi existencia. Un crimen, es lo que era. Un experimento, un acto desesperado de amor. Era todo eso, y más. ¿Cómo podría enojarme por algo así? La razón de mi padre para crearme había sido pura, podía verlo en su mirada, y eso, era suficiente para mí.
Después de aquello, papá y yo pasamos un rato agradable hablando sobre algunos pormenores. Le conté cómo había sido mi niñez y mi madre adoptiva. Él me contó un poco sobre cómo había sido pasar una eternidad solo, siempre buscando la manera de conducir el mundo hacia la justicia y la paz. Esa siempre había sido su meta máxima, un mundo en el que los kinianos pudiéramos vivir en armonía con todas las criaturas del planeta. Una utopía que, de una u otra manera, parecía imposible.
Al cabo de algunas horas él tuvo que irse para seguir con un proyecto en conjunto con Kady, parece ser que planeaban enviar una especie de programa al espacio, a través de un satélite, para encontrar el rastro de Kalro. Mamá y Selene estuvieron visitándome todo el tiempo, momentos que aprovechamos para ponernos al corriente. Me contaron sobre el luto general que se vivía, después de la muerte de tantos kinianos en muchas partes del mundo. Según los noticieros, nunca se había vivido una catástrofe de tal magnitud, ni siquiera en la gran guerra. Tal vez, después de lo ocurrido, nada volvería a ser igual.
Era verdad que me sentía débil, pero esa misma noche ya fui capaz de ponerme de pie. Me otorgaron la salida del Centro de Rehabilitación Etéreo, pero me advirtieron que tomaría al menos dos días más recuperarme por completo. No había parado desde mi viaje a México y, un poco de descanso, sabiendo que las cosas estaban más o menos bajo control, me sentaba bien.
Volví con mamá y Selene al apartamento, en donde me recibió Apestosito, saltando con alegría. Cada vez se volvía más apegado a nosotras, aunque aún no se acercaba mucho a mi madre, ni ella a él. Siendo sincera, era repugnante. A pesar de que hacíamos todo lo posible por retrasar la descomposición de su cuerpo, era imposible pararla. El hedor se volvía insoportable, y el formol ya no parecía tener efecto. Por desgracia, Kirk se encontraba muy ocupado en esos momentos, trabajando en el proyecto de mi padre, así que no había manera de presionarlo con el nuevo Bio-C. Tan pronto como terminara todo, conseguiría dar un cuerpo al primer salvaje del siglo XXI.
El día siguiente acompañé a Selene a otra de sus sesiones de reconstrucción facial. Por fortuna, los CRE habían vuelto a trabajar con normalidad. Un par de sesiones más, y podríamos verla con un nuevo rostro. Era parte de mi tarea asegurar que aún existiría un mundo en el cual ella pudiese ser verdaderamente libre.
Al atardecer, antes de que mamá y yo lleváramos a Selene de vuelta al apartamento, alguien nos interceptó a medio camino.
—Kat, ¡despertaste! ¡Vine tan pronto como me enteré!
Un escalofrío me recorrió al verlo. Había vuelto, sólo por mí, a pesar de estar cumpliendo una misión fuera. Mi padre lo reprendería, pero me alegraba mucho de verlo.
—¡Kiva, también quería verte! ¡¿Cómo es que tú, es decir, nosotros...?!
Mamá, sonriente, me dio un golpecito en las costillas.
—Es muy guapo —habló a mi oído.
Al escucharla, enrojecí, y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Había olvidado que estaban ahí.
—¡M-Mamá! ¡A-Adelántense! —exclamé, pero ya era tarde.
Selene y mi madre se alejaban riendo como un par de bobas.
—Eh, ¿interrumpí algo? —preguntó Kiva.
Volví a mirarlo, y esta vez, debido a lo que había dicho mi madre, me fue imposible no darme cuenta. Vaya que era guapo, y más con el uniforme. Le quedaba muy bien, pero a él no le gustaba usarlo. Para empezar, en los entrenamientos nunca usaba camisa, y no es que la desnudez le quedara mal, pero verlo vistiendo chaleco negro elegante y camisa blanca arremangada, seguro perteneciente al camuflaje que iba integrado a las prendas de alto rango, me transmitía un morbo extraño que era incapaz de explicar.
—No, por supuesto que no. Yo venía de... ¡No importa! ¡¿Cómo es que estamos vivos?!
Kiva rio, guardó las manos en sus bolsillos y movió la cabeza para que lo siguiera. Apenada, comencé a caminar junto a él. Como no estaba en servicio, había salido totalmente desarreglada, con ropa holgada y cabello suelto. Daba vergüenza a su lado.
—Espero que tu familia no vaya a extrañarte esta noche, porque planeo cumplir el trato que hicimos.
Me guio hasta los límites de la avenida, en donde un auto deportivo color negro esperaba. Abrió la puerta del copiloto y me pidió que subiera. Él se puso al volante, encendió el vehículo y, con un potente rugido del motor, lo puso en marcha.
—¿A dónde vamos? —pregunté.
—A cenar —respondió sin más—. Cuando estuvimos ahí, en ese lugar, de lo único que me arrepentía era de no poder cumplir esa última promesa. Tú me salvaste la vida, así que esto es lo mínimo que puedo hacer.
En las palabras de Kiva había algo que no podía ignorar.
—¿Qué yo te salvé? ¿De qué estás hablando? Mi padre dijo que fuiste tú el que me llevó al CRE.
El interior de ese auto era cómodo. La velocidad que adquiría en las calles vacías era adictiva. Era mejor volar, por supuesto, pero no estaba nada mal.
—¿Y cómo podría haberte llevado, si hubiese muerto en la explosión? Fuiste tú, Kat. No sé cómo lo hiciste, pero estoy seguro de que, sin ti, yo no existiría más.
Paramos por un semáforo en rojo.
—¿Qué pasó exactamente? Si te soy sincera, creí que moriríamos ahí mismo.
Un par de acelerones marcaron la impaciencia de Kiva ante la luz de alto.
—No lo sé, sea lo que sea que hayas hecho nos salvó. A ti, a mí y a los dos suertudos que rescatamos. ¿Los recuerdas? Ellos también están bien, resultaron ser un par de Espectros al servicio de Kizara. Ahora están de vuelta en Argentina, ayudando con las labores diplomáticas y de restauración. Tu padre ha puesto a cargo de la zona a uno de ellos. Los humanos no se están tomando esto nada bien, jamás había presenciado un problema como este. Dudo que sea posible siquiera volver a ocultar nuestra sociedad. Este será un antes y un después, el mundo comenzará a funcionar diferente.
Suspiré.
—Lo sé, también es sorprendente para mí. No puedo imaginar cómo serán las cosas ahora que el mundo energético ha quedado al descubierto. ¿Quién crees que perdería en una guerra, Kiva? ¿Los humanos, o nosotros?
La luz cambió a verde. El auto se puso en marcha otra vez.
—Es difícil de decir. Cualquiera pensaría que podríamos erradicar fácilmente a los humanos, pero, imagina que fueran capaces de descubrir que son las ondas electromagnéticas las que nos matan. Sin nuestros biocontenedores, no seríamos nada contra ellos.
Asentí, en silencio.
—Espero que nunca ocurra algo como eso. No me gustaría estar en un mundo con ese conflicto, espero que podamos encontrar una forma de solucionar esto, antes de que se vuelva todavía peor.
—Yo también espero lo mismo.
Ambos nos quedamos en silencio por un momento, mientras nos acercábamos al centro de la gran urbe. Las calles estaban vacías, y los cuerpos militares rondaban las esquinas. La humanidad realmente pasaba por la misma crisis que nosotros.
—Entonces, me decías qué fue lo que ocurrió.
—No hay gran misterio —respondió Kiva—, desperté en mi forma etérea, sentí tu presencia y la de los otros dos. Estábamos bajo los escombros de la fortaleza, toda la montaña había colapsado sobre nosotros. Por fortuna, no había barreras físicas que nos detuvieran, ni tampoco electromagnetismo cercano que nos matara, ventajas de construir una base lejos de la civilización. Estabais inconscientes, así que tuve que cargar con todos. ¿Recuerdas las cápsulas de los biocontenedores que vimos antes? Pues había algunas que seguían intactas, así que ocupé un cuerpo y lo usé para destruir la parte superior de la montaña y sacarnos de ahí. Una vez afuera, os metí a cada uno en un Bio-C y solicité transporte. Tu padre en persona vino a por nosotros, y nos trajo de vuelta a Madrid. Aquí nos proporcionaron biocontenedores nuevos y, bueno, ya sabes lo demás.
Al escuchar la historia, quedé sorprendida, y una gran sonrisa se dibujó en mi rostro. Todo mi último esfuerzo había valido la pena, realmente había funcionado.
—No sabes cuánto me alegro de que estemos vivos. Es... Es como una segunda oportunidad. Esta vez haré las cosas bien, no volveré a confiarme, aprendí la lección, la fuerza no lo es todo.
Kiva rio.
—Si tú aprendiste eso, yo digo que demostraste todo lo contrario. Eres asombrosa, todo un misterio, ¿lo sabes?
Nos detuvimos afuera de un alto edificio de apartamentos. Sin semáforos, toque de queda en las calles y una casi nula supervisión policiaca, debido a los problemas que enfrentaba la humanidad con la noticia de la existencia de las criaturas energéticas, el viaje había tomado menos de diez minutos.
—Cuando estábamos en la fortaleza, ¿recuerdas lo que dijiste? Algo como que "te gustaría saber qué habría podido ocurrir".
Kiva tragó saliva.
—¿Yo? No, no dije nada como eso.
Lo miré de forma acusadora.
—Por supuesto que lo dijiste, mientras me mirabas con cara de perrito tierno agonizante.
—¡Eh! Yo no.... Yo no te miraba así.
Desvió la vista, apenado. Reí, lo tenía en mis manos.
—¿Ah no? Qué lástima, y yo que quería averiguarlo.
Inhaló profundo, y luego volvió a mirarme.
—No digas que no te lo advertí.
Se acercó a mí con un movimiento fugaz, tanto, que me asustó. Me cubrí con ambas manos por puro reflejo, como si estuviese repeliendo un ataque, pero las apartó, me tomó por la nuca y me atrajo hacia él.
Me quedé sin aliento por un momento, cuando sentí sus labios contra los míos. Aferró los dedos a mi cabello por la parte de atrás, apretándome con más fuerza. Nos separamos, y aproveché para respirar. Lo miré por unos segundos, primero a los ojos, y fui bajando, hasta encontrar de nuevo la fuente de mi deseo. Tras una rápida exhalación esta vez fui yo quien lo capturó entre brazos, para continuar donde lo dejó.
Me tomó por la cintura y me acercó a él. Podía sentir su respiración cerca, con cada movimiento reflejando la intensidad de su personalidad. No pude ocultar lo que sentía en ese momento, ni tampoco quería. No me importaba qué era, o qué sería. Lo deseaba, y me dejé llevar.
Si te gustó el capítulo, no olvides dejar un comentario ^^
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