4. ¿Músico o auditor?

4. ¿Músico o auditor?


ALONSO.

Escucho los latidos de mi propio corazón, mis manos sudan y mi mente vuela. Me acerco a un mostrador de piedra y me saluda la chica menuda que vi en la primera reunión. Lleva blazer y falda en color blanco de aspecto costoso con detalles dorados. Su cabello negro cae en ondas sobre su espalda, siendo adornado por un enorme lazo dorado. Dos mechones enmarcan sus facciones aniñadas. Es joven. Quizá de mi edad o menor que yo. Si no fuera por su mirada impertérrita, diría que se ve adorable.

Aprieto las correas de mi mochila.

—Vengo a ver a madam Azzarelli —indico, serio, confiado.

Que mi cabello despeinado no los engañe. Soy un auditor. Un ejecutivo. Un hombre de negocios. Cuadro más los hombros.

—Eres Alonso Roswaltt. —Su mirada cae en mi identificación, en la suya leo que se llama Camila—. Pasa, te está esperando.

Le dedico un asentimiento y me repito mentalmente que no soy ningún pelele. Tomo una bocanada de aire y abro.

Regina está sentada en el borde su escritorio hablando en italiano por un auricular mientras mira su laptop. Un escalofrío me recorre escuchando su oscuro acento. Apoya una mano en la madera negra, su cuerpo está ligeramente inclinado hacia atrás y, sus piernas, cruzadas en un ángulo de 90º a nivel de la rodilla. Me da taquicardia ver su falda subida hasta los muslos, permitiendo apreciar de mejor forma unas largas y hermosas piernas ocultas por medias de...

Trago saliva sonoramente.

Regina chasquea los dedos.

Me congelo sintiéndome pillado fantaseando con esos tacones sobre mis hombros, mas ella ni me ve por leer algo en su laptop. Sin dejar de hablar, hace ademán para que tome asiento en una mesa rectangular para seis personas. Hay un bol con manzanas, una jarra con agua, servilletas y una bandeja con yogurt y granola en el otro extremo.

¿Almorzará conmigo?

Acomodo mi trasero en una silla lateral y saco el sobre con el informe. Tiro del cuello de mi camisa y hago movimientos circulares con mi cabeza, buscando relajarme.

Es inútil.

Miro a la vampiresa de reojo.

«No veas esas piernas. Son cosa de satanás».

Sacudo la cabeza y observo la oficina. Tiene tres zonas de estar, sofás de cuero negro, hay una pared con un estante repleto de botellas, libros y premios ecuestres. Otra con una pantalla gigante que muestra el logotipo de Azzagor Enterprises. Por último, la pared que a la izquierda, está cubierta por impresionantes cortinas gris mate.

Definitivamente, es la oficina de una vampiresa. En la decoración predomina el dorado, grises, rojo oscuro y, supongo, su favorito, el negro. Todo se ve elegante pero también triste. Muy oscuro.

Giro mi torso analizando el perímetro.

Hay cuadros de viñedos, paisajes alpinos vestidos con atardeceres o estrellas reflejadas... y pinturas y fotos suyas. Muchas fotos suyas. La que yace sobre su escritorio negro es la que más despierta mi curiosidad. Ella vestida con ropa de equitación, abrazando a un enorme caballo igualito al de Mérida. Además, añado que la pared también tiene enmarcadas portadas de revistas y posters promocionales en donde aparece.

Mmm. Mi conclusión es que, o ejercía antes de reina de belleza, o es reina de los narcisistas.

Regina termina la llamada y se acerca.

Espero a que diga algo pero no lo hace y yo menos me atrevo a hablar. Mi concentración raya en no quedar como pervertido por su generoso escote. A cualquiera lo pone a dudar si está usando sujetador o no. Regina me observa por unos segundos, sin recato. Por su gesto, hoy tampoco le gusta mi ropa. Sus ojos... se ven diferentes. Creo. El tono verde es más oscuro y deja la frialdad inexpresiva para mirarme con ¿humor? Dudo que haya algo divertido en esta situación. En vez de sentarse en un extremo como cabecilla, lo hace en la silla frente a mí. Extiende la mano en mi dirección y le entrego el sobre.

—¿Aquí incluyes el estado de ASysture? —pregunta seria.

—Están todas las empresas que supervisó mi equipo.

—Sólo me interesa ASysture. —Me devuelve los documentos.

Qué extraño. Creí que su urgencia recaía en las empresas que asignaron al equipo A. Entrego lo que pide, les echa un vistazo y me distraigo con la canción que inicia.

—Nessun Dorma... y canta Andrea Bocelli —reconozco.

Regina enarca una ceja. No sé si es porque no esperaba que notara la música o porque dije algo fuera de sintonía con la situación.

—Tienes buen oído —musita—. ¿Entiendes el italiano?

—Sólo hablo inglés y domino el español —respondo tratando de sonar relajado aunque mi espalda suda—. Pero conozco el clásico y al maestro Andrea Bocelli.

—¿Y te gusta la opera? —apremia.

—Pues... —Rasco mi nuca—. La verdad es que me amo la música en general. Toco el saxofón en una banda pequeña. Nada profesional, pero disfrutamos tocar en vivo. A veces participamos en eventos —confieso sin pensar y me arrepiento. Me siento expuesto.

La gente reacciona mal cuando se enteran que soy músico don nadie; sin embargo, los ojos de Regina se cargan de curiosidad y se inclina un poco hacia mí con interés. ¿O es mi imaginación? Asiente y coloca los documentos a un lado y procede a tomar su bandeja con yogurt. Me pregunto qué está pensando o si solo espera a que me quede callado para poder comer tranquila.

—¿Qué instrumentos tocas? —inquiere antes de tomar bocado.

Parpadeo. ¿Madam Azzarelli quiere saber sobre mi música?

Wow, wow, wow.

—Toco piano, saxofón y me defiendo con la guitarra.

—Fascinante —halaga en voz baja—. Pienso que el saxofón es un instrumento que refleja al músico. El control del aire determina el timbre. Si no controlas bien tu diafragma, el sonido puede ser demasiado chillón o débil. No puedes esconderte detrás. Todo lo que eres, lo que sientes, lo transmites directamente en cada nota. Es crudo, es íntimo.

Me quedo mirándola, desconcertado.

—¿Usted toca saxofón?

Regina niega.

—Ningún instrumento, pero aprecio la música. Es admirable. Los músicos más diestros te envuelven, son muy seductores. —Enarca una ceja, divertida—. ¿Me almorzarás con la mirada o trajiste comida real?

JODER.

Siento mi cara caliente.

—Sólo... —me ahogo con mi propia saliva—. Me impresionó su comentario y-y también pensaba en que no se llenará si come muy poco.

Se me queda mirando impasible y sudo más. Lleva la cuchara con yogurt a su boca, despacio, sensual... y relame el resto de sus labios rojos. El corazón se me va a salir y me obligo a mirarla directo a los ojos.

—Esta figura fabulosa no se mantiene por arte de magia —susurra. Toma una manzana, la muerde y me ofrece otra—. ¿Quieres?

Intercalo mi vista entre ella y el fruto prohibido. Siento miedo, pero como no soy cobarde, acepto.

—Gracias —balbuceo

Este es el almuerzo más incómodo de mi vida.

Saco un tupper de mi mochila con torpeza y un termo con jugo de naranja. Calenté antes de subir y el olor se expande apenas destapo. Regina ladea la cabeza reparando en mis macarrones con queso, pollo y ensalada.

—¿Es pastel de chocolate? —su tono curioso.

—Brownie. —Me enderezo—. Lo preparé yo.

Alza las cejas.

—¿Tú?

—Claro. Cocino, limpio, lavo, plancho, trabajo aquí, cuido de Otto y mis sobrinos... —Enumero con los dedos. ¿Por qué me da la sensación de que me estoy promocionando?—. Hago todo por mi cuenta... ¿Quiere probar?

Frunce el ceño.

—¿Cuántas calorías tiene?

—No... no tengo idea.

Bufa, mirándome de una forma extraña.

—Menuda nutrición.

Contrario a lo que creo, tiende la bandeja para que deposite una parte del brownie. Fija su vista en mí mientras lo prueba y su expresión cambia completamente a una de fascinación.

Me quedo lerdo.

Ya, en serio. ¿Esta mujer es real o a mí me falta ver mundo?

—Vaya... —suena incrédula—. Exquisito.

Entreabro mis labios.

A Regina Azzarelli le gustó mi brownie.

—Puedo traerle más si gusta —suelto sin pensar—. No creo que le haga daño comer uno o dos a la semana.

Alza las cejas.

—¿Lo prepararás especial para mí?

Asiento rápido.

—Sí. Idéntico a ese o mejor con alguna crema. ¿Qué le gusta? Puedo traerle variedad para que deguste y escoja.

—Gran tentación. —Muerde la manzana—. Apoyo tu idea si te responsabilizas lidiando con las consecuencias, querido. Un brownie de ese tamaño debe tener aproximadamente unas ciento treinta calorías. Necesitaré tu ayuda en sesiones de cardio.

Frunzo el ceño. Cualquiera puede deducir que alguien como ella tiene entrenador profesional o gimnasio privado en casa.

—¿A qué se refiere con cardio?

La comisura de su labio se expande apenas en un ápice de sonrisa.

—Averígüelo, signor Roswaltt.—Bebe del agua—. Cuénteme más sobre su banda. Me tiene intrigada.

Siento un escalofrío en mi columna vertebral y lucho por disimular que no me afecta su interés. Le muestro algunos videos y grabaciones, me escucha atenta incluso cuando acabamos de comer; pero su asistente entra y le susurra algo en el oído. Regina regresa a su postura indómita y toma los documentos que traje cuando nos quedamos solos.

—A partir de hoy, te encargarás de entregarme y explicar los informes secundarios. Me rendirás cuenta de los frutos que dé tu equipo. Marcus me notificó que eres nuevo en comisiones de campo. De todo tu equipo, eres quien necesita más experiencia, y conmigo obtendrás la mejor. Aprovecha la oportunidad. —Sonríe de medio lado, egocéntrica—. Archer me habló de ti. Comentó que supiste apuntar las carencias de un producto con objetividad, pensando en el futuro consumidor. —Asombrado, abro la boca. Ella niega—. No hay nada más que discutir. Está decidido.

Se levanta y va hacia su imponente silla ejecutiva para firmar los documentos en su escritorio. Mi mente se queda en blanco. ¿Ahora seré su pupilo o algo parecido? Recojo mis cosas, me entrega los papeles y presiona un botón en el teléfono fijo.

—Comunícame con Wallace —ordena, y su atención recae en la laptop. Me entero que soy invisible.

—Eh, madam, si no necesita nada más...

Señala la puerta sin mirarme. ¿De acuerdo? Esta mujer jodidamente voluble. Antes de llegar al umbral, la escucho decir:

—Otra cosa, Roswaltt. —Me vuelvo. Ahora tiene su espalda por completo recostada en el respaldo de la silla, denotando una postura de poder—. En este edificio está prohibido el flirteo y las relaciones entre los empleados. Una llamada y os mando a Morris y a ti de vuelta a la oficina central de Searchix.

—Perdone, está malinter...

—No quiero saber. Tómalo como advertencia a futuro. —Gira su silla, quedando de perfil y vuelve a colocarse el auricular—. No olvides traer el brownie junto con el informe. Es todo.

...

—Otra vez —dice Gary en cuanto la última nota del piano suena.

—Ya hemos repetido la canción más de mil veces —se queja Harper antes de beber su agua rosada.

—Y lo haremos otras mil hasta que las notas se acoplen bien.

—Adiós al maratón en Netflix. —Harper suspira.

—Lo verías si alguien no hubiera llegado tarde —dice Austin con tono desdeñoso, mirándome.

—Ya me disculpé —le recuerdo por tercera vez.

—Una disculpa no arregla nada. —Encoge los hombros—. Esto debe salir perfecto.

—Saldrá perfecto.

—Todo cambió por adaptarnos a tu horario, señor corporativo. —Se levanta y viene hacia mí.

Alzo mi mentón, retándolo.

—¿Quieren concentrarse? —interviene Gary. Da unas palmadas en el aire entre nosotros, y volvemos a nuestros lugares.

Gary canta con aires de Bublé y también toca el bajo y la guitarra, Harper el contrabajo, Austin el piano, y yo el saxofón. Gary y yo nos conocimos en la orquesta de la universidad. Su primo es dueño de este bar. Estudió idiomas y a veces ejerce de traductor en una empresa. Harper y Austin se unieron a nosotros cuando coincidimos en un evento de cultura.

Nosotros no esperamos vivir de la música. Todo aquel que nos ha escuchado elogia nuestro talento. ¿Por qué no hemos tenido mayor éxito? Pues ninguno puede dedicarle el tiempo que realmente merece la música. La pasión es pasión hasta que el estómago ruge. Además, sin que ningún contrato se concrete, todo puede pasar. "Ya los llamaremos" es la frase que hemos escuchado millones de veces, para luego enterarnos que le dieron la presentación a un grupo que conoce a un amigo, que tiene un tío, que tiene un vecino, que tiene un hermano que trabaja en la organización del evento.

En esta industria todo se basa en los contactos, por eso nos centramos en lo que verdaderamente lleva la comida a la mesa.

La canción termina y, después de darle unas instrucciones a Harper sobre el cierre, Gary me pregunta:

—¿Tienes algo nuevo?

Alcanzo mi mochila para buscar la libreta de notas.

—Completo a lo que se dice completo, no.

—Déjame ver —pide genuinamente interesado.

Muestro el borrador. Lo mira con detenimiento y alza las cejas.

—Quiero escuchar ésta. Arranca en el estribillo.

Comienzo a tocar y veo cómo le pasa la partitura a Harper, después de leerla, me pide que repita y ella se une mientras Gary nos escucha. Me sugiere unos cambios y la canción toma mejor matiz. Los ensayos son mi momento favorito de la semana, teniendo en cuenta que todos estos días estuve viendo más números y papel que rostros humanos.

Puedo desconectar.

—Es increíble. Si el último tema que compusiste estuvo explosivo, este será un éxito —elogia Harper repasando la partitura.

La risita de Austin provoca que mis hombros salten.

—Alguien tendrá que escucharlo para que lo sea. Los clientes del bar no cuentan —comenta desde su taburete en el piano.

—Quiero ampliar el repertorio de canciones —anuncia Gary.

—¿En las contrataciones? —Austin se congela.

—Así es.

—Sabes desde hace tiempo que también escribo canciones. —Austin salta de su asiento para plantarse delante de Gary.

—Usaremos la canción de Alonso. —Harper agita la partitura y luego me la entrega.

—Si es que algún día la termina. —Austin me mira de reojo.

—La terminaré —aseguro viendo a Gary e ignorando lo gestos de insatisfacción de Austin.

—Habrá oportunidad para todos. Necesitamos empezar a presentar algo nuestro. No olviden que somos un equipo.

Cuando salgo del ensayo, camino hasta un pequeño supermercado no muy lejos. Está abarrotado de gente. Recorro los pasillos pensando en que Gary tiene razón. Si queremos causar impacto, debemos dejar de versionar a otros artistas. Me rasco la cabeza, eso indica que necesito terminar mis canciones y justamente inspiración es lo que no tengo.

Reviso un tomate, olisqueo un pimiento y voy agregando al carrito. A diferencia de Nathaniel que sólo compra comida o paquetes precocinados, yo prefiero cocinar algo de verdad. Tomo el doble de la cantidad de cacao en polvo que suelo comprar, lo mismo malvaviscos y demás ingredientes para los brownies. Aún no proceso que los preparé para Regina Azzarelli.

La fila para pagar es enorme y... Frunzo el ceño, sorprendido viendo a la hermosa cajera de ojos azul grisáceo y cabello castaño claro, casi rubio atado en una coleta bajo la gorra del uniforme.

—No creí que te vería a esta hora. —Pongo los productos en la cinta.

Sus ojos se abren mucho al notarme.

—Me ofrecieron el turno de una chica que enfermó. No puedo desaprovechar —explica con falsa serenidad.

A mí no me engaña. Siempre ha tenido un pequeño temblor en el ojo izquierdo cuando está nerviosa. Se gira para marca el precio sin apartar la vista de la caja en ningún momento. Suspiro profundo.

—¿Con quién dejaste a los niños?

—Una amiga me está haciendo el favor. —Se encoge de hombros.

—¿La misma de la última vez?

—Ella no aceptaría ni bajo amenaza de muerte. —Ríe suave.

No me sorprende después de que Sophia la bañara en harina.

—¿Por qué no me llamaste? —insisto en obtener una respuesta, de lo contrario, no podré dormir tranquilo sabiendo que algo no va bien.

—Hoy tenías ensayo.

—Y los pude llevar conmigo —mi tono serio.

—Acabas de iniciar un nuevo trabajo, Alonso. —Coloca un mechón de cabello tras su oreja. Oh, no. Ese tonito evasivo no.

—Natasha, mírame.

—¿Qué? —masculla, brusca.

Detallo sus ojos y veo su temor, su ansiedad.

—¿Te subieron el alquiler? —musito.

—No. —Me rehúye la mirada—. Son quince con noventa.

—Dime de qué se trata —pido suave y le entrego efectivo.

—Tú hacías jornadas dobles en el bar, ¿desde cuándo yo no puedo?

—Mi sentido arácnido no falla —le recuerdo, sonriendo.

Suspira y me encara cuando termina de guardar el dinero en la caja.

—Duplicaron el alquiler. En dos semanas corre el nuevo precio.

Dejo escapar aire. Adiós piano.

—¿Nathaniel sabe?

—Nadie sabe y quiero que se mantenga así —su tono tajante—. No quiero problemas con papá. No tiene por qué enterarse.

—De acuerdo. —Levanto mis manos, rendido—. Pero Nathaniel se enojará por tu silencio. Puede ayudar mientras no me pagan en Searchix.

Mi hermana niega con la cabeza haciendo un gesto de exasperación. Aunque le aborrezca admitirlo, es igual de terca que mi padre.

—Luther vino temprano y me pidió que te lo entregara. —Recibo un papel con un número de teléfono—. Le robaron ayer el móvil. Compró unas cosas, sólo me preguntó por ti. —Voltea hacia un lado—. Mira, hablaremos luego, viene mi jefe.

Veo varias personas de malhumor esperando su turno para pagar.

—Salúdame a los niños. —Tomo las bolsas y beso su frente.

—Seguro. —Sonríe tenue sin que se refleje en sus ojos.

Salgo del supermercado diciéndome a mí mismo que debo esforzarme más. Si no vuelvo a servir café y dejo de revisar papeleo, porque me toman en cuenta como un verdadero auditor... Me quedo viendo los coches pasar sin enfocar nada en específico. Me siento contrariado. Pienso en la propuesta de Gary sobre mis canciones. De dar el paso como músico, tendría que abandonar Searchix corriendo el riesgo del fracaso y la verdad es que quiero ayudar a mi familia.

Mi hermana siempre estuvo para mí cuando la necesité; además, mis sobrinos merecen lo mejor y yo quiero dárselos. Son mellizos, como Natasha junto a Nathaniel y mi abuelo Daxton. El nacimiento doble está en la sangre Simard. Mis pequeños tienen siete años y no tienen la culpa de crecer sin un padre. Me estremezco por el aire helado y ajusto mi chaqueta retomando mi camino al metro. Un caso por desfalco puede durar meses, tengo ese tiempo para tomar la decisión.

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Saludos a todos. 

¿Cómo les está pareciendo la historia?

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