CHIFUYU MATSUNO » GUILTY
Culparse a sí mismo de lo sucedido fue algo inmediato tras enterarse de las horribles noticias. Apenas procesó las palabras del hermano menor de su vecina, mejor amiga y primer amor, la sangre le hirvió de una manera anormal y sus puños cosquillearon con hambre de venganza. Decir que la impotencia de no haber podido estar con ella en el momento adecuado para protegerla, le desesperaba, quedaba corto para explicar lo que Chifuyu sentía en aquellos instantes. Durante su corta vida, el chico había recibido diversos tipos de golpes gracias a las peleas callejeras a las que ya se había acostumbrado, pero, estaba más que seguro, de que ninguno dolió tanto como ver a la chica que tanto amaba en aquel deplorable estado.
Kazumi no lo merecía, y solo él tenía la culpa de haberla dejado como un blanco fácil para esos idiotas.
— ¡Lo lamento mucho! — exclamó con un nudo en la garganta, de rodillas a un lado de la cama de la chica y con la frente apoyada sobre la alfombra de la habitación. — ¡No debí haberlos dejado solos! ¡Debí acompañarlos de regreso a casa al igual que siempre y...!
— Chifuyu... — lo interrumpió con voz suave, sorprendiendo al chico. — Levanta la cabeza, por favor — pidió y así lo hizo, con lentitud y vergüenza reflejada en sus hermosos ojos. — Está bien. Estoy bien — dijo con una sonrisa dulce, acercando su mano para acariciar una de las mejillas del chico en un gesto conciliador.
Matsuno no se atrevió a moverse, y se sintió peor por disfrutar de un tacto tan amable y puro como lo era el de ella.
No lo culpaba por lo sucedido, pero Chifuyu no podía no hacerlo y, una parte dentro de él, hasta odiaba que lo perdonara con esa facilidad cuando se sentía que no lo merecía.
Lágrimas de rabia nublaron su vista al apreciar el estado de la chica que se había apropiado de su corazón y sus puños se cerraron con potencia. Su delicado rostro se encontraba decorado con diversos hematomas y, la venda en su cabeza que protegía una herida más grave, le era un recordatorio a Chifuyu que aquello, no estaba bien.
Porque nadie debió haberle puesto un dedo encima en ningún momento.
— Por favor, no vayas a hacer nada estúpido.
— No lo haré — le mintió a Kazumi de forma descarada y ella, siendo consciente de la mentira, se quedó callada, ya que sabía que no podría detenerlo y, mucho menos, en su actual estado.
Cobrar venganza por lo acontecido fue muy fácil para el chico de ojos celestes. Sus compañeros de equipo, igual de fieles que siempre, no permitieron que el menor asistiera solo a una batalla y lo respaldaron hasta el final, impidiendo que matara a alguien al dejarse llevar por la ira que lo consumía al recordar a la azabache.
Tras moler a golpes a los culpables de las heridas de la Kazumi, Chifuyu regresó directo a casa. Se dio un rápido baño para quitarse toda la suciedad de encima. Se cambió de ropa e, iniciando una rutina que terminaría siguiendo de forma devota hasta que las heridas de la chica estuvieran completamente sanas, se dirigió a la casa continua para cuidar de uno de sus mayores tesoros.
Aiko, el hermano menor de la muchacha, lo dejó entrar, recibiéndolo con la misma emoción de siempre que lo hizo sentir en casa. Matsuno sabía que ambos pelinegros se quedaban solos hasta llegada la noche, ya que la madre de los Fukushima trabajaba hasta tarde para poder sustentar, ella sola, a una la familia de tres.
— ¿Qué piensas hacer? — cuestionó desde el umbral de la puerta de la habitación de la chica, observando cómo esta recogía una toalla de baño junto a otro par de cosas.
La chica dio un respingo del susto y se giró a verlo, sorprendida de tenerlo ahí.
— Pensaba... Darme un baño.
— ¿Necesitas ayuda?
El cuarto se sumió en un pesado silencio por parte de los dos.
— Onii-chan... Eres un pervertido — fueron las palabras del menor de la familia, quien iba pasando por ahí en dirección a su cuarto y alcanzó a oír las palabras del rubio.
Las mejillas y orejas de ambos se colorearon en cosa de un parpadeo. A Kazumi por malinterpretar las palabras del chico, y a Chifuyu por darse cuenta de que sus palabras se podían malinterpretar de aquella manera.
—¡No! ¡Di-digo...! ¡Ca- cabello! ¡El cabello! — exclamó, trabándose con su propia lengua y pensamientos al verse consumido por los nervios que le causaba el que la mayor de los Fukushima lo tachara de pervertido desde ese momento. — Yo... — Suspiró rendido, tapándose la cara. — Me refería ayudarte a lavarte el cabello. Por la venda... — murmuró lo último, quitando de a poco las manos de su rostro y rehuyendo de los ojos de la muchacha, quien no pudo evitar sonreír por la tierna imagen que se presentaba ante ella.
Sin poder evitar reírse, la chica asintió.
— Sí, por favor. Me encantaría que me ayudaras.
En la cocina, Chifuyu se encargó de imitar lo mejor que pudo, con todo lo que tenía a mano, una improvisada silla para lavar el cabello. Lentamente, le quitó las vendas que envolvían su cabeza y, siendo lo más cuidadoso que su personalidad algo atarantada le permitía, la ayudó a inclinarse hacia atrás.
— Solo... se cuidadoso con los puntos — le indicó la muchacha, a lo que él asintió con expresión tensa.
No quería arruinarlo.
Se arremangó las mangas de su abrigo de lana y, luego de inhalar profundamente para darse ánimos, comenzó. El primer paso fue asegurarse de que el agua tuviera la temperatura correcta, ni muy caliente ni muy fría, y humedeció el largo cabello de la chica. Siguió con el champú. Colocó en su mano izquierda la cantidad que le pareció justa y, percibiendo el delicioso olor a frutos rojos que ella siempre emanaba, acercó sus manos a la cabeza de la joven. Siendo especialmente cuidadoso con la zona herida, masajeó de forma metódica el casco de la joven hasta que sintió que era momento de enjuagar.
Siguió el mismo procedimiento con el acondicionador, tan sumido en su trabajo que ni se percató de las miradas que le dedicaba Kazumi de vez en cuando, las cuales habrían logrado que hasta las orejas se le pusieran rojas y que sus manos temblaran como paciente con párkinson.
Él no tenía ni idea, pero a la chica le parecía adorable la manera en que el muchacho siempre fruncía los labios al concentrarse. Le daban ganas de besarlo cada vez que lo veía hacer ese gesto.
— Listo... — susurró Matsuno, ayudando a la chica a sentarse.
Con ayuda de la toalla, el rubio se encargó de quitar los residuos de agua que se hallaban en la melena de la muchacha. Siguiendo las indicaciones de la chica, utilizó una toalla de papel para palpar la zona de los puntos y secarlos de forma adecuada.
— ¡Auch!... — chilló por lo bajo Kazumi, sin poder evitarlo cuando el chico pasó a tirarle el cabello con el cepillo cuando se le enredo con un nudo.
— ¡PERDÓN! ¡Perdón, perdón, perdón...! ¡Seré más cuidadoso! — aseguró, sacándole una sonrisa a la contraria.
Terminó de secar todo el cabello de la chica con ayuda de la secadora, sin detenerse hasta haberse asegurado de que todo rastro de humedad hubiera desaparecido. Chifuyu prosiguió a reemplazar el vendaje antiguo con uno nuevo y limpio, dejando en evidencia su experiencia tratando heridas.
— Tienes las manos lastimadas... — murmuró Kazumi, atrapándole de volada una de sus extremidades cuando el chico terminó con su tarea.
— Sí... Nada de qué preocuparse — Sonrió, buscando que la mueca de tristeza que se pintó en el rostro de su amiga, se desvaneciera.
— Ten cuidado, ¿sí? — pidió, sujetando con ambas manos la extremidad y depositando un dulce beso cerca de los nudillos lastimados.
El corazón de Chifuyu por poca explota dentro de su caja torácica con aquel acto. El calor se le subió al rostro y, a pesar de que los nervios lo embestían con fuerza desde dentro, se alentó a sí mismo para hacer aquello que tanto quería desde hace mucho tiempo: invitarla a salir.
Abrió la boca para hablar, asegurándose de haber tomado una bocanada de aire antes, y se dignó a dejar salir esas palabras que llevaban atoradas en medio de su garganta desde hace tanto.
— Kazumi, ¿quieres...?
— Dios, consigan un cuarto — lo interrumpió Aiko, quien solo bajó por algo de comer y se topó de lleno con la escena de su hermana coqueteando con Chifuyu.
Los dos involucrados rompieron todo contacto físico de forma brusca y se sonrojaron como si no existiera un mañana, deseando poder desaparecer para reprimir toda la vergüenza que sentían al haber sido atrapados por el menor.
— ¡Aiko, a tu cuarto!
— ¡Ustedes son los que tienen que conseguir un cuarto!
— ¡Aiko! — chilló completamente apenada la chica, haciendo reír a los dos varones dentro de la cocina.
Matsuno se apoyó contra el mesón de la cocina y observó, con el corazón desbocado, cómo los dos hermanos discutían. Su mano derecha viajó a su pecho, justo en la zona donde podía percibir sus erráticos latidos, y sonrió para sí mismo.
«En otro momento será» pensó, convencido de que crearía otra oportunidad perfecta para invitarla y, esta vez, nadie los interrumpiría.
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