43. Disturbata.

43.Disturbata.

REGINA

De pequeña nunca tuve comodidades.

Ahora, que tengo todo lo que me place, sé que el destino se está encargando de retribuirme lo que me faltó desde mi nacimiento. Pelearé con uñas y dientes si es necesario, pero primero me lanzo de un balcón antes de volver a la miseria.

Rivers aparca y Mashiro me abre la puerta. Me coloco las gafas oscuras y bajo del Bentley. Julius me espera en el vestíbulo de un edificio residencial de clase media. Le sonrío con coquetería.

—¿Preparado para el espectáculo?

—Yo todavía no cantaría victoria —me mira con advertencia.

—Ay, querido, no seas tan negativo.

Entramos en el elevador.

—Por favor, abstente a seguir el guion. Tú ni deberías estar aquí.

Ruedo los ojos.

—¿La multa?

—Pagada —peina su cabello frente al acero—. No quedaron rastros. Nadie sospechará que tu intención inicial era evadir impuestos. Estamos a un paso para dejar a O'Conner tras las rejas.

—Quiero que pierda todo y se pudra en la cárcel —mascullo.

El apartamento está en los pisos del medio. Entramos. No hay casi muebles y faltan detalles en las paredes. Aún no terminan el lugar. Enrique está de pie al fondo, me quito el abrigo con parsimonia mientras siento la mirada asesina de Lacroix en mi nuca.

—Que sea rápido —exige.

—Uy —saco una botella de chardonay de mi bolso y, amable, le sirvo una copa—. Toma, para que te relajes.

Enarca una ceja y sonríe.

—No aceptaré nada de ti.

También sonrío y bebo de la copa lentamente. Lo supuse. Entre perras nos conocemos.

—Algo me dice que el trato que te propondré sí —me siento frente a ella en una silla vieja—. Sé que aspiras a postularte como senadora. Eso es fabuloso, querida. Admiro a las mujeres que se proyectan en grande; pero —alzo un dedo—, no lo lograrás si tú reputación tan impecable se destruye cuando te denuncie por acusación maliciosa. El juez ya decretó mi caso como pérdida de tu tiempo. Te olvidarás de una apelación hoy mismo a menos que... —me quedo pensando—. Julius, querido, recuérdame cuáles son las consecuencias si una fiscal va tras la amante de su adorado esposo al que le fue crudamente infiel —hablo con asombro.

Sus ojos se abren desmesuradamente.

—Eso es mentira.

—El abogado de Jean Pierre y estas fotos me confirman lo contrario —deslizo hacia ella un sobre—. El matrimonio es como un contrato cualquiera, ¿no? Tiene cláusulas. En serio no entiendo por qué la gente se casa si no van a respetar el compromiso —miro a Julius, Enrique y Mashiro—. No sé ustedes, pero por eso amo mi soltería.

Mi mente se va a otro lado. Borro la idea.

Lacroix mira las fotos y lee los documentos sin poder creerlo. Me pongo cómoda mientras habla Julius. Apoyo mi codo en el reposabrazos y descanso mi mentón en la palma de mi mano.

—... y de comenzar el litigio, podría perder su cargo —Julius es neutro—. Le quitarán la licencia por ejercer de mala fe y sin ética. En el peor de los escenarios, se abrirá una investigación en su contra y rectificarán todos sus procedimientos.

—¿Alguna duda? —le pregunto.

—Si dimito, igual me estaré jugando mi empleo.

—Debiste pensarlo antes de molestar a la mujer equivocada —me encojo de hombros—. El juez Palermo estará encantado de escucharme.

Palidece más.

—Jean Pierre y yo hemos estado juntos por años. Está confundido. Lo arreglaremos. Estas fotos no prueban adulterio. Lo único que quieres es quitármelo envenenando su mente con artimañas —contengo un bostezo y bebo de la copa. Es vino sin alcohol—. ¿Crees que te saldrás con la tuya? ¿Crees que te librarás tan fácil del fraude? No, reinita, si abres este caso, yo no seré la única afectada. El mundo te verá como la zorra criminal que eres.

—Interesante teoría —muevo mis dedos en su dirección—. Me confirmas que no hiciste bien tu tarea al investigarme. A mí no me importa si el jurado se entera cómo, cuándo, dónde o con quién follo. Ni los medios. Redes. Nadie —recalco—. Al final del día, la gente escucha lo que quiere. A diferencia de ti, soy una mujer libre que puede hacer lo que le dé la gana. Dime tú —cruzo las piernas y sonrío—. ¿En qué me afectará hablar sobre lo rico que folla tu marido por la puerta trasera o, lo enloquecedor que es cuando se come mi...

Se levanta, pero rápido interviene Mashiro, evitando que se joda más ella solita.

«Y después dicen que la loca soy yo».

Recuesto mi espalda en la silla, aguantando la risa.

—¡Esto no se quedará así! —Enrique y Mashiro intentan sacarla.

—Cuidado, querida —giro el líquido de la copa—. No te avergüences más perdiendo el glamour por un hombre. Agradece que hoy me siento benevolente y no hago que te arresten ya mismo por amenazar mi integridad física.

Soplo mis uñas, «excelente trabajo, Gina».

La gratificación por quitarme a esa perra de encima es tan grande que hasta me dan ganas de bailar. Aún queda muchísimo por arreglar; sin embargo, puedo afirmar que tengo un peso menos sobre mis hombros. Hace mucho que no tenía un buen día.

Estoy orgullosa de mí.

Sin duda, puedo solventar mis problemas sin ayuda de nadie.

***

La semana ha sido increíblemente productiva.

Mis responsabilidades me transmiten la fuerza necesaria para desenvolverme como si en los últimos días no hubiese dormido mal. Las pesadillas más inusuales de mi vida han ido en aumento, pero por eso no descuidaré mi rutina. Mi trabajo es mi vida. Es lo único que tengo. Es lo único que me hace sentir viva y concede la sensación de a dónde ir, de propósito. Es lo único que me devuelve lo que entrego, por esa razón, doy todo de mí en cuerpo y alma.

Charlotte agita la botella. Un «plot» y la champán salpica a Bernand. Yo me retiro a tiempo para que las gotas no mojen mi traje Dolce & Gabanna. Estamos en un privado del restaurante en Club Keegan. A penas finalizó el plazo del bloqueo, firmamos el primer acuerdo.

Hoy acabamos de oficializarlo.

Lo hice.

Ganaré millones con este trato.

—Me quedo con el agua —rechazo la copa y levanto mi vaso.

—Es un Dom Pérignon 1996 —dice Bernand—. Una de las mejores cosechas que beberás.

—Lo sé —reconozco, triste—. Pero no puedo beber nada con alcohol... al menos por un tiempo.

Llevo más de una semana sin una gota de etanol en mi sistema.

Charlotte me escanea detenidamente.

—No estarás embarazada, ¿verdad? —pregunta rápido.

Mis ojos se desorbitan y evito escupir el agua devuelta al vaso. Me quemo la nariz en el proceso. Cazzo, no. Que ni se le ocurra al Espíritu Santo. Biológicamente es imposible.

—Estoy evitando dañarme el hígado —aclaro, apretando mi nariz.

—¿Hepatitis?

—No, estoy sana, pero es mejor prevenir que lamentar.

Ambos asienten.

—No diré que me alegro por ti porque en verdad te pierdes de una delicia —Bernand es categórico—. Admiro tu voluntad. La mayoría comienza a tomar conciencia después que les diagnostican la enfermedad.

Asiento porque no daré más explicaciones. Conozco mis límites y mi motivo desencadenante para beber como si no hubiera un mañana. Debo exterminar ese origen y el resto será como dar un paseo en el Sekhmet por Bellagio o Porto Fino.

Sin ansiedad, no habrá sed.

Sin sed, no habrá enfermedad.

Sin enfermedad, Regina Azzarelli joderá por un largo, largo tiempo.

Me río internamente y escucho las palabras de Charlotte sobre los planes que tienen. Lo reconozco. La tentación no desaparece y casi flaqueo varias veces. Es fácil explicar la teoría y malditamente difícil efectuar la práctica. Los gritos que me incitan a recaer son escandalosos; no obstante, mis ganas de vivir son ensordecedoras.

No soy idiota como para dejarme morir de un mal que puede evitarse.

***

El clima exterior no coopera para usar el jacuzzi. Libero mi cabello del moño y pongo la tina a llenar con agua tibia. Voy a celebrar. Para el próximo año deberé crear un nuevo adjetivo que me califique. Decir que soy la mejor ya no es suficiente. Enciendo algunas velitas, busco las sales y aceites aromáticos y pongo la playlist de Rihanna... pero segundos después, cambio por una melodía de jazz.

Vuelvo a mi camarote y en la cómoda encuentro dos vibradores. Me percato que en mi móvil personal hay una llamada perdida. Antes de que pueda revisar de quién, suena otra vez. Frunzo el ceño. Es un número desconocido. Contesto.

—Retira la demanda —habla con tranquilidad.

Cierro los ojos y camino hacia la ventana.

—Lamento decirte que lo que quieras hablar, lo discutiremos en la corte —respondo, neutra.

—¿Estás segura de lo que haces? —ríe—. No te conviene otro escándalo con la prensa y los medios.

—Sé que no tienes ganas de ir por ese camino —me carcajeo—. No te temo, querido. Como te atrevas a difamarme, no dudaré en anexar otra demanda —deslizo mis dedos por el vidrio. Las nubes aseguran lluvia para esta noche, quizá hasta nieve—. Maldecirás mi nombre desde la cárcel y pasarán años antes de que puedas pagar todo.

Emmett suelta una risa gélida.

—Retira la demanda si no quieres que todos sepan lo que pasó en Tirano hace doce años.

Me pongo rígida, sintiendo la sangre de mis venas helarse.

—No sé a qué te refieres.

—Claro que sí. Verás, tuve contacto con un par de viejos amigos tuyos que están muy dispuestos en dar la exclusiva —paso saliva—. Yo quedaré libre de cargos y tú... bueno, creo que no necesito describirte lo que sucederá. Dudo que algún juez te conceda la victoria conociendo ese pequeño detalle.

—¿Es una amenaza? —aprieto el móvil con fuerza.

—Depende del punto de vista en que lo veas.

Mi respiración se acelera.

—Se nota que las bolas no te quedaron tan inservibles si pretendes enfrentarme —me burlo—, pero te falta cerebro. No tienes idea de lo que soy capaz cuando me fastidian moscas como tú.

—Me hago idea de la frustración que sientes en este instante sabiendo que con sólo conocer a la persona indicada, puedo joderte el doble. Sé que eres inteligente, Regina. Acepta la oferta. No investigaré más a fondo qué fue de tu antigua vida y haremos como si nada hubiera pasado —no respondo—. Supongo que tu silencio significa que tengo razón. Te llamaré mañana para saber si debo dar una rueda de prensa. Cuídate, lombarda bonita —cuelga.

—¡MALDITO HIJO DE PUTA! —estrello el móvil contra la pared.

Tirano.

Camino de un lado a otro. Después de la muerte de papá, Fiorella y yo acabamos en un albergue en la ciudad de Sondrio, la cual está a cuarenta minutos de Tirano. Llevo las manos a mi cabeza respirando descontroladamente. 

¿Cómo demonios lo descubrió?

¿Qué sabe con exactitud?

A mí nadie me chantajea. Como retire los cargos, él habrá ganado. No puedo permitir que por culpa de esa escoria todo mi esfuerzo se vaya a la mierda... sin embargo, no encuentro ninguna solución. No puedo pensar... no con los recuerdos atacándome.

He perdido la cuenta de las diferentes terapias a las que me he sometido, sacrifiqué mucho con tal de aprender a controlar mis demonios, mas no a exorcizarlos. Perfeccioné por años esta versión de mí. No quiero volver a ser débil. Me he esforzado mucho por librarme de esos grilletes, por dejar atrás la pesadilla de mi pasado y encaminarme hacia un futuro relativamente estable.

Escapé de una nociva umbra y ascendí a una escabrosa penumbra.

Nunca alcancé, ni alcanzaré la plenitud de la luz.

Un hormigueo asciende por mis brazos. Mi estado empeora cuando no logro serenarme. Un mareo oscurece mi visión y me sostengo de la pared para no caer. De pronto siento el peso de llevar más de veinticuatro horas sin dormir. Maledizione. Si pierdo el control, le estaré cediendo poder de influir en mí. Me falta el aire. Me clavo las uñas en las palmas temblorosas hasta gemir de dolor.

«Furcia».

«Das asco».

«¿Quién te tomará en serio?».

«Nadie te amará».

«Como mujer eres una decepción».

Regreso al baño e ignoro que la tina se esté desbordando. Entro en la ducha sin importar arruinar mi ropa. Un picor tras mis ojos va cobrando fuerza a pesar de que aprieto los párpados. Deslizo mi espalda por la pared y abrazo mis piernas contra mi pecho. Mi cuerpo tiembla y no puedo respirar. A medida que los espasmos aumentan, dejo de esforzarme por contener las lágrimas. Ingenuamente me convenzo que la lluvia artificial se llevará todo. Limpiará mi suciedad y guardará mi secreto.

He perdido una batalla.

***

—Regina. —La secretaria salta en su puesto—. No sabía que tuviera cita.

—No, no tengo, pero... —Cambio mi peso de una pierna a otra—. Me gustaría hablar con la doctora Croft.

—Enseguida le pregunto.

Se disculpa un momento y desaparece tras la puerta del consultorio. No puedo sentarme. Cruzo los brazos, tamborileo mis dedos y muevo mi tacón con impaciencia. Odio esperar.

La secretaria regresa.

—La atenderá en cuanto termine con un paciente —me ofrece turrones de un bol—. ¿Quiere uno?

—Soy alérgica al maní.

—Estos son de almendra y chocolate.

Cojo dos.

—Gracias.

Me paseo por el espacio y luego, hastiada, termino sentándome en un sofá. Me como los turrones mientras reviso mi móvil. Minutos después, estoy por coger el quinto cuando la mujer me indica que puedo entrar. El consultorio está revestido en colores claros. Elegante y lujoso, nada de tontos adornos navideños.

Sandra Croft está sentada al fondo tras su escritorio y se levanta con una sonrisa tranquilizante. Me quito el abrigo y lo cuelgo en el perchero.

—Regina, tanto tiempo. De haber sabido que vendrías, hubiera pedido algunos aperitivos.

—¿No estabas ocupada con un paciente? —miro el alrededor.

—Consulta online —señala su laptop.

—Ah —mi lengua toca mis molares.

—Venga, pongámonos cómodas.

Lleva el cabello recogido en un moño, gafas redondas y está vestida con traje de chaqueta, formal; mientras, yo opté dejarme la melena suelta y ponerme un enterizo negro, casual. Me recuesto en el diván frente a la ventana de piso a techo. Desde que amaneció está nevando, concediéndole más belleza a la vista del lago.

Sandra me ofrece una taza de chocolate caliente, en la mesita a mi lado coloca algunas galletas y malvaviscos. Le agradezco y tomo un sorbo.

—¿Qué te trae por aquí, Regina? —pregunta, sentándose junto a mí.

Miro el techo. Es oscuro para que resalten los dibujos de planetas, asteroides, cometas... estrellas. Me gusta ver las estrellas, es reconfortante

—Las pesadillas regresaron y... —relamo mis labios—, tuve unos cuantos ataques de pánico. Vine porque no tolero las noches de insomnio.

—¿Son las mismas pesadillas? —pregunta y coge el lápiz electrónico para escribir en su IPad.

—Peores.

—¿Cómo te sentiste esta vez luego de tener una?

—Ahora despierto con la sensación de que mi corazón se detendrá en cualquier momento —miro el lago—. Me lleno de arrepentimiento, culpa, rabia, impotencia... dolor y miedo. Odio la sensación de debilidad. Me asquea sentirme así. Me considero una mujer fuerte con voluntad. No soy como el resto de ineptos que se rinden ante cualquier dificultad. Me gustan los retos. Me entrego completamente para superar los obstáculos que me impiden cumplir objetivos.

»Pero son años de batalla, Sandra. No negaré que hay días en que estoy agotada —río sin gracia—. Cansada de luchar las veinticuatro horas porque ni en sueños puedo relajarme. No dimitiré pero es imperativo encontrar una solución definitiva. Busco normalidad. Estabilidad. Comparo mi situación con volver a la época de las cavernas. Siempre estoy alerta al ataque de un depredador o algún desastre natural. No hay descanso. Tengo que mantenerme ocupada y, aunque eso me ha traído un éxito incalculable, no puedo bajar la guardia nunca. No puedo desconcentrarme ni un segundo. Al mínimo descuido, perderé el control y mi mente se convertirá en mi peor enemiga. Mi verdugo.

—¿Le has contado a alguien que te sientes así?

—Últimamente no confío en nadie.

Asiente y hace anotaciones.

—¿Puedes describirme qué ves en las pesadillas?

Tomo una profunda bocanada de aire; comienzo a sentirme mareada.

—Las más repetidas son cuando estoy en la oficina del jefe pidiéndole una oportunidad para ayudar con las finanzas durante el día, se niega y explica que ganaré más dinero aceptando las infinitas solicitudes de clientes, discutimos y... bueno, ya sabes... —paso saliva, la bilis me quema el esófago—, las más vívidas son... cuando estoy en el escenario, al terminar la coreografía me piden subir a una habitación. Me niego y... esta vez me convencen con la cantidad de dinero que ofrecen. Hago cálculos. Sé que podré costear los medicamentos, el tratamiento y quedará dinero para mis ahorros universitarios, pero igual pido que aumenten el monto y termino aceptando... otra vez —la miro, ese tipo de recuerdo en particular no me hace sentir asqueada, sólo cansada y...

—Te escucho —me anima a continuar.

—Me preparo repitiéndome mentalmente que lo hago por una buena causa. Que salvaré una vida. Cuando llego a la habitación roja, me doy cuenta que no es un cliente. Son varios. Me cohíbo y me hacen entrar a la fuerza, luego no puedo moverme, estoy sedada, no puedo luchar, me atan de manos y pies y... —mi voz se quiebra y recuerdo lo que pasó en la fiesta—. No quiero seguir. Ya sabes cómo termina.

Asiente y hace más anotaciones rápidas.

—¿Qué es lo diferente?

Los demonios me atacan de nuevo transportándome al pasado. Tomo una galleta, la muerdo y bebo del chocolate antes de hablar.

—La veo a ella en la habitación —cierro los ojos.

—¿A quién ves?

—Ya lo sabes.

—¿Puedes verbalizarlo, Regina?

Aprieto los párpados.

—Demonios, ¿por qué? —jadeo.

—Porque evitarlo no hará que nada cambie o desaparezca. No querer enfrentarlo provoca que le des más importancia de la que realmente tiene y te impide avanzar —se levanta y me sirve más chocolate—. Tómate tu tiempo para responder.

Seco una lágrima y me preparo para abrir la caja de pandora. Me obligo a tranquilizarme y bebo largo del chocolate. Necesito que Sandra me ayude a ordenar el desastre que tengo en la cabeza.

—Veo a... veo a Fiorella —arrastro las sílabas.

—¿Te dice lo mismo?

Sus crudas palabras llegan a mi cabeza.

—Sí.

—¿Crees que hay algún desencadenante para que la veas allí? ¿Alguna razón para que las pesadillas hayan empeorado?

—Más o menos.

—¿Algo pasó?

Intento controlarme antes de volver a hablar. Mi garganta arde.

—Siento que fue una acumulación en cadena. Es decir... tengo delicados problemas en mi torre y, como la gota que derramó el vaso... días atrás intentaron... abusar de mí otra vez. —La miro y sus ojos denotan la sorpresa—. Estaba ebria. Tuve un ataque de pánico de los fuertes con alucinaciones... y luego otros leves que pude controlar.

Deja el lápiz electrónico y comienza a teclear.

—¿Cómo te sientes respecto al abuso?

—Quiero venganza —mascullo—. Esta vez sé que no tengo la culpa y lo que más deseo es que el malnacido pague.

Me recuerda que yo no tuve la culpa de lo que pasó hace doce años y le cuento cómo sucedieron las cosas con Emmett.

—... y sigo queriendo sexo impulsivamente, sobre todo dominando a los hombres. El cambio más relevante es que ahora casi no puedo dormir; sin embargo, las pesadillas con Fiorella ya venían ocurriendo mucho antes. Esas son las que me desestabilizan. No quiero revivir nada relacionado a ella. —Muerdo mi labio inferior y cruzo los dedos sobre mi estómago—. Noté que comenzaron después de conocer a alguien.

Alza las cejas y se recuesta del respaldo.

—¿El auditor de las noticias? —Asiento—. ¿Qué tipo de relación tienes con él?

Descruzo y vuelvo a cruzar las piernas.

—Fue mi subordinado. Contraté a la empresa en dónde trabajaba para resolver un problema en mi torre. Es guapo, perspicaz y creativo. —Sonrío tenue—. Tiene veintitrés años. Follamos y practiqué shibari con él.

—Ya has tenido ese tipo de relación con otros hombres menores que tú. ¿Qué tiene él de diferente?

Cierro los ojos y bebo del chocolate. El que prepara él es más rico.

Rememoro en voz alta cada detalle que Alonso ha tenido conmigo. Su paciencia, atenciones, la comida, palabras... El nudo en mi garganta vuelve y me sorprende mi desconcierto. No había analizado antes todo lo que ha hecho por mí. Le cuento a Sandra lo que ha sucedido entre nosotros desde que lo desnudé en el elevador, hasta la noche de la fiesta, su despido y su rechazo. ¿Por qué, si le advertí las consecuencias, me siento culpable por la pérdida de su empleo? No tiene sentido.

—Él no me trató como otros hombres y sospecho que ese es el problema. —Algo en mi pecho pesa—. Nunca se quejó de mis límites o quiso propasarse conmigo. Él... él es muy diferente a lo que acostumbro.

Miro el lago y luego el cielo. El azul, aunque diferente, me recuerda al suyo. Sandra se inclina hacia adelante, expectante. Sin duda, está intrigada.

—Me confesó que... tiene sentimientos por mí. —Inhalo y exhalo—. No le creí. No puede ser verdad... Yo... no me siento poca cosa. Sé que no cualquier hombre es digno de estar conmigo, pasa que estoy consciente de la clase de persona que soy y... Alonso es mi opuesto, él no está podrido como yo... En el sentido que sea, me da miedo que me rechace como... ella. —Miro las constelaciones en el techo—. Ahora más después de que presenció esa noche que no se me zafó un tornillo... sino que me quedan pocos. No me abandonó. Me ayudó. —Mis ojos pican al recordarlo—. Igual no sabe el trasfondo de mi maldito trauma. Lo alejé porque... prefiero que me odie antes de causarle repugnancia —admito.

—¿Por qué te importa la opinión de él?

—La verdad que no lo sé —soy sincera.

—¿Te importa si esas personas se enteran de lo que fuiste? —Señala la gente que camina por la calle.

—No —la respuesta es fácil

—¿Te importa que tu asistente se entere?

—No

—¿Tus empleados o tus socios?

Pienso unos segundos.

—Mis empleados no, pero mis socios sí y es distinto. Mucho. Ya vivo un señalamiento por mi estilo de vida y falta de filtros. Uno es temor por los prejuicios y cómo esos prejuicios afectarían mi carrera, pero con Alonso es un temor... distinto.

—A ver, Regina. —Me sonríe y deja el IPad de lado—. ¿Sientes algo por Alonso?

Ladeo la cabeza.

—Sentir... ¿cómo?

—¿Tienes un interés romántico por él?

— Yo... —Juego con mi cabello—. No tengo idea. Sé que me atrae, bastante. Por mí, follaríamos todos los días. Pero... mi corazón de piedra no puede experimentar algo como "enamoramiento" y, muchísimo menos, "amor". —Hago comillas con mis dedos—. No seré hipócrita ni egoísta con él, no puedo dar lo que no tengo.

—Todos podemos enamorarnos y amar. Sentimos amor hacia nuestra pareja, familiares, amigos, ¿no amas tu trabajo?

—Con mi vida. Dudo que pueda sentir algo así por una persona.

—¿Cuál es el origen de tus dudas?

Abro la boca y mi lengua se traba al pensar en Fiorella. No quiero pasar por ese estúpido sufrimiento.

No quiero volver a sentirme tan idiota e ingenua.

—En primer lugar, ni siquiera sé cuáles son los síntomas.

«Parece una puta enfermedad».

—¿Hace cuánto que no te tratas con Alonso?

—Hoy se cumplen tres semanas.

—¿Y lo extrañas?

—Sí.

—¿Piensas en él?

Resoplo.

—Lo odio. —Río entre dientes y miro el cielo—. Durante todo el maldito día tengo en la mente el azul de sus ojos, su sonrisa, su voz, su polla, el toque de sus manos y cómo hace música de mí. —Cierro los ojos y tuerzo la boca—. Pensar en Alonso desata un violento torbellino de emociones que desconozco. Quiero alejarlo pero también tirármele encima. Es un coctel muy contradictorio. A veces me provoca asesinarlo por afectarme tanto... y otras... —Niego—. No sé qué me hizo, pero me está volviendo más loca de lo que estoy.

—No estás loca, Regina. —Me sonríe y me invita a pasarnos al escritorio—. Las pesadillas son producto del TEPT, sumado a que reviviste tu experiencia con lo del abuso sexual. Evaluaremos si es necesario que retomes las pastillas para los ataques de pánico y cambiar el somnífero. —Escribe en un bloc—. Por ahora, continúa con tus ejercicios de respiración y sobre todo los físicos. ¿Sigues practicando equitación?

—Sábados y domingos. Los días de semana suelo ir al gimnasio y entrenar con danza —respondo y me quedo pensativa. ¿Volver a esas pastillas? ¿Estoy retrocediendo?

—Muy bien. —Me entrega el papel. Frunzo el ceño—. Eres joven, hermosa y tienes los recursos, mujer, sal a distraerte y olvídate un poco del trabajo. No queremos una sobre carga de estrés. —Me mira con seriedad—. Eso sí, estrictamente nada de alcohol.

—Estoy trabajando en ello.

—Perfecto. —Teclea en su laptop—. Nos veremos la próxima semana. Te invito a que reflexiones sobre ese chico. Piensa en si tu deseo por estar con él, es mayor a tu miedo por el rechazo. Los pensamientos negativos no te permiten avanzar y sólo te generarán ansiedad y preocupaciones innecesarias. Las hipótesis de lo que podría o no suceder, pueden hacerte ver la realidad como no es. Recuerda que es imposible adivinar lo que otros piensan o harán y, aunque te rechacen, ¿te vas a morir por eso?

Me enderezo.

—No, pero...

No encuentro las palabras para explicarme.

—Bueno, te dejo eso de tarea. Analízalo y lo comentaremos en la próxima sesión. —Se levanta y yo también—. No te preocupes, trabajaremos juntas y alcanzaremos la meta.

Me quedo atrapada en el tráfico. Tamborileo sobre el volante y pienso en las palabras de mi psiquiatra.

La ironía es mayor cuando Disturbia de Rihanna comienza.

Subo el volumen.

Rozo los límites de la ciudad, conduzco sin ningún rumbo hasta aparcar frente a un acantilado. Apago el Bugatti, me ajusto el abrigo y bajo. El cielo está naranja. La brisa fría impacta contra mi rostro y hace bailar mi cabello. Contemplo el helado paisaje y medito mis prioridades. Julius está investigando qué tanta información pudo filtrarse. Mientras tanto, quiere acceder al trato de Emmett, sugiere "darle" lo que pide y luego contraatacar. ¿Qué me garantiza que igual no me difamará?

Es un riesgo que no estoy dispuesta a correr.

***

Una llamada entra por el manos libres cuando me acerco a la zona de muelles. Bajo el volumen de la música. Lo que me informa Mashiro impulsa electricidad por mi cuerpo entero. Autorizo su abordaje y acelero.

Mi corazón bombea frenéticamente.

«Por favor, Azzarelli, das pena ajena. Contrólate».

En cubierta, me quito el abrigo y se lo entrego a Mashiro. Ajusto mi escote y peino mi cabello con los dedos. Quiero que él me mire entera. Muerdo el interior de mis mejillas y subo las escaleras hasta la segunda cubierta. No tardo en divisarlo. Alonso está apoyado en la baranda de babor, dándome la espalda. Lleva puesto un suéter negro que le sienta muy, muy bien. Suspiro profundo, deseando que las cosas no se hubieran ido a la mierda para tirarme sobre él, comérmelo a besos, chuparle la polla y luego hacerlo mío.

Muerdo mi labio inferior.

Mi mente es un caos. Ignoro las vocecitas que obstaculizan mi objetivo. Aquí mando yo. Tomo determinación y me acerco con la intención de abrazarlo por detrás.

—¿No te mareas? —indago, preocupada. No contesta ni se mueve cuando paso mi brazo por su cintura y la otra por su pecho, mi barbilla sobre su hombro, mi nariz rozando su oreja—. Más te vale que no vomites sobre el suelo recién pulido. El Sekhmet es importante por muchas razones... —susurro—. Entre tantas, por ser el lugar en donde te besé por primera vez.

Niega con la cabeza, sin mirarme.

—En realidad, yo te besé primero... pero eso ya no importa —su voz carece de emoción, exhala y se libera de mis brazos con brusquedad—. Regina, mirándome a los ojos, afirmaste que no habías obrado ilegalmente —espeta y me tenso—. Más de una puta vez me aseguraste que no habías evadido impuestos. —Me mira, furioso—. ¡Enviaste casi dos millones a las Islas Caimán con ayuda del maldito Emmett O'Conner!

Abro mucho los ojos y trago saliva.

«Merda!».

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top