38. Bianco e nero.

38. Bianco e nero.

REGINA

El teléfono suena y contesto activando el auricular en mi oreja.

—Dime.

—Madam, el señor Crocker quiere confirmar la reunión de esta tarde —avisa Camila.

—Cancélala —cuelgo.

La puerta se abre sin autorización.

—Disculpe, Madam, ¿está segura de cancelar? Hoy se finiquitará el acuerdo por....

—¡Ya sé! ¡Dile que no puedo, agenda para la próxima semana y sal de mi oficina! —vocifero apretando el puente de mi nariz.

No necesito girar la silla para saber que está conteniéndose de soltarme algo. Llevamos discutiendo todo el día. Escucho sus tacones y la puerta cerrarse.

La piel me pica y mi garganta me pide a gritos un trago. Algo que supere el ardor que me quema por dentro. Clavo las uñas de una mano en el reposabrazos y, con la otra, aprieto el caballo negro con fuerza. Ignoro el dolor en mi palma y continúo viendo la ciudad a mis pies sin enfocar nada en específico. Cientos de personas y coches se ven tan pequeños que podrían confundirse con figuras de juguete... O, con las piezas de mi tablero favorito de juegos.

El móvil en mi regazo vibra. Leo el nombre en la pantalla y contesto.

—No quiere confesar —informa Mashiro—. Repite que no ha hecho nada y que nos denunciará por secuestro.

—Erick aprobó —miro el caballo—. Prepara la cámara. Quiero ver su cara cuando escuche lo que le espera.

—Enseguida.

Cuelgo. Me levanto y le pongo seguro a la puerta. Regreso a mi silla ejecutiva y es inevitable que vuelva a ver los documentos sobre mi escritorio. Se están acercando a Tirano. Cierro los ojos y meneo la cabeza. Los aparto, dejo la pieza negra a la vista y abro mi laptop. Sincronizo el auricular. Entro en el correo cifrado, en la bandeja de borradores y allí encuentro el link. Un clic y la pantalla se oscurece.

Una fea nariz es lo primero que sale.

—... no critiquen. Este ángulo es perfecto —escucho al nerd informático—. ¡En línea!

Ahora la cámara enfoca la cara completa de Luther Sachz.

»Aquí Astro Boy a Drácula ¿Me escucha?

Ruedo los ojos.

—Al grano —exijo.

Asiente. La imagen cambia. «Ahí estás sanguijuela». Me inclino hacia adelante, apoyo mis codos sobre el escritorio y entrelazo mis dedos.

—¡No he hecho nada! —lloriquea.

—¿Nada es equivalente a robarle el móvil y plantarle un rastreador a Alonso Roswaltt? —ataca Mashiro.

No le responde.

Aprieto los labios, deseando ocupar el puesto de la asiática para amedrentar a Morris. Cometió un grave error. Una corriente de furia desconocida me recorre el sistema nervioso y solo puedo pensar en las diferentes formas para destruirla. Detesto la idea que esa mosquita muerta haya tocado lo que me estoy comiendo.

En tema de perras trastornadas, Alonso ya tiene de sobra conmigo. No necesita más.

—¿Tanto le temes a Regina Azzarelli como para no enfrentarla directamente? —Mashiro resopla con burla

Sonrío de lado. Esa chica me agrada.

Morris sigue guardando silencio.

—Bueno, ricitos, ya me tengo que ir —suspira—. Lamento informarte que esta misma noche serás recluida por el Estado.

Los ojos de Morris se salen de órbita, digiriendo lo que acaba de escuchar. Está sentada en un sofá clásico en medio del salón de una suite al otro lado de la ciudad. Sus manos están atadas a los reposabrazos. Mashiro es la única de mi personal a la vista. Tiene el rostro cubierto con un pasamontañas. El resto del equipo está monitoreando desde la habitación.

—No son quienes para decidirlo —hay miedo en su voz—. No tienen pruebas.

Mashiro se encoge de hombros.

—Tienes veintitrés años, Susan, y no volverás a respirar la libertad hasta que seas una anciana decrépita. Decide. Si colaboras, pondremos un límite de condena —silencio.

»Tic, tac, linda, el tiempo se te acaba.

Dos hombres salen de la habitación. Mashiro se despide de Morris con un gesto y comienza a caminar hacia la puerta.

—¡No! ¡Espera! ¡No es lo que creen! —Entra en pánico—. Yo no sé quién es el desfalcador. Días después de iniciar el caso, recibí una llamada encriptada. Me amenazaron con mi familia. El teléfono está escondido bajo la madera del suelo de mi habitación. No sé quién es la persona que llamó. Desde entonces solo he seguido instrucciones en horario específico.

Mashiro se vuelve.

—Para sabotear la investigación de Searchix —concluye.

Morris niega muy rápido.

—Ayudar a labrar un camino directo a la miseria para Regina Azzarelli —escupe.

Tomo aire y lo expulso despacio.

—Pregúntale por los documentos —hablo por primera vez. Mi voz sale neutra.

—Necesitamos más información. ¿De dónde sacaste los documentos que estaban en tu caja fuerte? —Mashiro le pregunta con suavidad—. ¿Por qué investigaban en Tirano?

Mi corazón se detiene. La niña tarda en responder. Mira hacia arriba, hacia la derecha y luego a Mashiro. Va a mentir.

—No sé —agacha la cabeza—. Hice lo que me pidieron y ya.

—¿Y?

—Un extra de investigación. Mi deber era descifrarlo. Es difícil pero no imposible.

Me desconecto.

La falta de aire vuelve mi estómago un revoltijo. Entro en el baño y entre temblores vomito el desayuno. Bajo la tapa del váter, me siento, apoyo los codos en mis muslos y hundo mi cabeza entre las manos.

No es verdad.

No puede ser cierto.

Muerdo el interior de mis mejillas para mantener mis pensamientos a raya.

«Que decepción, Azzarelli. ¿Permitirás que te debiliten?. Levanta la cabeza y pelea. No les des el derecho para afectarte».

Trago el nudo en mi garganta. Es verdad. No tengo tiempo para revolcarme en mi pasado. Me pongo de pie y lavo mi boca. Recuerdo que Macallan está a centímetros de mí y es motivo suficiente para regresar a la oficina. Me quito el blazer. Peino mi cabello con los dedos y lo recojo en una coleta. Cojo mi móvil personal y muerdo la uña de mi dedo meñique mientras hago la llamada.

Repito los ejercicios de respiración... timbrazo... timbrazo... camino de un lado a otro.

—Regina —Julius saluda afable.

«Contrólate»

—¿Recuerdas la primera vez que enfrentamos un litigio? —inquiero, gélida.

—Hace cuatro años. Lo recuerdo perfectamente.

—¿Fue fácil?

—La antítesis —responde, extrañado—. Creíste que el lado contrario te iba a quitar todo. Luchamos hasta agotar los recursos. Gracias a nuestra victoria conservaste la torre y obtuviste veinte millones más en la contrademanda.

—¿Y lo celebramos?

—A lo grande. Simón a veces lo recuerda cuando visitamos aquel restaurante griego —se aleja del ruido—. ¿Regina, qué pasa?

—¿También recuerdas lo que te confesé esa noche después del brindis? Porque yo sí cada palabra tuya —mascullo, deteniéndome—. «Será como si nunca hubiera sucedido». Dijiste y me aseguraste que nadie iba a dar con eso. Ahora, adivina, querido.

Guarda silencio por unos segundos.

—Es imposible.

—Pues, o no hiciste el trabajo bien, o ese maldito nos lleva más ventaja de lo que creíamos —cierro los ojos—. Necesito que revises de nuevo y te asegures esta vez al 200% de que no puedan seguir excavando en mi mierda. No continuaré hablando por aquí. Nos veremos mañana y quiero respuestas —zanjo y cuelgo.

Me quedo inmóvil viendo por el ventanal. Pongo todo de mí para distraerme trabajando. Guardar ese secreto es la prioridad número uno en mi vida. No me importa lo que tenga qué hacer. No me importa sobornar o silenciar a alguien. No me importa si hay inocentes perjudicados. No me importa más nadie que yo. Haré lo que sea con tal de conseguir lo que quiero.

Quiero mantener mi poder.

Lo necesito, sobre todo después del desfalco. Llámenlo ambición, prestigio, ego... sin embargo, para mí, seguridad y libertad son las definiciones más acertadas. Debo mantenerme en la cima. No dudaré en romper límites con tal de lograrlo, estudiaré las consecuencias y encontraré una forma de evadirlas, al final, vivo por el riesgo.

El destino para cada culpable está escrito. Conseguí un trato carísimo con un alcaide. Redacto correos mientras me recreo pensando en los castigos que recibirán. No se merecen menos.

«Labrar un camino directo a la miseria para Regina Azzarelli.»

Me carcajeo con amargura y vuelvo a coger el caballo negro. Ya salí de la miseria y primero muerta antes de regresar allí. Me acerco al tablero de ajedrez y lo devuelvo. Contemplo el campo previo a la batalla entre negro y blanco. Sé que no terminaré en la cárcel y menos en bancarrota, no si puedo evitarlo. El plazo de bloqueo está por acabar. Las pruebas que presentaron en mi contra no son suficientes. Estoy a nada de neutralizar a Lacroix. Por su intromisión mi credibilidad ha sido puesta en duda. He perdido tres acuerdos multimillonarios y la preocupación por Minerva crece cada día. La perra no se quiere rendir. Si me arruina los planes, la haré desear que su madre no haya abierto las piernas.

Tomo la reina negra y la admiro.

El mundo entenderá por las buenas o por las malas que, si se equivocan conmigo, la devastación que desataré no dejará ni cenizas.

***

Es de noche cuando Mashiro y yo salimos por la puerta principal de mi torre. Gracias a la nueva seguridad ya no hay ningún parásito en los alrededores.

Enrique me abre la puerta del Phantom. Entro y presiono un botón. El cristal tintado se interpone entre Rivers, Mashiro y yo. No quiero hablar con nadie. Me entretengo con la pantalla frente a mí, hasta que el coche se detiene poco después de la estación del metro. Muevo mi cuello para liberar tensión. De mi bolso saco una caja Apple, la puerta se abre y, extrañamente, la atmósfera cambia.

Siento su vista fija en mí. No me giro.

—Esto es tuyo —le tiendo la caja.

—Hoy no es mi cumpleaños —su tono es divertido.

No la coge. Lo miro y me arrepiento. Abrigo negro, traje completo negro, sin corbata y camisa gris abierta en los primeros botones. Se ve tan... Carraspeo.

Insisto y empuja de vuelta la caja.

—¿Cuándo aprenderás que odio los desaires? —espeto, irritada.

—¿Cuándo aprenderás que me incomodan los regalos caros? —devuelve, alzando las cejas.

—No es un regalo por ocio. Es una herramienta —resoplo—. Dentro encontrarás las respuestas que querías.

Frunce el ceño y, evitando su muerte, acepta.

—Gracias.

En el IPad está más o menos toda la información de la sanguijuela. No tarda en encenderlo. Palidece. Añadí algunos detalles suculentos para ponerlo a prueba. Su amigo ñoño me mostró pruebas que respaldan su excusa para haberme ocultado la existencia del topo. Aun así, no puedo fiarme al cien por cien de Alonso. Si sale a la luz lo que le estoy entregando hoy, sabré que es otro maldito mentiroso más del montón.

De reojo, me delei... estudio con mesura sus expresiones de posible traidor: Aturdido. Concentrado. Molesto... Se pasa una mano por el cabello y varios mechones caen sobre su frente. Quiero enroscarlos en mis dedos.

Entreabre los labios. Mis ojos van allí y pienso en...

—Ahora entiendo algunas cosas —rasca su nuca—. Ella fue quien más me ayudó con mis investigaciones. Tendré que rectificar el sistema de datos.

Cruzo las piernas.

—El Ferrari nos siguió porque permitiste que esa maldita te pusiera las manos encima —mi tono es altivo—. Espero que no se repita o yo misma te cortaré las bolas.

Niega y continúa leyendo, serio.

—Mañana le presentaré esto al señor Turner —suelta y me mira.

Mi respiración se acelera, mas no dejo entrever nada. Searchix es un flanco frágil que aún no tengo cubierto. Es un mal que, de apartarlo, se volvería peor.

—Si hay otra filtración...

—Me aseguraré que no—dice con convicción.

—¿Sachz y el sujeto?

El ñoño no quiso darme detalles sin él estando presente.

—Nada todavía.

—Pídele que se apresure. También tiene que revisar lo que le quitamos a Morris —mi voz sale tensa.

—Es un procedimiento largo.

—Encuentren un atajo.

—Regina, no es tan sencillo —replica.

—¡Hagan que lo sea! —palmeo el reposabrazos.

Siento una punzada en mi sien. La ansiedad me está asfixiando. Alonso me estudia y guarda el IPad en su fea mochila. Toma mi mano y aprieta. Mi vista se alterna entre el agarre y sus ojos. Por instinto... no lo repelo. ¿Qué diablos? Nos mantenemos la mirada. Maldito azul. Bufo y, aunque no lo suelto, clavo la vista en la ventana. Afuera ha comenzado a llover.

Del afán solo queda el cansancio —me quita el guante y besa cada uno de mis nudillos. No lo miro—. Yo también quiero dar con el desfalcador y todos los involucrados para hacer justicia —muerde mi meñique—. Debemos esperar.

Aprieto los labios. No necesito que me diga lo que ya sé. Me concentro en las gotas de agua que compiten sobre el cristal. ¿Cuándo volveré a la normalidad?. No quiero desesperarme. Me urge un trago. Uno, solo uno ¿Jack o Johnnie?.

La ginebra tampoco viene mal.

No, quiero whisky.

¿Jack o Johnnie?

¿Jack o...?

Lo escucho exhalar.

—Inicia el experimento 001 —murmura para sí—. Hora de poner en práctica mi cura contra tu mal humor.

Toma mi barbilla para que lo mire.

—¡Que mier...!

Une nuestros labios antes de que pueda mandarlo al diablo. No le correspondo. Hunde una mano en mi cabello, tira suave de las hebras de mi nuca y después masajea la zona. Mi piel se eriza. Profundiza el beso. Gimo y me mete la lengua. Mi mente se nubla y respondo. Me dejo llevar por su ritmo. Disfruto su sabor y su aroma. Me separo para respirar.

Jadeamos. Nos miramos un instante y junto nuestras bocas con mayor ferocidad.

Me quito el cinturón de seguridad y me subo a su regazo. Fanculo Johnnie, Jack y la vocecita en mi cabeza que grita «¡No!». Sujeto su rostro entre mis manos y me tomo mi tiempo para degustarlo.

Odio que sea el único hombre que me provoque querer besarlo hasta el cansancio.

***

ALONSO.

Me despierto con una sensación de extrañeza.

Miro mi alrededor y agudizo los oídos. Juro haber escuchado algo. Suelto un bostezo. Estrujo mis parpados con mis manos y ladeo el cuerpo. Al segundo siguiente un grito teñido de desesperación provoca que me siente de sopetón.

«Viene de afuera».

Me levanto de un salto y salgo corriendo al salón. Los susurros se hacen más audibles y un escalofrío me recorre entero al entender de dónde viene. La habitación de Regina. En esta suite está justo al lado de la mía. Llego hasta la puerta y como no tiene seguro no dudo en abrirla. La veo. Tiembla hecha un ovillo en la enorme cama.

—Fermare! Ho fatto la mia.... ¡no! Lasciami andare, animali. Non di nuovo [1] farfulla.

—¡Regina! —la llamo en voz alta.

No para de retorcerse y abrazar un zorro de peluche.

Non andare... posso spiegare. L'ho fatto per salvarti. Ti prego, perdonami [2]

—Despierta —me acerco y la zarandeo suave—. Despierta, Regina, es un sueño. ¡Despierta!

Se incorpora de golpe con los ojos muy abiertos y se aleja de mi toque bruscamente. Tiene el camisón pegado al cuerpo por el sudor. Respira con dificultad y frota sus muñecas simultáneamente mirando su alrededor.

—Déjame sola —pide con voz apagada.

Salgo y apoyo la frente en la madera de la puerta. No sé qué hacer.

Me siento impotente.

«4:38 A.M », marca un reloj en la pared. Me cuesta asimilar que, la fiera tan poderosa que conozco, sea la misma que parecía sufrir un martirio infernal. Regina Azzarelli es el tipo de mujer que nunca expresaría su dolor con palabras. Palabras. Porque en su verde castaño con lágrimas reprimidas vi una agonía asfixiante.

Por el ventanal observo que el cielo se está cayendo con una tormenta. Miro el piano de cola al fondo y suelto un suspiro. Vuelvo a la cama, ruedo sobre mi estómago... miro el techo...doy vueltas... vueltas... me levanto, como estoy vestido únicamente con un bóxer, busco un pantalón de chándal y una camiseta sin mangas. Lavo mis dientes, voy al salón, recojo algunos adornos del suelo y organizo lo que está a mi alcance. El desorden es grande. Al llegar aquí follamos como un par de conejos. No dormimos casi nada.

Me poso frente a la chimenea. Es de aspecto clásico con sistema moderno. Después de varios minutos consigo encenderla. La penumbra se aplaca tenuemente con la ignición de las llamas. Me siento frente al fuego y divago una y otra vez en los miles de motivos del por qué es como es. Por qué esconde la información de su pasado y por qué es tan hermética.

Tan esquiva.

Tan fría.

Tan ella.

Un tintineo me hace alzar la mirada. Se sirve un vaso con agua y no denota nada al percatarse de mi presencia. Tiene el rostro completamente inexpresivo. Vuelve a su habitación. Escucho la puerta cerrarse y, al cabo de un par de minutos, volver a abrirse. Para mi sorpresa, se sienta a mi lado mirando las flamas arder.

No habla

No hablo.

Recogió su cabello en un moño desordenado y emana un olor a jabón de avena. Debió ducharse. Cambió el camisón por un pijama de seda que consta de un short que apenas cubre su trasero y una blusa de tirantes finos. Y, a pesar de que debo recordarle a mi cavernícola interior que no es el momento para pensamientos impuros, lo que verdaderamente me deja sin palabras es su rostro:

No tiene ni una gota de maquillaje lo que confirma que en serio su palidez es extraordinaria. Me siento un poquito culpable. Las marcas rosadas resaltan obvias. La tenue iluminación me permite admirar unas pecas sobre su nariz y pómulos. Sus ojos están limitados por unas oscuras y enormes manchas violáceas. Está claro que no descansa lo suficiente.

En resumidas cuentas, luce tan... humana. No me equivoqué. Es incluso más hermosa al natural porque confirma lo real que...

—¿Te regalo una foto? —pregunta sin dejar de ver el fuego.

—Si no la eliminarás luego —intento bromear

Sonríe sin despegar los labios, se levanta, toma mi mano y tira de mí para que también me levante.

—Me las vas a dejar como pasas —me quejo.

—No quiero sexo.

—¿No?

—No —menea la cabeza.

Me conduce hasta el piano.

—Tócame una canción —demanda.

—¿Ahora? —alzo las cejas, perplejo.

—Sí, ahora.

Me inclino hacia ella.

—Pídemelo con cariño.

—¿Ah?

—Lo que escuchaste. Agrégale dulzura a tu petición.

Enarca una ceja y se echa para atrás.

—Mejor olvídalo.

Frunce los labios. Vuele a sentarse frente a la chimenea con los brazos cruzados, cual niña malcriada. Joder. Ni Sofía hace tanta rabieta. Río entre dientes. Me siento en la banqueta y presiono teclas al azar. Para mi satisfacción, el piano está perfectamente afinado.

—¿Alguna en especial? —pregunto.

No responde.

«Y, se "supone" que entre los dos, la más madura es ella por ser mayor».

Hago reverberar una mezcla de varias canciones. Cierro los ojos. Las primeras, a propósito, son Natural y Believer de Imagine Dragons. Sigo con Halleluja, L'italiano, Vivo per lei, otros clásicos y, para finalizar, dado que ella está loca y yo no estoy en mis cabales, cambio a mi zona de confort con All of me.

—...How many times do I have to tell you, even when you're crying you're beautiful too. The world is beating you down, I'm around through every mood. You're my downfall, you're my muse, my worst distraction, my Rhythm & Blues... —entono bajito la letra.

De pronto, siento sus manos en mis hombros. Disimulo mi sonrisa. Cálmate, solo es una canción. Una que conoces bien y ya. No es mi culpa que la mayoría de letras hablen de amor... o desamor.

Me concentro en no equivocarme y sigo cantando. La banqueta es grande y yo estoy sentado en el borde, así que aprovecha para colocarse tras de mí. Abre las piernas y las cierra en torno a mi cintura. Igual sus brazos un poco más arriba. Descansa su frente en mi hombro y se aferra a mi espalda como un koala. Está lejos de ser uno tierno. Es un koala extraterrestre azul con muy mal genio.

Presiono la tecla equivocada y la magia se corta con una disonancia. Mis dientes rechinan.

—Uy —la escucho reírse.

—Tu culpa —mascullo.

—¿Te distraigo?

Gruño desde mi garganta.

»Alonso...

—Sí, joder —admito de mala gana.

No me gusta fallar con la música.

—Tú me distraes demasiado —murmura y frota su nariz en la zona tras mi oreja.

Arrugo la frente.

—¿En qué sentido?

Suelta un suspiro largo.

—En todos. Es... bastante complicado —reduce el tono de voz—. No lo entiendo. Tampoco busco entenderlo. No... no estoy acostumbrada a esto tan raro.

Guarda silencio y me estrecha más. Paso saliva. Me declaro oficialmente tronco de eucalipto.

—¿A hablar? —pregunto para que continúe y mate la intriga.

—Es más que eso. Esto es algo nuevo. Mi trabajo es mi vida. No puedo parar. El placer es la excepción porque me ayuda a despejar la mente. Es una técnica para liberar estrés —explica con acusación—. Justo ahora, debería estar revisando los valores de la bolsa o armando estrategias de negocio, pero no. Aquí estoy, perdiendo mi valioso tiempo... contigo —hunde su rostro en la curvatura de mi cuello—. Lo peor es que no es tan horrible como creí. Se siente... bien —aspira mi aroma—. Muy bien.

Pestañeo, sorprendido, ¿dijo...? ¿Acaso estoy alucinando? Me obligo a mantener la boca cerrada por si no. Tengo miedo que se aleje si digo algo. Regina es igual de inestable que el experimento 626. Dudo. Coloco mis manos sobre las suyas y las acaricio. Analizar sus palabras me hace sentir muchas cosas, entre ellas una sensación amarga. Yo busco todo y ella nada. Ni la mitad. No quiere una relación formal.

Y no me importa que no usemos etiquetas siempre y cuando la tenga a ella.

A ella en exclusividad.

Porque no la quiero compartir.

Muevo mis dedos de nuevo sobre las teclas blancas y negras. Interpreto A Whole New World. No soy un ladrón y ella no es una princesa; no obstante, cursi o no, es lo primero que se me ocurre para comparar nuestra situación actual.

Ambos pertenecemos a mundos netamente distintos.

Quiero mostrarle lo maravilloso que tiene el mío. Lo que puedo ofrecerle... no cosas materiales pero... sí darle la seguridad que me enlodaré con ella en sus meteduras de pata y celebraré sus éxitos incondicionalmente. Me enfrentaré a la muerte en sus ataques de ira y bailaré con el diablo en su lujuria desenfrenada. Quiero ser su bálsamo tras cada pesadilla... Ya no anhelo solamente su toque... quiero... quiero conocerla a fondo, sentir su cercanía, su calor sin sexo de por medio. Salir por ahí tomados de la mano. Hablar de cualquier tema. Perder tiempo juntos. Trazar planes. Compartir sueños... Acabar e iniciar los días con ella.

Sé que será un gran reto. Ella lo es. Uno difícil y jodido. La felicidad nace de un deseo interno, de una decisión propia estimulada por medios exteriores. Requiere equilibrio. No puedo hacerla feliz si no pone de su parte, eso lo tengo claro; sin embargo, más que dispuesto, dedicaría el resto de mi vida a tallarle sonrisas verdaderas en el rostro.

Le mostraré que con esfuerzo, juntos podemos crear un mundo ideal para los dos.

La pieza la toco entera y finalizo dejando que la última nota muera lentamente. Llevo una mano atrás para acariciar su cabeza y con la otra trazo círculos en su brazo. Somos envueltos por un silencio que puede traducirse como una extraordinaria paz. Es muy relajante. Los minutos pasan e indeteniblemente suelto un bostezo.

—Reina —musito.

—¿Sí?

—Vamos a la cama. No quiero ser el nuevo meme viral porque me tomaron una foto dormido en la oficina.

Sé que Curtis es capaz.

Regina chasquea la lengua y me libera.

—Adelante, ve tú. Yo perdí el sueño.

Allí está. El cubito malhumorado de hielo volvió. Me quedo quieto. Otra vez, regresa frente a la chimenea. Flexiona, pega sus piernas al pecho y las abraza. Contempla fijamente el fuego. Me acerco cauteloso.

—Sabes...

—No, no sé —ironiza.

Me mira y apoya su mejilla en las rodillas.

—Escucha... —me siento a su lado—, cuando mi hermana menor entró al bachillerato tenía algo de sobrepeso y sufrió muchísimo bullyng —hago una pausa—. Cayó en una depresión horrible. No dormía. Su rendimiento se volvió preocupante. Entre los mellizos y yo intentamos persuadirla para que nos contara qué le sucedía pero siempre se cerraba más y más; pues, tenía miedo de que al vocalizarlo sus temores se hicieran realidad y también la juzgáramos. Mi padre creía que se trataba de la típica fase adolescente. De nada servía que en su casa tampoco le prestaran ayuda, sino todo lo contrario.

Frunce el ceño y levanta la cabeza .

—¿Por qué me cuentas eso?

—Porque después de tanto resistirse, justo cuando la presión amenazaba con afectar seriamente su día a día, decidió desahogarse —giro mi cuerpo en su dirección—. Nos contó a Natasha y a mí que por las noches recordaba cada suceso en sueños, pero cómo una pesadilla terrible. No eran sus compañeros de instituto quienes la atosigaban, sino criaturas abominables que buscaban acabar con ella. El insomnio incluso la hizo ver cosas en donde no las hay; sin embargo, luego de permitir que las palabras fluyeran, nos dijo que no tuvo vergüenza y se sintió más ligera, como si le hubiesen quitado un peso de encima. Ya no combatió sola los monstruos que se escondían bajo su cama —relamo mis labios—. Si quieres hablar sobre lo que ocurrió en tu...

—No —zanja y mira al frente.

Asiento. No la voy a presionar. Respira hondo sosteniendo el aire y lo suelta en un sonoro suspiro.

—Gracias por compartir la anécdota —masajea su sien—. Créeme que no intento minimizar el dolor de tu hermana, pero daría lo que sea por haber estado en una situación similar durante mi adolescencia.

—¿Tan malo fue?

Guarda silencio por un rato, reflexionando.

—Lo único que puedo decir, es que me jodieron la vida de una forma que todavía sigue provocándome pesadillas —hay odio en su tono—. Los creadores de mi infierno no fueron monstruos, fui yo misma —ríe sin ganas—. Me lo gané a pulso. Estoy pagando las consecuencias de mi ingenuidad. Así de simple.

La forma desdeñosa en la que habla como si se tuviera asco me causa un vacío desagradable en el estómago.

—Todos cometemos errores. No puedes esclavizarte por eso.

—Eres un chico muy dulce, Alonso —estira la mano y acaricia mi mandíbula—, pero no lo entenderías. Sé lo que te digo. La oscuridad nunca ha abandonado mi vida. Estoy lejos de ser una buena mujer —se levanta—. No lo olvides.

Entra en su habitación y no vuelve a salir.

La palabras de Martha resuenan en mi mente. «Regina no tiene a nadie». Cierro los ojos sintiendo un peso tras mi esternón. ¿Qué significa eso de que le jodieron la vida durante su adolescencia?

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[1] ¡Ya basta! Cumplí mi parte.... ¡no! Quítense de encima, animales. Otra vez no.

[2] No te alejes... Puedo explicarlo... Lo hice para salvarte. Por favor, perdóname.

En el próximo capítulo se nos viene la fiesta, alias, desmadre  -.-

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