23. Mikael Daca

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La vida nocturna de Ibiza, aunque aún palpitante, estaba más muerta que viva. Hacía tiempo que los bares del puerto no abrían hasta tarde. La gente tenía miedo de salir, de relacionarse con otros. Los efectos causados por desastres que azotaban al mundo, tanto humano, como kiniano, seguían latentes en cualquier parte. Sin embargo, eso no impedía que algunas fiestas privadas se llevaran a cabo, tal y como aquella, en la que Sullivan y yo nos encontrábamos.

El pacto realizado con los humanos había sido fructífero. Hernán, Rebeca y el perro Luke se habían ido, llevándose las armas resonantes modificadas para su propia defensa. Su libertad, a cambio de información, una información que nos fue muy útil. A pesar de la situación que habíamos pasado con ellos, les guardaba respeto. Eran los únicos humanos que había conocido, capaces de doblegar a un kiniano. Jamás los volvería a ver, pero sabía que estarían bien, a donde quiera que fuesen.

Mikael Daca, era el nombre que nos había prometido, la pista clave, aquel que había provocado el despertar de Galahad Kane con quién sabe qué propósito relacionado con el Proyecto V. Sabíamos que Mikael no era un nombre real, sino una tapadera, un nombre humano para ocultar el origen del kiniano que lo ostentaba. Fue fácil de encontrar porque, de hecho, no se ocultaba. Mikael era nada más y nada menos que el amo de toda Ibiza en el mundo kiniano, alguien muy poderoso y respetado entre las auras doradas, y los vampiros, al parecer. Por lo que respecta al Proyecto V, era un poco más complicado. No había nada sobre ello, en ninguna parte. Lo único que logramos encontrar, era un lugar: Prípiat. Haya sido lo que haya sido, ese proyecto se había realizado allí.

Meditamos las opciones, y la más simple parecía ir a por el contacto, Mikael, ya que se rumoraba que era nada más y nada menos que uno de los Ojos del Supremo. No podía evitar recordar la misión en Nariño al pensar en eso, mi enfrentamiento contra ese vampiro tan poderoso, que tan sólo resultó ser un falso profeta. Si Mikael era uno real, lo averiguaríamos esa misma noche. De ser información verídica, podría ser el camino más corto para llegar a Kalro de una vez por todas.

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Había música resonante inundando los rincones de la mansión. Sullivan y yo caminábamos entre la multitud de invitados que se movían en un ambiente lleno de vida. Decenas, sino es que cientos de personas, entre kinianos y humanos, bailaban en los jardines, junto a las piscinas o en los balcones, disfrutando de ritmos veraniegos en un éxtasis que derrochaba pasión y perdición a partes iguales. Había todo tipo de vestimentas, que iban desde elegantes fracs, sexys bañadores o prendas de playa, acordes a la ocasión.

Una vez más, mi vida en la legalidad había quedado atrás. No pude despedirme de nadie, ni de Verdugo, o de Pelusa. Mis antiguos camaradas no volverían a verme, y quien sabe, quizás eso estaría mejor. En un momento como este, me hubiese gustado estar con Katziri, en lugar de Sullivan. Era difícil para mí creer que todo entre nosotros había terminado, así, de un momento para otro. Sin embargo, no había arrepentimiento en mí. Lo que ocurrió fue necesario para seguir adelante. No pensaba mal de ella, pero me retenía. Sentirme bien a su lado evitaba que persiguiera mi verdadero destino, uno que traté de alcanzar con ella, pero que ahora tendría que obtener solo.

Con un par de copas en la mano, Sullivan y yo paramos un momento, recargándonos sobre la barandilla de la escalinata de mármol que daba acceso a la entrada principal. Miramos los jardines.

—Vaya mundo, ¿eh? —dijo—. Nunca me agradaron este tipo de sitios, no entiendo cómo puede haber locos que pueden vivir día y noche, ahogados en alcohol, hundiéndose paraísos carnales o etéreos.

Dio un trago a la bebida.

—A mí me gusta, Sullivan —respondí—. Si tuviese alternativa, tal vez yo sería uno de esos que mencionas.

También bebí. Servían Niebla Etérea, casi tan buena como la que yo podría preparar. Los baristas eran excelsos, una posible prueba de que nos encontrábamos en el hogar de alguien conectado a la corte vampírica principal.

—Eres joven, Kesen, joven e ingenuo. Te mantengo conmigo porque eres útil, pero podría hacer esto solo, ¿sabes? En cualquier momento puedes marcharte, encontraré a El Supremo y terminaré con esto.

Solté una risa divertida.

—Sabes que eso no pasará. Al contrario, tú deberías ser el que se retire, ya estás viejo, usa tu vida en algo más útil.

Él también rio.

—No tienes remedio, deberías seguir mi consejo de vez en cuando.

Sullivan se terminó la bebida y arrojó la copa hacia el otro lado de la barandilla. El objeto se perdió de vista entre un arbusto de exóticas flores, produciendo un estallido al romperse.

Negué con la cabeza de forma desaprobatoria y terminé la exquisita bebida con la fineza arraigada de mi aprendizaje con los vampiros. Había cosas que no podía evitar sacar a relucir algunas veces, y mi gusto por los cocteles era una de ellas.

—La información que obtuvimos parece ser útil, pero no veo por ninguna parte a ese tal Mikael —dije.

Sullivan suspiró y señaló en dirección a una barra bufet, cerca de un cúmulo de palmeras.

—Allá está —respondió con naturalidad—, no lo pierdo de vista desde que llegamos, me decepciona que no te des cuenta, muchacho.

Fruncí el ceño ligeramente y puse la vista en la persona de la que hablaba Sullivan. Un hombre joven, cabello rizado y largo, vestido de pantalón ajustado y camisa arremangada, charlaba de forma alegre con algunos otros invitados. Además de tener una apariencia que llamaba excesivamente la atención debido a la perfección de sus rasgos y la fineza de su silueta, no parecía tener nada fuera de lo ordinario.

—Un rico afamado en el mundo humano, dueño de una isla entre los kinianos. Espero que de verdad sea la conexión que buscamos.

Suspiré. La primera vez que pensé en Mikael Daca, esperaba un aura enorme, o tal vez una presencia más imponente, digna del dueño de una isla entera, sin embargo, el hombre que observaba no era intimidante en absoluto, incluso podría decir que lucía frágil. Era un vampiro, no cabía duda, porque así estaba registrado en el mundo kiniano, pero, ¿estaría relacionado con El Supremo, o habría actuado por cuenta propia?

—Pues vamos a averiguarlo, ¿estás listo para abordarlo? —cuestionó.

Di un último trago a mi copa, luego la dejé sobre la barandilla.

—Seguro, vamos por él.

Ambos nos dirigimos hacia la zona bufet con decisión. No teníamos razón para titubear, nuestra coartada era infalible. Ente los Ojos del Supremo, los únicos que eran considerados reales, eran aquellos que sabían sobre la verdadera existencia del primer vampiro. Tal vez yo nunca había adquirido ese título, pero tenía todas las herramientas para poder ser uno de ellos. Sabía sobre Kalro, y sobre el submundo, tanto o más que uno de ellos.

—Amo Mikael —pronuncié, con respeto, al llegar junto a él—. La travesía para encontrarte ha sido larga, es para mí un honor al fin conocerte.

El joven, que se encontraba conversando con una chica humana, dejó de reír para girarse hacia mí con una expresión confusa.

—¿Os conozco de algo? —cuestionó con voz tranquila y vivaz.

Sullivan dio un paso al frente.

—Me temo que no, pero espero que eso pronto pueda solucionarse. Ha llegado a mis oídos que ostentas el título de uno de ellos. —Se acercó a él para pronunciarlo en voz más baja—. Uno de los Ojos del Supremo.

Al escuchar esas palabras, el rostro del joven cambió por completo, pasando de esa expresión relajada, a una seria. No respondió, tan sólo levantó una ceja de forma inquisitiva para mirar a mi acompañante. La única forma de que uno de ellos revelara su naturaleza, era a un igual.

—Disculpa a mi colega, es un poco precipitado. —Me apresuré a corregir—. Es inapropiado hablar de eso sin una presentación adecuada. Él es el Duque Rivas y yo Sir Damián. Hemos recibido información delicada que nos trajo hasta aquí. Ambos somos —hablé en voz baja—, somos Ojos.

Nos miró con recelo, especialmente a mí, de arriba abajo. Aunque podría haber estado nervioso, no era el caso. Sabía que el plan era muy sólido.

Después de unos segundos, suspiró, nos dio la espalda y tomó la mano de la joven con la que hablaba. Besó su mano, provocando que se sonrojara, y se despidió. Luego volvió a darnos la cara y habló. En ese momento, pude notar que los colmillos destacaban ligeramente en su dentadura. Reí con discreción, ese detalle era totalmente opcional en los biocontenedores.

—Venid, por aquí —dijo Mikael, invitándonos a seguirlo con un movimiento de cabeza.

Eso hicimos. Sullivan y yo caminamos detrás de él, hacia el interior de la mansión. A nuestro paso, mucha gente saludaba al anfitrión, quien respondía alegre a cada una de las muestras de respeto y atención.

Nos dirigió hacia una de las tantas habitaciones del edificio principal, el cual también se encontraba apabullado de gente que disfrutaba de una celebración más tranquila entre los elegantes y costosos muros. A diferencia de la mansión de Velasco, que demostraba un ambiente lúgubre y viejo, la casa de Mikael desprendía un aire moderno y minimalista, aunque no por eso menos ostentoso. Se notaba claramente que era el hogar de alguien muy rico.

Entramos en una lúgubre, pequeña y poco iluminada habitación. Un estudio, o al menos eso parecía. Había un piano, un escritorio limpio y estanterías llenas de libros cubriendo las paredes. El sonido de afuera quedó minimizado cuando la puerta se cerró detrás de nosotros.

—Así que...

Mikael caminó hacia el piano, acariciando su cubierta con las yemas de los dedos, mientras su vestimenta comenzaba a cambiar, obra de un anillo metamórfico. La camisa abierta y arremangada fue cubierta por un saco elegante que terminó de hacer juego con un conjunto negro de alta costura.

—Hemos venido a ofrecer nuestra ayuda —declaró Sullivan, sin cortarse.

Mikael detuvo su movimiento al escuchar esas palabras.

—Si habéis recibido la invitación, ¿qué os detiene? —preguntó sin más.

Esa respuesta me tomó por sorpresa. No sabía a qué se refería.

—Me temo que nos colamos, lo lamento —respondí, intuyendo que se refería a la fiesta. Una verdad a medias, sería buena forma de dar credibilidad a lo que dijera—. Teníamos que hablar contigo cuánto antes.

El joven vampiro rio de forma cautivadora, a la vez que burlona.

—Ah, comprendo, sin invitación —respondió—. No hay problema, entonces, ¿queréis ayudar, y habéis venido directo a mí?

Las palabras del anfitrión confirmaron las sospechas, sabía algo, hablaba igual que Velasco, como si supiera que había un plan más grande detrás de todo. No sabía si ese gesto era algo bueno, o malo para nosotros, pero al menos estábamos cerca. Si lográbamos convencerle, quizás él mismo nos llevaría a Kalro.

—Espero que no sea una molestia, interrumpirte a mitad de este gran festejo.

Movió la mano, quitando importancia a lo que había dicho.

—Sólo un día más en mi mansión, que no os preocupe esta modesta celebración. Aunque, decidme, ¿qué opináis de los festines? ¿Os gustan?

Otra vez, una pregunta extraña. Ya no tenía dudas de que ese hombre tenía relación con El Supremo, ahora sólo teníamos que ir por buen camino. Sin embargo, había algo muy misterioso en eso. Nos estaba probando.

Sullivan abrió la boca para responder, pero le di un golpecillo. Fruncí el ceño. Sin lugar a dudas algo escondía esa pregunta. ¿Por qué preguntar si nos gustaban los festines? ¿Acaso no es un hecho que a todos los vampiros seguidores de El Supremo deberían gustarles? No. Ahí estaba la trampa. Los festines eran realizados por vampiros fanáticos que ni siquiera sabían si El Supremo existía, o era un simple mito. Acaso... ¡¿Acaso Kalro no promovía los festines?! Tendría sentido, ya que Velasco ni siquiera había tenido la oportunidad de conocerla, hasta el día en que cayó la Torre KOI. Los festines tenían que ser cosa del culto a El Supremo, de creyentes, es decir, algo falso, un ritual que quizás ni siquiera se practicaba en la corte real.

Tomé aire, antes de responder.

—Antes, sí —repliqué, con seguridad.

La mirada de Mikael se tornó seria. Una buena reacción a mi parecer.

—Interesante —dijo—. Me estáis cautivando, pero es un poco extraño, lo sabéis. Tengo un conflicto —habló—. Si fuerais verdaderos Ojos, sabríais con quién estáis hablando, y el significado de vuestras palabras. Por otro lado, si no sois Ojos, me causa una gran curiosidad el que sepáis todo esto. —Sostuvo su barbilla con una mano, mientras nos miraba de forma inquisitiva—. Os daré el beneficio de la duda, porque vuestras existencias son irrelevantes para el acaecer de El Supremo. Si sois verdaderos fieles como clamáis, aceptareis el porvenir con gran sosiego.

Tomé aire para replicar, pero Sullivan me ganó la palabra.

—¿Qué me dices de las granjas? —cuestionó—. Siempre he querido conocerlas, pero me quedé esperando el llamado.

Esa había sido una buena jugada de su parte. Teníamos que usar todas nuestras cartas y, aunque aún estábamos guardando la mejor para el final, el conocimiento sobre las granjas podía ser una buena prueba. Más de una vez el Cocinero había mencionado las granjas de humanos que se mantenían en el palacio de El Supremo.

El hombre suspiró.

—Mis condolencias —respondió—. Aunque quisiera, me temo que no puedo ayudaros, pero no os cortéis, disfrutad de la fiesta, que para eso es. Intuyo que habéis recorrido un largo camino para llegar aquí, es una lástima.

Estábamos perdiendo, era el momento de atacar con todo. Ahora o nunca.

—Hemos servido por años a la causa, sabemos que algo grande va a ocurrir y queremos estar... con ella —pronuncié la última palabra con énfasis. Había usado la mejor carta que teníamos. Demostrar que Kalro era una mujer, era pieza clave para que me creyeran. Nadie que no hubiese conocido a El Supremo antes, podría dar esa información.

Mikael frunció el ceño, se cruzó de brazos y esbozó una sonrisa curiosa. Levantó un dedo para pedir paciencia y alzó la muñeca de la mano contraria.

—En ese caso..., ¿por qué no le preguntamos?

Su sonrisa se hizo más amplia. Activó el E-Nex y realizó una llamada al tiempo que comenzaba a dar unos pasos atrás, alejándose en dirección al fondo de la habitación.

—¡Maldición es Kalro! —exclamé en voz baja.

Mi corazón saltó cuando la pantalla holográfica proyectó la imagen de alguien que no esperaba ver.

—Calma, no puede verte. No te reconocerá —respondió Sullivan, de la misma forma.

El E-Nex apuntaba en la dirección contraria. Lo único que Kalro podía ver era a Mikael, quien sonreía de forma altanera.

Un silencio incómodo se formó. Tenía los nervios de punta por dos razones. La primera, era el hecho de tener tan cerca a mí objetivo. ¡Estaba ahí, a tan sólo unos metros de distancia! Si tan sólo pudiese capturar a ese hombre y forzarlo a dar su ubicación, al fin podría dar con Kalro después de tantos años. La segunda, por desgracia, frustraba por completo ese deseo. ¡¿Quién diablos era Mikael Daca, para tener comunicación directa con Kalro?! Seguramente alguien que no podría capturar.

Al mirar a Sullivan, pude darme cuenta de que debía estar pensando lo mismo. Y es que era natural. Durante toda mi estadía con Velasco, y en todos los años que trabajé como agente de la GIV, jamás conocí a un vampiro capaz de hablar con El Supremo, y mucho menos a través de un E-Nex.

—¿Mika? —habló Kalro, con una voz suave, en algo que se escuchaba como rumano antiguo.

—Lamento molestarte, mi señora, pero tengo a un par de Ojos, sin invitación, que desean estar contigo en Vesperterra cuando levantes tus gloriosas alas.

Cuando Mikael habló, lo hizo en español, propiciando una respuesta de la mujer en el mismo idioma.

—Ah, están contigo, entiendo, ¿quieres que lo diga yo misma?

El joven vampiro sonrió.

—Por favor.

Mikael apuntó el E-Nex hacia nosotros, para que Kalro pudiese vernos.

—Lo... ¡Lo siento! ¡No puedo! —grité, atragantándome, y me di la vuelta, caminando a paso rápido fuera de la habitación.

Abrí a toda prisa y cerré la puerta detrás de mí.

Mi nerviosismo se convirtió en incredulidad. No podía creerlo, ahí estaba Kalro, a unos pasos, y yo había escapado. ¡Pero es que no podía hacer otra cosa! Si me veía, me reconocería al instante. No podía permitir eso, por más que me gustase la idea de encontrarme con Kalro, esa no era la manera.

Dos minutos después, la gravedad me atrajo hacia el interior de la habitación cuando la puerta volvió a abrirse. Tuve que sostenerme del marco para no caerme.

—¡¿Pero qué...?!

Era Sullivan, que me sostenía por la camisa. Me dio un golpe en la cara, tan fuerte, que me rompió la nariz. Comencé a sangrar.

—Mis disculpas, Mikael, este tonto se asustó.

Fijé la mirada en el anfitrión, para descubrir con alivio que la llamada a Kalro había concluido.

—Lo siento —dije, cabizbajo—. No tenía derecho.

Mikael negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—Problema tuyo —respondió—. Como sea, lamento haberos arruinado vuestros anhelos, pero podríais considerarlo un regalo, al menos tú, el que la escuchó. No dejáis de sorprenderme, ¿no era esa vuestra máxima aspiración? ¿Conocerla? Ya la habéis visto, e incluso ha dictado vuestros destinos. Sentíos afortunados, y aceptad la posición que os ha otorgado.

—Gracias, Mikael, entiendo tu postura. No volveremos a molestarte —declaró Sullivan. Su actitud había cambiado por completo. Ahora mostraba un gran respeto al joven vampiro.

Mikael sonrió de forma cortés.

Cerré los ojos por unos momentos para tranquilizar mi mente. ¡Qué estupidez! Tan cerca de Kalro, pero no de la forma correcta. No podía arriesgarme a encararla de frente, porque no tendría oportunidad. Desde aquel día, en la torre KOI, había perdido la oportunidad de ser aceptado en su corte como un aliado.

—Ahora, si me disculpáis, quiero seguir disfrutando de la fiesta, y vosotros deberías hacer lo mismo. Ya que os habéis convertido en verdaderos Ojos, sentíos como en casa.

Con esas palabras, Mikael se encaminó a la salida sin mirar atrás.

Sullivan y yo nos quedamos solos, consternados por lo que habíamos escuchado.

—¡¿Qué es lo que pasó cuando me fui?!

Lancé la pregunta al aire, casi con desesperación. Sullivan me miró,

—Ella dijo que no podíamos estar en ese lugar, Vesperterra, debe ser en donde se encuentra.

Sullivan lucía pálido, como si hubiese visto un fantasma.

—¿Por qué no? —cuestioné.

—¿Qué? —respondió, despistado, como si estuviese pensando en algo más—. Eh, mencionó que los de nuestro culto, es decir, los fanáticos como Velasco, son una vergüenza para los vampiros, y no merecen un lugar junto a ella.

Me quedé anonadado

—No lo entiendo, ¿sus propios seguidores no pueden estar junto a ella? ¿Qué significa eso?

—No lo sé, Kesen, el Cocinero decía que eras muy afortunado por ser recibido en su corte. Kalro contactó a Velasco con el único propósito de llevarte hasta ella. No lo quería a él, te quería a ti.

—Entonces, si Kalro es tan selecta con sus allegados, ¿cuál es su propósito?

Sullivan tragó saliva.

—Ya dije que no lo sé, pero tenemos que irnos de este lugar cuanto antes —declaró.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué lo dices con esa cara? ¿Cuál es la prisa?

—Ese hombre, Mikael Daca. —Su rostro se tornó sombrío—. Mikael Daca, es la Cuarta Ala del Supremo, uno de sus descendientes directos, y podríamos considerarnos afortunados de seguir vivos.

Parpadeé, confundido. Un... ¿Un Ala? Jamás había escuchado hablar de algo como eso, pero debía estar muy por encima de la jerarquía de un Ojo en la corte de El Supremo. Las cosas no estaban bien, si había sido Mikael, en persona, el que había despertado a Galahad Kane, significaba que lo que recién ocurrió en Madrid con los valinianos, concernía directamente a Kalro. Pero qué, ¿para qué hacer algo así? No encontraba sentido a nada.

—De acuerdo, por más que me duela aceptarlo, estoy de acuerdo. Vámonos de aquí.

Sullivan gruñó, mientras salíamos de aquella habitación, para volver a encontrarnos con un ambiente de fiesta que parecía ajeno a lo que ocurría.

—Jamás creí que esos humanos nos darían algo tan exacto —dijo—. De haberlo sabido antes, hubiese evitado venir a toda costa. Tuvimos suerte de que no decidiera matarnos.

Chasqueé la lengua.

—Jugamos bien nuestras cartas, pero te entiendo perfectamente. Si no podemos usar este camino, entonces tenemos que ir por el otro. Si encontramos más información sobre el Proyecto V, tal vez podríamos parar esto antes de que comience.

Sullivan respiró hondo.

—No queda opción. Al menos sabemos que, si no encontramos nada, podemos volver con Mikael y sacarle las cosas por la fuerza.

Bufé.

—Espero que no. Necesitaríamos el apoyo de la guardia kiniana, o de Katziri, y no quiero retractarme. Si podemos hacerlo solos, será lo mejor.

Mi compañero rio.

—Qué par de idiotas somos, nunca aceptando ayuda. ¿A dónde, entonces?

También reí.

—Nunca mejor dicho, así que, supongo que el siguiente destino es Prípiat.

Inhaló profundo.

—Démonos prisa, que el viaje no es precisamente corto.

Dicho lo último dejamos la mansión. Habíamos sido afortunados, un poco más y Kalro podría haber descubierto que estaba siguiéndole la pista. Si ese tal Mikael era uno de sus descendientes directos, tenía que ser tremendamente poderoso, y podría habernos hecho prisioneros con cualquier paso en falso.

Ahora teníamos que investigar el otro dato importante que aguardaba bajo un sarcófago, en Prípiat, uno que ocultaba el evento catastrófico más grande del último siglo. El Proyecto V estaba relacionado con el desastre de Chernóbil, la única explosión de un Cristal Supremo registrada en la historia kiniana.


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