51. Torre Azzarelli
51. Torre Azzarelli.
REGINA.
—Los colores serán los mismos. Mantendremos el estilo moderno que tenemos aquí en Chicago, añadiéndole un toque inglés —señalo. Tania, la jefa del departamento de diseño interior, se muestra de acuerdo—. En uno de los pisos superiores estableceremos una guardería, un centro de masajes, enfermería y gimnasio. El estrés no es un tema que se tome a la ligera. Quiero ofrecerle a los socios y empleados un óptimo ambiente laboral.
Escucho atenta las ideas de los arquitectos. Una chica comienza a mostrarme algunos diseños en la pantalla de la sala de reuniones. Me sugieren implementar espacios abiertos que fomenten el trabajo en equipo. Miro el holograma que sobresale en medio de la mesa con orgullo. La torre Azzarelli londinense impondrá tendencias.
Camila me pide permiso para atender una llamada. Niego. Necesito que tome notas. Nada de distracciones personales durante una reunión.
—Es importante —insiste.
Tania nos mira y gruño, concediendo la petición. Camila se levanta con una disculpa rumbo al baño de la sala.
—¿Cuánto costará aplicar la tecnología de ASysture que tenemos aquí? —pregunto luego de ver las estadísticas.
Toda empresa en mis manos se proyecta al futuro. No hay excepción. Las instalaciones deben expresar ese principio. El edificio que compré es anticuado, pero lo suficientemente sólido como para haber descartado la posibilidad de construir uno desde cero. El verdadero trabajo de Kraptio será remodelarlo.
—Saldrá caro —responde un arquitecto.
—Si vale el riesgo de inversión, nada es caro para mí —reviro.
Mi asistente regresa con lágrimas contenidas. El resto de los presentes no la detallan pero yo sí. No cambio mi gesto duro, cuestionándome si debería hacer entrevistas para su puesto.
Los últimos días ha estado muy despistada.
—Madam, tengo que irme —su voz tiembla—. Un familiar mío está en el hospital y se encuentra grave... por favor —suplica por mi silencio.
Aprieto los labios.
—Vete —mascullo.
Recoge sus cosas rápidamente. Mis ojos siguen su figura hasta que se pierde. Sacudo la cabeza. Acordadas las fechas y fijados los últimos detalles, firmo los permisos y doy por terminada la reunión. Falta poco para que inicie una nueva era para mí. Al salir de la sala, en el pasillo, me sorprende que, apresurándose a finalizar su conversación con unos ejecutivos, Antonio me alcance antes de ir rumbo al elevador.
Levanto mi mentón, altiva.
—Es oficial —suelta y alzo mi ceja—. Compraste una nueva torre.
—¿Lo dudabas?
—Escuché que tienes algunos problemas con la cámara de comercio.
Tuerzo la boca en una mueca.
—Detalles. —Acomodo mi bolso y reanudo mi camino.
—Y sé que los resolverás. Tú siempre puedes —comenta y lo miro por encima de mi hombro—. ¿Almorzamos en mi oficina?
—No me interesa salir envenenada otra vez. —Río, cínica.
—Es...
—No.
—Quiero hablar sobre Kraptio —revela entre dientes.
No tolera que le digan: no.
—Resuélvelo —bufo—. No olvido lo que me hiciste con el consejo.
—Mi pellejo peligra —susurra desesperado—. Si no encuentro solución al problema, irán a votación para nombrar a otro presidente.
Lo detallo: su camisa blanca tiene pequeñas manchas de café, su corbata floja y sus hombros caídos. Las ojeras le suman años de edad. Luce demacrado. La sonrisa regresa a mi rostro.
—Gracias por el dato. —Le guiño un ojo—. Votaré por Andrade en la próxima junta.
Lo escucho gruñir, exasperado y frustrado. Me toma de la muñeca, me suelto y Mashiro sale de las sombras, deteniéndose junto a mí. Algunos ejecutivos miran en nuestra dirección.
—¡Maldición, Regina! Te... necesito. —Le cuesta rogar—. Eres la única que puede ayudarme. A cambio te deberé un favor. Tengo contactos con un par de diplomáticos ingleses que podrían respaldarte —baja la voz.
Mi mirada aguda provoca que el alrededor se despeje de curiosos en cuestión de segundos. Nadie quiere incordiarme. Repaso mentalmente mi agenda. Exhalo y sacudo mi mano en el aire.
—Tienes sólo cinco minutos. ¿En qué mierda te metiste?
Con un gesto me insta a seguirlo a su oficina, recuperando su postura autoritaria ante los empleados que se cruzan en nuestro camino.
***
Subo a mi oficina cuando faltan poco para las seis de la tarde. Confirmo por mi cuenta mi reserva en el pub. Me siento en mi silla ejecutiva y enciendo mi laptop. Miro la pantera low poly y sonrío de lado, la llevaré conmigo cuando regrese a Europa. Abro el archivo que dejé a medio leer por la mañana. Paso las siguientes horas estudiando sobre los empleados, con drama de por medio, que he despedido en los últimos dos años.
Masajeo mi frente mientras bebo agua de coco. Esas personas me odiaban y quizá me sigan odiando. Los dejé en la calle sin remordimientos. No me tiembla el pulso para deshacerme de la basura inútil o desleal. Recompenso y felicito los esfuerzos de mi gente, pero también reprendo y castigo la incompetencia. Sin embargo, ningún caso destaca lo suficiente como para planear un desfalco. Me gustaría entender la razón para llevar a cabo este plan. ¿Una venganza? ¿Un sabotaje? ¿Por qué?
Después de responder unos cuantos correos, en el baño reviso mis armas: libero mi cabello de la coleta y lo cepillo, mi maquillaje luce perfecto y mi vestido tubo negro, de mangas cortas y escote corazón, es una declaración de supremacía. En mi rostro se expande una sonrisa de anticipación durante el proceso de recoger mis cosas y ponerme el abrigo.
Una enorme fila obstaculiza la entrada del pub. Me adelanto ganándome comentarios y miradas desdeñosas. Doy mi nombre y los guardias se hacen a un lado en un pestañeo, el encargado con lista en mano, ordena que me conduzcan a una mesa de reservación en el segundo piso. Desde esta posición se ve todo el lugar. Encontrar la segunda silla vacía hace que las entrañas se me remuevan.
¿Me hará esperar?
—¿Quiere algo de beber? —pregunta un camarero
—Nada —respondo sin quitar la vista del escenario.
Dos minutos y una fragancia femenina barata invade mi nariz.
—Perdone que las haya hecho esperar. El frío de este año ocasionó muchos casos de neumonía en las mascotas. —Me tiende la mano—. Un placer conocerla, madam. Soy Micaela Benoit. Es fantástico que haya decidido apoyarnos.
La miro de abajo arriba y me levanto. 70% de mis energías concentradas en mantener mi sonrisa.
—Dime Regina —mi tono es amable—. Lo hago por la causa.
—Me sorprendió que no quisiera ir primero a nuestras instalaciones.
—Me urgía conocerte. —Junta las cejas, confundida—. Acostumbro a interactuar primero con mis socios antes de firmar cualquier trato. Cuestión de intereses. —Muevo mi mano—. No sé si sepas, no me gusta asumir. El caso es, que no hace mucho, mi nombre se vio comprometido en un escándalo ambientalista con la finalidad de perjudicarme.
—Espere, espere, espere... —Se inclina hacia adelante—. ¿Quiere limpiar su nombre a costa de nosotros?
—Y te lo digo cara a cara. Sin engaños. Yo invierto públicamente en tu campaña de rescate animal y tú cumples tu objetivo. Ambas ganamos. Sé que debes el arrendamiento del local donde tienes tu consulta de atención veterinaria, el banco te ha negado los préstamos. Soy tu única salvación.
No se indigna. Tamborilea los dedos en la mesa, pensando. Sabe que tengo razón. Le doy un repaso. Usa un conjunto deportivo beige de segunda mano. Pulseras de colores asoman bajo su manga. Su cabellera rubia está sujeta en un moño mal hecho y apenas trae maquillaje. ¿No sabe vestir formal? ¿En serio Alonso se acostó con ella? ¿Qué le vio? Pensar en ellos dos juntos enciende mis instintos asesinos. Una vocecita me grita que no, que no es momento, que no me precipite... me muerdo la lengua.
—Te daré un plazo de dos semanas para decidir —sugiero, flexible. Reviso la hora y llamo a un camarero—. Pide lo que quieras de la carta. Yo invito. —Pido un mousse de chocolate—. Ahora, Micaela, háblame de ti. Me pareces una mujer muy... interesante. —Le doy otro repaso descarado. Carraspea, incómoda—. ¿Te gusta el jazz?
Acaricio despreocupadamente su mano.
—¿E-el jazz? —Se sonroja—. Puede y... ¿a usted?
—Me fascina. —Sonrío cuando las luces se atenúan.
Micaela dirige su mirada abajo y simulo imitarla, pero me quedo viéndola de reojo cuando Alonso se ubica en medio del escenario y comienza a tocar con naturalidad.
—Las tonadas en saxofón son muy placenteras, ¿no crees?
Se queda tiesa por mi susurro. Traga saliva y levanta la vista con los ojos muy abiertos.
—Ay, no. —Se remueve, parece querer salir corriendo—. Ya sé que estuvieron juntos. Creo que se está equivocando conmi...
—¿Te lo follarías, Micaela? ¿No se te antoja montarlo como una amazona rumbo a la guerra? —Me muestro cómplice—. La cuestión aquí es si te atreves y en compañía. —Me levanto y posiciono tras suyo para masajear sus hombros con maestría—. No soy celosa. Vine buscando diversión y no me iré sin ella. Tú y él se ven apetecibles. Un trío es una experiencia única y un nivel que sólo los más valientes alcanzan. Puedo hacer que ambos experimenten un tipo de placer que jamás habrían imaginado. Te niegues o no, nuestra negociación será imparcial. Mi abogado se hará cargo para librarte de incomodidades. —Acerco mis labios a su oído—. ¿Te gustaría participar?
Según el informe de Mashiro, algunos de sus gustos coinciden con los míos. Gime suave cuando desciendo mis caricias y pellizco sus pezones que se endurecen más. Sus senos son pequeños para mis manos.
—Mire, no quiero malentendidos. —Cierra los ojos, relajándose—. He participado en tríos antes. Admito que me gusta la idea de hacerlo con usted pero no con él. Alonso y yo ya no nos vemos. Me dijo que iba a intentar tener una relación formal. No quiero poner en riesgo nuestra amistad o... mi vida, según me advirtió del carácter de su novia... que supongo es usted. —Suelta una risita.
Me separo retrocediendo. Tardo en asimilar lo que dijo.
—¿Que Alonso qué?
Emite un ruidito de queja y mira mis dedos.
Quiere que la siga manoseando.
—Duró más o menos una semana sin contestar mensajes ni llamadas. Hace tres días se presentó en mi despacho para aclarar la situación. Ese hombre tiene unos principios de antaño que no comprendo. No sabía que fuera tan soso. —Encoge los hombros—. Respeto su decisión. Fue bueno mientras duró. —Se levanta y se acerca a mí—. Entonces, Regina, no sé cómo manejen ustedes la permisividad para follar, pero conozco a algunos amigos que podrían sustituirlo... o podemos irnos nosotras dos a mi apartamento y divertirnos toda la noche. ¿Son reales?
Intenta tocarme los senos y me aparto. Frunzo el ceño sin saber qué decir. Mi mente se ha quedado en blanco, como reiniciando Windows por haberse quedado colgado. Alonso... él no... Merda. Reconozco esa carita de zorra. Doy un paso atrás, levanto mis manos y me muestro impasible.
—Perdona, me he pasado de copas. —Tomo mis cosas—. Llama a Julius Cowan para informar tu decisión con respecto al proyecto.
No espero su respuesta y me largo de allí. Masajeo mi frente e inhalo con fuerza el aire frío del exterior. ¿Qué acaba de pasar? Me arrellano en el asiento trasero de una Range. La idea era que Micaela aceptara, lo citase en su apartamento y poner a prueba si Alonso accedía a verla. Y, dependiendo cómo se desarrollara la situación, le enseñaría mi mundo de perversión o se quedaría sin polla, una de dos. No enterarme que... estrujo mi cara y cierro los ojos.
«Novia».
Un escalofrío me recorre la espina dorsal. ¿Qué hice? No quiero limitar mis viajes, no quiero casarme, no quiero hijos, no quiero cocinar o cuidar de su culo. Sólo quiero... estar con él. Me urge tiempo para sentarnos a hablar sobre la extraña y nueva modalidad de nuestra relación.
Mi flota de camionetas entra en el estacionamiento del hotel. Dos de los hombres bajan rápido de la primera Range Rover y frenan a un tipo que se tambalea. Rivers y Mashiro advierten que no baje. Los ignoro cuando se confirma que no está armado. Su estado me preocupa. A medida que me acerco, distingo que su voz se escucha cabreadísima y... afectada.
Apenas me mira, Roche desiste de gastar energías con mis guardaespaldas. Me observa fijamente. Una emoción que no sé interpretar apoderándose de sus ojos.
—¿No pensabas avisarme que comprarías el edificio? —inquiere bajito—. Por nueve años te he apoyado, he sido leal y comprensivo. Creí que éramos un equipo... Yo... yo te ayudé a conseguir la torre de Chicago. Desde el inicio nos proyectamos a nivel internacional. ¡Me dejaste por fuera en un plan que era de los dos! —acusa temblando—. ¿Tiene que ver con Global Beauty? ¿Es eso? ¿Por eso ya no me incluyes en nada? —alza la voz—. ¡Regina, contéstame!
Me mantengo estoica ante la mirada de otras personas. Ordeno que lo suban a la suite. Roche, destrozado, se deja arrastrar. Guardo silencio luchando por vaciar la mente. En el salón, mi asesor se desilusiona cuando no encuentra a Johnny o Jack en el mini bar. Tomo su barbilla para que no me esconda la cara.
Está ebrio.
Él nunca, jamás, bebe alcohol.
—¿Qué pasó con Lucy? —No responde y... su mirada se empaña de lágrimas—. ¿Roche, qué pasó con tu hija? —Relamo mis labios.
No sé manejar la situación.
Niega y me rodea con sus brazos. Me petrifico mirando con los ojos muy abiertos a Mashiro quien no obedeció mi orden de darnos espacio y se quedó en una esquina. Roche llora desconsolado. Frunzo el ceño. No tengo corazón para apartarlo y menos para devolverle el gesto. Sólo... se me ocurre acariciar su espalda, eso es lo que hizo Alonso conmigo.
—Yo creí que... ella... —gimotea—. Ya podía caminar por su cuenta con ayuda de unas muletas, su memoria nada pero... pero... no sé qué sucedió, todo iba relativamente bien... hasta que... que recayó. Le indujeron coma otra vez —rompe en llanto—. Los médicos no me dan esperanzas.
—Ya. —Miro fijamente a Mashiro para que se quede quieta—. Te daré vacaciones para que...
—No. —Se aparta y pasa las manos por su cabello—. Sin mi Evelin... sin Lucy, lo único que me queda es este trabajo. Vine para que me digas a la cara si estoy dentro o no. Basta de dejarme estático. Me culpaste de traición, mas no me has echado como a tus otros directivos. —Me mira, sus ojos rojos—. ¿Culpable? El malnacido que planificó el desfalco y que mataré con mis propias manos. Él nos puso en esta posición. Nos quiere destruir y lo estás permitiendo.
—¿En qué se relaciona? —pregunto con cuidado.
Empuña las manos, el dolor siendo suplantado por densa ira.
—La enfermera que contraté pudo asesinar a mi hija, alguien más le estaba pagando para que cometiera mala praxis con los medicamentos.
Trago saliva. Recuerdo que Julius dedujo que Roche estuvo haciendo tratos de medicina con organizaciones extranjeras. La investigación de Sachz sobre Emmett arrojó que, de una u otra forma, sus negocios sucios están vinculados con esas organizaciones para lavar dinero. Por eso sospechaban de mi asesor. Un escalofrío me recorre la columna vertebral.
¿Y... si Roche es otra víctima? ¿Y si el desfalcador nos quiere desestabilizar a ambos? ¿Por qué?
Es cierto que, cuando me propuse seguir los deseos de mis genes romanos, y expuse mis intenciones de construir un imperio que provocara envidia y respeto por su magnitud, Roche me ayudó a erigirlo. Él me ayudó a convertirme en madam Azzarelli. Paso mi lengua por mis dientes. Le pido a Mashiro que envíe a alguien a comprobar si lo que dice es cierto. No puedo equivocarme. Me acerco a Roche que se ha quedado viendo por la ventana, la ciudad engullida por la oscuridad de la noche.
—¿Qué propones? —inquiero, pensando en frío.
***
Dormí cuatro horas, tal vez menos.
Roche y yo pasamos casi toda la noche dándole vueltas a un plan que requiere precisión quirúrgica para evadir la ley. Maldigo la factura que me pasa mi cuerpo apenas me levanto y tomo una ducha, siento pesadez en los hombros, espalda y mente. Por la tarde, me reúno con unos pocos ingenieros, Zack Malone y Jill Fisher, la directora de la planta de ensamblado de Alphagine. Discutimos sobre implementar un nuevo grafeno que Giovanni está desarrollando en Minerva. Muchos detalles son confidenciales porque la organización es secreta. La extracción de minerales venezolanos con Gold Alligator nos permitirá producir materias primas codiciadas y desarrollar nuevas aleaciones. Nuestra tecnología trascenderá y dominará el mercado.
Si esto funciona, mi apellido podría pasar a la historia.
Acabo el día agotada, estresada con el caso porque ni Roche, Julius o Luther me dan noticias relevantes. Enrique me cubre con un paraguas en lo que avanzamos bajo la nieve para llegar a una de mis camionetas. El frío de la noche es cortante pero la calidez de la sonrisa con la que me recibe Alonso, vestido de negro, se siente como un adictivo bálsamo.
Mi estómago se contrae con un fuerte cosquilleo.
—Reina —saluda y se inclina para besarme.
El beso es lento y dulce sin perder pasión por los roces de lengua. Una mezcla que nadie más me ha ofrecido. Descasa su frente contra la mía y sonrío sintiendo mis labios hormiguear hinchados.De mi bolso saco las cajitas Cartier y mira el contenido con curiosidad de la negra.
—Una pulsera —examina paseando sus dedos por el grabado.
—Es una esclava de oro.
Su nombre está grabado en la parte delantera de la placa, AR en la parte trasera y notas musicales se intercalan entre los eslabones. Abro la cajita roja y sus ojos se abren mucho.
—¡Saxofones pequeñitos! —exclama con la emoción de un niño—. Notas musicales y... Wow. El murciélago de Batman, Regina, esto es... ¡¡Wow!!
Su reacción me hace saber que elegí bien.
—Son gemelos de oro, ónix y estos con tus iniciales tienen esmeraldas incrustadas por el color de mis ojos. —Los coloco en su palma—. También me mandé a hacer unos de Gatúbela y otros con iniciales de zafiro, el color de tus ojos. Así iremos a juego en alguna ocasión.
Entreabre los labios, perplejo.
—Tenemos... tenemos las mismas iniciales.
—Sinceramente no podía decidir qué darte. Rechazaste la ropa y sé que no te gustan los regalos caros, pero... Quería que fuese significativo. —Le pongo la esclava—. En algunas culturas, la romana en mi caso, regalar una esclava significa lealtad y fidelidad. No sé si te gusten y quizá...
Toma mi barbilla y besa mis labios provocando que se curven.
—Son perfectos —asegura y me besa otra vez.
Me pregunta sobre mi día con interés y le cuento lo esencial del plan de Roche mientras la camioneta arranca. No suelo compartir tanto pero Alonso ha demostrado ser confiable, además, necesito que Sachz colabore sin pretextos.
—Mañana pondremos manos a la obra. —De su bolsillo saca una bolita de empaque plateado. Es un bombón que lleva a mi boca. El chocolate se derrite en mi lengua y un líquido con sabor a coco me hace gemir—. Esta noche es para nosotros, para que te relajes.
Suspiro profundo.
—Eso intento pero es difícil —musito casi inaudible.
No estoy acostumbrada a bajar la guardia.
—¿Es difícil sentarte junto a un músico guapo y caliente?
Meneo la cabeza riendo. Adoro que sea más seguro de su físico.
—Me refiero a dejar que alguien me... —callo esbozando un mohín.
Alonso se quita los guantes y acaricia mi mejilla.
—¿Qué alguien te cuide? —murmura. En su azul no hay lástima, sólo comprensión y algo intenso que me cala. Asiento despacio—. Puedes hacerlo todo sola, Regina, pero ahora me tienes a mí. Déjame cuidarte, déjame darte los mimos que mereces.
Pasa su brazo sobre mis hombros atrayéndome hacia su cuerpo, me tenso un poco pero no me aparto. Es ridículo lo rico que se siente estar así, sentir su calor, pausada respiración y suaves caricias. Su paciencia forma un nudo en mi garganta. Soy adicta al trabajo, a tener todo bajo control. Pero esta vez, cierro los ojos y me acurruco con mi Friketto.
—Hoy mandas tú pero no soy de las que necesita mimos —refunfuño.
Suelta una risa triunfal y me estrecha tras besar mi frente.
—Por eso es un privilegio cuando me permites consentirte.
Nieva a cántaros cuando la camioneta se detiene frente a su edificio. Me gusta el frío antes que el calor, pero no me entusiasma la idea de congelarme. Ajusto mi bufanda Cachemira. Mis escoltas abren las puertas, Alonso toma mi paraguas de las manos de Enrique y le entrega sus llaves para que abran la reja y la puerta principal.
—Quédate pegada a mí —pide ofreciéndome su brazo.
Beso su mejilla y sonríe sacando el pecho. Apenas bajamos el viento gélido me hace temblar. Alonso me abraza fuerte cubriéndonos con el paraguas mientras nos apresuramos a entrar en el edificio. No hay portero. Nos sacudimos la nieve riendo pero su humor desaparece cuando vamos hacia el elevador. Encontramos un papel que indica que está averiado.
—Carajo. —Rasca su nuca—. Esta cosa funcionaba cuando salí.
—Usemos las escaleras —propongo tomando su mano.
—Son diez pisos. Yo los subo a menudo pero tú... —Mira apenado mis botines y agradezco que no sean de tacón.
—Tengo las piernas macizas porque entreno en el gimnasio. —Tiro de su mano hacia las escaleras—. Esto equilibrará lo que comeré esta noche. Disfrutaré cada plato italiano que me prometiste. Pero después me debes un masaje que acabe en un oral.
Su cara se ilumina con una sonrisa.
—Las órdenes de mi reina son mis deseos.
Una conversación entretenida fluye mientras subimos. Sin embargo, en el noveno piso, una anciana lo saluda mimosa desde la reja de su puerta como si viera a un galán de telenovela.
Bufo para no reír.
—¡Buenas noches, señora Marcia! —Alonso sonríe amable.
—No deberías estar afuera, Alonso, se espera una tormenta. ¿Quieres pasar? Hice chocolate caliente.
—Gracias, señora Marcia, pero vamos apurados. Sera en otra ocasión.
—¿Ella es amiga tuya? —Me da un repaso con desdén.
Meto mi mano en el bolsillo trasero del pantalón de mi Friketto, gesto que a la vieja no le pasa desapercibido porque me lanza una mirada ponzoñosa. Con más ganas aprieto el culo de Alonso que respinga.
—Soy su novia —declaro orgullosa.
Los ojos de Alonso se salen de órbita.
—Es mi novia —repite firme y sacude la mano, despidiéndose.
—Esa vieja te quiere poner las garras encima —siseo al alejarnos.
Me mira incrédulo.
—Joder, no. Tiene unos ochenta años.
—Las de su tipo son peligrosas. Su fuerte es el chantaje emocional.
Suelta una carcajada.
—Y yo pensando que sólo debía cuidarme de las de treinta que van en tacones de aguja.
—Esas son letales. —Levanto mi mentón—. No tenemos piedad con los veinteañeros.
Entorna los ojos, inquisitivo.
—Regina, aclárame algo, ¿oficialmente somos pareja y yo no estoy enterado? No me has invitado a ninguna cita para hacerme la petición.
Subo y bajo las cejas.
—Puedo transformar nuestra cita en una erótica.
—Tendremos una cita romántica, ninfómana pervertida —exige con voz ronca antes de llevarme contra la pared y juntar nuestros labios.
Enredo mis dedos en su cabello, el beso es tan húmedo que me lubrica en segundos. La vehemencia que vierte incita a follar aquí mismo, así que lo hago subir los pocos escalones que faltan. Sin dejar de besarme, saca un llavero de su bolsillo, se cae, reímos y se concentra en abrir conmigo mordiéndole el cuello y acariciando su abultada bragueta. Da un empujón a la puerta con el hombro, me alza apretando mis glúteos y rodeo su cintura con mis piernas. Entramos tropezando con una pared, un sofá...
Unas risitas que se convierten en gritos ahogados nos sobresaltan y nos separamos. CHE MERDA? Dos mujeres demasiado ligeras de ropa nos miran con sorpresa desde lo que identifico como la cocina, a su lado sin camisa y vaqueros está Nathaniel, cuya sonrisa se esfuma al ver la mirada furiosa de Alonso. Me advirtió que comparten apartamento pero mencionó que estaríamos solos esta noche. Frunzo el ceño y los labios. En el otro extremo, veo una mesa con mantel negro, velas apagadas alrededor y más cosas que indican esfuerzo para una noche especial.
El aire se llena de tensión.
—Cuñada, qué tal... Lo lamento, no pudimos salir por la nieve y nos avisaron que el show fue cancelado. —Nathaniel alza las manos, su tono avergonzado—. Hermano, Intenté llamarte, pero me mandó a la contestadora. Mira, nos encerraremos en mi habitación. No vamos a molestar, lo prometo.
—No debieron estar aquí en primer lugar —gruñe Alonso.
Toma mi mano y me guía hacia un corto pasillo, abre una puerta de donde sale su perro ladrando. Es muy inquieto. Alonso sujeta su collar hablándole con cariño, acaricio su cabeza pero no se calma por lo que Alonso me pide pasar mientras se lo lleva. Evito procesar lo que ocurre. Una parte de mí quiere irse, otra más irracional decide quedarse.
Suspiro quitándome los guantes, la bufanda y el abrigo.
La habitación es pequeña, las paredes gris claro están cubiertas por posters, la cama sin tender es lo único que luce desarreglado. A la derecha hay una cómoda con cajones, sigue un escritorio bajo una ventana con dos pantallas y una computadora. Un televisor en la pared de al lado con una consola que reposa en el estante de abajo. Veo peluches, figuritas y cosas geek por todas partes. También hay un armario donde descansan dos estuches, supongo de sus instrumentos. Mi atención se detiene en la libreta junto al teclado mecánico. Es la misma que hojeé y descubrí sus composiciones. De sus páginas sobresale un encaje negro.
¿Es lo que creo que es?
Tomo la libreta y descubro que es una de mis bragas. Descarado. La risa es inevitable. Me siento en la silla gamer y me quito los botines. La pared frente a la cama está cubierta de posters de personajes femeninos en poses provocativas y otras pornográficas. Ninguna tabla, todas de cuerpos voluptuosos y aparentan ser guerreras. Me asombra en demasía que su frikismo me genere más atracción. Es mi Friketto. Esta es su cueva de hombre, un refugio sin filtros y conmigo ha sido transparente.
Alonso entra sin chaqueta y gorro, exhalando frustrado.
—Necesito un espacio propio o Nathaniel me volverá loco —farfulla pasando las manos por su cabello. Se detiene en seco al verme con fingida expresión de enojo, su libreta y mis bragas en mi mano—. Mierda... En mi defensa, tú me las obsequiaste. Puedo hacer lo que quiera porque son mías —defiende, enarco una ceja y se acerca cabizbajo—. De verdad lo siento. Te conté los andares de mi hermano pero este percance no estaba en mis planes. Entenderé si quieres irte, aunque con la nieve sería peligroso.
Muevo mi cabeza hacia su pared porno y sus mejillas se tornan rojas, abre y cierra la boca. Es adorable cuando está nervioso.
—Ehm... son... bueno... es arte coleccionable.
—¿Te masturbas viéndolas? —Su nuez se mueve brusca, sus ojos llenos de culpa. Me levanto dejando su libreta y mi ropa de lado—. Si eso es arte, yo debería estar en el Louvre, pero me conformo con tu galería, en el centro para que admires mi cuerpo como se debe.
Relame sus labios.
—¿Estás celosa de un poster o enojada por la situación? —Ruedo los ojos evitando reír. Empuño su suéter y jalo para darle un beso que lo destensa al instante—. ¿Eso significa que no quieres salir corriendo? ¿No estás molesta? —musita contra mi boca, confuso.
—Estoy bromeando. No iré a ninguna parte. Cenemos aquí, pero tengo los huesos helados y me gustaría darme una ducha caliente primero.
Me mira atónito.
—¿En serio te quedas? ¿Estás segura de que el frío no te hizo daño o te golpeaste la cabeza con algo?
—También me sorprende que no me desagrade la circunstancia, pero sí, está bien si es algo sencillo. Aprecio mucho tu esfuerzo y la intención del detalle. Tengamos nuestra cita incluso si no salió como planeaste, no dejemos que un percance lo impida. —Paso mis manos por su pecho—. Concuerdo en que necesitas privacidad. Puedo comprarte un apartamento o puedes quedarte conmigo en el hotel. No quiero parecer una novia controladora, me gusta que me den mi espacio y pienso darte el tuyo, pero ahora somos exclusivos, Alonso —mi tono persuasivo, negociador—. No me simpatiza que te topes con mujeres semidesnudas a cada rato. Si fuera al revés, ¿a ti te gustaría?
Se pone serio y niega.
—Definitivamente no pero lo discutiremos después la cena. —Riega besos por mi mejilla y sien mientras sus dedos desabotonan mi blusa—. Usa la ducha. Te buscaré algo de ropa mía mientras tanto.
—¿Te duchas conmigo? —ronroneo.
—No cabemos los dos —lamenta.
Abre la puerta del baño para mí y me da un suave azote antes de alejarse. Meneo la cabeza riendo y tomo mi bolso. Me desmaquillo maniobrando en este espacio reducido, pero muy limpio. El agua de la ducha está caliente y relaja mis músculos. Cierro los ojos. Estoy en un cuchitril, con un Friketto que altera mi dogma anti emociones. ¿Cómo llegué a esto? Lo más extraño, es que me siento bien.
Es una noche diferente que me saca de la rutina.
Me visto con la ropa barata que encuentro sobre el lavabo. Una sudadera negra unicolor que me queda enorme y un pantalón negro de algodón que amarro a mi cintura para que no se caiga. Me pongo unas pantuflas y salgo. Hallo a Alonso arrodillado en el suelo, colocando luces LED alrededor de un espacio que llenó de cojines y mantas. Puso una mesa bajita con platos vacíos y una botella de vino. Se gira y sonríe amplio.
—Te ves increíble con mi ropa. ¿Te sientes cómoda?
Me conmueve su atención, pero no lo demuestro sino que asiento.
—Déjame ayudarte.
—No, no, tú relájate.
Insisto pero no cede, sólo me permite poner música. Sé que los hombres necesitan sentirse útiles. Así que le dejo tranquilo, me siento en el suelo y hablamos. Después trae bandejas térmicas con una variedad que vuelve mi boca agua. Huele fabuloso. Lasaña, risotto, arancini, bruschettas, y hasta tiramisú. Todo en impecable presentación y sabor suculento. Es capaz de hacerme preferir su comida casera ante los lujosos restaurantes.
—Molto bravo, signore Roswaltt. Stupendo! —felicito y limpio mis labios con una servilleta—. Yo soy un desastre cocinando. No me gusta.
Ambos reímos y chocamos las copas llenas de vino sin alcohol.
—Sospechaba que no podías ser tan perfecta. Eso te vuelve más real.
—Me lo tomaré como un cumplido. —Mi atención se desvía a los cochecitos en una estantería cercana—. Tú también tienes un Bugatti.
—Ah, mis Hot Wheels. —Alcanza y me tiende el Veyron azul. Extrae un cajón y me muestra otro grupo, orgullo en su voz cuando toma una caja de cristal que contiene un Mustang amarillo. Lo sostiene con mucho cuidado y me lo confía. Lo estudio, notando el desgaste de la pintura—. Ese es mi favorito y el primero que tuve. Un Boss 302. Mi abuelo me lo regaló cuando era niño. Empecé a coleccionarlos desde entonces.
—Fascinante —admiro sincera—. Amo los coches.
Tengo mi propia colección funcional; sin embargo, es cautivador que Alonso encuentre tanta belleza y significado en algo pequeño.
—Y, bueno, ya que estás aquí... —Sonríe emocionado.
Se levanta para ir hacia otra estantería. Me muestra varias figuras geek mientras explica la historia tras cada una. Habla con una pasión que sólo he percibido cuando se trata de música. Su entusiasmo es contagioso y me genera curiosidad. Resulta que es un gran fanático de Batman. De otro cajón saca un álbum de fotos y hojeando descubro que es cosplayer. Más tarde lo ayudo a llevar los platos y bandejas a la cocina. No soy de lavar, no lo hago desde hace años y debo cuidar mis uñas, pero me ocupo de secar con un pañuelo.
La tensión entre ambos es palpable; sin embargo, aprovechamos el salón desocupado para frotarnos bailando como preliminar. Elige una canción cursi de Ed Sheeran pero no me quejo. Disfruto. Esta es una experiencia completa y nueva para mí. Una noche que se convierte en un momento inolvidable.
People fall in love in mysterious ways,
Maybe just the touch of a hand,
Well me I fall in love with you every single day,
And I just want to tell you I am.
—Dicen por ahí que cuando uno está feliz, disfruta de la música; pero cuando se está triste o desesperado, entiendes la letra —comenta.
—No es una canción triste. —Muerdo el interior de mis mejillas para no sonreír—. Es una que provoca diabetes.
—Quizá. —Ríe y me hace girar bajo su brazo—. Aunque no sea melancólica y, sea cursi o...
—En extremo cursi.
—Ya. —Rueda los ojos—. El punto es que ahora entiendo la letra más que nunca.
—Bueno, curiosamente tienes veintitrés.
Me aprieta contra sí y apoya su frente sobre la mía.
—Y a los setenta seguiré enamorado cada día de la misma mujer.
Paso saliva.
—Alonso...
—No tienes que decir nada. —Sonríe tranquilizador.
Cierro los ojos y descanso mi cabeza en su hombro
—Tus sentimientos son aceptados pero no estoy lista para hablar de los míos —aviso. Sandra me recomendó hacerlo, a mi ritmo, para que no se haga ideas raras o se sienta inseguro—. Alguien a quien amaba me lastimó en el pasado y por eso me da miedo lo que me haces sentir. Nunca he experimentado una felicidad como la que me proporcionas. No conozco este tipo de amor y odio perder el control de mis emociones; sin embargo, no puedo odiarte —musito en italiano y lo abrazo fuerte—. ¿Sabes? Desprendes un brillo precioso cuando hablas de música y temas geek.
Acaricia suave mi cadera.
—¿No te parezco infantil?
—En absoluto. —Beso su cuello—. Me parece atractivo y seductor que seas auténtico a ti mismo. No fingiste ser otra persona para agradarme. Te mostraste tal cual eres y me gusta mucho lo que vi.
Me enderezo para sonreírle.
Acaricia mi mejilla con delicadeza, me mata su azul oscurecido e inundado de veneración. Se inclina hasta rozar nuestras narices, vacila un momento antes de besarme sin abrir la boca. Es un beso suave, casto; aun así, mi cuerpo entero es recorrido por una violenta electricidad. Se aleja unos centímetros, nos vemos y ambos sonreímos, ladeamos la cabeza hacia el lado contrario y esta vez nuestras bocas sí encajan con frenesí, como si quisiera agradecerme por no juzgarlo, por aceptarlo. Sus manos están por todas partes. Hace intervalos de una lentitud que hace fallar mis rodillas y debe sostenerme firme.
Jadeo, aturdida, ebria de su sabor.
—Regina Azzarelli es mi novia, está en mi apartamento usando mi ropa y le gusta que sea un nerd. ¡Joder! —Extasiado, echa la cabeza hacia atrás—. ¡Este es el mejor día de mi vida!
Me froto contra él y devuelvo su mano a mi seno.
—Volvamos a tu habitación y se pondrá mejor —susurro en su oído.
Mis brazos rodean el cuello del dulce caballero que me tiene aterrada. Un beso o una caricia suya es capaz de hacerme perder la razón. Alonso Roswaltt es un maldito peligro caliente por la facilidad con la que está derrumbando mis barreras..
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Bueno, ya faltan dos capítulos para finalizar. No olviden votar y comentar sus opiniones. Los invito a seguirme en Instagram: Luecallaghan. Allí comparto contenido, ilustraciones y quizá algunos spoilers.
Un abrazo virtual, se les quiere.
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