39. La noche más fría.
39. La noche más fría.
ALONSO
Ato una toalla en mi cintura y salgo de la ducha. Me detengo unos segundos mirando mi reflejo... busco mi móvil, bajo la toalla de modo que se vea mejor la V en mi pelvis y me tomo una foto frente al espejo. Abro Whatsapp y, respondiendo a la foto que me envió Regina hace unas horas, envío la mía sin texto.
Cuando abrí el mensaje casi se me cae el móvil. Es ella recién salida de la ducha. Su cabello apenas le cubre los senos. «¿Te gustaría secarme las gotas con tu lengua?», escribió.
El corazón se me acelera esperando su respuesta. Es la primera vez que envío nudes. Miro ansioso el traje extendido en mi cama. Por fin es viernes. En la torre habilitaron la salida más temprano para que los empleados puedan prepararse.
Hoy Azzagor Enterprises está de fiesta.
Los días pasaron súper lentos entre papeleo aburrido y algunas reuniones, más que dar con el culpable, nos hemos enfocado en reparar los daños en la cartera de nuestra clienta. La marea ha estado baja en la oficina. En mis ratos libres, dado que a Niko le quitaron los puntos de sutura, me la pasé con él y Sofi viendo maratones de películas y jugando Mortal Kombat. Entre tanto, no he podido reunirme con mi banda y eso tiene de malas pulgas a Gary. Espero mañana poder asistir.
Mi teléfono suena por un mensaje.
Regina: Las ganas que tengo de arrancarte la toalla.
Esbozo una sonrisa.
Con esfuerzo pongo mi móvil a cargar. Debo vestirme. Las eventos de los estirados siempre están repletos se sonrisas falsas, palabras vacías y conversaciones superficiales. Dudo que esta sea diferente. No me gustan. Pudiese quedarme aquí jugando con Otto, ensayando o visitar a mis sobrinos; pero, dejando de lado que tocaré en la apertura, más puede mi deseo de volver a verla para que haga acto de presencia.
Regina ha estado actuando muy raro. Los besos que me ha robado cada que nos veíamos por reuniones o casualidad fueron... diferentes. Aunque tampoco es que hayamos coincidido mucho o conversado, pero... no sé. No hemos sacado a flote el tema del sujeto. No he tenido la oportunidad de hacerle más preguntas. Sigo sin respuestas concisas.
Hago el nudo del corbatín y tiro de las mangas del saco.
«Me veo bien».
Me pongo el abrigo, me calzo el estuche de mi saxofón, cojo mis llaves, me despido de Otto acariciando su cabeza y bajo por las escaleras. El elevador se averió hace dos días. Una corriente de aire me hace castañar los dientes apenas pongo un pie en el exterior. Rivers sale de un Bentley de color granate. Nos saludamos con un apretón. Inspira menos miedo que el dinosaurio.
La calefacción del coche me reconforta bastante. Me sudan las manos y no dejo de tirar del cuello de mi camisa. Estoy nervioso. Me distraigo viendo el trayecto por la ventana. Sin duda, de lo que va del otoño, esta es la noche más fría. Extraño. De pronto tengo un mal presentimiento.
—Regina me pidió que te entregara esto. Lo necesitarás —Rivers habla, sacándome de mis conjeturas.
Me tiende una bolsa roja. La miro con curiosidad antes de abrirla.
—Nadie me dijo que era una fiesta de másca... —me quedo mudo al detallar bien el delicado objeto.
No... puedo... creerlo.
Esto es... Lo levanto entre mis manos. A simple vista lo que me pareció un antifaz negro, resulta ser eso. Un antifaz pero no uno cualquiera. Es la versión en antifaz de la máscara de Batman.
También hay una nota.
¿Juego de roles?
Selina Kyle. 💋
Mi mandíbula cae.
Una emoción inefable me recorre el cuerpo entero. Muy, muy irónico dado que Selina es la identidad de una villana y Bruce del justiciero.
Esto va a ser divertido.
Rivers reduce la velocidad y le dan prioridad ante la fila de coches lujosos que van llegando a una edificación de fachada renacentista. Un empleado abre la puerta, me despido de Rivers y entro en el edificio.
—¿Alonso Roswaltt? —me pregunta otro empleado.
—Sí.
—Por aquí, señor.
Me siento incómodo con tanta atención.
Me guía por pasillos con una enorme alfombra roja y cuadros antiguos en las paredes. Me recalca el uso del antifaz. Me lo pongo viendo que todos llevan uno. Me siento irreconocible como Clark Kent.
Atravesamos unas puertas de cristal y me indica en dónde debo esperar para la apertura. Reparo mi entorno y dejo escapar un silbido por la opulencia y ostentosidad que se despliega ante mí. Techos abovedados de color negro con miles de lucecitas esparcidas, a modo de simular un magnífico cielo estrellado.
La decoración en general es de estilo victoriano sin perder la esencia de la actualidad. Las pantallas gigantes son la insignia de ASysture. Por aquí y por allá veo colores oscuros que declaran una auténtica demostración de riqueza y poder.
Aprovecho mi posición elevada en lo alto de la tarima y escaneo las mesas. La misión es difícil por la poca iluminación. Error. No localizo a la reina. Minutos después, el maestro de ceremonias sale y da la bienvenida a los invitados.
«Ojalá estuvieras aquí, abuelo».
—... Ahora, es un placer anunciar al señor Alonso Roswaltt, un joven músico que nos deleitará con una pieza clásica en solo de saxofón. Un fuerte aplauso, por favor —anuncia.
Salgo y espero a que los aplausos disminuyan. Levanto la mirada y no la veo. Tomo aire.
»Con ustedes, Imagine de Jonh Lennon.
Uno... dos... tres...
Cierro los ojos, acaricio las llaves y comienzo a soplar. Domino perfectamente mi respiración. La canción me eriza la piel y la siento en cada poro. No sé cuál es la razón para haberla escogido; sin embargo, inspiradora, sentimental y utópica como es, me envuelve y aleja del exterior. Solo somos mi instrumento, la música y yo.
Exhalo. La detonación de los aplausos es inminente. Hago una ligera reverencia y me retiro. Un chico de catering se queda con mi saxo, bajo de la tarima y me encuentro con varios de mis compañeros. Me miran impresionados y me reclaman por qué no les dije que era músico. Curtis, Mark y Astrid me felicitan muy animados. No muy lejos veo a Brad saludándome con un gesto. Pienso por un segundo en Susan y aparto la idea de inmediato.
Las traiciones me hierven la sangre.
El maestro de ceremonias se deshace en halagos en un discurso en el que sitúa a la Torre Azzarelli en la vanguardia corporativa. Habla sobre reconocimiento internacional, los éxitos de Kraptio y otras empresas que residen en el edificio. El lugar estalla nuevamente en aplausos justo en el momento en que mi corazón se desboca.
Efectos de fuego azul rodean el escenario. Las llamas se alzan mientras que detrás del podio dos figuras hacen acto de presencia. Ambos usan antifaz. Uno lo reconozco como Sherman Blossom, CEO y... la sexy dueña y presidenta de Azzagor Enterprises.
Deslumbrantemente preciosa.
No, preciosa no, sino lo siguiente.
Blossom dice unas palabras pero no me entero de nada. Mi atención recae en la mujer a su lado.
Su vestido rojo que, a pesar de ser diferente, le acentúa el cuerpo al más puro estilo de la sensual Jessica Rabitt. Sus senos se agolpan en el escote V que llega a la mitad de su torso, perfectos, insinuantes pero nunca vulgares. Lleva una capa que cae sobre el piso y le da más aires de realeza. Al tener el cabello recogido en un moño, pienso en lo mucho que me gustaría recorrer su cuello con besos. Y, lo mejor en mi opinión, es su antifaz. Uno negro de apariencia felina con orejitas.
Sonrío sintiendo mi pantalón encogerse.
Vuelven a escucharse aplausos, Regina da un paso al frente para recibir el micrófono. Sonríe segura de sí misma y empieza su discurso. Está en su elemento. Luce relajada, incluso divertida. Domina el ambiente mil veces superior a cualquiera, todos estamos atentos. La escucho hablar y es sentir una cálida sensación.
Mi pecho se hincha de orgullo.
—... disfruten de la velada —eleva su copa en dirección al público. Los aplausos y vítores son ensordecedores.
De un momento a otro, me libero de la hipnosis como si me echaran un balde de agua fría. Emmett O'Conner se acerca al escenario y la ayuda a bajar, le ofrece su brazo y ella lo acepta. No se nota desnivel entre ellos.
Los veo detenerse en diferentes grupos. Quiero ir a saludar. Tocarla o un beso en la mejilla quizá. Unos camareros comienzan a pasar copas de diferentes licores caros y bocadillos. Me recuerdo que no debo beber más de la cuenta, así que me limito a tomar agua.
Me reúno con algunos de mis compañeros en la zona bufet. Luther también estaba invitado pero, como el ermitaño que es, se quedó encuevado. Intento prestarle atención al espectáculo en el escenario, escucho las conversaciones y respondo con monosílabos. No le quito la vista de encima a Regina. Ver cómo el tipo desliza las manos por su cuerpo curvilíneo hace que se me forme un nudo en el estómago. Dejo de comer. A ella no parece molestarle... ¡Ja! ¿Por qué iba molestarle que la vean con un banquero?
Un reputado banquero.
Se incorpora a un grupo de unas veinte personas. Todos con pinta de tener éxito en la vida... como ella. Y yo... aquí, sintiéndome miserablemente minúsculo. «¡Basta de negatividad!» Naciste solo. Busco a Curtis y una mujer regordeta me detiene en medio del tumulto de gente y me incorpora a un grupo. Los comentarios positivos por la pieza se vuelven el tema principal. Me tratan como si fuera un artista famoso. La impresión me deja mudo por unos segundos pero me recompongo de inmediato.
—¿No te acuerdas de mí? —Miro con duda a la mujer que me llamó y me da la mano—. Mucho gusto, Charlotte Keegan. Él es mi esposo. Bernand —el tipo canoso asiente con la cabeza y continúa hablando con otros. Ella luce más joven—. Nos vimos en el partido de polo organizado para mi fundación benéfica. Fuiste con Regina.
—Ah, el partido en dónde toqué el piano.
—Y de una manera única —sonríe—. Mi secretaria intentó contactarte por tu número de teléfono durante la semana pero le fue imposible.
—Cambié de número.
—Con razón. Por un momento llegué a creer que me lo dieron erróneo —de su bolso estilo sobre saca una tarjeta—. Quiero que asistas al cumpleaños de mi hermana como saxofonista invitado. Piénsalo. Llámame el lunes y coordinaremos.
Entreabro la boca, leyendo su tarjeta de contacto personal.
—Cuenten con eso.
Todo aquel que pasa por su lado se detiene para saludar. Entre los que llegan, una mujer en específico llama mi atención por su efusividad. Es una pelirroja espectacular enfundada en un vestido azul brillante. Su sonrisa se ensancha cuando me mira.
—¡Pero si es Alonso Roswaltt! —me da un sonoro beso en la mejilla.
—Disculpe, ¿nos conocemos?
—Ups, cierto, Lorena Specter —dice y caigo en cuenta—. He visto en internet algunos videos tuyos tocando el piano y el saxofón —comenta. La miro sin comprender. ¿Ahora resulta que soy una celebridad?—. El partido de polo Keegan y el aniversario de un restaurante —aclara, saludando a Charlotte.
—No sabía que alguien me había grabado —rasco mi barbilla.
Charlotte me muestra en su teléfono los vídeos. ¡Son virales! ¿Cómo no me di cuenta? En los enfoques con el piano casi no se nota que soy yo, pero, en el restaurante tocando el saxofón, mi rostro se ve perfectamente. ¿Será por eso que Gary y Austin han estado tan apáticos conmigo? No enfocaron al resto de la banda.
—¿Quién los subió? —pregunto, descolocado.
—Quizá una admiradora secreta —cuchichea Lorena.
—Estos de aquí son anónimos. Los otros son oficiales de los camarógrafos que contraté —explica Charlotte.
Se nos une más gente buscando hablar con ella. La conversación gira en torno a diferentes eventos de sociedad y los espectáculos de entretenimiento. Lorena en todo momento me mantiene a su par. Me siento un poco más cómodo. Me trata con mayor familiaridad y no como si fuera una curiosa novedad.
Siento unas palmadas en mi espalda. Me giro.
—¡Muchacho! Estuviste excelente.
—Gracias, señor Cowan —le doy un fuerte apretón de mano.
—Nada de señor. Me haces sentir muy viejo —asiento—. Lorena.
—Julius. Tanto tiempo...
El gesto de la pelirroja se endurece. Mira al abogado con recelo y, mientras él saluda al resto, ella me aparta del grupo.
—Ese hombre y el otro... ¿cómo se llama?... —chasquea los dedos varias veces, recordando—. Ay, ese mismo. Los dos son... ¡argh! No los soporto.
—¿Te refieres a Roche Dagger?
—¡Sí! Espera, ¿no anda por ahí? —baja la voz y mira hacia los lados—. A él lo detesto más. Por su culpa Regina empeoró su workaholismo —menea la cabeza—. El trabajo la absorbe en exceso. No me gusta cómo se está consumiendo. Se lo he repetido miles de veces, a este paso le saldrán arrugas temprano —resopla—. Ya la veré chillando.
—Ustedes son buenas amigas —apunto, no quiero hablar de trabajo.
Sonríe con calidez maternal.
—Amigas. Hermanas. Enemigas cuando le pega la luna. Esposas cuando nos da por joder... Oh, sí. Esa perra frígida me ama aunque no lo admita —voltea hacia la izquierda y se echa a reír—. Que no te engañe. Su cara de culo expresa sus sentimientos —respingo cuando siento su mano en mi brazo—.Tranquilo, me gustan mayores.
Me acaricia de abajo arriba y se acerca a mi oído.
—Ríete y mira hacia tu derecha con disimulo —susurra.
Sin entender nada, me giro de una sola vez y me tenso en cuanto me encuentro con un par de ojos felinos. Aunque ella le esté sonriendo a quienes hablan, su amarillo verdoso destella ¿enfado? Es difícil saberlo a simple vista por el antifaz; sin embargo, desde aquí traduzco su deseo de querer estampar mi cara contra una pared. Le molesta verme hablando con esta mujer.
Lorena frunce el ceño y tira de mí fuera del radar de la reina.
—¿Bailamos? No vine aquí a ejercer de estatua —extiende su mano, mirándome como si fuese un experimento.
Acepto y me conduce hacia el centro del salón, saludando a todo aquel que se encuentra en el camino.
—Un paso más, Lorena Marie, y no respondo.
«Mierda».
Regina se planta frente a nosotros con la gracia de una pantera a punto de atrapar, desgarrar y matar a su presa. No me sorprendería que la joya felina en su cuello ejerza influencia. Mira la mano de la pelirroja en mi brazo y sus ojos se oscurecen más. Ladeo la cabeza. No tiene la capa puesta y ahora puedo analizar mucho... muchísimo mejor su vestido. ¿Cómo rayos se quita?
Espero correr con la suerte de arrancárselo esta noche.
—Regina Helena —Lorena sonríe, altanera—. Si bailo con este chico guapo o no, no es asunto tuyo.
—Lo es —gruñe.
—¿Por qué? —inquiere Lorena.
No hay respuesta.
» Francesco preguntó por ti. Búscalo y baila con él. Alonso está libre, ¿o acaso tienes novia? —me mira.
Regina me fulmina con la mirada y opto por sonreírle.
—No. Soy un soltero libre —miro a la pelirroja—. ¿Vamos?
Nos adentramos en la pista. El suelo es de paneles led que cambian de color según la música. Termina un movido clásico de los ochenta. Sujeto la cintura de Lorena superficialmente, tomo su mano y ella posa la otra en mi hombro. Nos movemos acompasados en lo que inicia un foxtrot
—Te va a matar —se desparte de la risa.
—No tiene por qué —musito, pensativo.
—Cierto. Es raro —también se queda pensando—. Sin embargo, igual no te salvas. No le gusta que la rechacen.
—No le tengo miedo.
—Uhm. ¿Quieres calmarla? Fóllala después de sus explosiones —aconseja mientras giramos—. Ella funciona así. Necesita drenar energía o terminará con una ulcera estomacal, infarto o aneurisma. Es cuestión de salud. Hazlo y la tendrás mansa en cuestión de dos orgasmos.
Suspiro sonoramente.
—Ese carácter volátil es lo que más me gusta —admito con una sonrisa.
—Y cuando lo canaliza... —sube y baja las cejas.
Ambos nos reímos.
Terminamos de bailar y comienza otra canción de un género más rápido. Menudas combinaciones.
—Mi turno.
Un tipo musculoso con barba candado coloca sus manos en la cintura de la pelirroja. Nos sonríe a ambos, para él no soy una amenaza.
—¡Mon amour! —Lorena se le tira encima—. Lo siento, encanto, ya llegó mi hombre —me lanza un beso y se pierden entre las parejas que bailan animadamente.
Niego sin dejar de sonreír. Me retiro de la pista y tomo un cóctel de la bandeja de un camarero. Escaneo y no encuentro a la reina. Saco mi móvil y busco los videos. Aún no me lo creo. Se los envío a mis hermanos y me percato que una rubia muy bonita se me acerca dándome un repaso. Wow. Este traje es un imán. Melena suelta, cintura estrecha, caderas anchas y senos pequeños. Mmm. Aparenta más o menos mi edad.
—Hola, me preguntaba... —se sonroja—, si quieres bailar conmigo.
Guardo mi móvil en el bolsillo interno de mi saco y acabo el coctel.
—Claro.
¿Conocen esas escenas de películas de ciencia ficción cuando la persona frente a ti palidece al ver una criatura asesina tras de ti? Pues, así me siento cuando la vista de la rubia se desvía y unas manos se aferran a mi brazo, clavándome sus uñas, sus garras, y me pegan a su cuerpo.
—Madam —tiembla.
—¡Largo de aquí!
Miro a la fiera a mi lado: Contiene la respiración y sigue a la chica con la mirada mientras se aleja.
Me suelto y cruzo los brazos.
—No me mires así —advierte.
—¿Tú de qué vas?
—Conoces las reglas —alza el mentón—. No puedes ligar.
—En la torre. Aquí sí puedo y resulta que quiero divertirme con una de esas mujeres —miento—. Eso no debe importarte. Puedo follar sin besar.
—Ni se te ocurra, Alonso Roswaltt, o... —enarco una ceja y se calla abruptamente.
Doy un paso adelante.
—¿O qué, Regina?
Niega y bebe de su copa.
»¿Estás celosa? —pregunto, divertido.
Se ahoga con el vino y tose sin parar, llamando la atención de varias personas. Joder. Intento darle golpecitos en la espalda pero se aparta de mi toque. Empieza a caminar haciendo resonar sus tacones. La sigo.
¿Por qué tiene que disfrazar todo con frialdad y desinterés?
—En tu discurso pediste que disfrutáramos la noche. Déjame ser, así como tú parecías muy amena con el otro grupo —me coloco frente a ella, deteniendo su paso—. Con Emmett O'Conner y...
—Te equivocas. No tengo por qué darte explicaciones; pero, lo creas o no, no me divierto con él. Mucho menos si tuve que solucionar varios problemas de último minuto en la organización —habla entre dientes.
—¿Rodaron cabezas?
—Y las que faltan. No perdono la incompetencia.
Bueno, quejándonos no llegaremos a ninguna parte. Miro hacia la pista de baile. I was born to love you está en su etapa final.
—Se me ocurre una idea para que nuestra situación mejore —propongo y me acerco más.
—Ilumíname —resopla con burla. Le extiendo mi mano derecha—. ¿Bailar? No, no, no, no, no... Yo...
—Merezco un pago por el baile que me acabas de hacer perder —demando.
Frunce los labios. Bebe de un trago lo que queda en su copa y la entrega a un mesero. Toma mi mano mirándome como si intentara leer mis pensamientos. Con duda abre y cierra su boca decidiendo qué reprochar; antes de que pueda arrepentirse, tiro de ella y la conduzco a la pista.
—¿Te digo algo? Cuando te conocí creía que eras un chico modesto, uno con pésimo gusto para vestir, pero modesto. Alguien humilde —arquea las cejas, incrédula—. Esto es muy ambicioso de tu parte.
—He aprendido mucho de cierta italiana gruñona —sonrío entusiasmado.
La canción anterior termina y el silencio es reemplazado en corto por los acordes de unos violines. «Por una cabeza» inunda el aire acelerándome más el corazón. Embaucadora, Regina toma distancia emanando más sensualidad de la habitual y, con un tono que me eriza la piel, murmura:
—¿Sabes bailar tango? Porque te mataré si hacemos el ridículo.
Pone su mano en mi hombro y la desliza por mi pecho a medida que me rodea como una tigresa acechando. Una vuelta y queda frente a mí.
—Soy músico —tomo su cintura acercándola con rudeza—, sería una ofensa no interpretar con mi cuerpo la melodía.
Coloca su mano en mi cuello a la vez que yo lo hago mientras nos movemos con pasos coordinados al ritmo del introductorio. Me anclo en sus ojos y ella en los míos.
—«Demuéstralo» —me devuelve mis palabras, exhibiendo su pierna a través de la abertura del vestido.
Pasa su mano libre por encima de mi hombro y la otra entrelaza nuestros dedos. La hago girar en su eje y de regreso la inclino hacia un lado con precisión. Rápido. Su expresión es de sorpresa. Le sonrío y la guio por la pista con maestría. Mi abuelo también me enseñó a bailar de todo y mis hermanas fueron por años mis conejillos de india. Puedo estar ciego y continuar seguro de mis movimientos.
El contacto visual no se rompe hasta que en dos giros, su espalda queda contra mi pecho. Eso me permite recorrer su cuello con mi nariz y notar cómo su piel se eriza. Posa su mano sobre la mía mientras la deslizo por su abdomen hasta llegar al límite de su escote. Juro sentirla vibrar cuando frota su trasero contra mi dureza.
—Che nobile destriero!, voglio cavalcarlo tutta la notte —susurra con picardía.
—Traducción —pido y muerdo el lóbulo de su oreja.
—Fue una actuación excelsa, señor Wayne —felicita y asiento—. Aunque me deleita verle así, prefiero más cuando llega el momento de quitarle la ropa.
Nos separamos un poco sin soltar nuestras manos, gira y sus senos impactan en mi pecho. Los diamantes que tiene por pezones tientan con atravesarme. Tanto roce nos está llevando a un punto peligroso. Mi corazón palpita ruidosamente. Nos mantenemos la mirada efectuando un juego sincronizado de pies.
—Hoy su perfección se superó a sí misma, señorita Kyle. Consiguió trasmitir la sensación de que estamos en una fiesta moderna dentro de un castillo antiguo. La pantera de su collar le representa. Es usted una fiera indomable y única, pero también me quedo corto, puesto que luce como una diosa con este vestido... —desciendo mi mano por su espalda hasta sus glúteos—, podría continuar toda la noche explicando lo que confirma —engancho su pierna desnuda a mi cadera y presiono en ese punto causándole un jadeo—, que ciertamente usted es una reina a cada centímetro —mis dedos viajan de su rodilla a su muslo y mi mandíbula cae al toparme con un liguero negro.
Sonríe con falsa inocencia. La alzo en esa posición, pasa sus brazos sobre mis hombros y giramos juntos. La dejo de nuevo en el suelo, inclino bastante su cuerpo hacia atrás, la enderezo y junta su frente con mi sien. Las respiraciones se entremezclan convirtiendo el oxígeno de nuestros pulmones en un solo aliento.
—¿Es en serio? —acaricia mi nuca—. ¿Se gana un baile conmigo y pierde tiempo echándome los tejos?
—Lo interesante es que reconoce que la estoy cortejando —musito muy cerca de sus labios.
Niega con la cabeza mas no deja de sonreír. Los paneles led cambian de color y proyectan miles de puntitos y, sumado a las luces del techo, siento que danzamos en medio de una constelación de estrellas. Giramos en una galaxia sin noción del tiempo.
Regina es frío y calor. Hielo y fuego. Todas sus facetas me hacen perder la cabeza. Es escuchar la cadencia de su voz, oler su perfume, sentir la tersura de su piel o hundirse en su penetrante mirada, y el mundo entero se desvanece. Solo existimos nosotros dos dentro de una burbuja.
Los movimientos nos salen naturales.
Como si los acordes fluyeran por nuestras venas.
Como si fuéramos un solo cuerpo.
Una sola alma.
La canción termina. Sin darnos cuenta continuamos el siguiente tema, el siguiente y el siguiente, con mis labios contra su oído susurrándole las letras. Deseo que este momento dure para toda la eternidad.
Desbordado por la emoción del momento y, siguiendo el ritmo del vals Once Upon a December, la alzo en volandas y le doy vueltas. La dejo en el suelo, nos acoplamos a los últimos acordes y terminamos la canción con una pose muy íntima. Ambos respiramos con la boca abierta haciendo que nuestros pechos se eleven agitados. Tengo que contener soberanamente las ganas de besarla.
Nos miramos... sin decir nada.
De un segundo a otro, la burbuja explota por el estruendo de unos aplausos. Las luces nos enfocan solo a nosotros, el resto de las parejas se han apartado formando una especie de pequeña multitud a nuestro alrededor, encantados. Mierda ¡¿Cuándo se acumuló tanta gente?!
Ambos hacemos una elegante reverencia a nuestro inesperado público.
—Épico —beso sus nudillos.
Esboza una sonrisa preciosa. Son-ríe. ¡Regina sonríe! Pero no es una sonrisa cualquiera, no es de superioridad, ególatra, cínica y ni siquiera una irónica... es una sonrisa de verdad que llega a sus ojos.
—Sí, ha sido fantástico —me dice al oído marcando mi acento favorito—. Ya entiendo por qué tus caderas son tan prodigiosas en otros escenarios.
Los flashes de las cámaras llueven a millón. Los fotógrafos gritan su nombre, agasajan y enaltecen. Hay muchas personas, me aparto respetando su espacio pues sé que no quiere que la vean conmigo. No obstante, me deja atónito cuando se acerca nuevamente a mí y se engancha a mi brazo. No se asusta, intimida, o avergüenza ante los ojos curiosos que reparan en nuestra peculiar unión. Todo lo contrario. Pide que nos fotografíen juntos. Eso no me lo esperaba. Intento mostrarme lo más digno posible y me limito a sonreír, mientras ella posa con la misma gracia de una estrella de cine en una alfombra roja.
Me siento el hombre más afortunado del mundo.
Nos apartamos de la multitud, la acompaño a ir por su bolso y, con una sonrisa traviesa, me pide seguirla al baño para que la ayude a retocar su "maquillaje". No lo pienso dos veces. No obstante, nuestros planes son truncados cuando un grupo de mujeres la aborda en la entrada. Regina les pone cara de verdugo. Me aguanto la risa y la espero afuera. Un camarero se acerca ofreciendo canapés, cojo varios y se los ofrezco cuando vuelve. Los rechaza con un mohín.
—¿No te gustan los aperitivos? —me llevo tres a la boca.
—No tengo hambre.
La miro con detenimiento.
—Sí comiste antes de venir, ¿no?
Coge una copa de champán de una bandeja que pasa a nuestro lado. La prueba y hace otra mueca.
—No tuve tiempo. Tráeme un escocés —pide al mesero, devolviendo el champán.
—¿Whisky?
—Necesito ambientarme.
—Creo que deberías tomar algo suave.
—¿Es reproche? —inquiere, alzando una ceja.
—No quieres comer nada. Estómago vacío y alcohol no es una buena combinación.
Percibo que rueda los ojos.
—Bien —apoya sus manos en mi pecho—. Como no me provoca nada de lo que dan aquí, iremos al hotel. Me alimentará con fruta y, antes de dormir, llevando solo puestas las joyas y el antifaz... beberé una copa de lefa —juega con un botón de mi camisa—. ¿Podrá con la tarea, señor Wayne? —ronronea.
Maldito Nathaniel.
—Mi hermano no estará en el apartamento, mi perro no puede quedarse solo.
—Pues vamos allí.
—¿De... de verdad? Te advierto que no tengo una cama King.
—No hará falta para lo que tengo planeado. Dame tus llaves —se las entrego y las guarda en su bolso estilo sobre—. Diez minutos de protocolo y nos vamos.
—¿La anfitriona puede irse de su propia fiesta? —sonrío.
—Aquí ya cumplí mi objetivo —me devuelve la sonrisa—. La verdadera fiesta está por comenzar.
Se tambalea cuando intenta apartarse. La sostengo por la cintura.
—Será mejor que te sientes —le quito la copa y la llevo hasta una de las mesas—. Voy a buscarte agua
Al regresar, me quedo en mi lugar inmóvil y aprieto tanto el vaso que mis nudillos se tornan blancos. Mi cuerpo es poseído por nauseas e ira. Dos tipos están sentados a cada lado de la italiana... le hablan al oído y ella se muestra emocionada con lo que sea que le estén diciendo.
—Tu agua —no la miro.
—Caro mio —toma mis manos—, ellos son Francesco y Jean Pierre. ¿Te parece que nos acompañen?
—¿Qué? —me suelto de su agarre.
—A la suite si no gustas en tu piso —aclara rápido—. Me apetece un buen inicio de la noche. No te preocupes, nuestros planes siguen en pie. Prometo que no será algo largo. Al finalizar, tú y yo nos iremos a tu apartamento. ¿Quieres?
La sangre se me sube a la cabeza. ¿Ella... está proponiendo lo que creo que está proponiendo?. Me mira expectante. Suelto una risa seca.
—Lo siento. Me iré solo, se me presentó un contratiempo —miro al tal Francesco—. Está un poco mareada, cuida que coma algo antes de seguir bebiendo.
—Queda en buenas manos —acaricia el muslo de Regina.
—Disfruten su noche —me despido con una extraordinaria calma.
No quedaré para ser su juguete y mucho menos en compañía de dos tipos más.
¡Dos!
Me abro paso entre los invitados ganándome algunos insultos y voy en busca de mi saxofón. Quiero irme ya. No mires atrás, no lo hagas... eso, sal de aquí. Hiciste bien. Hiciste bien. Joder, ¡hice bien! Me detengo tras cruzar la puerta del salón y vacilo. No debería dejarla sola sabiendo que ha bebido tanto. Pero ¿cómo rayos convenzo a la reina de las testarudas en venir conmigo? Conmigo y nadie más.
«Busca una piedra, noqueas a los tipos y la arrastras por los cabellos rumbo al apartamento», sugiere mi cavernícola interior golpeándose el pecho.
Lo pienso...
Lo considero...
Me giro...
¡No! ¡Sigue caminando, idiota! Ya me cansé. Puede cuidarse sola. Está blindada. Tiene seguridad por todas partes. Lo sabía. No quise analizarlo antes y ahora mi mente no deja de armar escenas que me matan lentamente. Siempre creí que semejantes habilidades solo las poseían las actrices porno. Obviamente Regina no las adquirió por arte de magia. Mis piernas tiemblan y mi estómago se revuelve cuando pienso en todos los hombres que han probado su piel. «Sus labios son para ti», me recuerdo, triste.
«¿Y su corazón de quién es?».
«¿Su cuerpo?».
Yo quiero el combo completo.
Cierro los ojos y atravieso el pasillo dando grandes zancadas. Cuando estoy a punto de girar la esquina que da a la salida principal, oigo el repiqueteo de unos tacones detrás de mí.
—¿Se puede saber qué te ocurre?
Se escucha agitada y hecha una furia. «La salida está ahí, aprovecha, cárgala y corre». Meneo la cabeza y respiro hondo para no cogerla de los cabellos y subirla a mi hombro como un saco de papas.
—Un asunto salió —sigo dándole la espalda—. Sus amigos la esperan, Madam.
—¿Así que es por eso? ¡Per l'amor di Dio, no seas mojigato e infantil!
—¿Infantil? —me giro—. ¿Por no querer participar en una orgía? No, Regina. No me gustan esos juegos y tampoco me puedes obligar. ¿De dónde carajo sacaste que me sería agradable ver cómo otro hombre te folla? —me altero.
Endereza su postura, altiva.
—Que seas de hombría frágil, y compartir hiera tu orgullo de machote, no te da ningún derecho a hablarme con ese tono —me mira de abajo arriba, arrogante—. Sí. Me satisfaces, mas no me eres indispensable.
—Regina, por favor, escúchate —digo, escéptico—. Te molestas porque me acerco a otras mujeres, pero tú sí puedes estar en los brazos de otros con descaro. Eres una egoísta. ¡La reina de las egoístas!
—La corona me queda —sonríe.
Niego, decepcionado. Ella no aceptará compromisos... y yo, aunque duela, no aguanto más este juego.
—Me estás confirmando que no estamos en la misma sintonía.
—Porque tú no quieres —se cruza de brazos.
Dejo escapar todo el aire de mis pulmones y siento la taquicardia hacer estragos en mi corazón.
«Es todo o nada»
—Quiero que entiendas algo —comienzo—. Una pieza es producto de un músico y un instrumento ¿no? Es cosa de dos. Solo dos. Y, aun estando separados, ambos se fusionan para crear el sonido agradable que conocemos como música. Para mí, la melodía más sublime que existe son los latidos de tu corazón, el ritmo en crescendo que adquiere al probar tus labios, la tonada que forma con tu risa, y la opera que ofrece junto a tus gemidos cuando me das cobijo bajo tu piel... —mi pecho se comprime—. Si no puedo interpretar yo esa partitura hoy, mañana y siempre, lo siento, Madam, no quiero participar en la orquesta.
A eso le sigue un silencio, el tipo de silencio que irrita los oídos, que roe el alma. Me estudia... y, como si de pronto comprendiera el significado de mis palabras, abre mucho los ojos y niega con la cabeza muy rápido, dando un paso atrás. Quiere huir.
—No sé a qué mierda te refieres con ese discursito cursi Los tontos son los únicos que ceden ante la debilidad de los sentimientos. Tú no eres así. Eres más inteligente. Más listo —bajo la mirada—. Maldición, Alonso, mírame y dime que tú no...
—Sí, Regina Azzarelli —abro mis manos y las dejo caer, derrotado—. Frente a ti tienes al más grande tonto que existe.
Su respuesta es una risa satírica. Toda ella es negación y resoplidos.
—Estás... —bufa con un gesto burlón—. Estás delirando.
—No lo estoy. Intento...
—¡Lo que sientes se llama atracción sexual! —vocifera.
—Ojalá fuera solo eso. Se trata de algo menos tangible y... y me está volviendo loco —tomo aire—. También tengo miedo porque nuestros mundos son diferentes. Miedo a no ser suficiente para ti. Quiero ser valiente, porque de...
—¡Basta! —Lleva las manos a su cabeza y camina de un lado a otro—. No sabes lo que dices, no sabes nada de mí... tú... ¡no tienes ni puta idea! No puedes y no debes...
—Esa advertencia llega tarde —murmuro.
—No, no, no, no... —niega con desespero, roja de histeria—, Alonso, no lo jodas. No tan básica y ridículamente ¡Estás rompiendo las reglas!.
—¿Y desde cuándo para ti romper reglas es malo? —doy un paso al frente y ella uno atrás—. Sé cómo me miras, Regina. Fuiste la primera en traspasar los límites que tú misma estableciste.
Se queda callada. Me examina de abajo arriba con los ojos entornados, como si estuviera sopesando la posibilidad de arrancarme la piel con las uñas.
»¿No dirás nada? —me trago mi dolor y procuro sonar firme, pero fallo—. Bien. Entonces hasta aquí llegamos. Tú y yo follábamos sin sentimientos, sin amor ¿verdad? —sus hombros se tensan—. Si no podemos entendernos, me declaro descalificado del juego. No tiene sentido que siga con esta farsa.
Le mantengo la mirada por unos segundos. No hay reacción de su parte. Deseo saber lo que pasa por su mente. Trago el nudo en mi garganta y me doy la vuelta para retomar mi camino. Ya tuve suficiente.
—Ten presente que si te vas... —su tono es amenazante.
Sonrío con pesar y la miro por encima de mi hombro.
—Lo sé —meto las manos en los bolsillos—. Haga lo que quiera, Madam, igual, es lo que siempre hace.
_______________________
Antes de funar a la reina... esperen a conocer sus "razones".
El vestido de Regina es más o menos así:
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top