50. Nerón.
50. Nerón
ALONSO
Los sonidos de impactos, golpes y cráneos rompiéndose se escuchan con claridad en el pasillo incluso cuando cierro la puerta.
Una sonrisa de orgullo se apodera de mi rostro. Níkolas se lo está poniendo difícil a Luther en Mortal Kombat aplicando mis enseñanzas.
Sigo la voz de Sofía hasta terminar en la cocina de mi amigo. Me detengo en el umbral y ladeo la cabeza. Está de pie sobre un banco de la isla, usando su pijama disfraz de unicornio que le regaló Milena en navidad. En frente, tiene un plato de waffles, y varias tazas con helado, chocolate, crema de maní, queso, chispas, galletas y no sé qué más porque no alcanzo a ver desde aquí. Está haciendo una torre con los waffles e intercala entre cada uno algo de las tazas.
—¡Tío! —grita apenas me ve.
—¿Y tu madre?
No veo a Natasha por ningún lado.
—Hablando por teléfono. —Señala el balcón—. Ven a probar.
—¿Qué haces, princesa? —Me acerco, le hago cosquillas y la siento en el banco. No quiero que se caiga.
—¡Arte comestible!
Dibuja una carita feliz con pepperoni sobre un waffle, cubierto de crema chantilly y salsa de tomate. Me lo ofrece con una enorme sonrisa.
Desde que vio Ratatouille, no deja de repetir que quiere crear nuevas recetas. No me gusta desilusionarla.
—Sofí, estos ingredientes no son compatibles —explico.
—¿No está rico? —Hace un puchero.
—¿Ya lo probaste tú?
Niega muy rápido. Dejo que ella misma lo pruebe y pone una mueca.
—Eww. Sabe feo —Se desanima y mira triste su torre.
—Cocinar está bien y querer experimentar es genial. —Comienzo a recoger los ingredientes—. Voy de salida. Cuando vuelva, podemos preparar algo juntos. Espera a que tu madre o yo estemos contigo para experimentar. La meta es preparar arte comestible, no que la comida termine en la basura ¿verdad?
—Tirar comida está mal. —Me ayuda a limpiar—, hay muchos niños sufriendo en África.
—Aquí en Chicago también.
Terminamos de recoger. En la mesa coloco mi mochila y comienzo a guardar los tupper de la nevera. Aprovecho y le sirvo una porción de brownie y le muestro algunos aderezos compatibles. Me escucha atenta. Su principal motivación para aprender es poder prepararse postres para satisfacer sus antojos.
—Sí... muchas gracias... estamos en contacto.... —Escucho la voz de Natasha.
Cuelga el móvil. Sus ojos brillan y la sonrisa no le cabe en el rostro.
—¿Los del condominio residencial? —pregunto, acercándome.
Asiente repetidas veces.
—Quieren reunirse conmigo la próxima semana. Una llamada de mi jefa y tu referencia los convenció de inmediato. —Casi salta en su lugar—. Está a buen precio. Los niños tendrán sus propias habitaciones y me queda a tres calles de Réflecteur.
Curtis me consiguió el número de un condominio residencial bastante accesible construido y administrado por Kraptio. Nat quiso hacerlo todo independiente de las influencias de papá.
—¿Podré pintar mi habitación de morado? —Inquiere Sofía con emoción.
—Aún no es seguro, Sofí. —Natasha la coge en brazos y besa su mejilla—. Pero si lo conseguimos, pintaremos tu habitación de morado.
—¡SÍ! —Se libera para salir corriendo por el pasillo—. ¡NIKO!
Natasha y yo nos reímos.
—Ya no van a pelear más por la litera. Este año comienza con buenas nuevas —comento y chocamos las manos.
La duda cruza por su rostro, mas su sonrisa no desaparece.
—Mi jefa me asignó revisar unos artículos, quedó impresionada con mi trabajo y ahora quiere que curse una carrera online. —Coloca un mechón de cabello tras su oreja—. Planea mudarme a un departamento.
Alzo las cejas, Lorena tiene buen ojo para reconocer eficiencia.
—¿Qué has pensado?
—Entre el trabajo en la revista, los niños...
Sujeto sus hombros.
—Nat, ésta es una oportunidad. Es tú oportunidad. ¿Te gusta el lugar?
—Le he agarrado cariño —No lo piensa.
—¿Y quieres ser asistente para siempre?
Niega con determinación.
—Me inscribiré —asegura.
Asiento, feliz por ella.
—Estoy orgulloso de ti.
—Y yo de ti. —Me abraza con fuerza—. Anoche no le lanzaste la bomba a papá sobre tu viaje a los Ángeles.
Suspiro profundamente y me calzo mi mochila. Ensayé, ensayé y ensayé como un loco pero fue suficiente para ser todo un éxito e impresionar a Tagger.
—Sería un tonto si no hago negocios contigo. —Me tendió una tarjeta—. Llámame en enero y trabajaremos para expandir tus letras y música. Prepárate, Alonso, el mundo conocerá tu nombre.
Sé que nada es seguro hasta que firme un contrato, mas no puedo evitar emocionarme cada vez que pienso en que, quizá, mi momento de triunfo ha llegado.
—Aún no me siento preparado —musito, no quiero que papá opaque mis esperanzas con sus comentarios negativos.
Su expresión se vuelve seria de pronto.
—¿Vas con Azzarelli? —Arruga la nariz.
—A mí también me dio una primera impresión bastante cuestionable.
Ya me contó lo sucedido en la oficina de Lorena. No justifico a la italiana, sé cuan descortés puede llegar a ser, pero quiero que se lleven bien.
—No me agrada la idea de que te vuelvas irascible si vuelven a separarse. —No me perdonó fácil el golpe que le di a Luther—. Dios, al menos tiene personalidad y no es plástica como Courtney. —Rueda los ojos—. No me gusta que te tomen por tonto.
—No lo hará porque no lo permitiré —aclaro y beso su frente—. No olvides que, pase lo que pase, Milena, Sofía y tú seguirán siendo mis chicas favoritas.
***
Le envío un mensaje a Rivers avisándole que voy bajando. Regina insistió que dispusiera de una Range Rover para mi trasporte. Sé conducir; sin embargo, el trato incluía chofer sí o sí. No quería aceptar; sin embargo, la sensación de que alguien me sigue no me dejó opción. ¿Estoy alucinando? Eso espero. Por eso Luther ofreció traerse a mi hermana y mis sobrinos a su apartamento. No sé qué psicópata haya planeado el desfalco.
Estamos a punto de descubrirlo.
—Feliz año, Rivers —saludo, subiendo al asiento trasero.
—Feliz año, Alonso. —Me mira por el espejo retrovisor—. Regina pidió que te llevara al club Keegan —avisa y se mete en el tráfico.
Raro, no tengo aviso previo. Habíamos quedado en el hotel.
—¿No te da vacaciones por año nuevo?
—Yo elijo mis fechas. —Acomoda su gorra—. Me toca descansar en abril y aprovecho para estar presente en el cumpleaños de mis hijos.
—No sabía que tuvieras hijos.
—Ahora lo sabes. —Me mira con seriedad por el espejo retrovisor—. Si les pasa algo, te saco las entrañas estando vivo.
Su mirada fría me cala los huesos. Trago duro y asiento. El dinosaurio es corto de palabras, su mera presencia es intimidante. Rivers, aunque afable a la vista, sabe cómo asustar cuando se lo propone.
Ríe rompiendo la tensión.
—Es broma... a medias —murmura.
—¿Hace cuánto que trabajas para Regina? —pregunto, curioso.
—Uhm, bastante tiempo —no pierde humor—. Han sido años enseñándole a romper huesos masculinos y castrar imbéciles. Lo que le hizo a O'Conner lo aprendió de Enrique. Ambos le debemos mucho y haremos lo necesario para protegerla —sus palabras disfrazan una advertencia.
Mi móvil en mi bolsillo vibra. Frunzo el ceño al leer que tengo dos mensajes: uno de Berenice, una chica con la que me acosté un par de veces, y otro de Micaela. A la primera la bloqueo. Abro el chat de la segunda, sonrío sin despegar los labios viendo la publicidad de su campaña.
Alonso: ¿Podemos vernos el jueves?
Miro por la ventana. La Range entra por el mismo camino con pinos que conduce al club y se desvía hacia la extensión con cercados de animales. Nos detenemos frente a un edificio con una marquesina de caballos. Cierro el chat y guardo el móvil. Rivers baja y pide que lo siga. No necesita mostrar pases. Aquí lo conocen. La estructura tiene el mismo estilo clásico Tudors. Mi corazón se acelera. Miro mi alrededor atento y no veo a la reina por ninguna parte.
—Dentro encontrarás tu ropa para montar —me entrega una tarjeta magnética.
¿Montar?
¿En dónde está mi yegua indomable?
Entro en el vestidor que es prácticamente la mitad de mi habitación. Un bolso deportivo tiene una hoja pegada con mi nombre impreso. La imagen de mí vestido como un vaquero del viejo oeste se esfuma.
La ropa es de equitación. Costosa, por supuesto.
Estoy subiendo la cremallera de las botas cuando la puerta del vestidor se abre. Percibo su perfume antes de alzar la vista. Su atuendo es parecido al mío azul marino, con la enorme diferencia que el suyo, en color negro, le marca cada curva. Trago saliva. Ningún instrumento se compara con ella y la música que hacen sus gemidos. Podría morir hundido en su interior, adorando su cuerpo con mi boca y mis manos... y sería feliz.
Regina aclara su garganta.
—Sospecho que me están vigilando. —Termino de ajustar mi bota—. Lleva tiempo, no le he prestado atención porque creí que era paranoia mía. —Destruyo la distancia entre nosotros—. Lo mejor será que no nos volvamos a reunir en lugares públicos para evitar que nos relacionen.
Ladea la cabeza y me da un repaso.
—¿Viste algo? —Me ajusta la chaqueta.
—No se me quita la sensación de la nuca.
—Una corazonada.
—Yo lo llamo sentido arácnido y nunca falla.
—¿Ah? —Frunce el ceño.
—¿No has visto Spiderman? —Sus cejas se juntan más—. ¿Sabes qué es Marvel? ¿DC? —pregunto, incrédulo.
¡¿Acaso vive en las cavernas?!
No despeja la frente y retrocede. Del bolsillo de su chaqueta saca su móvil y hace una llamada. La estudio con mayor detenimiento. No trae casi maquillaje. No nos vemos personalmente desde navidad, nos hemos hecho videollamadas y con esas pruebas recientes puedo reconocer que sus ojeras están más acentuadas.
—... cree que alguien lo está siguiendo... de acuerdo... hazlo... sí, me parece bien... —Cuelga y me mira.
—¿Te desvelaste anoche? —Deslizo mis manos por sus brazos.
Sé que no salió a celebrar por año nuevo.
—Trabajando. —Me abrocha el casco, evasiva—. ¿Qué tal la fiesta?
—Mis tías, mi abuela y mi madre preguntaron por ti. Lena te esperaba... y Nat cree que eres una mala influencia para mí.
—¿Lo soy?
Finjo pensarlo y acaricio mi barbilla.
—Sí, la peor. —Me mira boquiabierta—. Pero, por tentaciones como usted, madam, indudablemente, vale la pena convertirse en pecador.
Rueda los ojos, la comisura de sus labios tiemblan. Le muerdo el inferior antes de darle un beso. Nos devoramos de una manera que apenas nos deja respirar y me endurece instantáneamente. La estrecho contra mi cuerpo, mis manos bajan por su espalada y aprietan sus glúteos.
—¿Uno rápido? —Mordisqueo la base de su mandíbula, odiando que la chaqueta le cubra hasta el cuello. Mis manos jugando con los botones.
—Aquí no. —Jadea, vibrando por mis caricias—. Quiero aprovechar el día. Si comenzamos, ambos sabemos que no podremos parar. Las ganas que te tengo no se saciarán con un polvo hardcore.
Cierro los ojos y junto nuestras frentes, tratando de calmarme.
No puedo evitarlo. Sigue teniendo el poder para descontrolarme. Fracasé rotundamente. En vez de desarrollar inmunidad a su belleza alejándome, ahora cada una de mis células responde más primitivas ante su cercanía. Mi apetito por Regina Azzarelli se ha vuelvo insaciable.
—Tienes razón. —Suspiro, resignado a un dolor de bolas.
—Lo normal. —Tira de mi chaqueta—. Vamos. Te presentaré a alguien especial.
Abre la puerta y frena apenas pone un pie fuera. Delante de nosotros están formados en postura militar dos tipos gigantes, rapados, casi de la misma altura que el dinosaurio, vestidos de negro y con semblante atemorizante. Nunca los había visto. Enrique les está dando instrucciones en código, se da cuenta de nuestra presencia y se gira.
—Joven Roswaltt, le presento a Dimitri y Vladimir, integrantes de mi unidad. Ellos han estado velando por su seguridad y confirman que nadie se ha acercado a usted con intenciones maliciosas.
Atónito, miro de los mastodontes, de apariencia rusa, a Regina consecuentemente.
—¿Ellos son los que me estuvieron vigilando?
—Cuidando —corrige.
—¿Desde cuándo y por qué yo no estaba enterado? —mascullo. Creí que ya no habría este tipo de secretos.
Frunce los labios y saca a relucir su lado testarudo, inflexible.
—La muerte de Bartis. Vi el video de seguridad cuando te dejaron inconsciente. Tuviste suerte de salir con vida y sin secuelas. Solicité que te asignaran protección. Te han seguido como sombras.
Eso explica por qué conocía mi ubicación en el club la noche que vi a Gregory. Me cruzo de brazos. ¿Cómo rayos me oculta algo así?
—He estado cuidando tu bonito culo. —Me da una palmada en el hombro y se adelanta.
Me quedo viendo su trasero mientras se aleja. La mano me escuece por castigarla. Exhalo y cuadro mis hombros.
—Prefiero ser consciente de que me siguen. Desde ahora estarán a mi vista —les exijo a los tipos.
La confusión se planta en sus caras.
—Seguimos ordenes de...
—Regina se fue. Mi seguridad. Mi decisión —zanjo, serio, y miro a Enrique.
—Como ordene, joven Roswaltt —contesta el dinosaurio, impasible.
Asiento hacia ellos antes de alcanzar a la reina de los secretos.
El establo es... lujoso. Esto es lujo de verdad. Suelos de mármol beige. Candelabros. Pantallas gigantes en las paredes con paisajes naturales. Los mozos van de aquí para allá. Este lugar es como un hotel cinco estrellas. Los caballos viven mejor que yo. Como si el derroche de dinero no pudiera ser mayor, un chico de rasgos y acento latino me guía hacia una zona más privada, al fondo del recinto.
Me tenso y mi mandíbula cae al suelo.
Lejos del resto de caballos, un gigante de pelaje blanco y negro se deshace bajo los mimos de Regina. Sí, mimos. Me quedo perplejo. Jamás la había visto siendo tan cariñosa. Su mirada emana autentica felicidad. Lo recuerdo de las fotos en su oficina.
Es el caballo igualito a Angus, de Valiente.
Regina me nota y con un gesto de la mano pide acercarme.
—Le recomiendo que tenga cuidado pero sin mostrar inseguridad. El caballo huele el miedo y se aprovecha —me susurra el chico.
Lo miro sin comprender antes de ponerme en marcha.
—Alonso, él es Nerón. Mi chico rebelde. —Regina rasca tras su oreja y él le responde con un ruidito de satisfacción.
Estiro la mano para tocarlo, el caballo relincha, agresivo, y en un resoplido me llena el brazo de mocos.
—¡Joder! —Retrocedo.
—No lo tomes personal. —Se ríe y señala una toalla—. Es arisco por naturaleza. Se pone inquieto si invaden su espacio personal.
—Así que Nerón, cómo el sanguinario emperador. —La miro mal.
Los dos son tal para cual.
—Suena poderoso. Nerón Claudio Germánico fue un emperador romano y su diminutivo, Nero, significa negro en italiano. —Sonríe, acariciando su crin—. El nombre es perfecto.
Mi perro se llama Otto porque suena gracioso.
Su cubículo es el más grande y mejor acondicionado. Como no, tiene una salida propia para no mezclarse con la plebe del establo. Me atrevo a decir que su espacio es más amplio que el salón de mi apartamento. Pero... mierda, es que la bestia fácil alcanza los dos metros. Sus patas son enormes. Debe pesar una tonelada.
En el muro del fondo, en la zona superior en letras con relieve de color dorado con bordes negros se lee NERÓN, la parte inferior tiene una repisa con trofeos y reconocimientos... y la parte central...
—¿Un televisor?
Regina se encoge de hombros.
Enciende el televisor y pone un canal al azar, dejando un comercial de zapatos. Nerón relincha y se acerca a la pared. Con el morro presiona un botón rojo del tamaño de mi mano, el canal cambia y en la pantalla los caballos compiten por llegar a la meta.
Nerón mira fijamente la carrera... y yo a Regina, impresionado.
—Es muy inteligente —dice con orgullo—. Con el botón rojo ve Animal Planet, National Geographic e History Channel. El botón amarillo lo usa para pedir comida y el verde para que Juan lo lleve a correr —señala al chico latino—. Apenas y le deja tocarlo. Nerón no permite que nadie, excepto yo, pueda montarlo. —Besa su morro.
Nerón debe bajar la cabeza para estar a la altura de Regina. Un escalofrío desagradable me recorre. Caerse de su lomo estando en movimiento es una muerte segura. Mínimo cinco huesos rotos o no vuelves a caminar.
—¿Lo vas a... montar? —pregunto en voz baja, turbada.
—¿Me subestimas?
—Me preocupas, Regina. Es increíblemente grande.
—La adrenalina del riesgo. —Sonríe de lado.
No pierde ánimo y yo no me tranquilizo. Ordena a Juan que me lleve con Tiamat para prepararme mientras ella se encarga de Nerón.
—Tiamat es bastante mansa —presenta y me entrega las riendas.
—¿Una yegua? —Acaricio su cabeza y busca mi contacto incluso después de retirar mi mano. Es de pelaje plateado muy brillante.
—Nerón no se lleva bien con los otros machos —comenta—. Tiamat es su favorita a la hora de aparearse.
«Ah».
Subo con agilidad a la silla. Genial. No he perdido la práctica. Hace mucho que no me subía a ningún caballo, no desde que mi abuelo nos llevaba a mis hermanos y a mí de excursión. Juan me indica en dónde esperar a Regina. Antes de que pueda llegar, el sonido de un galope llama mi atención. Desde la derecha la miro montar a su bestia. Paso saliva. Sus senos suben y bajan con un ritmo que...
—¡Sécate la baba! —grita, rebasándome.
Espabilo.
—¡Vamos! —Arreo a Tiamat.
Atravesamos un extenso terreno cubierto de espesa nieve blanca. Tomamos un sendero y Regina llega primero a la entrada del bosque.
—Perdiste —se regodea.
—No era una carrera —refunfuño.
—Lo era. Estabas distraído.
—No fue justo.
Rueda los ojos.
—¿Otra carrera? —propone—. El que gane elige la postura para follar
«Mmm. ¿Semiramis Assassin o la mujer maravilla en cuatro?».
—Sin trampas —advierto y detengo a Tiamat junto a Nerón.
—Sin trampas —concede—. A la cuenta de uno, dos...
—¡Tres! —Me adelanto, riéndome.
Esta noche seré Superman.
—¡Idiota! —la escucho gritar, molesta, a mi espalda.
Conseguimos ventaja. Más adelante aparece un enorme árbol caído y tiro de las riendas de Tiamat para que se desvíe, de un momento a otro, Regina se nos adelanta porque Nerón salta impresionantemente el tronco. Me quedo bobo. Cogen distancia y, obligándonos a frenar, Nerón se detiene en una pose majestuosa sobre sus dos patas traseras.
La imagen me pone nervioso.
—Te volví a ganar —proclama con el mentón alzado.
Juro que el condenado caballo también se regodea.
Niego y sonrío, tratando de mostrarme relajado. Se nota que Regina tiene habilidad. Trago saliva. Confiaré en eso.
Comenzamos una caminata por otro sendero, lado a lado. Me sorprende preguntando por qué ya no trabajo en la cafetería, en el club y toco en mi banda. Aclaro que no tiene nada que ver con el escándalo sino que me ofrecieron empleo en el pub de Tagger. Genuina emoción en sus ojos al saber que daré el primer paso para cumplir mi sueño.
—Estoy dispuesta a apoyarte en lo que necesites, pongo a tu disposición mis contactos, influencias y recursos. Es lo mínimo que puedo ofrecerte tras perder el empleo, Alonso. No intervendré a menos que así lo desees. —Sus ojos brillan con orgullo—. No te apoyaré como experta en negocios, porque de hacerlo, estaría tratando de convencerte en ir con managers de renombre. Te apoyaré como la mujer que confía en tus esfuerzos, conoce tu sueño, y quiere verte cumplirlo.
Pienso por unos segundos. Ella tiene medios con los que yo no cuento que inclinarían la balanza a mi favor en una pelea.
—Gracias, Regina. Quiero escalar por mi cuenta, pero... —Aprieto la mandíbula— me gustaría pedirte ayuda en un asunto. Austin, el pianista idiota que conociste de mi banda, plagió mi canción.
Le explico lo que sucedió y su mirada se ensombrece, letal, peligrosa de una manera muy oscura.
—Quiero destruirlo —concluyo.
No soy partidario de la violencia o la intimidación; no obstante, desde que esto sucedió no me abandona una opresión en el pecho que me llena de frustración. No puedo evitar que me duela ver mi esfuerzo hecho trizas.
Ver mi sueño en las sucias manos de otro.
—Lo destruiremos juntos. —Sonríe viéndose como un ángel repartidor de la muerte y no puedo evitar devolverle el gesto.
Bajamos de los caballos, Regina aprueba que corran a gusto y les suelta las riendas. Estoy ansioso por hacer justicia, mas no quiero que nuestra cita se opaque por el tema. Antes de que Regina pueda retomar la conversación, finjo que reviso la suela de mi bota y espero a que se aleje unos cuantos pasos. Cojo un poco de nieve, hago una bola y la lanzo directo a su trasero. Respinga y gira la cabeza como en la película del exorcista. Sacude su pantalón y me mira furiosa. Me echo a reír y en corto trago nieve cuando una bola más grande impacta en mi cara.
Lo que sigue es un fusilamiento con naturaleza de exterminio.
—¡Mierda! —intento esquivar los proyectiles y le arrojo más nieve.
Corremos entre los árboles. Acierto varios tiros y ella esquiva otros. Me cubro tras un tronco grueso y reviso mi munición. Es hora de lucir lo que aprendí en Counter Strike y Call of duty.
Hoy cazaré a una pantera...
Un sexy demonio...
Me muevo con sigilo. Tanjiro estaría orgulloso de mí. Escucho una ramita y la veo a unos metros. Camina con cautela pero no la suficiente como para evitar hacer ruidos. Cojo una cantidad considerable de nieve. Contengo la risa y me acerco. Chilla cuando la sorprendo por detrás, lleno la capucha de su chaqueta con nieve y se la pongo.
—¡No! —se retuerce y busca meter nieve en mi chaqueta.
Forcejeamos, rodamos por la nieve entre cosquillas y risas y, no es hasta que la siento tensarse, que me doy cuenta que estoy encima de su cuerpo. Intento apartarme y me envuelve con sus piernas.
—Quédate quieto —pide en voz baja.
Alzo las cejas. Mi cara está a centímetros de la suya permitiendo que la nube que crean nuestros alientos se fusione. Nuestros pechos chocan. Me apoyo en mis codos procurando que no sienta ni un gramo de mi peso. Aprieta el agarre de sus piernas y nuestras pelvis se rozan.
Abre la boca y toma aire. Su expresión concentrada se suaviza cuando fija sus ojos en los míos. No me da tiempo a tratar de leerla. Tira del cuello de mi chaqueta y junta nuestros labios. ¡Que placer sentirla así! Trato de aferrarme al frío para mantenerme cuerdo.
—Alonso, basta —jadea, removiéndose.
Hago ademán de levantarme y me empuja haciéndome caer de espaldas en la nieve y rápido se sienta en mi torso, sus rodillas en mis costados y sus manos en mis hombros.
—Prefiero esta postura, aunque a veces, suele provocarme molestias en la zona lumbar —susurra con la respiración entrecortada.
—No sabía que los treinta afectaran tanto. —Sujeto sus caderas.
Se queda quieta.
—¿Me estás diciendo vieja otra vez? —Me fulmina con la mirada.
—No tenemos mucha diferencia, ni que tuvieras edad para ser mi madre. —Me incorporo—. Aunque, a veces, me haces sentir como un bebé muy hambriento.
Enarca una ceja, se inclina hacia mí, creo que va a besarme... toma nieve y la deja caer sobre mi cabeza antes de apartarse, llamándome «stolto». Me sacudo. La observo subir a una pequeña loma y se queda parada bajo un pino viendo a los caballos correr.
La vista es preciosa.
Al rato, una corriente de aire hace que la italiana se estremezca. Paso mi brazo por sus hombros y la meto en mi costado. Se tensa mas no se aparta. Me abraza con movimientos vacilantes como si no supiera qué hacer. Pensar en que fue víctima de maltrato físico o, no menos doloroso, falta de afecto, me llena de enojo y tristeza.
Deseos de matar a O'Conner con mis propias manos.
—Necesitamos contacto —comento—. Mantengámonos calientes para evitar morir de hipotermia.
—Prefiero otros métodos —susurra, seductora, marcando su acento.
—¿Cuáles?
Se acurruca contra mí, dado que estamos en suelo con desnivel, su rostro queda a nivel de mi pecho. Su voluptuoso cuerpo encaja a la perfección con el mío.
—Los que no necesitan ropa.
—Pervertida. —Tiro de la trenza que se asoma bajo su casco.
Suelta una ligera carcajada. Hoy es el día que más he escuchado ese bonito sonido y me encanta. Me propongo mentalmente hacerla reír más seguido. Cuando ríe sin sarcasmo o cinismo, se ve más hermosa.
—¿Puedo preguntarte algo? —inquiero, curioso.
—Adelante.
—¿Por qué dejaste la firma en Wall Street?
Se separa de mí para verme a los ojos con extrañeza. Piensa unos segundos... otros segundos... ¿Para qué pregunté? ... rasca el tabique de su nariz, se recuesta del árbol y exhala.
—Sobre la marcha entendí que nunca sería millonaria recibiendo comisiones como corredora de bolsa. Mi trabajo era hablar por teléfono; sin embargo, los inversionistas con los que negociaba se llevaban el verdadero botín. No perdí más tiempo, renuncié y comencé a inyectar mis ahorros en inversiones riesgosas a corto plazo. Perdí tres de cinco veces. —Sacude su mano con indiferencia—. Esa es la versión que el público conoce.
—Existe otra versión —concluyo.
—Existe. —Asiente—. ¿Has leído de mí en internet?
—Tu Wikipedia. Llegaste a Estados Unidos a los veinte años. Cursaste la carrera de economía en la mejor universidad de Chicago sin beca. Ingresaste a una firma de corredores apenas graduada. Dinero que tocas, dinero que multiplicas. Tienes la mano de Midas. Se dice que eres una de las pocas mujeres en llegar a la cima antes de los treinta... No hay información antes de que usaras el honorífico.
—¿A los veinte? —Ríe sin gracia—. Llegué aquí con dieciocho recién cumplidos, sola, con el objetivo de convertirme en alguien. Intenté buscar trabajo. Trabajos formales. Nadie emplearía a una "niña" sin estudios. Nunca fui partidaria de entrar a una universidad, es una auténtica perdida tiempo. Lo hice para conseguir el bendito título... —vacila. Frunce el ceño y me hace dudar si seguirá hablando o no.
Avanza unos pasos para ubicar a los caballos y se sienta sobre un tronco seco, me mira y palmea el lugar a su lado. De mi mochila saco el termo con chocolate caliente y los brownies. Cierra los ojos inhalando el aroma. Sonrío por su expresión y le robo un beso para limpiarle el bigote de chocolate.
—Tengo un nuevo sabor favorito —susurro. Niega, ensucia mi boca con la crema de coco de un brownie antes de comérselo y besarme con mayor intensidad.
—Yo también —dice contra mis labios y se separa un poco. Su verde grisáceo brilla, hipnótico—. Como decía, logré obtener un préstamo para pagar los semestres y comenzar a hacer pequeñas inversiones. Me costó demasiado adaptarme a la vida universitaria, hasta que conocí a Lorena... No conseguí beca porque mis notas eran un asco. Apenas iba a clases por quedarme buscando fuentes de ingreso estables. Durante una convención de profesiones, la representante estudiantil faltó y yo, la última persona que elegirían, les salvé el pellejo. Era la única con los conocimientos. Ellos lo sabían, pero... el punto es, que allí conocí a Roche. Expuso sobre ser corredor de bolsa. Los beneficios, bla, bla, bla y me embelesó. Me embelesó escucharle hablar sobre ese flujo de dinero tan extraordinario. Lo que yo hacía con mis ahorros por internet, era un juego de niños en comparación con los inversionistas de su día a día.
»Esas eran las grandes ligas, y yo necesitaba entrar a jugar.
»En menos de una semana, gracias al padre de Lorena, logré contactar con Roche. Se acordó de mí y me felicitó. Le comenté mis planes y en menos de diez días me consiguió trabajo como su asistente en la firma donde ejercía como analista principal. Me dediqué a estudiar cómo funcionaba el sistema y armé una estrategia. Roche sabía que podía generar mucho dinero y me impulsó para lograrlo, recibiendo beneficios, claro. Ya con título en mano, me convertí en conectora y en casi nada, corredora.
»No era suficiente.
»Roche me postuló como corredora jefa, me preparó y lo conseguimos en menos de un año. Los éxitos se estaban acumulando demasiado rápido, pero mi competencia no le sentó bien la derrota. Otro de los candidatos para el puesto divulgó el rumor que le di las nalgas a los superiores. Mi trabajo hablaba solo; no obstante, los jefes eran muy recelosos con la imagen, sus esposas cornudas y los escándalos. Ya te imaginarás lo que sucedió. Me hicieron firmar una renuncia. Ningún cliente nuevo querría cerrar tratos con una firma donde el sexo mueve las influencias. ¿Impotencia? Por cada diez hombres en la firma, sólo había tres mujeres. Todos los tipos se gastaban el dinero en putas, pero a nadie le interesaba eso.
»Roche estaba casado y le era inmensamente fiel a su actualmente difunta esposa. Nunca nos vimos como algo más que simples socios. Siempre mantuvimos y mantenemos un único objetivo: producir dinero. Molesto por lo sucedido, me dio el dato de que Kraptio no estaba pasando por un buen momento. Parte de la empresa entraría en venta. Le plateé mi idea. Contactamos a Mateo Wallace, padre de Antonio, para proponerle un trato. Nos la íbamos a jugar. Él rompiendo reglas de la firma y yo arriesgando gran parte de mis ahorros. Le apuntó a Wallace en dónde estaban sus problemas y me permitió comprar una parte de la empresa. A partir de ese día comenzó una nueva era.
»Entre las primeras cosas que hice cuando mi capital se volvió estable y conocí a un abogado capaz de sacar a Hitler del infierno, me encargué de hundir a la firma, principalmente al canalla que inició todo divulgando falacias. El mundo empezaría a conocer el alcance de mi poder y se pensarían diez veces antes de intentar joderme. Quizá pude dejarlo estar. Gracias a esos tipos entendí que mi destino no era la firma, pero me enteré que otras mujeres fueron humilladas y no tuvieron la misma suerte al salir. No me considero una persona ética, Alonso, pero sí justa. Cuando has conocido a verdaderos monstruos: que te llamen tirana, bruja o arpía es una simple cosquilla. No me ofende. —Me mira a los ojos—. ¿Está mal que me guste tener poder y dinero?
Estiro la mano y acaricio su mejilla sonrojada por el frío. El dinero forma parte de su felicidad. Regina podrá mostrarse muy despiadada e inalcanzable ante el mundo, pero lo que hace en silencio dice mucho de ella. Es fácil juzgar sus errores. La farándula te desglosa sus éxitos, propiedades, frivolidades y perversiones. Casi nadie habla de sus buenas acciones porque ella no las divulga a diestra y siniestra. No quiere que, por ser generosa, la cataloguen de vulnerable y se estropee su imagen de reina cínica y dura.
Defiende causas justas con acciones incorrectas. No puedo olvidar que violó la ley para enriquecerse, mas no se lucra a costa de los necesitados. Los apoya sin esperar nada a cambio.
Es incondicional.
Y eso es lo que me vuelve loco por ella.
Cada vez me identifico más con Bruce y su relación con Selina.
—No creo que la ambición sea mala. Es mala cuando esa sed perjudica a otros y usas tu poder inadecuadamente. Habrás cometido errores, pero también ayudaste a personas. Por ejemplo, apoyas investigaciones de medicina, orfanatos, varias fundaciones benéficas: contra el cáncer de seno, mujeres maltratadas, emigrantes, animales, becas para estudiantes sin recursos... —Sonrío—. Una organización dedicada a la salud infantil.
Sus párpados saltan.
—¿Sabes de mis fundaciones? —Boquea y se levanta.
—Y que pagaste de tu bolsillo la operación. —Me pongo de pie.
—¡Revisaste mis cuentas sin permiso!
—Siendo tu auditor tuve autorización para comprobar que tu patrimonio es legal —le recuerdo.
—¡De mis tarjetas de crédito no!
—Leonessa... —el acento me sale raro.
Hace unos días comencé a practicarlo. Si le impresiona escucharme intentar hablarle en italiano, no lo demuestra. Se aleja gesticulando con las manos. Su expresión indignada y "molesta" sólo magnifica sus facciones.
—¡INAUDITO! —dramatiza, evadiéndome.
Silba para llamar a los caballos. Esquivando sus manotazos, consigo rodear su cintura. Divertido, espero que termine de, seguramente, insultarme en italiano. Mi sonrisa se ensancha cuando veo los copos de nieve que comienzan a caer sobre nosotros.
—Le salvaste la vida a Níkolas. —Apoyo mi barbilla en su hombro—. No sé si tú lo ves, pero yo sí. No importa cuánto lo ocultes. Detrás de esos muros que alzas, ya sé que tienes escondido un gran corazón.
Niega muy rápido, testaruda.
—De piedra —musita con aire enigmático.
—¿Piedra?
—Ajá —Gira entre mis brazos y deja las manos sobre mi pecho.
Su verde es ilegible; sin embargo, los pequeños copos, que aterrizan en la trenza y el par de mechones delanteros de cabello que escapan de su casco, le dan un toque tierno a mi reina de hielo. Su nariz y mejillas enrojecen más debido al frío. Soy un afortunado. Ni Freya está a su altura.
—Será entretenido. —Río y me mira sin comprender—. Como minero capacitado, madam, puedo excavar en las profundidades de su alma con paciencia y descubrir esmeraldas y el carbón que esconda dentro. —Beso su frente—. Quiero conocer lo bueno y lo malo de ti.
***
—En serio te gustan mucho los caballos —comento, viendo cómo le quita con dedicación y cariño el equipamiento a Nerón.
El frío se volvió insoportable. Regresamos al establo y, si la ventisca no aminora, tendremos que quedarnos en el club. Por si acaso, Regina ya hizo reservación de una habitación y prometerle que la calentaré durante toda la noche. Mi reina sabe de prioridades.
—Me he relacionado con ellos desde que era pequeña —responde con naturalidad.
Me imagino a una mini Regina jugando con un poni negro. Suspiro. Un tierno angelito antes de convertirse en lucifer.
—Y le quieres —apunto lo obvio.
Esos dos tienen una conexión extraordinaria.
—Es la única familia que me queda —murmura.
Gira lentamente y me mira contrariada. Se quita el casco y pasa una mano por su cabello, comenzando a destrenzarlo
»Wikipedia no te dice que crecí en medio de viñedos alpinos en la provincia de Sondrio. Los padres de Nerón eran los caballos de tiro de mi papá, capataz de la hacienda y mano derecha del dueño. Esos caballos me fascinaban, eran enormes, fuertes y más poderosos que el resto. Cuando la yegua quedó embarazada, retrasó mucho el trabajo. Mi papá pensó en venderla. La idea me disgustaba, así que lo convencí para que nos la quedáramos y me dejara el potro a mí. Yo tenía quince años, por cierto. Fue mi primera negociación seria. —Ríe bajito—. Pasquale Azzarelli no cedía fácil. Me puso a trabajar con él para ganarme el derecho a tener ese potro. Creí que me tocaría ensuciarme las manos en el campo, pero no. Soy un genio y él lo sabía. Me asignó ayudarlo a supervisar las vides.
»El día tan esperado llegó. La yegua murió dando a luz. Vi nacer a Nerón y me encargué de él. —Hace una pausa, por un momento creo que se quedará callada... y no, suspira—. Nadie creyó que sobreviviría. Excepto mi papá. Él confío en que yo no permitiría que mi esfuerzo de los últimos meses fuera en vano. Me consideraba una reina, su reina... —El dolor se apodera de sus facciones—. Siempre me repetía que, como toda reina, una buena líder debe velar por los suyos. Nerón oficialmente era mío. Acepté el reto, aunque realmente no tenía ni puta idea de cómo cuidar a un caballo recién nacido. Imagínate, el pobre estuvo a punto de morir varias veces bajo mis cuidados. —Sonríe sin dejar de acariciarlo—. Nerón es la prueba viviente que puedo lograr lo que sea, a pesar de que nadie me apoye, las dificultades y... el miedo. Mi único impedimento soy yo misma. —Se inclina sobre él y besa su morro—. Si me hubiera rendido, esta criatura bella y majestuosa no te hubiera pateado el trasero en la carrera.
—¿Y tu padre?
Desvía la mirada.
—Él... No pudo presenciar la trasformación de aquel potrillo desnutrido. —Cierra los ojos—. Murió pocos meses después del nacimiento de Nerón.
Me veo reflejado en su dolor. La muerte de mi abuelo también me afectó con creces.
—Lo siento. —Aprieto su hombro—. ¿Tu madre? ¿Te quedaste sola a los quince?
Se tensa y aparta de mi toque con una mueca. Mira hacia arriba por varios segundos. No me pasa desapercibido que sus ojos se aguan. Niega y me da la espalda.
—Mi segundo apellido lo llevo por respeto a mis abuelos. Yo no tengo madre, Alonso —su voz carece de emoción—. Fin de la historia.
Continúa cepillando a Nerón. Unos minutos y rompe el silencio. Como si nada hubiera sucedido, relata diferentes anécdotas de sus hazañas e inversiones ecuestres, mientras la escucho atento y... me devano los sesos. Miles de preguntas surgen de mi creciente curiosidad. ¿Regina trabajando en una hacienda? ¿Fue criada por su padre? Si es así... ¿Por qué esa mezcla de dolor y rencor al mencionar a su madre?
Sin dejar de prestarle atención, saco mi móvil para escribirle a Luther.
Alonso: Roche Dagger trabajó con Regina en Wall Street.
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Casi 6.000 palabras, oficialmente el cap más extenso ¿Se les hizo muy largo?
Quise partirlo en dos caps, pero lo dejé en uno para que no aumentara el número. Ya vamos por el 50. ¿Recuerdan cuando Alonso y sus compañeros interrogaron a otros involucrados en el caso? Solo faltaba el testimonio más importante, el más difícil de conseguir, el de Madam Azzarelli. Ahora con todas las piezas, es hora de soltar bombas.
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