40. Pericolo
40. Pericolo
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REGINA
«Es uno más de la lista, sólo una polla más», me repito.
De vuelta en el salón, sigo a uno de los meseros hasta la zona en donde preparan los cocteles y, sin decir nada, tomo una botella de vino fortificado. Bebo un trago largo para que la sensación de intranquilidad desaparezca. No quiero pensar.
Alguien me pasa un brazo por la cintura.
—¿Nos iremos o qué? —inquiere Jean Pierre con molestia en mi oído—. Estás demorando demasiado.
Intenta estrecharme y lo empujo.
—Mi espacio personal es sagrado.
—¿Qué sucedi...?
Me alejo, dejándolo con la palabra en la boca.
Voy en dirección contraria e ignoro a quienes me hablan. Tener cerca a los franceses, Alonso y otros de mis ligues casuales me hizo sentir como una niña en una pastelería. No supe por cual decidirme, aunque, cuando estuve en sus brazos bailando... la decisión fue obvia. Pero no por eso dejaré mis costumbres. El egoísta aquí es él. Tres orgasmos o quizá cuatro en grupo y después estaríamos solos el resto de la noche y, si aceptaba, el fin de semana entero.
¡Era el plan perfecto!
Bebo de la botella y me contengo de escupir el líquido cuando pienso en la hepatitis. Busco a Lorena con la mirada y no visualizo su llamativa cabellera.
«Al menos alguien sí está disfrutando».
Resoplo.
No la necesito.
No necesito a nadie
Camino tambaleante lejos de la multitud. Mashiro me sigue de cerca. Ruedo los ojos. Le exijo que me deje en paz. Sigo caminando y la veo pero de lejos. Maledizione. Detengo a un camarero.
—¿Hay algún lugar en donde no se oiga la música? Busco tranquilidad.
—Suba por esas escaleras, tome el pasillo a la derecha y llegará a una zona con vistas al exterior.
Hago mi nueva ruta. Las baldosas de este piso son... me río. Se mueven mucho y no sé si son color blanco, negro o gris. Salgo a un pequeño balcón y le cierro la puerta en la cara a la asiática. Quiero estar sola. Ignoro el frío y me quito el antifaz. Me apoyo en el barandal. Inhalo profundamente y suelto el aire por la boca.
Miro hacia arriba. Daría lo que sea para ver al menos una estrella.
—Alla salute! —llevo la botella a mis labios y la detengo antes de beber. Bajo la mano—. Esto ya no es divertido. Todos los años es igual. Allá abajo hay más de doscientas personas y ni así disfruto la mitad de lo que disfrutaría si estuvieras aquí. ¿De qué te sirvió hacerme jurar que al alcanzar el éxito, celebraríamos tu cumpleaños a lo grande si no estás aquí conmigo? —alzo la voz en italiano—. ¡¿De qué sirvió, maldita sea?!
»¡Nunca me advertiste que extrañarte dolería tanto! ¡Promesas, promesas y más putas promesas! ¡Cumplí con todas y tú ninguna! Me pediste que nadara contra la corriente. Que cambiara la vida a la que fui condenada al nacer. Confiaste en que me convertiría en una verdadera reina y lo logré. ¡Lo logré! —bajo la cabeza y aprieto los párpados—. Y, aun así... aun así sé que estarías decepcionado al conocer los métodos, papá —bebo de la botella y río sin gracia—. ¿Me habrías perdonado o me abandonarías igual que ella?
Me quedo mirando el cielo.
La pregunta me tortura cada año. Cuando compré mi torre, organicé cuidadosamente cada detalle para que el día de su inauguración como Torre Azzarelli coincidiera con el cumpleaños de Pasquale Azzarelli. De alguna forma, quería que fuese significativo para mi apellido y para papá. Siempre soñó con mi grandeza y bromeaba sobre que ganaría el dinero suficiente para celebrar su cumpleaños por lo alto.
Sin que el mundo lo sepa, la fiesta anual de la torre es dedicada a él.
Mi garganta arde y no es por el alcohol.
Ya nada importa. Igual, estoy sola.
En mi bolso busco un espejo para revisar mi maquillaje y me encuentro con un mini martillo del dios del trueno que cuelga de unas llaves. No sé por qué siento un vacío en mi estómago. Alejarme de él es la decisión más razonable después de saber su... sentir. Es imposible. Inconcebible. Una locura. No me conoce.
Nadie puede... querer a una mujer como yo.
Me empino la botella.
Tomo mi móvil y me veo tentada... Miro la pantalla por varios segundos. Quiero llamarlo y gritarle que es un inmaduro. Propuse y optó por huir. Su reacción me puso a la defensiva. Pudo negarse y ya, sin necesidad de hacerme una escena. Aceptaría su negativa. Otro día intentaría convencerlo para que pruebe mis gustos. Nos habríamos ahorrado el drama tonto y ahora mismo estuviéramos follando felizmente.
No quiero acabar mi trato con él.
No quiero dejar de verlo.
«¿Y si le llevo sus llaves?».
Miro la botella como si fuera la culpable de todas mis desgracias. Vacío el contenido por el balcón y la dejo a un lado.
«El alcohol me está haciendo desvariar».
Soy tan ridícula. Ya lo mandé a la mierda. Me toca asumir las consecuencias. Escucho a mi orgullo y guardo mi móvil junto a sus llaves. Se las enviaré con alguien de mi personal.
Es lo mejor.
Me estremezco con una corriente de aire y al instante una fragancia masculina me invade. Frunzo el ceño. Volteo y el corazón se me sube a la boca al mirar a Emmett recostado en la pared del fondo con los brazos cruzados. Me enderezo, disimulando el susto. ¿Por dónde entró? La puerta sigue cerrada y Mashiro no lo habría dejado pasar.
Camino hacia la puerta. Su mirada no me gusta nada.
—¿A dónde vas? —pregunta—. ¿En serio seguirás evitándome? Te vi rechazar a los franceses. Irás con él, ¿verdad?
Lo ignoro.
»Me cuesta creer que hayas elegido estar con alguien así. Quise bailar contigo desde que abrieron la pista y saliste con la excusa de que no tenías ánimos. Como siempre —escupe, desdeñoso—. Ah, pero pasaron casi cuatro canciones y seguías pegada a ese crío. No está a tu nivel ni de lejos.
Mis dientes rechinan y mi visión se torna borrosa por intervalos.
—¿Y quién será mejor que él? ¡¿Tú?! —exploto, encarándolo—. ¡¿Crees que tú eres el adecuado para mí?!
—¿Todavía lo dudas? Abre los ojos de una maldita vez. ¡Con su sueldo nunca tendrá que ofrecerte!
Esto es indignante.
—¿Y qué? —Suelto una risa seca—. ¿Debe importarme? ¡Ese puto estereotipo me tiene harta! ¿Si los papeles estuvieran invertidos, sí se vería bien? Tú no lo conoces. Lucha entre lo que quiere y lo que debe. ¡Se esfuerza por cumplir sus sueños!
El maldito tiene las agallas de reírse en mi cara. Retomo mi camino. Su presencia no vale mi tiempo.
—No lo estás considerando, ¿o sí? —su tono es burlón—. ¿Qué te dice que está realmente interesado en ti y no en los millones que tienes en los bancos? De ilusa no tienes un pelo, Regina. —Me detengo—. Hermosa, sexy y rica. Es auditor. Ha visto tus estados contables. Es un cazafortunas. ¡Te ve como la lotería del siglo! Necesitas un hombre estable y yo...
—¡¿NECESITO?! —Me giro de golpe, ignorando el mareo—. ¿Desde cuándo un hombre se ha vuelto una necesidad para mí? Lo único que tienes de interesante además del físico, es dinero y poder. ¿Pero sabes qué me fascina? ¡Que todo eso ya lo tengo yo! ¡YO! —Me señalo—. No necesito que alguien haga algo por mí y mucho menos tú. ¡Todos mis méritos los he conseguido sola! —recalco con un gesto de la mano y con la otra me apoyo en la pared.
Siempre he estado sola.
—Y ciertamente has subido mucho en el mundo. —Se detiene frente a mí, evitando que me acerque a la puerta—. Muy bien. Vamos a tranquilizarnos. Ya bebiste demasiado, estás cansada y quedó claro que estás molesta... Has soportado mucho desde el incidente de tu cartera. No quiero que te mortifiques.
Me acaricia los brazos y me recorre el cuello con los labios.
—Emmett... —Cierro los ojos—. Aquí no.
Tengo la mente echa un desastre y su urgencia excesiva me enfría; además, su aliento hiede a tabaco, lo que vuelve mis náuseas más pronunciadas. Estoy demasiado cansada y confusa para lidiar con él.
—Necesitas los brazos de un hombre para animarte. —Me toca con la delicadeza de un buitre—. Relájate. Ahora déjame ser el fuerte para que puedas ser débil siempre que quieras.
—¿Débil? —Aparto el rostro, viendo casi doble.
—Bueno... femenina —corrige sin ganas.
Lo detallo con esfuerzo. Tiene la pupila completamente dilatada y los bordes de sus ojos están muy rojos. «Está drogado». Un recuerdo en específico me pone en alerta.
—Suéltame. Será otro día. —Me zafo de sus brazos.
No llego lejos, me jala y gira de espaldas a él, inmovilizándome. Una violenta punzada de ansiedad me embarga el estómago.
—¡Mash...! —Su otra mano me tapa la boca
Me arrastra hacia una puerta que no vi antes. Me conduce por una especie de pasillo en penumbra que conecta varios balcones. No me rindo. Manoteo y lanzo patadas para conseguir distancia. Puto animal. Forcejeo pero es todo músculo, así que no consigo liberarme.
Me estampa contra una pared haciendo que el golpe en mi cabeza me deje aturdida. La tonelada de su cuerpo me aprisiona y me deja inmóvil. Mi corazón late más rápido y la visión se me nubla. No, no, no, eso no.
Muerdo su mano con saña hasta sentir el sabor de su sangre.
—¡Maldita zorra!
—¡Suéltame, hijo de...!
Me sujeta del cuello y aprieta evitando que siga hablando. Mi piel se eriza. No puedo respirar bien.
—No te resistas. —Lame mi mejilla—. No deseo hacerlo por las malas, quiero que goces mientras te enseño qué significa estar con un hombre de verdad. Elige: placer o dolor —me susurra al oído—. El resultado será el mismo. Te voy a follar. Serás mía. Únicamente mía. Te lo garantizo. Te haré lo que me plazca cuando quiera. Para una furcia como tú, no habrá problema. Sé que tienes experiencia.
Mi cerebro se desconecta y dejo de escucharlo.
«Furcia».
Mi sangre se congela. Tiene que ser una pesadilla. Despertaré en cualquier momento y volveré a la normalidad.
Me expone los senos de un tirón. Lágrimas se acumulan en mis ojos y me obligo a mantenerlas ahí. Muerde mis pezones soltando obscenidades. Han pasado años desde la última vez que me sentí tan asquerosa. Cierro los ojos y aflojo los músculos fingiendo que me gusta.
—¡Ah! —gimo.
—¿Ves que podemos ser civilizados? —Besa mi mandíbula.
Suaviza el agarre en mi cuello, fuerzo una sonrisa y de inmediato me froto contra él. Le demuestro que estoy dispuesta a cooperar. Inclino la cabeza y, conteniendo las náuseas, busco sus labios imaginando que son otros. Su beso es brusco. Toco su lengua y su cuerpo entero pierde tensión. Recupero mi movilidad. Paseo mis manos por su pecho, su torso y acaricio su miembro. Siento cómo crece más bajo el toque de mi mano. Gimo en su boca y con fuerza le clavo mis uñas acrílicas en las bolas.
Maldice y grita de dolor.
Trastabilla, flexionándose, y le lanzo un gancho en su rostro, su nariz sangra y con una patada lo mando al suelo. Veo en rojo. Ignoro sus alaridos y descargo mi ira en patadas contra todo su cuerpo y, con afán, le entierro mi tacón en la entrepierna.
Suelta un grito espeluznante y se dobla sobre sí mismo. La adrenalina se apodera de mi organismo.
—Futtuto stupratore! —Las patadas no cesan—. Sei un degenerato. Malato. Troglodita. Spazzatura. Sei una vergogna per l'umanitá. Questo me lo pagherai qui o all'inferno.
Unas manos pequeñas me toman de los hombros y me aparto bruscamente.
Jadeo buscando aire. Delante de mí tengo a una mujer. Habla con preocupación y no le entiendo. No conecto nada. Reparo en mi entorno. Un grupo de hombres me rodea y sonríen mientras tiran de sus pollas hacia mí. La mujer se acerca y entonces la veo a ella. «Fiorella». Busco su cercanía y me petrifico cuando se burla. Niego con la cabeza y retrocedo.
No es real.
No es real.
—... la saca... de aquí —un hombre gigante intenta tocarme.
—¡NO! —chillo.
Un clic en mi cerebro y se encienden mis neuronas. Sujeto lo que queda de la parte delantera de mi vestido y me alejo corriendo con torpeza en dirección contraria. Tengo que escapar. Conforme avanzo me quito los tacones y continúo sin mirar atrás. No sé a dónde voy. El camino está oscuro y desolado, causando que los gritos de mi nombre y los pasos de más perseguidores se escuchen con eco. Están cerca. El peligro quiere acabar conmigo. Es una pesadilla. Despierta. Despierta. Despierta. Llego a una puerta. Está cerrada. Retrocedo y mi espalda impacta contra algo firme y suave.
Me separo de un salto.
La bilis me sube a la boca y me inclino hacia adelante, vomitando entre convulsiones. Me limpio con el antebrazo. Siento una mano grande en mi espalda y con un movimiento rápido me alejo. Encuentro otra puerta y tampoco puedo abrirla. Comienzo a hiperventilar y una capa de sudor frío desciende por mi piel.
Estoy acorralada.
Cauteloso, otro hombre de mi altura se acerca con lentitud, mostrando las palmas de sus manos.
—...rame, Regina, soy yo. —Apenas entiendo. Los oídos me pitan—. Cálmate... Respira... exha... otra vez... to... aire y... suéltalo despacio.
»Soy yo —repite.
«¿Quién?».
No me muevo. Me clavo las uñas en las palmas para mantenerme cuerda. Aguanto las ganas de venirme abajo. No aquí. Respiro por la boca intentando detener el pálpito desagradable de mi corazón. El hombre acorta la distancia para luego sostener mi cabeza entre sus manos. Mi voluntad no alcanza para quitármelo de encima.
No estoy razonando.
—¿Estás lastimada? ¿Te duele algo? —Su azul angustiado me parece el color más hermoso que existe—. Regina, háblame.
¿Mi nombre siempre ha sonado así de bien?
Mi pecho sube y baja descontrolado. Me tenso cuando se fija en la tela desmadejada de mi vestido que apenas alcanza a cubrir mis senos. Estoy presta a huir para que no me toque ahí, pero en lugar de eso, se quita el saco que trae puesto y me cubre por completo. Me abrazo a mí misma. Huele bien. El frío de mi cuerpo aminora. Los temblores no.
—Los de catering ya notaron que algo ocurre. Debemos irnos antes de que esto se vuelva un show —avisa una mujer.
Un tipo con una fea cicatriz intenta cargarme. Mi pulso vuelve a dispararse.
—¡No me toques! —grito y me suelto—. ¡Aléjense!
—Soy Enrique, madam, su guardaespaldas. Quiero ayudarla —se apresura a decir.
—¡Váyanse! ¡Déjenme sola!
—Sédala —dice otro—. Está en medio de un ataque de pánico.
Me rodean. Son demasiados. Mientras respire, no permitiré que se acerquen. No me rendiré. Lanzo manotazos, patadas, arañazos y mordiscos como una salvaje. De aquí tendrán que sacarme muerta.
No seré de nuevo una cobarde.
Consigo alejarme otra vez y me escondo en un rincón. No hay salida.
Agotada, paso una mano por mi nariz, deslizo mi espalda por una pared hasta tocar el suelo y abrazo mis rodillas, como si así pudiese mantener todas mis piezas juntas. Me balanceo de adelante hacia atrás. No entiendo lo que sucede. Los ojos me pican. No quiero llorar. No frente a ellos. Tengo que controlarme. No soy débil. Soy cazadora, no la presa. Soy...
«Eres una furcia».
Apoyo mi frente en las rodillas. Ya no. Yo cambié. Los malditos recuerdos se incrustan como clavos en mi cerebro y desatan una tormenta que me consume. ¿Por qué no despierto? Respira. Respira. Respira. No olvides respirar. Me urge el consuelo de Jack, Johnnie y Macallan. Anhelo olvidar. Escucho pasos de nuevo.
—¡Están empeorando su estado! —grita esa voz.
—No hay tiempo para delicadezas. Apártese y déjenos hacer nuestro trabajo, joven Roswaltt.
—¡Me encargaré yo!
Unos zapatos Testoni entran en mi campo de visión y me ofrecen una mano. Alzo la cabeza y me pierdo en su azul. Es relajante. Es como el mar y quiero viajar en el Sekhmet. Es como los arándanos que decoran un brownie. Es como el cielo antes de la noche y quiero ver las estrellas. Quiero... Algo en mi pecho quema y ahogo un sollozo. No. No. No. ¡Él no! No quiero que esté aquí. No puede verme así.
—Alonso... —gimoteo.
Me sonríe tenuemente.
—No hay peligro. No te haré daño, reina. —Abre su palma en mi frente—. Estás helada.
Aparto el rostro y lo manoteo para que se aleje. Soy un patético desastre. No quiero que me mire, me doy asco. Soy un asco. Mi aliento apesta. La boca me sabe a mierda. Intento levantarme, trastabillo tropezando con mis propios pies y me sujeta a tiempo para que no ruede por el suelo.
Antes de que pueda reaccionar, me carga y me apoya contra su pecho.
—¡Bájame! —pataleo como loca.
Una parte de mí no quiere que lo haga, aquí se está muy calentito; sin embargo, la otra me insta a retorcerme para sobrevivir. Nadie es de fiar. Sigo luchando y me aprieta más contra sí. De pronto, siento un pinchazo en mi brazo. Los temblores me sacuden violentamente y el ardor en mis pulmones amenaza con asfixiarme.
—Pa-para. No quiero... otra vez... no —suplico.
La cabeza me duele más a cada segundo. Mis párpados pesan. Tengo miedo de cerrarlos y quedar otra vez a merced de ellos. Temo cerrarlos y no volver a abrirlos nunca. Me asusta cerrarlos y no seguir viendo su azul. Su rostro se torna borroso como al final de un túnel. ¡Esto es su maldita culpa! Me dejó sola... Siempre me quedo sola... Quiero alzar mis manos para estrangularlo, pero no tengo fuerzas. La umbra me está engullendo...
He perdido el control.
Mi cuerpo no puede seguir tolerando la presión y sucumbo.
Tranquilidad total.
Oscuridad.
______________________________
[1] ¡Maldito violador de mierda! . Eres un degenerado. Enfermo. Troglodita. Basura. Eres una vergüenza para la humanidad. ¡Esta me la pagas aquí o en el infierno, maldita escoria.
Quiero leer sus opiniones.
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