39. El cisne abre sus alas



Ya atardecía. Huimos lejos de las personas, a la parte contraria a la salida. El estadio estaba muy cerca del Cerro de la Silla, era enorme, rodeado por un gigantesco estacionamiento y arboledas que daban una bonita vista.

La parte alta del complejo estaba techada, parte vital para poder concebir los partidos de dominorium. Cuando jugábamos, el acceso era sumamente restringido, y emitían por televisión humana un partido de futbol previamente orquestado.

—¿Sabías que la Academia del Hueso de Hielo la conocen en el mundo humano como el Tec de...?

—Por supuesto —interrumpí—, es igual en la Ciudad de México. Además, nos obligaron a leer sobre el equipo contrario. Su academia fue fundada en 1947, es la primera que introdujo el modelo doble A. Su sede está aquí, en Monterrey. ¿En dónde has estado viviendo Mat?

Mateo estaba sentado a mi lado. Ambos observábamos el estadio, desde una solitaria sección en el estacionamiento norte. Él vestía pantalón y camisa, con una riñonera del lado izquierdo. Bastante formal... y ridículo, como siempre. Yo ya no vestía el traje de dominorium, ahora utilizaba ropa deportiva de licra: pantalón negro y blusa dorada con el símbolo de la academia.

—¿En dónde he estado viviendo? En una cueva de vampiros, supongo —dijo él—. No tenía idea, ahora pareces saber más de los kinianos que yo en toda mi vida.

En cuanto mencionó lo último, recordé que él debería haberlo sabido desde que nació, como todo un alfa. Ahora comprendía que no hubiese podido decirme nada, esta sociedad era muy estricta con algunas normas. Hasta cierto punto debió ser normal para él convivir con una humana sin mencionar nada de lo que era.

—Cuando íbamos al Instituto de Economía. ¿Ya sabías que eras un vampiro?

Mateo se encogió de hombros.

—Siempre lo supe, no es algo que se pueda ocultar. Hay ciertos síntomas que vienen desde el nacimiento. Aun así, papá nunca quería hablar de ello, no más de lo necesario. Mi hermano me dijo que, cuando supo que mi madre era un vampiro, quiso alejarnos del peligro que eso conllevaba. He vivido toda mi vida prácticamente como un humano, Kat, por eso asistía a una escuela de humanos.

—Debió ser duro, saber que hay un mundo más allá de lo que ves, y no poder formar parte de él.

Mateo suspiró.

—A veces, cuando sabes que eres diferente, lo único que quieres es poder ser igual a los demás.

Le di un empujoncito.

—Pero eso era imposible —dije—. Tú y yo nunca fuimos como los demás, y no me refiero precisamente a la energía. ¿Recuerdas a Eisu?

Al mencionar ese nombre, logré sacarle una risa real.

—Asunción, ¿cómo olvidarla? —respondió, volviendo a la calma—. ¡Oye por cierto! ¡Tengo algo que es tuyo!

Mat buscó en la riñonera que llevaba con él y sacó algo de ahí. Era una cajita de madera cuadrada. La abrió para mostrarme su contenido. Cuando lo vi, no pude evitar dar un grito de sorpresa.

—¡No inventes! ¡¿Es Tomás?!

—Así que sí era tuyo, lo sabía.

Me lo entregó. Lo recibí y lo miré, incrédula. Estaba muy bien cuidado, incluso tenía una maceta nueva. La última vez que lo vi, fue aquel día, cuando Rica y Sullivan asesinaron a mis amigos. Era imposible para mí entender cómo Mateo podía tener una estrecha relación con uno de ellos.

—¿De dónde lo sacaste? —pregunté.

—No te gustaría saberlo —respondió él, un poco apenado.

—Está bien, no me importa, te lo agradezco. Me alegra que lo hayas salvado, y me sorprende que lo reconocieras.

Él rio.

—Imposible no reconocerlo. Contigo mi vida es única, diferente, siempre he podido ser yo, el verdadero yo. Y cuando te vi ahí, en el comedor, yo... no supe qué hacer. Todo mi mundo se vino abajo.

—Así que soy tu mundo, ¿eh? —declaré, de forma juguetona.

Noté que se puso nervioso. Mateo y yo siempre habíamos sentido algo, el uno por el otro, que nunca tuvimos tiempo de decirnos.

—Este... ¿de qué hablábamos? —Cambió el tema—. Ah sí, me pareció toda una hazaña que vinieras hasta Monterrey para encontrar lo que buscabas. ¿Cuánto tiempo llevabas preparándote para hacerlo?

Me causó un poco de gracia su reacción, pero, de momento, no lo presionaría. Ya llegaría la hora, y estaba muy próxima.

—Fue más como si las respuestas cayeran del cielo. Tuve ayuda de alguien que ya conociste.

—Ese hombre, ¿verdad? Me lo dijo todo, pero no lo entiendo. ¿Cómo puede uno de Los Primeros tener una hija?

Mateo me miró un poco descolocado. Frunció el ceño y se llevó la mano a la barbilla. Seguimos conversando.

—Yo tampoco lo sé, pero no quiero abrumarlo con preguntas todavía. Estoy muy agradecida con él por todo lo que ha hecho por mí.

—Nada que objetar, ¿quién diría que tú, la niña solitaria que bailaba ballet, iba a terminar siendo la hija de un dios?

Reí un poco. Me sabía mal lo de Kori, pero eso era algo que escapaba de mi control, sólo podía confiar en que de verdad estaría bien. Ella no quería que pasara un momento triste, así que no me dejaría agobiar por eso. Aún estaba feliz por haber ganado el juego, por haber vencido a Velasco, por haber recuperado a mi viejo amigo, y deseaba que Mat también se sintiera así.

—Bueno, ya que sabes tanto sobre mí, quiero saber también sobre ti. Cuéntame un poco más, no sé nada sobre vampiros. ¿Qué es eso de la sangre? ¿No se supone que la necesitas? —pregunté, tratando de desviar un poco su atención—. No recuerdo haberte visto mirar mi cuello, aguantándote las ganas de morderlo como en las películas.

Él se rio. Así estaba mejor, risa, quería escucharlo reír.

—Tienes razón, la necesito, y la bebo. No es la sangre la que nos alimenta, sino la energía vital que reside en ella, la vida de otro ser. Los vampiros la usamos para extender la nuestra, para no morir, es lo único que mantiene a raya la enfermedad. Yo he pensado en... no hacerlo por siempre, ¿sabes?

—O sea que podrías ser inmortal, pero no quieres serlo a costa de la vida de otros. No me parece algo malo.

Suspiró.

—No tenía mucho por lo que vivir, hasta el día de hoy. —Soltó, así, de la nada—. Extender una vida que no apreciaba, a costa de otras, es algo que no iba a resistir por mucho tiempo.

—Pero podrías sin lastimar a otros, ¿no es así? Leí en un libro que pueden beber la esencia de otros seres, plantas, ¿por ejemplo? No lo entiendo bien, pero, ¿no te atrae la inmortalidad?

Mat sonrió.

—Lo malinterpretaste —respondió—. No de cualquier planta, sólo de Kineanus vasydeus. Puede sintetizarse un suero vital a partir de la protoenergía que producen. La diferencia es que el suero no te dará la misma vida que un animal, y un animal no te dará la misma que un humano. Se necesitan muchas de esas plantas para alimentar a un solo vampiro.

—¿Y de otros kinianos? —pregunté, recordando lo que había sucedido antes, en el edificio.

—La de los medio-humanos, solamente. Beber sangre de kinianos, es... inútil. Le eternidad no da vida. Irónico, ¿no? La sangre de los biocontenedores no sirve de nada, sin mencionar que es peligroso. Al morder a un kiniano, lo que se bebe es... su forma etérea. Es peligroso, puede llegar a matar si se bebe en exceso.

—Eso es... ¿Es lo que hiciste conmigo?

Mateo desvió la mirada.

—Sí, y lo siento mucho. Jamás volverá a ocurrir.

Sonreí, mientras jugueteaba con mi cactus, pinchándome los dedos con las espinitas que no alcanzaban a perforar mi piel.

—Ha sido muy extraño.

—¿El qué?

—Tenerte tan cerca.

—Ah, vaya...

Hubo un silencio incómodo que me vi obligada a romper.

—Oye Mat...

—Voy a tener que marcharme.

—¡¿Qué?!

Lo lanzó de pronto, sin que pudiera preverlo.

—Lo siento Kat, para eso quería hablarte. Yo... he cometido actos terribles. No hay forma de que pueda quedarme en el mundo kiniano, así como así. Han aprehendido a Velasco. Mi maestro piensa que sólo es cuestión de tiempo para que lo hagan con él también, y conmigo. Tú, no mereces sufrir más por mi culpa.

Traté de mantenerme serena. Mentiría si dijera que no esperaba algo como eso. Sin embargo, estaba preparada.

—Es por eso que aún no me has dicho, ¿cierto?

Él me miró de forma inquisitiva.

—¿Algo que no te he dicho?

Puse los ojos en blanco.

—Qué memoria tienes —dije—. Durante la caída de la torre estabas a punto de decirme qué era lo que había motivado tus actos. Tu meta final.

Mateo me miró como si lo hubiese descubierto. Frotó su nuca con una mano y desvió la mirada.

—Ah, sí, lo había olvidado.

Hice un gruñido para llamar a su respuesta.

—Vale, vale, te lo diré —afirmó, al sentir la presión de mis ojos—. Yo quiero... asesinarla.

No dije nada, invitándolo a continuar.

—El Supremo, Kat. Me quiere a mí y no me dejará sólo porque perdió a Velasco. Además, asesinó a mi madre y a mi hermano, no puedo perdonarle eso.

Suspiré y me puse frente a él. Ahora entendía, esa era su razón. Lo comprendía porque yo había sentido lo mismo con Velasco. Y si se sentía, por lo menos la mitad de mal de lo que me llegué a sentir yo, sabía que nada lo haría cambiar de opinión. Era algo que tenía que hacer, algo que haría a como diese lugar. Así como lo hice yo, él también tenía que cerrar los círculos de su pasado.

Extendí mi mano y lo sostuve de la barbilla. Lo obligué a mirarme. Había cambiado. Ya no era un niño tonto, ahora se veía como un hombre maduro. Podía decir lo mismo de mí, pues era una mujer completamente diferente a la que él conocía.

—Entonces, si te vas... —Atrapé su mirada con la mía—... Si te vas lo nuestro no podrá ser, ¿verdad?

Le sonreí de forma coqueta. Noté cómo intentó hacerse para atrás, pero no se lo permití.

—¡¿Q-Qué?! —balbuceó.

Lo solté. Me llevé las manos al estómago y me eché a reír a carcajadas.

—Tonto, ¿esperabas que dijera algo así?

Mateo enfureció.

—¡No bromees con cosas como esa!

En el momento en que se descuidó y se cruzó de brazos para hacerse el indignado, dejé de reír, con la mano que no sostenía a mi cactus lo tomé por el cuello de la camisa y lo jalé con fuerza hacia mí.

Lo besé.

Pista de audio recomendada para acompañar: Ruelle - War of Hearts.

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Sentí cómo perdió el aliento por un instante. Al principio manoteó, no supo qué hacer, pero al caer en cuenta de lo que sucedía, se dejó llevar. Puso sus manos en mi cintura y ahí, con los últimos rayos de sol, culminó nuestro atardecer con un beso que decía todo lo que quise decirle durante tanto tiempo.

Y cuando nuestros labios se separaron, nos miramos a los ojos. Él estaba embelesado. Yo también. Era un sentimiento que había descubierto hace poco, pero que había llevado conmigo desde el momento en que lo conocí. Él era bobo, tímido y temeroso. Mientras que yo era dura, directa y aguerrida. Ambos éramos solitarios, el complemento del otro.

—No mentía sobre lo que dije, ¿sabes? Si te vas, lo nuestro no podrá ser. —Sonreí. Mateo abrió la boca para responder, le gané la palabra—. Permíteme traducirte. Lo que quise decir es: ¿esperabas que te deje ir, después de todo lo que he pasado para encontrarte, Mateo?

Sonrió.

—Estás loca, ¿lo sabes?

—Completamente.

Ziri, aun así, yo no...

—¡Shh! —Puse un dedo en sus labios para hacerlo callar—. Claro que puedes, y lo harás. Si tu meta es ir por El Supremo, te ayudaré. Lo haremos juntos.

Una expresión de sorpresa e incredulidad apareció en su rostro.

—¡¿Bromeas?! ¡No! ¡Yo no podría... no podría meterte en mis problemas!

Me reí, dándole un golpecito en el hombro.

—¡¿Tus problemas?! ¡Oh vamos! Estoy metida en tus problemas desde que terminé en una celda de vampiros por intentar buscarte. Además, ya viste lo poderosa que es esa mujer. ¿Piensas que podrás vencerla en tu estado actual? ¡Mírate! Eres un enclenque.

La cara de Mat se torció en una especie de mueca que intentaba reír, pero a la vez aceptar una dolorosa verdad.

—Tranquilo —le dije, en vista de que no podía continuar—. No te culpo de nada. Yo me busqué esos problemas sola. Me gustan los problemas, al parecer. Y también estoy tomando esta decisión por mí. Así que no te sientas tan importante y déjame ayudar.

Esperaba que con eso lo comprendiera. Si aceptaba mis sentimientos, entonces yo aceptaría los suyos.

Me miró.

—¿Estás segura? ¿Qué dirán tus amigos? Tú, casi una diosa... con alguien como yo, medio-humano con vampirismo.

Hice una trompetilla y agité una mano con desprecio a esas palabras.

—Hasta hace poco hubiera dicho que no tengo amigos, pero ahora... estoy segura de que tengo, por lo menos, dos. Es más, creo que ya conoces a una, aunque... a la otra tal vez no le agrades mucho.

—¡¿Ellas saben de todo esto?! —preguntó Mateo, sorprendido.

—Bueno, una de ellas es la chica que estaba conmigo en el comedor.

Mateo inhaló profundo para calmarse, después, exhaló despacio.

—Esa chica. —Suspiró, mientras miraba al suelo con alivio—. Aún no puedo creer que esté bien. Es decir, me alegro, pero jamás le pregunté su nombre siquiera. Y lo último que le hice... fui un cobarde. Ya entiendo por qué no quiere verme.

—No, de hecho, es ella a la que le caes bien, Selene me dijo que eras buen chico, ¿sabes? La otra, bueno... digamos que este no es el primer beso de la noche.

—¡¿Qué?!

—Lo siento, olvida que dije eso último, después te lo explico. —Lo tomé por los hombros—. Lo que importa es que no debes de juzgarte de esa manera, puede que hayas actuado mal antes, pero eso no quita que sigas siendo una buena persona. Sólo déjate de tonterías y pon tu mente en orden. Ya terminó todo. Ahora podemos hacer las cosas juntos, igual que antes, igual que siempre.

Mateo sonrió. Extendió su mano hasta mi mejilla.

—¿Es esto una proposición?

Sostuve su mano con la mía.

—¿Por qué no dejas que te responda de una mejor manera?

—¿Qué quieres decir?

—Dame tus manos.

Mi corazón palpitaba con fuerza. Me puse de pie y obligué a Mateo a hacerlo también. Lo posicioné frente a mí y llevé sus manos a mi cintura. Antes él era más bajo que yo, pero durante el último año había crecido. Ahora me sobrepasaba, así que pude posar con facilidad mi cabeza sobre su hombro.

—¿Qué haces? —preguntó, apoyando su mejilla en la mía.

—Hoy descubrí muchas cosas. Mi pasado, mi presente y mi futuro. Conocí mi propia realidad, y quiero compartir un poco de ella contigo.

Mateo sonrió.

—¿Es esta tu realidad?

No respondí con palabras, sino que reí de manera afirmativa. Lo que quería, era mostrarle a Mat lo que sentía por él, y no encontraba mejor manera que esta para hacerlo.

Cerré mis ojos y me dejé invadir por la felicidad. Dejé que esa curiosa energía azul que conformaba mi aura se extendiera a nuestro alrededor. Y cuando abrí mis ojos, otra vez veía el entretejido de la realidad. Una red infinita que se extendía a lo alto, largo y ancho de donde quiera que mirase.

Toque las hebras con mi propia energía. Podía conectarme a ellas, sentirlas. Y me elevé. Ya lo había hecho en el juego de dominorium, pero ahora comprendía la verdadera naturaleza de este poder. La Realidad, deformarla y comprenderla... era una habilidad única de la cual, en definitiva, quería aprender más.

Pensaba hacer algo parecido a lo que Kei, mostrándole un paraje hermoso, sin embargo, otra cosa ocurrió. Sin darme cuenta, me sentí ligera, como si el aire fuese una sustancia en la cual podía moverme. Comencé a flotar, a elevarme.

—¡Woo! ¡¿Q-Qué está pasando?! —exclamó Mat cuando sintió el suelo alejarse de sus pies—. Auch, cuidado con el cactus.

Reí un poco, Tomás debía estar pinchándolo por la espalda debido a mi abrazo. No dejaba de sorprenderme con todo lo que descubría mientras más me sumergía en el poder de la Realidad. Pensar en todo lo que me faltaba por conocer, me hacía estremecerme.

—Bienvenido a mi realidad, Mat. No te sueltes.

Le di confianza abrazándolo con más fuerza, teniendo cuidado de no tirar a Tomás, mientras seguíamos elevándonos. Flotaba con cierta torpeza, pues era la primera vez que intentaba algo así. A pesar de ello, era fácil, como si la propia energía azul me invitara hacerlo, un poder que siempre me había acompañado, desde que veía aquellas luces de colores, cuando me creía humana.

Llegamos hasta la parte más alta del estadio y descendí ahí. Ya no había luz, ahora estábamos bajo un cielo que se oscurecía cada vez más, iluminados por las farolas que rodeaban el complejo. Pisamos suelo firme, y permití que Mat me soltara.

—Esta es mi respuesta Mat, esta es mi realidad, y quiero que estés en ella. ¿Quieres tú estar en mi realidad?

Él sonrió. Me dio la espalda y fingió que lo pensaba un poco. Le jalé con suavidad el cabello por la parte de atrás a manera de reprimenda. Él dijo «au» y se giró riendo. Me sostuvo por la cintura y me levantó en el aire.

—Que pregunta tan más boba —declaró—. Siempre me has tenido en tu realidad.

Me bajó de nuevo y volvió a juntar sus labios con los míos, esta vez por iniciativa propia.

Volvimos a disfrutar de un apasionado beso a la luz de las farolas del estadio, lejos de la vista de todos. El momento era único, me sentía llena de vida, me sentía renaciendo. Ya no estaba recluida en una celda, condenada a ser devorada por monstruos. Ahora tenía una vida, nuevos amigos y un sinfín de posibilidades que se abrían a la eternidad. La vida era valiosa, y tenía que protegerla. No sólo la mía, sino también la de las personas que me importaban. Ya basta de castigarme. Era hora de abrir los ojos y aceptar que la vida también era buena, y valía la pena luchar por ella.

—Sabía que no eras común —dijo Mateo al soltarme.

Se dejó caer para sentarse en el techo del estadio y mirar hacia el cielo. Lo imité. Dejé mi cactus a un lado y ambos nos recostamos por completo para ver las estrellas que comenzaban a llenar el firmamento.

—¿De qué hablas?

—Lo supe desde que... te mordí.

Levanté una ceja.

—¿De verdad?

Él asintió, sin dejar de mirar el cielo.

—Creo que aprendí más cosas de ti, más de las que incluso tú misma sabes.

—Bueno, ¿y por qué no me dices?

Sonrió.

—Porque no las entiendo.

—¿A qué te refieres? Eso sí que es extraño.

—Lo mismo digo. Cuando obtuve ese poder de ti, fue como si ya supiese usarlo, pero no podía explicar cómo. Fue una experiencia... maravillosa.

—No te acostumbres —le dije.

Ambos reímos.

—¿Qué me dices de los besos? A eso sí que puedo acostumbrarme.

—Si te acostumbras dejará de ser lindo, así que deja de decirlo —hablé con tono severo.

—Tienes razón, pero es que... este día parece tan surrealista que...

—Olvídalo ya. Ahora es diferente, somos libres. Haremos lo que tengamos que hacer, en el momento en que lo queramos hacer. Ya no hay nada que nos retenga, ¿de acuerdo? Si El Supremo viene por ti, lo detendremos juntos.

Mateo suspiró.

—Tienes razón, no dudaré más. Te lo agradezco, de verdad que sí.

Extendí mis brazos para capturar a Mateo en ellos. Quería darle confianza, seguridad. Estaba preocupado, y lo entendía, pero el lugar más seguro para él, ahora mismo, era permanecer junto a mí. Lo llevaría conmigo a España. Juntos aprenderíamos de uno de los Primeros, de mi padre, y en un futuro, quizás yo también podría convertirme en una Maestra de la Realidad para protegerlos a todos. Si, esa era la nueva vida que quería llevar, una que ya había empezado a forjar.


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