48. Demoni.

48. Demoni

REGINA

—¿Le viste los ojos? ¡Son preciosos!

—¡Sus botas!

—¿Cómo se habrá hecho esas cejas?

—Fijo que lleva silicona en las tetas y nalgas.

—¡¿Primo, de qué revista sacaste a ese mujerón?!

—¡Me fascinan sus botas!

—Está muy pálida.

—¡Quiero unas botas así!

Muerdo el interior de mis mejillas para no reír y finjo que no escucho los comentarios. Tras ocuparse de prevenirle un infarto a su marido, se acerca a nosotros Amelia Roswaltt, la madre de Alonso, enfundada en un vestido blanco que disimula sus kilos de más. Me dedica una mirada entre asombrada y especulativa. Me mantengo estoica, acostumbrada a esas inspecciones.

—La famosa Regina Azzarelli —me escanea, midiéndome.

—Un placer conocerla, señora Roswaltt —esbozo una de mis mejores sonrisas calculadas.

Estrecho su mano con firmeza y me toma desprevenida dándome un abrazo cálido. Me tenso más, sin saber cómo reaccionar, así que sólo poso una mano sobre su espalda. No me gusta este contacto.

—Dime Amelia —sonríe—. No me gusta dejarme llevar por las primeras impresiones, ni tener prejuicios. Ustedes son adultos y espero que sepan resolver el asunto sin traer más problemas —mira a su hijo y de nuevo a mí, suplicante.

Asiento porque no sé qué responder. No quiero divulgar mi vida privada o adelantarme a los hechos. Ni yo sé cómo llegué aquí.

Primos, tíos y demás allegados interrogan a un desconcertado Alonso sobre nuestra "relación prohibida". Pocos de los que me presenta se atreven a preguntarme algo directamente. La mayoría de la familia nos da su "bendición" si en realidad estamos "enamorados". No los contradigo o les doy la razón. Ahora entiendo que lo besucón está en la sangre Roswaltt. Quitando a Malcom y Derek que me quieren crucificar, esta gente reparte muestras de afecto como impuestos. No me importa lo que piensen, tensa de tanto alebresto, evado que me sigan abrazando.

No me siento cómoda.

—... y ellas son mis tías Gertrudis y Karen y ella mi hermosa abuela Liss —besa la frente de la ancianita.

Las tías me miran quiméricamente, mientras que la abuela, de apariencia más amable, me estudia con detenimiento.

—Un gusto conocerte, Regina —sonríe Karen—, cuéntanos, ¿usas lentillas?

Frunzo el ceño y niego.

—¡Oh, Dios! —exclama Gertrudis, esperanzada, y tira de la mejilla de Alonso—. Escogiste bien, mi niño. Tus hijos serán preciosos. ¿Verdad que sí, Karen? ¡Ya me los imagino con esos ojazos!

«¡¿QUÉ?!».

Siento que todo a mi alrededor se mueve. ¿Cuáles hijos? ¿A esta vieja qué le picó? Alonso coloca rápido su mano en mi espalda baja para evitar que pierda el equilibrio.

—No, no, no, no, nosotros... —intento explotarle la absurda burbuja.

—¡La cena está lista! —Anuncia Amelia.

La mesa del comedor está abarrotada. Me froto las manos e imagino que estoy en una cena de negocios o un evento de sociedad... Alonso me indica que nos sentemos en las sillas desocupadas entre Sachz y Milena. De este lado están los más jóvenes, los hermanos de Alonso y el resto de primos. Frente, los tíos, la abuela y Amelia. Malcom es el único ocupando la cabecera de la mesa, serio.

—Jugo de mora también para mí —pido cuando uno de los tíos me ofrece vino o el champán que le pedí a Enrique comprar minutos atrás.

El tema principal de la familia es la operación de Níkolas. Escucho atenta. El mocoso se muestra cohibido. No le gusta la presión. Natasha es cortante con su hermano mayor al respecto, su gratitud está en la fundación benéfica que los ayudó y exige que se cambie el tema. Me tenso cuando descubro que Alonso me mira intensamente de una forma extraña. Liss también. Finjo demencia. Mi apetito despierta con el primer plato.

Milena ríe bajito por mi expresión de satisfacción.

—¿Quedó bueno?

—¿Lo preparaste tú? —inquiero, asombrada.

—Que va —mira a Alonso que sonríe disimuladamente.

—Será su culpa si aumento de peso —mascullo y mentalmente calculo las calorías—. ¿Tomaste clases de cocina? Tienes potencial.

—Mi abuela me enseñó.

Respingo cuando algo roza mis piernas bajo la mesa. El perro se sienta en los pies de Alonso, pendiente para recibir comida. Los mocosos más pequeños se encargan de abastecerlo.

—No le temas. Otto es juguetón e inofensivo —Milena le comparte su cena—. Muchísimas veces he leído y visto en películas el cliché del jefe guapo tirándose a su empleada desaliñada, pero es la primera vez que lo presencio de cerca en la vida real y al revés.

—Yo no estoy desaliñado —Alonso gruñe.

Ambas reímos. Me agrada esta chica. Concuerda conmigo con que ese suéter no le favorece. Alonso se duchó pero se puso otro suéter idéntico al anterior y mantiene las ojeritas con el gorro. Me fijo en los dijes que cuelgan de la pulsera de Milena: pirámides, faraones, momias y esfinges.

—Te gusta Egipto —comento.

—El Halloween pasado me disfracé de  Nefertiti —confiesa bajito.

—Mi historia egipcia favorita es la de Cleo. La admiro. Me gusta mucho la cultura y también la mitología —susurro—. Mi yate está bautizado como una diosa egipcia.

Boquiabierta, se gira hacia mí.

—¿Tienes un yate? —cuchichea—. ¿Se llama Isis?

Sekhmet. La más poderosa, la invencible, la terrible...

—¿Están hablando de Egipto? —pregunta Courtney, la esposa de Derek. Una pelinegra con maquillaje de mal gusto—. Yo estuve allí en las vacaciones. Lo he visitado un par de veces —alardea—. ¿Y tú?

Sus ojos brillan por competir. Es obvio que se siente amenazada porque le he robado el show. Debe acostumbrar a siempre llamar la atención en estas reuniones. Milena se muestra incómoda, de reojo pillo que Natasha también. Otto le gruñe. No les agrada la oxigenada.

—Nunca he viajado. Algún día, quizá... y me acompañes —le guiño un ojo a Milena.

—No sabía que Alonso traería una invitada a casa —Derek me mira fijamente. Quedé como una colada—. ¿Cómo se conocieron? He escuchado muchas hipótesis pero me gustaría conocer la historia real.

—Yo también quiero conocerla —Malcom secunda a su hijo.

Natasha, Milena y Nathaniel se tensan en el acto. Alonso pasa una mano por su nuca, nervioso. ¿Por qué? ¿Tanto les intimida su padre? Amelia tuerce la boca con disgusto por el tono de su marido. Derek no me quita la vista de encima, juzgándome por opacar a su esposa trofeo. El informe dicta que es agente de bienes raíces en áreas lujosas. Tiene dinero. Nunca había escuchado de él, así que no es tan importante como se cree.

El resto continúan sus conversaciones sin perder atención a mi respuesta. Me acomodo en la silla y cruzo las piernas bajo la mesa.

—En el trabajo como dicen las noticias —respondo, despreocupada.

—En persona pareces más joven que en televisión —Malcom mira a Alonso—. ¿Sabes que mi hijo tiene sólo veintitrés años?

—Sé que es mayor de edad —poso mi mano en la nuca de Alonso y me inclino para besar su mejilla con afecto.

El muy descarado gira la cabeza y me roba un beso rápido.

Ambos nos sonreímos, cómplices.

—Cuando ella entraba en la universidad, tú no habías terminado la primaria —reprocha su padre, irritado.

—Malcom, no es el momento. Cenemos en paz y después podrán hablar lo que quieran con Alonso en privado —exige Liss, autoritaria.

Su hijo refunfuña, obedeciendo. Quiero aprovechar para decir algo más pero una mano en mi pierna me hace morderme la lengua. Alonso niega ligeramente. Ruedo los ojos. Bien. Si así lo quiere...

La gente termina de cenar y se congregan alrededor del árbol para contar anécdotas entre risas. Me tenso cuando la tía Gertrudis regresa de la cocina con algo que... Merda. Mi respiración se vuelve pesada.

—¿Quieres panettone? —me ofrece uno miniatura.

Me petrifico.

—Es alérgica al maní —acota Alonso—. A mi tía le gusta experimentar nuevas recetas. Prometo prepararte uno tradicional y otro de chocolate con ralladura de coco —me susurra al oído.

Asiento en modo automático.

No encuentro mi voz.

—El panettone es de tu tierra, Regina, cuéntanos cómo celebran la navidad en Italia —pide Amelia, tratando de integrarme en la conversación.

—Eh... —me quedo en blanco.

Paso saliva.

—¿Quién quiere escuchar cómo me hice esta cicatriz? —Nathaniel los distrae.

He comenzado a retroceder inconscientemente. Milena me mira tratando de averiguar qué sucede. Alonso trata de volver a llegar junto a mí y provecho que sus tíos demandan su atención para tomar mayor distancia. Siento que me asfixio. Me quedo mirándolos desde una esquina con la excusa de servirme, leeeentamente, más jugo de mora.

Una cosa es comer con ellos imaginando que estoy en un restaurante... otra, compartir afectivamente con muchas personas. Estar rodeada de galletas, niños y cariño en general, me pone de malas. No debí venir. Los integrantes de la familia interactúan con felicidad, algunos más apegados que otros, pero unidos al fin y al cabo. Incluso Malcom sabe cuándo cerrar la boca y mantenerse al margen para no arruinar la celebración y joderse el corazón.

No son perfectos pero...

Trago el nudo en mi garganta.

Alonso juega con los mocosos y el perro como si también fuera un niño. Siento un pinchazo doloroso en el estómago al querer estar en el lugar de su sobrina cuando le hace cosquillas y luego llena su rostro de besos. Por inercia mis ojos buscan a Amelia Roswaltt. La mujer parece ser tan cariñosa con sus hijos, con sus nietos...

Ignoro la presión en mi pecho y le pregunto a la tía Gertrudis en dónde queda el baño. Siento unas horribles agujas en mi garganta. Quiero creer que es por la maldita abstinencia del alcohol. Me encierro en la pequeña habitación y apoyo la espalda en la puerta, comenzando a hiperventilar.

Alonso, a pesar de no tener nada de la riqueza material que poseo o cualquier cosa de las que tanto me vanaglorio, tiene una vida maravillosa. Un hogar. Sabe a dónde pertenece.

Esa gente lo ama. Sus padres están con él.

No está... solo.

Nunca sentí tanta envidia de otra persona como en este momento.

Muerdo el interior de mis mejillas con fuerza y me clavo las uñas en las palmas. ¿En qué mierda estoy pensando? Me miro fijamente a los ojos. No necesitas nada de eso. Tu vida es el sueño de cualquiera. No dependes emocionalmente de nadie y eso resta debilidades. Asiento a mi reflejo en el espejo. Conforme con mi conclusión, lavo mi cara con agua fría y la seco. Reviso mi maquillaje y salgo, sorprendiéndome al encontrarme con Natasha. Se yergue sobre unos tacones bajitos en un vano intento de lucir imponente. Su barata mirada amenazante hace que recupere la compostura de inmediato.

—¿Qué? —levanto las manos, instando a que hable.

—Estás saliendo con Alonso —insinúa.

—Sea cierto o falso, ¿eso en qué te afecta? —sonrío de lado.

Voy a seguir mi camino pero me sujeta del brazo. Me suelto y la miro con fastidio. ¿Qué quiere?

—Nat, ¿qué haces? —Milena mira a su hermana con aprensión. No quiere que discutamos.

—No queremos que lastimes a nuestro hermano —suelta—. Tiene un corazón de pollo ingenuo. La forma en la que está ilusionado contigo... ¿Tú lo estás con él? No me respondas. Respóndete a ti misma. Odiaríamos que lo veas como un juego, si es así, será mejor que te apartes.

Milena suspira profundamente.

—Lo que intenta decir, es que ya pasó por rupturas y no le sentaron bien. Ni con Trixie, la chica que lo destrozó, estaba tan animado. Costó sacarlo de la depresión cuando pasó —Milena sacude la cabeza—. Estuvo actuando muy extraño durante las últimas semanas. Bebiendo, impulsivo y sensible. Estaba despechado por ti. Ayer repitió Last Christmas de Wham como mil veces —niega—. Alonso quiere intenso y sufre intenso.

¿Despechado? ¿Le dolió tanto nuestra separación? No demuestro que me impresiona. No relajo mi postura.

—Entiendo su preocupación, pero insisto —soy cínica—, lo que pase entre nosotros no les incumbe.

—Incumbe porque somos una familia unida —Natasha señala el alrededor, su otra mano en su cintura—. Alonso se desvive por nosotros, lo mínimo que podemos hacer por él, es desear que sea feliz y le quieran de verdad. Mujeres como tú, ven a los chicos de su clase como un juguete que desechan cuando se aburren. ¿Me equivoco?

—Totalmente —me cruzo de brazos, a la defensiva.

Va a refutar pero...

—¿Nat, Lena, nos dejas a solas? —una voz gastada nos sorprende.

Liss se acerca apoyándose en su bastón.

—Sí, abuela —Milena tira de su hermana rumbo al salón.

Natasha me dedica una mirada que se inclina más a la súplica que advertencia antes de retirarse. Perfecto. Ya no estoy de humor para lidiar con gente.

—Señora...

—Dime Liss.

—Liss... yo... ya me iba —señalo el pasillo—. Ando algo mal del estómago.

Por alguna extraña razón, no me sale ser cortante con esta ancianita. Su cabello es completamente blanco y recortado a nivel de las orejas. A pesar de su piel arrugada y flácida, su porte y mirada provocan un inexplicable respeto.

—Las coles de Gertrudis suelen ser potentes, pero tu inquietud es otra. Tampoco es la tontería que te hayan dicho mis nietas —dice, segura—. Que peculiar... Mentalidad fuerte pero corazón alterable. Buscas equilibrio para que tus emociones no arrasasen con tus pensamientos y viceversa. Hija, debes vivir en un caos constante —me mira con genuina inquietud—. Tienes un aura roja con predominantes destellos dorados que, sin embargo, tienden a eclipsarse con depresivas chispas... grises.

—¿Eso significa...? —pregunto y se acerca para tomar mi mano derecha con la suya libre. La examina minuciosamente antes de volver a mirarme a los ojos.

—¿En qué mes naciste?

—Agosto, un dieciséis.

—¿Hora?

Lo pienso por un momento, dudosa.

—Entre las cinco en punto y cinco y media de la tarde... creo.

—Una leo... me da curiosidad confirmar si tu ascendente es capricornio —ladea la cabeza.

—No sé de qué me habla —miro hacia otra parte.

Me quiero ir.

—No importa. Otro día lo averiguaremos, juntas —aprieta mis manos—. Estuviste sumergida en la oscuridad y saliste de ella gracias a tu voluntad inquebrantable. Eres una mujer resiliente. Una guerrera. No aceptas derrotas. Lo que no comprendo, es por qué el verde tan bonito de tus ojos, está cubierto por una sombra que se niega a desaparecer. No es oscuridad ni luz. Es...

Penumbra —musito y asiente.

—No lo has superado —apunta y me tenso—. Han pasado años y no le dejas ir. Omites, ignoras y acumulas. No has vivido tu dolor. Alguien quiere hacerte daño nuevamente y en el proceso ha reabierto tu antigua herida.

Me echo para atrás, negando con la cabeza. Yo no creo en zodiaco, ni religiones ni ninguna mierda supersticiosa; sin embargo...

¿Cómo que no lo he superado?

He avanzado. Muchísimo. Esta vieja no sabe nada de mí. Años, han sido años de terapia y no fueron en vano. ¿Verdad? Villancicos y voces regocijándose en felicidad nos alcanzan y azotan mi razón. Mis manos y rodillas tiemblan mientras apresuro el paso rumbo a la salida.

Tropiezo contra una pared suave.

—Al fin te... —sujeta mi rostro entre sus manos—. ¿Qué pasó?

—Tengo que irme —evado el contacto visual.

Lo empujo para que me libere. Va a detenerme pero su abuela lo impide. Me enderezo y me obligo a permanecer fuerte para no atraer de nuevo la atención de su familia. La situación cambia cuando entro en el asiento trasero del Bentley y mis demonios ganan el control.

Quiero gritar.

Quiero tirar todo.

Quiero asesinar, de una vez por todas, al sentimiento que me carcome.

No puedo más.

____________

Oficialmente estamos entrando en la recta final. -.-

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