10. Apestosito



—Buenos días.

Saludé a Mateo con un susurro al oído, posicionada desde su espalda. Estaba distraído, esperando a que saliera del interior de la torre. No sospechaba que vendría desde afuera.

—¡Qué susto! —gritó, dando un salto, alejándose de mí con un movimiento errático.

Reí, divertida por su reacción.

—Lo siento, te veías tan indefenso que no pude evitar hacerlo.

—Ja, qué graciosa —se quejó—. ¿En dónde estabas? Casi son las nueve, llegaremos tarde.

Sostuve mi codo con una mano, mientras la otra la usaba para acariciar mi barbilla.

—Tuve un asunto importante qué atender, olvidé avisarte, se me pasó por completo. —Lo sostuve por el brazo y lo animé a caminar al interior de la torre—. De todas formas llegaremos tarde, y tú, ¿no tenías unos días de descanso después de esa misión en Colombia?

Mateo puso mala cara.

—No me siento a gusto quedándome solo en mi apartamento, teniendo compasión por mí mismo. No es agradable que tu novia tenga que venir a salvarte cada vez que tienes problemas, tengo orgullo, ¿sabes? Si no hago nada, ¿cómo mejoraré?

Le di un golpecito de cadera mientras llegábamos al ascensor kiniano del edificio.

—No tienes por qué sentirte así. No me molesta ayudarte, ¿de qué serviría tener tanto poder si no puedo usarlo para proteger a las personas que amo?

Mateo se sonrojó.

—Sólo por eso, no me importará llegar tarde. A todo esto, ¿qué estamos haciendo? ¿A dónde vamos?

Las puertas se abrieron para nosotros. Entramos.

—De vuelta a mi apartamento, tengo un pequeño «problemita», que no podía llevar conmigo.

Las puertas del ascensor volvieron a abrirse para dejar a la vista el jardín de mi hogar.

—¿Un «problemita»? —cuestionó Mateo.

No necesité dar una respuesta, porque, cuando arribamos a la sala a través de la entrada principal, encontró la resolución a sus dudas.

—Selene, estoy de vuelta. ¿Cómo está Apestosito?

La chica, que yacía sentada en uno de los sofás de la sala, giró la vista para encontrarse con la mía. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, y levantó a la criatura que tenía en el regazo con sus dos manos, mostrándola cual trofeo.

—¡Está excelente! ¡Durmió bien anoche, y esta mañana le di un poco de leche! ¡Le ha encantado, y le di un baño también. ¡Ya no está apestoso!

—¡Qué bien! Vamos a tener que buscarle otro nombre entonces.

Selene rio.

—¿Por qué? A mí me gusta ese.

Lo que mi protegida levantaba, era el salvaje que había encontrado la noche anterior, en el parque de Torre Caleido. Había pasado la noche con nosotras, la cual usamos para ayudarle a sentirse mejor. A Selene, como a mí, le encantaban los salvajes.

—¡Pero qué...! ¡Katziri! ¡¿Un salvaje?! ¿De verdad? —cuestionó Mat, sorprendido.

Muy sonriente, avancé hacia Selene para recibir a Apestosito en mis brazos. El pequeño cadáver de erizo tenía un pañuelo sobre la cabeza, cubriendo el hueco en la mollera. Lo sostuve a nivel de mi rostro, sonriéndole, y él me observó con la lengua medio de fuera en esa carita de bobo tan inocente que tenía.

—¿Algún problema?

—Algo grande está ocurriendo y tú te preocupas por un salvaje.

Fruncí el ceño.

—Así que también sabes que algo está pasando —aseveré.

De pronto, todo quedó en silencio. Asintió con la cabeza.

—Los sabios deben estar discutiendo el destino del mundo, justo ahora, en Torre Espacio, ¿no es así?

Nadie dijo nada, el tenso silencio seguía presente. No había mucho qué decir al respecto, era difícil dar una interpretación, una opinión, con respecto a lo que estaba pasando.

—Comenzaron a moverse —informó Selene, rompiendo el silencio.

—¿Quiénes? —preguntó Mateo.

—Los vampiros, estaba viendo el reportaje —respondió ella, señalando la holovisión.

Mateo y yo miramos en dirección al muro en el que se proyectaba la pantalla. Una reportera kiniana hablaba desde el foro de algún noticiero.

«... son centenares los grupos que están manifestándose ante las embajadas de todo el mundo, algunos piden paz, pero otros celebran el regreso de El Supremo. Las sectas seguidoras del primer vampiro, antes considerado un mito, están ganando una tremenda fuerza, principalmente en Bulgaria...»

Suspiré. No era nada nuevo. En CTBA no se atrevían a presentarse, porque era la sede del Consejo Europeo, pero, en muchas otras zonas del país, los vampiros estaban tomando acción en contra de las autoridades kinianas. La muerte de dos de Los Primeros, y el aviso brindado por mi padre hace menos de un día, había impactado de muchas formas en la sociedad energética. Por el momento, no eran más que manifestaciones pacíficas, pero, ¿cuándo cambiaría ese panorama? Todos lo sabíamos, un gran conflicto se avecinaba y tendríamos que tomar parte en él.

—Gracias por cuidarlo, Sely —hablé, alzando la voz para que sobrepasara el volumen del noticiero—, lo llevaré con Killian para que él se encargue.

Selene asintió con un deje de tristeza en la mirada. Tenía que admitirlo, yo también estaba triste. Fue sólo una noche, pero cuidar de Apestosito había sido muy divertido. Era un salvaje temperamental que, en cuanto perdió el miedo, se volvió juguetón. Los etéreos adoptaban un poco de la personalidad del contenedor que habitaban, así que este, en específico, tenía algunos comportamientos característicos de los erizos, como hacerse bolita y olisquear por doquier.

—¿Y piensas llevarlo así, como si nada? ¿Por qué no lo metes en un cristal? —preguntó Mateo.

Selene corrió a nuestra habitación, para volver segundos después con un objeto de tela, un morral negro con asa larga.

—Claro que no, tontuelo, lo llevaré aquí, oculto —expliqué, guardando al salvaje dentro del bolso. El animalillo jugueteó en el interior por unos segundos, pero luego se quedó quieto—. Selene y yo intentamos resguardarlo en un cristal por más de dos horas, pero nos fue imposible, no lo soporta.

Mateo observó con suspicacia cómo me echaba el morral al hombro a manera de mochila.

—Si tú... Si tú lo dices —balbuceó, y dio la media vuelta—. Bueno, ¿estás lista? Ya vas bastante tarde.

Me despedí de Selene acariciando su cabeza. Ella me sonrió, haciendo lo mismo con el dorso de mi mano. Acto seguido, me alejé para volver al ascensor con Mateo. Entramos juntos y descendimos a la planta baja para salir de la torre una vez más.

—He estado pensando —dije, cuando salíamos al exterior, en dirección a Torre de Cristal—, creo que debería ir por mi madre, a México. Con todo esto, creo que estará más segura aquí, conmigo. Ni siquiera los humanos podrán mantenerse fuera de este conflicto, no importa si tienen algo que ver con este mundo o no.

—¿Y qué le dirás? —preguntó Mat—. ¿Mamá, soy una entidad energética tan poderosa como una diosa y te lo oculté todo este tiempo? Ella piensa que estás haciendo un máster en España.

Suspiré.

—Aún no lo sé, pero no puedo dejarla así, Mat, ¿qué otra cosa puedo hacer?

Mateo se cruzó de brazos.

—No lo sé, tal vez si encontramos antes a El Supremo y acabamos con ella, las cosas serían más fáciles.

—Hablando de eso —mencioné, un poco insegura—, si sabes que los sabios están reunidos, es porque sentiste las presiones energéticas hace unos momentos, ¿qué piensas al respecto?

Mateo frunció el ceño.

—¿Presiones? —cuestionó—. Sí, sentí algo, pero sólo fue una, e intuyo que debe ser del Gran Sabio Keliel.

Anonadada, agité la cabeza.

—No, fueron dos, ¿no sentiste la segunda? Fue casi después de la primera. Y luego yo... yo... vi a esa mujer.

Mateo me miró, sorprendido.

—¡¿Que viste qué?! ¡¿Acaso será...?! Kat, ¿sabes lo que estás diciendo?

—No, no me malinterpretes, si tú dices que no sentiste nada, entonces comienzo a pensar que lo imaginé.

—¡Ni hablar! —exclamó Mat—. No, no imaginaste nada, si dices que lo sentiste, es porque lo sentiste, y porque, tal vez, eres la única en este mundo capaz de sentir esa presencia, y ya sabes por qué.

Fruncí el ceño. Sabía de lo que hablaba, pero aún no tenía nada para confirmarlo, así que no quería hacerme ideas raras.

—No lo sé, Mat, sé que estuvimos investigando mucho sobre mi otra madre, pero no tenemos conclusiones claras.

La emoción en la voz de Mateo comenzó a hacerse tangible.

—¿Conclusiones? No necesitamos más conclusiones Kat, es obvio que ella debe ser tu verdadera madre, ¿por qué otra razón pude usar la energía negra en aquella ocasión, con Velasco?

Miré hacia otra dirección, cohibida. Mateo y yo teníamos una teoría loca que habíamos armado juntos durante nuestro tiempo en España. Mi origen seguía siendo un misterio, no tenía idea de quién era mi verdadera madre, pero ambos creíamos que una de las posibles candidatas, era nada más y nada menos que Kendra, la Maestra de la Materia. El fundamento de esa teoría, estaba basado en la habilidad que Mateo adquirió cuando bebió mi sangre hace años, cuando luchábamos contra Velasco en la Torre KOI. Él sólo podía adquirir habilidades pertenecientes a su presa, y controlar la energía oscura, había sido una de ellas.

—Ya sabes que no estoy tan de acuerdo con eso, Mat, no he manifestado indicio alguno de que pueda controlar la materia, ni siquiera yo, que puedo ver los seis colores de las energías universales, reconozco el negro en mi propia aura.

Mateo negó con la cabeza.

—Tonterías, seguro que sólo es cuestión de tiempo. Y el que hayas sentido una segunda presencia que nadie más puede notar, son más puntos a mi favor. —La emoción en su voz se hizo más clara—. Si sentiste dos presencias, significa que la Gran Sabia errante ha vuelto. No cabe duda de que los días de El Supremo deben estar contados. ¡Siento que es el momento, Kat, debemos actuar!

Torcí la boca, estábamos a punto de llegar a Torre de Cristal, la entrada ya se vislumbraba unos pasos por delante.

—Mat, no lo sé, podría significar muchas otras cosas. Creo que mi prioridad ahora mismo, es ayudar a este salvaje y asegurarme de que la madre que sí conozco esté a salvo. Enfrentaré lo demás cuando llegue el momento.

Mat se cruzó de brazos.

—Kat, me estás preocupando, te estás desviando mucho de nuestro objetivo. Mírate, pensando en salvajes, en traer a tu madre aquí, cuando El Supremo sigue allá afuera, ha matado a dos de Los Primeros, y eso sólo puede significar que está lista para actuar otra vez.

Detuve mi paso de forma abrupta, poco antes de llegar a la entrada de la torre. Mateo tardó un par de pasos en percatarse, pero, cuando lo hizo, también paró.

—¿De verdad, Mateo? —pregunté, molesta—. No puedo creer que estés diciendo eso. ¿Que me estoy desviando de mi objetivo? ¿En serio? Mateo, yo estoy cumpliendo mi propio objetivo. Dije que te ayudaría a acabar con El Supremo, y lo haré, pero no te mientas pensando que ese es mi único objetivo en la vida. Y tampoco debería ser el tuyo, estás obsesionado.

Mateo me miró igual de molesto.

—¡¿Yo?! ¡¿Obsesionado?! ¿Acaso no lo entiendes? El Supremo está causando todos estos problemas. Si acabamos con Kalro, solucionamos todo. No tendrías que preocuparte por las migraciones de salvajes, o por la seguridad de tu madre. ¡¿Qué hemos estado haciendo estos cinco años entonces?!

—Lo que no entiendes, Mateo, es que acabar con Kalro no es tan fácil. Llevamos todos esos años tratando de seguir sus movimientos, pero no hemos logrado ningún avance contundente para dar con ella, y mucho menos para eliminarla.

—¡¿Llevamos?! —Levantó la voz—. Kat, tu no has hecho nada, ni siquiera lo estás intentando. Prometiste que me ayudarías, pero sólo te dedicaste a destruir comedores, después a reubicar salvajes, luego simplemente decidiste ir por allí, cumpliendo lo que sea que te encomendara la Guardia Kiniana. Nunca dije nada, porque sabía que necesitabas tiempo para recuperarte de todo lo que pasaste, pero creo que ya estás muy recuperada como para centrarte en cosas más importantes. Yo soy el único que ha intentado dar con la pista de El Supremo, el único que se preocupa por traer información al caso.

Un fuego empezó a avivarse en mi interior.

—¡¿Estás insinuando que lo que hago no es importante?! ¿Quién eres tú para decidir eso?

Mateo dio un paso atrás.

—Kat, no... yo no quise decir eso.

Intentó disculparse, pero ya no pude detenerme.

—Además, podrás decir que has estado buscando a Kalro, pero, ¿qué has logrado? Da igual lo que hayas estado haciendo, tampoco has encontrado nada, imagina si hubiese desperdiciado mi tiempo como tú. Al menos yo he escalado de rango y ahora tengo la oportunidad de hacer algo en la guerra que se avecina.

Mateo también comenzó a enfurecerse. Apretó puños y labios, antes de volver a hablar.

—Entonces haz lo que quieras, no necesito tu ayuda de nuevo. No quiero que pongas otra vez esas cuerdas raras para seguirme, puedo cuidarme solo. Ocúpate de tus asuntos y yo me ocuparé de los míos, como siempre. Debí darme cuenta antes.

Mateo se dio la vuelta y comenzó a andar, solo, hacia Torre de Cristal. Habíamos hecho un alboroto, las personas que pasaban a nuestro lado se nos quedaban viendo.

—Si ni siquiera los Primeros pueden dar con ella, ¿qué te hace pensar que tú podrás? —grité, a sus espaldas.

Mateo se detuvo por un instante, tensando todo su cuerpo. Parecía que iba a gritar algo, pero no lo hizo, tan sólo siguió caminando, y lanzó unas palabras al aire.

—Cómo digas, disfruta de tu día, yo me largo.

—Pues largo entonces, tengo cosas más importantes qué hacer.

Mateo siguió caminando hasta perderse de vista entre la gente que entraba a la torre, y yo me quedé ahí por unos momentos, con mi corazón golpeando mi pecho a toda potencia. Sentía que echaba chispas por los ojos cuando volví a ponerme en marcha, pobre de aquel que cruzara su mirada con la mía, porque sería fulminado con la ira que desprendía.

Atravesé el vestíbulo de la torre, hasta alejarme de la sección humana. Esperé un ascensor vacío y accedí a él. Cuando las puertas cerraron, y quedé en una tranquila soledad, inhalé muy profundo y exhalé despacio. ¡¿Quién se creía ese chico?! No entendía la situación, sólo pensaba en El Supremo, y en nada más.

Un suave movimiento a mi espalda capturó mi atención. Y entonces lo recordé, llevaba un salvaje conmigo. Solté el asa del morral, la cual apretaba con exceso de presión, y traje el paquete al frente. Lo abrí con las manos aún temblorosas por los últimos acontecimientos y observé su interior. La imagen de un pequeño erizo con la lengüita de fuera, observándome, me sacó una sonrisa fugaz.

—Ahí estás, pequeñín. —Suspiré—. Tú no piensas que estoy perdiendo el tiempo, ¿verdad? No, tú lo entiendes, tu vida y la de los tuyos valen la pena. No son un desperdicio, ayudar a otros no es una tontería.

El salvaje ladeó la cabeza, sin dar indicio alguno de comprender lo que le decía. El pañuelo que tenía se había movido un poco, y los sesos comenzaban a salirse otra vez. Solté otra risilla y lo acomodé.

—Ese chico tonto lo entenderá algún día, no todo en esta vida es dolor, sufrimiento, o venganza. Yo lo entendí a la mala, pero dicen que nadie experimenta en cabeza ajena, ¿no es así?

El erizo emitió algunos sonidos raros. Acaricié la parte baja de su mandíbula. La criaturita lo disfrutó.

—En fin, es hora de entregarte, pequeñín, vamos a encontrarte un nuevo hogar. ¿Sabes? Te envidio un poco, tú no tienes que preocuparte de nada, tan sólo vives el momento, sin pensar si lo que haces está bien o mal.

Después de esas palabras, cerré el morral y volví a cargarlo con el asa sobre mi hombro. Las puertas del ascensor se abrieron unos pisos más abajo, en la armería. Descendí como una zombi, sin pensar demasiado en lo que hacía, hasta que me encontré frente a la ventanilla de atención. No había gente, algo normal, porque la hora de recolección de armamento ya había pasado, eran casi las diez de la mañana.

Me paré frente al módulo de atención, esperando a que Killian me atendiese, sin embargo, una kiniana desconocida fue la que apareció frente a mí.

—¿Necesita algo, Espectro? —preguntó, en tono amable.

—¿Se encuentra Killian? —cuestioné, mirando al fondo de la armería. No confiaba en nadie más para entregar salvajes, él era el único que aceptaba mis capturas fuera de horario, y les encontraba un buen lugar para habitar.

—El armero Killian no estará disponible por un tiempo, sus servicios han sido requeridos en un sitio diferente. Mi nombre es Korina, y seré la armera durante su ausencia.

Suspiré, sólo eso faltaba.

—¿Sabes cuándo volverá Killian, Korina? —pregunté, con algo de impaciencia.

Ella negó con la cabeza.

—Podría ser mañana, o en una semana. No lo sé, pero tranquila, tendrás tu equipo igual de afinado que siempre, incluso mejor.

Dejé ir una sonrisa incómoda, y di un paso atrás.

—Gracias, Korina, pero esta vez requería un servicio más específico. No te preocupes, sé que harás bien tu trabajo.

Sin decir más, me di la vuelta y caminé otra vez al ascensor. Escuché a Korina llamarme, pero no me detuve. No era negociable, no iba a entregar a Apestosito, a alguien que no fuese Killian. Por desgracia, tampoco podría llevarlo conmigo a todas partes, así que necesitaba pensar en algo que solucionara el problema. No había forma de guardarlo en un cristal de contención, ni tampoco sacarlo a la calle.

Abordé el ascensor, pensando opciones, hasta que una idea llegó a mi cabeza. Quizás había alguien en Torre de Cristal capaz de ayudarme, no perdía nada con intentarlo.

Las puertas se abrieron de nuevo, esta vez en el Área de Inteligencia. Los pasillos estaban regentados por kinianos de expresión preocupada, silenciosos. Batas blancas y trajes formales eran los que predominaban en la principal área de tecnología y desarrollo de Madrid. Oficinas, laboratorios y emplazamientos informáticos conformaban los pasillos, visibles a través de traslúcidos muros de cristal, o puertas inaccesibles con ventanillas.

El Área de Inteligencia era enorme, pero la conocía bien. Últimamente la visitaba mucho para hablar sobre un tratamiento de injertos de piel para Selene. Y sabía a dónde tenía que ir. Atravesé los corredores a paso rápido, más distraída que atenta, en dirección a la oficina principal. Me detuve frente a la puerta de cristal que marcaba diferencia entre blanco piso exterior y la alfombra que recubría el interior de un amplio recinto ejecutivo. No era una puerta deslizable, ni tenía códigos de apertura, así que la abrí sin solicitar permiso para ello y entré.

La oficina de Kirk, director del Área de Inteligencia, era una de las más grandes en el edificio. Se encontraba en el subterráneo, pero, a pesar de ello, todo el muro contrario a la puerta se conformaba de un panel holográfico que simulaba la vista hacia el exterior. El fondo que presentaba era variable, algunas veces podía observarse un hermoso prado al pie de las montañas, mientras que otras se vislumbraba una gran ciudad desde lo alto. En esa ocasión, la oficina se iluminaba de un profundo color azul, proveniente del océano que acaparaba la vista, sólo estorbado por el escritorio del director, y la persona que yacía sentada en la silla principal.

El hombre joven de gafas levantó la mirada en cuanto entré. Al verme, se quedó boquiabierto por un segundo.

—¡Krina! ¡Al fin! —Colocó ambas manos sobre el escritorio, se puso de pie, pero, en seguida, volvió a sentarse—. Oh, yo, lo siento, otra vez, no quería... Disculpa, Katziri, es que me recuerdas mucho a ella. Ven aquí, dime, ¿qué se te ofrece?

La reacción del director no me sorprendió. Siempre que se topaba conmigo me observaba de forma melancólica, le recordaba a una amiga de su pasado. En una ocasión me atreví a preguntarle, pero la respuesta fue menos misteriosa de lo que habría imaginado. Krinala, ese era el nombre de la anterior directora del área, Kirk ocupaba el cargo después de su partida, hacía ya muchos años. Él siempre la consideró una mentora, y no había tenido oportunidad de volver a verla desde entonces. Sentía un poco de pena por él, pero había muchos casos como ese en el mundo kiniano. A veces se cansaban de sus largas vidas y desaparecían para forjarse nuevas, cortando toda relación y pasado. Una larga longevidad, acarreaba todo tipo de problemas apenas imaginables por un ser mortal.

Apenas recibí la invitación por parte del director, acudí a sentarme a la silla que estaba frente al escritorio. Puse el morral que contenía a Apestosito sobre mi regazo, y fui al grano de la visita.

—¿Qué tan difícil sería crear un Bio-C para un salvaje? —Mientras hablaba, oprimía con fuerza el morral que contenía al pequeño erizo—. Sé que no los hay, pero, ¿por qué? ¿Por qué no darles cuerpos como nosotros los tenemos? ¿Qué los hace diferentes?

Mis preguntas sacaron un poco de contexto al joven que me observaba con atención desde el otro lado del escritorio.

—Qué preguntas tan interesantes has traído hoy. Puedo responderlas, claro, pero antes dime, ¿por qué te ha entrado la duda tan de repente?

Crispé mi rostro en una mueca culpable, bajé la mirada hacia mi regazo.

—No es por nada en especial, es sólo que... Parece que nunca terminaré de reubicar salvajes. Siguen migrando, van y vienen, atravesando ciudades que podrían matarlos, poniendo en peligro los secretos, causando estragos, dañando humanos y dañándose a sí mismos. No lo entiendo, ¿cuánto hace que kinianos y salvajes conviven? ¿Por qué no han creado Bio-C especiales para ellos?

Kirk se recargó en su asiento, cruzándose de brazos. Me observó con suspicacia.

—Si de verdad estás tan interesada en los salvajes, Espectro Katziri, ya deberías saber que representan un gran peligro, no sólo para nuestra sociedad, sino para el equilibrio del mundo.

—Lo sé, lo sé, todos lo dicen, pero se niegan a ver la verdad. La verdadera naturaleza de los salvajes no es destruir, tan sólo es existir.

Kirk suspiró.

—Entiendo tu punto de vista, incluso lo comparto en cierto nivel, sin embargo, eso no los exime del peligro inherente que conllevaría dotarlos con un cuerpo. Verás, Katziri, la naturaleza de una cigarra, es existir, mas no destruir. A pesar de ello, la cigarra extermina los cultivos de muchos humanos, obligándolos a eliminarla. ¿Comprendes lo que digo? Cuando algo, lo que sea, se vuelve muy numeroso, rompe el equilibrio, se convierte en una plaga, y la naturaleza misma vuelca sus esfuerzos en eliminar el problema.

Ladeé un poco la cabeza.

—Lo comprendo, Kirk, pero no sé a dónde quieres llegar.

Él asintió.

—Los kinianos, Kat, al igual que los salvajes, somos potencialmente como esas cigarras. Nuestra especie es inmortal, y podemos reproducirnos utilizando biocontenedores. ¿Comprendes por qué no ha ocurrido?

—¿Por el control de natalidad?

Volvió a asentir.

—Si no tuviésemos control sobre nuestra natalidad, nos volveríamos tan numerosos que romperíamos por completo el equilibrio de este mundo. ¿Sabes cuál es la única diferencia entre los salvajes y nosotros?

Mi cerebro tardó unos segundos entrelazando las palabras, al fin comprendía lo que estaba tratando de explicarme.

—La razón —respondí, cabizbaja.

—En efecto, la razón. A pesar de que nosotros, Kat, podemos controlar nuestra naturaleza de forma artificial, usando la razón, no podríamos ser capaces de controlar a los salvajes. Aun suponiendo que creásemos biocontenedores infértiles para ellos, si les damos cuerpos, los salvajes se convertirían en la nueva especie dominante. Se moverían por el mundo sin restricciones, poniendo en peligro a toda la existencia del planeta. Imagina que los kinianos hiciésemos lo que nos place, probablemente ya no existirían los humanos.

Tragué saliva. Lo que Kirk decía era verdad, nunca me había detenido a hacer un análisis como ese. Bajé la mirada. Observé el morral sobre mi regazo. Se apreciaban los movimientos del erizo que contenía. Ahora lo comprendía. No es que fuesen malos, cuando las personas hablaban de que los salvajes eran peligrosos, se referían a su simple existencia. Eran tan fuertes como nosotros, pero no tenían la capacidad de discernir entre bien o mal. Liberar cientos de criaturas así, en el mundo, sería catastrófico.

Suspiré.

—Comprendo, Kirk, gracias por explicarme.

Kirk sonrió.

—No es nada, Katziri, y si te soy sincero, me es fácil empatizar con tu sentir. Hace mucho tiempo, se intentó hacer lo que tú mencionas. Estoy seguro de que has escuchado hablar sobre la crisis de biocontenedores en la edad media. —Moví la cabeza de forma afirmativa, sin decir nada. Kirk continuó—. Kizara es... —Hizo una pausa, debido a una conmoción repentina—. Quiero decir, era... ella, Kizara, por todos los cielos, todavía no puedo creer que ya no esté con nosotros. Kizara era una amante de los salvajes, y ella, siendo una de las principales creadoras de los biocontenedores, soñaba con vivir en un mundo poblado por criaturas de todo tipo.

—Lo recuerdo, los biocontenedores mitológicos.

Él asintió.

—Exacto. Se liberaron al mundo muchos biocontenedores con formas extravagantes, algunos creados especialmente para salvajes. Como debes saberlo, fue un total fracaso. Los salvajes destruyeron muchas aldeas humanas, y también kinianas. Algunos se volvieron dóciles, pero otros, al darse cuenta de la supremacía que ostentaban, simplemente soltaron sus ataduras y disfrutaron de la existencia que se les brindó, sin restricciones. Tuvieron que eliminarse, en una dolorosa cacería que duró casi un siglo. Después de aquello, los científicos de esa época intentaron encontrar soluciones para dotar a los salvajes con cuerpos, pero siempre se llegaba a la misma conclusión. Era inviable, al menos no, mientras existiesen especies no-energéticas en nuestro mundo.

—Entonces ya se había intentado —respondí, alicaída—. Pero, tal vez, con la tecnología que tenemos ahora podría ser diferente.

Él negó con la cabeza.

—El problema no es la tecnología, el problema es que los salvajes son impredecibles.

Apreté los puños, sobre las piernas.

—Lo entiendo, al fin lo comprendo, pero... —Desvié la mirada—. Debe haber alguna forma, no quiero que los pobrecillos sigan sufriendo. Kirk, dime algo. Si hubiese una forma, si pudiese demostrar que los salvajes estarían bajo control, ¿se les podría brindar un cuerpo?

Kirk lo pensó por un momento.

—En el remoto caso de que pudieras demostrar algo así, no debería existir argumento alguno que lo impidiera, pero, ni siquiera Kizara o Krono, ambos amantes de la diversidad animal y etérea, maestros de la Forma y el Tiempo, encontraron una manera de hacerlo. Siento ser pesimista, Kat, pero no creo que sea posible.

Inhalé, y exhalé. La verdad es que el panorama parecía muy complicado. No se me ocurría ninguna idea para hacer lo que se requería. Volví a mirar el morral que llevaba conmigo.

—¿Me ayudarías con algo, Kirk? Me gustaría hacer un experimento, pero requiero que sea completamente confidencial.

Kirk me observó arqueando una ceja.

—¿Confidencial? ¿Qué tan confidencial?

—Me gustaría reportar resultados exclusivamente a ti.

—Tendrás que explicarme, para que pueda juzgar la situación.

Volví a tomar aire, valor, y coloqué el morral sobre el escritorio.

—Encontré este salvaje en el parque de Torre Caleido. Traté de encontrarle un nuevo hogar, igual que a todos los demás, pero, en vista de que Killian no está en la armería, y que a este pequeño no le gustan los cristales de contención, me gustaría conservarlo conmigo como sujeto de pruebas.

Kirk asomó la cabeza para mirar el morral más de cerca. Lo giró, para tener la abertura principal apuntando hacia él, y lo abrió con cuidado para observar el contenido. El erizo chilló a manera de advertencia. Kirk sonrió.

—Curioso espécimen has traído a mi oficina. Es más dócil de lo normal, probablemente se deba a que está ocupando el cuerpo de un animal muy pequeño. ¿Qué piensas hacer con él?

—Si me ayudas a que tenga un biocontenedor, voy a hacer lo que tenga en mis manos para encontrar una forma de domesticarlo.

—¿Estás segura? Una investigación científica significaría documentar un proceso, paso por paso, para que pudiera ser reproducido por quien sea, bajo cualquier circunstancia. ¿Crees que podrías hacer algo así?

Lo dudé por un momento, pero enseguida tomé la decisión.

—Sí, lo haría. Una de mis metas en la vida es ayudar a los desafortunados, y para mí, los salvajes no son más que criaturas incomprendidas. Sé que lo conseguiré.

El director volvió a recargar su peso en el respaldo de la silla, haciendo que esta se inclinara hacia atrás.

—Digamos que es posible, y acepto tu petición. ¿Me asegurarías que no causaría problemas? ¿Apostarías tu rango y privilegios en caso de que perdieses el control del salvaje?

Apreté los labios, pero no titubeé.

—Sin dudarlo.

Kirk sonrió.

—De acuerdo, Espectro Katziri, tenemos un nuevo proyecto. Esta noche comenzaré con los preparativos, tendré que hacer mucho papeleo para conseguirte ese biocontenedor, así que deberás ser paciente. Asegúrate de volver en los próximos días para hablar sobre los detalles.

Liberé una gran exhalación.

—Te lo agradezco mucho, Kirk, en serio.

—Ni lo menciones, mejor dedícate a encontrar una forma de cuidar de ese salvaje.

—Lo haré.

Me levanté y extendí la mano para estrechar la de Kirk, él hizo lo mismo. Luego de aquello, tomé el morral, me lo eché al hombro y me dispuse a salir de la oficina. Había sido un día muy difícil, pero, al menos algo bueno ocurría, para variar.

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