14. El Taller Tablones
Domingo por la tarde, y me encontraba llamando a la puerta de la casa de un humano. Hacía tanto que no tenía ese tipo de contacto con uno, que no estaba seguro de cómo llevar la situación.
Me preguntaba cómo le estaría yendo a Katziri con el otro, esperaba que al menos uno de nosotros pudiese conseguir algo más sobre Galahad Kane.
—¿Quién es?
La voz de un niño se escuchó al otro lado de la puerta.
—Pelayo, aléjate de la puerta, ya te he dicho que no abras a nadie.
Esta vez fue una mujer quien habló, reprochando la conducta al niño y precediendo el sonido de pasos adultos acercándose a la puerta.
—¿Qué desea? —preguntó la mujer, a través de un comunicador a un costado del pórtico.
—Soy detective, busco al señor Tablones, ¿está en casa?
—Ya lo llamo, oficial, espere un momento.
Se hizo silencio y al cabo de dos minutos la puerta se abrió. Un hombre alto, fornido y sudoroso salió de la casa. Tenía que mirarlo hacia arriba, su presencia varonil habría sido intimidante, de no ser porque su cuerpo no desprendía aura alguna. Era un humano ordinario.
—Que pasa, oficial, ¿hay algún problema?
A pesar de que era muy grande, su actitud era alegre y cordial.
—Necesito hacerle unas preguntas, señor Tablones, ¿tiene algo de tiempo?
—Ya, claro, es domingo. Estaba esperando la MMA, haciendo flexiones, claro. Para ser oficial eres un tirillas, ¿no? Podría recomendarte un buen instructor, JUAN, con mayúsculas, pues no acepta ser nombrado de otra forma que no sea a voces. Le debo toda mi rocosidad.
Y así, de la nada, el hombre hizo un gesto de orgullo mientras tensaba bíceps y pectorales. Menudo ejemplar había encontrado.
—Ya, ya, te lo agradezco, pero no gracias, no por el momento.
—Venga hombre, vienes a mi casa a pedir, pero no quieres dar, anda, haz un par de flexiones conmigo y te diré lo que quieras
Levanté las cejas, sorprendido, sin embargo, Eduardo Tablones parecía hablar en serio.
—De acuerdo.
Me fui al suelo, él también. Ambos apoyamos las manos en paralelo y comenzamos a hacer flexiones. Se le veía sumamente motivado, como si disfrutase la experiencia, o como si esa fuese su manera de entablar relación o romper el hielo con alguien. No me quedó más que reír para mis adentros. Me estaba... ¿divirtiendo? ¿Hace cuánto que no me divertía en servicio?
Hicimos veinte y paramos, nos pusimos de pie.
—FUAAARK —gritó Eduardo al finalizar el ejercicio—. ¡Eso, se nota que eres de fiar! No tendrás músculo, pero estás en forma. Entiendo que te cueste un poco, pero tienes que trabajar duro para superar tu estado actual y ponerte pedregoso como yo, me lo dijo mi maestro hace mucho. Venga, vamos al taller y responderé tus preguntas. Intuyo que no serán agradables, y no quiero molestar a Helena y al chico. —Se me acercó para hablar en voz baja—. Es la mejor esposa, pero asustaría al mismo diablo si la viese enojada.
Solté una risotada.
—Claro, claro, mujeres.
Ambos asentimos y nos alejamos del pórtico. Dejé que Eduardo guiara, me llevaba a la entrada del taller, que estaba muy cerca de la casa. Taller Tablones, rezaba un letrero a la entrada.
Eduardo abrió una puerta y entró, manteniéndola así para darme paso. El interior era tan común como cualquier otro taller de reparación de autos. Había algunos vehículos desarmados, grasa y aceite por todas partes, mesas y herramientas. El negocio estaba cerrado.
—Entonces, oficial, ¿cómo puedo ayudarle? —dijo, sentándose en cuclillas sin tocar el suelo, en pleno aire.
—Iré al grano, señor Tablones. Estoy investigando el caso de la muerte de un criminal muy importante en Madrid. Se cree que fue reemplazado por otro, uno de nombre Galahad Kane. Quiero encontrarlo y acabar con su oleada de crímenes, y esperaba que usted pudiese ayudarme. Sé que pagaba protección a los matones para que no se metieran con su negocio, también sé que hacía tratos con un tal Víctor, quien estaba relacionado directamente con el anterior jefe criminal de Madrid. ¿Qué puede decir al respecto?
Eduardo rio, y de pronto su expresión pasó de ese tono cómico, a uno de total seriedad. Se puso de pie y comenzó a caminar por el taller, con ambas manos en los bolsillos.
—¿Ves este Seat Marbella? —habló, golpeando con el codo el capó de un auto viejo—. Aquí fue donde comenzó todo. Aquí murió hace 9 años, mi padre.
Su respuesta me sacó de contexto. Intuía que vendría más, así que no interrumpí, lo dejé tomarse su tiempo y continuar.
—Lo mató un perro rabioso, ¿desde cuándo hay perros rabiosos asesinos sueltos en Madrid? Yo estaba entrenando, no pude hacer nada. Al principio quise irme, dejar todo y comenzar de nuevo, lejos, pero ella me detuvo, Helena. Me hizo recapacitar, poner los pies en la tierra, y entonces decidí honrar la memoria de mi padre, manteniendo vivo este taller. Desde entonces, he hecho todo lo posible por mantener en alto el nombre de los Tablones, y no quiero que vengas y digas que yo hacía negocios con la mafia.
Arrugué la frente.
—Dígame entonces, señor Tablones, ¿cuál era su relación con Víctor?
Se cruzó de brazos y se recargó en el viejo Seat Marbella.
—Pagaba para que mantuviese a sus matones lejos del vecindario. Desde que tengo un hijo, mi prioridad es que crezca seguro. Víctor está muerto, ¿no?
—¿Cómo lo sabe?
Eduardo sonrió.
—Porque no ha venido por el cobro de este mes. Parece que hay problemas, y los problemas nos alcanzarán. Tal vez sea momento de tomar mis cosas e irme lejos, muy lejos.
—Negativo, señor Tablones. Me entristece decirle que ninguna parte es segura ahora mismo. Lo mejor que puede hacer por su familia, ya lo está haciendo, y es quedarse con ellos, así como compartir toda esta información conmigo.
Se encogió de hombros.
—Por desgracia no tengo nada más qué decir, me temo que no puedo ayudarte más. Si Víctor está muerto, se acabó. No sabía más, ni conocía más. No quería relacionarme con esa gentuza. Leí en una nota que últimamente dejan incluso cadáveres meados. Malditos degenerados.
De pronto la desilusión se apoderó de mí.
—¿De verdad no sabe nada más, señor Tablones? Ha escuchado sobre Galahad, ¿sabe en dónde podría encontrarlo?
—No, a todo. ¿Galahad? Menudo nombre de vago es ese. Pero si de algo estoy seguro, es que no está llevando bien el negocio. Su antecesor cuidaba a los empresarios de la zona, este tal Galahad nos ignora por completo y promueve conflictos. Debe ser un niñato primerizo.
Suspiré.
—Comprendo, señor Tablones, creo que le estoy haciendo perder su tiempo. Lamento molestarlo. Una cosa más, antes de que me vaya. —Busqué en el bolsillo del traje que vestía, saqué una tarjeta y se la entregué—. Si necesita protección, o se encuentra en peligro, llame. Alguien vendrá enseguida. Estamos viviendo tiempos difíciles, y usted parece ser un padre ejemplar. Cuide a su familia, estoy seguro de que ellos le agradecen todo su esfuerzo.
Eduardo recibió la tarjeta y la guardó sin apenas mirarla.
—Lo haré, y gracias por la oferta.
Moví la cabeza en un gesto de cortesía y permití que el hombre liderara la marcha hacia el exterior del taller. Una vez afuera, nos despedimos con un estrechón de manos y él se marchó de nuevo a casa, en donde fue recibido por la juguetona voz de su hijo.
Sonreí con melancolía al ver aquella escena. Me recordaba a mi propio padre. Si mi vida hubiese sido un poco distinta, tal vez yo habría podido ser ese niño feliz, que no tenía que preocuparse por un mundo lleno de muerte y odio. Era tranquilizador y satisfactorio descubrir que todavía había familias viviendo a gusto, en total ignorancia de lo que estaba ocurriendo allá afuera. Siempre anhelé eso del mundo humano, la bella y feliz ignorancia.
Le di la espalda a esa pintoresca casa para alejarme en dirección al auto negro en el cual había llegado. Abrí la puerta del copiloto y la cerré después de subir a bordo. Inhalé profundo, exhalé despacio.
—¿Lo tenemos? —preguntó el hombre que estaba al volante.
Volví a respirar hondo.
—No —respondí junto con una larga exhalación—. No sabía nada, es un padre de familia común y corriente que pagaba a la mafia por protección para su negocio.
Mi acompañante, que fumaba un cigarrillo, sacó el humo por la ventanilla. Vestía de negro, completamente. Ropa de cuero, ajustada, con una pechera llena de armas.
—Es curioso. Nunca había escuchado el nombre de Galahad Kane y, aunque no se esfuerza por ocultarse, parece imposible encontrarlo. Es como si alguien, que no fuera él, estuviese ocultando su rastro.
—Tiene que ser obra de ella, es la única manera. El Supremo debe estar usando a Galahad Kane con algún propósito, pero, ¿cuál?
—No lo sé, chico —replicó el hombre—, yo no estaría tan seguro. He estado siguiendo la pista a Kalro tanto como he podido en los últimos meses, y la última vez que supe algo de ella, era información antigua proveniente de Rusia. No me cuadra que viniese a Madrid, de pronto, después de haber asesinado a Krono y Kizara, para jugar a la mafia con los humanos.
Suspiré.
—No lo sé, Sullivan, sé que es ilógico, pero algo me dice que es ella, que esto es obra suya, y que algo importante se nos está escapando. Llámalo obsesión si quieres, pero me parece más lógico que sea Kalro la culpable, a que un kiniano aleatorio haya decidido, de pronto, y con todo lo que está pasando, ponerse en la cima de la mafia para causar caos en la ciudad. Tampoco tiene sentido.
—Para mí lo tiene más. Un simple loco cualquiera, que, tras saber que el mundo está a punto de colapsar, decidió lanzar su vida por la borda y hacer lo que siempre quiso. Quién sabe, ¿tú qué harías si supieras que el mundo se va a acabar?
Golpeé ligeramente el guardabrazos de la puerta y respondí entre dientes.
—Haría justo lo que estoy haciendo ahora, tratar de impedirlo. Maldita sea, ¿por qué todos piensan que estoy loco?
Sullivan, el hombre que alguna vez fue mi maestro, soltó una risotada.
—No lo sé, Kesen, tal vez lo estés. Pero, ¿quién no lo está hoy en día? Mírame a mí, ha pasado casi un siglo y sigo buscando venganza. Estoy loco, y no me importa. Mi vida no tendría sentido sin esa locura.
Reí junto con él.
—Jamás creí que lo diría, pero te entiendo. Sólo me gustaría que esa locura no terminara por arruinar mi vida.
—Oh, lo hará, chico, lo hará. En algún punto tendrás que decidir qué es más importante para ti. Al final, ¿para qué vives? ¿Por venganza, o porque realmente quieres vivir?
Me quedé anonadado por esa pregunta. Nunca me había detenido a pensar en ello, no porque no quisiera, sino porque tenía miedo de la respuesta. No quería aceptar que vivía sólo por la venganza, pero tampoco deseaba alejar mi mente de aquel pensamiento, porque sabía que, sin la suficiente motivación, podría olvidar fácilmente lo que tenía qué hacer.
—¿Nunca te has arrepentido, Sullivan? De elegir el camino que tomaste. ¿Cómo has podido soportarlo?
Esta vez fue él quien respiró hondo.
—Nunca, Kesen, nunca me he arrepentido, pero te diré una cosa. Está bien si te arrepientes, pero arrepiéntete a tiempo. Mi vida no fue la misma que la tuya, no la tomes de ejemplo. Mi familia fue asesinada, por completo, no me quedó nada, ni nadie. Lo único que me quedó, fue el deseo de arrebatarle la vida al causante de ese dolor, a Kalro. Tú, muchacho, todavía tienes una vida fuera de eso. Te quitaron a tu familia, pero aún tienes compañeros, amigos, a esa chica. El camino que yo elegí, lo recorro en soledad porque al final sé que me llevará a la muerte. Kesen, ¿estarías preparado para morir por consumar tu venganza? ¿Sacrificarías lo que tienes en este momento para conseguirlo? No cometas el error de compararte conmigo, chico, podremos tener el mismo objetivo, pero somos muy diferentes.
Esta vez no respondí, me quedé en silencio, meditando las palabras del viejo maestro. Siempre había sido duro, seco con las palabras, pero era un buen guía. Cuando estuve atrapado con Velasco, fue él quien siempre me sacó adelante, me dio esperanza, me mantuvo cuerdo. Le debía mucho a Sullivan, pero no me dejaba pagárselo. Tal y como lo decía, él era frío y calculador. No tenía interés alguno en formar un lazo, o un vínculo conmigo. Me ayudaba porque era benéfico, y porque trabajando juntos podríamos conseguir nuestro objetivo más fácil. Me daba consejos porque quería, y podía hacerlo, pero estaba seguro de que le daba absolutamente igual si los seguía o no. Así era él, un hombre muerto en vida, que lo único que quería realmente, era devolverle a Kalro al menos una parte de todo el dolor que le causó.
Los últimos cinco años me había acercado a Sullivan más como un camarada, que como un aprendiz. Eso me había permitido conocer su verdadera naturaleza. Hace tiempo me había contado una historia, la historia de un hombre cuya esposa e hija habían sido asesinadas por los vampiros. Ahora sabía la verdad. El hombre de aquella historia, era él. Un mercenario al que le arrebataron todo. Se había infiltrado en los círculos vampíricos, sin ser uno de ellos, con tal de encontrar la manera de acercarse a Kalro. Él era un experto moviéndose por el submundo, y yo tenía contactos que nos ayudaban por vías legales. Muchas de las ubicaciones de restaurantes destruidos por Katziri, habían sido proporcionadas por Sullivan, así como también una gran cantidad de las redadas a núcleos vampíricos en las que yo había participado, fueron llevadas a cabo gracias a información crucial obtenida por él. Mi vida simplemente no sería la misma si no estuviera presente. Era el más indicado para ayudarme a llegar a El Supremo, juntos, conseguiríamos nuestro objetivo, de una forma u otra.
El silencio reinaba, mientras pensaba cuál sería el siguiente paso, cuando de pronto el sonido de mi E-Nex llamó mi atención.
—Es la chica, ¿no es así? —cuestionó Sullivan—. Esperemos que tenga algo, de lo contrario, Kesen, lo siento pero dejaré este caso para seguir buscando en Rusia. Anda, contesta.
Tan sólo moví la cabeza a manera de respuesta. Era cierto que la llamada que recibía era de Katziri. Ya debería tener resultados de su visita al profesor de esa universidad. Sin perder más tiempo, recibí su llamada.
—¿Kat? Dime que tienes algo mejor que yo.
La voz de Katziri se escuchó a través del comunicador.
—Eso depende —dijo ella—, ¿qué tienes tú?
Suspiré, derrotado.
—Un padre de familia, negocio familiar, nada fuera de lo ordinario. ¿Y tú?
Ella rio.
—Una pareja extraña, científico loco y esposa deportista. Además de la brillante conversación que tuve con el profesor Aldrin, quien por cierto, es un genio, no obtuve nada más que una pista.
Katziri había dicho la palabra clave que había estado esperando. Para ella quizás sólo fuese una simple pista, pero, para mí, eso simbolizaba esperanza.
—¡¿Una pista has dicho?! Bueno, eso es mejor que nada. Dime, ¿qué ha pasado?
Katziri me contó que hablar con Josh Aldrin la dejó anonada y sorprendida. Le había llamado mucho la atención el hecho de que un humano hubiese llegado tan lejos en una teoría sobre el mundo energético. Me contó también sobre la creencia del profesor, sobre la existencia de universos infinitos, y el cómo existía una especie de resonancia molecular que guiaba nuestros destinos en confluencia con otros. Parecía ser un tema muy complejo e interesante, pero, por desgracia, no nos servía para nada en esta investigación.
—¿Y ya está? ¿Esa teoría es todo lo que obtuviste? —pregunté, apesadumbrado.
—No —respondió Katziri, otra vez dándome ese rayo de esperanza—, tan sólo fue lo más interesante. La verdadera pista vino de su esposa.
—¿De su esposa? —pregunté, sin comprender bien.
—Sí, había algo extraño con ella. Al principio se mostró reacio a contarme nada, pero después de entrar en confianza y conversar un poco, soltó un poco la lengua. Resulta que gente de la mafia había ido a buscarlo a causa de sus investigaciones, y había sido su mujer, Sophia Serra, quien lo había defendido. Le rompieron una pierna y un brazo, pero no la mataron. El profesor tuvo que cooperar con ellos y, cuando se dieron cuenta de que sus teorías eran sólo eso, teorías, simplemente lo dejaron en paz.
—No entiendo, Kat, ¿es ese todo el contacto que tuvieron con Galahad Kane? Lamento decirte que no nos dice nada, es prácticamente el mismo problema que tuve con mi testigo.
La risa de Kat se escuchó a través del E-Nex.
—Calma, Mat, calma. Yo también creí que la visita había sido en vano, pero luego até unos cabos, y ahora me encuentro camino al hospital Ramón y Cajal. Tengo una fuerte corazonada, de que allí encontraré una conexión verdadera con ese tal Galahad Kane.
No pude evitar dirigir una mirada incomprensiva a mi acompañante, Sullivan, quien también me miró encogiéndose de hombros.
—No lo entiendo, Kat, ¿qué se me está escapando?
Ella volvió a reír. Se escuchaba el ruido de tránsito de fondo, Katziri iba conduciendo un vehículo.
—No lo sé, tal vez sea esa especie de vibración cuántica, la que guía mi destino. Según el profesor Aldrin, nuestra intuición se basa en conocimientos fugaces que recibimos desde otras dimensiones. Curioso, cuanto menos.
—Vamos, Kat, habla en serio.
—Está bien, está bien, lo siento. Es sólo que, de verdad que esa conversación fue apasionante, Mat, me dio mucho qué pensar. Como sea, el hospital Ramón y Cajal fue en donde Sophia Serra estuvo hospitalizada. Según el profesor Aldrin, los matones la enviaron ahí sin opción a ningún otro hospital. Parece ser que ahí debe haber médicos coludidos con la mafia, o que se encargan de tratar victimas que deben mantenerse alejadas del ojo público.
Finalmente lo decía, ya estaba tardando.
—¡Vaya! ¡Al fin! —hablé, emocionado—. Esa sí que es una pista, ¡bien hecho Kat! ¿Quieres que me encuentre contigo en alguna parte?
—No es necesario Mat, pero gracias. Iré al hospital, conseguiré más información y te veré de vuelta en tu habitación para compartir los detalles. Lo que deberías hacer, es pensar en lo que harás cuando encontremos a Galahad Kane.
Sonreí.
—De acuerdo, dalo por hecho. Ten cuidado, nos veremos más tarde.
—También ten cuidado, hasta pronto. Te quiero.
Tras esas palabras, la conexión se interrumpió. Sullivan rio apenas terminé de hablar con Kat.
—¿Lo ves? Esa chica hace mucho por ti, yo de ti me pensaría dos veces el seguir arriesgando mi vida por una estúpida venganza.
Gruñí.
—Silencio, Sullivan, no conoces la situación. Además, no es que lo haga por mí, ella también está interesada en capturar a El Supremo.
Sullivan volvió a reír.
—¿Ah, sí? Digo, por supuesto, todos quieren atrapar a Kalro, pero, ¿es más bien un pensamiento colectivo, o un deseo natural y puro como el tuyo y el mío? No te confundas, Kesen. No esperes que otros se unan a tu causa sólo porque te aprecian. Ya te lo dije, este es un camino solitario.
Esas palabras generaron en mí un sentimiento amargo, pero, una vez más, no respondí. Sullivan no lo entendía. Katziri y yo éramos almas gemelas. Ella podía haberse distraído con su nueva vida, pero sabía que en el fondo ella también odiaba a El Supremo. ¿Cómo podría no odiarla, si Kalro era la principal causa de que los comedores existieran? No, Katziri se había perdido en el camino, y simplemente era tarea mía reivindicarla. Este caso estaba ayudando, podía sentirlo. Capturaríamos a El Supremo juntos, como me lo había dicho hace años, y dentro de poco,terminaríamos con la alimaña vampírica que aterrorizaba el mundo. Sin el primer vampiro, la vida por fin podría volver a vivirse.
Si te gustó el capítulo no olvides compartir tus impresiones ^^
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