44. Sentido Arácnido.

44. Sentido Arácnido.

ALONSO.

—Ganarías el doble, hasta el triple si bailaras con nosotros —Nathaniel se acerca a la barra por un trago de brandi—. Piénsalo y empezaremos a ensayar las coreografías. Ya conoces algunas.

La paga que recibo por servir tragos es aceptable.

La paga que recibiría por servir tragos sin camisa y permitir que me manoseen es muy buena.

La paga que recibiría por bailar y permitir que me manoseen es desorbitante.

Por ahora, estoy bien así, tras la barra y vistiendo un uniforme del lugar que se limita a una camisa blanca de lino con pajarita y pantalón negro. El trabajo en la cafetería es relativamente aburrido, pero práctico. No gano ni un tercio de lo que obtenía en Searchix. Charlotte Keegan canceló la presentación después del escándalo. No habrá piano o un nuevo Xbox muy pronto. Lo positivo: no moriré de hambre y podré seguir pagando mi parte del alquiler del apartamento.

Las noches en el club XQuisite son... alocadas. Cada fin de semana está a reventar, afuera una fila enorme espera para ser admitida, en su mayoría mujeres que anhelan ver el espectáculo nudista, aunque también hay días donde se presentan bailarinas y el lugar se llena de viejos ebrios.

—¿Eres el chico de las noticias que estuvo saliendo con Regina Azzarelli? —pregunta una voz femenina al rato, a mis espaldas. Mis hombros se tensan. No me giro mientras sigo preparando un cóctel.

—No sé de quién habla —murmuro, resentido.

Pasan unos segundos antes de que emita un sonido desde su garganta.

—Te pareces bastante —ríe bajito—. Eres muy guapo para estar sirviendo tragos. ¿Por qué no bailas?

Me encojo de hombros. Aquí seleccionan el personal para que transmita buena presencia. Nathaniel es uno de los favoritos, por eso no se rinde en pedirme que lo apoye a deslumbrar cuarentonas ricachonas, en su mayoría, esposas florero.

Sin poder aguantar más, enfrento a la mujer fingiendo una sonrisa. Para tener una voz tan dulce, es una castaña entrada en la treintena. Vestida elegante pero con mirada filosa que me estudia con detenimiento.

—¿Qué se le ofrece, señora Lacroix?

—Un Martini y respuestas sobre Regina Azzarelli —sonríe de lado.

—Tengo entendido que el caso fue suspendido —alego.

—Y tú despedido —se inclina hacia adelante—. ¿Por qué?

—Cotilleos amarillistas —contesto con normalidad y sirvo su trago

—¿Tenías una relación personal con Azzarelli?

Continúo preparando el cóctel anterior.

—Me niego a contestar sin un abogado —farfullo.

La escucho suspirar.

—Puedo citarte, ¿lo sabes?

—Lo sé—asiento, serio.

Achica los ojos. Aguanto la respiración, esperando que aparezca un ejército de agentes trajeados como en las películas y me esposen. Pero no sucede nada. Una clienta habitual se sienta junto a la fiscal y rompe la tensión. La atiendo sin quitarle la vista de reojo a Lacroix. Hurga en su bolso y desliza una tarjeta hasta mis manos.

—Perdiste tu empleo y ella permanece ilesa —susurra—. Ayudarme podría ser beneficioso para tu reputación.

Me guiña un ojo queriendo parecer sexy, deja propina desorbitante y se va, causándome un enorme dolor de cabeza.

—¿Quién era ella? —inquiere Micaela con curiosidad.

Paso una mano por mi cabello.

—Nadie importante —musito.

—Nadie importante y te alteró bastante —apunta y gruño, irritado.

Repite que debo aprender a aceptar los halagos y rechazar amablemente a las clientas insistentes que, por enterarse que soy hermano de Nathaniel, piden que les baile en privado. Podrían despedirme si van con quejas de que no soy complaciente. No la corrijo en su error de pensar en Lacroix como una clienta y le doy la razón. Obviando la realidad, el término «clienta» ya es suficiente molesto como para ponerme de malas.

Cuando mi turno finaliza, en el baño, mi pene es engullido por la pequeña boca de Micaela. Esto es lo mejor después de las propinas. La agarro de la cabeza buscando profundidad. No se lo mete hasta el fondo; sin embargo, la succión que aplica es suficiente para que pueda llegar a un orgasmo muy placentero. Quiero más. Aprovecho que tiene condones y bloqueo mis pensamientos. La follo sobre el lavamanos y luego durante el resto de la madrugada en su apartamento.

En su cama.

Mis primeros días trabajando en el club estuvieron llenos de propuestas indecentes. No me sentía bien usando a una mujer para mi propio beneficio. Sentí que me fallaba a mí mismo, pero... ¿por qué? Hoy la sensación ha menguado. Estoy soltero. No le debo fidelidad a nadie.

—Ahí no, vaquero —advierte cuando acaricio su segunda entrada.

—Seré suave. Prometo que lo disfrutarás —beso su espalda.

—No y no —replica, se tumba boca arriba y tira de mí para que vuelva a subírmele encima.

El misionero en su postura favorita. Se ha negado en todas mis propuestas para experimentar lo que solía hacer con... Chasqueo la lengua. Cierro los ojos y penetro a Micaela, rabioso. Quiero olvidar ese maldito verde. Quiero sacarme a esa maldita mujer de la cabeza. Mi vida está echa un asco por caer en su maldita trampa. Le provoco sólo dos orgasmos más porque me pide parar, insatisfecho con una erección del demonio muy dolorosa, luego de una ducha helada para apaciguarla, accedo a dormir con Micaela.

Es tarde para irme.

La abrazo fuerte mientras no dejo de sentirme como un imbécil.

***

Llevé de compras y a jugar en el parque a mis sobrinos. Las propinas del fin de semana pasado fueron muy buenas. En un taxi camino a casa, Sofía y Níkolas debaten sobre sabores de helados, voy a opinar sobre el helado de guanaba y sugerirles hacer una degustación si cumplen con todas sus tareas justo cuando mi móvil suena. Número desconocido.

—¿Habla Alonso Roswaltt? —pregunta una voz grave.

Frunzo el ceño y con un gesto les pido a los chicos bajar el tono.

—¿Sí?

—Soy Alan Tagger —me enderezo—. Te vi tocar en unos videos y en la fiesta de Azzagor Enterprises. Estoy interesado en conocer más de tu música. Tengo un pub en el centro de Chicago que estaré visitando antes de regresar a California. Te enviaré la dirección por mensaje. Pásate la próxima semana y, si me impresionas, hablaremos de un contrato. Estoy en búsqueda de músicos jóvenes como tú.

—Allí estaré, señor Tagger. Gracias por la oportunidad.

Mis sobrinos me miran atentos una vez cuelgo y extiendo mis manos para que me den esos cinco. No tienen idea de qué celebramos pero ambos comparten mi emoción.

—¡Pediremos helado cuando lleguemos! —anuncio con poses de victoria. No me sentía así de eufórico desde hace mucho.

Alan Tagger fue el mejor profesor de solfeo, cuerdas y viento del conservatorio más grande de Los Ángeles. Ahora trabaja en una disquera que fundó con su hermano. Ha organizado magistrales eventos en honor a la música. Gracias a él y sus estrategias, varios de los mejores artistas están en donde están... ¡Y se ha fijado en mí!

—Veamos una película —propone Niko mientras subimos las escaleras rumbo al apartamento de su madre.

—La Bella y la Bestia —Sofía agita mi mano, que sujeta la suya.

—¿Podemos ver otra cosa? —me quejo.

Últimamente no estoy tolerando los finales felices de Disney.

—¡Resident Evil! —Níkolas camina adelante, siguiendo la línea de las baldosas.

—¡No me gustan los zombis!

—¡No me gustan las princesas!

Frunzo el ceño cuando meto la llave en la cerradura. Me sorprende encontrar la puerta abierta. Entramos y un escalofrío me recorre el cuerpo al mirar algunas sillas volcadas y objetos de la mesa en el suelo ¿Qué pasó aquí? Las luces están apagadas. Con un movimiento de la mano, les pido a los chicos quedarse atrás.

—No hagan ruido y no se muevan —susurro y cojo el bate cercano a la entrada.

El apartamento de mi hermana es la mitad del mío. El salón está compartido con la cocina, tiene un baño y dos únicas habitaciones, por lo que, con sólo dar unos cuantos pasos, me basta para escuchar un ajetreo en la habitación principal. Saco mi móvil para llamar a la policía.

Estoy por marcar el número completo de emergencias cuando un sordo gemido me hace respingar.

«¿Qué carajos?».

—¡Natasha, abre la maldita puerta! —azoto la madera.

Escucho a Luther maldecir.

—¿Tío, qué pasa? —Sofí tira de mi sudadera.

Bajo la mirada y miro sus caritas preocupadas. Aprieto la mandíbula, cierro los ojos y exhalo.

—Vayan a su habitación y busquen dos películas. Preparé las palomitas y pediré el helado —intento calmarme.

Me quedo inmóvil hasta que ambos cogen sus juguetes nuevos y entran en su habitación. Pateo la puerta y me ocupo en preparar lo que prometí. En este momento, deseo tener la escopeta de mi abuelo. Me siento como ir en una montaña rusa. El efecto de la propuesta de Tagger se ha desvanecido. Acomodo en las despensas los comestibles y los dulces que compramos. Echo las palomitas en un enorme tazón al tiempo que escucho a alguien acercarse. Miro por encima de mi hombro.

—Potter, tengo noticias de...

Le suelto un puñetazo directo a la mandíbula que lo hace tambalear.

—¡Mierda!

—¡Alonso! —grita Nat, saliendo de la habitación para revisar a Luther—. ¡¿Qué te pasa?!

—¿A mí? ¡Tus hijos por poco te escuchan! —bramo—. ¿No regresabas hasta las nueve?

Parpadea y busca un botiquín para limpiar la sangre del labio de Luther. Aprieto los puños. Se lo merece por cabrón.

—Luther quería hablar contigo, no quiso interrumpir tu salida con los chicos así que decidió esperarte aquí.

—Follándote —me cruzo de brazos—. Muy bonito

—¡Ya no soy una niña!

Me encojo de hombros y miro a Luther. Aún está procesando lo que acaba de pasar.

—¿Tanto te cuesta llevarla a un hotel o a tu apartamento? —soy críptico—. Es una irresponsabilidad de los dos cuando saben que los niños podían llegar en cualquier momento —señalo.

Natasha abre la boca, incrédula.

—¿Qué está ocurriendo, Alonso? Hoy no te reconozco —espeta, enojada—. Desde que perdiste el empleo, te has comportado muy extraño. ¿Es por Searchix? ¿Papá? ¿O esa bruja que...?

—No la menciones —gruño.

Escucho el timbre y recibo el helado. Cojo el bol de palomitas, varias golosinas y voy con mis sobrinos. Mi padre tácitamente ya no me considera su hijo. Soy la oveja negra de la familia. Níkolas y Sofí me miran con los ojos muy abiertos cuando entro. Maldigo internamente. Debieron escuchar parte de la discusión. Consigo distraerlos con helado y barras de chocolate.

—¿Qué escogieron? —pregunto, sacando una moneda de mi bolsillo.

—Wolverine y Frozen —anuncia Níkolas.

Tuerzo la boca por la última opción.

—¿Cara o cruz?

—Cruz.

—Yo quería cruz —Sofi hace un puchero

—Te toca cara, princesa.

Lanzo la moneda. Cae en cruz. Níkolas presume ser el ganador y su fanfarroneo molesta a su hermana, así que le hago cosquillas para sacarle una sonrisa. Escucharlos reír me relaja muchísimo. Vemos tranquilamente la película, hasta que abren la puerta y Natasha entra, saluda a los niños y luego me mira con seriedad.

—Te está esperando —avisa.

Rasco mi nuca, sintiéndome idiota.

—Nat... perdona, no debí hablarte así.

—No, no debiste, y tampoco golpear a mi novio.

—De eso no me arrepiento —medio sonrío.

Rueda los ojos y me empuja fuera. Estrujo mi cara. Luther está en la mesa principal con su laptop. Me siento frente a él y la gira en mi dirección.

—Encontré esto.

Lo miro unos segundos. Su fea cara luce peor con el labio hinchado, sin embargo, mantiene su expresión despreocupada de siempre. Muevo mi cuello y leo detenidamente. «Emmett O'Conner». Sobornos. Extorsión. Favores personales... Alboroto mi cabello, emocionado.

—¡Lo conseguimos! ¡Con esto jodemos a ese hijo de puta! —celebro y me levanto—. Eres grande, si no fuera porque te follas a mi hermana, te estaría eternamente agradecido —lo abrazo.

—Ya, ya —se aparta, abochornado—. Hay más, pero...

—Dime —lo apremio

Tarda en hablar y teclea rápido en la laptop.

—Está involucrado en asuntos sucios —señala la pantalla. Es una grabación de una cámara de seguridad—. Allí guardó los documentos. No pude encontrar nada en su computadora. Deben conseguirse físicamente.

Me quedo pasmado por unos segundos.

—¿En dónde está esa caja fuerte? ¿Su apartamento?

—El objetivo es la oficina de un restaurante. Pocos saben que es de su propiedad. Está ubicado a las afueras de la ciudad.

—Ahí cierra los tratos —deduzco y asiente—. Trabajas con el gobernador. ¿No puedes conseguir una orden de allanamiento con las otras pruebas?

—No es tan simple, Potter, el tipo tiene contactos en todas partes. El FBI no habrá subido a sus coches cuando él ya habrá destruido los documentos. Alguien se debe infiltrar.

Me desinflo como un globo.

—Ya no trabajo en Searchix y tampoco somos agentes secretos.

—Con esto paga fianza o no le dan más de quince años —señala las primeras pruebas—, pero con esto, estará peor que un prisionero de Azkaban. Es la única oportunidad que tienes para mandarlo a la cárcel por una larga, larga temporada.

Cierro los ojos, tenso. Quiero que ese hijo de puta pague por lo que hizo. Meneo la cabeza y miro a Luther.

—¿Cómo entramos?

***

—Está tardando —protesta Nathaniel.

—Ya llegará —miro mi reloj—. Faltan dos minutos.

Rezonga y se enciende otro cigarrillo. El humo me causa picor en la nariz y lo alejo con mi mano. Justo a las diez en punto, suena una bocina y una minivan que no le envidia nada a la máquina del misterio aparca frente a mí. Luther baja, abre la puerta trasera y le entrega las llaves a mi hermano, quien lo asesina con la mirada. Aún no se toleran.

—Repasemos el plan —dice Luther cuando estamos sentados dentro.

Abre el mapa del restaurante en una pantalla.

—Entraré por los conductos de ventilación para acceder a la oficina

—¿Nathaniel?

—Como soy el único que sabe conducir bajo presión, me quedo en la minivan —responde con aires.

—Esta es la llave maestra —Luther me entrega un dispositivo con forma de escarabajo—. Con ella podrás abrir lo que sea.

—¿Lo que sea? —mi hermano ríe—. ¿Incluso las piernas de una mujer?

Ruedo los ojos.

—Bloqueos tecnológicos —aclara Luther, seco.

Las manos me sudan un montón cuando Nathaniel estaciona en una zona llena de árboles, en la parte trasera del restaurante.

—Pase lo que pase, sal de ahí si se vuelve complicado —Luther me mira con seriedad—. Esos ricachones no conocen de leyes.

—Haz el favor de traer tu culo de vuelta —gruñe Nathaniel.

Suelto una risita.

—No me digas que este es el momento cuando te pones sentimental y me dices lo mucho que me quieres.

—No, tonto. Si te pillan, no recibiré mi paga. Menos quiero verme en la tarea de llevarle tu cuerpo inerte a mamá.

Niego. Tomo mi mochila. Me bajo el gorro y desciendo de la minivan. La noche ayuda a camuflarme. Estoy vestido completamente de negro como un ninja. Tarareo mentalmente la canción de Misión Imposible mientras me deslizo entre las sombras.

Soy sigiloso.

Llego al callejón y, aguantando la respiración, me subo en uno de los contenedores de basura. Esta situación me recuerda a las veces que me colé en la habitación de mi primera novia por su ventana. Me impulso y con un brinco llego a la escalera de incendios. Luther tiene las cámaras aseguradas. Trepo hasta llegar a una rejilla de ventilación. Me toma unos cuantos minutos abrirla. Si no fuera por los guantes, tardaría el triple gracias al sudor. Entro en el ducto que se extiende hacia adelante. El espacio es tan minúsculo que mataría instantáneamente a cualquier claustrofóbico.

«Tamtam tam tam tamtam tururu, tururu».

Repto procurando no hacer ningún ruido. Me lleva casi quince minutos llegar a mi destino.

—Astro Boy, aquí Skipper. Estoy en la zona.

—Zona despejada —lo escucho masticar algo—. Procede.

—Guárdame papas —pido, los nervios me dan hambre.

Retiro la rejilla y me enredo un poco para bajar, literalmente, del techo. Aterrizo sobre un escritorio y algunos objetos caen. Mierda. Me quedo muy quieto atento a otros sonidos pero no se escucha nada más.

—Estoy dentro —informo, recojo las cosas y estudio el lugar.

La oficina está decorada con lujo rústico. No me explico pero me causa una incomodidad indescriptible.

—En la cuarta repisa tras de ti, busca una botella Beluga. Apártala y verás el lector.

Beluga... Beluga... ¡Beluga! Aparto la botella y encuentro la pantallita. Espero a que el escarabajo haga su trabajo. Un clic y el estante se desliza hacia un lado. Vuelvo a colocar la botella y entro en un pequeño cuarto. El estante regresa a su sitio. Ante mí hay más estantes con cajas, obras de arte y otros artefactos raros. Mi atención recae en la caja fuerte. Repito el proceso de hackeo y se abre con facilidad. Dentro hay una Glock, fajos de billetes de otros países, varias USB y muchos sobres con... ¿fotos?

La bilis me sube a la boca.

El tipo se fotografió en diferentes poses follando tanto con hombres como mujeres. Casi no se reconoce que es él, pero las otras personas sí se distinguen mejor.

¿Las usará para chantajearles?

—No encuentro los documentos.

—Revisa bien. Deben estar ahí.

Abro varios sobres y me desespero.

—No hay nada.

—Dame un momento.

Cambio mi peso de una pierna a otra. Tiempo es lo que no tenemos.

—Despeja la base y fíjate si hay alguna anomalía en la superficie.

Meto todos los sobres y las USB en mi mochila. Hago a un lado el resto de cosas y, en efecto, en una esquina hay unos cuantos botones.

—El seguro es manual.

—Envíame una foto —grazna.

Sudor se desliza por mi espalda. Afuera escucho un ruido y me tenso.

—Astro Boy, rápido.

—Necesitas un código para entrar.

—Joder —aprieto la mandíbula.

—Aborta. Sal de ahí. El buitre vuelve al nido.

—No llegué hasta aquí para irme con las manos vacías.

—¡Alonso! —me quito el intercomunicador.

Pienso rápido. Miro mi alrededor. Mi vista se detiene en la Glock y me fijo que tiene silenciador. Reviso que tenga balas y, tomando postura como el veterano que soy en Call of Duty, disparo dos veces, la detonación medio afecta mi postura. Velozmente, reviso si funcionó, quito la base, enciendo una linterna y visualizo más sobres, memorias USB, lingotes de oro y joyas. Por encima noto que los papeles son documentos y...

Escucho la puerta de la oficina abrirse.

Asustado, activo el intercomunicador.

—¡¿QUÉ MIERDA HACES?! ¡TE VAN A MATAR!

—Accedí —notifico casi inaudible y guardo lo que me interesa.

Dudo, dudo, dudo... guardo la Glock. El corazón me va a mil.

—¿Cuántos entraron?

—El buitre y otro tipo. Ambos borrachos. Están conversando... drogándose... —suelta un sonido de asco—. Mantente atento y ponte cómodo. Es para rato.

Frunzo el ceño, analizando y atando cabos.

—¿Qué tan complicado se ve?

—Mucho. No te muevas, los tienes enfrente. Los guardaespaldas que cuidan la puerta están armados.

«Mierda».

Pasan los minutos. Luther sólo me indica que aún no es seguro salir o me dejarán como queso. Nervioso, relamo mis labios. Saco mi móvil, activo la cámara frontal, levanto mi gorro y me grabo.

—Hola, familia, quiero decirles que los amo —susurro y sonrío—. Mamá, eres la mujer más maravillosa del mundo. Gracias a ti, la abuela Liss y la señora Marcia, soy muy bueno en la cocina. Papá, espero puedas perdonarme por no convertirme en el hombre que tanto querías. Derek, eres un idiota pero sin ti, no hubiese aprendido a resolver problemas matemáticos. Milena, no te rindas, lamento no estar físicamente para el día de tu graduación. Natasha, te admiro un montón, eres una autentica luchadora —mis ojos pican—. Niko, Sofi... ustedes dos son lo mejor que me ha pasado en la vida. Espero que Nathaniel sí haya podido regresar y le agradezco por apoyarme. Por favor, cuiden de Otto en mi ausencia. Gracias por todo lo que han hecho por mí —sonrío, triste—. Feliz Navidad y feliz año nuevo. Alonso cambio y fuera.

Termino el video, cierro los ojos y esa jodida mirada felina viene a mi mente. Si digo que esta locura de poner en riesgo mi vida y la felicidad de mi familia es por amor a la justicia, estaría mintiendo. Estoy aquí por ella. De seguro ya consiguió a otro con quien practicar shibari. Justo ahora, debe estar disfrutando de su lujosa vida, sin pensar ni un segundo en mí.

—¿Terminaste? —inquiere Luther.

Suspiro profundamente.

—Sí.

Resopla.

—Sabes que rayaste lo ridículo, ¿no?

Miro mis dedos.

—Es malo juzgar la última voluntad de un futuro muerto, te jalaré los pies por las noches —refunfuño.

—No morirás hoy, no si te... Se están moviendo —se pone serio—. Entraron en el baño. ¡Sal ahora!

Coloco el escarabajo en la pantalla interna. El estante se abre y salgo del pequeño cuarto. Me subo al escritorio pero no alcanzo a retirar la rejilla. Me petrifico al escuchar la voz de O'Conner regresar. Me lanzo al suelo y me meto bajo el escritorio. Luther no deja de repetir que me quede quieto. Respiro con dificultad. Escucho sus pasos alrededor y se acerca al estante.

Pasan varios segundos y no se mueve.

«¿Se habrá dado cuenta?».

—¿Ron o brandy? —grita de pronto.

—Brandy —le responde el otro tipo.

En cuanto sus pasos vuelven a alejarse, otra vez casi derribo algunas cosas intentando entrar rápido en el ducto. Lo consigo y siento que el alma me vuelve al cuerpo. Ahora entiendo la adrenalina que vivieron esos chicos en la primera película de Jurassic Park.

—Aquí Skipper. Estoy afuera —aviso una vez ajusto la rejilla del exterior.

—... orre... calle... ajo —hay interferencia.

—¿Qué?

»¿Astro Boy, me escuchas?

»¿Luther?

No consigo respuesta.

¡Mierda!

Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo.

Bajo la escalera de incendios sintiendo un escalofrío permanente en mi espalda. Le marco a Nathaniel en su móvil y no responde. Camino con cautela hacia el lugar en donde se encuentra la minivan, escucho pasos tras de mí y me escondo entre ramas y maleza. Tengo la sensación de que podrían oír mi corazón.

«No quiero morir».

Mi móvil vibra y lo alcanzo a la velocidad de la luz. Logro ver que es Luther. Me lo llevo a la oreja sin abrir la boca.

—¡Rápido, corre hacia el sur hasta la carretera! —me grita.

Miro hacia los lados y salgo disparado hacia el sur. Todo está muy oscuro. Tropiezo con una roca, ruedo por el suelo y me levanto rápido. Sigo corriendo. Ignoro el dolor en mi costado izquierdo. Avanzo unos cuantos metros y me detengo abruptamente al escuchar el sonido de un coche. Recuerdo la Glock. Llevo la mano hacia mi espalda justo en el momento que miro la minivan aparcar. Luther abre la puerta trasera y prácticamente salto dentro.

Nathaniel pisa el acelerador y Luther vuelve a su laptop.

—¡Eso no fue como cuando entramos en la oficina del decano para cambiar tus calificaciones! ¡Fue como meter a un corderito en la cueva de los lobos! —me quejo, sentado en el suelo, sacudiendo tierra y hierba de mi ropa. Mi rostro se contrae. Tengo varios rapones en todo el cuerpo.

—Inhibieron la señal y casi nos descubren. Al alejarnos conseguí retomar las cámaras del exterior —cierro los ojos, tratando de normalizar mi respiración—. ¿Tienes el botín?

—Está todo —le paso mi mochila y me dejo caer—. Nunca en la vida quiero repetir la experiencia.

***

Me tomo un analgésico antes de seguir comiendo de la tercera caja de pizza. Nos vinimos directo al apartamento de Luther. Nathaniel se fue en un taxi después de escuchar los detalles de la misión. Es pasada las tres de la tarde. No hemos dormido. Lo que sacamos de la caja fuerte es tan escabroso que supera nuestras expectativas.

O'Conner es una basura con patas.

Me siento frente a una laptop y sigo con mi trabajo. Hace horas que acumulamos las pruebas que necesitábamos; no obstante, mi sentido arácnido me impulsó a ir por más e investigar a O'Conner como un posible autor del desfalco a mi fría exclienta. Estamos buscando todos los hilos que puedan relacionarlos a ambos.

—¡Jodida mierda! —Luther para de teclear.

—¿Qué encontraste? —me acerco. Está analizando una de las USB.

Tarda en responder.

—Ella...

Mi piel se eriza.

—¿Ella? —soy cauto.

Me pasa uno de los sobres y señala la pantalla.

—Regina hizo negocios con O'Conner. Está involucrada —suelta y siento que el piso se mueve.

Trago saliva. Si me pinchan, no me sacan sangre.

—¿Qué tanto? —musito.

—Lo suficiente como para ir a la cárcel cuando lo expongamos a él.

Suelto el sobre con brusquedad y me levanto. Le doy un puñetazo a la pared y apoyo la frente ahí. Joder. Luther me explica lo que encontró y se me revuelven los ácidos estomacales.

«Me... mintió».

Aprieto los párpados, no lo pienso, ciego por el enojo, de mi billetera extraigo la tarjeta de Lacroix.

—Reúne las pruebas —mi voz sale rota.

—Podemos borrar los registros.

Niego, entregándole la tarjeta.

—Azzarelli aprenderá a enfrentar las consecuencias de sus actos.

—Potter...

—¡¿Por qué insistes en defenderla?! —rujo, sintiendo mi pecho desgarrarse—. ¡Ella estaba consciente de que me arriesgué para ayudarla, me usó y me despidieron por su culpa, Luther! ¡Yo no le intereso en lo más mínimo! ¡Lo único que quiere en esta vida es al puto dinero! ¡Es una mujer lo suficientemente inteligente como para saber lo que hacía! ¡Cometió evasión y debe pagar! —mi garganta arde.

Espera que me calme un poco antes de hablar.

—Estoy de acuerdo en que es una maldita perra loca con complejo de Dios —asiente lentamente—. Sin embargo, la justicia es subjetiva. No siempre es blanco o negro. Hay grises. Sé que te sientes herido y lo que hizo esa mujer es turbio. Aclaro que no la defiendo —remarca—. Aparta un momento tus sentimientos y lee esto antes de tomar una decisión.

Arrugo la frente y le arranco el papel de las manos. Son los movimientos de cuenta de una tarjeta de crédito.

Entreabro la boca sin poder creerlo.

—Fue ella... —me dejo caer contra la pared hasta el suelo.

Paso una mano por mi cabello leyendo de nuevo los detalles. Mis lágrimas salen solas. Luther se sienta a mi lado, hurga en su bolsillo y me ofrece gomitas.

—Níkolas y Sofía también son ahora mi prioridad —me pone una mano en el hombro—. Te apoyaré en lo que decidas. Entrégala o sálvala, pero ambos sabemos que si termina en la cárcel, no sobrevivirá ahí dentro.


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