HAITANI RAN» BONES

Una constante en la vida de muchos son las malas decisiones. Todo el mundo las ha tomado al menos una vez y estas siempre dejan un horrible sabor en la boca, además, de consecuencias que varían su gravedad dependiendo de la situación. Salir sin llevar un paraguas cuando se pronosticaba lluvia, es una mala decisión. Cruzar en rojo, es una mala decisión. Robar en una tienda, es una mala decisión. Meterse con la novia de un sádico, miembro fundador de la organización criminal más peligrosa de todo Japón, es una horrible y estúpida decisión.

— Quítate la blusa.

— Ran... — El nombre del contrario se escapa de sus labios como una ligera súplica que cae en un saco roto cuando la puerta del cuarto se cierra a sus espaldas en un sonido sordo.

La ha cagado. Se ha ido a meter donde no debía y, ahora, se encuentra magullada por intentar ser de ayuda al seguir las locas ideas de Sanzu, quien ha recibido dos certeros puñetazos en pleno rostro por parte del hombre de cabellos violetas cuando se ha enterado de lo acontecido. Fukushima se regaña por no haber seguido su instinto e ignorar a ese idiota cuando se le plantó en frente, sin embargo, las ganas de ser alabada por su novio le superaron y le nublaron la razón de la peor manera. No es que esperara recibir como premio algo en específico, en realidad, una simple sonrisa floja, característica de él, acompañada de un "buen trabajo" se le era más que suficiente para darse por servida. Pero, muy a su pesar, ya no tendría eso ni mucho más.

En lo absoluto.

Sentado en el borde de la cama, el mayor de los hermanos Haitani enarca una de sus cejas al notar que no ha sido obedecido y la sucia prenda sigue cubriendo el cuerpo femenino que tanto alaba. Kazumi le aguanta la mirada y sin percatarse de ello, ya que es un hábito que desconoce pero que Ran se ha memorizado como la palma de su mano desde hace mucho, la chica contrae los labios en una señal de que quiere decir mil cosas pero que, al final, prefiere callárselas por el bien de la situación. No desea empeorar el ánimo de su chico y no porque le tema; es consciente de que no le hará daño. Su miedo no reside en ese ámbito, más bien, cae en el hecho de que no le gusta que la razón de su molestia o enfado sea ella. Le incómoda de sobremanera porque no le gusta fallar.

— Ven.

Si bien el tono es suave, perezoso, no deja de ser una orden que ella decide obedecer en silencio tras tomarse unos segundos para dudar. Se planta frente a él, lo observa levantarse y deja que los largos dedos de Ran bailen por los botones de su blusa para terminar abriéndola de par en par, dejando al descubierto su piel canela y ese sostén que tan bien se ciñe a su menudo cuerpo. Los ojos lilas se toman su tiempo para admirar lo que se haya ante ellos desde la altura y ladea ligeramente la cabeza.

— Los atrapamos a todos — la pone al día mientras sus fríos dedos delinean su mandíbula para luego realizar un pausado viaje que llega a sus clavículas. — Lo que hiciste fue una estupidez gigantesca. Te pusiste en peligro a ti misma en una misión no oficial y, aún peor, me lo ocultaste. Estoy furioso — musita, escuchándose más ronco de lo normal y consiguiendo que su novia se tense ante las sensaciones contradictorias que han comenzado a invadirla.

Su cuerpo no debería animarse de aquella forma. Se recrimina aquello en su cabeza, pero es consciente de que se le es imposible controlarlo cuando Ran la observa de esa manera tan descarada, como si Kazumi fuera su postre favorito que está dispuesto a devorar sin dejar rastro alguno y, además, le habla en ese tono tan hipnotizante, que logra accionar la palanca correcta para que la humedad en sus bragas haga presencia.

Incapaz de sostenerle la mirada, diciéndose a sí misma que debe concentrar en lo que realmente importa actualmente, agacha la cabeza y espera a que su pareja le diga algo más antes de escupir otra disculpa que busque apaciguar la molestia ajena.

— Y ahora estás herida.

— Estoy bien — murmura, contradiciéndole sin ánimos de batallar a la espera de que le crea a pesar de que en su tersa mejilla reside un raspón.

— Sí, claro. Ya lo averiguaré yo mismo — dictamina, acariciando sus costados y mordisqueando su cuello, arrancándole un jadeo de sorpresa por lo repentino del gesto. — Cada raspón contará como un hueso roto para ellos.

— ¿Qu- qué?...

— Ya me has oído, no te hagas la tonta — le reclama, jugueteando con el lóbulo de su oreja y enviando satisfactorios cosquilleos por su cuerpo que son difíciles de ignorar.

Sin energías o ganas de ir en contra de la nueva idea de Ran, la chica se deja ser entre las manos de su novio, quien se dedica a arrebatarle toda prenda que cubra su tersa piel y dejar una que otra marca en el exhaustivo proceso de revisión. El corazón le late desbocado a la de cabellos largos, como si se tratara de la primera vez que se halla bajo el adictivo toque de su pareja.

El conteo de heridas se realiza en voz alta pero floja, y Kazumi logró mantenerse al corriente hasta llegar al número cuatro y sentir la lengua de Ran jugueteando con sus pechos. Un gemido, dulce melodía para los oídos del Haitani, se escapa de entre los labios femeninos cuando atrapa entre sus dientes uno de los erectos pezones y tira de este con la brusquedad justa para hacerla disfrutar del dolor. Se siente confundida por cómo ha avanzado la situación, sin embargo, el deseo hierve dentro de ella con intensidad mientras admira la imagen de Ran limpiando de sus labios ese hilo de saliva que conecta con uno de sus pechos.

Lo quiere. Desea devorarlo a pesar de sentir que no se lo merece y hundirse en su sabor, porque es único y adictivo.

Pretende enredar sus dedos en los sedosos cabellos violetas, pero la mano de su novio se lo impide al inmovilizar ambas extremidades. La expresión de frustración solo lo hace sonreír para sí mismo. Es una extraña mezcla entre adorable y sexy ante sus ojos.

— Mantén las manos quietas.

Lo que pretendía ser una queja se ve ahogada en un suspiro y sus manos se cierran en puños al ser incapaces de aferrarse a algo. Haitani, con su mano libre, acaricia sus labios inferiores de forma superficial, notando la humedad y disfrutando del brillo en los ojos contrarios que lo observan con ansias de más.

Estimula de forma habilidosa. Es consciente de lo que a ella le gusta y lo hace, porque verla disfrutar lo llena de gozo. Le da justo en su ego. Razón por la que sus dedos se dedican a jugar con esa pepita entre sus piernas que grita por atención.

Se muere por besarla al verla de esa manera, pero negarse a ello es un castigo mutuo, al igual que hacerla empaparse y soltarla antes de que sea capaz de llegar al orgasmo.

— Ocho.

— ¿Qué? — cuestiona agitada, sin poder ignorar la sensación agridulce en su vientre bajo que hierve como lava caliente.

— Ocho raspones — Le dedica una de esas sonrisas tan típicas de él, llenas de altivez. — Nos vemos en un rato. Tengo asuntos de los que encargarme — Le besa la frente y se marcha sin decir nada más, dejándola sola en la habitación con un gran sentimiento de frustración e insatisfacción del que debe ocuparse ella misma ahora que él se ha ido sin mirar atrás.

— Estúpido Ran.

Mi internet anda de la mierda, así que espero que esto logre publicarse. Muchas gracias a las personitas que aún siguen leyendo lo que escribo a pesar de mis inconsistencias y les deseo maravillosa semana 💙

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