19. Tormenta etérea
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El cielo estaba cubierto por nubes negras, las calles se llenaban de gritos y lamentos. El haz de luz que brotaba de Galahad Kane, se había cortado por la barrera energética levantada por Keitor, el Maestro de la Realidad, con quien aún mantenía comunicación a través de mi E-Nex. A pesar de que había actuado tan pronto tuve constancia de lo que ocurría, y mi padre había brindado protección a la ciudad, decenas, sino es que cientos de valinianos habían alcanzado a descender desde la estratosfera. Como resultado, los muertos se levantaban, igual que en una película de terror.
Nunca antes me había dedicado a aprender sobre los valinianos, jamás creí que se convertirían en un problema, se suponía que estaban controlados desde la Gran Guerra. A pesar de ello, sabía lo básico, y creo que era más que suficiente para poner fin a la situación, antes de que pasara a mayores.
Los valinianos eran entes energéticos, igual que nosotros, los kinianos. Las únicas dos características que los diferenciaban, eran el color de su aura, que era violeta, y su incapacidad para sentir emociones. Funcionaban como una mente colmena, obedeciendo a razonamientos lógicos de supervivencia. Se suponía que por eso no eran peligrosos, porque, descender a tierra firme era un suicidio para ellos y esa acción atentaba contra toda lógica. Su naturaleza insensible los hacía incompatibles con los biocontenedores, pero, por alguna razón que no comprendía del todo, parecían ser capaces de resguardarse en los cadáveres humanos, igual que los salvajes podían hacerlo con animales.
Para que los valinianos actuaran de forma incomprensible, necesitaban que algo rompiese su equilibrio, algo que los forzara a realizar acciones en contra de su propia supervivencia. Y ese algo, era Galahad Kane. De alguna manera estaba influyendo en el comportamiento de esos seres, así que debía ser suprimido cuanto antes.
—Escucha atentamente, hija —habló mi padre, a través del comunicador. Su voz se escuchaba cansada—. Con mi poder restringido en mi cuerpo viejo, lo más que puedo hacer es levantar esta barrera, y no sé por cuánto tiempo lo conseguiré.
Mientras el gobernante de la mitad del mundo hablaba conmigo, a mi lado, Mateo me miraba con una mezcla de frustración, furia y decepción. Así, de un momento a otro, se marchó saltando hacia los balcones del hotel. No importaba lo que pensara de mí, yo sabía que había hecho lo correcto, ya lidiaría con él más tarde. No lo necesitaba, yo misma resolvería el problema.
—El kiniano que tengo delante parece ser la causa de todo —respondí a mi padre—. Si muere, todo terminará.
—No será tan fácil —replicó—. Si tienes el foco del problema allí mismo, los valinianos intentarán protegerlo. Debe haber cientos dirigiéndose a tu posición en este preciso instante, bajo ningún concepto podemos permitir que el resto descienda a tierra firme, o se convertirán en millares.
—Entonces con mayor razón tengo que acabar con él.
—Espera...
Sin decir más, y sin dar tiempo a una nueva respuesta, bajé el E-Nex y me lancé directo a Galahad, quien aún gritaba, flotando, liberando ese haz de luz que trataba de conectarse al resto de valinianos.
Comencé a cargar un par de ataques energéticos en las palmas de mis manos, lo suficientemente poderosos como para borrar a cualquiera de la faz de la tierra. Y disparé, pero nada ocurrió.
Atónita, vi como mis ataques energéticos alcanzaban a Galahad, pero no lo golpeaban, sino que orbitaban su cuerpo y se convertían en parte de la energía que lo rodeaba, aquel haz de luz que seguía intentando romper el domo que protegía la ciudad.
—Impo... Imposible —balbuceé.
—¿Ziri? Escúchame, Ziri.
La voz de mi padre seguía llamándome a través del E-Nex.
—No lo entiendo, yo...
—Traté de decírtelo, no podrás derribarlo con ataques energéticos, pero un golpe físico muy potente podría dejarlo inconsciente. La energía valiniana repele a la kiniana y viceversa. El espécimen que tienes delante es muy especial, único, diría yo. Es capaz de albergar ambas energías, permitiéndoles coexistir. Eso debe estar generando un efecto cíclico que puede cargar su energía y elevarla a límites muy peligrosos.
—Eso no es bueno, ¿significa que es como una especie de batería que está sobrecargándose de poder?
—En efecto, hija, y si continúa así, el resultado no será bueno para nadie. No queremos tener una explosión energética de ese nivel. Debes usar un golpe etéreo, sácalo de su cuerpo y captúralo dentro de un cristal.
Parecía fácil, pero, mientras hablábamos, la pequeña calle en la que nos encontrábamos comenzaba a quedarse chica para lo que ocurría. La energía incremental de Galahad Kane, comenzaba a agrandarse, destruyendo las cosas a su alrededor. Oleadas energéticas, violetas y doradas, lo orbitaban, desplegando ráfagas de vez en cuando que causaban gran destrucción. Por si eso fuera poco, un gran número de muertos vivientes comenzaban a aglomerarse en las cercanías, atraídos hacia el núcleo central.
—Lo están... Lo están protegiendo —hablé, a través del E-Nex—. Padre, los valinianos se están congregando a su alrededor. Se están... Se están aglomerando, son demasiados. Y están... están...
De un momento a otro, mis palabras quedaron borradas por un estruendo, un sonido tan fuerte que me hizo retroceder cubriéndome los oídos. ¡Gritaban! Estaban... ¿Estaban llorando? ¡Lamentándose! Era un llanto con lamentos de ultratumba, producido por decenas de cadáveres reanimados. Un sonido etéreo, mezclado con el caos energético y las ráfagas de viento, me estremecía, helaba mis huesos.
El suceso me obligó a retirarme, tuve que retroceder, alejarme del foco y cubrirme detrás de la edificación más cercana. No era la única que lo hacía, sino que una escena aterradora y apocalíptica se desataba frente a mí. Personas. Mucha gente comenzaba a salir de sus casas o negocios, huyendo ante la inminente catástrofe.
Los humanos no podían ver la luz de la energía, sin embargo, era más que obvio que podrían distinguir a los muertos vivientes, y el tremendo huracán que se formaba a la mitad de la ciudad. Por el pánico, la mayoría corría en dirección contraria, pero unos pocos, comenzaban a sacar teléfonos celulares para grabar el suceso.
Volví a entablar comunicación con el gran sabio.
—¡Están haciendo algo! ¡Gritan! ¡Se lamentan! —hablé muy fuerte, tratando de superar el horrible caos—. ¡¿Qué significa esto?!
Disparé pequeños proyectiles energéticos para freír los teléfonos móviles de la gente que pasaba corriendo, cerca de mí, sin embargo, poco control tendría sobre ellos. Quizás los humanos aún no se percatasen de lo que realmente ocurría, y estarían viendo esto como un desastre natural, sin embargo, teníamos que parar esto rápido, antes de que se saliera todavía más de control.
Apenas escuchaba entre tanto ruido, así que tuve que hacer un gran esfuerzo para distinguir la voz de mi padre.
—Calma, mantén la calma. Los valinianos son una mente colmena, sólo están reproduciendo los sentimientos de aquel que está tomando el mando. No tienen emociones propias, pero si introduces una en el sistema, este la reproducirá una y otra vez, magnificándola. Esos seres deben estar sintiendo una gran desesperación.
—Entonces... ¡¿Entonces qué hago?
—Respira profundo y no desesperes. Tranquila, hiciste bien en llamar, ahora podemos solucionar esto juntos.
Hice lo que mi padre me pedía. Traté de ignorar todo el caos que se cernía a mi alrededor. Respiré hondo, exhalé despacio. Una, dos, tres veces. ¿Hace cuánto que no me pasaba eso? Tenía mucho tiempo que no me asustaba en el campo de batalla. Ahora era una elemento militar entrenada, experimentada, no podía permitirme errores de ese tipo.
—Entendido, Gran Sabio —hablé, volviendo a poner los pies en la tierra—. Estoy lista para actuar dónde y cómo sea requerido.
—Maravilloso, agente, porque tu equipo está por llegar a tu posición. Será un poco apresurado, pero esta será la primera misión de la Unidad de Etérea de Élite.
En cuanto mi padre dijo esas palabras, de pronto toda mi preocupación se fue. Si podía agradecer una ayuda, en ese momento, en definitiva era la presencia del equipo que estaba aprendiendo a conocer, cuatro de los mejores kinianos en el mundo.
—Recibido, ¿hay instrucciones especiales?
—No hay nadie mejor que tú para crear una estrategia, de nosotros, eres la que más información tiene sobre el objetivo. ¿Puedes hacerlo?
Y así, toda la preocupación de antes volvió a apoderarse de mí. Me estaba pidiendo que liderara la misión, que planteara la estrategia y guiara al equipo. ¡No estaba segura de poder hacer eso! Siempre había trabajado sola, y me sentía bien de esa manera.
—Lo haré —respondí, con seguridad. Sin embargo, por dentro, estaba aterrorizada.
En esta ocasión, cientos de vidas inocentes dependerían directamente de las decisiones que tomara.
Corté comunicación con mi padre, y me senté en cuclillas. Detrás de mí podía escucharse, muy cerca, todo el caos y la destrucción. Parecía que un sol energético se quemaba muy cerca, y tenía que encontrar la forma de detenerlo tan pronto como fuese posible.
Los humanos, por contrario a todo sentido común, en lugar de alejarse de la zona, comenzaban a aglomerarse más y más, curiosos, levantando sus teléfonos para transmitir las imágenes a todo el mundo.
No podía permitir que siguieran acercándose, así que, para evitarlo, di un pequeño salto y caí a tierra con un potente golpe que produjo un pequeño terremoto y abrió una gran grieta entre calles. El pánico de la gente fue instantáneo. Muchos desistieron y corrieron en dirección contraria, pero aún había pocos que se resistían a marcharse. ¡Estaban locos!
Pasaron menos de cinco minutos, minutos que me parecieron una eternidad. Arribaron con un destello de luz roja, lo cual significaba que habían sido transportados desde la sala del trono de Torre Espacio. Cuatro presencias más que, conmigo como quinto elemento, conformábamos, casi en su totalidad, la Unidad Etérea de Élite.
—¿Y el general Kan? ¿Tampoco viene Koba? —pregunté, apenas se acercaron a mí los otros integrantes, entregándome un traductor para poder entenderme con ellos.
Las gabardinas blancas ondeaban ante la fuerza de la energía que se arremolinaba en los alrededores. Ráfagas de luz y viento, desviadas entre tejados, farolas y esquinas.
—No están con nosotros, el Gran Sabio los envió junto con los Espectros y la guardia kiniana a frenar a los valinianos que invaden el resto de la ciudad —respondió Kady, la otra mujer del grupo.
Escuchaba sus palabras, pero mi mente trabajaba a toda prisa en otras cuestiones. Mis dedos estaban a punto de fracturarse por la presión que ejercía en ellos al juguetear con mis manos debido al nerviosismo. Esperaba que Kan estuviera con nosotros, porque así podría preguntarle qué hacer. No me sentía lista para liderar una misión, y mucho menos una de esta magnitud.
—Katziri, ¿está todo bien? Nos dijeron que nos darías una actualización de los hechos.
Levanté la mirada, atolondrada, al escuchar la voz de Kurwich, el miembro con más edad aparente entre nosotros. Al mirarlo, sus ojos me transmitieron paz. Me observaba, apresurándome, pero a la vez, comprensivo.
—Sí, sí, está... Está todo bien —respondí, respirando profundo.
Él me sonrió, se acercó a mí y, a pesar de todo lo que ocurría, puso una mano en mi hombro y habló.
—Puede que llevemos tan sólo un par de días como equipo, pero, ¿cuánto has pasado para estar aquí, en este momento? No eres la única, yo también estoy nervioso, pero hay otras personas que dependen de nosotros, y de la rapidez con la que actuemos. Vamos a esforzarnos por ellos.
Su rubio cabello se agitaba con el viento. Las facciones de su rostro demostraban una vida difícil, pero enriquecedora.
—¿Cómo podría alguien como tú estar nervioso, Kurwich?
Al mirar a Kurwich, me sentí pequeña. Ese hombre era mucho mayor que yo. ¿Cómo podía decirle qué es lo que tendría qué hacer?
—Para cada batalla, hay una estrategia. Cada una es nueva, única, distinta, y todos somos nuevos cuando entramos a un conflicto. La experiencia pasada te permite pensar más rápido, buscar estrategias, pensar caminos diferentes, reaccionar y mejorar tus reflejos, pero no te dice nada sobre la batalla en la que te encuentras hoy.
Esas palabras fueron la clave, aquello que necesitaba para volver a pensar con claridad. Era cierto, puede que fuese la primera vez que trabajaba con ellos, sin embargo, poco o mucho, cinco años de experiencia respaldaban mi camino. No estaba en blanco, no era una primeriza, y por supuesto, esta no era, ni por poco, una de las misiones más difíciles en las que había participado. Podía hacerlo, y lo haría.
—Te lo agradezco —dije, decidida.
—Además, muchas veces, tanta información en la cabeza te hace pensar cosas innecesarias, tardas más en idear el plan más eficiente, porque sabes tantas posibilidades, tantas cosas que podrían salir mal y no estás considerando, que terminas abrumado. Guíanos con sabiduría, Katziri, como sólo tú podrías hacerlo.
Una expresión incómoda se apoderó de mi rostro.
—Vaale, eso último ya no te lo agradezco. —Cerré los ojos por un breve instante que usé para respirar profundo—. Haré lo mejor que pueda. Esto es lo que sé, y esto es lo que tenemos.
Sin perder más tiempo, hice un breve resumen de la situación, lo que estaba ocurriendo y lo que podía ocurrir. Mientras lo hacía, obligaba a mi mente a maquinar un plan de acción para ejecutar tan rápido como fuese posible.
Este problema se nos había ido por completo de las manos, pero era importante que el mundo humano se mantuviera lo menos implicado posible. Seguro que la guardia estaría implementando sus propias acciones, pero crear un apagón general en la zona, bloqueando todo medio de comunicación, sería primordial para suprimir todavía más los daños colaterales. Eso sería tarea para Kady.
La miré. Ella también era mayor que yo, pero se suponía que en el equipo todos éramos iguales. Entonces, con toda la seguridad que me fue posible, me atreví a darle instrucciones.
—Kady, necesitamos que toda esta gente desista de intervenir. ¿Podrías derribar toda la red de comunicaciones del área? Sin electricidad, sin internet, sin comunicación, los testigos serán manejables y la información maleable.
Kady me miró con un deje de preocupación.
—Kat, no creo que sea una buena idea. —Señaló arriba—. El domo que retiene a los valinianos estaría comprometido. Si hacemos caer la infraestructura de comunicaciones, la radiación electromagnética descendería drásticamente en la zona. Eso permitiría que las formas etéreas sufriesen menor estrés, y se volverán más poderosas. Podrían romper la barrera e infestar la ciudad entera.
El miedo me asaltó de nuevo. ¡Claro! ¿Cómo podía pensar en algo como eso?
Kady volvió a hablar.
—¡Pero! —dijo, atrayendo la atención, con una sonrisa—. Entiendo el punto de lo que quieres lograr, y creo que tienes toda la razón. Tal vez no sea lo más recomendable derribar las comunicaciones, pero puedo paralizar todo artefacto electrónico de la ciudad mediante pulsos energéticos en intervalos fijos. La red se fracturaría sin dejar de existir, y los medios de comunicación quedarían inutilizados.
Sonreí.
—Gracias, Kady —respondí, agradecida por su idea—. ¡Adelante, por favor, comienza!
La mujer asintió con la cabeza. Levantó la muñeca y comenzó a mover los dedos de prisa en la pantalla holográfica de su E-Nex. Entonces, algo que nunca antes había visto ocurrió. La energía de Kady brotó de cada una de las yemas de sus dedos, hasta conectarse directamente con el aparato tecnológico. Sus ojos se iluminaron de dorado y una gran presión energética comenzó a emanar de ella.
—Lo siento, tendré que buscar un lugar alto, dejo el resto en vuestras manos —declaró, mientras se alejaba saltando por los tejados a toda velocidad.
Con el problema de los humanos comunicativos solucionado, todavía teníamos que acercarnos a Galahad y había muchos valinianos interponiéndose en el camino. Por lo que había dicho mi padre, los ataques energéticos no serían ideales para enfrentarlos, así que tendríamos que valernos del ataque físico o del uso de...
Miré a Kurio, al instante.
—Armas —pronuncié—. Kurio, necesitaremos una abertura para llegar a Galahad, ¿podrías crearla para nosotros?
Kurio sonrió, al tiempo que sacaba una space sphere de su bolsillo.
—¿Me pides causar explosiones? ¡Déjamelo a mí!
—Por favor, sin lastimar humanos.
Kurio lanzó una trompetilla.
—Pan comido. Son cuerpos reanimados, ¿no es así? —Metió la mano en la space shpere y sacó todo un rollo lleno de armas que se colgó en el hombro—. Tengo granadas de pulsos eléctricos y catalizadores de agua. Todo lo que esté en el suelo quedará inmovilizado, sin importar cuánta fuerza tenga. Los músculos de esos podridos quedarán tan rígidos como mi...
—¡Kurio! —atajé—. De acuerdo, sólo, hazlo. —El joven sonrió y levantó un pulgar. Finalmente, dirigí la mirada a Kurwich—. Nosotros tendremos que golpear a Galahad Kane con un golpe etéreo. ¿Estás listo para hacerlo?
Sonrió y asintió con la cabeza.
—¿Qué me dices de la energía valiniana que desprende? No estoy seguro, pero, en la Gran Guerra, los soldados que enfrentaron valinianos quedaban freídos por dentro si se prolongaba el enfrentamiento. Mi recomendación es que... no te quedes demasiado cerca de su energía.
Moví la cabeza de forma afirmativa. Kurwich era un hombre experimentado en combate y tenía una fuerza increíble. Era perfecto para estar al frente, a mi lado, para que cualquiera de los dos pudiese dar el golpe final a Galahad.
—Gracias, Kurwich, es un dato muy útil. ¡Vamos a hacerlo! No perdamos más tiempo.
—¡Ah! Por cierto, Katziri —intervino Kurio, sacando otro objeto de su space sphere—, te lo envía Kan.
Me arrojó un pequeño anillo, con las siglas UEE grabadas. Lo recibí al vuelo, con una mano. Sonreí y me lo coloqué en el dedo índice derecho. Lo presioné y, al instante, mi vestimenta actual fue absorbida por el anillo y sustituida por las prendas características de nuestra unidad. El traje de combate y la gabardina blanca, se ajustaron bien a mi cuerpo. Ahora lucía igual que mi camaradas.
Sin decir nada más, los tres asentimos y corrimos en dirección a la catástrofe para terminarla en un solo acto.
Ya había perdido mucho tiempo y no podía perder más. Salimos de nuestra cobertura, tan sólo para encontrarnos con un nuevo panorama.
La gente, los humanos que se habían quedado cerca por curiosos, estaban siendo atacados por los valinianos que llegaban a encontrarse con el resto. Eso traía una ventaja y una desventaja. La primera, era que, al menos, ya no había curiosos. Las pulsaciones energéticas que Kady estaba generando en el área, podían sentirse como un suave palpitar rítmico, que debía estar interrumpiendo la comunicación. En adición, el horror de presenciar un ataque de muertos vivientes, había creado pánico que obligaba a los curiosos a huir, en lugar de quedarse. La desventaja, por desgracia, era que eso sumaba un nuevo problema del cual encargarnos: ayudar a los humanos.
—Kurio, Kurwich, sigan con el plan —dije, mientras yo comenzaba a correr en dirección al incidente más cercano.
Mis aliados siguieron su camino hacia Galahad, mientras yo me detenía tras el cadáver pútrido de una mujer cubierta de tierra, astillas y sangre. Estaba sobre un hombre, sosteniéndolo por las muñecas, gritando con esa voz atronadora y terrible, mientras lo observaba con una inmensa desesperación.
El viento rugía, y los lamentos del resto de valinianos se sumaban a las explosiones que Kurio y Kurwich comenzaban a causar. El hombre atacado por el cadáver gritaba y se retorcía de pánico, sin poder soltarse del agarre del monstruo. A decir verdad, no sabía si podía describir lo que veía como un «ataque», ya que la mujer valiniana no estaba «atacando» realmente al hombre. Tan sólo lo sostenía, lo miraba y emitía ese doloroso lamento lleno de desesperación.
Pero ese pensamiento rápido se esfumó, porque, al llegar junto a la aterradora escena, pude notar que las manos del sujeto se balanceaban inertes con cada tirón que daba al intentar escapar. Sus huesos se habían roto por la presión que ejercía el cadáver, y los brazos quedaban unidos a las manos sólo por un trozo de carne y piel.
Con dos movimientos contundentes, rompí las manos de la valiniana al tiempo que tiraba del resto de su cuerpo por la parte trasera de su nuca para separarla del humano. Una vez libre, el hombre quedó retorciéndose, aún controlado por su ataque de pánico, sin dar crédito a lo que ocurría.
—¡Vete! —grité, mientras contenía el cadáver humano.
El sujeto reaccionó con mi voz, se dio la vuelta, se arrastró unos metros hasta que logró ponerse de pie y se esfumó corriendo a trompicones. Mientras tanto, yo quedaba asombrada por la gran resistencia que estaba oponiendo el muerto viviente. Su fuerza era de otro mundo, inmensa, mucho más que la de un kiniano ordinario. Incluso a mí, que era una de las más fuertes entre los míos, me costaba trabajo controlar sus movimientos. Era impresionante, nunca antes me había enfrentado a algo como eso.
Entonces comprendí algo.
«Kurio, Kurwich», pensé.
Estaban solos, contra una horda de valinianos. ¡No podrían enfrentarlos solos!
Como un reflejo, solté al cadáver y lo arrojé muy lejos, hacia la zona muerta. Corrí a toda velocidad, liberé tres víctimas más, repetí el proceso. Di un rápido vistazo a los alrededores y, al darme cuenta de que no había nadie más en peligro, salí disparada como una flecha en dirección a Galahad Kane.
Estaba tan sólo a dos calles de distancia, aunque poco quedaba para poderlas llamar de esa manera. Las construcciones yacían derruidas, cimientos y escombros era lo que quedaba.
Corrí hacia la inmensa bola energética dorada y violeta, en dónde alcanzaba a ver a un cúmulo de valinianos moviéndose. Por el camino, me encontré con una alfombra de cadáveres cubriendo el suelo empedrado, todos rígidos, paralizados. Esa era la obra de Kurio, muy bien llevada a cabo. Tal vez la energía no sirviera, pero la electricidad podría paralizar sus cuerpos. Los valinianos no dejaban de parecerme seres asombrosos, a la vez que aterradores.
En menos de treinta segundos llegué al punto de choque. Había cuerpos volando por todas partes, entre explosiones, risas y gritos de guerra. Kurio disparaba dos metralletas resonantes mientras reía como un loco, mientras Kurwich empujaba aglomeraciones de muertos vivos a través de embestidas y movimientos de combate sofisticados. Por encima de ellos, Galahad Kane flotaba en el aire, aun liberando un grito desesperado y soportando la liberación, unión, convergencia, o lo que fuera, de toda esa energía kiniovaliniana.
Ya no quedaba ninguna construcción en pie a su alrededor, ni siquiera el hotel del cual habíamos saltado. Ya no estaba. Tampoco sabía nada del imbécil de Mateo, que a buena hora se había marchado. Al menos esperaba que él y su amiguito estuvieran haciendo algo útil.
—¡Katziri! ¡Aquí! ¡Es imposible enfrentarlos a todos! ¡Tienes que saltar!
La voz de Kurwich atrajo mi atención, y no necesité más palabras para comprender lo que me decía. Mi vista se posó sobre él. Tracé un camino en mi mente, siguiendo la trayectoria entre los cuerpos que caían ante los disparos de Kurio y los que volaban por obra de Kurwich. El segundo kiniano movía sus brazos haciendo un ademán de impulso, sin dejar de moverse para quitarse de encima a los molestos cuerpos que se encaramaban a gran velocidad.
No sería difícil, era una maniobra sencilla. Centré la mirada en Kurwich, permití que todo el estruendo que escuchaba a mi alrededor fuese la música que guiaría mis pasos, y me lancé hacia el frente a toda velocidad.
Salté, esquivé, giré en el aire y volví a saltar, una y otra vez, evadiendo disparos, cadáveres y oleadas de energía, hasta que, con mi último desplante, alcancé a Kurwich. Mi compañero se agachaba, indicándome que pisara sobre uno de los valinianos que se abalanzaban sobre él. Sin cuestionarlo, eso hice. Me paré con delicadeza sobre el abdomen blando del cadáver, y en ese preciso instante sentí un potente impulso ascendente.
Dentro de la simpleza de nuestra ejecución, estaba la belleza de nuestro ataque. Kurwich me había lanzado hacia arriba usando a uno de los valinianos como apoyo, evitándome el contacto con ellos mientras él se encargaba de retenerlos. Ahora me dirigía a toda velocidad, como un bólido en llamas, preparando un puño que impactó directo en la mejilla de Galahad Kane.
Desde el momento en el que nuestra piel entró en contacto, una con la otra, una serie de eventos comenzó a desencadenarse. Mis nudillos hicieron añicos la mandíbula del pobre hombre, dislocando las cervicales de su cuello y desprendiendo su cabeza hacia arriba. El cuerpo de Galahad salió disparado hacia el cielo, pero, antes de que se perdiese en la lejanía, di un giro rápido en el aire para impedirlo y alcanzarlo con una patada giratoria que lo devolvió al piso con el doble de potencia, hasta incrustarlo en el suelo.
Quedó hecho pedazos, totalmente reventado, convertido en una masa sanguinolenta que ahora ensuciaba el piso de Madrid, junto al resto de cadáveres que, de un momento a otro, habían quedado estáticos, conmocionados, sin saber qué hacer.
Un repentino silencio se apoderó de la escena.
El cuerpo de Galahad ya no estaba, sin embargo, aún seguía vivo. Su forma etérea se había quedado flotando justo donde, el ahora cadáver, había estado hace un momento. A diferencia de la forma etérea kiniana, él seguía desprendiendo esa misteriosa mezcla color dorado y violeta. No entendía lo que significaba, pero no era momento para preguntármelo. Antes de que la caída libre comenzara levanté el cristal de contención que sostenía en la otra mano y dejé que absorbiera al causante de todo ese desastre. La forma etérea fue aspirada como cualquier otra.
Toqué suelo de pie en un aterrizaje suave y flexible. Exhalé, despacio, cuando levanté la vista y miré los resultados. Lo había conseguido. Todo había terminado. Galahad Kane había sido capturado, el haz de luz que amenazaba la barrera energética levantada por mi padre ya no estaba y, los valinianos, ahora parecían simples maniquíes que se balanceaban de un lado a otro, silenciosos, inexpresivos.
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