C1: El comienzo de todo
Un muchacho alto, ojos color avellana, con aquélla sonrisa contagiosa que lo caracteriza, se encontraba tocando una dulce y sutil melodía en un piano. Las olas del mar salado tocaban sus pies desnudos, la brisa del viento movía su cabello castaño y hacía que choque con su rostro, de un momento a otro deja de tocar y pronuncia unas palabras:
«No tengo duda de que él haya llegado amarla pero estoy seguro de que yo la amé, tanto como la amó él»
Michael Ronda
...
Valentina
Michael, siete hermosas letras que forman el nombre del niño que me gusta mucho. Sabe tocar muy bien el piano. Con él aprendo muchas cosas lindas, maravillosas y a la vez mágicas.
- Mantenla firme y lanzala con fuerza - susurró en mi oído, haciéndome temblar como las tantas veces que lo hace.
Lanzó el bumeran con fuerza en dirección al mar, inmediatamente regresa y lo agarro.
- ¡Lo atrapé! - grité emocionada en la arena, ya que me había caído. Él sonrió, sonrió como siempre lo hacía, aquélla sonrisa dulce y contagiosa. Aquélla sonrisa que me gusta mucho ver en sus labios.
También sabe magia y vaya que lo hace muy bien pero es malo porque no me quiere enseñar. Raras veces lo hace.
¡Eres muy malo Michael!
- ¿Como le haces? - pregunté curiosa.
- ¿Oh vamos qué pasan con tus ojos? ¿Acaso no ven con
claridad? - respondió suave.
- Dame eso - le quito de las manos la moneda, con eso él hace magia y realmente no se como lo hace pero hacía que la moneda agrande su tamaño - enséñame - exijo y él solo sonríe.
- Un mago nunca dice su secreto - arquea las cejas y se ríe burlón.
- ¡Oye! Enséñame porfavor - suplico haciendo puchero.
- Está bien, tú ganas - me da un pequeño golpecito en la frente - ¿Por qué es imposible decirte que no?
Cuando me siento triste, él siempre me dice: "Eso es Valentina, sonríe así" y me sonríe, es por eso y muchas cosas más que Michael me gusta mucho.
Amo a mi padre, tanto como amo a Michael.
Ah por cierto, se me olvidaba decirles que vivo en la orilla del mar con mi padre, ya que fue ahí se encuentra enterrada mi madre y decidimos vivir ahí para siempre.
...
Michael
Valentina me gusta mucho. Ella estuvo a mi lado cuándo mi padre murió debido a un accidente automovilístico. Recordar ese día, hace que mis ojos se llenen de lágrimas.
- ¡Papá! ¡Papá! - gritaba, mientras lágrimas salían de mis ojos.
Mi madre me sujetaba con fuerza, ya que yo quería sacar de ese agujero en que se encontraba el ataúd de mi padre.
- ¡Porfavor no me dejes! ¡Quiero ir contigo!
Quise lanzarme pero siento como un tacto que conozco a la perfección, se entrelaza con una de mis manos. Era ella, la niña que me gusta. Sus ojitos azules tristes y húmedos hicieron que mi corazón destrozado, se destroce aún más.
Ella se aferra a mi cuerpo y yo cedo al instante. Ella es la única quién puede sanar la herida que estoy sintiendo en estos instantes. La única.
Yo estuve a su lado cuando su madre murió a causa del cáncer.
- ¡Mamá! ¡Por favor despierta! ¡Despierta mamá! - gritaba Valentina al ver que su madre no reaccionaba.
Verla en ese estado me destrozó el alma.
Me acerco y ella al notar mi presencia se aferra a mi cuerpo.
La entiendo a la perfección, entiendo cuando un ser querido se va para no volver más.
- Yo curaré tu herida, así como tú curaste la mía - susurro.
Siempre estamos juntos...
- ¡Hey! Ese es mi lugar - reclama haciendo puchero. Me encanta cuando hace trompita su pequeña boquita.
Tomo un puño de arena mojada y se lo plasmo suavemente en el rostro, la empujo despacio haciéndola caer en la arena de la playa.
- Oye - reprocha.
- Oh lo siento - dije acercándome a ella, le ofrecí la mano para así levantarla, ella la toma, entonces la volví a empujar suavemente.
- Estaba bromeando - le sonreí.
La volví a levantar y ahora ella me empuja, haciéndome caer en la arena.
- Ya verás - me paro rápidamente y la comienzo a seguir, ella corre, se esconde detrás de su padre y de mi madre que por cierto nos observaban de lejos.
- ¡Papá ayúdame!
- ¡No te escaparás de mí!
Y lo digo enserio.
Cuando se siente triste solo dice: "¿Dime, quieres que sonría así?", luego se recuesta en mi hombro.
Me alegra que no sea realmente mi hermana, porque...porque...es un secreto pero creo que ese secreto, ya lo saben.
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Narrando escritora
- Quiero agradecer a Sharon Benson, ella es imágen de nuestra empresa, trabajó para nosotros durante quince años - dice Victoria, la madre de Michael.
Una señora rubia de ojos azules, se levantó de su asiento, sonrió mientras la gente de su alrededor aplaudía.
- También a Rafael Zenere, un viejo amigo mío, el arquitecto que creó este lugar y también un buen profesor - volvió a mencionar Victoria a través del micrófono.
Rafael, padre de Valentina, hizo lo mismo que la famosa Sharon Benson.
Luego de la pequeña ceremonia, Michael y Valentina se encontraban juntos, decidiendo por que comida optar. La rubia de ojos azules no pudo evitar ver a su padre, este reía cada vez que Sharon lo miraba.
- ¿Y bien, qué te parece eso? - preguntó Valentina a su
amigo - no lo veía sonreír desde hace mucho tiempo - volvió a decir.
- Yo tampoco - respondió él.
- ¿Crees que se gusten?
- ¿Por qué lo dices? ¿No me digas que quieres tener a una madrastra como la del cuento de "Cenicienta"? - la molesta y la rubia ríe. El castaño la admira.
- Siempre haciéndome reír pero...ella no parece una bruja.
- Eso parece.
Mientras tanto, Sharon, Rafael y Victoria se encontraban conversando, de un momento a otro suena el teléfono de la rubia, esta se aleja y contesta, la sonrisa que tenía en el rostro se le borró cuando apenas contestó el teléfono.
...
Esa misma noche, casi siendo las dos de la madrugada, Sharon baja de su auto, cubriéndose totalmente el rostro, pues no quería que la gente la viera en ese tipo de lugares.
¿
Qué pensaría la prensa? ¿Sus fans? Toda su fama se iría al tacho.
Estaba en ese lugar porque tenía que ponerle fin a su problema.
E
ntró a una casa pequeña. Un hombre la recibió, la hace entrar y le da una bofetada.
- Mientras estuve encerrado, ni un día fuiste a verme, ¿Ahora qué quieres que te diga de ellos? - hablo aquél hombre señalando a dos pequeños que observaban la escena en la puerta - si que eres descarada - trata de calmarse - no quisiste hacerte cargo de ellos, si no te hubiese llamado por teléfono y así amenazarte, seguro nunca hubieras venido aquí. ¿Verdad? No le dije nada a los reporteros, no lo hice por que pensé en ti - volvió a decir aquél hombre cuyo nombre es Rey Bernasconi.
- ¿De qué me sirve ser famosa? Te robaste todo mi dinero - hablaba Sharon limpiándose algunas lágrimas que salían de sus ojos - me has utilizado por quince años...¡Si quieres habla! ¡Anda, ve y habla! - grita - ¡Si no lo haces, yo lo haré! Y así podre casarme.
- ¡Si casarte! Esa sería la solución, así esos niños serían felices - tomó a la niña y la jaló hacia él - ¿No estarás pensando que yo los mantendré? Si me mandas suficiente dinero, tal vez los cuide - amenazó rotundamente.
Sharon cansada de la situación decide salir de ahí, su hija la sigue y la toma del brazo.
- ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Por favor! ¡Ya no soporto este lugar! ¡Porfavor llévame contigo! - grita la muchacha entre lágrimas.
Sharon no hizo caso y subió al auto.
- ¡Mamá! ¡Mamá! - repetía la muchacha tocando desesperadamente la ventana del auto - ¡Mamá porfavor! ¡No me dejes con papá! - el carro arranca - vuelve - susurra la ojiverde con los ojos totalmente húmedos.
Los meses fueron pasando y la misma Sharon se encargó de decir la verdad, que tiene dos hijos, para que así su ex esposo no la amenaze más y por lo tanto se pueda casar con Rafael Zenere, y lo hizo.
Para Valentina le resultó un poco difícil, no por el hecho de tener una madrastra, sino por el hecho de dejar su casa y por ende, todo recuerdo físico que tenga de su madre.
Ya las maletas están hechas. Ya todo está listo para trasladarse a su nueva casa. La rubia está triste porque no quiere dejar aquélla casa, la cuál la hace sentir junto a su madre.
- Mamá, hoy es el día. Hoy nos mudaremos a otro lado y no me llevaré nada tuyo. Creo que tal vez a ella le molestaría - lágrimas rodaban por sus mejillas - ¿Mamá, tú también quieres que papá sea feliz, cierto? - sonríe - ahora está haciendo mucho frío, usa este abrigo - le coloca un pequeño abrigo a aquélla muñequita que era imagen de su madre - te traeré otro la próxima vez que venga.
Sin decir nada más, se dirige hacia el balcón de aquélla casa. Quería ver el mar una vez más y sobre todo grabar algo.
- ¿Qué haces? - preguntó Michael acercándose a ella.
La rubia no lo miró, sus ojos están estampados únicamente en el mar.
- Estoy grabando - sonrió - quiero el sonido del mar y del viento - lo mira a los ojos - ¿Recuerdas que me dijiste que mamá siempre reirá y cantará al ritmo del sonido del viento y del mar? - él asintió con una dulce sonrisa - la hechare de menos cuando me vaya.
Michael quitó la grabadora de las manos de Valentina.
- ¡Kiro! ¡Kiro! ¡Kiro! - gritaba mientras corría - quiero volar como las gaviotas...¡Kiro!
¡Kiro! - termina de grabar y se acerca a la rubia que lo observaba con aquélla sonrisa que ama - dime bonita, ¿Sonreirás así? - acarició lentamente sus mejillas de la muchacha, ella solo asintió.
...
Valentina llega junto a su padre, a su nueva casa, ahí se encontraba Sharon esperándolos.
- Bienvenidos - dijo sonriendo - bienvenida Valentina - se acerca a ella y la abraza.
- Gracias seño...- se detuvo, sabía que había cometido aquél error pero aún no se siente del todo lista para llamar "Mamá" a su madrastra.
- No te preocupes, sé que lo harás con el tiempo - respondió Sharon acariciando sus mejillas.
- Sé que lo haré - contestó Valentina junto a una sonrisa - gracias por la compresión.
En otro lado, Rey se encontraba en un restaurante con sus hijos, por primera vez los había llevado a un lugar como ese. Karol, la menor, mostraba su felicidad, ya que en ese mismo día dejaría de vivir con su padre. Dejaría de ser una niña pobre. Ella quiere ser como su madre, vestir con ropa fina, ser el centro de atención de los demás y estaba segura en lograrlo o por lo menos lo intentaría.
E
n cambio Agustín, el hijo mayor de Sharon y Rey, no estaba del todo contento en vivir con su madre y su nueva familia. Él quiere estar junto a su padre, no le importaba que sea pobre, apostador y sobre todo alcohólico. Él lo quiere, tal y como es, aunque su padre no demostrara cariño por ellos pero muy en el fondo sabe que él sufre, sufre por ellos, por Agustín, por Karol, solo que no lo demostraba.
- Yo a ustedes nunca los he querido - dice Rey fríamente, mientras servía un poco de tequila en su vaso - y estoy muy feliz de que por fin se van de mi vida. Al fin se largan...al fin dejan de ser un estorbo.
Karol no hacía caso, solo escuchaba y comía los espaguetis que había en su plato. Agustín no comía, no había probado absolutamente nada, comenzó a llorar en silencio, le dolía escuchar lo que su padre hablaba.
- ¿Acaso no piensas comer,
niño? - le reprocha su padre - esta comida ya estará fría,
¡Come! - grita y a la vez le tira una cachetada.
Agustín comenzó a comer desagradablemente y a Rey eso no le gustó.
- ¡Eres un animal! ¡Puerco! - le grita - ¿Acaso estás llorando? - pregunta, al parecer notó las lágrimas que caían de los ojos mieles, de su hijo.
No dijo nada mas y se sirvió otro vaso de tequila, ocultando sus grandes ganas de sollozar.
Una hora pasó y los Bernasconi se encontraban fuera de la casa de su nueva familia. Karol ya quería ingresar, Agustín todo lo contrario.
- Ahora que se van, sé que mi vida será mucho más fácil y divertida. Ahora si sabré lo que es tener vida - habló Rey con una sonrisa - oye Karol - se dirigió hasta su hija menor - cuida bien a este chico - señala a Agustín - y tu hazle caso en todo. Portate bien niño. ¿Oíste?
El hombre saca dos billetes y se los introduce en los bolsillos, de sus hijos.
- Adiós - se despidió.
Karol solo rueda los ojos, se acerca a la puerta de la casa y decide tocar.
- Ven - le dice a Agustín, al ver que no se movía de su lugar - hermano no seas bobo, él nunca nos quiso. Ahora al fin podremos...
Agustín corre en busca de su padre y se aferra al brazo de este, decide regresarle el dinero, sabía que él ya no lo necesitaba, pues ahora era rico pero sabía que su padre si lo necesitaba, y mucho.
Agustín con lágrimas en los ojos, se aleja de él.
- Adiós papá - susurra con la voz muy apagada.
- Adiós mis niños - susurra Rey dándoles la espalda.
Padre e hijo lloraban pero lo que Agustín no sabía es que su padre también lo hacía.
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