53.Tra luce e buio: penombra

53. Tra luce e buio: penombra.

REGINA.


Julius me mira con cuidado tras soltar semejante noticia. Sus hombres fueron directamente a Italia para corroborar que nadie pueda rastrearme. Su trabajo para limpiar mis huellas fue impecable. Debería ser imposible que O'Conner tenga datos pero tiene un indicio y no parará hasta encontrar el resto de las piezas. ¿Cómo lo obtuvo? ¿Quién se lo dio? Antes de regresar, interrogaron a la única persona que podría vender algo de información y me descoloca por completo lo que descubrieron.

No me vendió, pero...

«No soy una maldita perra débil».

Me repito esas palabras hasta que mi frecuencia cardíaca se normaliza.

No lloro. No grito. No siento.

«No quiero sentir».

Uso la irritación como escudo para que se vaya. No quiero hablar más del tema. Ni siquiera le asomo lo sucedido con Roche. Mi mente se apaga y realizo todo en automático. Le envío un mensaje a Lorena pidiéndole su jet y me concentro únicamente en alistarme para el viaje. Hago unas cuantas llamadas para dejar en calma la oficina mientras no estoy. La ausencia de Camila me retrasa enormemente, así que demoro más de lo normal en resolver unos pequeños asuntos.

La garganta me arde en sed.

No beberé, no por Fiorella.

Después de una ducha fría para calmarme, recibo la llamada de Lorena confirmando que el jet está listo.

—¿No me dirás la razón de esta decisión tan repentina? —indaga, preocupada.

—Luego —susurro.

Suspira sonoramente.

—Bien. Pídeme lo que necesites y te lo daré, pero no te salvas. Quiero los detalles cuando te sientas cómoda ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Empaco lo necesario para trabajar y cambiarme de atuendo en el avión. Guardo de último mi volpe y mi atención se va a mi más reciente reliquia. Retengo entre mis manos la esfera con el Principito. Sonrío, nostálgica, y bajo al estacionamiento mirando las estrellas. Sus últimas palabras antes de irse hacen eco en mí.

Alonso me hace sentir deseada, anhelada... amada.

Soy un inigualable bombón, eso ya lo saben todos:

Ser deseada es el resultado natural de mirarme.

Anhelada las consecuencias de probarme.

Pero amada... no lo merezco. Acepto su deseo, su lujuria y añoranza, su compañía y la comida que prepara... ¿y su amor? ¿Puedo aceptarlo? ¿Puede aceptarme él?

Paso saliva.

¿Debo darle la oportunidad para que me rechace?

Me enfurece saber que no quiero. Soy tan egoísta que no quiero alejarlo. Soy tan idiota que lo llevo conmigo a la boca del lobo... porque no quiero enfrentar mis demonios sola. Presiono el botoncito hasta que, con la más pura intención de revivir el momento íntimo que tuvimos, Whisper in the dark versión piano inunda el interior del Bentley, secuestrando mis sentidos. El aire escapa de mí, un sentimiento extraño abriéndose paso en mi pecho. No puedo ignorarlo. No puedo negarlo... y me asusta. ¿Mi problema? Que mi naturaleza no admite huidas, si yo evadiera el miedo o los... riesgos, no estaría en la cima.

Marco su número en mi móvil.... timbrazo... timbrazo.... no contesta.

Reviso la hora. Aún faltan veintidós minutos para la una de la tarde. Le dejo un mensaje en el contestador pidiéndole que no se retrase. No sé qué mierda haré cuando lleguemos a Milán. Por mi estabilidad mental, no pensaré en eso ahora. Así que planifico las diferentes posturas para follar en el avión y consigo un ligero alivio. Mi corazón se acelera positivamente. La idea me hace ilusión. Será la primera vez que experimente un orgasmo a diez mil metros de altitud, a nivel de las nubes, del cielo azul.

Nuestra primera vez.

El Bentley cruza la puerta se seguridad y se dirige directamente a la pista del aeropuerto.

—¿Qué...? —Rivers reduce la velocidad y Mashiro se lleva rápido el móvil a la oreja.

Me asomo por la ventana para ver qué pasa. Hay cuatro camionetas estacionadas frente al jet Specter. Un grupo de hombres con traje enfilados afuera. ¿Quiénes son? No hay nada que los identifique.

—Da la vuelta —ordeno, tensa.

—No podemos. Cerraron las salidas —informa Mashiro.

La Range de Enrique se adelanta y baja con tres de sus subordinados para enfrentar a los tipos. Hablan por unos segundos mostrándole a mis guardaespaldas unos papeles y una identificación. En mi teléfono aparece el nombre de Lorena, no contesto. Giro para ver el parabrisas trasero. Lejos y a acercándose, escucho el sonido de unas sirenas. Hay algo extraño y perturbador en la situación. ¿Pasa algo con el avión? No aguanto más la presión, salgo para enterarme qué demonios está sucediendo. Haré pagar caro este contratiempo.

El hombre que habla con Enrique desvía su mirada impasible hacia mí.

—¿Regina Azzarelli?

—Sí —levanto mi mentón, cauta—. ¿Quién pregunta?

Me muestra unas credenciales y mis ojos se salen de órbita.

—FBI —se me acerca—. Queda arrestada por cometer fraude financiero, desacato, intento de fuga...

«Puta madre».

Intento correr al Bentley pero es en vano cuando tres agentes me acorralan y entre dos me agarran para que otro me espose. Mis muñecas arden. No. No. No. Mi corazón se desboca atrofiando mi respiración. No soporto la sensación de estar inmovilizada.

Amenazan a Mashiro y Enrique con llevárselos también si no se mantienen quietos. Rivers no razona, empuja y golpea a los agentes intentando llegar a mí pero le disparan con un taser, enviándolo al suelo.

—¡Si no me sueltan ya mismo, la próxima semana trabajarán limpiando estiércol de ganado! —grito y forcejeo para que me suelten—. ¡Están cometiendo un error!

—Están haciendo justicia —declara esa asquerosa voz, feliz.

Inés Lacroix baja por la escalerilla del avión, su rostro radiante, seguida por no menos de seis agentes con chalecos y otros sencillamente vestidos con traje, maletines y guantes de látex.

—¡HIJA DE PUTA, TENÍAMOS UN TRATO!

—No sé de qué hablas —sujeta mi barbilla, aparto el rostro—. Desfalco, falsificación de documentos, evasión de impuestos, sospechosa por organizar la muerte de Edmond Bartis... —Enumera con los dedos y señala el avión—.  La combinación es deliciosa. Le estaré infinitamente agradecida a tu noviecito por tan valiosa información que me asegurará un ascenso inmediato.

Me petrifico ante sus palabras y dejo de luchar. No grito. No pataleo. Me quedo muy quieta. No quiero sentir el extraño dolor que me anuda el estómago y me dificulta la existencia. Me meten en la parte trasera de una camioneta y siento que el mundo se me viene encima. La traición me deja un sabor metálico en la boca. Un único pensamiento monopoliza mi mente, me destruye, me carcome y me enciende en ira.

Mi error fue mi ingenuidad, otra vez.

Mi error fue confiar.

Mi error fue mi ambición por tenerlo todo al mismo tiempo.

Mi error fue creerle a Spinola sobre que los sentimientos ya no serían una debilidad, sino una fortaleza.

Mi error más grande fue enamorarme del maldito Alonso Roswaltt.

***

Me llevan a un centro de detención a esperar la comparecencia ante un juez federal al día siguiente. ¿No puede ser hoy? Me han negado la comunicación con Julius, no tengo duda que la maldita perra es la responsable que me hagan pasar noche aquí. Me niego a hablar en los interrogatorios. Conozco mis derechos. No pueden usar mi silencio en mi contra.

—No sé qué creerán que están haciendo, pero si no me permiten llamar a mi abogado a la de ya, les aseguro que estarán en graves problemas —mis dientes rechinan.

Los tipos que me estaban haciendo preguntas ridículas como a dónde iba, se miran a la cara, el más joven sale de la sala y, cuando vuelve, ordena que me lleven a una celda. Evito arrastrar los pies en el pasillo. Me quitaron mis joyas, el smartwach, los tacones, cambiaron mi vestido por una especia de uniforme espantoso.... me arrebataron mi dignidad. Anclo los talones cuando vislumbro que pretenden meterme en una celda con otras mujeres. Merda. La apariencia de cada una es sumamente cuestionable. Al otro lado del pasillo hay como tres celdas desocupadas.

Apuesto lo que sea que ellas no están allí por crimen de cuello blanco.

—Soy inocente hasta que se demuestre lo contrario, mínimo, deberían juntarme con otros a quienes se les acuse de lo mismo —alego y señalo las otras celdas—. Exijo una celda vacía.

La oficial tuerce la boca.

—No estás en un hotel cinco estrellas —espeta.

Abre la puerta y me empuja bruscamente dentro. ¡Roswaltt y Lacroix pagarán con sangre!. El tiempo no me alcanza para planificar mi venganza. El grupo de mujeres me miran como una manada de hienas ante la carne fresca. El olor es... arrugo la nariz sin poder disimular mi repulsión y me mantengo erguida. Una leona no baja la cabeza.

—Nombre —inquiere una mayor que yo.

No respondo.

—Fresa, te aseguro que no quieres conocer el infierno —advierte otra con pereza.

—Soy residente habitual —sonrío de lado—. Si gustan, de mi parte le mandan saludos al diablo.

—Tiene agallas —silba una rubia y mira a las otras—. Tamara, enséñale las reglas.

Una mujer con la mitad de la cabeza rapada saca de su pantalón una navaja de bolsillo ¡A mí me quitaron hasta los aretes! ¡¿Cómo le permiten tener eso aquí?! Mi orgullo me impide gritar. Retrocedo sin bajar el mentón. Mashiro no me enseñó nada para defenderme de armas blancas.

—No la toques.

Una chica de cabello azul y degradado morado se interpone entre la salvaje y yo.

—No te metas, Claire.

El resto abuchea que hayan interrumpido la acción. Aquí soy su entretenimiento. La rapada intenta rodearla y la peliazul la empuja. Comienzan una pelea que me hace retroceder hasta una esquina. El impacto de los golpes y gritos atrae la atención de los guardias. No me muevo de la asquerosa esquina. Se llevan a ambas y, sorprendiéndome, la peliazul, escupiendo sangre, pide que me cambien de celda. Los guardias se fijan en mí con duda y lo confirmo.

Están siguiendo órdenes.

—Si me pasa algo, no les convendrá que demande al estado. Conozco mis derechos. Idiota no soy. Ya sé que se están saltando procedimientos conmigo —casi echo espuma por la boca—. ¡Exijo ver a mi abogado!

No me comunican con Julius

Al menos, me cambian de celda.

***

Camino de un lado a otro, pensando, procesando, analizando la situación... no, aun no la asimilo. ¿Regina Azzarelli en prisión?. Admito con vergüenza que temo a las consecuencias de esta equivocación. He trabajado muy duro para llevar a cabo mi expansión y encaminar Minerva. ¿Y si mañana hay fotógrafos en el tribunal? Merda! Claro que los habrá. Paso ambas manos por mi cara y gimo de frustración. Me tragarán viva.

La evaluación de cada posible escenario es interrumpida cuando traen mi cena. La rechazo. No me envenenarán. Los minutos pasan. No sé qué hora es. No puedo dormir. No tengo a mi volpe.

Ni loca cerraré un ojo en esta jungla.

—Sigue así, mozzarella, y harás un hoyo en el suelo —susurra Claire, con humor, desde la celda frente a la mía.

—¡Cállate!

Me siento como una fiera enjaulada.

«Eres una leona enjaulada».

—¡Uf! ¿No aprendiste?, si te trasladan a la prisión, no conservarás ni por un minuto esa cara tan bonita que tienes —suelta una ligera carcajada—. Cuéntame, ¿qué hiciste para que te trajeran?

—Nada de lo que se me acusa —resoplo.

—Mhm.

Me detengo para mirarla.

—¿Y... tú?

Se encoge de hombros.

—Nada de lo que se me acusa —se apoya en los barrotes—. Eres la famosa empresaria Regina Azzarelli —la miro con el ceño fruncido—. Tu especialidad son las inversiones. El dinero te sobra.

Entorno los ojos.

—No me ayudaste por caridad.

Sonríe mostrando los dientes, su labio superior roto pero sus ojos brillando.

—Madam Azzarelli no hace favores, hace tratos —cita uno de mis lemas—. No sé qué tanto tardes en irte de esta pocilga. Cuando te permitan hablar con tu abogado, quiero que uses tus influencias para que le asegures un techo y estabilidad a mi hermanita. Sufre de diabetes tipo I, necesita que vigilen su tratamiento. Conmigo aquí, mi abuela medio ciega no le servirá de mucho.

—No sabes si puedo...

—Lo harás —sentencia—. Sé que financias al laboratorio que desarrolla su insulina.

Sacudo la cabeza y me acerco a los barrotes de mi celda. Están sucios así que no los toco.

—¿Cómo sabes que yo...?

—Soy buena con las computadoras —finge quitar polvo de su hombro y se ajusta la ropa. Trae puesto un conjunto deportivo negro. Tiene buen gusto.

—Creí que me pedirías un abogado para salir de aquí —alzo las cejas.

—Hacerlo es regresar al punto de inicio.

—Te atraparon consiguiendo el dinero para ella —deduzco en voz baja.

Asiente lentamente.

Podría equivocarme, pero su apariencia asegura que no pasa de los veinte. Es una niña. Muerdo el interior de mis mejillas cuando me encuentro pensando en que... nos parecemos, no físicamente pero... Exhalo.

—Lo intentaré —sacudo mi mano, exhausta mentalmente—. No prometo nada. En este momento, ni yo sé qué pasará conmigo.

***

Por la mañana, me llevan a una sala de interrogatorios. Mi malhumor se aligera cuando veo a mi abogado, su semblante reflejando que no durmió nada, igual que yo.

—Lacroix está siendo apoyada por alguien de arriba. Moví unos hilos. Necesitamos el mismo tipo de apoyo. Estoy en espera de respuestas —relame sus labios—. Hay dos panoramas, uno más bueno que el otro. De lo único que puedes ser acusada es por falsificación de documentos con las Caimán, sin embargo, pagaste. Me aseguraré que esto sea rápido. Obtendremos fianza. Ya me encargué de la defensa por tu silencio con el desfalco. Es el proceso más tedioso —apunta, sereno, si no lo conociera, creería que no siente nada, mas su cabello despeinado y su traje arrugado me dicen otra cosa—. Trabajaste en Wall Street. Sabes a la perfección que un fraude bien hecho puede tardar años en desmantelarse en su totali...

—El autor es Roche —suelto, harta—, ayer mismo lo denunciaron ¿no es suficiente?

Sus ojos cafés se enmarcan por pequeñas arrugas y proyectan un sentimiento que no me gusta nada.

—¡No te quedes callado! —me desespero.

—A Roche lo inculparon, Regina. La mente maestra es Camila, tu asistente —no me muevo, tensa—. Se expuso yendo tras Luther Sachz, lo estaba esperando en su apartamento con una emboscada y...

Julius me relata los hechos. Mi corazón late desbocado. Lo que encontraron los guardaespaldas que le asigné, las cámaras de seguridad hackeadas... y el informe de los médicos, de los peritos criminalistas... del forense.

«Mentira».

Niego con la cabeza muy rápido, y me levanto de la silla con una mano cubriendo mi boca. No, no, no, no. Me niego. Prefiero que me haya traicionado. Alonso no... no...

«La conclusión es que te amo, Regina Azzarelli».

Su voz, sus caricias, su risa, su azul... lágrimas se acumulan en mis ojos. Mi mente me proyecta cada detalle suyo, recordándome que soy la reina del auto sabotaje. ¿Él...? Siento frío. Los temblores me quitan fuerza. Lo último que escucho antes de entrar en colapso es a Julius llamando a un oficial, a la vez que me pide que respire.

***

Con la exposición de Camila, la perspectiva es diferente, la investigación será larga y tediosa. No importa, soportaré lo que sea para demostrar que se equivocan conmigo y, luego, obviamente, los haré arrastrarse suplicándome la misericordia que no tendré.

Desde los agentes que me arrestaron, hasta la maldita Lacroix.

No obstante, por ahora, solo por ahora porque sé que saldré de esta, no me libro de los agravantes de la investigación por fraude. Sí, Camila saboteó la compra de Global Beauty, pero Roche, legalmente, también usó empresas fantasmas. Hasta que no se aclare el asunto, nos tienen en la mira. Julius me defiende como ninguno en el tribunal, mas no se puede contradecir los hechos: Me atraparon en el aeropuerto. Lacroix no para de recalcarlo. El juez le da la razón. La perra jugó sucio. Yo no tenía idea que la investigación seguía vigente, de lo contario, hubiera contenido el maldito impulso de ir a Italia.

Recordar el motivo me hierve la sangre. ¿Cómo pude ser tan tonta?

Quince minutos más y el juez fija mi fianza por tres millones de dólares. Lacroix lleva la delantera. Se supone que esta es una audiencia privada. No entiendo qué hacen mínimo cuatro reporteros en la entrada. ¿Cuántos paparazzi habrá afuera? Salir de aquí será una cansina odisea.

—Quiero negociar —Julius se acerca a la mesa de Lacroix.

—Yo no —me mira con disimulada burla.

Me muerdo la lengua hasta que duele. Julius quiere que mantenga la boca cerrada.

—Venganza personal —recalca mi abogado—. Tengo la grabación del acuerdo que hiciste con mi clienta. Corrupción será la menor de tus preocupaciones si presento una demanda.

Lacroix palidece. La sonrisita se borra de su rostro, trayendo la precaución y la cautela.

—Si me sacan del caso —mira con disimulo hacia los lados—, el proceso se reinicia.

—Mi clienta sale libre porque no encuentran nada en su contra y tú perderás la licencia, a la cárcel inclusive. El trato es el siguiente: Sabemos que te dieron las pruebas exactas para encerrar a Regina Azzarelli por fraude. Resulta que son falsas ¿no? —Las facciones de Lacroix son impertérritas, pero, sus ojos, sí revelan algo de duda—. Ahora, te miras en el apuro de buscar verdaderas para no quedar como el hazmerreír del tribunal. Tienes a la desfalcadora. Mi clienta cede la demanda a tus manos para que te encargues de ella y, cooperará testificando contra Emmett O'Conner —miro a Julius confundida, eso no fue lo que acordamos—. Tengo una investigación avanzada en su contra. Te la entregaré completa sin reclamar méritos si te olvidas de Regina. El hombre está involucrado en fraudes más delicados, lavado de dinero, narco y otros delitos... Abusó sexualmente de varias mujeres, ella incluida. ¿Qué importa más —le muestra varias fotografías de un sobre—, el hombre que te ha sido infiel con todas estas mujeres o tu carrera en ascenso? Seamos realistas, Inés, no eches a perder una trayectoria impecable. Cuando decidas postularte, tendrás desde ya el apoyo financiero para la campaña como senadora. Ortiz es un verdadero criminal. Su caída equivaldrá a la de otros peces gordos. Destrózalo frente al juez y tendrás tu maldito papel de heroína.

Su mirada es conflicto en estado puro.

Pasa un minuto y medio antes de que la fiscal hable de nuevo.

—Acepto el trato —masculla.

***

Mi aliento forma una nube frente a mí.

Está nevando y la temperatura desciende sin frenos. No me cubro, aferrarme al frío sirve como ancla a la cordura.

Fundo mis neuronas ideando un plan para ver a Camila. Necesito respuestas. Le pagué bien. No fue por dinero. ¿Por qué desfalcarme? Nunca tuvimos ninguna riña significativa. No puedo verla por una serie de condiciones que me han establecido y la desaprobación de Julius.

Al menos, no ahora. Tal vez luego.

Apoyo mis antebrazos en la baranda del balcón del penthouse que me prestó, indirectamente, Lorena. Ya bastantes problemas le traje por intentar usar su avión. El hotel ya no es seguro. Tengo numerosas propiedades alquiladas y testaferros para sacar dinero; sin embargo, nunca me atrajo comprarme una residencia propia porque no siento que pertenezca a algún lugar. Mi dinámica es viajar y no quedarme mucho en una ciudad.

Mi vida se está cayendo a pedazos.

Mi dinero legítimo congelado, gran parte de mis CEO y presidentes pretenden pasar sobre mí, los consejos votaron para excluirme de las juntas directivas, inclusive, aunque Antonio quiere apoyarme, Kraptio. Azzagor Enterprises está siendo manejada por Blossom. Nadie quiere lidiar con la presión social de una "estafadora" y, peor, con la prensa.

Roche, mi tutor, mi colega y asesor, me odia a muerte por traicionarlo. Es inocente.

Exhalo formando otra nube.

Lo que más me pesa es el pensamiento que no me permite dormir ni con el somnífero. Ya visité a Spinola para hablar sobre lo que pasó con Alon...

—El esposo de Camila era Pierce Dufour —suelta Enrique, colocando una serie de carpetas y fotografías en la mesa tras de mí.

—Dufour —susurro, temblando de ira.

Físicamente solo demuestro asco y rabia. ¿Ese canalla? ¿¡TODO FUE POR CULPA DE ESA ESCORIA?! Niego, sonriendo sin humor o de lo contrario, podría quebrarme, lo último que falta para ganarme la corona a la patética del año.

—El desfalco fue su venganza —concluyo.

Me siento atada de manos. No puedo llamar a Julius y exigirle una reunión con Camila si su teléfono, los míos y los de mis guardaespaldas están intervenidos. Dufour es el hijo de puta que arruinó mi vida en la firma de corredores. Hace años acabé con él... O eso creí. ¿Planeó todo esto y puso a Camila en campo? Extraigo las hojas del primer sobre.

Lo primero que salta a mi vista me deja la boca seca.

***

El negro es mi color.

El negro simboliza elegancia y estilo.

El negro resalta mi figura.

Pero hoy es la excepción, porque mi prioridad es ser discreta.

No luzco Chanel, Carolina Herrera, Fendi o Christian Dior. No. No. No. Nada extravagante. Nada de joyas. Por unos minutos no seré Regina Azzarelli. Me aseguro cubrir mi característica palidez y sumarme volumen para perder mi figura con un sweater cuello tortuga y leggins, ambos con relleno, uso zapatos bajos, guantes de cuero y una boina sobre una peluca castaña casi rubia. El abrigo también es más grande. Mi maquillaje es simple y me suma años, simulando algunas arrugas de modo que, lo único que podría considerarse llamativo, son mis gafas oscuras estilo aviador. Odio las lentillas. Estoy emulando el estilo de Charlotte.

A pesar de que quise evitarlo, me veo fabulosa.

Gorda, pero fabulosa.

¿Qué tan enferma estoy si reparo, para no pensar, que destaco más que cualquier otro a mi alrededor?

Rivers, igualmente disfrazado, tira de mi oreja en cuanto entramos en la iglesia, percatándose de lo que hago.

Me contengo de fulminarlo. No es mi culpa. Necesito distraerme y fijar mi atención en las vestimentas ayuda bastante. Odio estos rituales. Me dan sed y la sed me causa ansiedad. He rechazado ir a muchísimos sin importar quedar como maleducada. Ni sé por qué vine.

Yo no debería estar aquí.

A pesar de que Julius y Lacroix están trabajando juntos, mientras no se aclare el asunto con Camila y se ocupen de Emmett, el FBI controla mis movimientos las veinticuatro horas del día con un jodido dispositivo de seguimiento. ¿Creen que soy una bestia? No puedo ni salir de la ciudad. Es imposible recuperar mi dignidad si me tratan como una asesina en serie.

Mi respiración se corta cuando veo a Nathaniel empujando una silla de ruedas.

Un nudo se forma en mi garganta, detallando el perfil de su hermano.

Rivers envuelve su mano en mi muñeca, me tenso mas no me suelto. Por eso le pedí acompañarme. Agradezco que controle mi impulsividad.

No puedo acercármele.

Quise verlo apenas puse un pie fuera del centro de detención. Me prohibieron la entrada al hospital, a su habitación. Intenté colarme fingiendo otra identidad pero Julius fue tajante para evitarlo. Enrique lo apoyó recalcando la existencia de cámaras de seguridad, los agentes que custodiaban su puerta y el dispositivo en mi tobillo. Alonso es un testigo primordial para el caso. Ya me lo advirtieron. Si emerge la mínima sospecha de habernos coludido, también será procesado por conspiración y complicidad. Al fin y al cabo, es auditor y, junto a sus compañeros, se prestó para no denunciar el desfalco.

Enrique me lo dijo y Rivers me lo confirma. Hay agentes de encubierto cerca de la familia Roswaltt. Están vigilándolo. Hoy puedo estar aquí por ser una ceremonia pública, siempre y cuando no me le acerque.

Odio esto... la extraña sensación de un vacío que devora mis entrañas. Es tan malditamente difícil protegerlo de mí misma, principalmente, cuando mi lado egoísta quiere abrazarlo para sentirlo vivo y mío.

Días atrás, me tuve que conformar con la información que Mashiro consiguió personalmente para mí:

La bala rozó su femoral y perdió muchísima sangre.

Los rusos lo encontraron justo a tiempo. Vladimir le hizo un torniquete y Dimitri impidió el escape de Camila. Mi Friketto luchó entre la vida y la muerte durante el trayecto al hospital. Recibió una transfusión de emergencia; sin embargo, en cirugía, su corazón se detuvo. Estuvo a nada de irse de este mundo o perder la pierna.

El susto que me dio enterarme de su estado crítico... El dolor que me atacó al imaginarme su muerte fue... inefable.

No me había sentido así desde lo sucedido con mi papá. No. Ni eso. Fue muy diferente.

Y sé que nunca más quiero sentirme así.

Desplazo mi vista hacia el ataúd rodeado de tulipanes mientras tomamos asiento en la última fila.

Natasha Roswaltt, por otro lado, recibió una bala directamente en el pulmón. La joven, a quien nunca le simpaticé, murió en la ambulancia.

Y dejó solos a dos niños pequeños.

Níkolas mantiene la mirada clavada en su consola, Sofía tiene la cabeza gacha mientras agita sus piernas. Ambos sentados a cada lado de Milena, su nariz enrojecida.

«Me quiero ir».

La mano de Rivers hace suave presión en mi antebrazo. Lo miro de reojo y asiento, confirmándole que estoy bien. Familiares dan sus discursos tratando de mantenerse imperturbables y otros en mar de lágrimas. Tamborileo mis dedos en mis rodillas. Tengo sed. Me quiero ir. Rivers me susurra al oído que uno de los agentes no nos quita la visa de encima. Maldito rastreador. Lorena está sentada más adelante junto con el resto de trabajadores de Reflecteur. Aún no me ha reconocido. Derek finaliza su discurso. El silencio se expande hasta que retiran el micrófono de la plataforma y se lo pasan a Alonso. Nathaniel empuja su silla hasta el centro.

Entreabro los labios cuando lo veo de frente. Está usando traje completo, camisa negra incluida. Su rostro luce sombrío, es obvio que no ha dormido bien los últimos días, quizá nada en absoluto. No llora, mas su dolor es palpable.

«Ay, amore mio».

Deseo que sienta mi apoyo y sepa que cuenta conmigo. No sé consolar pero, aún en la distancia, quiero estar para él. Completa y únicamente para él.

—A Natasha nunca le gustaron las despedidas —sonríe con pesar—. Ella me enseñó a ser fuerte, a ver el lado positivo de las situaciones. Sin importar lo "peliagudas" que sean, algo bueno saldrá y... haremos limonada de ello. Mi hermana murió intentando protegerme. Le debo la vida, pero ¿a qué costo? —se limpia un par de lágrimas con brusquedad, su mirada recorre el lugar, se fija en mí unos segundos y mira a otra parte, gimoteando. No me reconoce—. Cuando mi abuelo falleció hace varios años atrás, Natasha me abrazó, me compró un helado y me llevó a dar un paseo, me aseguró que él no se había ido, no totalmente —relame sus labios—. Quiero creer que lo mismo sucede con ella, que Natasha Roswaltt estará con nosotros mientras honremos su memoria. Recordaré por el resto de mi vida todo lo que hizo por mí. Juro hacer hasta lo imposible para cumplir mi promesa de la garrita —toma aire y mira el ataúd—. Gracias por creer en mí, Nat, gracias por...

Contengo la respiración. Alonso se quiebra como un niño pequeño y su hermano lo retiene con un abrazo. Malcom se había mantenido firme, sin llorar, pero es evidente que ver a sus hijos lo termina por romper. Amelia, Derek, Milena, Liss, los tíos y primos, el mismo Luther, todos expresan abiertamente su dolor... Busco con la mirada a los mocosos... y me sorprende que mi corazón de piedra no tolere la imagen de sus caritas devastadas. Fanculo. Me quiero ir. No soporto ni un segundo más.

Con mis manos temblando, saco un sobre de mi bolso y se lo entrego a Rivers. Ya sabe qué hacer. El aire me falta cuando abordo la camioneta. Cojo una botella de ginebra y, con la garganta lastimándome, la mirada desaprobatoria de Enrique por el retrovisor y las vocecitas en mi mente gritándome ¡No, te vas a morir de cirrosis!, bebo un trago largo. Exhalo, echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, soltando la botella.

Me recuesto, aovillándome en el asiento; evocando con dolor cada momento juntos. No puedo evitarlo. Sucumbo a esa abrumadora emoción que ya no puedo contener, estallando en tremendos sollozos que me desgarran el pecho, y dejando por fin, algo que he querido hacer desde que me arrestaron, a mis lágrimas desbordarse libremente.

Me duele el alma.

Soy consciente que la felicidad no dura más que segundos en mi vida. Amar es debilidad. Siempre lo supe y hoy lo corroboro. Odio verme y sentirme así. Alonso estará mejor si me alejo. Espero no tener que verlo en el tribunal. Me abrazo a mi bolso, con la esfera de El Principito dentro. Lloro sin consuelo. El "amor" que quizá nos tengamos no solucionará nada, quererse no basta para sacar adelante una relación. No soy negativa. Soy realista. Él no merece correr riesgos por mí. No vale la pena. ¿Qué consiguió cuando intentó ayudarme? Sangre y dolor.

Inconscientemente, llevo mi mano a mi tobillo izquierdo y toco el dispositivo del FBI.

Confío en la promesa de Julius, en Lacroix no, sé que, mientras no se firme nada, aún pueden enviarme a prisión o al centro de salud mental.

Aún debo recuperar mis negocios.

Aún debo reparar mi imagen.

Aún debe cumplir su sueño.

Sorbo mi nariz. Dejando de lado lo que deseo, quiero lo mejor para él, se lo merece. Estoy dispuesta al sacrificio. Su profesión va de la mano con los medios. Mi presencia solo manchará su camino.

Él cayó intentando aportar fulgor a mi rutina.

En medio del placer y el desastre, encendimos una chispa. Creamos un punto medio entre la luz y la oscuridad. Una penumbra. Una escabrosa penumbra por las desfavorables circunstancias.

«Basta de lucir como la mierda».

Enrique lleva horas conduciendo sin rumbo fijo. Me incorporo, vacío la ginebra por la ventana y dejo la botella a un lado, seguidamente, me quito la peluca junto a las gafas. Desconecto mi corazón y uso con frialdad mi cerebro. Seco mis lágrimas y respiro pausadamente. Tengo prioridades. A partir de ahora, sin importar cuanto me duela la decisión, me toca resurgir nuevamente entre cenizas, no como un fénix, sino como la fiera resiliente que soy.

Regina Azzarelli resurgirá como una auténtica reina. 

Continuará...



Nos vemos en Resiliente Fulgor  ;)

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