ITADORI YŪJI» KISS

La expresión de falsa serenidad con la que intenta camuflar la incomodidad que se lo está comiendo vivo es pésima. Yūji no es un buen actor, ni siquiera uno decente. Cuando se trata de emociones, estas se pueden leer en su rostro con una facilidad asombrosa y eso lo sabe Diana, quien se encuentra sentada sobre una baranda junto a él en un silencio neutral a la espera de que sus demás amigos lleguen para ir todos en una extraña excursión a un edificio abandonado que supuestamente está embrujado.

Itadori lo intenta, pero su mente no deja de darle vueltas al mismo tema y el mutismo proveniente de la persona a su lado no lo ayuda en nada a dejarlo ir. Siente que desde que su confesión llegó a oídos de Diana de forma accidental por azares del destino, una pared se ha instalado entre ellos, separándolos y volviendo su amistad algo incómoda. No está seguro de si solo es él quien lo siente de esa manera, ya que la expresión natural de la chica no le otorga mucha información, sin embargo, ya no es capaz de soportarlo. Creyó que evitar la conversación sería lo mejor para los dos, pero erró, porque a él no le está funcionando en lo más mínimo el intentar ignorar al elefante dentro de la habitación.

— Lo lamento...

Antes de siquiera poder seguir con su disculpa apresurada nacida de su nerviosismo, la joven se gira a verlo con el entrecejo fruncido tras salir de su ensoñación, sin entender a qué va eso e interrumpiéndolo por instinto.

— ¿Por qué?

— Por haberte hecho sentir incómoda con lo que oíste el otro día. La verdad es que no estaba en mis planes que lo oyeras... — confiesa, jugueteando con sus dedos pulgares tímidamente.

Es un dulce.

— Ah... Sí, supongo que no lo planteaste — concuerda con una suave sonrisa que nace netamente de lo adorable que es Yūji y que este mismo es incapaz de captar debido a que evita a toda costa el contacto visual, porque presiente que se trabará como un idiota si lo hace. — Y no me sentí... o siento incómoda por ello. En realidad, me siento halagada con lo que dijiste — admite, tamborileando con la punta de sus dedos sobre la superficie de fierro.

— ¡¿Q- qué?! ¡¿Es en serio?!

Grita y ahora se avergüenza, por lo que se tapa la boca con ambas manos mientras piensa que cada vez suena más desesperado y patético.

— Por supuesto. No todos los días un chico tan adorable como tú confiesa que le gustaría que yo fuera su primer beso. Se me hizo de lo más tierno, Yūji. No creo que debas sentirte avergonzado por nada de lo que dijiste ese día — le sonríe, invitándolo a hacer lo mismo mientras admira el sutil tono carmín que se ha apoderado de sus mejillas. — No hiciste nada malo.

— Me alegro mucho de que no estés enfadada.

Deja escapar un profundo suspiro que denota lo relajado que ahora se siente tras haber aclarado todo. El peso sobre sus hombros se ha ido y, con la rapidez de un chasquido, ya vuelve a sentir la misma y agradable comodidad de estar junto a Diana a solas. La pared se ha vuelto escombros y puede respirar con la misma tranquilidad de antes... o eso creía hasta que ella vuelve a hablar.

— En realidad, no me molestaría serlo.

— ¿Ah?

Ojos abiertos como grandes platos y mandíbula caída, con esa expresión es que se gira a verla apenas su cerebro decodifica las palabras que han ingresado por su canal auditivo. Lo repasa una y otra vez como disco rayado, preguntándose a sí mismo si acaso ha sido su imaginación o una falla en la Matrix que ha provocado aquello. Su corazón se estremece y, el color que en un inicio era suave, ahora enfurece y se apodera de sus orejas y cuello como si de una enfermedad fuera.

— Que no me molestaría cumplir tu deseo, Itadori — Se encoje de hombros y, para el de cabellos de color rosa, verla con los pómulos sonrojados y ligeramente tímida a pesar de la oferta que le está poniendo sobre la mesa, es la imagen más encantadora que jamás haya visto en su vida. La adora. Y entre más comparte con ella, se va dando cuenta que lo tiene comiendo de la palma de su mano sin siquiera desearlo. Es asombroso. — Claro, si es que aún qui...

— ¡CLARO QUE SÍ! — exclama sin pensar, asustándola en el proceso, pero sacándole una preciosa sonrisa que lo hipnotiza.

— Muy bien. Ven aquí.

Sin bajar de la baranda, aprovechando que de esa manera quedan a la misma altura lo que le parece muy conveniente a la ella, tira con suavidad de su mano para que se acerque. Itadori, luciendo como un muñeco, se deja manejar por ella bajo los arrebatadores efectos de sus nervios. Su corazón se ha acelerado con locura y le pide en su cabeza que, si se va a detener en algún momento, que por favor sea después del beso. Que no arruine esa oportunidad de oro que ha surgido.

Guía las manos ajenas a sus caderas, notando como estas tiemblan por la ferviente emoción y rodea su cuello, abrazándolo. Itadori se ha congelado. No puede hacer nada más que observarla y tragar embobado, esperando con impaciencia el siguiente paso que no se atreve a dar él mismo, agradecido de tener esa hermosa oportunidad. Diana, sin poder ocultar completamente su propia emoción que ha nacido de la admiración que ve en los ojos ajenos, intenta mantener la calma, recordándose que es ella quien lleva las riendas.

Se aproxima con lentitud, disfrutando de todo el momento hasta que es capaz de superponer sus labios sobre los de él en un toque suave y efímero. Con un simple toque ya sabe que son tan cálidos como su personalidad y, llamada por la curiosidad de saber si serán tan dulces como él, decide volver a unirlos en un roce tímido. Los acaricia y mima hasta que la necesidad la invita a avanzar. Como si estuviera tocando la puerta, delinea con su lengua el labio inferior contrario para seguido pedirle, sin la necesidad de palabras, que le deje ingresar. Se abre para ella con la misma facilidad que las flores en primavera. La recibe con cordialidad y una adorable torpeza surgida de la inexperiencia.

Es cauto, no quiere improvisar por miedo a arruinarlo, por lo que se concentra en seguir el juego lo mejor que puede hasta que se ven en la obligación de separarse.

No lo suelta. Mantiene la íntima distancia entre ambos. Abre los ojos sin esperar toparse con un sonrojado Yūji que mantiene sus ojos cerrados y los labios brillosos entra abiertos, agitado, ansiando probar otra vez el paraíso. No puede evitar que una ligera risa se le escape, ocasionando que el chico la mire de inmediato.

— Y-yo... ¿Lo hice bien? — es lo primero que pregunta sin saber qué más decir, pero arrepintiéndose al instante porque teme oír la respuesta.

— Hum... No ha estado del todo mal, pero como tu maestra, dictamino que debes continuar practicando — susurra, acariciando su nuca y dejando un agradable cosquilleo por la zona. — Me ofrezco como voluntaria para que practiques, si es que no tienes inconvenientes.

Las comisuras se elevan y su expresión se suaviza en una de plena felicidad.

— Me siento honrado de que te ofrecieras, de cualquier forma, estaba dispuesto a pedírtelo.

Previo a decir algo más, el grito de asombro de Nobara interrumpe el momento, asustando a ambos adolescentes que voltean a ver a sus amigos que han llegado y los han pillado con las manos en la masa.

— ¡¿CÓMO SUCEDIÓ ESTO?! —cuestiona, sin poder creérselo, haciendo que el color ataque el rostro de Diana e Itadori.

— Es... una larga historia. Ya te contaré luego. Es hora de irnos — cambia con rapidez el tema Diana, zafándose con cuidado de las manos de su compañero y descendiendo de la baranda.

— ¡Más te vale!

Soy simp de Yuji, sorry not sorry

PD: Gracias por leer, se aprecia  ♥

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