18. La aterradora verdad
Pista de audio recomendada: Lindsey Stirling - Til The Light Goes Out (reproducir en bucle).
Un potente ataque energético penetró en mi pecho, rompiendo las conexiones entre mi forma etérea y el biocontenedor. Un golpe etéreo, propinado por Mateo, me expulsó al exterior. Apenas salí de mi cuerpo, recuperé la movilidad, me sentí libre otra vez. Sin embargo, un inmenso dolor me invadió al momento. Sentía que mi existencia se desestabilizaba. Mi forma etérea era una nube energética que se extendía y contraía, estresada por la inmensa cantidad de ondas electromagnéticas que poblaban el centro de la ciudad. Internet, radio, televisión, luz, sonido, todo, en conjunto, estaba matándome.
Por fortuna, aquella sensación fue pasajera, porque en menos de dos segundos, estaba siendo absorbida por un cristal de contención. Apenas estuve dentro, el dolor y la desesperación cesaron por completo.
—¿Qué significa esto? —pregunté.
—Espera un momento, Kat —respondió Mateo.
Me dejó en el suelo, mientras él realizaba la misma acción con el cuerpo de su acompañante. Nunca me acostumbraría a la idea de que Mateo trabajara con ese repugnante sujeto. Sullivan había sido el kiniano que me secuestró, para empezar, uno de los que me llevó al comedor.
Desde mi posición vi la forma etérea de Sullivan salir de su cuerpo después de recibir un golpe etéreo por parte de Mat, para luego ser absorbida por un cristal de contención, igual que yo. Una vez hecho, Mateo volvió a recogerme y me sostuvo frente a su rostro, lado a lado con Sullivan. Detrás de él, podía observar a los dos guardaespaldas y a Galahad Kane capturados con grilletes anti energía.
—¿Están bien? —preguntó Mateo.
—Podría estar mejor —replicó Sullivan. Sus palabras me quitaron las ganas de dar una respuesta propia.
Nuestras voces etéreas se escuchaban como un eco en la inmensidad, un sonido incorpóreo, fantasmal.
—De acuerdo, mi teoría parece estar en lo cierto. Por lo que pude notar, los dos recibieron un impacto energético que sólo afectó sus biocontenedores. Yo soy un medio-humano, así que, de alguna forma, no funcionó conmigo.
—¿Eso significa que nuestros cuerpos están inutilizables? —pregunté.
Mateo realizó un gesto de ignorancia.
—No lo sé. Nunca antes había visto un efecto como ese. ¿Por qué no lo intentan? Sus cuerpos se ven en perfecto estado, intenten volver a ocuparlos. Si no funciona, simplemente los devolveré al cristal.
El razonamiento parecía legítimo, así que, sin pensarlo dos veces, intenté la transición. Salí del cristal de contención y floté a toda prisa hacia mi cuerpo, que yacía inerte en el suelo. Lo hice rápido, para evitar sufrir daños en mi forma etérea. Apenas entré en mi biocontenedor, sentí que las conexiones energéticas se enlazaban correctamente, fluyendo a través de los canales del cuerpo para dotarlo de vida.
Una gran inhalación marcó el despertar de mi cuerpo. Me puse de pie con un salto de resorte y troné los músculos de brazos, cuello y hombros. A tan sólo unos pasos, Sullivan también se levantaba con un gran bostezo, como si sólo hubiese dormido la siesta.
—Vaya, funcionó —dijo Mateo—, no creí que fuese a ser tan simple.
—Qué armas tan curiosas —estipuló Sullivan, abriendo y cerrando las manos—. Podrían ser útiles para atrapar a El Supremo.
Fruncí el ceño.
—No lo creo —dije—. No son peligrosas, en realidad, si no me hubiesen tomado por sorpresa, habría esquivado el disparo con facilidad. Incluso al haber acertado, una vez conociendo el funcionamiento, habría podido contrarrestar el efecto.
Sullivan levantó una ceja.
—Tienes razón, no hay ningún daño en el cuerpo, o en la forma etérea. Parecen alterar la estabilidad entre el biocontenedor y nuestra energía. Podría ser útil para tomar a Kalro por sorpresa, no parecen ser afectadas por los niveles de poder del objetivo.
—No funcionaría con Kalro, por lo que sé, ella no posee un biocontenedor, sino que tiene un cuerpo que es incapaz de cambiar.
Ladeé la cabeza.
— Hiciste un buen trabajo, Mat. Vaya juguetes tenían estos dos. —Me giré hacia los cautivos—. ¿De dónde sacaron esta tecnología?
El hombre calvo comenzó a reír.
—Alguien me las dio, y yo las modifiqué. De cualquier forma, son inútiles, por lo que veo.
En el suelo, lejos de los prisioneros, yacían tiradas las dos escopetas. Al prestar especial atención, salía a relucir su verdadera naturaleza. Lo que decía el hombre era verdad. No eran más que simples escopetas resonantes con algunos aditamentos digitales, modificaciones externas.
Miré al hombre con curiosidad.
—Qué interesante individuo hemos encontrado —hablé, más para mí que para el resto—. Me las llevaré, seguro que a Kirk le gustará analizarlas.
Recogí las dos armas y las llevé a la cama. Tomé la bata de laboratorio que había vestido hace poco y la usé para envolverlas. Acto seguido, de mi bolsillo saqué una pequeña esfera metálica. Oprimí un botón y una luz roja emanó de esta. Escaneé los objetos con la luz roja, y desaparecieron. Se trataba de una space sphere, tecnología espacial producida por Keliel, capaz de almacenar objetos grandes en espacios reducidos.
—¿Mat, puedes guardar esto? —dije, lanzándole la esfera. Él la recibió en el aire y la guardó en su bolsillo.
Mientras realizábamos la recolección de evidencia, Sullivan se acercaba a Galahad y sus hombres.
—¿Cuál era su objetivo? —preguntó, y oprimió con fuerza el rostro de Galahad.
La mujer, que estaba a su lado, gritó.
—¡Parad! ¡¿Qué estáis haciendo?! ¡Está indefenso!
—Silencio, humana —habló Sullivan—. Responde, Galahad.
El hombre, que escupía sangre por la boca tras el golpe, comenzó a reír. No era una risa soberbia o intimidante, sino más bien, parecía un llanto disfrazado lleno de tristeza y frustración.
—Lo siento, amigos —dijo Galahad—. Siento mucho que estén metidos en esto por mi culpa. Nada de esto hubiera pasado si yo...
Otro golpe. Una vez más propinado por Sullivan. La escena comenzaba a molestarme. Una cosa era interrogar al prisionero, y otra era golpearlo sin razón alguna, a pesar de que ya estaba derrotado.
—Habla ya, no le des vueltas. ¿Cuál era tu objetivo, y por qué tenías vampiros bajo tu cargo?
Galahad siguió riendo.
—Vam.... ¿Vampiros? ¿Qué es esto, Transilvania? ¿Y quienes sois vosotros? Sí, he cometido errores, pero no sé de qué putas me estáis hablando.
Sullivan desenfundó su espada, y apuntó el filo a la garganta del perro que yacía dormido, frente a ellos.
—¡¿Qué estás haciendo?! —cuestionó Galahad, claramente alterado—. ¡Es un animal, idiota! No tiene nada que ver con esto.
Sullivan presionó el filo de su espada sobre el pelaje de la pobre criatura.
—Vale, vale, te diré lo que quieras, ¡pero para ya!
—Estoy esperando —dijo Sullivan.
Para ese entonces, la sangre ya me estaba hirviendo.
—¿Qué planeaba? ¡Madre mía! ¡No planeaba nada! Me levanto todas las mañanas sin siquiera saber lo que voy a desayunar, ¿y queréis que tenga algún plan diabólico para la ciudad? Hace una semana desperté con el jefe y todo su comité muertos, junto a mí, y yo tenía este poder. Hernán y Rebeca me ayudaron, son los únicos en quienes confío... y en Luke, por supuesto.
—Él nunca hubiera matado al jefe, era como un padre para él —declaró la mujer, Rebeca—. Galahad nunca quiso hacer daño a nadie, pero en cuanto los de Ibiza supieron de la muerte del jefe, intentaron hacerse con su territorio, y de paso saldar cuentas con Hernán, que tenía problemas con ellos desde hace tiempo. Lo único que Galahad hizo fue defendernos.
—Y lo seguiré haciendo —confirmó el hombre.
Un tenso silencio se apoderó del ambiente. Sullivan no parecía conforme con esa respuesta, su mirada lo decía todo.
—No lo creo, falta una letra en el crucigrama, la «v» de vampiro. Di adiós al caniche, y seguirá la mujer de allí.
Sullivan tomó vuelo con la espada, dispuesto a clavarla en el cuello del animal.
—¡No! —gritó Galahad, desesperado, abalanzándose contra el agresor.
Sin embargo, la ejecución no se llevó a cabo.
Un fuerte estruendo siguió el impacto producido por el cuerpo de Sullivan, rompiendo el muro de la habitación, y el siguiente, para terminar a varios metros de distancia, dejando atrás una nube de polvo y un camino de destrucción. Mi mano seguía extendida, la espada había caído al suelo y aun saltaba de un lado al otro antes de quedar inmóvil.
—¡Katziri! ¡¿Estás loca?! ¡¿Qué estás haciendo?!
Trataba de controlar mi respiración. Había aguantado mucho, pero al final terminé golpeando a Sullivan. No toleraba la presencia de ese hombre, y mucho menos sus formas de actuar. Usar un alma inocente para obtener algo de otros, me parecía uno de los trucos más ruines que podían existir. La muerte se quedaría corta para él, y si no lo mataba, era tan sólo porque era alguien importante para Mat.
—No, los que están locos son ustedes. ¿Tú estás de acuerdo con estas formas? —cuestioné a mi novio, mirándolo como si fuera otra persona—. ¿Qué pasa contigo?
Desvió la mirada, incapaz de sostener el contacto visual. Bufé, decepcionada, y volví a centrarme en los malaventurados criminales que tenía delante. Galahad estaba sobre el perro, protegiéndolo con su propio cuerpo, muerto de miedo.
Lo levanté y lo empujé lejos.
—Arriba, Galahad, aun tienes cosas qué responder —declaré—. Por ejemplo, ¿de dónde sacaron esas armas? ¿Y por qué tienes kinianos, gente de aura dorada, bajo tu mando?
Posé la mirada sobre Hernán, buscando respuesta también en él. Se notaba que el guardaespaldas poseía algún tipo de información que Galahad no. Y no me equivocaba. En cuanto lo miré, abrió la boca para decir algo, pero se arrepintió al momento y terminó dirigiendo la vista hacia otro lado.
Caminé en dirección al guardaespaldas, para hacerlo entrar en razón, sin embargo, en el momento en el que le di la espalda a Galahad, la situación dio un giro inesperado.
—No, amigos, ya no tendréis que pasar más por esto. He sido un pésimo líder, debí dejar la silla del jefe vacía. No os merecéis sufrir por mi culpa.
Tanto Hernán como Rebeca centraron su atención al instante en Galahad. Mateo y yo hicimos lo mismo.
—¡Deténganlo! —gritó Hernán, intentando ponerse de pie, sin demasiado éxito.
—¡No lo hagas! —habló Rebeca, haciendo lo mismo.
Mateo corrió hacia él, pero yo me quedé estática, sin saber exactamente lo que estaba viendo. Galahad corría hacia el balcón, rompía lo poco que quedaba de cristalería y saltaba al vacío.
Apenas pude reaccionar, yo también corrí, pero ya era tarde. El hombre había saltado. Mateo fue tras él, pero su descenso, saltando entre balcones, fue más lento que la caída del primero.
Dirigí una mirada a Hernán y Rebeca, antes de saltar también tras los otros dos.
«Sálvalo, y te diré lo que quieras», alcancé a leer en los labios de Hernán.
Respiré hondo, asentí con la cabeza y me lancé también al vacío en una voltereta hacia atrás. Cinco pisos más abajo, caí haciendo vibrar la tierra, generando una pequeña grieta a unos pasos de donde Galahad Kane había aterrizado.
Mateo estaba a su lado, agachado, levantando la cabeza del kiniano que había impactado contra el suelo. El asfalto a su alrededor estaba roto, igual que las piernas del hombre. Había sangre por todas partes.
—Soy un... soy un idiota —decía Galahad, entre risas y toses—, lo único que he conseguido es partirme las putas piernas. Creí que... que con todo eso de los grilletes supresores sería más fácil matarme.
Me acerqué a los dos.
—Eres un tonto —le dije—, los grilletes sólo suprimen tu energía, no tu resistencia. Aun así, tu cuerpo es frágil. —Observé sus piernas rotas—. Sigues teniendo tu primer cuerpo humano, no has cambiado nunca a un biocontenedor.
Galahad tosió, parecía que sufría heridas internas que no podíamos ver. Me resultaba muy extraño que un recién surgido treintañero, no hubiese pasado nunca por los métodos de regularización kiniana.
—Mira, yo ya... ya no me interesa esta vida —dijo Galahad—. Jamás conocí a mis padres, pero esos tres... esos tres de allá arriba se convirtieron en mi verdadera familia. Haría lo que fuera por ellos. Llevadme a mí, seré vuestro esclavo si así lo queréis, pero, prometedme una cosa, prometedme que los dejaréis libres.
Torcí la boca al escuchar sus palabras, y busqué la mirada de Mateo. Observaba a Galahad con lástima, decepcionado. En parte lo entendía, las pistas que deseaba no las encontraría allí, sin embargo, había causado un gran alboroto, todo por esa obsesión suya de encontrar a El Supremo. Lo veía en todas partes, incluso en aquellas en dónde no estaba.
—Mat, es hora. Tenemos que llevárnoslo. No obtendrás nada más de él. Lo sabes, ¿no?
Mateo respiró hondo. Apretó los dientes y golpeó el suelo con fuerza, muy cerca de la cara de Galahad.
—De verdad... tú no... No tienes idea de quién es El Supremo, qué son los vampiros, ni has escuchado el nombre de Kalro, ¿verdad?
Galahad miró a Mateo, con dificultad. Algo le ocurría, su cuerpo comenzaba a emanar un aura extraña, desconocida.
—Mira, muchacho —dijo Galahad—. Nunca había escuchado de eso en toda mi vida, pero, si te sirve de algo, yo también creo que hay algo raro en todo esto. Mi despertar, esos monstruos de aura dorada. Alguien los puso ahí, alguien les dio esas armas a Hernán y Rebeca, y yo... yo no fui...
De pronto, Galahad comenzó a contraerse de dolor. El color violeta que apenas se distinguía en el dorado de su energía, estaba empezando a volverse dominante.
—¿Qué está...? ¿Qué está pasándome? —habló el hombre, asustado.
—¿Es que tú no lo sabes? —cuestioné, extendiendo mi mano para jalar a Mateo hacia atrás.
—¡Pero qué...! ¡¿Katziri qué significa esto?!
—No tengo idea, Mat, pero creo que estamos a punto de averiguarlo.
El cuerpo de Galahad se elevó en el aire, mientras su aura mixta se encendía. El color dorado y el violeta luchaban por tomar el dominio, sin ningún ganador. Y entonces, acompañando un grito desgarrador, un rayo cayó del cielo e impactó directo en Galahad Kane.
La potencia del suceso causó una onda expansiva de viento y polvo. Era curioso, la presión energética de Galahad no se estaba elevando, ni parecía estarse volviendo algo más peligroso. Tan sólo, algo le ocurría, una reacción energética totalmente desconocida para mí. Nunca antes había visto algo como eso.
—¡Arriba! ¡¿Qué es eso?!
Mateo señaló hacia el cielo. Nubes negras se arremolinaban, extendiéndose por toda la ciudad, dejando un hueco sobre el punto en el que el rayo caía, conectándose a Galahad. Al mirar detenidamente el evento, noté que no era un rayo, sino una conexión formada por energía entre el hombre, y algo, arriba, más allá del cielo, algo que se perdía de vista en la inmensa oscuridad de la noche.
Hice los ojos pequeños para filtrar toda la luz que se desprendía. Galahad seguía gritando, y algo más estaba ocurriendo. De la parte más alta de aquel rayo, figuras fantasmagóricas se alcanzaban a divisar bajando, descendiendo en un torbellino muy lento, orbitando el haz de luz que se conectaba con Kane.
—No puede ser, ¿son lo que creo que son? —pregunté.
—No lo creo —respondió Mateo—. ¡No hay explicación, no hay contexto!
Ahí estábamos, Mateo y yo, parados frente a un ser de naturaleza desconocida, observando como incontables criaturas energéticas descendían de lo más alto del cielo.
—Vali... ¡Valinianos! —grité aquella palabra que parecía imposible, pero que, sin embargo, comenzaba a cobrar sentido.
«Vestigios de energía valiniana en los sitios de los ataques», «energía color violeta en el aura de Galahad». Recordaba los pequeños indicios, y luego observaba al hombre cuya energía se descontrolaba al frente.
—No puedes ser —balbuceé—. Mat, creo que... creo que Galahad es un valiniano, o al menos tiene algo que ver con ellos.
Mateo se me quedó viendo de forma inexpresiva.
—¡Imposible! Los valinianos no pueden bajar de la estratosfera, están exiliados, y no tienen la capacidad de habitar un cuerpo humano.
Me encogí de hombros ante esos hechos. Yo también lo sabía, pero, ¿qué otra explicación podíamos darle a lo que observábamos? Los valinianos, así como los kinianos, eran existencias energéticas, formas etéreas incapaces de sentir emociones, cuya aura era color violeta. Una mente colmena sin motivaciones o deseos, que ahora parecía estar descendiendo, acudiendo al llamado de Galahad Kane.
—¡Tenemos que pararlo!
—¡¿Cómo pararás esto?! ¡¿Matándolo?! ¡Mira eso!
Mateo señaló la parte más alta del hotel. Los valinianos comenzaban a dispersarse sobre la ciudad, formando pequeños cúmulos. Uno de ellos se introducía en el hotel, hasta perderse de vista. Y casi enseguida, un coro de lamentos y sonidos guturales comenzó a escucharse, proveniente del interior.
No tardamos en descubrir lo que era. Detrás de nosotros, provenientes del hotel, una gran cantidad de cuerpos se acercaban hacia nosotros. No parecían vivos, sino cadáveres reanimados. Lo que veía, era un efecto muy parecido a lo que ocurría cuando un salvaje, como Apestosito, se apoderaba del cadáver de un muerto.
—K-Katziri —balbuceó Mateo—. Eso de ahí... son los humanos que Sullivan y yo matamos hace unos momentos.
Aterrada, observaba la situación. Mi vista pasaba de los cadáveres a Galahad, y de Galahad, a los cadáveres. Todo estaba fuera de control.
—Mat, lo siento mucho, pero creo que es hora de llamar a la guardia. No, a la guardia no... a mi padre.
Enseguida, Mateo corrió a mí para impedir que utilizara mi E-Nex.
—¡No! ¡Espera! ¡¿Qué estás haciendo?! —preguntó—. Si das aviso, se llevarán a Galahad Kane, ya lo habíamos hablado. Ahora está más que claro que debe tener alguna conexión con El Supremo, y tenemos que averiguar cuál es. Si avisas a la guardia, o a tu padre, se lo llevarán y jamás lo sabremos.
Aparté a Mateo, observándolo como si no lo conociera.
—Mat, ¡escúchate! ¿Me estás pidiendo que haga caso omiso de esto? ¡Los cadáveres humanos están siendo reanimados por los valinianos! Si no solicitamos apoyo, este problema podría volverse mucho más complicado que el que tenemos actualmente con los vampiros. ¡Todo el mundo podría irse al carajo! ¿Te importa más encontrar a esa estúpida mujer, que impedir miles de muertes?
Mateo me miró, con los ojos llenos de furia, sin soltar mi muñeca.
—No lo entiendes Kat, la que está cegada eres tú. Si no detenemos a El Supremo, estas cosas seguirán ocurriendo, y nunca pararán. Estoy seguro de que ella es responsable de esto y, si para dar con ella tengo que sacrificar unas cuantas vidas, así sean las de toda una ciudad, lo haré sin dudar. Sólo así, se salvarán cientos de miles más.
Me quedé boquiabierta, incrédula ante lo que escuchaba. No podía creer que la persona que estaba de pie, frente a mí, era Mateo, mi pareja.
Tomé aire, contuve la respiración y, tirando con fuerza, me solté del agarre de Mat, liberando mi muñeca. Lo miré, dolida, incapaz de contener una lágrima. Activé mi E-Nex y, sin dejar de mirarlo, entablé comunicación.
—Gran Sabio Keitor —hablé, mientras Mateo me miraba con la misma expresión de incredulidad que yo a él—. Tenemos un problema muy grave en la ciudad. Solicito refuerzos cerca de la Plaza Mayor... Sí, puedes verlo tú mismo, desde cualquier ventana.
Ya estaba, lo había hecho. Mi padre había sido informado de la situación, y él sabría qué hacer. Bastaron tan sólo unos segundos, para que así, de la nada, una inmensa barrera energética apareciera sobre el cielo nocturno, bloqueando el paso a los valinianos que aún descendían hacia la ciudad. Era una barrera tan enorme, tan inmensa que no se le alcanzaba a ver fin. Parecía un gran domo, un domo que protegía la ciudad.
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