37. Soy Realidad


Me alejé unos pasos, observando mi acción. Velasco tenía la mirada perdida, su boca estaba abierta, babeaba. El cuerpo del vampiro yacía aprisionado entre las ataduras de roca que lo sostenían. Me giré para celebrar con Mateo, sin embargo, me quedé helada al verlo caer de rodillas.

Corrí hasta él, pero una de sus manos me marcó el alto.

—Tranquila —dijo—, estoy bien. Tan sólo terminó el efecto de mi poder.

Suspiré con alivio. Llegué a su lado, me arrodillé y lo sostuve por los hombros, así como él lo hizo conmigo hace poco.

—Me sorprendiste de verdad —le dije—. ¿Qué fue eso?

Él rio adolorido.

—La razón por la que El Supremo me quiere —dijo con esfuerzo.

—¿Tu habilidad es volverte muy poderoso?

Me miró un poco confundido.

—¿Qué? No —dijo como si fuese una obviedad—. No me digas que... Ziri, ¿no lo sabes?

Le dirigí una expresión de hartazgo.

—Ya estoy cansada de tu misticismo Mateo Salazar. Explícame ahora mismo de qué estás hablando.

Él se rio, pero el dolor lo hizo parar.

—Está bien, está bien, calma —habló—. Mi pregunta era real, pero creo que entonces no lo sabes. Kat, lo que me viste hacer, no era mi poder. El poder que tengo es el de «beber» las habilidades de mi presa, de forma temporal. ¿Sabes lo que eso significa?

Por un momento no comprendí, pero al analizar esas palabras, no supe qué decir. Lo que Mateo estaba diciendo era que, ese poder, todo lo que había hecho hace unos momentos, en realidad, ¿era mío?

—¡Eh!

Un grito interrumpió la conversación. Alguien apareció entre el polvo.

—¡Kat! ¡Me alegro de que estés bien! —la voz de Kiva se hizo clara cuando llegó a nuestro lado.

Paró al vernos a unos cuantos pasos de un Velasco ausente de toda razón.

—Kiva, me alegro de que tú también estés bien, ¿qué ha pasado?

Antes de responder, el maestro observó al amo vampiro, luego me miró con orgullo.

—Estaba buscándote, pero es difícil con todo este desastre. No tienes que preocuparte por mí —habló sin poder ocultar su sorpresa—, he sobrevivido a más caídas de torres de las que imaginas.

Avanzó hacia Velasco.

—¡E-Espera! —grité—. No lo mates. Ya le he... dado un castigo diferente.

Kiva arrugó la frente, pasando su vista desde mi rostro hasta el del pobre desafortunado.

—¿Qué le hiciste exactamente?

Me encogí de hombros.

—No sé cómo explicarlo, ¿podemos dejarlo para después? —repliqué—. Ten, usa esto.

Me llevé las manos al cinturón. Sentí los dos cristales de contención que todavía llevaba conmigo. Liberé uno.

Estaba por lanzárselo a Kiva, cuando noté algo.

—Está... Está brillando —murmuré, observando el objeto—. ¿Por qué está brillando?

Mateo se acercó, apareciendo detrás de mi hombro izquierdo.

—Ejem, Ziri, no quiero importunar, pero, aún tienes a mi maestro, ¿sabes?

En ese momento lo recordé. ¡Es verdad! ¡Tenía a Sullivan en el Cristal de...! ¡Un momento, no!

De prisa bajé el cierre que cubría mi escote. Escuché a Mateo y Kiva carraspear y hacer ruidos de sorpresa, pero no les tomé importancia. Lo que estaba buscando era...

—Aquí está, pero esto significa...

Con la mano izquierda levanté el cristal de contención que había guardado en mi pecho. Usando la derecha, el que acababa de sacar de mi cinturón. Los comparé. Ambos contenían una forma etérea en su interior.

—No lo entiendo —dijo Mateo—, ¿quién es el otro etéreo?

—¡No lo creo! —exclamé—. ¿Acaso podría ser...? ¡Kiva! ¿Puedo saber quién está dentro de este cristal?

Mi maestro se acercó para observar los cristales que sostenía. Se llevó una mano a la barbilla al analizarlos.

—Sea quien sea está inconsciente. Si tú no sabes a quiénes metiste ahí, yo no puedo saberlo. Si capturaste algo de lo que no estás segura, lleva el cristal a un CRE.

Asentí con decisión.

—Toma Mat —dije, entregando el cristal de Sullivan a Mateo—, haz lo que quieras con él. Tan sólo asegúrate de que yo no lo vea de nuevo, o no prometo su seguridad.

Mateo lo recibió y lo agradeció con una sonrisa sincera antes de guardarlo en el bolsillo de su camisa. Al hacerlo, su rostro cambió al instante.

—Oh no, se ha roto —dijo, aún con la mano dentro de su bolsillo.

Eso no era posible. Si estuviera roto, no podría contener la forma etérea.

—No está roto, tal vez no había mucho acolchado, pero juro que tuve cuidado.

—No hablo del cristal —replicó Mat, mostrándome algo en su mano, algo que había sacado de su camisa.

Al ver lo que tenía en la mano sentí una gran melancolía. Se me hizo un nudo en la garganta, lágrimas se agolparon en mis ojos.

Era una figurilla, la bailarina que le regalé hace tanto tiempo, cuando asistíamos al Instituto de Economía.

—¡Oh, Mat! —dije, sin contenerme, arrojándome a su cuello para abrazarlo—. No puedo creer que la hayas guardado.

Él se sorprendió por un momento, pero correspondió al abrazo en pocos segundos.

—Ejem... —carraspeó Kiva—, hay un amo vampiro que no puedo dejar ahí, sin mencionar que la unidad de limpieza está por llegar, no podemos quedarnos.

Reí, soltando a Mat. Me giré hacia Kiva y lo miré a los ojos.

—Lo siento —dije, limpiándome las lágrimas de forma poco discreta—. Aquí tienes, Kiva.

Me hice con el tercer cristal de contención que llevaba conmigo y lo lancé a mi maestro. Él lo recibió con una mano y se dirigió directo a Velasco. Tocó al sujeto con la palma de su mano, le dio un golpe etéreo como todo un profesional, y atrapó el alma del kiniano dentro del pequeño objeto.

—Sabía que lo conseguirías, Kat —afirmó—, y también sabía que tendrías el valor para perdonarlo.

Mateo se rio ante ese comentario. Le di un codazo suave.

—En realidad no lo habría logrado sin Mateo —respondí—. Además, yo no llamaría perdonar a lo que le hice, tan sólo... superarlo.

Kiva me miró con cierto recelo, para luego pasar su mirada al cristal de contención en su mano.

—Como sea, lo importante es que has cerrado ese círculo, ¿no es así?

Lo miré arqueando una ceja.

—Por cierto, me he estado preguntando, ¿cómo sabes eso?

Kiva abrió los ojos tanto como pudo, llevándose una mano a la nuca, nervioso.

—Bueno, verás, hay algo que debes saber sobre tu padre. Ya te enterarás tú misma más tarde.

En cuanto Kiva mencionó a mi padre, de pronto recordé todas las dudas que tenía sobre él, las cuales sólo acababan de acrecentarse en la última hora.

—¿Qué pasó con Kei? —pregunté.

El rostro de Kiva se tornó serio.

—Su batalla concluyó, no hubo vencedor, pero logró hacer que esa mujer se retirara. Vamos, te está esperando, ya debemos irnos.

Accedí a la petición de Kiva y ayudé a Mateo a ponerse de pie. Como estaba muy débil, tuve que subirlo a mi espalda. Al principio no quería, pero terminó aceptando a regañadientes. Y así, en compañía de Kiva, nos alejamos del área con rapidez, moviéndonos entre las sombras y usando el polvo para ocultarnos. Pronto, detrás de nosotros, quedó el punto en el que hace poco había estado erigida la torre más alta de todo el país. Un lugar en el que ahora, no quedaba más que una montaña de escombros, muerte y un pasado enterrado, de cual por fin me había liberado.

***

La noche caía con todo su peso. La luna y las estrellas resplandecían apacibles, ajenas al caos que reinaba en la ciudad.

Estábamos al pie del cerro de la silla, observando la columna de humo que se elevaba hasta lo alto, en el firmamento.

Kei estaba a mi lado, observando la ciudad, el hombre al que ahora llamaba padre. Su gabardina negra ondeaba con el viento de forma apacible, en un mismo compás con su largo cabello. Una parte de sus gafas estaban rotas, igual que algunas piezas de su vestimenta. Se notaba que había tenido una dura batalla.

—¿En verdad era ella El Supremo? —pregunté.

—Sí, lo era —respondió él sin titubear.

—¿Por qué llamarlo «el» si era una «ella»? —cuestioné.

Mi padre soltó una risa divertida, pero elegante.

—Es porque es el primer vampiro, eso es todo —explicó—. Su nombre es Kalro, y muchos lo confunden con un ser masculino.

Kei me había traído aquí para estar a solas. Según él, tenía algo importante que decirme.

—¿No es El Supremo, un ser mitológico que rivaliza con cualquiera de Los Primeros?

Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios.

—Lo es.

—En ese caso, tú eres...

Sin dejar de mirar el horizonte, asintió.

—Soy uno de los Primeros.

Su repuesta no me sorprendió del todo. Desde hace tiempo ya me había dado cuenta de que Kei ocultaba algo.

—Kei... Keitor... Debes ser Keitor —dije casi como una reflexión propia—. ¿Cómo no me di cuenta antes?

Busqué la respuesta en su mirada, pero él siguió sin hacer contacto visual. Simplemente lo afirmó con otro movimiento de cabeza.

—Keitor es mi nombre —respondió—. Maestro de la Realidad.

Realidad, realidad, realidad... Maestro. ¿Keitor? ¿Mi padre? Entonces eso significaba que... No, no podía ser verdad, algo no cuadraba.

—Espera —continué—. Si tú eres Keitor, entonces, ¿quién es el anciano que conocí en mi audiencia con Keliel? Se supone que Los Primeros son...

—Viejos, prisioneros de un cuerpo decrepito y débil para mantener a raya su poder, ¿no es así?

Tragué saliva. Tal vez había sido muy directa.

Kei dejó ir una ligera risa, dejando otra vez un misterioso silencio.

Me sentí incómoda por un momento. No sabía qué decir, así que me arriesgué.

— Por qué me dices todo esto? —pregunté—. ¿¿Por qué estás tan interesado en mí? Tú me estuviste entregando información para que diera con Velasco, fuiste tú quién cambió de lugar el partido final de dominorium, ¿no es así? ¿Qué quieres que haga? ¿Es mentira todo lo que has dicho?

—Mentir... es diferente a ocultar la verdad —dijo con voz tranquila—. No hay mentira en nuestra historia, querida hija, sólo traté de ayudarte, de darte lo que tú querías. Desde la primera vez que te vi, noté esa determinación tuya, querías atar los cabos de tu vida a toda costa. ¿Me equivoco?

Me quedé en silencio por un momento, le di la razón.

—Cuando te fuiste, aquel día en la GIV, antes de que me conocieras como Kei, investigué todo lo que nos dijiste a Keliel y a mí, sobre Velasco. Tenías razón, hija, él era un monstruo, pero no podíamos destruirlo a la vista pública, estaba muy bien resguardado por su posición. Todo quedó fuera de mi alcance, hasta entendí que tú fuiste una de sus presas, una víctima de su locura. —Su ira se notaba en cada palabra que pronunciaba al mencionar ese tema—. No sabes cuan molesto estuve cundo lo supe, quería destruirlo con mis propias manos, pero sabía que eso no sería algo bueno para ti. Tenías miedo, pero querías enfrentar tu pasado, pude saberlo con solo verte. Entonces, decidí dejar de pensar de forma egoísta, mantenerme al margen y apoyarte desde las sombras para que pudieses hacerlo tú misma.

Otra vez no tuve palabras para resolver. Entonces era verdad, él lo había planeado todo desde que me vio. Pudo haber destruido a Velasco, pero tenía razón, eso me hubiese molestado. Quería hacerlo por mí misma, quería ser yo la que le diese el último castigo, no Keliel, no la guardia, no un... un padre. Si no lo hubiera hecho de esa manera, entonces no habría superado mis temores, y ahora seguiría siendo una niña asustada, marcada por su pasado.

Levanté la vista y miré a Kei en silencio. No podía comprender por qué, él de verdad actuaba como un padre, mejor que ningún otro. Entendía mi pensar, mis deseos, e incluso cumplía mis caprichos sin que yo se lo pidiera. Sin embargo, algo no cuadraba. Si lo que había aprendido en la academia era cierto, entonces...

—Hija —hablé—, ¿por qué me llamas tu hija? No puede ser cierto —respondí, sin poder evitar sentirme engañada—. Si en realidad eres uno de los Primeros, no hay forma de que pueda ser tu hija. Se supone que son infértiles.

Kei inhaló profundo y sacó una mano de su bolsillo. Aún sin mirarme, con la vista clavada en el horizonte, levantó y extendió su palma. En ella, encendió una flama energética completamente azul.

—Dime una cosa, puedes ver esta llama azul, ¿no es verdad?

Asentí con la cabeza. Pero no, ya sabía para donde iba, otra vez quería marearme con eso del color de la familia. A estas alturas ya no podía creer eso, había visto a Mateo encender un aura con el mismo color de la familia, sin mencionar que había visto a otros con auras de un color único, otros que no parecían ser parte de mi familia.

—Lo veo —respondí—, pero no creeré más en eso. Yo he visto otros colores.

Él torció sus labios en una sonrisa fugaz.

—Siento no haberte dado la información completa antes, pero no estabas lista para recibirla. Hoy, en cambio, has cumplido con creces mis expectativas y estoy orgulloso de ti. Rompiste tus barreras, aceptaste tus raíces y superaste los miedos que te ataban al mundo humano. Te convertiste en una verdadera kiniana, y esperaba ansioso este momento.

—Qué... ¿Qué es lo que quieres decir?

Esa media sonrisa seguía ahí, bajo su bigote.

—El azul es el color de la familia, eso es verdad y un hecho irrefutable. Solo tú y yo podemos verlo, pero jamás te dije el porqué.

—Eso tampoco es verdad —respondí—. Mi amigo lo ha visto también. Entonces...

Su mirada se posó sobre mí por un instante.

—¿Tu amigo? ¿Ese vampiro? Qué interesante...

Noté un atisbo de interés en su semblante, la duda se marcó en una mirada que desvió al momento.

—E-Explícate de una vez, por favor —le solicité, con cierto nerviosismo.

—La paciencia es una virtud, mi querida niña. Ese color significa Realidad —dijo al fin—, azul es el color de la Realidad. Solo tú y yo, en todo el mundo, deberíamos poder ver su color. Si ese chico lo ha visto, significa que tiene una habilidad muy especial. No me extraña ahora que El Supremo lo buscase.

Me quedé perpleja, ignoré por un momento lo que dijo de Mateo y me centré en lo otro.

—¿Realidad? Estamos hablando de lo que creo que hablamos.

Kei asintió.

—Una de las seis leyes energéticas que rigen el mundo, ni más ni menos —habló claro, directo—. Mencionaste haber visto más colores, ¿no es así?

Asentí con la cabeza. Lo recordaba, púrpura en El Supremo, rojo en el Gran Sabio Keliel, azul en Mateo.

—Los he visto. ¿Qué significan?

—Nuestro mundo, hija, está regido por seis leyes de energía. En conjunto dan origen a la existencia misma. Espacio, energía roja; Tiempo, energía verde; Dimensiones, rosado; Forma, púrpura; Materia, negro; y Realidad, azul.

—Las Seis Leyes de Energía —hablé en voz baja, casi para mí—, las recuerdo.

Mi padre sonrió y continuó.

—Sólo los Primeros tenemos la afinidad energética necesaria para comprenderlas y dominarlas. Cada uno de nosotros tiene poder sobre una, y sólo ellos son capaces de ver el color de la propia ley que pueden controlar. Ninguno de nosotros fuimos engendrados, no tenemos padres, sino que nacimos de la más pura esencia de la energía.

—¿Ellos? ¿Te refieres a Los Primeros? —pregunté, arqueando una ceja.

El hombre asintió.

—Un Maestro del Espacio, como Keliel, sólo puede distinguir el color rojo de su propia aura energética, por ejemplo, mientras que un kiniano normal la verá dorada, igual que una común. Para cualquier otro de los Primeros, o cualquier kiniano normal, tanto tu aura, como la mía, siempre serán doradas.

—Un momento —interrumpí—. Yo pude ver el aura de color rojo en el Gran Sabio, igual que la púrpura en El Supremo. ¿Por qué?

—Es natural. Eres mi hija, ¿no te lo he dicho? Significa que posees afinidad a la Realidad. El poder de la Realidad es el único entre los seis, que da visión a la existencia tal y cómo es. Sin embargo, a pesar de que podemos verlas, no somos afines a ellas, es decir, no tenemos control sobre otras leyes. Diferenciar el color de cada Ley forma parte de la Realidad.

—¿Entonces de que sirve poder verlas?

Kei sonrió.

—No sólo puedes verlas, hija, sino que puedes comprender mejor que nadie la verdad de todo; el complejo entramado que permite la existencia de nuestro universo en el delicado equilibrio dimensional. Ningún otro humano o kiniano puede hacerlo. La información es un poder mucho más valioso que ningún otro.

Las revelaciones se presentaban ante mí, una tras otra. No podía creer lo que escuchaba, pero, me gustaba. Me parecía sorprendente, increíble, deleitante.

—Así que es por eso que yo... puedo transmitir visiones de mi pasado a otros al tocarlos.

—¡Ah! Ya has comenzado a experimentarlo —habló Keitor, con un tono de orgullo en la voz—. Visiones de Realidad: ilusión. Puedes alterar la percepción de la realidad en otros. ¿No te parece interesante? ¿Qué es la realidad, hija mía, sino lo que pueden percibir tus sentidos? ¿Y qué son los sentidos, sino ventanas a una realidad limitada por los mismos? Nosotros, Kat, tenemos el poder sobre eso.

Observé mis manos con cierto temor, y luego a Kei.

—Y tú, ¿sabes hacer todo eso?

Kei sonrió y me miró detenidamente por primera vez en toda la conversación. Tenía una expresión paternal, cariñosa.

Levantó una mano con suavidad. Chasqueó los dedos.

En ese momento todo cambió a nuestro alrededor. El cerro de la silla ya no estaba, la ciudad de Monterrey tampoco. Había grandes pilares dorados elevándose hacia lo alto del... No, no era cielo. Esto era el... ¿mar?

—¡¿Qué?! —es lo único que alcancé a decir, pero mis palabras sonaron opacas, llenando burbujas que se alejaron hacia la superficie.

Sentí la presión del agua envolviéndome y el frío que me producía, traté de moverme, de nadar hacia arriba, pero Kei me sostuvo por el hombro.

—Tranquila, respira —escuché su voz directamente en mi cabeza—. No es real, es una ilusión. Estoy engañando a tu mente, he deformado tu realidad. Presta más atención, sólo tú podrías darte cuenta de la diferencia. Tú, yo, y nadie más.

Siguiendo sus indicaciones, traté de calmarme. Cerré mis ojos, respiré hondo. Era verdad, no me ahogaba.

Más tranquila, pude prestar atención a lo que me rodeaba. Lo que había delante era una ciudad, una ciudad submarina. La visión era maravillosa, con grandes edificaciones que se mimetizaban con las rocas y el fondo marino. La vegetación acuática adornaba amplios jardines, y había gente, personas viviendo vidas normales.

—Esas son, ¿sirenas? —pregunté.

—Los humanos las llaman así —respondió Kei—, pero son kinianos, hija. En el mundo aún quedan pocas comunidades exclusivas de kinianos, algunas prefirieren vivir en el fondo marino, lejos del contacto humano. Sus Bio-C son un poco distintos a los nuestros, pero en esencia, somos iguales.

Me quedé boquiabierta.

—Entonces esto es la Atlántida. ¿Es real?

Kei volvió a reír.

—La Atlántida era mucho más grande, pero ya no existe. Esta se llama Kiseyris, una de las ciudades marinas del mundo.

—No puedo... No puedo creerlo. Es hermosa.

—Ya lo creo, hija, y está bajo mi jurisdicción. Quizás algún día te lleve a conocerla.

—¡¿Lo harías?! —pregunté, sin poder contener la emoción.

—Por supuesto, aunque tendrías que aceptar mi proposición.

Fruncí el ceño.

—¿Cuál proposición?

—Con calma, primero haz lo que te pedí. Mira a tu alrededor y dime, ¿notas alguna diferencia?

No comprendía qué es lo que Kei quería decirme. ¿A qué se refería con...? De pronto lo noté. ¡Era verdad! Había algo diferente. Estaba tan acostumbrada a ver las luces de colores que conformaban el entramado del mundo, que apenas había notado que aquí, en este lugar, ¡no estaban! Aquí sólo había energía azul, dorada y azul.

—No están... —dije—. La energía colorida no está.

—Bien notado. Has logrado diferenciar una ilusión, de la realidad. Es tiempo de volver.

Y así como llegó la visión, desapareció. Como un difuminado de luz azul, la ciudad submarina se fue y la ciudad de Monterrey volvió a estar frente a nuestros ojos. El viento frío de la noche volvió a llenar mis sentidos. Otra vez, el entramado de colores que sostenía el mundo se divisaba en cualquier horizonte.

—¿Entonces eso es lo que hago? ¿Puedo deformar la realidad?

—Es un hecho, hija. Al ser tú y yo los únicos seres en este mundo que pueden diferenciar los colores de la existencia, somos los únicos capaces de diferenciar una ilusión, de algo real.

Entonces eso era. Lo que había visto, desde el primer momento en que me volví kiniana. Las luces de colores, todo ese entramado de energía, era eso: la existencia misma, la estructura del universo. Todavía estaba tratando de comprenderlo, pero ahora, ¡quería saber más!

—¿Y puedes hacer más cosas? ¿Cómo qué?

Kei dejó ir una risa divertida.

—Tengo más de seis mil años, ¿tú que piensas?

Casi me atraganto. Había olvidado lo antiguos que eran los Primeros. No podía imaginar cómo sería vivir una vida tan larga.

—Entonces, si yo no soy una de los Primeros, ¿cómo es que tengo afinidad con la Realidad?

—Ya te lo he dicho. Es porque eres mi hija, y has nacido con el mismo don que yo.

—¿Pero cómo es posible eso? Si de verdad soy tu hija, significaría que tú... —traté de mantener la calma—. Cuando te pregunté qué cosas ilegales podría haber hecho alguien como tú, ¿tenerme fue una de ellas?

Él sonrió, negando con la cabeza.

—En algún momento te hablaré de ello, pero no ahora. Mi decisión de llevarte a España sigue vigente, y es para instruirte como es debido. Esa es mi proposición, ¿la recuerdas? Tú no necesitas una academia, hija, me necesitas a mí.

De alguna forma lo que me decía cobraba sentido. Ahora que sabía qué era esa energía azul, y el origen de mi poder, la idea de aprender directamente de uno de los Primeros me hipnotizaba. No, no era sólo uno de Los Primeros, sino mi padre.

Se me escapó una risa que no alcancé a detener.

—Entonces, de verdad eres mi padre y, ¿puedo confiar en ti?

Keitor se retiró sus gafas rotas y se inclinó un poco para mirarme a los ojos.

—Lo diré por última vez, porque parece que te cuesta trabajo creerlo, pequeña. De verdad soy tu padre, y me importas más de lo que podrías imaginar.

Sus palabras se escuchaban sinceras. El contacto visual había sido determinante para que creyese en él. Fue directo, duro y cariñoso a la vez.

Se formó un nudo en mi garganta, acompañando un sentimiento de respeto y confianza hacia él.

—E-Entiendo —dije, un poco apenada—. Si no quieres decirme ahora cómo es posible no lo preguntaré más, entenderé, como tú me entendiste a mí. Será un honor aprender de alguien como tú.

No supe cómo comportarme, ahora que sabía que era uno de los Primeros, es decir, uno de los seis amos del mundo energético, ¿cómo debía llamarlo? ¿Cómo podría referirme a él? Así que, con mi mente echa un embrollo, sólo... incliné mi cabeza con torpeza.

—Gran Sabio Keitor —balbuceé.

Él sonrió.

—No es necesario que hagas eso, estamos entre familia —dijo, volviendo a mirar al horizonte—. Además, no creo que sea alguien de quien te puedas sentir orgullosa, hija, pero quiero que algún día puedas estarlo de verdad. Ahora que estás lista, finalmente podré compartir mi realidad contigo.

Me sacó otra sonrisa.

—Y yo no puedo esperar para que lo hagas. Muchas gracias, p-padre, por todo lo que has hecho por mí. Ahora que todo ha terminado, podré retribuir como se merece.

Keitor sonrió.

—Es gracias a ti, hija, que has dado esperanza a este anciano que se creía perdido en la eternidad de la vida.

Ambos nos miramos y asentimos ante las gracias del otro.

—Ahora que lo mencionas —dije—, de anciano se te ve poco.

El hombre soltó una risa culpable.

—Digamos que tienes razón, este cuerpo es un poco... ilegal. Ser un anciano no es agradable, ¿sabes? Los dolores de espalda son peores que las hemorroides. De ser posible, preferiría que no lo comentases con nadie, al igual del hecho de que somos familia. ¿Podrías hacer eso por mí?

De tal palo tal astilla, ¿no? No pude evitar reír. Las razones que mi padre tuviera no eran de mi incumbencia. Él había guardado mi secreto, así que yo guardaría el suyo; el nuestro, mejor dicho. Ya no tenía razones para dudar de él, si ocultaba algo, debía ser por una buena razón que ya entendería más tarde.

—Cuenta con ello —respondí—, aunque estoy segura de que Kiva lo averiguará.

—Kiva ya lo sabe, pequeña —replicó—. Fui yo quien lo buscó para ti, en primer lugar, ¿lo recuerdas? Fue uno de mis mejores comandantes, pero se retiró hace dos vidas. No pensaba decirle sobre este cuerpo, ni sobre ti, por supuesto, pero tú, pequeña bribona, lo pusiste a investigar y no tardó en descubrirlo.

Enrojecí al escucharlo.

—Lo siento, ahora entiendo por qué no me dijo nada. Te respeta.

Keitor sonrió.

—No importa, mentiría si dijese que no lo tenía contemplado como posibilidad. Él es de confianza, por eso lo elegí, y seguirá a cargo de tu entrenamiento en España. Sin embargo...

—¿Pasa algo?

Kei cerró sus ojos por un momento, inhaló profundo, y luego siguió.

—Esta será la última vez que nos veamos de esta manera, hija. Después de esto, Kei debe desaparecer. Me presenté ante ti de esta forma porque estaba ansioso de conocerte como padre antes de que estuvieras lista, pero ahora que lo estás, ha perdido su utilidad. Fue egoísta, lo sé, pero espero perdones a este viejo.

Sus palabras calaron en mí. Ya me lo estaba imaginando, todo eso había sonado más a una despedida que a una bienvenida desde el principio.

—No hay nada que pueda hacer para evitar eso, ¿verdad?

Él negó con la cabeza.

—Es algo que debe suceder, esta identidad ya ha cumplido su cometido. Te ha dado a un padre, y ahora todo está en tus manos. Nos seguiremos viendo, pero como aprendiz y maestro. Nadie podrá saber que eres mi hija, ni que posees el poder de la Realidad, de lo contrario, te apartarían de mí.

En ese momento recordé a Mateo. Si nadie debía saberlo, no podría ocultárselo demasiado, pues él también había visto el azul de mi energía cuando absorbió ese poder de mí. No tardaría en hace conjeturas.

—Hay alguien que lo sabe.

Keitor liberó un gruñido muy bajo.

—El chico, ¿verdad?

Moví la cabeza de forma afirmativa, en silencio. Mi padre suspiró.

—Tendrá que venir también. Extiéndele la invitación.

Entonces recordé a Selene, y a Kori.

—¡Espera! ¿Y la chica que está en mi posesión? Además, hay una persona que...

Él comenzó a reír de forma abierta.

—Llévalas contigo, no importa. Sólo mantén el secreto, que no lo sepa nadie más, ¿de acuerdo?

—¡Gracias! —dije con alegría—. Entonces, Kei, de ahora en adelante, ¿serás Keitor, el Maestro de la Realidad?

Él asintió.

—Y tú serás el Demonio Blanco. Me gusta el nombre que te han dado. ¡Osado y temible!

Reí de forma incómoda, llevando mi mano a la nuca.

—Eh, je, je. Dejémoslo en Kat, ¿de acuerdo? Por cierto, ¿qué pasará con todo este desastre?

Kei hizo un gesto cansino cuando pregunté lo último.

—Eso... eso es algo que tendré que discutir con mi hermano. Va a ser una conversación que no quiero pensar ahora. ¿Te gustaría sentarte un momento a disfrutar de la vista?

El hombre se sentó en el terroso suelo y me invitó con un ademán a que yo también lo hiciera. Accedí, me senté, recosté mi cabeza con atrevimiento sobre su hombro y, después, ninguno volvió a pronunciar palabra. No era necesario. Era extraño. Apenas nos conocíamos, pero éramos parecidos, no podía negarlo. Éramos poco comunicativos, y en cierta manera, me sentía afortunada de que fuese así. Ese hombre se había ganado mi aprecio y respeto.

Ahora tenía más respuestas de lo que esperaba. Realidad. ¿Hija de uno de Los Primeros? ¿Me convertía eso en la hija de un dios? ¿O en una princesa de cuento de hadas?

Dejé ir una risilla boba mientras observaba las luces de la ciudad. «Mírame, Viola, al fin pude cerrar el círculo que me ataba a Velasco, ya nadie más sufrirá por él». Aún quedaban comedores, pero sería cuestión de tiempo para que también cayeran. Ya no habría más frustración, mi meta estaba cumplida, y todos aquellos que se habían ido podrían descansar en paz.



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