16. Galahad Kane
Pista de audio recomendada: Best Of Slow Blues Music | Night Relaxing Songs - Slow Rhythm
[Nota: Se recomienda activarla al momento de subir a la limusina]
Mateo no dejó que informara a la guardia, a la GIV, ni siquiera a mi padre. Yo no quería que volviese a molestarse conmigo, así que decidí seguirle el juego. De cualquier forma, parecía un caso sencillo que prometía solucionarse esa misma noche. Capturar a un solo kiniano era una tarea muy simple.
Con la posibilidad de contactar a Galahad Kane directamente, todo cambió para bien. El plan que tenía en mente para evitar que Mateo cometiera una estupidez, consistía en una ilusión. Me haría pasar por la doctora Sona y pactaría una cita con el jefe de la mafia. Le seguiría el juego hasta que estuviésemos en intimidad, le sacaría toda la información que necesitábamos y entonces lo capturaría para entregarlo a las autoridades kinianas. Una de las pocas desventajas de formar parte de los cuerpos de seguridad del mundo energético, era que todas nuestras acciones estaban bajo el escrutinio público.
Pactar la cita con Galahad fue mucho más sencillo de lo que esperaba. Bastó con enviarle un mensaje de texto, fingiendo ser Sona, insinuándole tener ganas de divertirse en la noche. La respuesta había llegado en cuestión de minutos, proporcionando lugar y hora para el encuentro.
Ya todo estaba preparado. Era casi media noche y yo estaba sola, vistiendo una bata blanca, torciendo las cuerdas de la realidad a mi alrededor para modificar la percepción ajena de mi apariencia. Para cualquiera que posase su vista sobre mí, luciría igual que la doctora Sona. En la oreja izquierda, simulando una arracada, usaba un E-Nex modificado, con el cual mantenía comunicación directa con Mateo. Él se encontraba cerca, monitoreando mi camino y preparado para apoyarme en caso de cualquier eventualidad. Me parecía innecesario, por supuesto, no había razón para preocuparse. En comparación con los amos vampiros, un simple kiniano no representaba ningún peligro.
«Está aquí», hablé, transmitiendo mi voz a través del comunicador. «Más vale que no pierdas detalle de lo que diga, Sona no habla, así que será difícil conseguir información».
«Mientras no tengas que tocarlo para conseguirla», respondió Mateo.
«No me vengas con eso ahora, Mat, eres tú el que nos orilló a esta situación. Ahora silencio, que alguien está bajando del auto».
A las afueras del callejón en el cual me había citado, una limusina negra se había detenido. Dos guardaespaldas armados, hombre y mujer vestidos de negro, bajaron del auto. Uno de ellos era un hombre moreno y calvo, muy grande, la otra era una mujer rubia, alta, de aspecto intimidante. Ambos eran humanos. ¿Un kiniano que usaba guardaespaldas humanos? ¿Qué clase de persona era Galahad Kane?
La mujer abrió la puerta trasera de la limusina, y se quedó a resguardarla. El hombre calvo caminó directo hacia mí. En cuanto me tuvo delante, extendió su mano de forma cortés.
—El señor Kane le espera —habló con un acento caribeño. Su voz era grave y profunda.
Asentí sin decir palabra alguna. Sería difícil hacer un interrogatorio sin poder hablar, pero estaba lista para dar mi mejor esfuerzo.
Sostuve la mano del guardaespaldas y dejé que me guiara de vuelta a la limusina. El sonido de mis tacones se perdía en un eco que se quedaba atrás, en el callejón, conforme me acercaba al auto. En cuanto llegué a la puerta abierta, la mujer que esperaba a un costado me ofreció apoyo para entrar. Con cuidado, abordé el vehículo, permitiendo que los guardaespaldas cerraran la puerta por mí.
—¿Me extrañaste, Sona?
Una voz masculina, cuya tonalidad se escuchaba ridículamente forzada para parecer sensual, me recibió.
El interior de la limo era muy amplio, parecía una sala, con frigobar incluido. No era la primera vez que subía en una, pero esta tenía algo único, algo que prometía convertir el viaje en toda una experiencia. Las luces eran tenues, y un blues suave se escuchaba de fondo. Por lo que respecta a mi anfitrión, para ser el jefe de la mafia, era mucho menos imponente de lo que cualquiera hubiese pensado. Su edad rondaría entre los treinta y cuarenta, y lo que más llamaba la atención, además de su vestimenta anticuada de mafioso italiano de los años cincuenta, era el rubio vello facial que se acumulaba bajo su barbilla, sólo ahí, porque aún no terminaba de salirle en el resto de su rostro. Su aura dorada se veía clara, pero, había algo en ella, algo que no terminaba de comprender, pues desprendía destellos de un color violeta que nunca antes había visto en ningún otro kiniano.
Sentí que el vehículo se puso en marcha.
Mi primera reacción fue olfatear. Olía a colonia masculina, exceso de esta, diría yo. Un olor moderado a vainilla mezclado con lavanda, como a pastelería.
—¡Ah! ¿Lo notaste? —habló el hombre que estaba delante de mí, cruzando la pierna y reclinándose en el respaldo del asiento, como todo un Don Juan—. Es EXA, Cinnamon Roll. Lo pedí después de nuestro primer encuentro, especial para ti. Dicen que tiene un aroma de otro mundo, ni siquiera sé de dónde sale. Como no puedes... ya sabes, hablar, creí que estimular tus sentidos sería bueno para ti.
Tragué saliva, ese sujeto iba directo al grano. Además, ¿qué tenía que ver el que Sona no pudiese hablar, con estimular sus sentidos? ¿Acaso sabía algo sobre mujeres?
Simulé una sonrisa incómoda, pues por lo que pude deducir, el primer encuentro entre estos dos, no debería haber sido muy bueno. Me encontraba en el papel de una chica que no sabía si lo que hacía era lo correcto.
Como respuesta a mi gesto, Galahad también sonrió.
—Sé que estás intranquila, que debes estar pensando que lo de aquella noche fue un error, pero el hecho de que estés aquí, hoy, significa que quieres darte... darnos otra oportunidad. —Se inclinó hacia delante para hablarme más de cerca. Yo me encontraba en el asiento que estaba junto a la puerta—. Mira, eres una chica extraordinaria. Me has visto hacer y decir cosas horribles y, aun así fuiste capaz de no espantarte. No sólo eso, sino que has puesto todo el empeño de tu corazón en animarme y ayudarme a salir de este pozo de desesperación en el que me hallo. No nos conocemos casi de nada y, de alguna manera, has sido mi luz esperanzadora durante este día. A una parte de mí le gustaría estar contigo, pero eso es imposible. Tú no eres para mí, y yo no soy para ti. Lo mejor que podemos hacer, es disfrutar de esto como dos adultos afligidos durante la noche, y por el día mirar a otro sitio, sin pensar el uno en el otro.
Las palabras de Kane debían tratar de transmitirme seguridad, aunque no lo consiguieron en lo absoluto. A pesar de eso, si no cooperaba, la misión fracasaría, así que fingí una sonrisa comprensiva y sincera. Como él, imité su gesto, me incliné hacia delante y extendí mis manos para tocar las suyas.
La piel de Galahad era rugosa, la de alguien que había pasado por duros momentos en la vida, pero también, la de alguien que había convertido la vida de otros en un infierno. Por el momento todo iba bien, el hombre parecía confiar en Sona y en su silencio, y estaba hablando más de la cuenta por sí mismo.
—¿Recuerdas nuestra primera noche? —preguntó, acariciando mis manos con cara de bobo—. Yo no he dejado de pensar en esos momentos. Tal vez... Tal vez suene tonto para ti, pero esa fue la primera vez que estuve con una mujer. Sé que tú... es decir, no quiero que pienses algo que no, pero sé que esa no fue tu primer experiencia, pero quiero que sepas que todo está bien. Yo estoy bien con eso, y quiero aprender más de ti.
Había algo muy extraño en todo esto. Mientras más hablaba conmigo, menos parecía el jefe de un imperio criminal. Ahora comenzaba a preguntarme si Mateo y yo habíamos dado con el sujeto correcto.
—¿Traes ese bloc de notas contigo? Me gustaría saber qué piensas de esto, ¿te está gustando la velada? Te tengo preparado un lugar muy especial para esta noche, y quiero presentarte a alguien muy especial para mí.
Sabía que en algún punto llegaríamos a eso, así que me solté por un momento de las manos de Galahad para buscar algo en mi bata. Me hice con un cuaderno de bolsillo, el cual tenía un bolígrafo embebido en el espiral de las hojas. Escribí algo para él.
«Me gusta, Kane, muchas gracias. Estoy nerviosa, pero también ansiosa».
Traté de seguir con la coartada de la chica segura, pero precautoria. Al leer la nota sonrió de oreja a oreja, como si le hubiese dado un regalo muy valioso. De alguna manera, la situación me estaba haciendo parecer la mala. No sentía ningún instinto asesino en el hombre que me observaba.
—Déjamelo a mí, yo me encargaré de que tus ansias se consuman en grande. —Tras decir esas palabras, se levantó de su asiento y caminó encorvado hacia el frigobar. Lo abrió y sacó dos botellas. Cerró la puertecilla con el pie y se dio la vuelta, bailando de forma estúpida, hasta llegar a sentarse junto a mí—. Bueno, vamos a beber, ¿no? Pues venga, que rule. El mejor whisky de Madrid, y un poco de vodka ruso. Esta vez no hay tequila, porque, bueno, tú sabes, pero si quieres podemos parar en algún lado y conseguirlo.
Reí de forma genuina, no tuve la necesidad de fingir. Volví a tomar papel y pluma. Escribí.
«Tú sí sabes lo que es bueno». Entregué la nota, hice dos gestos y un par de miradas. Eso debería bastar para que comprendiese que accedería a lo que él quisiera.
Galahad destapó la primera botella con gran alegría y realizó una mezcla burda de bebidas. Mateo seguro estaría muy molesto, al otro lado del comunicador, tal vez no precisamente porque estuviese a punto de beber con otro hombre, sino porque iba a consumir una bebida alcohólica de la más baja calidad en comparación con las que él podría preparar.
Entre risas silenciosas y brindis exagerados, Galahad Kane y yo continuamos bebiendo durante el viaje a quién sabe dónde. No tuve que esforzarme demasiado en fingir pasarla bien, porque realmente me estaba divirtiendo. El hombre podía ser un tonto, pero al menos tenía temas de conversación llevaderos, los cuales acompañaba con una personalidad carismática y tonta.
Las copas se vaciaban, una tras otra, mientras yo fingía perderme en la incertidumbre del alcohol. Por fortuna, mi biocontenedor estaba adicionado con un bloqueo de embriaguez, que me impedía caer víctima de dichos efectos. Por su parte, Galahad Kane no parecía tener dicho bloqueo activado, porque minuto a minuto parecía más alegre y hablador. Algo muy bueno para la causa, porque así pronto podría sacar la información que me interesaba.
No sé cuánto tiempo pasó, pero para cuando la limusina se detuvo, ya conocía gran parte del pasado de Galahad. Para mi sorpresa, esa historia coincidía con los datos que teníamos sobre él, lo cual confirmaba que no mentía, realmente se estaba abriendo conmigo, con gran sinceridad.
Resulta que había sido huérfano desde que recuerda, pero decidió escapar del orfanatorio a los doce. Después pasó su vida deambulando por las calles de Madrid, hasta hace unos diez o nueve años, cuando, después de robar un banco, fue atrapado por gente de la mafia. Ahí, había encontrado un verdadero hogar, según él, hogar del cual ahora disfrutaba a lado de, lo que consideraba, su verdadera familia.
Me parecía raro que toda su vida la hubiese contado desde la perspectiva de un humano normal. Jamás había hablado de nada, nada que tuviera que ver con los kinianos. Lo comprendía en cierta manera, porque la doctora Sona, con quien se suponía estaba hablando, era una humana, pero ni siquiera yo podría haber contado la historia de mi vida con tal sinceridad, entre lágrimas, sin dar indicios de estar mintiendo u ocultando algo. No, Galahad me había contado todo, y no parecía haber nada raro en su discurso.
A pesar de ello, la verdad era innegable. La persona que estaba conmigo era, sin lugar a dudas, un kiniano. En caso de que Galahad realmente estuviese diciendo la verdad, sólo podía significar una cosa. Él era un recién surgido. Había despertado su lado kiniano hace poco y, si esa teoría era cierta, seguro había utilizado esas habilidades para convertirse en la cabeza de las organizaciones criminales de Madrid, lo cual coincidiría con la muerte del jefe anterior. Malas noticias para Mateo, hasta el momento, no había indicios de que El Supremo tuviera algo que ver con esto. Tan sólo parecía un caso especial de un despertar, a una edad poco convencional, y en una persona en una posición poco común.
—Ia... Ia iegamos, Son... hip... Sona. Herna... Hernán te acompañará. Rebe.... Rebeequiita, ayúdame a mí, anda.
Galahad abrió la puerta, y enseguida fue auxiliado por la mujer que vestía de negro. Ya estaba totalmente perdido. Apenas estuviésemos solos, podría comenzar el verdadero interrogatorio.
La otra puerta se abrió junto a mí, y la mano del fornido guardaespaldas me recibió, esperando que aceptase su apoyo. Tenía que fingir lo mejor posible, al menos estar igual de perdida que Galahad Kane, así que hice mi mejor actuación de una mujer mareada.
Me tomó cinco intentos encontrar la mano del guardaespaldas, presumiblemente llamado Hernán, y cuando lo conseguí, tropecé dos veces antes de poder bajar de la limo. El hombre tuvo que ayudarme a mantenerme en pie. Ofreció cargarme, pero me negué, bastaba con que me prestara su brazo para apoyarme y caminar. Al principio, noté que lo confundió un poco mi actitud, pero me ayudó sin decir nada, caminando detrás de Galahad Kane.
Nos llevaron a una habitación lujosa, dentro de un lugar totalmente desconocido para mí. No sabía en dónde me encontraba, pero no importaba, ese trabajo ya correspondía a Mateo.
La mujer dejó a un Galahad consumido por el alcohol sobre una cama con sábanas de seda, para luego dar la vuelta y salir. Cuando lo hacía, me miró de forma suspicaz, acusadora, como si estuviese dejando en mis manos algo muy preciado. El segundo guardaespaldas me llevó hasta la cama, y me dejó ahí. Antes de irse, se me quedó viendo por unos momentos. Yo hice lo mismo. Él ladeó la cabeza un poco, luego realizó un gesto de cortesía y también se marchó. La puerta se cerró apenas salió, incluso escuché que pusieron llave por el otro lado.
Me encontraba en algún tipo de suite, en un hotel lujoso. No había cámaras, al menos no visibles. Una salida daba al balcón, desde donde observaba el cielo de una ciudad. Nos encontrábamos a mucha altura. Esa sería la mejor ruta de escape apenas consiguiera lo que deseaba.
Centré la vista en Galahad. El hombre reía, mientras terminaba de desabotonar su camisa.
—Anda ia, deja que yo te haga esa... esa... lo de la otra noshe.
La voz del hombre sonaba como un violín desafinado. Me provocaba risa, pero no había tiempo para divertirme.
Con poca sutileza, me quité la bata de doctora, me senté sobre las piernas de Galahad, e hice ademán de comenzar a quitarme la blusa. En ese momento, escuché una vocecilla cerca de mi arracada.
«¡Katziri! ¡¿Qué estás...?! ¡¿Qué estás haciendo?!». Era Mateo, quien ya no se resistía. No podía verme, pero seguro que estaba escuchando lo que ocurría.
«¡Shh! Déjame trabajar», respondí en voz muy baja, y retiré la arracada de mi oreja. La arrojé hacia la cama. Él podría seguir escuchando, y su voz no me distraería.
Continué desabotonando mi blusa, hasta que me di cuenta de que Galahad me miraba atónito, con la boca abierta.
—¡Pero Sona! Tú acabas de... —Se tambaleó y necesitó sostenerse de mi cintura para no caer con su peso hacia delante—. ¿Acabas de bablar?
Tragué saliva. Era ávido, me había escuchado. Sin embargo, la situación estaba de mi lado.
—Shh —respondí—, estaba guardando este secretito para ti.
—She... Secreti...
Galahad intentó hablar, pero enseguida abracé su rostro y lo estrujé contra mi pecho. Eso pareció gustarle, y simplemente se dejó llevar.
—¿Te puedo contar otro secreto, Kane? —pregunté, alejándolo de mí, antes de que se asfixiara.
Él, cuyo rostro estaba rojo, simplemente asintió con la cabeza. Estaba al borde del colapso etílico, si no hacía algo pronto, lo perdería.
—¿Ves esta aura? Soy como tú, Kane, una kiniana. ¿Cuándo descubriste que tú eras un kiniano?
Cuando dije esas palabras, removí parte de mi ilusión, aquella que suprimía los sentidos de otros, permitiendo que Galahad visualizara mi aura. Él, que tenía los ojos cerrados, intentó abrirlos con poco éxito.
Le di una bofetada. Lo despertó.
—¿Qué? ¿Qué? Ah, sí, sí. Dorado, aura. Qué bonita.
Puse los ojos en blanco, ¿de verdad ese hombre era el jefe de algo?
—Vamos, Kane, piensa, ¿hace cuánto puedes ver auras doradas?
—¿Kane? No... No me digas Kane. Galahad... Galahad para ti, ¿quién eres?
Parece que comenzaba a darse cuenta de que ya no estaba hablando con la inocente doctora Sona.
—Galahad, ¿por qué mataste a tu antiguo jefe?
El hombre reaccionó en cuanto hice esa pregunta. Me empujó, se hizo para atrás e hizo un esfuerzo grande para abrir los ojos.
—¿Qué? ¿Qué estás? ¿Qué estás diciendo? ¿Quién eres tú?
Tuve que pensar en algo, rápido.
—Soy tu amiga, sólo quiero ayudarte.
Galahad se llevó las manos a la cabeza, recargó la espalda contra la pared y se dejó caer, como si estuviese sufriendo un ataque de pánico.
—El jefe, yo... ¡Yo no quería! —Estaba empezando a levantar la voz, así que me acerqué a él corriendo para ponerle la mano en la boca y pedirle que hablara más bajo—. Esto, yo... —Se miró ambas manos, aterrado—. ¡Él estaba muerto a mi lado! Yo no sé qué es. Ese poder. No lo quería, no lo pedí.
Levantó la vista, me miró con cuidado. Aún parecía ebrio, pero su parte kiniana comenzaba a superponerse. En ese momento escuché un gruñido detrás de mí.
—Sona yo... —Se dio un golpecillo en la cabeza—. Luke, ¿qué estás haciendo? Atrás, amigo, ella no...
Pero ya era tarde. Giré la vista, tan sólo para encontrarme con un perro grande. No era un can asesino, sino un bonito Golden Retriever, que se abalanzaba contra mí, ladrando de forma amenazadora.
Recibí la mordida con mi antebrazo. Los colmillos chocaron contra mi piel, sin lograr atravesarla, pero el temerario perro no se rindió. Trató de zarandearme, con fuerza. No lo permití, simplemente me quedé ahí, sin moverme.
—¡Para Luke! Ella es invitada —decía Galahad, todavía sin percatarse de lo que ocurría. Realmente parecía preocupado porque el can no hiciera daño a Sona—. ¡Lo siento, Sona! ¡Lo siento! ¡Luke, para ya! ¡Te dije que te comportaras, hoy quería presentártela!
Inhalé profundo. Miré a mis lados, conmovida por la situación. Por un lado tenía a un perrito mordiendo mi brazo de forma salvaje, incapaz de dañarme, incapaz de ayudar a su dueño. Por otro, tenía un hombre que no había caído en cuenta de que estaba siendo engañado, utilizado, intentando impedir algo inevitable.
Tendría que abortar la misión. Para mí, estaba ya muy claro lo que ocurría. Galahad Kane no tenía nada que ver con El Supremo. Era tan sólo un pobre recién surgido que no había sabido qué hacer con el poder que acababa de despertar. Lo único que no podía explicar, era ese resplandor color violeta en el aura de ese hombre. Apenas saliera de ahí, tendría que llevarlo a un Centro de Rehabilitación Etéreo para que recibiera la ayuda pertinente. Mateo tendría que vivir con eso, pero al menos los conflictos y las muertes humanas pararían.
Levanté ambas manos, preparando una onda energética, lista para poner a dormir, tanto al perro como a Galahad. Sin embargo, en ese preciso momento, la puerta de la habitación se abrió de par en par, obra de la patada propinada por uno de los guardaespaldas de Galahad.
El ruido llamó mi atención, pero no tanto como lo que vi a continuación. Los guardaespaldas de Galahad Kane entraban en la habitación, portaban armas que nunca antes había visto. Abrí la boca por la sorpresa, pero en ese momento recibí dos disparos que nublaron mi visión de un momento a otro.
Caí al suelo, inmóvil. No lo entendía, no podía moverme. ¿Qué clase de tecnología habían usado? ¡No la conocía! Ni siquiera en el área de inteligencia tenían algo capaz de derribar a un kiniano de Clase S, como yo. No... no es que me hubiesen derribado. Seguía consciente, pero mi cuerpo estaba paralizado. Era otra cosa, algo menos potente, pero muy útil.
Sonreí para mis adentros, aunque nadie pudo notarlo. Parece que la misión iba a ser un poco más divertida de lo que esperaba.
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