27. Fulgor del alma


Unos días después. Academia del Viento Eterno, Santa fe, Ciudad de México.

Luego de la horrible experiencia de aquella noche, Kori, Selene y yo nos volvimos todavía más cercanas. Si bien, al final no pude comprobar que Velasco realmente estuviera en aquel lugar y, por ende, tampoco verificar la veracidad en el mensaje de mi padre, al menos no había empeorado las cosas. Nunca nadie supo que salimos de la academia por la noche, lo que ocurrió en las calles sería un misterio para cualquiera, y ahora las tres teníamos otra anécdota aterradora para contar. Éramos amigas, amigas unidas por el horror.

Ahora que Kori sabía de Selene, sus visitas a mi habitación eran más comunes. Todavía no le contaba sobre Velasco, pero pensaba hacerlo pronto. Por ahora, no quería distraerla de la felicidad que comenzaba a recuperar tras el incidente. Dicha felicidad, estaba ligada a la decisión que había tomado la misma noche en que ocurrió ese desastre. No pude decirle que no a Kolbert, no podía negarle ese pedacito de felicidad a mi nueva amiga. Así, ambas entramos al equipo de dominorium para suplir a Kremura durante un partido. Verla feliz, me hacía feliz, y, aunque no me llamase demasiado la atención el juego, al menos las prácticas habían resultado ser entretenidas.

Finalmente, Kolbert se había salido con la suya y se había hecho con dos nuevas jugadoras para suplir a su preciada Kremura. ¡Uff! Cuando se enteró, ricitos furiosos hizo una rabieta inolvidable, pero de nada le sirvió porque estaba suspendida. Molestarla era otro plus a la decisión. Y ahora, era momento de cumplir con esa promesa, y jugar contra la academia Fulgor del Alma.

—¡Kat! ¿Estás bien? El partido está a punto de empezar. Ven aquí, tienes mal acomodado el cabello.

La voz me causó un sobresalto, el cual se acrecentó cuando sentí que alguien se acercaba demasiado a mi rostro para acomodar mi peinado. Estaba en los vestidores del estadio. El resto de mis compañeros salían a toda prisa, animados, hacia el campo. Junto a mí, una chica de cabello recogido y moño dorado, me tomaba del brazo, apresurándome.

Siempre que me perdía en mis pensamientos era como si de verdad me fuera a un mundo diferente, lejos de todo. Curioso. Era una habilidad que había adquirido desde que estuve cautiva, en la celda del comedor vampírico. Huir a mis propios mundos era natural.

—¡Qué emoción! ¡No puedo creer que jugaré en el equipo de la selección! ¡Esto es demasiado para mí!

Le dirigí una sonrisa a mi amiga, de verdad alegraba verla así de contenta.

—Te lo mereces, más te vale disfrutarlo.

Ella asintió con un movimiento enérgico de cabeza.

Ahora éramos jugadoras oficiales del deporte en el que jamás creí que participaría. En adición, no de cualquier equipo, sino de la selección de la academia. A todos les parecía genial, las personas me veían diferente, ya no me temían, ahora querían acercarse a mí.

No me gustaba nada, era demasiado contacto humano, sin mencionar que me sentía culpable. ¿Cómo podía estar jugando, divirtiéndome, mientras allá afuera estaba sufriendo gente? Seguía siendo un monstruo, sólo que ahora, uno diferente. ¿En qué momento había pasado esto? ¿En qué momento me había rodeado de personas otra vez?

El resto ya estaba en la cancha, tan sólo faltábamos nosotras dos. La música y las ovaciones indicaban que estaban comenzando, así que corrimos a toda prisa para llegar al campo de juego.

En cuanto atravesé el umbral de salida, el ánimo del ambiente me invadió por completo. Los sonidos vibrantes me recorrieron de pies a cabeza. Los gritos, los aplausos y abucheos de la multitud estaban incluso por encima de la música electrónica resonante.

Cualquiera se hubiese abrumado por el impacto de tantas sensaciones. Lo que yo sentía era asombro y emoción. Era la primera vez que iba a presenciar un partido de dominorium, siendo, además, una participante.

—¡Esto es increíble! —gritó Kori, pero su voz quedaba opacada por la intensidad de tantos sonidos.

Ambas nos quedamos maravilladas, observando como un par de tontas la inmensidad del estadio.

—¡Mira Kat, por allá! —señaló Kori, hacia el nivel inferior de las gradas, muy cerca de dónde nos encontrábamos.

Busqué con la mirada lo que mostraba, hasta que lo encontré. Sentada, gritando con euforia y una verdadera alegría marcada en el rostro, se encontraba otra de las personas que iluminaban mi vida: Selene.

Tenía permiso para llevar a mi «posesión» a verme jugar el partido, y tomé la oportunidad sin dudar para que la chica pudiera salir de su habitación. Por supuesto, había tenido especial cuidado de solicitar un palco especial, en el cual estaría alejada de la multitud. La única condición para que Selene pudiese asistir al partido, era que necesitaba compañía. Por eso, a su lado, estaba la única persona en la academia que habría aceptado algo así: Kiva, mi entrenador personal.

Ambos se veían sonrientes, muy emocionados, y eso, me transmitía una extraña sensación, una que me invitaba a esforzarme. Era bueno ver que mis esfuerzos comenzaban a dar frutos, Selene se veía mucho mejor, feliz, podía disfrutar la vida otra vez, y eso era algo que no tenía precio. Inclusive ostentaba un lindo moño dorado en su cabello, el cual todavía dejaba caer sobre su rostro para cubrir su imagen. El aditamento había sido confeccionado con ayuda de Kori, y ahora ambas lucían ese ridículo, pero divertido artefacto.

—¡Vamos, vamos! ¡Nos están esperando!

—Ya voy —dije, al ver que Kori se adelantaba a alcanzar a los otros.

No podía quejarme, no era tan malo, la verdad es que, las cosas estaban saliendo mucho mejor de lo que yo esperaba, y eso, de alguna forma, me aterraba. La última vez que mi vida comenzaba a ir bien, todo se derrumbó. Sentía que, en cualquier momento, volvería a ocurrir.

Me apresuré a reunirme con los demás. Al moverme, me sentía más ágil de lo normal, algo natural porque vestía el uniforme oficial de la selección de dominorium. Negro, contrastante con mi cabello, bien adaptado a la silueta de mi cuerpo, resaltando la tonificación muscular en dorado. Al menos me gustaba, me hacía lucir una delicada, pero peligrosa figura. Estaba confeccionado con un material llamado flexometal, el cual servía para aminorar impactos energéticos y distribuir el daño. Útil para defender, pero no para atacar.

Antes del juego tuvimos que estudiar las reglas, y nos hablaron sobre obstáculos en el campo. Imaginaba muchas cosas, pero nunca algo como lo que tenía delante. Un estadio real de dominorium era... era... ¡bellísimo!

Un bosque se elevaba al frente. Árboles tan grandes que llegaban hasta la cúpula superior que delimitaba el recinto cerrado. Sus troncos brotaban de un suelo terroso, con pasto y hojarasca, en un óvalo perfecto que marcaba las medidas del campo. Ignoraba cómo era eso posible, aunque entendía que tenía algo que ver con las placas del suelo.

Un camino se abría entre la espesura, dejando paso a un claro. Allí estaba el resto de mi equipo, tomando su posición.

—Ahí estás, por un momento pensé que te habías asustado —me dijo Kroll, el muchacho musculoso del equipo, dirigiéndome una mirada burlona. Él, de entre todos, era el único que me superaba en potencial energético, y eso lo convertía en el chico más fuerte de la escuela.

Le respondí con una sonrisa arrogante.

—¿Miedo? El otro equipo es el que debería sentir miedo.

Kroll me enseñó un puño de forma enérgica como muestra de asentimiento y siguió andando. Apenas lo conocía, igual que al resto de personas con quienes haría equipo, pero todos parecían tener un alto espíritu deportivo. Me recordaba un poco al ballet, a la complicidad que alguna vez tuve con mis compañeras, antes de que se volvieran insoportables.

Las reglas del dominorium dictaban que el líder de un equipo recibía el nombre de Amo. Ese papel le correspondía a Kolbert, en la selección. El resto éramos Siervos, que a su vez podíamos tomar roles de ofensores, guardianes o soporte. Los equipos eran de seis personas. Kroll era un salvaje, Kaina era agresiva, Kurt un chico bastante común; Kolbert era un estratega, uno duro de roer. Kori era una adición prometedora, como soporte, ¿y yo? Estaba supliendo a Kremura, la guardiana del amo.

—No olviden apegarse a lo planeado —dijo nuestro amo, apenas adquirimos formación en línea frente al equipo contrario—. Kat, ¿qué llevas en el cabello?

—¿Tengo algo raro? —pregunté.

Él me miró con cara de risa. Tenía que admitir que, en su ajustado uniforme de dominorium, no se veía nada mal. El dorado y el negro combinaban bien con su cabello cenizo.

—Respeto tus gustos —dijo—, sólo que nunca creí que fueses tan...

Lo miré con el ceño fruncido, empujando ligeramente la barbilla hacia un lado.

—Tan... ¡¿qué?! —pregunté, llevándome una mano al cabello. Sentí algo, algo que incluía tela de listón: un prendedor en forma de moño.

Lancé una mirada fugaz a Kori. ¡Esa niña! Lo había puesto ahí al arreglar mi cabello. Yo no... ¡yo no usaba esas cosas! Pero ahora no tendría en dónde ponerlo si me lo quitaba, y tampoco podía deshacerme de él, no tenía corazón.

—Tan... femenina —dijo el joven, llevándose una mano a los labios para ocultar su risa.

Enrojecí, aunque quizás nadie lo notó.

—Eres un idiota.

—¿Ah, sí?

Suspiré.

—Podría mostrarte toda la feminidad que tengo si te la merecieses. Oye, espera, creo que tengo un poco guardada en este puño, especial para ti, ¿quieres verla? —le espeté, mostrándole los nudillos.

Él levantó ambas manos a la defensiva.

—Así está mejor —respondió sonriendo—. No pierdas la actitud, la necesitarás.

Exhalé de forma cansina, ignorando su estupidez, y tomé posición entre Kolbert y Kroll, mientras jugueteaba con el objeto que ataba mi cabello. Cerca de mí, ocultándose detrás de Kaina, Kori silbaba de forma culpable, ocultando la risa que seguro tenía impregnada en la cara.

Reí en silencio mientras negaba con la cabeza. No podía creerlo, ahora usaba la misma ridiculez que las otras dos.

Doce jugadores estábamos en el claro, rodeados de árboles. Frente a nosotros, los seis integrantes de la selección de la academia del Fulgor del Alma tomaban su posición. Los colores que vestían eran rojo y naranja, igual que el fuego que destellaba en la mirada de cada uno. Estaban ardiendo, emocionados, decididos.

De nuestro lado se respiraba confianza y seguridad. Kolbert se sentía orgulloso por no haber perdido un solo partido desde que se había vuelto amo, y este no iba a ser la excepción. Mis 35 KU eran superadas únicamente por los 37 de Kroll, así que se esperaba mucho de mí. Aunque eso no podía importarme menos, pues lo único que yo quería, era que Kori lo disfrutara.

Una voz hablando por megáfono comenzó a dar las indicaciones para comenzar. Había pantallas por todo el estadio, transmitiendo la imagen de nuestros rostros gracias a los drones que flotaban alrededor, los cuales también seguirían nuestras acciones durante el juego.

Un pitido sonó fuerte, seguido de las ovaciones del público. ¡Era la señal! ¡El partido había comenzado!

La mirada de uno de los oponentes rojos fue lo último que alcancé a divisar cuando salté hacia atrás, siguiendo el plan preparado por nuestro estratega. Una de las reglas era no salir del campo, pero podíamos distribuirnos en toda su extensión a placer.

Los árboles nos sirvieron como cobijo mientras adoptábamos posiciones. La mía, como guardiana, era estar junto a Kolbert en todo momento. Jamás debía perderlo de vista ni permitir que alguien se acercara a él. La meta del juego era capturar al amo enemigo, igual que con el rey, en el ajedrez, así que podría decirse que tenía el trabajo más importante.

En pocos segundos adquirimos la formación que nuestro amo había preparado para este juego: punta de flecha. Kroll era la punta. Los vértices de la triangulación ofensiva eran conformados por Kurt y Kaina. Kori estaría en el centro, y su tarea sería capturar enemigos.

—Por aquí, Kat —dijo Kolbert, a través del E-Nex, señalando las ramas de los árboles.

Con una mano acomodé el audífono de chícharo en mi oído. Se trataba de un adaptador para E-Nex, aditamento del juego que servía para comunicarnos entre los miembros del equipo.

El amo y yo nos alejamos, buscando un extremo del campo fuera de la vista. Lo seguí. La formación podía ser una punta de flecha, pero la cola podía alargarse tanto como el amo deseara. Las grandes copas de los árboles reducían mucho la visibilidad y parece que es justo lo que quería.

Cuando llegamos arriba, él se recargó en un tronco.

—A esperar —dijo.

Arrugué la frente.

—¿No estás demasiado confiado? —le pregunté.

Él rio.

—Tranquilízate —respondió entre risas—. No pienses, déjame esa tarea a mí. Todo está bajo control, presta atención y mira cómo el equipo contrario comienza a caer.

Kolbert me hizo una seña para que me acercara, mientras levantaba la muñeca en la que llevaba su brazalete comunicador.

Cuando estuve más cerca activó su dispositivo y una proyección holográfica brotó. En ella se observaba el campo de juego como si fuese un tablero, con pequeños puntos de colores que llevaban una etiqueta con nuestros nombres.

—Es un mapa del campo. Tú también puedes activar uno, con tu E-Nex. Desde aquí puedo dar las órdenes, ¿lo ves? Es como un tablero de ajedrez. Mira, justo ahora se llevará a cabo el primer enfrentamiento, vamos a ver.

—¿Qué estás diciendo? —pregunté—. Deberías mantenerte oculto.

Kolbert se echó a reír.

—¿Por qué? Te tengo a ti. Además, el equipo contrario es algo peculiar, ya verás. A pesar de que la esencia es simple, la estrategia y las capacidades de cada integrante son lo que determinan la victoria. Ven conmigo, te lo mostraré.

El joven dirigió su mirada a las altas copas de los árboles y comenzó a saltar de rama en rama para llegar a la punta. Lo seguí, algo confundida. ¿Quién era yo para cuestionarlo? Nunca había jugado a esto.

Cuando estuvimos arriba, volví a escuchar con fuerza el sonido de toda la gente, ahora con una vista panorámica del estadio. El bosque se veía pequeño, pero tupido desde mi posición. Había cuatro personas adultas en cada una de las esquinas, paradas sobre altas plataformas en pedestal. En sus rostros llevaban visores, y sus cabezas se movían en diferentes direcciones, como si estuviesen vigilando cada rincón. Eran los árbitros, revisando que todo se llevara a cabo de acuerdo a las reglas; el visor les transmitía imágenes e información exacta sobre cada punto del campo.

—Por allá —dijo Kolbert, señalando un punto entre los árboles, cerca del claro—. Está esperando.

Había una persona de pie. Era Karter, el amo del equipo contrario.

—¿No debería estar oculto?

Kolbert levantó un dedo y lo movió en forma de negación.

—¿Acaso no recuerdas la información que les envié, querida Kat? —preguntó Kolbert, como si fuese una obviedad —. Normalmente un amo se ocultaría, ¿no es así? Pero estos chicos hacen lo opuesto. Su amo está expuesto, mientras ocultan al resto de su equipo. No tienen mayor estrategia que esa, ponen todo en manos de un solo jugador tremendamente fuerte. Puede resultar intimidante para muchos, pero no para nosotros. ¿Comprendes la deficiencia de esa táctica?

—N-No —respondí con la verdad.

—Observa y lo verás.

En el dominorium, se debía capturar la forma etérea de un oponente dentro de un cristal de contención. Para eso había que propinar directamente un golpe etéreo a un miembro debilitado. Cada siervo daba veinte puntos, mientras que capturar al amo, brindaba cien y daba fin a la partida. A diferencia de un amo, cuya captura marcaba el final del juego, capturar un siervo era un evento temporal, debido a que podía ser liberado en cualquier momento rompiendo el cristal de contención.

Estaba mirando a Karter, cuando levantó la mirada al cielo y nos vio. Clavó su mirada en nosotros. Sonrió.

¿Finalmente había llegado el momento? Si ese sujeto intentaba venir por Kolbert, tendría que detenerlo. Si era capturado, ganaríamos. Parecía sencillo, sólo que, había un pequeño problema. Yo no sabía usar el golpe etéreo.

La técnica de captura era una habilidad compleja y avanzada que todavía no aprendía a dominar. Requería utilizar una cantidad de energía muy concreta para lograr expulsar la forma etérea de un Bio-C, una capacidad de control que yo no poseía. No podía reducir o incrementar mi poder a voluntad, era muy complicado, y podría incluso terminar lastimando a alguien. Por fortuna, según Kolbert, no necesitaría usarla si me dedicaba a protegerlo.

El amo del equipo enemigo se lanzó contra nosotros. Tomé posición de guardia, pero Kolbert puso una mano en mi hombro.

—Tranquila, no llegará.

Y tenía razón. De entre los árboles brotó una poderosa ráfaga energética que detuvo el avance del enemigo y lo devolvió al claro como rebote. La acción desencadenó una serie de eventos que parecían estar esperando el momento oportuno para llevarse a cabo.

Los cinco miembros restantes del equipo contrario aparecieron de entre los árboles, posicionándose alrededor de Karter para defenderlo. Tenían las manos al frente, estaban preparados para atacar. Era una trampa móvil, estaban ocultos, preparados para defenderlo en cualquier momento.

Kolbert observaba la escena con una mano en la barbilla. Se notaba que disfrutaba pensar en su siguiente acción.

—Cuando el amo es el elemento más fuerte se debe optar por limpiar los estorbos. —Kolbert realizó un llamado general—. Kurt, Kaina, separen y debiliten siervos. Kori, serás la carnada, atrae a Karter. Kroll protégela a toda costa.

—Entendido, amo —respondieron los cuatro al unísono.

Al principio me había parecido una broma, pero ahora confirmaba que no era así. Todos los jugadores, incluyendo a la boba de Kori, tenían una actitud muy marcial y leal. Llamaban a Kolbert «amo», y eso era algo que... yo no sabía si podría hacer.

Atendiendo a las instrucciones, cuatro destellos dorados salieron de entre los árboles y se separaron en diferentes direcciones. Kori fue directo hacia el grupo de seis jugadores, fingiendo que intentaba escapar de ellos, cuando en realidad los estaba provocando. No creí que nadie pudiese caer en esa trampa, pero vi con sorpresa que Karter se abría paso entre sus siervos para ir tras ella, con tres de los suyos a la espalda. Siguiendo el plan, Kroll se perdió de vista, en persecución.

Los dos fulgores restantes, al darse cuenta de que era una trampa, intentaron actuar, pero ya era tarde. Un campo de energía envolvió a los uniformados de rojo y naranja, seguido de la aparición de Kurt y Kaina. El primero era quien los retenía, mientras que la segunda corría hacia ellos a toda velocidad.

Escuché explosiones energéticas en la espesura del bosque, al mismo tiempo que los gritos de los desdichados que fueron separados de su amo. Kurt rompió el campo de fuerza cuando Kaina estaba a centímetros de sus objetivos. La chica extendió ambas manos, preparando dos poderosas ráfagas de energía en la palma de cada una, las cuales disparó directo a la cara de sus oponentes.

La agresiva Kaina era muy eficaz. Mientras atacaba, parecía un imponente y ágil lagarto en su vestimenta, puesto que, con el cabello rojo recogido, dejaba a la vista sus tatuajes: púas draconianas de la nuca a las clavículas, hasta perderse en su escote.

Cuando los dos jugadores del equipo contrario cayeron al suelo. Kurt apareció de prisa a su lado y los golpeó a ambos con una potente palmada en el pecho. Después, con un tirón hacia atrás, sacó las dos formas etéreas, haciéndolas desaparecer en los cristales que llevaba en el cinturón. Dos de los cinco cristales que llevaba se iluminaron de dorado, mientras que el resto permanecieron opacos. Eso era una captura, sacar la forma etérea de un kiniano y guardarla en el cristal.

«¡Han sido capturados!», escuché la voz del comentarista. Intentaba ignorarlo, porque me distraía de lo que ocurría frente a mí.

De pronto escuché explosiones entre los árboles, seguidos del comentarista anunciando capturas inesperadas.

—¡Maldición! ¡Esto está mal! —dijo Kolbert, descendiendo de prisa hacia la espesura del bosque—. Kat, vamos, a los árboles.

No comprendí por qué, así que revisé mi E-Nex. La pulsera proyectó los datos, en los que se veían a Kroll y Kaina con la leyenda «capturados».

Expandí el mapa sin perder de vista a Kolbert. Kori estaba sola, con un oponente. Kurt huía del amo y dos de los siervos del equipo contrario. Si le daban alcance al último, podrían liberar a sus camaradas y darle la vuelta al juego. La captura de Kroll, nuestra pieza más fuerte, y Kaina nuestro elemento más útil, elevó la moral del equipo contrario. Kolbert estaba presionado.

Oculta entre ramas de árboles, tenía proyectado el mapa frente a mí, en el cual se podía ver a Karter a punto de alcanzar al último de nuestros ofensores. Kori lo seguía de cerca, con otro enemigo detrás, probablemente esperando cualquier instrucción antes de actuar.

—Vamos a tener que intervenir, si atrapan a Kurt estaremos acabados —dijo Kolbert, directo a mi E-Nex.

Asentí con una señal y luego salté a la siguiente rama, siguiendo a Kolbert. Nos movimos juntos, silenciosos, sobre las copas de los árboles, en dirección a donde estaban nuestros aliados.

Nunca antes había estado en un bosque. Podría parecer una estupidez, pero mi madre nunca pudo llevarme a uno. Era una chica de ciudad, acostumbrada a las calles salvajes, y no a la naturaleza. Chapultepec era el único bosque al que había ido, y se quedaba corto en comparación con este; no por área, sino por espesor. Quizás fuese falso, o quizás no, pero me transmitía sensaciones reales.

Cerré mis ojos por un breve instante, sentí el viento frío, escuché el murmullo de las hojas y el trepidar de la madera. La música y las voces del estadio parecían muy lejanas, atenuadas por la presencia de tantos árboles. Era una experiencia maravillosa, única.

Paramos al llegar a la zona de encuentro, sin embargo, era tarde. Tres miembros del equipo contrario, incluyendo a su amo, tenían rodeado a Kurt, nuestro compañero.

—Kolbert —dijo Karter—. Sal ya, te he estado esperando.

Observé la reacción de Kolbert ante el llamado del otro amo. Seguíamos ocultos, en la copa de un árbol. Él apretaba puños y dientes, trataba de lucir impertérrito, pero lo notaba molesto. Se quedó así por unos segundos, antes de inhalar profundo y erguirse con porte altivo. Tronó su cuello con un par de movimientos y, sin bajar del lugar en el que estábamos, salió a la luz.

—Al fin —dijo Karter, sin sorprenderse al ver a nuestro amo mostrarse—. ¿Pensabas que eras el único que ha estudiado al equipo contrario? Esta vez las cosas serán diferentes. Las noticias vuelan, Kolbert, y gracias a todos aquellos derrotados por Viento Eterno, será que hoy, tu equipo invicto, va a caer.

Karter parecía estar hablando en serio. Yo escuchaba desde las sombras.

—Ha sido un fallo menor —respondió Kolbert—. Suponía que estudiarías las jugadas del equipo contrario, más aún si ha estado invicto por la temporada. Me hubieses decepcionado si no.

Karter rio, confiado.

—Claro, un fallo menor —se burló—. ¿Y tu guardiana? ¿Dónde está El Muro de 32?

Esta vez Kolbert fue quien sonrió.

—Noto que estás un poco desactualizado, Karter. ¿Por qué no lo averiguas jugando?

La risa fue recíproca.

—Eso es lo que pienso hacer. ¡Laterales, doble invertida!

—¡Sí amo!

Como respuesta al grito de Karter, los miembros de su equipo se dispersaron al instante.

La reacción de Kolbert no se hizo esperar. Dos movimientos de mano y un aviso a través del E-Nex, no necesitó más. Kurt se puso en guardia, justo a tiempo para bloquear el impacto de tres disparos energéticos.

Estaba pensando en lanzarme a defender al chico, sin embargo, Kolbert se me adelantó con una orden a través del E-Nex.

—Kori, necesito de esa voluntad que mostraste antes. Cierra los ojos, deslízate y lanza tres ráfagas al aire, sin pensar, sólo hazlo. Katziri, cubre mi espalda, no me pierdas de vista ni por un segundo.

Apenas tuve tiempo para reaccionar, y estoy segura de que Kori también, porque apareció de entre los árboles, saltando con un grito desesperado. Tenía los ojos muy cerrados, tal y como había indicado el amo del equipo. Se deslizó sin pensar por debajo de donde Kurt sufría los ataques y disparó tres ráfagas de energía al aire.

En ese momento, Kolbert saltó por encima de la trifulca e hizo rebotar las tres ráfagas, imprimiéndoles impulso con su propia energía. Boquiabierta, vi como los ataques impactaban de lleno en las espaldas de los tres contrincantes que atacaban a Kurt, haciendo que cayeran al suelo, aturdidos.

—Kurt, ¡captúralos ahora! —gritó Kolbert, aún en el aire.

—Hasta aquí llegaste —habló una voz.

Karter apareció como un rayo, posicionándose detrás de Kolbert, preparado para lanzar un golpe etéreo. Si acertaba a nuestro amo, habríamos perdido. Pero no, eso no iba a ocurrir, porque yo estaba preparada.

Siguiendo la indicación de Kolbert al pie de la letra, nunca lo perdí de vista. Pude ver a Karter aparecer, y reaccioné por reflejo. Me lancé a toda velocidad contra él y lo embestí con potencia antes de que liberara su ataque.

Noté que Kolbert sonreía, cuando su contraparte impactaba contra el suelo, sumiendo el claro en el que nos encontrábamos en un repentino silencio.

Sorprendida, pisé tierra junto al amo. Lo observaba, todavía analizando lo que había ocurrido. La capacidad de reacción de Kolbert era inaudita. En tan sólo un segundo había logrado visualizar la estrategia enemiga, actuado en consecuencia y dando instrucciones para poner la balanza a nuestro favor. Eso se alejaba mucho de mis capacidades, era algo nuevo para mí. Me impresionaba, era igual que la maquinaria del baile, una coreografía creada al instante, según la ocasión.

Observé a Kurt y Kori, ambos recolectaban las formas etéreas de los tres siervos del equipo contrario.

—No hemos terminado —habló Kolbert—, ¡no se distraigan! Aquí viene.

Con apenas una pizca de tiempo para reaccionar, Karter se había levantado, furioso, y arremetía contra Kolbert, ignorándonos a todos los demás. Era muy audaz, intrépido, no le importaba exponerse, se notaba seguro de su poder. Y es que no cualquiera podría hacerle frente a sus 38 KU, una cantidad casi inalcanzable para chicos de academia.

—¡Katziri! —gritó Kolbert, moviendo su mano para señalar el camino que debía tomar.

Respiré hondo, tensé mis músculos. Mi trabajo era impedir que cualquiera lo tocase, y eso iba a hacer.

Aparecí como un relámpago negro entre los dos amos, con una mano apuntando al de uniforme anaranjado. Kolbert ni siquiera se había inmutado, contaba conmigo, se notaba en su mirada, sin embargo, Karter se sorprendió con la velocidad que adquirí al posicionarme frente a él.

El amo contrario preparó un ataque fugaz, para contrarrestar mi aparición. Por supuesto, estaba lista para frenarlo. Mis 35 KU no tenían nada que envidiar a ese chico. Cargué un ataque energético, dispuesta a dar todo de mí. Sin embargo, algo salió mal. Igual que en mis entrenamientos con Kiva, mi aura se descontroló otra vez. Comenzó a destellar de forma agresiva, incontenible. Me asusté, pero no pude hacer nada para evitarlo. Disparé.

Un destello dorado brilló en los aterrados ojos de Karter, segundos antes de recibir el ataque. Trató de cambiar la dirección, de huir, de esquivar, pero todo había ocurrido tan rápido, que no pudo hacerlo. Salió disparado en dirección contraria, destruyendo varios árboles y terminando incrustado en el suelo, formando un cráter en el sitio de su caída.

Algunas ramas solitarias terminaron de quebrarse. La música seguía sonando, pero la audiencia había enmudecido. Todos los jugadores en el campo dirigían la mirada, desde Karter, pasando por el camino de destrucción dejado a su paso, para terminar en mí.

De pronto, la preocupación me invadió. Me puse nerviosa. Recordé la misma sensación que tuve cuando ataqué a Kremura: descontrol. Kiva había dicho que mi poder era extraño, rebelde, y ahora entendía por qué. Era como si quisiera salir, pero a la vez no pudiera hacerlo. Yo quería controlarlo, pero era salvaje, potente, agresivo. Poder, un inmenso poder que no parecía ser mío.

Pasaron unos segundos, y Karter no se movía. «Levántate, levántate, levántate... vamos, levántate», pensaba, observando al chico tendido en el suelo, entre tierra, rocas y troncos quebrados. No quería lastimarlo, sólo era un juego.

En ese momento, un sentimiento aterrador me asaltó. Silencio. De pronto había mucho silencio. Mi corazón se aceleró, todo estaba oscuro. A mi alrededor no había nada, nada más que oscuridad. Ya no veía los árboles, ni tampoco escuchaba a la gente del estadio. ¡¿Qué diablos estaba ocurriendo?!

—¿Los mataste, Kat? ¿Los mataste a todos?

Escuché una voz conocida, la cual me causó un sobresalto.

—Vi... Viola, ¿eres tú? —balbuceé.

—Dime, Kat, ¿los mataste? ¿Están muertos?

La voz hablaba, pero no podía ver de dónde provenía.

—¡No Viola! ¡No están muertos! ¡¿Dónde estás?! ¡Por favor! ¡Por favor vuelve! ¡Ahora soy más fuerte! ¡Puedo protegerte! ¡Puedo llevarte a dónde tú quieras! ¡No te vayas!

—Si no los mataste, entonces, ¿tú nos mataste?

La voz de Viola se alejaba, se convertía en un eco que se perdía en la oscuridad. Y de pronto, estaba de nuevo en aquella vieja casa abandonada, junto a dos cadáveres apilados. Uno de esos cadáveres me observaba. Sus ojos estaban fijos, no parpadeaba, y se clavaban en los míos.

De pronto, y sin previo aviso, los labios del cadáver se movieron para dejar salir un sonido tétrico, una voz de ultratumba.

—Dime Kat, ¿por qué nos mataste?

Di un salto atrás y grité. ¡Grité con todas mis fuerzas! Y al hacerlo, la horripilante visión se esfumó sin más.

Las ovaciones volvieron a estallar en el estadio. El amo enemigo se ponía en pie, jadeando y sacudiéndose el polvo.

«¡Ella es Katziri, querido público! ¡El nuevo elemento de la Selección del Viento Eterno! ¡No la pierdan de vista porque acaba de demostrar que tiene mucho que ofrecer!».

Otra vez veía el bosque a mi alrededor. Escuchaba al comentarista hablando sobre mí. Ovaciones, muchas personas gritando mi nombre, sin embargo, apenas comprendía lo que ocurría. Estaba ahí, tirada en el piso, sudando frío y temblando de miedo.

—K-Kat, ¿estás bien?

Solté un manotazo, acompañado de un sollozo aterrado.

—¡Kat!

Esas voces, eran voces familiares. La primera había sido de Kolbert, y la segunda, de Kori.

Seguía ahí, seguía en el juego de dominorium. Ese chico, Karter, al que había golpeado, estaba de nuevo de pie, y sostenía un cristal de contención en la mano. Al verlo, recordé la terrible sensación de haberlo lastimado. Observé mis manos, y sentí miedo. Era la primera vez que veía mi aura tan inquieta, casi parecía que el color azul competía contra el dorado para emanar con más fuerza. De verdad, el miedo por haberme descontrolado había sido real.

—¡Kat, vamos! ¡De pri...! —Sentí a alguien tratando de ayudarme a ponerme de pie, sin embargo, a penas me tocó, soltó un grito de impresión y me soltó.

Giré un poco la cabeza. ¡Era Kolbert! ¡Había caído al suelo y ahora tenía una especie de ataque!

—K-Kolbert, ¡Kolbert! ¡Reacciona! ¡¿Estás bien?!

Estaba desesperada. No entendía nada de lo que ocurría, y mientras lo hacía, escuchaba un combate librándose junto a mí. Era Karter, el amo del otro equipo, moviéndose a toda prisa para alcanzar a Kurt.

—¡Kat, cuidado! —escuché el grito desesperado de Kori, pero yo estaba totalmente perdida. No podía concentrarme, la situación me superaba.

Apenas giré la vista, logré ver a Karter embistiendo a Kori, para luego atacarla con un golpe etéreo. Como si fuese cámara lenta, alcancé a ver la mirada suplicante de Kori, rogando porque hiciera algo para ayudarla ante su inminente final.

Pero no pude hacerlo, no supe qué hacer. Karter la golpeó de lleno, provocando una descarga energética en el cuerpo de mi amiga. Kori cayó al suelo, inconsciente, fuera de juego.

Karter sacudió sus manos como si hubiese sido una acción sencilla y clavó su mirada en mí. Miré a los lados, ¿dónde estaba Kurt? ¿Acaso...?

—¿Buscas esto? —habló Karter, mostrándome un cristal de contención brillante. Lanzó un par de veces el objeto, y luego lo colocó en su cinturón, junto con otros dos, en los cuales yacían Kaina y Kroll.

No quedaba nadie más, sólo éramos Kolbert, Karter y yo. Podía hacerlo, tan sólo tenía que usar el golpe etéreo en ese chico, y ganaríamos. Sin embargo, el miedo aún era latente en mí. ¿Qué pasaría si volvía a descontrolarme mientras removía el alma del cuerpo de ese estudiante? ¡Podría matarlo! ¡No quería matar a alguien inocente! ¡No quería! ¡No iba a poder hacerlo!

Caí de rodillas, controlándome para no romper en llanto.

—¿Tan pronto te rindes? —preguntó Karter—. ¿O acaso estás tramando algo? Kolbert, deja de jugar y levántate ya. Este es el fin, ya perdiste, por fin alguien ha logrado derribar al gran estratega.

Karter avanzaba despacio, y entonces caí en cuenta de algo terrible. No éramos dos contra uno, sino seis contra dos. De pronto, escuché pisadas y percibí la presencia de otras cinco personas en la zona circundante. Los busqué con la mirada. Estaban sobre los árboles, los siervos, todo el equipo Fulgor del Alma.

Por supuesto, en cuanto Karter logró capturar a todo nuestro equipo, también pudo romper los cristales del suyo y liberar a sus siervos. Ahora entendía por qué era un amo tan terrible.

Di un paso atrás, tan sólo para toparme con el cuerpo de Kolbert detrás de mí. Al sentir el contacto conmigo, el chico se movió. Llevándose la mano a la cabeza, logró erguirse hasta quedar sentado en el suelo. Me miró, con los ojos muy abiertos.

—¿Q-Qué fue eso? —preguntó.

Yo sólo pude mirarlo con alivio. Estaba bien, y eso era lo que importaba.

—¿Qué fue qué? —respondí.

Él aún me miraba, con una expresión lúgubre marcada en el rostro.

—El... El miedo —dijo—. Cuando... cuando te toqué, sentí un pánico indescriptible.

Lo miré, igual de asustada que él.

—Yo no... Lo... Lo siento, no sé qué...

Una risa fuerte nos interrumpió. Ambos dirigimos la mirada hacia el origen.

—¿Miedo? ¿Sentiste miedo, Kolbert? —hablaba Karter.

—Kat, ¿qué está pasando? —preguntó Kolbert—. ¿Cuánto tiempo me fui?

—S-Sólo unos segundos —respondí—, c-capturaron a todos y...

—¡¿Qué?! —gritó el amo, olvidándose de cualquier tipo de miedo y poniéndose de pie.

—Así me gusta, Kolbert —habló Karter—, enfréntame bien. No me gustaría ganarte mientras estás llorando como bebé.

Todo pasó muy rápido. Kolbert abrió la boca para decir algo, pero Karter no perdió un solo segundo. Sin que nadie pudiese notarlo, se movió de prisa, cual relámpago. Apareció detrás de Kolbert y lo pescó con un brazo. Cargó una palma con energía.

—¡No! —grité una vez más, tratando de alcanzar la escena con impotencia.

Pero fue muy tarde. Mis dudas me habían paralizado el tiempo suficiente para que el golpe etéreo se llevara a cabo.

Un pitido se escuchó claro y fuerte, seguido de la voz del comentarista.

«¡Ha terminado! ¡El resultado es inesperado y abrumador! ¡Viento Eterno ha perdido a su amo! ¡El juego ha terminado!».

El tiempo parecía correr lento para mí desde aquella visión. Veía el biocontenedor de Kolbert caer inerte, mientras Karter levantaba un cristal pequeño en sus manos, festejando y vitoreando en conjunto con la multitud que gritaba su nombre.

—¡Esto es por ustedes! —gritaba a su equipo, levantando el cristal de contención como trofeo—. ¡Kolbert y el Viento Eterno, por fin han caído!

Los vítores volvieron a levantarse, mientras yo observaba el cuerpo de Kolbert, inerte, en el suelo. Sabía que su forma etérea estaba retenida en el cristal que Karter levantaba, sin embargo, de verdad parecía estar muerto. Veía los ojos abiertos de ese cascarón sin vida, sin movimiento alguno, y temía que en cualquier momento se convirtiesen en los de Viola, listos para reprocharme su muerte.

Kolbert había confiado en mí y lo había defraudado. Kori también debía estar tremendamente decepcionada. Podía ser un simple juego, pero, ¿qué hubiera pasado si hubiese sido un conflicto real, con vampiros? Habría perdido a cualquiera que intentase ayudarme, a cualquiera que estuviese conmigo.

Seguía siendo la misma tonta de siempre, inútil, incapaz de proteger a nadie, incluso Kremura era mejor en eso que yo. Hoy, por mi culpa, habíamos perdido un juego; pero mañana, alguien podría perder la vida... otra vez. No lo permitiría. Me había dejado llevar por los vínculos. Si quería proteger a otros, si quería evitar que siguieran sufriendo lo mismo que yo, entonces tenía que alejarme, porque yo era destrucción, era desgracia, perdición. Nadie estaría seguro junto a mí.



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